EL Rincón de Yanka: 93 AÑOS DE "LA CRISTIADA", LA CRUZADA MEXICANA 🕂

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domingo, 5 de mayo de 2019

93 AÑOS DE "LA CRISTIADA", LA CRUZADA MEXICANA 🕂

93 años de "La Cristiada", 
la guerra mexicana 
que quisieron ocultar
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La autora, doctora en Historia, repasa en su 93 aniversario "La Cristiada", desconocida guerra mexicana, y califica el heroísmo de los cristeros de Epopeya de la Libertad.

La historia del cristianismo es la historia de la continua persecución y de la fuerza de la fe. No es la primera vez que nos la cuentan. Pero nunca viene mal recordarla. Y menos aún en nuestros días, donde dicha historia continua repitiendose. Durante décadas, se ocultó la Guerra Cristera se excluyó de los libros de historia, no se enseñó en las escuelas y solo se habló al respecto prácticamente en secreto entre los miembros de aquellas familias que habían dado la vida en ambos bandos del enfrentamiento. Quizás por ello se haya querido sacar a la luz esta parte desconocida y oculta de la historia de México.

La Guerra Cristera se produjo en respuesta a las leyes anticlericales de la mexicana Constitución de 1917, y su interpretación por la "violenta ateo", el presidente Plutarco Elías Calles. Aunque el conflicto entre Iglesia y el Estado marcó la presidencia de Álvaro Obregón (1920-1924), que "acusó al clero de ser sincero y de producir un conflicto", pero habló de Jesucristo como "'el más grande socialista que ha sido conocido por la humanidad'", fue con la elección de Calles en 1924 que las leyes anticlericales se aplicaron de la forma más rigurosa en todo el país. Calles también agregó su propia legislación anticlerical, incluyendo el requisito de que el ministerio de los sacerdotes les fuera prohibido a menos que esté autorizado por el estado. Las autoridades estatales comenzaron entonces a limitar el número de sacerdotes de modo que áreas extensas de la población se quedaron sin cura en absoluto. Después de una persecución del ministerio sin licencia, las iglesias fueron pronto expropiadas para su uso como garajes, establos, museos y similares, y los obispos mexicanos, deportados o asesinados. Como último recurso de protesta fue suspendido todo el ministerio restante y se instó al pueblo a protestar por la persecución de su fe. Calles presidió la peor persecución de los católicos y el clero en la historia de México y una de las peores de la historia mundial, incluyendo el asesinato de cientos de sacerdotes y otros clérigos.

El uso de la vestimenta clerical fuera de las iglesias fue prohibido durante su gobierno y los sacerdotes que ejercían su derecho de expresión política podrían ser encarcelados por cinco años.

Pío XI, influido por los obispos norteamericanos, (al servicio de su gobierno), aprobó el Acuerdo e instó a los cristeros a deponer las armas.

En un acto de obediencia heroico los cristeros obedecieron, pero quien no cumplió el pacto fue el gobierno que detuvo y ejecutó a 1500 cristeros. El gobierno volvió a permitir el culto pero nada más. La legislación anticristiana y promasónica continuó durante muchos años.

Washington intervino y a través de su embajador en México Dwight Morrow “medió” en una negociación entre el gobierno y algunos obispos mexicanos más “liberales” (los cristeros no fueron admitidos a negociar) que dio origen a los llamados “Arreglos” por los cuales los Cristeros se comprometían a disolver su ejército (la Guardia Nacional) y entregar las armas a cambio de que el gobierno se comprometiera a no aplicar la legislación anticristiana (aunque ésta no sería derogada). Pío XI, influido por los obispos norteamericanos, (al servicio de su gobierno), aprobó el Acuerdo e instó a los cristeros a deponer las armas.
El 18 de noviembre de 1926, el Papa Pío XI promulgó la encíclica (Iniquis Afflictisque) denunciando la grave persecución de los fieles en México y la privación de los derechos de los fieles y el Iglesia.
Muchos católicos mexicanos se sintieron traicionados por Pío XI, pero en realidad éste había sido engañado en su buena fe tanto por el gobierno norteamericano (apoyado por sus obispos) como por su propio Secretario de Estado el filoliberal Cardenal Gasparri a quien en 1930 sustituyó por el mucho más conservador Cardenal Pacelli (futuro Pío XII). A partir de 1930 el Papa Pío XI reconoció el fracaso de su política mexicana y dedicó nada menos que 3 encíclicas a México en 1932, 1933 y 1937 en las que alabó y justifico explícitamente la resistencia armada de los Cristeros. Era demasiado tarde pero demostró su buena fe.


