Una mentira que dura 100 años:
los intelectuales bajo el encanto comunista
los intelectuales bajo el encanto comunista
Para defendernos de la carga de vivir en un mundo complejo, los seres humanos tendemos a sobre simplificar la realidad. Es como quien mira una nube y ve un caballo, obviando los detalles que, de ser tomados en cuenta, nos regresarían a la idea de una vulgar nube, consecuencia de la condensación del vapor de agua.
Tendemos a pensar también que son los intelectuales y artistas quienes menos están propensos a abreviar la explicación de los fenómenos, ya que su rol asignado en la sociedad es el de problematizar la realidad. Sin embargo, la verdad empírica indica otra cosa. Son los intelectuales, particularmente los más sensibles a los asuntos sociales, quienes tendrían más propensión a actuar candorosamente sobre temas tan cruciales como el poder y la economía.
Una explicación tentativa recae en la herencia romántica que todavía arrastra al mundo intelectual y lo lleva a privilegiar lo sublime y a sobreestimar el poder transformador de los sueños. También cuenta el hecho y esto no solo aplica a los intelectuales y artistas, de que cuando uno se especializa mucho en un tema, digamos en esculpir o en analizar la literatura, es muy posible que seamos completamente ignorantes o ingenuos respecto de otros asuntos en los que carecemos de canales de verificación.
Según parece, quien descubrió esa paradoja fue un propagandista alemán llamado Willi Münzenberg. Las implicaciones de su hallazgo han sido inmensas y trágicas para el destino de Europa, de todo el Tercer Mundo y muy especialmente para América Latina.
Münzenberg nació en Sajonia en 1889 en el seno de una familia pobre. Tempranamente se suma a las Juventudes Socialistas que se oponen a la participación alemana en la Primera Guerra Mundial. Ello lo llevaría a exiliarse en Zúrich donde conoce a Lenin. Este, una vez al mando de la Revolución Bolchevique le asigna la tarea de promover la causa de la Unión Soviética en Occidente. Para cumplir su objetivo, Münzenberg propone una ruta genial y completamente contra-intuitiva: captar, no tanto a los líderes obreros, sino a los pintores, periodistas, actores, cineastas, novelistas, científicos y profesores, o sea, a los creadores de opinión de la clase media, despreciados por el marxismo como “intelectuales burgueses”. A ellos, Münzenberg los consideraba vanidosos, románticos, bonachones, propensos al automatismo ideológico e ignorantes de los mecanismos reales del poder. Consciente de su credulidad los llama “el club de los inocentes”.
También entendió como pocos las enormes posibilidades que brindaban los nacientes medios de comunicación y el embrujo que causaban en los pensadores la firma de manifiestos, los festivales artísticos y la agrupación en movimientos que él llamaba de “solidaridad”. Münzenberg, es seguramente el principal responsable por la creación de ese halo de superioridad moral que tanta renta le ha brindado a la utopía socialista y al progresismo.
Ya bajo el mando de Stalin y como jefe del Komintern en Occidente, Münzenberg supo controlar decenas de periódicos, productoras de cine y emisoras de radio —que lo hicieron millonario— destinados a presentar como aberrante cualquier crítica a los valores del colectivismo. Sin embargo y a pesar de sus portentosos aportes a la causa socialista, habría de morir Münzenberg en el más el clásico estilo soviético, ahorcado en las cercanías de Grenoble, como todo indica, por encargo del propio Stalin, en el verano de 1940.
En una investigación todavía embrionaria (Stalin, Willi Münzenberg and the Seduction of the Intellectuals, 1994), Stephen Koch, un profesor de la Universidad de Columbia, asegura que en dos décadas, Münzenberg alcanzó a captar a varias de las cabezas más prestigiosas de Occidente. Se trata de una lista que incluiría a Pablo Picasso, André Malraux, John Dos Pasos, Dorothy Parker, Louis Aragon, Dashiell Hammett, Paul Nizan, André Gide, Albert Einstein, Anatole France, H.G. Wells, Bertrand Russell, Ernest Hemingway, el grupo de Bloomsbury y varios actores, guionistas y directores de Hollywood, entre los que estaría Charles Chaplin. Aunque Koch no lo menciona, es inevitable añadir en este contexto a Pablo Neruda, quien batió todos los records del delirio al calificar a Stalin como “más sabio que todos los hombres juntos”.
Está perfectamente documentado, que muchas de estas figuras jamás visitaron la Unión Soviética y si llegaron a hacerlo, se puede afirmar que viajaron bajo condiciones totalmente controladas por el régimen.
En esta jugada genial, nunca sabría Münzenberg que había inventado a la moderna figura del Influencer, así como las técnicas del Ad Placement y el Micro Targeting, comunes hoy en cualquier campaña electoral medianamente sofisticada.
Con todo, es mi convicción que es el Tercer Mundo quien más caro ha pagado las anticipadas técnicas del propagandista alemán y en ese contexto, me temo que el caso más patético es el de Venezuela, por lo tardío y trágico de los efectos.
