EL CORONAVIRUS (COVID-19) HA SACADO
LO QUE REALMENTE SOMOS Y CREEMOS
La peste negra, la mal llamada "gripe española" y otras enfermedades infecciosas no sólo han aniquilado a millones de personas durante siglos. También han marcado la política, la economía y las guerras, además de incentivar prejuicios sociales y raciales. Un nuevo libro del historiador estadounidense Frank Snowden "Epidemias y sociedad: de la peste negra al presente"(Epidemics and Society: from the black death to the present), analiza cómo distintas enfermedades infecciosas masivas influyeron en los vínculos humanos, la cultura, la política e incluso las guerras a lo largo de la historia.
Lo publicó en octubre, justo antes del surgimiento de la crisis de coronavirus que paraliza al mundo y que, a su juicio, revive un viejo duelo de tiempos de epidemias, entre "lo mejor y lo peor de la humanidad".
"Las epidemias permiten entender la humanidad y la historia. Tocan las fibras más íntimas de nuestra naturaleza humana".
"Nos plantean preguntas de vida o muerte y nuestra actitud hacia ambas. Nos preguntan sobre nuestra ética. Nos muestran si nuestro mundo se preocupa por la gente más necesitada. Las epidemias son como mirarse en el espejo de la humanidad. Y puedo decirle que no todo es bello. Tenemos un lado oscuro. Pero también un lado brillante, hay héroes en esta historia"
“Las enfermedades epidémicas no son hechos al azar que afligen a las sociedades caprichosamente y sin advertencia. Por el contrario, cada sociedad produce sus propias vulnerabilidades específicas. Estudiarlas es entender la estructura de esa sociedad, su estándar de vida y sus prioridades políticas”. Esta es parte de la introducción que escribe Frank Snowden, profesor de Historia de la Medicina, de la Universidad de Yale, en su nuevo libro "Epidemias y sociedad: de la peste negra al presente". A medida que el coronavirus sigue propagándose por el mundo, este texto se ha convertido en fuente de consulta casi obligada debido a su idea central: a pesar de que los patógenos son tan pequeños que es imposible observarlos a simple vista, han alterado el curso de la historia humana durante siglos y también han desnudado las peores falencias de las sociedades que han asolado.
“Las epidemias son una categoría de enfermedad que parece poner un espejo frente a la humanidad y que logra mostrarnos quiénes somos realmente. También reflejan nuestra relación con el ambiente, aquel que creamos y el ambiente natural que responde a eso. Las epidemias muestran las relaciones morales que tenemos entre nosotros como personas y eso es lo que estamos viendo hoy”.
Influencia social y cultural
En su libro, el profesor cuenta que el origen del mismo se remonta a un curso que él creó para estudiantes de Yale luego del surgimiento de males como el Síndrome respiratorio agudo grave (Sars), que apareció en 2002 en China, y el brote del ébola que se produjo entre 2013 y 2016 en África. Para Snowden, las epidemias como la provocada por el reciente coronavirus –que según el conteo oficial ya suma más de 130 mil casos confirmados- han moldeado la historia porque han obligado a que la humanidad reflexione sobre temas de fondo.
“Por ejemplo, el brote bubónico en el siglo XIV –conocido como la peste negra y que acabó con 50 millones de personas en Europa, Asia y África- puso en entredicho la relación del hombre con Dios. ¿Cómo podía ser que un evento de ese tipo pudiera ocurrir con una divinidad sabia, omnisciente y todopoderosa? ¿Quién podría permitir que los niños fueran torturados por esta enfermedad en números tan vastos? También tuvo un efecto enorme en la economía. La peste mató a la mitad de la población en continentes enteros y, por tanto, tuvo un efecto tremendo en el desarrollo de la revolución industrial, la esclavitud y la servidumbre”.
Precisamente, uno de los efectos colaterales de la peste negra -provocada por la bacteria Yersinia pestis y que causaba hinchazón de los nodos linfáticos y manchas negras en la piel- fue la caída dramática en la mano de obra de sirvientes que trabajaban los campos europeos. Los dueños se vieron obligados a arrendar sus tierras o pagar salarios cada vez más altos a los que habían sobrevivido para que las cultivaran, lo que debilitó el tradicional sistema feudal y dio origen a clases burguesas que fueron acumulando más capital.
