EL Rincón de Yanka: COLONIALISMO

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miércoles, 16 de febrero de 2022

¿QUÉ GUERRA DE UCRANIA? Y LA OTRA GUERRA DE UCRANIA por JUAN MANUEL DE PRADA 👥💣💥

 
¿Qué guerra de Ucrania?

Las colonias europeas han cometido errores; ninguno tan grave como arrojar a Rusia a los brazos de China

JUAN MANUEL DE PRADA 

Estados Unidos es, en todos los órdenes, una potencia en bancarrota que necesita arrastrar en su degradación moral y econó­mica a sus colonias europeas. Para lograr­lo, les exporta toda su bazofia ideológica 'woke' y trata de convertirlas en rehenes de su debacle finan­ciera. La mastodóntica e incontrolada deuda públi­ca de los Estados Unidos necesita mantener a toda costa el dólar como divisa de las transacciones in­ternacionales. Pero recientemente China y Rusia han suscrito una declaración conjunta por la que se comprometen a prestarse apoyo mutuo; y han al­canzado un acuerdo energético por el que garantizan el suministro de gas y petróleo rusos a China durante treinta años, en transacciones que se reali­zarán en euros. Este ataque a la hegemonía del dó­lar acaba definitivamente con la supremacía mundial de los Estados Unidos, que no puede hacer -por razones obvias- lo mismo que hizo (ayudada laca­yunamente por sus colonias europeas) con Irak. Libia o Siria por atreverse a suscribir pactos semejan­tes. China y Rusia, unidas, se convierten en indestructibles.

Pero, para evitar su definitiva ruina, Estados Unidos puede en cambio provocar una guerra en Ucrania que sacrifique a sus colonias europeas.Rusia, desde luego, no tiene ningún interés en invadir Ucrania; pero no puede admitir que una nación inventada que en gran medida forma parte de su territorio histórico se sume a la OTAN, tampoco que se incumplan alégremente los acuerdos de Minsk -reconocidos por Francia y Alemania-, donde se contempla la concesión de autonomía a las regiones de Donestk y Lugansk. Estados Unidos ha encontrado en el incumplimiento de estos acuerdos y en la incorporación de Ucrania a la OTAN la mecha del conflicto que le permita mantener sometidas a sus colonias europeas, enfrentándolas a Rusia. Sería una guerra sin apenas costes de vidas para Estados Unidos; y, entretanto, además, consigue que las colonias europeas se abastezcan a precios astronómicos de gas americano, provocando una inflación monstruosa en sus economías.

Paralelamente, Estados Unidos monta una campaña de intoxicación mediática, asegurando histéricamente que Rusia pretende invadir Ucrania, con el evidente propósito de que sus colonias entierren la interlocución con Rusia, renunciando a su autonomía estratégica y también a su horizonte humano. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que la nación que prohijó a Chaikovski y Shostakovich, a Dostoievski y Tolstoi, a Eisenstein y Tarkovski, no forma parte de Europa? En su sumisión a los Estados Unidos, las colonias europeas han cometido muchos errores; ninguno tan grave como arrojar a Rusia a los brazos de China. Mientras Europa se suicida, el gigante asiático es el gran triunfador de esta crisis insensata provocada por una potencia que chapotea en la degradación y que se consuela arrastrando consigo a sus lacayos. Recordemos, una vez más, la profecía de Filoteo: «Bizancio es la segunda Roma; la tercera será Moscú. Cuando esto caiga, no habrá más».







LA OTRA GUERRA DE UCRANIA


La propaganda oficial pretende que la llamada ‘guerra de Ucrania’ ha empezado con la intervención del ejército ruso. Pero lo cierto es que se trata de una guerra sistemáticamente ignorada durante ocho años por los medios de cretinización de masas. Una guerra hasta ahora localizada en la región del Donbass que hasta diciembre de 2021 -citamos datos de la ONU- había costado 14.300 muertos y 38.000 heridos, de los cuales 3.404 muertos y más de 8.000 heridos han sido víctimas civiles indefensas. Además de esta masacre silenciosa, cientos de miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares; y, en general, toda la población de la región (que se reconoce como rusa, aunque ni siquiera pueda expresarse públicamente en su lengua materna) ha sido sometida a bloqueo económico y bancario.

La propaganda oficial pretende que la llamada ‘guerra de Ucrania’ ha empezado con la intervención del ejército ruso. Pero lo cierto es que se trata de una guerra sistemáticamente ignorada durante ocho años por los medios de cretinización de masas. Una guerra hasta ahora localizada en la región del Donbass que hasta diciembre de 2021 -citamos datos de la ONU- había costado 14.300 muertos y 38.000 heridos, de los cuales 3.404 muertos y más de 8.000 heridos han sido víctimas civiles indefensas. Además de esta masacre silenciosa, cientos de miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares; y, en general, toda la población de la región (que se reconoce como rusa, aunque ni siquiera pueda expresarse públicamente en su lengua materna) ha sido sometida a bloqueo económico y bancario. Mientras la población civil del Donbass era asesinada por el Gobierno ucraniano -con el patrocinio y la provisión de armas estadounidense-, los medios occidentales guardaban silencio; y las colonias europeas -en especial Francia y Alemania, que se comprometieron a ello- no velaban por el cumplimiento de los acuerdos de Minsk. Pero ha bastado que Rusia, tras ocho años de muerte y destrucción, haya lanzado una ofensiva para que, de repente, nos enteremos de la existencia de una guerra ante la que durante ocho años hemos cerrado los ojos. Los medios se han apresurado a divulgar (amén de muchas fotos y videos trucados) imágenes de civiles durmiendo en estaciones de metro; pero antes han ocultado durante ocho años las imágenes de civiles del Donbass en sótanos en ruinas, porque sus casas habían sido bombardeadas.

Desde luego, a Rusia se le pueden lanzar muchos reproches. Se le puede reprochar, por ejemplo, haber pretendido resolver una amputación de su territorio, perpetrada al socaire del colapso de la Unión Soviética, mediante unos frágiles acuerdos de paz que mantenían a millones de rusos (toda la población del este de Ucrania) bajo la férula de unas autoridades rusófobas. También se le puede reprochar que utilice ahora una retórica antifascista (o ‘desnazificadora’) cuando antes reconoció tanto a Poroshenko como a Zelenski, quienes han sufragado -y militarizado- a muchos grupos de extrema derecha. Y, desde luego, se le puede reprochar también a Rusia que su respuesta militar no se haya circunscrito al Donbass y regiones limítrofes (aunque, desde luego, si hubiese dejado operativos los centros militares ucranianos, tal vez se habría desatado una guerra más cruenta). Se le puede reprochar, en fin que acabe en fracaso (o en guerra enquistada) lo que fue concebido como una ‘blitzkrieg’; pues entonces todos los países fronterizos se incorporarán a la OTAN, que así estrechará más el cerco sobre Rusia, hasta asfixiarla.

