EL Rincón de Yanka: DON BOSCO VIVE UNA EPIDEMIA Y NO SE QUEDA CONFINADO 💕

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domingo, 14 de junio de 2020

DON BOSCO VIVE UNA EPIDEMIA Y NO SE QUEDA CONFINADO 💕


Don Bosco vive una epidemia

Turín, 1854. La epidemia de cólera azota la ciudad. Don Bosco y los jóvenes del Oratorio no se quedan de brazos cruzados

En julio de 1854 la ciudad de Turín se disponía a hacer frente a una epidemia de cólera que amenazaba con hacer grandes estragos, sobre todo entre la población más débil y desprotegida. Desde las administraciones públicas se daban instrucciones para la prevención de manera que se pudiera hacer frente a la enfermedad en las mejores condiciones higiénicas y sanitarias posible.
Inevitablemente, a finales de julio, la epidemia empezó a golpear en los barrios más pobres extendiéndose con facilidad a toda la ciudad.

Turín es la ciudad donde nació y creció la obra de Don Bosco. Es la capital y ciudad más poblada del Piamonte, en el norte de Italia. Y hoy, junto con Milán, se encuentra sufriendo en primera fila los embates de la pandemia de coronavirus.
Y en 1854, la realidad era muy similar. En julio de ese año, la ciudad trata de hacer frente a una epidemia de cólera que amenaza con hacer grandes estragos, sobre todo entre la población más débil y desprotegida. 
El cólera, en esa época, era una enfermedad temida con una tasa de muerte del 60 %, lo que creó pánico en toda la región.

La fuente del brote estuvo cerca del oratorio de Don Bosco en el barrio de Valdocco, pero muy pronto toda la ciudad y la región fue infectada. En el Oratorio vivían casi un centenar de muchachos, y Don Bosco siguió con suma prontitud todas las indicaciones que daban los médicos y las autoridades:

• Mantuvo abiertas las ventanas el máximo tiempo posible, para airear los ambientes.
• Implantó rutinas sistemáticas de limpieza de todas las áreas: habitaciones, aulas, cocina, iglesia, patios, talleres.
• En la zona de dormitorios, espació las camas de los internos.
• Estableció procedimientos regulares de lavado de manos, proveyendo abundantes elementos de limpieza y agua, en momentos en que no había agua corriente.
• Organizó horarios regulares de oración donde participan chicos y educadores, para pedir a Dios por las víctimas y los que estaban cuidando de ellas

Pero la epidemia se expande. No hay tratamiento: la primera vacuna contra el cólera aparecerá 40 años después.
A inicios de agosto, quince días después de declarado el aislamiento, el gobierno local hace un llamado convocando a voluntarios, que ayudasen a tratar con los miles de casos emergentes de personas enfermas a quienes no se puede llegar.
Don Bosco se da cuenta de que lo suyo no es suficiente. No puede permanecer encerrado en su casa, tratando de asegurar el cuidado de sus chicos, mientras allá afuera la gente sufre y se muere. Quiere hacer algo. El 5 de agosto Don Bosco habla con los jóvenes mayores. Les dice que él iba a ir a ayudar como voluntario, respondiendo al pedido de las autoridades. Inmediatamente, catorce jóvenes se ofrecen para ir también. Al día siguiente se ofrecen otros treinta.

En combinación con las autoridades, Don Bosco organiza tres grupos:

• Uno para apoyar el trabajo en los hospitales.
• Uno para visitar pacientes solos y auto-aislados.
• Uno para buscar por las calles a personas enfermas o cuerpos abandonados.

Quienes quedan en el Oratorio comienzan a hacer turnos de oración por las personas afectadas y por quienes han ido a ayudarles. No se desentienden ni de la situación en la ciudad ni de la vida de sus compañeros.
Cada uno de estos equipos trabaja de a pares y llevando máscaras. De acuerdo a las recomendaciones de las autoridades, cada joven lleva una botella de vinagre para lavarse las manos antes y después de tocar a una persona infectada. Si se quedan sin vinagre, tienen que volver al Oratorio inmediatamente, a reponerlo y continuar.
También proporcionan sábanas limpias a las víctimas y queman las usadas, para evitar los contagios. Las sábanas se vuelven tan escasas que la madre de Don Bosco, Margarita, toma los manteles del altar de la iglesia para dárselos como sábanas a quienes las necesitan.