Caritate Christi Compulsi (3 de mayo de 1932)



Todo lo ocurrido respecto a México y la Guerra Cristera sirvió de lección a Pío XI en su política respecto a España, el nuevo campo de batalla entre la lucha el Bien y el Mal durante los años 30. Cuando la persecución a los católicos se hizo evidente, tanto con la quema de cientos de iglesias en 1931 y 1932, como a nivel institucional con la Constitución republicana de 1931, los obispos españoles publicaron con 2 Cartas pastorales colectivas ya en 1932 y 1933 denunciando la sitaución cada vez más difícil de los católicos en España. En junio de 1933 el Papa promulgó la Encíclica Dilectissima nobis denunciando la persecución anticristiana en España. La victoria electoral del centroderecha en 1933 posibilitó la formación de gobiernos de centroderecha hasta 1936 y la persecución institucional cesó, pero en el intento golpe de estado revolucionario de octubre de 1934 volvieron a arder las iglesias y a ser asesinados los católicos. En febrero de 1936, tras una victoria electoral falsa y fraudulenta de la izquierda ésta volvió al poder y se reanudó la persecución.



Entre 1926 y 1929, el feroz ateo presidente mexicano Plutarco Elias Calles lanzó una guerra implacable contra la iglesia católica de su país, más tarde conocida como la Guerra Cristera. En cuanto a la reforma del código penal, el presidente mexicano quiso a toda costa erradicar el catolicismo de México, imponiendo la ley Calles. La aplicación de esta ley anticlerical en todo el país ha llevado a medidas drásticas por parte del gobierno, como la búsqueda de bienes eclesiásticos y el cierre de monasterios y conventos. De la misma manera, todos los miembros extranjeros del clero han sido repatriados a sus países.



Ante esta opresión, los católicos mexicanos primero organizaron protestas pacíficas en todo el país y más de un millón de firmas se reunieron y presentaron al Congreso para exigir la derogación de la ley en vano. Al ver que todas las formas pacíficas se agotaron, los opositores lanzaron un boicot económico. Con la bendición del Vaticano, se acordó, la abstención del pago de los impuestos y la reducción del consumo de los productos del Estado, como la gasolina. Este boicot dio sus frutos y paralizó la economía del país, lo que llevó al gobierno a responder con arrestos, intimidación y ejecuciones. Los sacerdotes se detuvieron para oficiar la misa, temiendo que los fieles fueran torturados.

Este enfrentamiento entre el gobierno y los Cristeros se cobró la vida de decenas de miles de personas y al menos 40 sacerdotes fueron asesinados. Entre las víctimas se encontraba José Sánchez del Río, un cristiano de 14 años. Antes de matarlo el 10 de febrero de 1928, los soldados le torturaron cortandole los dedos con un cuchillo y lo obligaron a caminar descalzo hasta su último lugar de descanso, el cementerio del Sahuayo.

Una vez en el cementerio, José fue apuñalado por los soldados. A cada golpe, gritaba: “¡Viva Cristo Rey, viva la Santa María de Guadalupe!” Luego, un líder militar disparó dos balas en su cabeza, arrojando su cuerpo sin vida a una pequeña tumba. Al comienzo de esta guerra, el Vaticano, impotente ante este derramamiento de sangre, solo pudo publicar una carta encíclica firmada por el Papa Pío XI al clero y creyentes de México para darles valor y esperanza durante esta persecución. Después de tres años de levantamientos y por iniciativa del embajador de los Estados Unidos en México, Dwight Morrow, se negocia una tregua entre el gobierno mexicano y los Cristeros, pero no terminará la persecución de los líderes cristeros, ni de la iglesia. A pedido del Vaticano, los cristeros dejaron las armas y aceptaron la tregua, pero el gobierno continuó persiguiéndolos y ejecutándolos hasta 1934, cuando Lázaro Cárdenas llegó a la presidencia. México nunca olvidará esos años oscuros, pero su iglesia, gracias a la fe de sus fieles, ha seguido creciendo.