En cambio, no creemos que se pueda reprochar a Rusia que decida intervenir para atajar una masacre de compatriotas en el Donbass que dura ocho años. ¿Cuántos muertos más eran precisos para que la intervención rusa estuviese justificada?


Un demonio para todos y todas

Uno de los episodios patrios más chuscos derivados de la guerra de Ucrania nos lo han brindado las acusaciones cruzadas de connivencia con Putin proferidas desde las sucursales más ‘extremas’ de los negociados de izquierdas y derechas. Pero lo cierto es que la llamada ‘extrema izquierda’ es izquierda caniche subvencionada por el abuelito Soros (que odia a Putin con toda su alma) y encargada de implementar su agenda; y todos sus aspavientos a propósito del envío de armas a Zelenski no han sido más que cutres navajeos intestinos para desgastar la candidatura de Yolandísima. En cuanto a la llamada ‘extrema derecha’, lo cierto es que es más atlantista que los pinreles de Aznar en un rancho de Texas; y que ya sólo le falta exigir la entrada de Andorra en la OTAN.

La realidad es que tanto ‘extrema izquierda’ como ‘extrema derecha’ han encontrado al fin en Putin un demonio de consenso. Afirmaba Toynbee que el Demonio, personaje propio del esquema cristiano, había sido jubilado en el Occidente descreído; pero, como siempre hace falta un Mefistófeles que acongoje a Fausto, Occidente había entronizado diversos demonios de carne y hueso que mantuviesen vivo el espejismo de un Bien en combate con el Mal. Ocurría, sin embargo, que los demonios de carne y hueso que Occidente elegía no eran compartidos, sino que cada negociado ideológico elegía sus propios demonios de cabecera: así, por ejemplo, la izquierda eligió un demonio universal con bigotillo como Hitler, mientras la derecha prefirió a un demonio universal con bigotazo como Stalin; o, por ceñirnos al ámbito hispánico, la izquierda eligió un demonio calvo como Franco, mientras la derecha elegía un demonio vellido como Castro.

De este modo, izquierdas y derechas occidentales podían situar a sus contrincantes ideológicos en el bando del Mal. Pero Toynbee, que tenía mirada de águila, consideraba que, en la historia de cualquier civilización, siempre hay dos fuerzas en aparente tensión que acababan entablando secreta alianza mediante el hallazgo de un demonio de carne y hueso compartido. Lo que no consiguieron Hitler y Stalin, Franco y Castro, lo ha conseguido Putin, que no sabemos si se saldrá con la suya en Ucrania pero que, desde luego, ha logrado ensanchar el ‘consenso democrático’ de Occidente, brindando un demonio de carne y hueso para todos y todas, un demonio unánime que a todos y a todas les permite acampar en el ‘lado correcto de la Historia’ y avanzar juntos -como instrumentos indistintos del hegeliano Espíritu del mundo- contra el sexismo, el racismo, el maltrato animal, el cambio climático, el coronavirus y el colesterol. Pero este Espíritu del mundo hegeliano, a la vez que encarna el Mal en una persona concreta, necesita, para salvar el espectáculo de la demogresca, mantener vivos rifirrafes de chichinabo que apacigüen a sus respectivas parroquias. De ahí que los distintos negociados se crucen, con virulencia y valentía inigualables, acusaciones de connivencia con Putin, su demonio compartido.

Ucrania: el Ministerio de la Verdad.
En torno a la guerra en Ucrania, los medios y gobiernos occidentales nos prohíben leer otro libro que el escrito por la OTAN. Vivimos un macartismo en estado puro. Una Dictadura Global. Frente a la que será imprescindible organizar la resistencia.
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sábado, 28 de marzo de 2020

📙 REFLEXIONES FINALES (EPÍLOGO) DEL LIBRO "FRACASOLOGÍA. ESPAÑA Y SUS ÉLITES: DE LOS AFRANCESADOS A NUESTROS DÍAS"

“En España hay complicidad del gobierno de España con el separatismo reaccionario. Hago un llamamiento a la responsabilidad de las élites. De las élites españolas, las personas influyentes, los intelectuales, los empresarios y los dueños de medios de comunicación, porque mirar hacia otro lado e, incluso, hacer negocio con esta operación de erosión de la democracia es una inmensa, gravísima irresponsabilidad. Las élites tienen una responsabilidad inmensa en este país, los grupos de comunicación, y los empresarios también, no están al margen de lo que está pasando. Durante mucho tiempo nadie hizo nada con Cataluña, pues mirar para otro lado, y había gente que alertaba de lo que estaba sucediendo. Hay TVs que hacen negocio, "La Sexta" hace negocio por ejemplo con la erosión de los valores de nuestra democracia. Las élites españolas, yo creo que hay una actitud funcionarial”.
REFLEXIONES FINALES
  FRACASOLOGÍA. 
España y sus élites:
de los afrancesados a nuestros días
María Elvira Roca Barea


Sobre la aceptación universal e incontestada de la leyenda negra se dibujó un paisaje de Europa que incorporó en su diseño el eje de la superioridad del norte frente a la inferioridad del sur. Hoy en el siglo XXI, nadie cuestiona esto. Ahora bien, aquí que distinguir dos niveles de discurso.

Es indiscutible que, a lo largo del siglo XIX, la hegemonía del mundo occidental pasó del eje católico mediterráneo al protestante-atlántico.
Es absolutamente discutible que esto lleve aparejado alguna clase de superioridad moral o que esta hegemonía del norte venga causada por ella. 

Y lo más discutible de todo es que esta situación sea irreversible y eterna.
En realidad, la leyenda negra es la percha de la que cuelga el supremacismo norteño. Y lo es porque no solo la Iglesia romana ha sido completamente derrotada, sino también porque lo ha sido el español, el último de los hijos de Roma que manda en Occidente. Es una derrota completa, sin resistencia ni prisioneros, puesto que los derrotados no solo han dejado de defenderse, sino que han aceptado las ideologías, las modas, los rituales, etc., de los victoriosos como mejores y superiores a los suyos, los cuales siguen existiendo por inercia, pero sin ningún prestigio. La responsabilidad de esta derrota moral debe investigarse en dos frentes: la Iglesia católica y las élites intelectuales.