Cuando desembarca el chavismo en el poder en 1998 se consigue en Venezuela a la clase intelectual más desprevenida y acomodada del continente, acostumbrada a cuatro décadas de libertades políticas y al soporte frondoso del Estado petrolero. Era un grupo social que estaba presto para ser objeto de la “tecnología Münzenberg” que vendría importada de la Cuba castrista.
De hecho, pocos años atrás, en 1989, varios de los miembros más conspicuos de la intelligentsia venezolana se sumarían a un laudatorio con motivo de la presencia de Fidel Castro en la toma de posesión del presidente Carlos Andrés Pérez. “Nosotros —decían— intelectuales y artistas venezolanos al saludar su visita a nuestro país, queremos expresarle públicamente nuestro respeto hacia lo que usted, como conductor fundamental de la Revolución Cubana, ha logrado en favor de la dignidad de su pueblo y, en consecuencia, de toda América Latina… afirmamos que Fidel Castro … continúa siendo una entrañable referencia en lo hondo de nuestra esperanza, la de construir una América Latina justa independiente y solidaria”.
El grueso de estas figuras pagan hoy en la redes sociales la frivolidad de entonces, si es que no son abiertamente perseguidas por el régimen o han perdido por completo sus condiciones de vida en la Venezuela depauperada por el socialismo.
En el extranjero, podría decirse que las técnicas de mercadeo ideadas en algún momento por Münzenberg funcionaron como un reloj a efectos de granjearle simpatías al chavismo. Han sido 18 años de desinformación sistemática ejecutada a través de figuras relevantes del arte y muy especialmente, de la industria del entretenimiento. La lista es enorme, entre otros: Manu Chau, Vicente Fernández, Benicio del Toro, Kevin Spacey, Danny Glover, Michael Moore, Courtney Love, la cantante MIA, Roseanne Barr —hoy fanática de Donald Trump— Oliver Stone y Sean Penn quien aseguró que al morir Chávez, los estadounidenses perdían a “un amigo que nunca supieron que tenían”.
El catálogo de intelectuales y escritores que ayudaron a legitimar al chavismo en las democracias occidentales es también amplísimo, algunos de talla mundial como el lingüista Noam Chomsky o Gabriel García Márquez. El consenso entre ellos era que Chávez representaba la independencia respecto de la política internacional de Estados Unidos, una afirmación esencialmente retórica pues los “bolivarianos” nunca han dejado de venderle petróleo al “imperialismo”.
La fábrica de tontos útiles solo ha mermado con la crisis de refugiados y su implícito mensaje antisocialista. No obstante, allí tenemos al papa Francisco y sus ampulosas volteretas que nunca terminan de describir la política de violación a los derechos humanos que tiene lugar desde el poder en Venezuela y más recientemente en Nicaragua.
No da mayores detalles, pero asegura Stephen Koch que Münzenberg consiguió penetrar a El Vaticano. Poco sorprendería. ¿Por qué razón no habría de imaginar este visionario que la manera de calar en un continente entero, 90 por ciento católico como América Latina, sería a través de la Iglesia?
Cuando pensamos en manipulación política el primer nombre que viene a la cabeza es el de Joseph Goebbles. Lo hemos visto en filmes, documentales y bibliotecas enteras.
Sin embargo, sobre Willi Münzenberg hay todavía pocas investigaciones serias y ni hablar de una película de Hollywood. Sería una narración contada como una historia de gánsteres que engañan y asesinan sin recato, distantes del desprendimiento que presupone su causa.
Münzenberg está todavía por ser descubierto. El personaje histórico terminará de adquirir forma al ritmo en que se desclasifiquen más documentos de la era soviética. Sin embargo, es previsible que a buena parte del “mundo de la cultura” y el progresismo no le sea tan confortable ventilar uno de sus orígenes más contradictorios.
Aquiles Esté es semiólogo, publicista y consultor en mercadeo electoral.
“La renuncia a la crítica, en varios tiene el nombre de un sueldo gobiernero. Intelectuales de 15 y último que renunciaron a todo, salvo a lanzar loas insistentes a su jefe; disfrazan su carencia de independencia intelectual con sus descalificaciones a la disidencia”. Carlos Blanco cuestiona hoy, en su análisis de “El Universal” a los intelectuales del chavismo.
Esta es su análisis:
Los Intelectuales Chavistas
Hay intelectuales que han acompañado la aventura chavista sobre la base de que ésta prometía un cambio por el cual habían luchado y pensado desde sus respectivas historias. Tomaron diversos caminos; unos, los del entusiasmo y el apoyo, otros los de la burocracia, algunos los de la crítica tenue, pocos los de la ruptura. Han sido trayectorias heterogéneas, cuyos discursos suelen revelar más de lo quieren decir y muchísimo más de lo que desearían admitir. Hoy la intelectualidad chavista posiblemente sea lo más desolador que hay, a medio camino entre la derrota y la expulsión, ayuna de propuestas y, sobre todo, de sentido.