Niños mártires, asaltos de trenes, vías férreas pobladas de ahorcados, indómitos guerrilleros, brigadas de valientes mujeres con voto de silencio, emboscadas en sierras desérticas, Caballeros de Colón antimasónicos, el KukuxKlan y traiciones de un gobierno anticlerical son los fascinantes elementos de La Cristiada o la Guerra Cristera (1926–1929), la guerra religiosa más dramática, sangrienta y desconocida de la historia de América de la que ahora se cumplen sólo 90 años. Una tragedia que fue prácticamente borrada de los libros de Historia. Su grito de lucha: Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe.

El famoso Emiliano Zapata luchó con diez mil hombres y Pancho Villa con veinte mil, pero los desconocidos cristeros consiguieron movilizar a cincuenta mil combatientes, apoyados por todo un pueblo. Fue una guerra por la libertad que se convirtió en un verdadero "martirologio" ya que en esa persecución sangrienta y salvaje, cientos de religiosos y laicos católicos fueron asesinados por su fe. Un capítulo bélico recogido en cientos de fotografías blanquinegras que sorprenden por su fuerza y magnetismo.




Conspiración de silencio

La Guerra Cristera, hasta 1980 fue tabú en los estudios históricos y políticos mexicanos. La Historia "oficial" -en las raras ocasiones que los llegaba a mencionar- los calificaba como "rebeldes al gobierno". Pese a su importancia, se intentó borrar de la memoria y se transmitió casi en secreto entre los miembros de las familias que vivieron el enfrentamiento.


La Ley Calles
La anticlerical Constitución mexicana de 1917 había incluído medidas draconianas contra la Iglesia, negaba su reconocimiento legal, limitaba a los sacerdotes, prohibía la educación religiosa, nacionalizaba las propiedades de la Iglesia e ilegalizaba la celebración de ceremonias fuera de los templos. Sin embargo, dada la mayoría católica nunca se aplicó de forma estricta hasta 1926. Ese año el Presidente Plutarco Calles promulga "la Ley Calles": multas y cárcel por negarse a disolver comunidades religiosas, por enseñanza de la religión, por publicaciones piadosas, por expresar públicamente las creencias y la expulsión de sacerdotes extranjeros, incautación de iglesias, conventos y monasterios e inventarios de los bienes. También prohibe las sotanas a los curas mexicanos, y se mandaron quemar todos los documentos de la Iglesia, incluidas la Fe de bautismo de todas las personas. Todo acto católico era prohibido por la ley. La iglesia suspende el culto público y se va a la clandestinidad, a modo de la época de las catacumbas.
Al principio, los fieles y la jerarquía se resistieron a la Ley Calles de forma pacífica y organizan su brazo político: la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR) . Protestas, un millón de firmas pidiendo la abolición, boicot económico... no hubo alzamiento armado ni tácticas de resistencia civil hasta que no se agotaron todos los recursos legales y pacíficos posibles. El Gobierno, viendo el poder que adquirían, intensificó su ataque con arrestos, intimidaciones y comenzaron las ejecuciones y violentas represiones por parte del ejército.
Ante los atropellos y desmanes, el pueblo a empezó a armarse de forma espontánea y aparecen las primeras guerrillas, compuestas por campesinos que comienzan a sublevarse al grito de: "¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!, Fueron conocidos desde entonces despectivamente con el nombre de Los Cristeros.


