EL SOLDADITO DE PLOMO:
CUENTO DE DIGNIDAD
Al final del cuento hay una serie de preguntas para conversar con los pequeños.
Todo empezó con el viejo cucharón de plomo que tenían unos herreros. Decidieron fundirlo y, con el material, hicieron veinticinco soldaditos. Pero el plomo no fue suficiente y a uno lo dejaron sin pierna izquierda. A pesar de eso, le pintaron su uniforme y lo empacaron con los otros en una caja de cartón. Un señor los compró para regalarlos a su hijo. —¡Qué bonitos son! —dijo el pequeño Eduardo al formar al grupo de combatientes. —Pero mira, a este pobre le falta una pierna. Fuera de su caja, el soldadito sin pierna vio fascinado los otros juguetes y lo atrajo un pequeño castillo de cartón que parecía real.
En uno de sus salones una bailarina vestida de azul hacía una graciosa pirueta girando sobre una pierna. —¡Es como yo! —exclamó el soldadito— sólo tiene una pierna. —No —le dijeron sus hermanos— lo que pasa es que está bailando. —Es preciosa y quiero ser su amigo —les comentó. —No te hagas ilusiones. Ella es una princesa y tú, un soldado raso —explicó uno de los mayores. Aquella tarde, Eduardo no guardó bien los juguetes y dejó al soldadito en la esquina de una ventana. A las doce de la noche, el trompo, las muñecas, el yoyo, las figuras de cuerda y los animales de tela cobraron vida en una alegre fiesta. Sólo él y la princesa permanecían quietos. De un baúl salió un malvado gnomo que le dijo: —Nunca serás su amigo. Eres un pobre soldado sin pierna y ella es nuestra princesa.
El soldadito no respondió nada y se quedó dormido. Soñó que era capitán, que tenía las dos piernas y bailaba un dulce vals con su amada. Al día siguiente, cuando Ofelia la cocinera abrió la ventana, el aire se llevó al soldadito que quedó a media calle. Cayó un aguacero y quedó empapado. Cuando salió el sol, dos pequeños lo encontraron. —Mira que figurilla —comentó uno— seguro perdió la pierna en la guerra y no puede caminar hasta casa. Vamos a ponerlo en un barco de papel. Colocaron el barco en un arroyo y fue a dar a una alcantarilla. El soldadito tenía miedo pero se negó a dejarlo. “Mi honor lo impide” se dijo. Una malvada rata, reina del drenaje, quiso detenerlo, pero la corriente lo llevó a una cascada. La caída fue terrible; el barco quedó destruido, el soldadito estaba a punto de ahogarse, ya sólo se veía la punta de su rifle… y entonces llegó un pez y se lo tragó. Nadó corriente abajo hasta que un pescador lo atrapó y lo llevó al mercado.
Por una casualidad, allí lo compró la cocinera Ofelia y, al prepararlo, se sorprendió al hallar al soldadito. Eduardo brincó de gusto y la figura se alegró de estar cerca de sus hermanos, del castillo y la bailarina. Quiso llorar, pero la disciplina se lo impidió. Un amigo de Eduardo, malaconsejado por el gnomo, comentó entonces: —A ver si también se salva del fuego— y lo arrojó a la chimenea. El calor empezó a derretirlo y, a través de las llamas, el soldadito miró a la bailarina, que le sonrió. El viento abrió la puerta y la arrastró hasta la chimenea. Ella y el soldadito estaban juntos por fin. Antes de que las llamas los destruyeran se dieron un beso. Al día siguiente, cuando Eduardo estaba recogiendo las cenizas, halló que las dos figuras se habían fundido en un corazón de plomo. Lo tomó y lo guardó toda su vida. —Adaptación de un cuento de Hans Christian Andersen
¿Y tú qué piensas…?
•Por faltarle una pierna ¿el soldadito valía menos que sus hermanos?
• ¿Se acobardó en algún momento de la historia?
• ¿Cómo conquistó el amor de la bailarina?
• ¿Por qué guardo Eduardo el corazón?
Para reflexionar
Lo más interesante de la dignidad es que jamás puedes perderla, pero sí puedes hacerla crecer. Un elemento que te permite pertenecer al “club de la Humanidad” es la capacidad de pensar, que nos hace diferentes de los animales. Gracias a la inteligencia puedes ir modelando tu vida hasta hacer de ella lo mejor. Para lograrlo es importante tener cuidado en las decisiones que tomas, aplicarlas con dedicación tratando siempre de ser un ejemplo para los demás. Invita a los otros a que hagan crecer su dignidad y, al mismo tiempo, toma de ellos sus buenos ejemplos. ¿Te imaginas qué pasaría si todos reconociéramos nuestro propio valor y el de los otros? ¡La humanidad sería un verdadero conjunto de hermanos! Hoy mismo puedes empezar. Acuérdate: es una tarea en la que todos tenemos que reconocer nuestro valor y oportunidades y los de los demás.
Por ejemplo: el joven debe saber que el anciano necesita ayuda; pero el anciano debe reconocer que el joven debe disfrutar todo lo bueno que le permite su edad. Al mismo tiempo debemos ser “policías de la dignidad” y frenar cualquier abuso contra ella: evitar que se maltrate a las mujeres o niñas, que se humille a las personas enfermas o pobres, que se le quite a los demás la oportunidad de ser felices y estar alegres. Esta lucha nunca se detiene y dura toda la vida. No importa si no consigues grandes resultados: tu dignidad está en el esfuerzo.
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