Además, en 1348 el Papa Clemente VI emitió un decreto que, pese a los reparos de la época, ordenaba realizar exhaustivas autopsias de los muertos. Los doctores aprovecharon de inmediato la oportunidad de expandir lo que se sabía de la anatomía humana, elaborando textos médicos que junto a diversas innovaciones tecnológicas se convirtieron en caldo de cultivo para una verdadera revolución del conocimiento que se produjo en el siglo XV: el Renacimiento.
La peste –que habría llegado a Europa a través de los ejércitos mongoles y los mercaderes que recorrían la próspera “ruta de la seda”- también sacó a relucir facetas humanas más oscuras que volverían a resurgir en epidemias futuras. El 14 de febrero de 1349 dos mil judíos fueron quemados en la masacre de Estrasburgo, un acto que se repitió en ciudades como Basel y la región de Aragón, y que nació del rumor totalmente infundado que decía que estaban infectando los pozos de agua para propagar la enfermedad.
“Las enfermedades no afectan a las sociedades al azar o de maneras caóticas. Son eventos ordenados, porque los microbios se expanden selectivamente y se propagan a sí mismos para explorar nichos ecológicos que los seres humanos han creado. Esos nichos nos muestran quiénes somos, o si durante eventos como la Revolución Industrial en realidad nos importaba qué le ocurría a los trabajadores, a los pobres o las condiciones en que vivían los más vulnerables”.
Durante la revolución industrial las principales crisis de salud pública fueron provocadas por epidemias de tifus, viruela, tuberculosis y cólera. De hecho, en la Inglaterra de mediados del siglo XIX hubo cuatro brotes que acabaron con miles de vidas y la enfermedad llegó a ser apodada como “Rey cólera”. ¿Las causas? Las ciudades sobrepobladas, la polución y la carencia de infraestructura pública para atender a los enfermos.
“Una de las cosas que he aprendido de las epidemias es que cada enfermedad es como una persona. Cada una es un individuo distinto a cualquier otro. No son causas de muerte intercambiables. Depende de la naturaleza de cada individuo y de la manera en que las sociedades e incluso los artistas reaccionan a ellos. Depende de cuánta gente matan, si lo hacen de maneras terribles, si acaban con niños o jóvenes, o dejan huérfanos detrás”.
Jared Diamond concuerda con Snowden al señalar que tal como las epidemias han ido moldeando la historia de la civilización, los humanos también han influido en la manera en que se propagan. El geógrafo, historiador y antropólogo de la Universidad de California es conocido por su libro Armas, gérmenes y acero (1997), donde aborda la manera en que la transmisión de la viruela, el sarampión y otras enfermedades por parte de los europeos fue clave para la conquista de los indígenas americanos, africanos y australianos. En una entrevista con La Vanguardia, Diamond comentó que así como los brotes epidémicos durante la revolución industrial nacieron del hacinamiento de las ciudades, hoy “la globalización explica que el coronavirus se esté expandiendo a una velocidad mucho más elevada que otras epidemias del pasado”.
Un motor de estigmatización
El asesinato masivo de judíos ocurrido durante la peste negra es sólo un ejemplo de una idea que plantea Snowden en su libro: las epidemias son un espejo que refleja las relaciones que las personas de cada época tienen entre sí. Esto, porque muy a menudo la propagación de una enfermedad conlleva la estigmatización de ciertos grupos a los que se acusa de desatar los brotes.
El ejemplo más reciente es lo que ocurrió con los homosexuales y la irrupción del sida a comienzos de los 80. Grupos religiosos no sólo equipararon la homosexualidad con un pecado, sino que en los hospitales los funcionarios se negaban a alimentar a los enfermos, y en Estados Unidos el comentarista conservador William F. Buckley incluso hizo un llamado a marcar a los enfermos con tatuajes. En una conferencia de prensa realizada en 1982 en la Casa Blanca el reportero Lester Kinsolving llamó al sida “la plaga gay” y Larry Speakes, secretario de prensa de Regan, respondió diciendo que Kinsolving era gay simplemente porque algo sabía de la enfermedad. Todos los presentes rieron.
