LIBRO
"ME ENAMORÉ DE UN LEPROSO"
"¡Aleluya! Siervos del Señor, alabadlo, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor desde ahora y por siempre; desde que sale el sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor. El Señor domina sobre las naciones, su gloria por encima de los cielos. ¿Quién es como el Señor, nuestro Dios, que se sienta en lo alto, y se rebaja para ver los cielos y la tierra? Él levanta del polvo al indigente y saca al pobre del estiércol, para sentarlo con los príncipes, con los príncipes de su pueblo; instala a la estéril en su casa, madre gozosa de toda la familia". Sal 113
¿Quién es capaz de amar las llagas de un leproso ¿Verdaderamente puede Jesús cargar con nuestros pecados, con nuestra «lepra»? ¿Se puede salir de las drogas y de la violencia por medio de la fe? ¿Por qué el testimonio del Padre Ramón —«Pachús»— ha causado un impacto tan grande en miles de personas? ¿Se puede sacar un bien del mal?
El Padre Ramón Alfredo Mirada Muñoz, más conocido como Pachús, cuenta como él, estando metido en las drogas, se hundió hasta tocar fondo. Ahí fue donde descubrió que no estaba solo: Jesús no había dejado nunca de quererle y había salido en su busca, cuando él ya no encontraba ningún sentido a su vida.
Tal y como recoge el obispo de Getafe, don Ginés García Beltrán, recordando la Evangelii nuntiandi, donde Pablo VI observa que ‘el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son testigos’ quiso destacar la necesidad que el mundo tiene de testimonios de vida y conversión como el del sacerdote Ramón Mirada. “Para evangelizar hay que transmitir experiencias de vida, el testimonio toca más el corazón que una idea”, recordó.
Por su parte, Mirada incidió en todo momento cómo Dios es capaz de querer al más pequeño de los hombres con amor inmenso y “que Cristo es capaz de rescatar a quien se encuentra encadenado sufriendo interiormente y haciendo sufrir a los demás”.
Muchas veces, como que perdemos el tiempo en hablarle a la gente de lo importante que es Dios.Yo creo que hay que cambiar la mirada y el sentido, y es decirle a la gente lo importante que son ellos para Dios. Solo así puedes conquistar el corazón de un hombre.
PRÓLOGO
A lo largo de este libro vas a poder asomarte a la relación de amor que existe entre el Padre Ramón y Jesús, entre Jesús y el Padre Ramón, y que no se limita a estas páginas, sino que las trasciende; porque cuando amamos a Dios como lo ama el Padre Ramón y nos sentimos amados por Él, ese amor da luz e ilumina a todos los demás.
La primera vez que vi a Ramón -aquí prefiero llamarle Ramón, porque todavía no era sacerdote y pienso que ayuda a contextualizar mejor y recordar que era un chaval de apenas diecisiete años-, hacía poco tiempo que había entrado en el seminario. Inmediatamente, hubo dos cosas en él que me llamaron muchísimo la atención: su mirada y su sonrisa. Su mirada, porque era muy profunda y reflejaba una felicidad tremenda; su sonrisa, porque mostraba la convicción de aquel que se sabe amado. En aquella mirada y en aquella sonrisa se notaba que estaba enamorado de Dios y pensé que, si llegaba a ser sacerdote, iba a cuidar y consolar de una manera muy especial a Jesús. Por eso, me comprometí ante el Señor a rezar y a ofrecer sacrificios por él, al menos hasta que fuera ordenado sacerdote, sabiendo que Ramón iba a llevar a muchos otros hasta el Corazón de Jesús.
Si tuviera que explicar otros rasgos que me sorprendieron de aquel muchacho que empezaba sus años de seminario, diría que uno de los más llamativos era su preocupación por cuidar de sus compañeros. Porque una cosa es preocuparse por alguien y atender sus necesidades en la medida de lo posible y otra muy distinta es cuidar. Eso era un claro indicio de que tenía un corazón sacerdotal, a pesar de su juventud. Un corazón sacerdotal es aquel que intenta asemejarse al Corazón de Jesús, que mira al otro de manera diferente, que no juzga y que lo que quiere es llevar las almas a Dios. Es un corazón profundamente humano, capaz de llorar realmente cuando el otro llora y de sentirse feliz cuando el otro es feliz, porque su felicidad es la felicidad del otro. Es un corazón que da a todos, pero que no busca nada para sí. Ese era el corazón que yo vi en aquel muchacho que se llamaba Ramón y que me llevó a decirle a Jesús: «Señor, ¡qué bien has elegido!».
Al mismo tiempo, era un chico joven. Eso se reflejaba en su forma de hablar, que me hacía mucha gracia, en su alegría y en sus ganas de bromear. Y había algo en él que me aterraba: le gustaba tirarse por las cuestas del Cerro de los Ángeles con su monopatín, acompañado de un amigo. Aunque yo sabía que había sido skater (patinador), cuando los veía a los dos cerro abajo no podía evitar pensar: «Estos dos están totalmente locos. ¡Se van a abrir la cabeza!».
Conforme pasaron los meses, observé otra cualidad que me pareció admirable en Ramón: no juzgaba por las apariencias. Había situaciones muy duras que él conocía y callaba. A mí eso me pareció de una finura y una madurez espiritual muy grandes, porque implicaba que era capaz de trascender las circunstancias y ver más allá, asomándose a la belleza y a la profundidad del amor, sin juzgar a la persona.
Pero por encima de todos estos rasgos que he esbozado, Ramón era un chico encantador a quien Dios amaba con locura, tal y como era.
Ojalá este libro sea leído por muchas personas, especialmente por muchos sacerdotes, para que se den cuenta de cómo los ha amado Dios, y para que, al igual que el Padre Ramón, que repasa su historia de amor con Jesús, repasemos también nuestra propia historia y seamos conscientes de que cuando Jesucristo te conquista el corazón, lo hace para siempre.
Padre Ignacio María Doñoro de los Ríos
El impactante testimonio de conversión del Padre Pachús
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Presentación del libro: "ME ENAMORÉ DE UN LEPROSO"
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