La rebelión cristera
La resistencia armada comenzó en Jalisco con levantamientos esporádicos hasta que se difundió por todo México. El gobierno declara la guerra a la Iglesia Católica y se convierte en una auténtica guerra civil.
La Liga organiza la lucha y da el mando al general liberal Enrique Gorostieta, experto en guerra de guerrillas y estrategia militar. Pasarán de ser una tropa espontánea y desharrapada a ser un ejército disciplinado de 50.000 hombres, divididos en regimientos y con jefes legendarios, como los curas-generales padre Vega y padre Pedroza.


Las Brigadas Bonitas
Las brigadas femeninas de Santa Juana de Arco (BB) fueron creadas para suministrar municiones, pertrechos y dinero, provisiones, informes, refugio, cura y protección a los combatientes Cristeros. Llegaron a ser 25.000 mujeres. Su estructura era militar y jerárquica porque eran consideradas un cuerpo más de combate. Pero este movimiento trabajaba en total clandestinidad, imponiendo a sus miembros un juramento de obediencia y secreto por lo que era de gran eficacia. La mayor parte de las mujeres eran célibes, para evitar dejar huérfanos o evitar chantaje, si eran hechas prisioneras
Sus métodos para obtener fondos incluían las acciones directas. Transportaban las municiones en chalecos o en carros cubiertos de maíz o cemento, hasta las zonas de combate, donde posteriormente a lomo de mula las hacían llegar a los cristeros. El ingenio y la audacia de aquellas jóvenes fueron legendarios y llegaron a abastecerse directamente en las fábricas militares de la capital, mediante la seducción o la connivencia de operarios católicos y de algunas autoridades.


Un enfrentamiento desigual
El ejército de Calles, bien armado, comido y vestido, era llamado por el pueblo: "los federales", o "comecuras". contaba con 80 mil hombres. La mayoría de los insurrectos eran campesinos pobres, mal equipados y peor armados, pero la gran desigualdad de hombres y armas no detuvo a los cristeros. Su profunda fe en Cristo les daba una gran fuerza moral. En las zonas donde la rebelión parecía ser aplastada, a los pocos días resurgía con más fuerza. La ferocidad de la milicia y el ensañamiento con los campesinos, hizo que los cristeros fueran apoyados por la población.
Ante la imposibilidad de controlar la insurección, el gobierno organizó "concentraciones". Se obligaba a los campesinos a reunirse en poblados determinados.Si esto no sucedía, las gentes eran fusiladas sin previo juicio, lo que significó pérdida de cosechas y hambre para la población civil. Los sacerdotes que permanecieron en el campo, lo hicieron con gravísimo riesgo y permanecieron escondidos con la protección de los fieles, que en muchos casos fueron también ejecutados por darles cobijo .El británico Graham Greene viajó poco después de la guerra a México y recogió muchos testimonios directos de la rebelión cristera.. "Todos los curas eran perseguidos y muertos –escribe Green en una de sus novelas más célebres: El poder y la gloria-, excepto uno que subsistió durante diez años en las selvas y los pantanos, aventurándose sólo de noche..."

Una táctica exitosa entre los cristeros fue el ataque a trenes, que obligó al ejército federal a destacar hombres en puentes, túneles y estaciones; Ahí se produjo su único crimen de guerra: el incendio de un tren antes de su completa evacuación.
Tácticamente, la guerrilla cristera superaba a las milicias regulares. En pequeños grupos, atacaban, intempestivamente, y huían con facilidad a la sierra gracias a su destreza como jinetes y a su conocimiento del terreno. Siempre portaban el estandarte de la Virgen de Guadalupe y de cada pecho de soldado colgaba una gran cruz, cual fresco epopéyico de un cuadro de Ferrer- Dalmau. El l ejército federal, mucho más desarrollado en la infantería se veía imposibilitado a proseguir la persecución. Dada su inferioridad, táctica el gobierno apela al terror sistemático no sólo contra las poblaciones involucradas en la insurrección, sino contra aquellas sopechosas de estarlo.