Chile no ha estado ajeno a los estigmas que nacen de ciertas enfermedades, tal como cuenta Laura Spinney, autora británica de varios libros sobre ciencia. Uno de ellos se llama El jinete pálido (1918: la epidemia que cambió al mundo), donde relata la historia de la “gripe española” que dejó cerca 100 millones de muertos en todo el planeta. En uno de sus capítulos, Spinney escribe: “En Chile, los doctores ni siquiera consideraron la posibilidad de la influenza. En 1918, los intelectuales chilenos estaban oscuramente convencidos de que su país iba en declive. La economía fallaba, las disputas laborales iban en alza y existía la creencia de que el gobierno estaba demasiado influenciado por potencias extranjeras. Cuando una nueva enfermedad invadió el país, y aun cuando habían leído reportes de una epidemia de gripe en las naciones vecinas, un grupo de eminentes doctores chilenos asumió que era tifus. Apuntaron a los pobres y los trabajadores, a los cuales llamaron ‘los culpables de la miseria’, debido a las abyectas condiciones sanitarias en que vivían… y actuaron acorde a ello”.
Producto de esa idea, la reacción fue brutal. Brigadas sanitarias salieron a combatir la supuesta epidemia de tifus –que se transmite vía piojos y pulgas- e invadieron las casas de la gente más pobre, a “la cual le ordenaron desnudarse, lavarse y afeitarse el vello corporal”. En Parral y Concepción, esos grupos “expulsaron a la fuerza a miles de trabajadores de sus casas, las cuales quemaron. Una estrategia que probablemente exacerbó la epidemia porque dejó a multitudes de gente sin hogar expuesta al contacto entre sí”.
Spinney explica que empezó a trabajar en su libro en 2013, cuando sus editores comenzaron a darle vueltas a la idea de conmemorar el centenario de la Primera Guerra Mundial. “En mi investigación de ese desastre, me topé una y otra vez con uno mucho mayor que era la epidemia de gripe de 1918 y del cual nadie estaba hablando. Era como si hubiese desaparecido de la historia”. Hoy los episodios de discriminación como el que narra Spinney o los que se dieron durante los albores del sida se asoman nuevamente con el Covid-19, ya que en varias ciudades se han producido ataques xenofóbicos hacia individuos asiáticos. Uno de ellos fue Jonathan Mok, un joven de Singapur que a fines de febrero recibió una golpiza en Londres por parte de una turba que le gritaba “No queremos tu coronavirus en nuestro país”.
Factor bélico
Las epidemias tienen profundos efectos en la estabilidad social y política: “Han determinado el resultado de guerras, y también es probable que sean parte del inicio de conflictos bélicos. Podemos decir que no existe un área importante de la vida humana que las enfermedades epidémicas no hayan tocado profundamente”. Su libro narra un episodio que quizás pocos conocen: la derrota de la Francia de Napoleón en Haití. Sus soldados no pudieron con la fiebre amarilla que transmitían los mosquitos y frente a la cual los esclavos africanos que se habían alzado tenían inmunidad.
“Eso llevó a la decisión de Napoléon de abandonar la expansión del poder francés en el Nuevo Mundo. En 1803, acordó con Thomas Jefferson la venta de Louisiana, lo que duplicó el tamaño de Estados Unidos”, comenta el académico en la revista. Pocos años después el líder francés sufriría una nueva derrota a manos de las enfermedades, una caída que sería mucho más trascendente para el destino del mundo. En 2005, científicos de la Université de la Méditerranée en Marsella analizaron restos de soldados galos hallados en fosas masivas y establecieron que la derrota que sufrieron en Rusia en 1812 no sólo fue producto del frío, sino que también tuvieron un rol clave el tifus y otras enfermedades transmitidas por piojos.
De los 500 mil soldados que Napoleón llevó en su campaña, sólo unos pocos miles sobrevivieron y el poder imperial de Francia empezó a tambalear. Al darse a conocer el reporte, Carol Reeves -doctora británica en historia de la medicina- comentó a BBC que “donde sea que haya una guerra siempre hay alguna enfermedad infecciosa. Hasta la Primera Guerra Mundial muchas de las muertes eran causadas por estas patologías en lugar de los combates”.