No sin un lógico temor, los jóvenes, junto con Don Bosco, igualmente habían salido confiados a atender a los enfermos… Es que cuando se inició la epidemia, Don Bosco les había dicho: “Si nos mantenemos en gracia de Dios, llevamos al cuello esta medalla de la Virgen que les estoy dando, estamos atentos a las indicaciones, y antes de salir rezamos juntos, les prometo que ninguno se enfermará”.
Ninguno de ellos fue golpeado por la enfermedad. Nadie se contagió. Se cumplió la promesa de Don Bosco. El trabajo de los chicos fue tan extraordinario, que fue reconocido por las propias autoridades y los diarios de Turín.

El periódico L’Armonia, dedicó una pequeña crónica a los jóvenes del Oratorio en su edición del 16 de septiembre:
“Animados por el espíritu de su padre más que superior, Don Bosco, se acercan con valentía a los enfermos de cólera, inspirándoles ánimo y confianza, no sólo con palabras sino con los hechos; cogiéndoles las manos, haciéndoles fricciones, sin hacer ver horror o miedo. Es más, entrando en la casa de un enfermo de cólera se dirigen a las personas aterrorizadas, invitándoles a retirarse si tienen miedo, mientras que ellos se ocupan de todo lo necesario”.
Cuando terminó la peste, hizo una misa de agradecimiento y les dijo a todos: “Demos gracias a Dios, porque nos ha conservado la vida en medio de mil peligros de muerte. Sin embargo, para que nuestra acción de gracias sea agradable, unamos la promesa de consagrar a su servicio el resto de nuestros días, amándolo con todo nuestro corazón, practicando la religión como buenos cristianos, guardando los mandamientos de Dios y de la Iglesia y huyendo del pecado mortal, que es una enfermedad mucho peor que el cólera o la peste”. Dicho esto, entonó el Tedeum que los muchachos cantaron transportados de vivo reconocimiento y amor.
En una carta, escrita el 27 de julio de 1886, recordaba Don Bosco los medios para seguir protegiéndose del cólera: Invocar frecuentemente a la Virgen María, llevar siempre al cuello o consigo la medalla bendecida de María y recibir frecuentemente los sacramentos de la confesión y comunión.
Todos en la ciudad admiraron su valor y su entrega generosa. Y es que en la escuela de Don Bosco se aprende a hacer de la solidaridad un estilo de vida, de la fe la razón de la entrega y de la confianza en la Providencia un impulso apostólico y audaz. De tal palo, tal astilla.

Pero no todo terminó allí. Acabada la epidemia, aparecen problemáticas derivadas de ella, y Don Bosco con su Oratorio también se hace presente para tratar de atenderlas. Es así que, respondiendo a una petición de las autoridades, recibe en el internado del Oratorio a casi un centenar de jóvenes que han quedado huérfanos, dándoles casa, comida, estudio y un ambiente de familia para crecer.

Preocuparse por los propios, atender las indicaciones sanitarias, estar atento a otros, ampliar la mirada, poner en juego todos los medios al alcance para tratar de mitigar la situación de quien más sufre, animarse a salir y dar una mano de acuerdo a las indicaciones que se reciben (para no generar más problemas de los que ya hay), confiar en la cercanía de Dios y de María que caminan a nuestro lado y alientan para el bien, no resignarse, vivir la situación como una posibilidad de crecer… son algunas actitudes que podemos aprender de Don Bosco y sus jóvenes, para afrontar este tiempo que nos toca vivir.
Solidaridad real, la de los muchachos de Don Bosco. No especularon. Sólo se fiaron del padre y, con él, pusieron su confianza en Dios y en la mediación materna de la Madre del Señor. No sabemos cuántos fueron ni sus nombres. Pero entre ellos estuvieron Miguel Rua, Juan Cagliero y Luis Anfossi, todos adolescentes entre los catorce y los diecisiete. Los tres, formarán parte, años más tarde del grupo que –con Don Bosco– fundará la Congregación Salesiana.