Una cruel represión
Los Cristeros a quienes se hacía prisioneros eran pasados por las armas. Pena de muerte era también el castigo de quienes ayudaban a los rebeldes, de los que bautizaban a sus hijos, asistían a las misas clandestinas o se casaban por la Iglesia.. Muchos civiles sucumbieron en ocasiones víctimas de matanzas colectivas. Los lunes había fusilamientos y muertes en la horca, en público.
Turistas norteamericanos denunciaban en la prensa americana la presencia de ahorcados en los postes telegráficos a lo largo de las vías férreas y de las carreteras y los Caballeros de Colón, asociación católica antimasónica, recaudan un millón de dólares en Estados Unidos para ayudarles, lo que contrarresta el Kukluxklan ofreciendo ayudar a Plutarco Calles multiplicando por diez esta cifra.
La tortura se practicaba sistemáticamente, no sólo para obtener informes, sino también para hacer que durara el suplicio, para obligar a los católicos a renegar de su fe y para castigarlos eficazmente, ya que la muerte no bastaba para asustarlos. "Caminar con las plantas de los pies en carne viva, ser degollado, quemado, deshuesado, descuartizado vivo, colgado de los pulgares, estrangulado, electrocutado, quemado por partes con soplete, sometido a la tortura del potro, de los borceguíes, del embudo, de la cuerda, ser arrastrado por caballos... Todo esto era lo que esperaba a quienes caían en manos de los federales».(Jean Meyer, La Cristiada, tomo III,.).

Negociación: "Los arreglos"
En 1929 el ejército federal estaba formado por 100.000 hombres. Las milicias cristeras se calculaban en 50 000 hombres, pero controlaban la mitad de los 30 estados de México poniendo en jaque al gobierno de Plutarco Calles, que ante las inminentes elecciones presidenciales ve la coyuntura idónea para que el conflicto se resuelva. Calles apela embajador norteamericano Morrow, porque necesitan del petróleo mexicano y a quienes también conviene la paz interior del país, La Santa Sede presionada por los Caballeros de Colón impone entonces la necesidad de una salida política que se consigue con “ los arreglos”.
La ley de Calles se suspende pero no se deroga; se otorgaba amnistía a los rebeldes; se restituían las iglesias y la Iglesia podía realizar los cultos. Los cristeros en obediencia al Vaticano empiezan a deponer las armas, pero sólo para ser cazados y ejecutados porque fue una trampa. Calles rompió los compromisos y durante los tres primeros meses después de la tregua, más de 500 líderes y 5.000 cristeros fueron ejecutados. Murieron más líderes cristeros durante ese breve periodo de tiempo que durante tres años de guerra.
Dicotomía: héroes mártires o contarrrevolucionarios
Durante décadas el PRI fue abiertamente hostil a la Iglesia. De hecho México no mandó embajada al Vaticano hasta fines de los 60 y no reconoció su status jurídico hasta 1990 con Salinas de Gortari.
Con la perdida del gobierno vitalicio del PRI, el episodio cristero adquirió visibilidad y se desató la disputa en torno a su reivindicación como legado a valorar. Parece que molesta el heroísmo del martirologio cristero y se ha alentado su rechazo dentro de la historia mexicana por ser "contrarrevolucionarios antimodernos". Se carga las tintas en la responsabilidad de la iglesia que intentaba evitar perder sus riquezas y privilegios ( poseía más de la mitad del territorio nacional) , en abordar la rebelión como simple bandidaje o como una revancha de los revolucionarios derrotados También añaden otros factores como la masonería, el jesuitismo, el sinarquismo o la ideología jacobina.