Maxine Whittaker es decana de la Facultad de Medicina de la Universidad James Cook, en Australia, y hace dos años publicó en el portal The Conversation un artículo titulado Cómo las enfermedades infecciosas han moldeado nuestra cultura, hábitos y lenguaje. En el texto, detalla otros escabrosos ejemplos en que las enfermedades han influido en las batallas que dieron origen a las naciones modernas: “La ‘guerra bacteriológica’ fue una estrategia usada en muchas instancias de colonización. Esto incluye las poblaciones indígenas de Norteamérica (hay reportes de mantas arrebatadas a cadáveres infectados con viruela y que fueron distribuidas deliberadamente entre esos grupos a fines de 1700)”.
Laura Spinney asegura que el recordatorio más duro de que la lucha actual contra las epidemias está lejos de ser ganada es que sólo existe una enfermedad infecciosa que ha sido eliminada globalmente: la viruela, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró como erradicada en 1980. En una revisión del libro de Frank Snowden publicada en octubre en la revista científica Nature, Spinney escribe que otras patologías que los optimistas de los 60 pensaron que hoy ya estarían extintas siguen presentando resistencia y podrían volver a activarse.
“La República Democrática del Congo alberga mucho más que el ébola. Hay un brote de sarampión y también circula una cepa de polio que mutó a partir de la versión debilitada que contiene la vacuna oral. En otros lugares han existido erradicaciones exitosas, pero a menudo el resultado ha sido costoso. Una campaña sostenida que usaba DDT ayudó a eliminar la malaria en la isla italiana de Cerdeña en 1952, pero en 2001 el pesticida fue eliminado globalmente bajo la Convención de Estocolmo, tras determinarse que era dañino para la vida salvaje y el ambiente”.
Para Snowden, la principal lección de todos estos intentos por controlar las epidemias es que sus posibilidades de éxito crecen cuando doctores, políticos, farmacéuticas, medios de comunicación y ciudadanos trabajan juntos. “Ese es uno de los grandes mensajes que la OMS sigue discutiendo. La principal parte de la preparación para enfrentar estos eventos es que como seres humanos necesitamos darnos cuenta de que todos estamos juntos en esto, que lo que afecta a una persona en cualquier lado afecta a todos en todas partes, y por tanto somos de manera inevitable componentes de una especie. Necesitamos pensar de esa manera en lugar de enfocarnos en divisiones de raza, etnicidad o estatus económico”.
Otras influencias
Maxine Whittaker no sólo es decana la Facultad de Medicina de la Universidad James Cook. También es codirectora del Centro Colaborativo de Enfermedades Nacidas de Vectores y Enfermedades Tropicales Ignoradas de la Organización Mundial de la Salud. En el artículo que publicó en "The Conversation", la académica detalla otras maneras quizás más sutiles en que las enfermedades infecciosas han cambiado al mundo.
* Alimentos
Según la experta, los orígenes de muchos tabús ligados a la comida parecen estar ligados a enfermedades: “Estas incluyen prohibiciones para beber sangre cruda de animales, para compartir utensilios de cocina o comer cerdo en el judaísmo y el Islam (lo que se originó probablemente por la preocupación ante los gusanos que porta)”. Otros ejemplos que da la experta: “El consumo de la leche cruda que se ha vuelto ilegal en muchos países, para prevenir la tuberculosis bovina. También está la práctica de evitar el consumo de quesos blandos durante el embarazo para evitar la listeria”.
Existen varias expresiones cuyo origen se liga a enfermedades infecciosas. “Un término común que hoy se usa para una persona que no tiene síntomas de una de estas enfermedades, pero puede transmitirlas, es el de María Tifoidea. En 1906, Mary Mallon, una cocinera, fue la primera persona saludable identificada en Estados Unidos como portadora del bacilo que causa la fiebre tifoidea. Un experto en salud identificó un sendero de brotes que incluía todos los lugares donde ella trabajó. En Nueva York fue puesta en aislamiento y permaneció así hasta que murió treinta años después”.
Los griegos y los romanos ya usaban distintos términos para desear protección de una posible enfermedad tras un estornudo, pero el origen del popular “¡Salud!” data de un brote de la bacteria Yersinia pestis anterior a la peste negra y que empezó hacia el año 600 en Europa. Para combatir la enfermedad, el papa Gregorio Magno ordenó procesiones y plegarias constantes.
La persona que estornudaba debía ser inmediatamente denunciada mediante la exclamación “¡Salud!”, que también funcionaba como una oración para bendecir el lugar y evitar la propagación.
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