Las Falsas Premisas
Una porción de la izquierda se anotó con Chávez en su peregrinaje de los años 90. Lo concibió del mismo modo en el cual había concebido a Caldera en 1993: un instrumento para derrotar a AD y Copei. Lo logró con Caldera, sólo que éste terminó aliado y sostenido por AD, el símbolo del sistema que había prometido liquidar. El desencanto –y la crisis de finales de la década- abrieron el camino para quien parecía mejor dispuesto a cumplir la promesa redentora. La izquierda, en segmentos importantes, se anotó en la volada. Llegó al gobierno, junto al Comandante y a su grupo militar. Se cumplía así el viejo sueño de llegar al poder por el atajo que ofrecía un antiguo golpista, redimido en las aguas de una retórica agresiva contra el viejo sistema político.
En este ferrocarril, que se deslizaba por los rieles que había instalado el antiguo orden, incapaz de reformarse a fondo cuando era factible y urgente, se encaramaron muchos personajes, partidos, movimientos. Como suele ocurrir en procesos tumultuarios, unos iban en primera clase y otros en “la cocina”, incluidos los que, jadeantes, seguían a pie el pesado tranvía antes de que tomara velocidad de crucero. Naturalmente, allí se instalaron unos cuantos intelectuales, algunos de mérito y obra.
El primer problema surge con el discurso que varios adoptaron desde el inicio. En vez de ser los autores y promotores de una visión; generadores de una historia por contar, se convierten en sus divulgadores acríticos. Asumen los dichos de Chávez como un discurso teórica y políticamente válido, al cual hasta aristas filosóficas le intentan descubrir. Para estos intelectuales existe, entonces, sin ninguna base conceptual, una IV República sustituida por la V República; la rebelión del 27 de febrero de 1989 y sus muertes se rodean de un significado diferente al que, efectivamente, tuvieron; la democracia de 1958 a 1998 fue una indeseable excrecencia, de acuerdo a las tesis de Chávez; entre otras postulaciones a las cuales los interfectos se suman.
Lo más significativo es que algunos de éstos adoptan sin discusión las ocurrencias de Chávez, muchas de las cuales son mezclas de los dichos de Ceresole, las ingeniosidades de Marta Harnecker, las novedades de Dieterich, las iluminaciones de Giordani, las citas de Mao, siempre con el aderezo de una frase de Bolívar que un general desocupado y fastidioso se ocupa de encontrar en su covacha de Miraflores. Este batiburrillo es elevado a la dignidad de una teoría y la intelectualidad chavista anda deslumbrada con el socialismo del siglo XXI. La que no se deslumbra, no se atreve a desmontar tal bobería.
La Renuncia a la Crítica
La mayor parte de esa intelectualidad renunció a la crítica. Suele adoptar un truco de baja ralea que consiste en que ante las evidentes manifestaciones de autoritarismo y militarismo fascistoide, responde con la idea de que los vicios, errores, descomposiciones se hallaban en el pasado. Si hay crimen, antes hubo; si hay represión, antes hubo; si hay malestar social, antes hubo; si hay desastre económico, que duda cabe, también el viejo sistema lo vivió.
La última línea de retirada de esa argumentación falaz es que lo existente no es peor a lo que existió, por lo tanto, en vez de defender la superioridad del régimen bolivariano, se dedican a sostener que no es inferior al pasado y, a lo sumo, igual de malo. Alguno ha confesado que, al final, lo que importa es que los que mandan son ellos, los chavistas.
Cuando desde adentro se hacen críticas, suelen aceptar, como justificación de su silencio, que no pueden dársele armas “al enemigo” o a “la derecha”.
La renuncia a la crítica, en varios tiene el nombre de un sueldo gobiernero. Intelectuales de 15 y último que renunciaron a todo, salvo a lanzar loas insistentes a su jefe; disfrazan su carencia de independencia intelectual con sus descalificaciones a la disidencia. Su voz es potente sólo cuando se trata de berrear contra los opositores; pero, fuera de estas estridencias, su silencio le hace coro a los desafueros bolivarianos. Es que estas pobres almas no quieren darle armas al enemigo: prefieren suicidarse.
Los Guantes de Seda
Una estratagema que usa con frecuencia esta intelectualidad desértica es la de colocarse en una curiosa dimensión filosófica. Se asume, por definición, como si constituyese la izquierda; tal condición no requiere ser probada, deriva del hecho místico de apoyar al líder. De tal manera que su legitimidad política no deviene de sus convicciones sino de la adherencia a lo que, sin pudor, definen como la revolución bolivariana y, sobre todo, a la jefatura de Chávez.
Desde esa posición de izquierda de la cual se adueñan, no tienen recato en confundir socialismo con la acción del grupo militar que define la acción oficial. Un régimen que por su lenguaje, relaciones, estructura, mandos y visiones, está emparentado con el militarismo latinoamericano, es asumido sin vergüenza alguna como representación del ideario socialista.