Canonizaciones, la obra de Meyer y la película Cristiada
En los últimos años tres hechos fundamentales han apoyado la difusión de este capítulo apasionante de la historia mexicana.
El primero fue el reconocimiento de la Iglesia de los martires en 1988 de los cuales 25 fueron canonizados por Juan Pablo II en el año 2000 y 13 beatificados en 2005. Este mismo año 2016, el Papa Francico santifica al Niño José, un niño Cristero que muere defendiendo a Dios tras sufrir terribles torturas.
El segundo fue el ingente trabajo del francés Jean Meyer, que en la década de los 90 saca a la luz información prohibida y oculta. Publica tres tomos titulados La Cristiada / Historia de la guerra mexicana por la libertad religiosa. Meyer jugó una carrera contra el tiempo para salvar la memoria de estos soldados anónimos entrevistando a cientos de combatientes y testigos directos (Macías Villegas, el último cristero falleció hace apenas unos meses).
El tercero es la película Cristiada, un film con actores muy conocidos como Andy García quizás en el mejor papel de su carrera como Goriostieta, Peter O Toole o Rubén Blades. Un film cuya visión desconociendo el episodio histórico asemeja un cuento fantástico y maniqueo pero que, con licencias, es completamente riguroso. El capítulo de José el niño cristero y su camino al cadalso, pudiera parecer toda una fantasía hagiográfica de no estar bien confirmado por decenas de testigos.
Y aunque en la Cristiada pudieran gravitar factores políticos y económicos, fue el factor religioso la única razón que llevó al pueblo mexicano a levantarse en armas. Fue la heróica reacción de una sociedad campesina, tradicional y católica contra el autoritarismo y control de un Estado nacido de la Revolución de 1917. Un movimiento popular, que se alzó para defender un modo de vida contra una reforma que pretendía borrar al Cristianismo de sus vidas, para ellos entonces lo más sagrado de su existencia.

La Cristiada fue una epopeya, y por encima de otras circunstancias políticas o económicas, una guerra por la libertad, por ello, los cristeros, esos valientes davides contra el Goliat de un gobierno totalitario, deben ser recordados como héroes. El heroísmo de dar su vida en un enfrentamiento desigual por defenderla. 
El problema es que cuando la libertad, uno de los derechos fundamentales del hombre, es ejercer la religión y además la católica, es cuestionada en muchos ámbitos, como comentamos en nuestro polémico artículo de MUNDIARIO Los mártires beatificados murieron por su fe pero tuvieron verdugos políticos.
De hecho, la película Cristiada, dada su temática, tuvo problemas en España e incluso llegó a boicotearse su estreno en salas por lo políticamente incorrecto de sus posibles paralelismos con la Guerra Civil española. Pero fue sobre todo por la inconveniencia de que estos héroes anónimos mexicanos sacrificaran su vida por el mismo motivo y al mismo grito que miles de españoles en la trágica contienda: el !Viva Cristo Rey! que los cristeros lanzaban, a modo de proclama inquebrantable, antes de entrar en la batalla, y que era también el grito que sus mártires, después de haber perdonado a sus ejecutores, repetían antes de ser asesinados.

POR UNA MAYOR GLORIA - CRISTIADA

¡VIVA CRISTO REY!

¿Cómo ser CRISTERO en la actualidad? Entrevista P. JAVIER OLIVERA RAVASI @QNTLC Contrarrevolución

¡Viva Cristo Rey! Cristeros y contrarrevolución - La Sacristía de La Vendée: 29-06-2023

LA CONTRARREVOLUCIÓN 
CRISTERA

Una verdadera guerra de religión, nunca antes vista en nuestro continente, se desencadenó a partir de ciertas leyes persecutorias contra la Iglesia y sus fieles, en el México de 1926 a 1929. En el conflicto, una gran parte del laicado católico, haciendo uso de los medios pacíficos primero, y violentos después, se alzó en armas contra el gobierno, incluso con el pesar de una gran parte de la jerarquía eclesiástica que dubitaba sobre el curso de acción a seguir.Al grito de «¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!» los católicos mexicanos intentarán defender los derechos de Dios contra un Estado empecinado por la ideología laicista y anticristiana.Tanto el gobierno como el Vaticano, con la connivencia de los Estados Unidos, luego de entender que la lucha podía ser perjudicial, llegarán a un acuerdo o modus vivendi que los combatientes aceptarán a regañadientes, sabiéndose destinatarios de una muerte segura.Juicios de valor acerca de la obra“Expone claramente la que es su tesis, maneja conceptos bien definidos y arma su discurso muy lógicamente… a través de las obras clásicas que utiliza muy bien. Defiende con pasión a los cristeros, lo que contribuye en mucho a la originalidad de su trabajo (Jean Meyer, del Dictamen como jurado en la tesis doctoral del Autor)“Es para mí una verdadera satisfacción anteponer algunas líneas a este excelente estudio sobre la gesta de los cristeros, uno de los episodios más gloriosos de la Iglesia del siglo XX. (…) En México, hasta hace poco, no se podía ni hablar de este asunto. Había que borrar hasta la memoria de los hechos. Javier Olivera Ravasi ha tenido el coraje de no acatar dicha inicua decisión y, a fuer que lo hizo con diáfana inteligencia” (Alfredo Sáenz, del Prólogo).“Un trabajo valiosísimo que se enfrenta a la conspiración del silencio contra la gran contrarrevolución católica hispanoamericana” (Enrique Díaz Araujo, Director de la tesis doctoral del Autor).