La historia de España es un juicio moral permanente. Está así establecido desde los comienzos del cisma. Por la sencilla razón de que el protestantismo se sustenta en la condena moral del catolicismo, único motivo de su existencia. Si el catolicismo no fuese malo, moralmente condenable, ¿por qué habría surgido el protestantismo? El fundamento del protestantismo era y es que el catolicismo es una forma pervertida del cristianismo, o de otro modo no se habrían separado y formado iglesias distintas. Y, por tanto, es natural que en esa condena moral ocupe un lugar de honor España, la campeona del catolicismo durante siglos en el mundo entero. 

Cuando el protestantismo necesita alimentar su autoestima recurre siempre al mismo sistema de refuerzo moral. De hecho, podría afirmarse que el protestantismo surgió para la condena moral sobre el poder hegemónico español fuese eterna e inapelable. Tan acostumbrados estamos a ello que ni siquiera nos damos cuenta. De vez en cuando, algún escribiente se extraña de que nunca caiga sobre los demás países europeos la condenación eterna por más atrocidades que hayan perpetrado.
Murieron en las cámaras de gas seis millones de seres humanos y no ha caído sobre Alemania la condenación eterna. Antes de eso los bonos alemanes habían provocado la ruina de media Europa, en especial en el centro y el este. En los cuentos de Isaac Bashevis Singer aparecen a menudo familias, unas judías y otra no, de clase media-alta que andaban vendiendo por Varsovia y otras ciudades de esa parte de Europa sus muebles finos, sus cuadros de firma, o alquilando habitaciones y despidiendo a la criada como consecuencia de haber depositado su confianza y sus ahorros en la deuda alemana. Esto ocurrió dos veces en el mismo siglo. No importa. En la siguiente crisis, la de 2007, los ahorros de media Europa fueron a parar a Alemania. La confianza que los demás demuestran en Alemania es la que Alemania tiene en sí misma. Inmune por completo a los remordimientos. Esto no es tan extraño en realidad. Un millón de irlandeses sobre una población de cuatro millones murió en lo que muchos (cada vez más, por cierto) no dudan en calificar de genocidio cuando la gran hambruna de 1845. El chivo expiatorio de aquel horror ha sido una enfermedad de la patata. Más muertos hubo todavía en la India durante el colonialismo inglés a causa de las hambrunas (epidemias de hambre, según reza el delicioso eufemismo), las cuales fueron provocadas por las sequías y el primitivismo de la agricultura india (chivo expiatorio). Entre la costa irlandesa y la inglesa median sesenta kilómetros, pero ni los ingleses ni su Gobierno tienen nada que ver con aquella atrocidad, que no fue provocada por una plaga, sino por las sacas de alimento que diariamente se hacían desde los puertos irlandeses con la ayuda de doscientos mil soldados desplegados en la isla. Sumemos a esto los horrores de la guerra de los Bóeres, que inventa los campos de concentración y los de las Guerras del Opio. Tampoco ha merecido por esto la Gran Bretaña condenación eterna, porque también son inmunes a los remordimientos. Nadie entra a historiar en Alemania o Inglaterra, por seguir con los ejemplos ya dichos, para juzgar, para emitir un juicio moral sobre su ser, sobre su propia existencia. 

Entre otras cosas porque ni ingleses ni alemanes han permitido nunca que su historia nacional sea contada por otros. Ni la historia de Gran Bretaña ha sido contada por alemanes ni la historia de Alemania ha sido contada por ingleses. Entiéndase esto bien y con todos sus matices: la historia de Gran Bretaña que se estudia en Gran Bretaña es la que ellos han escrito para su país, no la que escribieron sobre Gran Bretaña franceses o alemanes. La historia de España desde el siglo XVIII está en manos de historiadores extranjeros a los que llamamos «hispanistas». No es que no haya historiadores españoles, pero las riendas no las llevan ellos. Esto está así con ligeras variaciones y alguna mejora parcial desde que el periodo Habsburgo fue condenado a la damnatio memoriae con el cambio de dinastía. 

La historia de los vecinos europeos es simplemente historia, con aciertos y errores, como todas. La historia de España, no. 
La tradición exige el juicio moral permanente desde el siglo XVI. La costumbre ha hecho que, de tan visto y tan sabido, nadie se da cuenta de ello, ni los españoles ni los foráneos. Es el esquema mental (de vencido, de subyugado, de sometido y de dominado o colonizado) dentro del que nos movemos, un organigrama secular y consagrado por una larga tradición en la historiografía europea. Insistimos: va de soi (por sí mismo) con la historia de España, incorporada a ella. 

En 1960 edita nuestro admirado Arnoldsson un libro que se llama "La Conquista española en América, según el juicio de la posteridad. Vestigios de la leyenda negra". El sueco acude al juicio permanente en este caso como abogado defensor. Dios se lo pague. Su veredicto es exculpatorio. Tiene una visión clara de lo que es la leyenda negra, a la que considera  «la mayor alucinación colectiva de Occidente», pero no se da cuenta de que esa alucinación es un pliego de culpas que lleva aparejada una condena moral permanente, y no se pregunta cuál es la función que ese juicio tiene en Occidente, esto es, la ventaja que de esa condena moral obtiene el que la emite. Tenemos, por tanto, un participante en el juicio en defensa del reo (España), pero no se pregunta por qué existe ese juicio y qué sentido tiene. el juicio le parece natural. No se detiene a plantearse la anomalía de esta situación y su significado. 

Ernst Jünger escribió que la «la cultura se basa en el tratamiento que se da a los muertos. La cultura se desvanece con la decadencia de las tumbas». Y es verdad: ninguna cultura puede florecer si no riega sus raíces, y nosotros, españoles e hispanos, no lo hacemos. 

La gestión de nuestra cultura hace ya mucho tiempo que está en manos extranjeras. Se fabrica en los departamentos de universidades que no son las nuestras, y detrás va la intelligentsia de los quinientos millones de hispanohablantes contentísima. Pocos, muy pocos brotes de insubordinación. ¿Por qué? Porque se está bien así. Es cómodo. ¿Por qué va un intelectual que quiere hacer carrera, como todo el mundo quiere, a situarse en una posición incomodísima y posiblemente letal para su futuro convirtiéndose en una molestia, en una molestia real y verdadera, para la cultura dominante? La insubordinación se paga.  No nos confundamos. No se trata aquí del eterno intelectual contestatario tipo Voltaire que ha sido y es un adorno de los salones del poder por el procedimiento de ser «crítico». Esto es revolución de salón al estilo de la gauche divine. Lleva siglos funcionando a la perfección. Forma parte del baile. No toca los resortes verdaderamente esenciales de la política y la cultura dominante. Es salto con red. 

El Imperio español existió y se murió para siempre, por muchas razones, la primera de las cuales es tan obvia que casi da apuro tener que señalarla: porque todo lo humano deja de existir en algún momento, tanto el éxito como el fracaso, tanto la hegemonía como la subordinación. 