Algunos de los intelectuales que discuten el asunto saben que este proyecto carece de sentido revolucionario real; entonces, se colocan en una perspectiva “ingenua”, como si el régimen estuviera en sus titubeantes orígenes. Cuando se refieren al gobierno es como si estuvieran en el día cero, piensan lo que debería hacer o dejar de hacer hacia adelante, mediante la indelicada abstracción de que ya lleva casi diez años. Una década de una experiencia que apunta exactamente en la dirección contraria a la pregonada. Callan sobre el militarismo, sobre el autoritarismo, sobre el centralismo y sobre el fascismo; sólo se ocupan de cómo, idealmente, debiera estructurarse una revolución para un gobierno que estuviese, apenas, gateando. Se colocan en enero de 1999 y no en marzo de 2008, para no dar cuenta del desastre que han prohijado y compartido.
El drama de la intelectualidad chavista es que estuvo durante décadas en la búsqueda de un camino para la transformación del país, y cuando vio a un personaje altanero y respondón, no supo distinguir entre Pedro Camejo y Pedro Carujo, entre Perón y Allende, entre Sandino y Daniel Ortega, entre Mariátegui y Ceresole. Una intelectualidad que se refugia en la retórica para escapar de la ética.
Tiempo de palabra
Carlos Blanco
El Universal
Los intelectuales orgánicos del castrismo
Asumieron sus postulados como sacerdotes de una nueva religión
El castrismo disfrutó por largas décadas del beneplácito de los intelectuales. No solo de los que surgieron a su sombra y cocina; también contó con creadores, artistas y profesionales de la información de reconocido prestigio antes del establecimiento del régimen totalitario y después vitorearon al caudillo tal cual circo romano, o practicaron un silencio cómplice solo roto por los clamores de las víctimas.
No fueron pocos los intérpretes que después de un periplo internacional se presentaban en la televisión para elogiar a la dictadura y afirmar que era querida y respetada en cada país que habían visitado. Recuerdo a una cantante que había estado en un festival, creo que el de Sochi, al que poco le faltó para pedir la beatificación de Fidel Castro. Algo parecido hacía Teófilo Stevenson cuando entregaba sus medallas, que había ganado por su coraje y habilidades, al tirano.
No obstante, hay que admitir que fueron los creadores que crecieron y nacieron bajo los titulares de seis pulgadas que clamaban por “paredón” en el periódico Revolución, o entre las páginas de la revista Bohemia (que describían a Fidel Castro como un Cristo) los que mejor servicio han prestado al totalitarismo. Estos sujetos han manejado eficientemente la maquinaria de propaganda y represión de la dictadura, aportando toneladas de hormigón al sostenimiento de edificio totalitario tal y como han hecho los agentes de los cuerpos represivos. Ellos no deben llamarse a engaño, son y han sido cómplices de las depredaciones de la dictadura porque, como escribiera José Antonio Albertini, “La tinta también mata”.
Cuando se haga el recuento de los perjuicios causados por el totalitarismo a la nación cubana tal vez uno de los sectores más afectados resulte el de los intelectuales, porque muchos de ellos, con innegable talento para la creación, se postraron por cobardía o prebendas, ante el régimen de oprobio que personificaba Fidel Castro. Mientras Ángel Cuadra y Jorge Valls, honraban la dignidad creativa y ciudadana yendo a prisión por lo que escribían y pensaban. Otros –entre los que destacan Eusebio Leal, Carlos Puebla, Silvio Rodríguez, Luís Pavón Tamayo, Jorge Serguera, Alfredo Guevara y Roberto Fernández Retamar– asumían los postulados del castrismo como sacerdotes de una nueva religión.
Sin embargo, por viles que hayan sido muchos de nuestros intelectuales, en alguna medida la simiente de la independencia y soberanía personal se preservó. De no haber sido así no habrían surgido, después de cimentada la dictadura, entre otras, personalidades como Ricardo Bofill, María Elena Cruz Varela y Raúl Rivero. Y no tendríamos plumas que honran como las de Luis Cino, que confrontan la tiranía enarbolando su verdad a cualquier precio.
Tampoco tendríamos la hornada de valientes que día a día reta a la dictadura en las ciudades cubanas, al extremo que en los últimos doce meses en las prisiones han sido recluidos 805 compatriotas, según Prisoner Defenders. Las cárceles castristas son un ejemplo de que, aunque no hayan faltado cómplices, han sobrado defensores de la libertad y el derecho, siendo uno de los ejemplos más notables los arrestos de periodistas independientes, bibliotecarios y otros ciudadanos condenados durante la Primavera Negra del 2003, cuando numerosos intelectuales, como Manuel Vazquez Portal, fueron condenados a decenas de años de cárcel por opinar sin miedo.
Lo más relevante es que 62 años después, jóvenes nacidos y formados en un ambiente de censura, represión, manipulación, propaganda masiva, mentiras y medias verdades hayan sido capaces de enfrentar a un Estado policial y reclamar su independencia sin temer las consecuencias. Que graduados en universidades revolucionarias como proclaman las consignas de la dictadura, hayan tenido conciencia para exigir sus derechos ciudadanos; y sin nunca haber conocido la libertad, escribir y componer canciones como “Patria y vida”. Y que jóvenes como Osmani Pardo Guerra se arriesguen a cumplir un año de prisión por el mero hecho de escuchar esa canción, que simplemente refleja los más caros anhelos de la juventud cubana contemporánea.