Prólogo 
P. Alfredo Sáenz, SJ

Es para mí una verdadera satisfacción la posibilidad que se me ha ofrecido de anteponer algunas líneas a este excelente estudio sobre la gesta de los cristeros, uno de los episodios más gloriosos de la Iglesia del siglo XX. Nos limitaremos en estas páginas a destacar los principales logros del autor.

Más allá de las interpretaciones meramente económicas o políticas, el Padre Javier Olivera Ravasi enmarca este combate en el contexto de la gran visión agustiniana de la historia. «Dos amores fundaron dos ciudades —decía aquel Padre de la Iglesia y gran teólogo de la historia—: el amor de Dios hasta el menosprecio de sí, la Ciudad de Dios, y la exaltación del hombre hasta el menosprecio de Dios, la ciudad del mundo». Es decir que el acontecer histórico, para que pueda ser entendido cabalmente, debe ser considerado desde los ojos de Dios y del gran designio divino de redención de la humanidad por la sangre de Cristo. Fueron dos cosmovisiones que se enfrentaron en el curso de los siglos. En el siglo XX adquirió un poder especial la facción de la «modernidad». Excluyente de Dios, enemiga de la Realeza de Cristo.

El Padre Javier Olivera Ravasi se explaya en su libro sobre estos temas. Destaquemos el aleccionador análisis que nos ofrece sobre la masonería en el siglo XIX y primeros decenios del XX, con especial atención a sus diversos grupos y obediencias. A ello podría sumársele también, no sólo el ideario de la Revolución Francesa, sino el de la Revolución Soviética, cuyos dirigentes tomaron el poder en Rusia en el año 1917, poco antes del levantamiento cristero, inspirando explícitamente a los sindicatos dependientes del gobierno perseguidor.

El lema del levantamiento católico fue realmente categórico: «Por Dios y por la Patria». La lucha se llevó adelante en defensa del catolicismo y del nacionalismo mexicano, jaqueados ambos por el enemigo de Dios y de la Patria, aquel enemigo que detentaba el poder, con el respaldo del extranjero. Tratábase de dos amores jerarquizados: el amor a la Patria conculcada, subordinado al amor de Dios. Por eso los caídos en aras de la Patria pueden ser considerados auténticos mártires, según las enseñanzas de Santo Tomás. El grito habitual de aquellos héroes: «¡Viva Cristo Rey!», les mereció el nombre sarcástico de «cristeros», dado por sus enemigos  llegó a ser no sólo una simple consigna o fórmula de reconocimiento, sino toda una definición. Cuando San Agustín trató de las Dos Ciudades no dejó de señalar que cada una de ellas tenían su propio rey: el de la Ciudad de Dios era Cristo y el de la ciudad del mundo era Satanás.