Somos cuatro gatos en cada país los que pensamos que la Hispanidad es como aquellos bienes en manos muertas del Antiguo Régimen, un capital que está ahí pero que no da fruto, y que este capital, petrificado hoy, si fuese usado sana e inteligentemente por la comunidad hispana sería no solo una fuente de cultura (eso ya lo es), sino también de riqueza material. Somos tan pocos que no hay peligro de que alguna vez seamos un problema para los promotores del victimismo exculpatorio y el ajuste de cuentas perenne con la propia historia. Por tanto, pueden estar tranquilas las potencias que se disputan la hegemonía en nuestro mundo globalizado. Los hispanos (incluyo a los españoles) no compiten. Están muy ocupados discutiendo temas apasionantes y de gran futuro como «nos robaron el oro» o «hablamos una lengua impuesta»¹. Pero si alguna vez cuajara un movimiento en firme en el sentido de una mayor colaboración política y económica a favor de nosotros mismos, España no debería nunca promoverla. Ni siquiera destacarse. Nuestro país tiene que ir en el pelotón. este movimiento prohispano deben liderarlo las grandes naciones que nacieron del desmembramiento del Imperio, como México, Argentina, Chile, Perú, Colombia o la que esté en condiciones de hacerlo. España jamás. Esto suscitaría un enjambre de suspicacias y cualquier iniciativa, por bien intencionada y argumentada que sea, está condenada al fracaso, así que toca observar y esperar, y el día que haya en Hispanoamérica una nación capaz de liderar la Hispanidad ir de escudero tras ella con entusiasmo.

La nostalgia del Imperio o la idea de que puede volver a existir alguna vez es una ingenuidad y un reflejo de los problemas que hay para hacerse cargo del presente. el tiempo no va para atrás. Hay algunas personas, incluso historiadores, que entienden que limpiar la historia del Imperio español de las toneladas de propaganda que cayeron sobre él indica que se quiere revivir aquellos tiempos o es síntoma de un nacionalismo español imperialista. Esto es tener en poco la inteligencia ajena, quizá porque no se tiene en mucho la propia. Quien plantea el asunto en estos términos es que no capaz de ir más allá de aquella ridiculez de «por el Imperio hacia Dios» o sus contrarios. Y cree que los demás tampoco pueden.

El Imperio español es una realidad histórica enorme que necesita ser estudiada y comprendida más allá de todos los prejuicios que sobre él se acumulan. Y esto, para empezar, por puro afán de conocimiento. La historia del Imperio español no es historia de España, es historia del mundo. De la misma manera que la historia de Roma no pertenece a los italianos, la historia del Imperio español no pertenece a España. Ahora bien, la historia deformada de ese imperio pesa sobre España y las naciones hispanas de hoy como una losa. Es el argumentario principal del ajuste de cuentas perpetuo que traba a todos los países que nacieron del extinto Imperio español y es, en consecuencia, un factor de primer orden en el problema de subordinación cultural e inferioridad moral asumida que afecta a todo el mundo hispano. Este es un hecho que debería haber sido comprendido y estudiado por nuestros intelectuales hace mucho tiempo. en lugar de eso se eligió mirar para otro lado. En 1891, Rafael Altamira define la hispanofobia y explica la gravedad de este problema. es un intelectual prestigioso, vinculado a la Institución Libre de Enseñanza y, sin embargo, nadie le hace caso. En 1914, Julián Juderías vuelve a los mismo y populariza una expresión que se hará conocida y todavía usamos: leyenda negra. Tampoco le hacen mucho caso. Desde entonces hasta 1992, con Molina y García Cárcel, la investigación de este magno fenómeno de deformación histórica dependió durante décadas de autores no españoles: el inencontrable Ronald Hilton en 1938, el argentino Rómulo Carbia en 1948, el sueco Arnoldsson en 1960, el estadounidense Maltby en 1967, Philip W. Powell en 1976... El problema de la leyenda negra tras la aparición de los textos de Rafael Altamira y Julián Juderías no mereció atención por parte de la historiografía española hasta hace muy poco. Y con eso está dicho todo.


Desde entonces para acá hay un goteo lento de publicaciones que mejorará algo el conocimiento del problema, pero la leyenda negra  no ha dejado de ser un tema histórico menor. No hay publicaciones especializadas ni congresos. Ni los historiadores ni los antropólogos ni los sociólogos han entrado a saco en este asunto. Tampoco hay que extrañarse por esto. En su momento y después, los españoles se negaron a hacer frente al magno problema del racismo que cayó sobre ellos en el siglo XIX con el racismo científico y la eugenesia. No solo no lo afrontamos, sino que lo aceptamos y hasta lo absorbimos, dando lugar a una especie de «sálvase quien pueda» para no pertenecer a la raza degenerada. 


Hay que entender por qué la leyenda negra se reproduce y hasta tiene brotes nuevos cuando ya España no es un imperio ni tiene hegemonía alguna contra la que otros tengan que luchar. 


Esto es importante saberlo para no llevarse sobresaltos como los que estos últimos años hemos tenido con los nacionalistas flamencos en Bélgica, los jueces alemanes de Schleswig_Holstein, la política anti-Colón y anti-fray Junípero en California, olas cartas al rey Felipe VI por parte de un presidente hispanoaméricano exigiendo que se pida perdón por la conquista... Habrá más episodios de este tipo en los años años venideros. 

La leyenda negra es una visión deformada de la historia de Europa que está en los mitos fundacionales de varias naciones y religiones del Occidente. De ahí no se va a mover. Su estructura narrativa del tipo David contra Goliat lo pone de manifiesto de manera inmediata. Hay quien considera que no puede hablarse de nacionalismo en los siglos XVII y XVIII, porque no hay ni teoría política ni movimiento social que así se autoproclame, que es lo mismo que considerar que el racismo no existe hasta que no empieza a desarrollar su propio cuerpo teórico. No hay problema. Podemos llamarlo «xenofobia primaria», como hace Lévi-Strauss y resolvemos la cuestión de la nomenclatura que tanto desasosiega a los eruditos. Creemos haber explicado en qué consiste el nacionalismo y cuál es su diferencia con respecto al patriotismo. Se trata de un sistema de lucha tribal que ha existido en muchos tiempos y muchos lugares porque genera una división del mundo entre los nuestros y los otros que no admite reconciliación. 