Pero, sin duda alguna, para mí, lo más conmovedor de todo es el cartel que enarbolan los jóvenes militantes del Movimiento San Isidro, que en contraposición a todas las enseñanzas de castrismo esgrimen una proclama que reclama “cultura y libertad”. No el paredón que les instruyeron en la niñez y que mi generación conoció en carne propia.
La falta de ética de Adolfo Pérez Esquivel
Pérez Esquivel denuncia las violaciones de los derechos humanos,
pero no si las cometen los regímenes de izquierda
El señor Adolfo Pérez Esquivel es arquitecto de profesión, y también una persona preocupada por el acontecer político en su Argentina natal y el resto del mundo. Esa preocupación lo llevó a oponerse a la Junta Militar que gobernó a su país en los años 70. Estuvo encarcelado y a punto de ser ultimado por la represión castrense. Ah, claro, y no podemos olvidar que recibió el Premio Nobel de la Paz en 1980.
En su más reciente visita a Cuba, con motivo de la III Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo, el señor Pérez Esquivel ofreció declaraciones al periódico Trabajadores (edición del lunes 4 de febrero), en las cuales se refirió a otros dos galardonados con la preciada distinción que distingue a los defensores de la paz mundial: el presidente norteamericano Barack Obama, y la Unión Europea.
El señor Pérez Esquivel no está de acuerdo con que al mandatario estadounidense le hayan conferido el Premio Nobel de la Paz, pues según él, Obama tiene pendientes muchas situaciones injustas que resolver, y nada ha hecho al respecto. Nos cuenta Esquivel que, en el momento de la concesión del Nobel al Presidente, le envió una carta en la que expresaba su sorpresa por ese reconocimiento. Pero ya que lo ostentaba, Obama debía de evidenciarlo “construyendo la paz”. Según Esquivel, el inquilino de la Casa Blanca, para comenzar a ser merecedor del pergamino, debe prohibir cuanto antes el uso de las armas de fuego en su país, y liberar a los cubanos que guardan prisión en Estados Unidos acusados de espionaje.
Al referirse a la Unión Europea, el señor Esquivel asevera que se opuso a la concesión del Nobel al considerar que esa agrupación no respeta los deseos de Alfred Nobel, el creador de esos premios. Esquivel insiste en que esa entidad prioriza las soluciones por la vía militar, en vez de buscar otros acercamientos.
A primera vista, y con independencia de que estemos o no de acuerdo con los señalamientos de Esquivel, parece plausible que se vele por la pureza de un galardón como el Premio Nobel de la Paz, y sobre todo estar al tanto de que los premiados, con su acción posterior, no pongan en duda el reconocimiento que un día merecieron. Sin embargo, este papel de censor que se ha atribuido el señor Esquivel le debería de corresponder a alguien que sea consecuente con su manera de actuar. Y he ahí donde falla este político e intelectual argentino.
Resulta que la condecoración de 1980 le fue otorgada a Pérez Esquivel por su defensa de los derechos humanos. Pero él, en vez de mantener una actitud vertical en la defensa y observación de tales derechos, solo aplica una especie de doble rasero. Porque el señor Pérez Esquivel es implacable cuando se trata de gobiernos de derecha que no respetan los derechos humanos, pero se hace de la vista gorda si las denuncias recaen sobre un régimen de izquierda.
En el caso específico de Cuba, este Premio Nobel de la Paz jamás ha criticado a los gobernantes de la isla a pesar de su largo historial de violaciones de los derechos humanos. Ni por el encarcelamiento de opositores, ni por el atropello de turbas desenfrenadas a las indefensas Damas de Blanco, ni por las coerciones a las libertades individuales, ni por la imposibilidad de los cubanos de elegir directa y libremente a su presidente.
Entonces, ¿qué moral le asiste al señor Adolfo Pérez Esquivel para poner en tela de juicio los Premios Nobel de Barack Obama y la Unión Europea? Realmente ninguna. Solo que, al ser vertidas en la prensa oficialista cubana, esas declaraciones no hacen más que acercarnos a un dicho muy recurrente: el papel aguanta todo lo que le pongan.
Ramonet:
Maduro, dame lo mío, y te reconozco
-Sé que te vas a reunir con Maduro, ¿nos podrías adelantar lo que le vas a decir?, desliza el meloso Vladimir Villegas, al final de su programa especial que le hizo el viernes de 8 a 9 de la noche al director de Le Monde Diplomatique, el español Ignacio Ramonet, por Globovisión.
Ramonet, biógrafo de Fidel Castro y de Hugo Chávez, propagandista de la revolución bolivariana en Europa, eludió la pregunta “por razones obvias”, pero durante todo el programa demostró que conocía de punta a punta la travesía de Nicolás Maduro. Estaba preparado para su encuentro con el presidente venezolano. Lo describió como sindicalista que “siempre tiende la mano”, como parlamentario, como canciller y como “garante” del chavismo en el poder.