Nada, pues, de extraño que los dos ejércitos contendientes vivaran a sus respectivos Capitanes. A la pregunta de los «federales», es decir, de los soldados del Gobierno perseguidor: «¿Quién vive?», los cristeros siempre contestaban: «¡Viva Cristo Rey!». Los adversarios, por su parte, no vacilaban en gritar: «¡Viva Satán!». Tratóse, realmente, de una guerra religiosa, como lo hemos señalado reiteradamente. De una guerra teológica. Calles, el jefe de la represión, recibió de parte de algunos cronistas, el calificativo de «un hombre místico». Tratábase, por cierto, de una mística, pero invertida, la de Satanás. El presidente perseguidor entendía, si bien a su manera, que el combate que estaba librando, no era reductible a designios meramente políticos, sino que escondía raíces religiosas. Un periodista norteamericano que lo entrevistó por aquellos días sobre la cuestión religiosa, nos confiesa que quedó consternado por el temor ante las palabras que le oyó decir: «Vi en el fondo de ellas no el odio de una vida, sino de muchas generaciones de odio». Algo semejante manifestaría Portes Gil, quien sucedió a Calles en la presidencia de la República, al término de un banquete: 
«La lucha no se inicia, la lucha es eterna. La lucha se inició hace veintes siglos». Podríamos decir, por nuestra parte, que empezó aún antes, mucho antes, al comienzo de la historia humana, habiendo encontrado su momento crucial en el enfrentamiento personal entre Cristo y Satanás en el desierto. Un testigo presencial nos cuenta que durante el transcurso de la guerra cristera, asistió, en Guanajuato, a un banquete en la zona enemiga, que degeneró en auténtica orgía. Y que el general que la presidía «después de gritar contra Cristo y contra la Inmaculada Virgen, con vocablos inmundos, principió a aclamar a Lucifer por quien brindó entre gritos de aprobación». Las injurias eran contundentes: «¡Muera Cristo! ¡Abajo Cristo! ¡Aplastemos a Cristo! ¡Nuestro dios sea Lucifer! ¡Él sea nuestro jefe! ¡Arriba Lucifer! ¡Viva Lucifer!».
Quisiéramos destacar, para ir concluyendo, el modo tan sapiencial como el autor ha encarado el último y penoso capítulo de nuestra gesta, el de los denominados «Arreglos», si es que arreglos pueden llamarse, que dieron fin a la contienda. El Padre Olivera Ravasi va señalando, con la delicadeza y el respeto debidos, las diversas responsabilidades en este «acuerdo», que muchos de los firmantes sabían que no se cumpliría. La Iglesia cedía en sus posiciones anteriores, y el Estado se comprometía, sin derogar las leyes, esas mismas leyes que habían sido causa del levantamiento, a permitir que se abrieran de nuevo los templos del país.

Refiriéndose a la epopeya de la Vendée, ocurrida en Francia dos siglos atrás, de la que la gesta de los Cristeros es casi como su réplica, un autor francés, Reynald Secher, señaló que el genocidio de vendeanos, que tras la victoria llevó adelante el ejército de la Revolución Francesa, siguió un nuevo genocidio, pero ahora intelectual —él lo denomina memoricidio— merced al cual la epopeya se convertía en un tema tabú, del cual no había que hablar, un tema voluntariamente olvidado. Según la versión oficial se trató de un grupo de «bandidos» que se levantaron en armas y fueron sofocados. También en el presente caso hemos presenciado un largo memoricidio. En México, hasta hace poco, no se podía ni hablar de este asunto. Había que borrar hasta la memoria de los hechos. Javier Olivera Ravasi ha tenido el coraje de no acatar dicha inicua decisión y, a fuer que lo hizo con diáfana inteligencia. Nuestras más cálidas felicitaciones.
P. Alfredo Sáenz, SJ



VER+: 

LA HISTORIA NO CONTADA DE LOS CABALLEROS 

DURANTE LA CRISTIADA


El movimiento cristero fue el inicio de la nueva acción que los católicos emprendieron contra el Estado posrevolucionario, enmarcados en un conflicto irreconciliable entre Iglesia-Estado, avivado por la Constitución de 1917. Desde ese momento, el antagonismo entre esas dos fuerzas condicionaría la posición de los movimientos de la derecha católica en el acontecer sociopolítico del México contemporáneo. El conflicto cristero puso en tensión la estabilidad social y política del régimen callista. Durante 1927 y 1928, el movimiento desestabilizó la vida regional del centro-occidente de México, poniendo en evidencia el arraigo social que tenía la lucha católica.