El nombre de España está en los mitos fundacionales de los ingleses con la Invencible, de inmortal memoria, y ahí seguirá mientras Inglaterra aliente sobre la fax de la Tierra. También está en los de la pequeña Holanda, que tanto los necesita, y en todos los relatos de la mitología orangista. Y podríamos seguir. El inglesito al que le enseñan en la escuela en cuarto de primaria el mito de la Invencible no puede prescindir de él porque le sirva para construir una imagen gloriosa de su país. Eso para empezar. Después, y de una manera inmediata, aprende una visión determinada de España de la que no se apeará jamás porque es útil y nutritiva para su autoestima. Cuando más grande y monstruosa sea esa España, mejor es Inglaterra porque luchó contra ella, y mayor es su mérito porque la derrotó. Y esas imágenes fabricadas hace cinco siglos siguen siendo hoy tan necesaria como entonces. Y, entiéndase esto bien, las necesita el inglés y por eso no permite que se olvide. La aberración de la subordinación cultural consentida y hasta fomentada por nuestras élites ha hecho que también nosotros estudiemos ese mito inglés y hayamos llegado a valorarlo tanto como los ingleses mismos.

Con todo lo que llevamos escrito es posible que el lector haya entendido qué es la subordinación cultural que los países católicos padecen, y España de manera muy sobresaliente, por acumulación de circunstancias. En efecto, al catolicismo genuflexo de la Iglesia como institución hay que añadir las consecuencias de la hegemonia que se substanciarán en la leyenda negra y todas sus ramificaciones. 

Pero el propósito primordial de este ensayo es explicar que de la situación de subordinación cultural no se sale sin el concurso de las élites. Se puede resistir durante mucho tiempo, siglos incluso, pero no se sale de la subordinación y este es el problema, vivo hoy como hace doscientos años. Lo podemos negar y seguir viviendo, claro que sí. Es lo que hemos hecho mucho tiempo. Las élites subordinadas viven bien porque las élites siempre viven bien. Otra cosa son los pueblos que las tienen que soportar. Las élites disfuncionales  prosperan adaptándose a su posición subordinada. Para empezar, niegan siempre que lo son y fabrican alguna «España mala» a la que colgarle los fracasos que ellas mismas han producido. Esta subordinación es el resultado de la batalla cultural más dura que se ha librado en el Occidente y la que mudó el centro de poder de nuestra civilización del sur mediterráneo al norte atlántico. Esa batalla la siguen librando la anglosfera y la protestarquía cada día de su vida, en especial cuando se siente débil y en peligro, y ve como un horizonte no lejano ni imposible la pérdida de la hegemonía mundial. 

Ahora hay que dedicarle algunos párrafos al parvulario pero irremediablemente esto hay que hacerlo dada cierto tiempo. A todo lo dicho vendrán algunos que explicarán, como si acabaran de inventar la pólvora, que jamás ha habido una conspiración contra España y que este tipo de planteamiento es paranoide y ridículo. Lo es. Absolutamente. el asunto de la conspiración suena a conde de Montecristo y complot de mesa camilla. La cosa es tan simple como que todo el mundo defiende sus intereses y hay quienes lo hacen con más habilidad que otros. Este fenómeno de la leyenda negra es muchísimo más complejo que un complot. Tiene honduras sociales, religiosas, antropológicas y hasta filosóficas que apenas podemos vislumbrar. Una batalla cultural que hace pivotar el eje de una civilización no es asunto que se despache en trescientas páginas ni en tres mil. Pero si no se estudia, no se comprenderá jamás. Hacen falta varias generaciones de cabezas pensantes para investigar a fondo cómo el Mediterráneo católico dejó de tener su propia agenda y cómo absorbió el discurso de su propia inferioridad moral. Y como lo no estudiamos, no lo comprendemos y no podemos superar la situación de subordinación cultural. No hay que buscar ninguna conspiración, porque no la hay, sino analizar cómo funciona el sistema el sistema interiorizado de autodesprecio encaminado a justificar a perpetuidad la hegemonía ajena. 

El asunto aquí tratado no es cosa de buenos y malos ni de conspiraciones. La historia es un campo de batalla permanente y unas luchas se libran con cañones y otras con papeles (propaganda, imágenes, historia, literatura, filosofía, religión...). Esto, como se verá, no tiene nada que ver con un complot ni con buenos y malos en ll parvulario, que ya es hora. 
a historia del mundo. A ver si vamos saliendo de
Como cabe esperar, en sus mil manifestaciones cotidianas, el análisis de este mecanismo complejo perfectamente vivo hoy entre quienes fueron enemigos del imperio requiere de una análisis que no está al alcance de cualquiera. Requiere de élites intelectuales muy cualificadas, capaces de analizar, explicar y construir soluciones. Pero, sobre todo, requiere de la voluntad de hacer esto y del coraje que semejante esfuerzo requiere, después de haber perdido, primero, el miedo a que no te inviten a los seminarios de la Ivy League. Este es el problema de fondo. Quizá hayamos acertado a explicar al menos en parte por qué no tenemos ese tipo de élites. Repárese en el contraste que ofrecen las élites inglesas o francesas cuando peleaban sin desmayo contra la hegemonía española, generación tras generación, encajando derrota tras derrota, si se las compara con las élites españolas, que en cuanto perdieron la hegemonía se acomodaron a su posición subordinada y dejaron de luchar. Jamás hubo élites francesas que propusieran a su país que se hispanizara o se españolizara. Pero las nuestras se afrancesaron.

Este ensayo tiene además por objetivo facilitar la comprensión de la relación contradictoria y esquizofrénica, cuando no abiertamente antipatriota, que buena parte de las élites españolas tienen con su país. Es necesario estudiar este fenómeno porque de otra manera resulta imposible comprender no solo la acomodación de los tópicos de la leyenda negra dentro de España, sino la subordinación cultural que ha llevado a aceptar como historia oficial de España aquella que fue escrita por quienes lucharon contra su hegemonía en los siglos pasados. El afrancesamiento no es el resultado de la influencia cultural que todo país hegemónico en Europa ejerce sobre los demás. Es un proceso más complejo. La influencia francesa es grande en el continente desde la segunda mitad del siglo XVII y el siguiente. esto se ve claramente en la moda y en cómo el estilo francés de vestir o decorar es imitado en todas partes. Ahora bien, el afrancesamiento va mucho más allá de esto y se convierte en un auténtico síndrome de aculturación. Había bastante que aprender de Francia, pero se copió justamente aquello que no se debía: el discurso francés sobre España, que no podía ser ni favorable ni positivo. Por pura lógica.