Hizo evidente que el propósito de su visita a Venezuela tenía (tiene) como objetivo adelantar convenios para intentar salvar una brecha desde siempre existente: Maduro no tiene épica, no tiene currículum heroico, no es un líder duro, no concuerda con la tradición que en quince años ha querido imponer la maquinaria chavista, se encuentra en la sima del favor popular, no “le paran bola”. Y se ofrece Ramonet para escribirle una historia conveniente que le convierta en el exterior del país en el cabal heredero de un Chávez, “al que admiro”.
Ramonet ha disfrutado de gran éxito político y económico en Venezuela, con Chávez. Durante una década puso su franquicia francesa impresa, Le Monde Diplomatique, a la orden de los populismos latinoamericanos. Chupa, además, de Cuba, de Ecuador, de Bolivia, de Brasil. Contribuyó en gran medida a sostener el mito del “buen salvaje latinoamericano”. Hizo escuela, junto con el mexicano-alemán Heinz Dieterich, en la internacionalización del “Socialismo del Siglo XXI”, manantial asumido muy pronto por los jóvenes politólogos españoles que luego fundaron Podemos (Iglesias, Monedero, Errejón, Serrano, Alegre, que hoy son auscultados en su país por financiamiento ilegal y cuentas oscuras). Ramonet inventó una edición venezolana de su particular Le Monde, y cobraba cifras muchísimo más astronómicas que las facturadas por sus congéneres. Un editor venezolano, actualmente en desgracia, me dijo que había visto cheques (¿Cuánto?, pregunté. No bajaban de 260 mil euros, respondió) expedidos por Pdvsa por concepto de ediciones especiales en las que se contaban las maravillas de la revolución.
(En una oportunidad, por el simple hecho de que le habían robado la cartera y con ella el efectivo y las tarjetas de crédito durante un toque técnico en Barcelona, un antiguo amigo periodista se hospedó en mi casa en Madrid. Una especie de asilo, que no se le niega a ningún desvalido. En Bucarest, Rumania, había sido invitado a la reunión anual que congrega Le Monde Diplomatique con su red de corresponsales y negociantes en diversas capitales. Me habló de las dificultades que la dirección estaba encontrando en Venezuela. La edición local no pasaba de 3.000 ejemplares, distribuidos en los ministerios y en los locales del PSUV. Cuando se hicieron los balances, contaba, sentía que le presionaban, aun cuando no era responsable de los contratos sino de la edición de los contenidos. Los negocios no fluían con tanta presteza, como cuando vivía Chávez).
La mejor porción se la estaba llevando Podemos, con más de tres millones de euros facturados en poco tiempo. Dieterich había desertado y se había colocado en la trinchera contraria, al punto de haberle puesto fecha (abril 2015) a la caída del régimen. La estima por la revolución bolivariana había bajado de intensidad en Europa. La figura Chávez (y su legado) se había revertido. Ya no se le consideraba un líder emergente, por cuanto se había constatado in extenso que los resultados de sus políticas habían conducido a Venezuela al despeñadero. Nadie quiere ese esquema. Ramonet tenía que actuar. Lo está haciendo. Pero su argumentación en favor del mito arrollador anti-capitalista que representaba su apuesta inicial, ahora se refugia en “Diplomacia venezolana debe actuar con sutileza en EEUU”, como resume Globovisión su participación en el especial nocturno de “Vladimir a la 1″.
BIOGRAFIA URGENTE
Ramonet va a decirle hoy a Maduro que necesita ayuda internacional urgente, y que él se la puede proporcionar. Podemos ha recogido velas. No le interesa exponerse, aunque tenga facturas por cobrar. Le felicitará por haber sacado a su antiguo benefactor Rafael Ramírez (Pdvsa, fuente principal de sus alcancías) de la cancillería y colocado a Delcy Rodríguez, hermana del alcalde caraqueño. Le dirá que ha sido una buena decisión haber colocado a Mauricio Rodríguez al frente de la vice-presidencia de información internacional, en el entendido de que habrá una recontraofensiva bien fondeada en ámbitos principalmente europeos. Mauricio es hijo de un antiguo militante del MIR, mi fallecido amigo Mariano Rodríguez, sin parentesco con los otros Rodríguez. Los ascendientes vienen de luchas en Chile y Venezuela, en el caso de Mauricio, y de Jorge, gran líder universitario de los ´70, reventado hasta la muerte, en el caso de Delcy.
(El amigo, el que buscó mi cobijo, me dice: La lucha interna es fuerte. No queremos a Maduro. Nadie quiere a Maduro. Nuestro hombre para dirigir al partido es Jorge Rodríguez).
Ido Dieterich, espantados los españoles de Podemos, el gallego Ramonet busca una nueva oportunidad para mantener su vida chulesca. Oportunidad difícil, porque hoy la cuesta es más sinuosa que la transitada una década atrás. Su competidor más cercano en el ámbito de los hagiógrafos es Ignacio Serrano Mancilla, director del Celag (Ecuador), economista español que cobra directamente como director de línea del laboratorio social de GIS XXI, organización fundada por el actual presidente del Banco Central de Venezuela, Nelson Merentes, y hoy dirigida por Jesse Chacón, ministro de energía eléctrica. Un enemigo menor. Ramonet le gana, por peteneras, por capacidad envolvente, por sagacidad.
Serrano Mancilla ha escrito un libro sobre un tema harto inconcebible: El Pensamiento Económico de Hugo Chávez, al que ni siquiera van los chavistas a sus presentaciones. Ramonet ha cortado y pegado cientos de párrafos de la extensa verbalización de Fidel Castro y se ha posicionado como jalabola superior.
Maduro le va decir, dale, Ramonet. Lo necesito. Y Ramonet le responderá con lo que todos pensamos…
(Año 2004)
Venezuela vive uno de los momentos más dramáticos de su historia. Está por consumarse un gigantesco fraude para desconocer millones de firmas de venezolanos que solicitan un referendo revocatorio del mandato presidencial de Hugo Chávez. La presión, ejercida de una manera descarada y contumaz por el propio Chávez y sus más cercanos seguidores, en especial por el Vicepresidente, los ministros, los diputados y los medios de comunicación del Estado, ha tenido eco en la mayoría de los miembros del Consejo Nacional Electoral, quienes, ante la evidencia de las firmas consignadas, se han valido de argucias y formalismos para invalidar un número de ellas que haga improcedente el referendo, en obediencia a las órdenes del presidente, empeñado en impedirlo, porque sabe que, de producirse, la revocación de su mandato es inevitable. Ante la posibilidad de perder el poder, el gobierno desarrolla ahora una campaña nacional e internacional dirigida a deslegitimar la recolección de firmas para el referendo revocatorio que fue desde el primer día calificada por el propio presidente como un "megafraude".
Los 3.475.000 ciudadanos que firmaron pidiendo su convocatoria lo hicieron, entre otras razones, por las siguientes:
1) La vocación inequívocamente despótica y totalitaria del presidente, demostrada por la tendencia al control absoluto de todos los poderes públicos, ya logrado en muy alto grado; 2) La militarización de la administración pública en todos sus niveles, incluyendo un alto porcentaje de ministros y de los gobernadores de los estados; 3) La violación descarada de la legislación y de la propia Constitución, tanto por el propio presidente, como por los funcionarios públicos en todas las instancias; 4) La militarización y partidización de la empresa estatal de petróleo (PDVSA) que conduce al deterioro de la más importante fuente de ingresos del país y su progresiva desnacionalización, al entregar la explotación de la misma a compañías extranjeras; 5) El desbarajuste económico, con un ruinoso control de cambios, una elevada inflación, una altísima y creciente tasa de desempleo, un dramático crecimiento de la pobreza y una marcada escasez de productos vitales, como alimentos y medicinas; 6) La división y desmantelamiento de las Fuerzas Armadas, y su sustitución gradual por una fuerza militar paralela al servicio, no del país, sino del gobernante y sus secuaces; 7) Una política internacional errática y desequilibrada, dirigida por el jefe del Estado en función de sus conveniencias y caprichos personales, y con grave lesión de los intereses del país; 8) Un gigantesco saqueo y despilfarro de los recursos financieros; 9) Una brutal represión de muchas manifestaciones populares, con el uso de las Fuerzas Armadas y de grupos de choque, de un falso origen popular, organizados y armados por órganos del gobierno; 10) La intimidación, por diversos procedimientos, de los medios de comunicación adversos al régimen y un total desprecio de la opinión pública; 11) El abandono de los servicios públicos, especialmente los de seguridad social, educación y salud, para sustituirlos por "misiones" de claro corte populista; 12) Una absoluta indiferencia ante el crecimiento desbordado del hampa común; 13) Un exacerbado culto a la personalidad como es típico de los gobernantes dictatoriales.
Para comprender la actual coyuntura venezolana resulta imprescindible resumir brevemente su origen.
En 1958 la insurrección del pueblo de Caracas obligó a las Fuerzas Armadas a derrocar al dictador Marcos Pérez Jiménez. Entonces los militares dieron una lección de civilismo, pues una vez depuesto el dictador propiciaron elecciones libres para escoger un gobierno civil y restablecer la institucionalidad democrática.
Fueron muchos los hechos positivos de los gobiernos que se sucedieron desde entonces, entre los cuales destacan la Constitución democrática de 1961; la nacionalización del petróleo y el hierro; la construcción de importantes obras de infraestructura; el formidable crecimiento cuantitativo de la educación preescolar, básica, media y superior; la creación de numerosas instituciones culturales.