Durante el siglo XIX se producen cambios sustanciales, principalmente el desmembramiento del imperio, muy debilitado después de un siglo de afrancesamiento militante. esta fragmentación se hubiera producido igualmente, con independencia de cuál hubiera sido el resultado de la Guerra de Sucesión, solo que hubiera sucedido de otra manera que no podemos imaginar. Tenemos, por tanto, que concentrarnos en los hechos tal y como ocurrieron. Decimos que la fragmentación se hubiera producido igualmente, porque mantener políticamente unidos territorios que sobrepasan los veinte millones de kilómetros cuadrados, con océanos de por medio, es un proeza que tiene pocos equivalentes en la historia de la humanidad. Antes o después hay que pasar de lo excepcional a lo normal.  Y la normalidad llegó en el siglo XIX, pero arrastró consigo varias inercias que estaban ya muy instaladas en el siglo anterior: la fracasología y la relación autodestructiva con la propia historia. Ambas tendencias son válidas tanto para Hispanoamérica como para España. La construcción del Estado moderno se hace en España con las mismas dificultades que en toda Europa, con la peculiaridad de que pervive una tendencia a la balcanización que se hace fuerte en cuanto el Estado comienza a dar síntomas de debilidad. Una y otra vez ese Estado se empeña en integrar las corrientes balcanizantes y fracasa. Pero, curiosamente, de esos fracasos no aprende. 

Desde Masson de Morvilliers y su famosa entrada sobre España en la Enciclopedia Metódica (y aún antes), los ataques que desde el exterior sufren la historia de España, sus símbolos o su cultura tienen una respuesta epidérmica y torpe. Hay una paralelo evidente entre lo sucedido a finales del siglo XVIII con las enciclopedias francesas y la oleada anti-Colón y anti-fray Junípero en estados Unidos. Las respuestas serán semejantes e igualmente ineficaces hoy. Si este ensayo ha servido para algo, el lector podrá al menos comprender un poco mejor por qué esto es así. 

No podemos ni queremos acabar este libro sin proponer ideas que ayuden a solucionar el problema territorial que España tiene ahora mismo. Decíamos que no se hallan soluciones porque se buscan donde no están. El problema no es que existan en España tendencia balcanizantes. Esto es bastante común. El problema es que las fuerzas políticas no balcanizantes, que son mayoritarias y dicen que constitucionalistas, han sido incapaces de ofrecer un frente común que neutralice la balcanización y le impida seguir destruyendo el ordenamiento constitucional. Una democracia no puede integrar cualquier tendencia que surja en el horizonte y, desde luego, no puede sostenerse en un Estado que alimenta estructuras que trabajan para su propia destrucción. Nuestras élites políticas hoy y en la Transición ignoran las lecciones de la historia. Que la Primera República acabó en un fenómeno de cantonalización esperpéntico y peligroso, y que a la Segunda República, entre otros factores, la llevó a una situación insostenible el secesionismo catalán. Pero todavía Azaña tuvo arrestos para hacer lo que no hizo Rajoy en idéntica coyuntura. 

La idea de las autonomías comienza a cobrar prestigio en España con una serie de artículos que publica Ortega entre noviembre de 1927 y febrero de 1928 y que luego aparecieron bajo la forma de libro con el título "La redención de las provincias" en 1931, el año de proclamación de la Segunda República, pero la idea había sido ya esbozada en otro texto que vio la luz en 1924 y que se tituló "Dislocación y articulación de España". Desde entonces ha rodado un siglo. Incrustada esta idea en la Segunda República, ya sabemos lo que pasó y en la monarquía parlamentaria actual también lo estamos viendo. Ha provocado a una auténtica disgregación del Estado. El régimen de las autonomías, tal y como está, lleva a un callejón sin salida. La propuesta federal, que ya ha sido ensayada con el éxito que conocemos, no es más que un ahondar en lo mismo, sobre todo porque las autonomías son ya un régimen federal (cambio de palabras nada más), de maneras que queda poco por disgregar y repartir; los meros símbolos y poco más, y aun esto ofende. Es más, las autonomías están planteadas desde su principio como un sistema confederal asimétrico, que es uno de los errores más graves que tiene en su interior la Constitución de 1978, que es una buena Constitución y que debe ser defendida. Como dice Alfonso Guerra a todo el que le quiera oír: no hay que cambiar la Constitución, pero hay que hacer cambios en la Constitución².

La Constitución de 1978 necesita principalmente tres modificaciones:

1. Resolver la desigualdad que consagra en su articulado al referirse a "regiones y nacionalidades" (artículo 2) y al conceder en la Disposición Adicional I derechos históricos a los territorios forales. Esto en la práctica ha llevado a la confederación asimétrica. Solo hay un régimen autonómico capaz de estabilizarse: el que garantice igualdad entre todos los españoles. Lo contrario es seguir sembrando vientos.
2. La reforma constitucional debe ir en el sentido del Estatuto Único para todos los territorios, con un marco competencial establecido en la propia Constitución e inamovible, de tal manera que sea imposible comprar investiduras y apoyo parlamentario para los Gobiernos que no tengan mayoría suficiente, sean de derechas o de izquierdas, con paquetes de transferencias, o sea, con millones de euros.
3. El Estado tiene que recuperar competencias esenciales, principalmente la educación. Hace más de veinticuatro años que en 
España se educa de forma abierta en colegios e institutos a los niños y adolescentes para que no sean españoles. Es imperativo desmantelar las estructuras en el exterior que han ido creando una autonomía tras otra. La política exterior tiene que ser exclusiva del Gobierno central.

El debilitamiento de España es el de todas sus partes, aunque los señoríos ahora gozosamente establecidos en sus pequeñas taifas autonómicas estén en ellas muy a gusto. Es el común de los mortales, el sufrido contribuyente, el que padecerá las consecuencias de la debilidad del Estado en cuanto vengan mal dadas.

Resulta casi imposible que los partidos políticos acometan una reforma en firme del Estado autonómico tal y como está planteado por la sencilla razón de que tienen colocados a la mayor parte de su personal en él. Y hay mucha gente que colocar, porque la política en España se ha transformado en una actividad no solo chillona y falta de elegancia, sino llena de gente que no sabe ganarse la vida en otra cosa. Pero la propuesta de reforma constitucional que se va a hacer a los españoles próximamente no va a ir en ese sentido que hemos apuntado. 