Pero en el balance de esos cuarenta años también pesan innumerables fallas y vicios, como la corrupción en el manejo de los fondos públicos; el abandono progresivo de servicios vitales, como los de salud y educación, hasta hacerse irrisorios; la quiebra de la seguridad social; la gravísima inseguridad bajo el imperio del hampa; el deterioro de la economía; el debilitamiento y la corrupción de las instituciones fundamentales. Todo ello produjo una grave crisis política, económica y moral, y originó que, en dos ocasiones, se intentase, con el pretexto de la crisis, derrocar por la fuerza un gobierno que, aun con sus prácticas negativas, conservaba su legitimidad.
En 1998 la crisis había alcanzado cotas muy altas, y producido un gran malestar que amenazaba con generar brotes de violencia de gran magnitud, como ya había ocurrido en el pasado reciente, pero que ahora podrían tener consecuencias mucho más graves y hacerse incontrolables. Era notorio el repudio a los dos partidos que se alternaron en el poder desde 1958, y fracasaron al no construir una democracia estable, vigorosa y eficaz en el manejo honesto de la administración pública, el diseño de una economía próspera e independiente y la eficiencia de los servicios públicos básicos.
Fue en esas condiciones que, en las elecciones de 1998, insurgió la figura nueva, joven y carismática del Teniente Coronel Hugo Chávez, que venía con la aureola del héroe que encabezara el golpe militar del 4 de febrero de 1992. En esa ocasión densos sectores vieron con simpatía la insurgencia militar, pero el pueblo, siempre desconfiado de la incursión de los militares en la política, no salió a la calle a respaldar el movimiento, que fracasó en pocas horas y llevó a sus cabecillas a la cárcel.
En esta nueva ocasión, Chávez, revestido de la majestad del candidato presidencial, despertó un intenso y multitudinario entusiasmo, y logró en las urnas una votación ámpliamente mayoritaria. Decisivo en ello fue, junto al carisma y la novedad del candidato, su compromiso de acabar con la corrupción, impulsar la economía, reducir el desempleo, garantizar la seguridad social y personal, y, en general, conducir al país hacia metas de desarrollo y prosperidad, para lo cual contábamos con amplios recursos, que el candidato ofrecía administrar con pulcritud y eficacia. En tales condiciones era natural que grandes sectores, incluyendo grupos e individualidades de alto nivel de preparación política e intelectual, fuesen atraídos por el señuelo de aquella candidatura, y fueron muy pocas las voces que advirtieron sobre el riesgo de una nueva frustración, a las que desventurádamente no se escuchó.
Y la frustración, en efecto, no tardó en llegar. Chávez no entendió que su plan de gobierno, ese conjunto de ideas elementales y de promesas que entusiasmó a millones de venezolanos, requería para su aplicación de un amplio consenso, mediante una paciente labor de persuasión y convencimiento, aun cuando se supiese que siempre habría poderosos sectores refractarios a los cambios que el país reclama. En lugar de procurar la suma de voluntades, Chávez utilizó una arenga venenosa, orientada a fomentar la violencia, el odio de clases y la exclusión de inmensos sectores de clases media y alta, tildados por él de oligarcas. El lenguaje agresivo, procaz e injurioso, impropio de un verdadero jefe de estado, dirigido a descalificar los valores de las clases medias, le fueron enajenando su respaldo, y constituyen, junto a amplios sectores populares, una oposición cercana al 70%, que busca desalojarlo del poder mediante la revocación del mandato, derecho consagrado en la Constitución que el propio Chávez se dio a través de una Asamblea Constituyente que le era favorable casi en un ciento por ciento.
Denunciamos ante los colegas de todo el mundo la situación aquí apenas esbozada, en especial porque el gobierno de Chávez ha venido desarrollando una insidiosa y costosísima propaganda en el exterior, pagada con dineros del pueblo venezolano, la cual ha producido no poca confusión entre agrupaciones y personas fácilmente engañables por la distancia y el desconocimiento de lo que realmente ocurre en Venezuela. Esa propaganda pretende hacer creer que Hugo Chávez lideriza una revolución, que no va más allá de su desbordada fantasía, pues sus prácticas sólo han conducido a una verdadera catástrofe, a cuya sombra el gobernante y sus secuaces de todos los niveles han practicado el enriquecimiento ilícito más escandaloso de la historia venezolana, y han ido dando los pasos para la instauración en un futuro cercano de una brutal dictadura militar, bajo la engañosa imagen de un gobierno supuéstamente socialista o de izquierda, capaz de despertar los sentimientos utopistas que el pueblo venezolano, igual que todos los pueblos del mundo, abriga como solución a la pobreza y demás males de que padece, pero que en realidad sólo ha sido un gobierno personalista, autoritario y moralmente depredador. No obstante lo cual, el presidente Chávez ha sido tendenciósamente contumaz en negar el carácter democrático de la gran mayoría de quienes nos oponemos a sus prácticas autoritarias.
Álvaro Agudo (Prof. UCV)
Annabella Aguilar
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Francisco Alarcón
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Ramón Piñango (Prof. IESA)
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Flor A. Pujol
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Pablo Quintero
Luis Quiroga T. (Académico)
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Graciela Soriano (Prof. UCV)
Blanca Strepponi(Escritora)
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María Soledad Tapia (Prof. UCV)
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