La incapacidad de las élites españolas (e hispanoamericanas) para consolidar Estados sólidos es uno de los problemas más graves que tiene nuestro mundo hispano y obliga a nuestras naciones a estar haciéndose y deshaciéndose de continuo, con el gasto de energía que eso supone. Cuánto se ha debilitado nuestro país es algo que puede verse comparado cómo se celebró el V Centenario del Descubrimiento de América y cómo se está celebrando el V Centenario de la Vuelta al Mundo de Elcano y Magallanes. Cuando Portugal, con ocho millones de habitantes, está en condiciones de imponer su presencia en pie de igual en la celebración de un acontecimiento histórico, un hito en la historia de la humanidad realmente (por eso Portugal quiere estar ahí), es que nuestro país ha llegado a un estado de debilidad extremo. Como dejó escrito Raymond Aron, la relación entre los Estados se basa en que unos son capaces de imponer su voluntad a otros. Y Portugal es ahora mismo capaz de imponer su voluntad a España, que multiplica por más de cinco el número de sus habitantes. Esto es solo un ejemplo de lo que puede ir sucediendo en el futuro en asuntos más graves y más serios a España, o sea, a las partes de España, que con el cerebro comido por las termitas de la balcanización creen que el debilitamiento de España no es el suyo también.
¹ En España, la versión de esta temática cambia los pronombres, pero es lo mismo: «Les robamos el oro» y «les impusimos la lengua».
² Alfonso Guerra hace un análisis minucioso e impecable, accesible para cualquier lector, no solo de las causas que han provocado la situación actual de disgregación territorial, sino de las posibles soluciones que eso tiene: "La España en la que creo. En defensa de la Constitución", La Esfera de los Libros, Madrid, 2019.



🚩 HISPANOFOBIA, ENDOFOBIA Y «FRACASOLOGÍA» 🚩


martes, 27 de agosto de 2019

PELÍCULA "EL GRAN COMBATE" (CHEYENNE AUTUMN): LA MAYOR REIVINDICACIÓN FÍLMICA DEL PUEBLO NATIVOAMERICANO 🎬

(Cheyenne Autumn) 1964

"La mayor reivindicación del pueblo nativoamericano 
que se ha hecho en el cine"


El guión se basa en la novela de Howard Fast "La última frontera" (The Last Frontier, 1941), sobre la huida en 1878 de los indios cheyenne hacia su territorio natal del río Powder, en Wyoming. También se inspira el guión, como consta en los títulos de crédito, en el libro "Otoño u Ocaso Cheyenne (Cheyenne Autumn) (1953), de Mari Sandoz.



En una entrevista con Madsen publicada por Cahiers du cinéma en octubre de 1966, Ford señalaba que la película narra "una historia verdadera, auténtica, la realidad tal como fue", pero la realidad es que solo guarda un lejano parecido con los hechos históricos narrados por Mari Sandoz en su libro, en el que cuenta una historia mucho más horrible, con personajes muy diferentes y con la mayoría de los acontecimientos sucediendo de otra forma. En realidad, Cuchillo Sin Filo a quien mató fue a Alce Flaco (no a Camisa Roja) en un puesto comercial y no en una ceremonia tribal; Lobo Solitario era un borracho, no un guerrero noble y la chica era su hija, no su esposa. Carl Schurz, por su parte, no tuvo casi nada que ver con el asunto de los cheyennes y nunca viajó al Oeste para parlamentar con ellos.

John Ford era un hombre parco en palabras y poco dado a socializar.

Eso sí, como suele pasar con los genios, su obra se superponía al plano personal.
Los mejores homenajes son aquellos que dejan una sensación de justicia, aquellos en los que parece que todo se alinea a la perfección para dejar bien clara la verdad.
Hoy en día es difícil ver algo parecido, pues vivimos en un mundo en el que la justicia ha quedado reducida a una palabra sin apenas significado, como un número en una factura insignificante. 
John Ford seguramente debió recibir muchos homenajes, todos sentidos sin duda, los cuales seguro que aceptó a regañadientes y con poca gratitud, pues era hombre más bien parco y poco dado a socializar. 
Son muchas las anécdotas que nos dibujan a un Ford parco en palabras, seco en el trato con sus más allegados; famosos son los comentarios de John Wayne o James Stewart, concretamente en el documental Dirigida por John Ford (Peter Bogdanovich, 1971), en los que explican la atmósfera de tensión absoluta que se vivía en los platós de rodaje.
O la afición del director a hacer públicos ciertos comentarios profesionales de los actores que en principio debían quedar en el ámbito privado. Se puede llenar un libro (y seguro que se ha hecho) con las anécdotas de una carrera tan prolífica y mítica.

John Ford en las películas de vaqueros

Para muchos John Ford era una persona odiosa y que caía mal. Sin embargo, y como suele pasar con los genios, su obra se superponía al plano personal para trascender a una esfera diferente.
Su bagaje fílmico estuvo plagado de todo tipo de homenajes, desde los primeros colonos hasta los derrotados en la Guerra Civil americana, los negros, los indios... todo el espectro del viejo Oeste fue objeto de su merecida justicia cinematográfica.
A lo largo de sus más de cien películas Ford mostró sobradas muestras de un respeto hacia su país, sus gentes y una época en la que se forjaron muchas leyendas que el propio director ayudó a alimentar para más tarde desmitificar, ya en el ocaso de su carrera.
Semejante ejercicio de humildad creadora, aceptando las verdades de su propia creación no son nada habituales en el mundo del espectáculo. Ser capaz de arriesgar cuando ya no es necesario, al final de una carrera que además ha sido exitosa, sólo está al alcance de gente extraordinaria; una valentía digna del mejor de los protagonistas de sus westerns.

El peregrinaje de los indios Cheyenne

En El gran combate los homenajeados fueron los indios, representados en el film por los Cheyenne, que viendo sus acuerdos incumplidos por el Gobierno regresan a su tierra original, a más de 2.000 km de distancia. El peregrinaje se convierte en una odisea, como la que los judíos emprendieron desde Egipto con Moisés a la cabeza. 
Pero en lugar del bíblico personaje los Cheyenne son guiados por los jefes de tribu se embarcan en tan dramático periplo lleno de peligros y a través del cual Ford da la vuelta al mito de los westerns, acercándose prácticamente al documental histórico.
Se trata de un trayecto sin apenas esperanzas, más centrada en el orgullo que en la salvación, pues los indios se dirigen a una reserva, una cárcel sin barrotes en la que pasar sus últimos días.
Porque la película está basada en hechos reales, mimbres que conformaron la naturaleza histórica de Estados Unidos; un legado que Ford tomó muchas veces y en el que se inspiró para filmar sus obras, convirtiéndose a su vez en una reafirmación de aquellos hechos, mitificados y pasados por el prisma de la industria del cine.
Eso quiere decir, de las demandas de un público que no quería ver indios masacrados sin piedad o colonos americanos perversos y exterminadores, sino valientes padres de la patria luchando contra los monstruos amerindios.

La verdadera cara del colonialismo estadounidense genocida y etnocida

Ford, ya cercano a su retiro, daba carpetazo a esa falacia y ponía toda la carne en el asador explicando la realidad del folclore norteamericano: la conquista del Oeste no fue más que un prolongado exterminio y vejación de los indígenas norteamericanos, quienes se vieron masacrados hasta quedar reducidos a la nada absoluta por parte de unos colonos que más allá de puntuales heroicidades no fueron mejores que muchos otros pueblos conquistadores a lo largo de la historia de la humanidad. Una historia basada en el saqueo, el aniquilamiento y una vergüenza que el propio Ford intentó que no cayera en el olvido. Denuncia y homenaje al mismo tiempo.
Rodada con la pausa de quien sabe que todo lo que dirá será definitivo, la película es el escenario final por el que desfilan todos los elementos que John Ford convirtió en leyenda, una suerte de tesis doctoral de una de las más importantes carreras cinematográficas de la historia del séptimo arte.
Es también un auto-homenaje, una forma de agradecer las piezas que le auparon a lo más alto durante medio siglo: los indios, el hombre blanco, Monument Valley y hasta el caballo, figura capital en el universo fordiano, tiene su momento de gloria imperecedera. 

Por supuesto y como siempre Ford se esmera en buscar los mejores planos, siempre pendiente de la fotografía y el encuadre hasta límites enfermizos. Famosa es la anécdota que se cuenta por Hollywood según la cual el director mantuvo a su equipo y actores en pie durante más de tres horas a la espera de la longitud de las sombras que se proyectaban en el suelo fueran las adecuadas. Genio y figura.
El camino de regreso a casa de los Cheyenne es también el final del periplo artístico de Ford, que se despide de la mejor manera posible: recordando la verdad y aportando su pequeño grano de arena (que en realidad era bien grande) en un intento por restaurar la malograda memoria del pueblo indígena. Ellos, al contrario de lo que muchos creen, tenían a Ford un gran respeto; tan alto era que los Navajos le nombraron Natani Nez, el Guerrero Alto. 
Con "El gran combate" John Ford dijo adiós al western, el género que le hizo grande. Y lo hizo saldando muchas cuentas pendientes: con la Historia, con él mismo, con su cine y con sus detractores. 


““Natani Nez”, 
que significa literalmente “líder alto”. 
John Ford.

John Ford, se llevaba magníficamente con los pieles rojas que contrató como extras. Les pagó las tarifas del sindicato, estudió su lengua y fue adoptado por la tribu que le puso nombre navajo. Los navajos se refieren a sí mismos como diné, que significa “la gente, y Ford comenzó a ser llamado ““Natani Nez”, que significa literalmente “líder alto”. Esa fue su descripción natural cuando vino por primera vez a Monument Valley para rodar La diligencia.

Uno de aquellos navajos, Billy Yellow, apareció en todas las películas que Ford rodó en Monument Valley, era un hechicero que murió centenario en su choza, según el estilo de vida tradicional, sin electricidad ni agua corriente. En 1998, con 96 años, atravesó el país para subirse a un escenario y entonar una oración en honor de Natani Nez. Antes de lanzar un conjuro para que todo el mundo compartiera el legado de “paz y belleza” del director, Yellow contó que había realizado un viaje tan largo para expresar su gratitud a Ford por haber ofrecido trabajo durante muchos años a su empobrecida tribu y haber contribuido a dar a los navajos «una vida interesante». 
«Él atrajo la atención hacia Monument Valley y su gente Nosotros no teníamos demasiado contacto con los blancos. Él era un líder y era alto. Siempre respeté su sentido del humor y el hecho de que era el que estaba al mando de todo. John Wayne y John Ford eran parecidos. John Wayne también tenía sentido del humor. Wayne era un buen tipo. Le queríamos”.

Pero aquel sentimiento de afecto cambió en 1971, cuando la mayoría de los navajos se quedaron muy sorprendidos con la respuesta del actor al preguntarle un periodista de “Playboy”, si sentía alguna empatía por los indios.

«No creo que nos equivocáramos al arrebatarles este gran país, si es eso lo que me está preguntando. El supuesto robo de este país era una cuestión de supervivencia. Había muchísima gente que necesitaba una nueva tierra, y los indios eran unos egoístas al intentar conservarla para sí mismos. [...] Quizás esto le sorprenda, pero yo no había nacido cuando se crearon las reservas. [...] no se nos puede culpar hoy de lo que pasó hace cien años en nuestro país. [...] Lo que pasó entre sus antepasados y los nuestros fue hace tanto tiempo que no creo que les debamos nada.» Hasta que se publicó esta entrevista, los navajos no tenían ni idea de que Wayne albergara esos sentimientos.

Dos años después, en el 73, un biógrafo de Ford visitaba la zona y encontró a un joven navajo recién regresado del Vietnam. Le preguntó su opinión sobre Ford, y la respuesta fue: « ¿El viejo con un parche en el ojo? Buen tipo». Pero el joven estaba todavía tan furioso por los comentarios de Wayne en “Playboy” que le dijo que si alguna vez Wayne volvía a Monument Valley para rodar otra película… «Será mejor que se ande con ojo, porque yo me sentaré en la cima de esas rocas con mi rifle y le mataré».Pero Wayne nunca volvió a Monument Valley después de aquella entrevista.

El último trabajo de Ford como director en Monument Valley, pocos meses antes de la entrevista de Wayne, en 1971, fue el rodaje de un especial de televisión. Con un aspecto delicado y protegiéndose los ojos del sol del desierto con una sombrilla, Ford se lo pasó en grande dirigiendo a un especialista ( Yakima Canut ) que doblaba a John Wayne cayéndose de un caballo en un plano general, pero luego era Wayne quién se caía de culo en el plano corto. Ford ordenó al equipo que le lanzaran tierra al “Duque” y le encantó verle frotándose el trasero» tras descubrir que había aterrizado sobre una roca.

Los dos días del último rodaje de Ford en Monument Valley finalizaron con una barbacoa organizada por los navajos en honor de Ford y Wayne. Fue un encuentro nostálgico para todos, porque era la primera vez que el director y su actor favorito estaban de nuevo juntos allí desde Centauros del desierto. Acompañando a Ford junto al saliente de “John Ford Point”, Wayne dijo: «He vuelto para recordar, pero tengo la sensación de que tal vez “Pappy” lo ha hecho para despedirse». Fue la última vez que los dos volvieron a Monument Valley. Como ya conté en muchas ocasiones, los navajos enviaron una delegación al funeral de Ford, la familia los sentó con ellos, en los primeros bancos, por delante de, en orden de aprecio de Ford, técnicos, especialistas, actores de carácter, estrellas de Hollywood y productores.

Por lo que respecta a John Wayne, no fue un héroe de guerra como Ford, quizá fuera un exaltado derechista, no tanto como Ward Bond, y también, un poco bocazas, pero no era una mala persona, los navajos no olvidaron que puso su avión personal a disposición de la familia de una niña navajo gravemente enferma.



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