Hispanofobia y «fracasología»
Aquilino Duque
La "fracasología" se distingue de la hispanofobia en que los que incurren en ella son exclusivamente españoles.
En los años en que tuve la suerte de ver bastantes obras mías en letra impresa, había dos críticos que se interesaban por esas obras, un interés que databa de la época en que no eran aún intelectuales orgánicos, como diría Antonio Gramsci, del venturoso sistema que ahora disfrutamos y nadie podía entonces imaginar que sobreviniera. La desconfianza inicial y el desapego indisimulado que sentí desde un primer momento hacia el por ahora vigente estado de cosas hicieron que esos dos críticos, que partían el bacalao como vulgarmente se dice desde el ABC y El País, se guardaran muy mucho de mencionar mis escritos por activa o por pasiva. El intercambio de tribunas entre ellos tampoco me benefició y solo sirvió para que Ricardo de la Cierva, de quien hicieron por lo visto más caso que de mí, para su mal al menos, les colgara el remoquete de “críticos intercambiables”.
El trueque de tribunas de esos críticos, puede que, como decimos en Italia, alla loro insaputa, o sea, sin hacerlo aposta, revelaba el auténtico significado de la “reconciliación nacional”, el jarabe de pico de la Transición, más suave para la garganta que el aguardentoso “trágala” del liberalismo decimonónico. La clase política no tardó en quedarse con la copla para implantar un nuevo “turno pacífico” entre los nostálgicos de la Constitución de 1876 y los de la Constitución de 1931 y, aunque ese turno no iba a tener nada de pacífico, con sus golpes de febrero de 1981 y de marzo de 2004 entre otras cosas, la “intercambiabilidad” llegó a ser un hecho entre dos partidos unidos en los dogmas del llamado “pensamiento único”.
Una de las cosas buenas de esa intercambiabilidad sería la caducidad de los conceptos de derechas e izquierdas. A esa conclusión llegué hace años en México cuando el PRI iniciaba su declive y pude observar que la cuestión no era ser de izquierdas o de derechas, sino estar arriba o abajo. Con el tiempo supe que el colombiano Nicolás Gómez Dávila afinaba más al decir que “la izquierda llama derechista a gente situada meramente a su derecha. El reaccionario no está a la derecha de la izquierda, sino enfrente”.
Esa actitud de enfrentamiento es lo que más diferencia al reaccionario del conservador, y el pensador colombiano venía a confirmar mi reivindicación de lo primero, en un amago de polémica que sostuve en tiempos con otro amigo, autorizado especialista en literatura contemporánea, en torno al concepto de “Antiespaña”, que él reivindicaba con orgullo y con rabia. Al socaire ya del nuevo orden de cosas, este valioso erudito daría a conocer lo que llamó “un ensayo de interpretación de un proceso intelectual” que tituló la Edad de Plata (1902-1939).
En un acto público en el que coincidimos, confesó que eso de Edad de Plata no sabía de dónde lo había sacado ni de quién lo había tomado, y yo le dije que no se quebrara la cabeza, que el origen estaba nada menos que en Valle Inclán, que ya a comienzos de siglo decía en La pipa de Kif: “Yo anuncio la era argentina/ de socialismo y cocaína…”. Esos versos los había puesto yo en exergo de un comentario sobre los sucesos parisinos del 68 en la Revista de Occidente y, años más tarde, en un libro titulado además La era argentina, uno de cuyos capítulos se titula precisamente La triste realidad de la Antiespaña.
De la Antiespaña a la traición
La Antiespaña que mi contrincante enarbolaba era en aquellos tiempos -fines de los 60 o comienzos de los 70– una mera exasperación retórica del anticonformismo de la contradictadura cultural, es decir, algo inofensivo mientras no pasara de la retórica a la acción. Antes hablé de mi despego inicial hacia el actual “estado de cosas”, y ello fue por la beligerancia que, desde los trabajos constituyentes, se concedió a esa Antiespaña, a la que, a la hora de atacar a España, le daba igual el nuevo sistema que el antiguo régimen.
Las complacencias de la nueva clase política hacia esa Antiespaña fueron a más, hasta el punto de degenerar en complicidades rayanas en la alta traición, en que la izquierda domesticada y la derecha vergonzante, absolutamente intercambiables, incurrirían por activa y por pasiva. En todos los partidos, por siniestros que sean, hay personas decentes que buscan la verdad, y en fecha muy temprana, nada menos que un periodista aragonés, comunista él y con un largo historial conspiratorio desde que lo expulsaran del seminario, Eliseo Bayo, llegó a escribir que “a veces parece que España está gobernada por sus enemigos”.
Una virtud de esos enemigos de España, de la Antiespaña para entendernos, es la de llamar a las cosas por su nombre y de presentarse como lo que son y enarbolar sus símbolos. Sean estos los que sean, su denominador común es la hispanofobia. La hispanofobia ha hecho una larga carrera entre los males de la patria, siempre de la mano de otro mal que Elvira Roca llama la fracasología y somete a una disección implacable en otro de sus grandes libros. La fracasología se distingue de la hispanofobia en que los que incurren en ella son exclusivamente españoles, mientras que la hispanofobia la compartimos con los que no lo son.
Tanto los fracasólogos como los hispanófobos consideran que la historia de España es una abominación, de ahí que los primeros exalten sus gloriosos fracasos y los segundos condenen sus indudables éxitos. La lista sería interminable, pero como botones de muestra del fracaso tenemos nuestra última Guerra Civil y, del éxito, el descubrimiento del Nuevo Mundo. Una guerra civil es un fracaso como lo es el divorcio, para no ir más lejos: un fracaso de la convivencia.
La guerra nuestra no quedó ciertamente en tablas y el fracaso recayó por completo en los que la provocaron y la perdieron. De ahí que, al cabo de tres generaciones, los nostálgicos de aquellos años trágicos y heroicos se identificaran con los “heterodoxos” de don Marcelino, con los “segundones y los bastardos” de don Américo, con los afrancesados, con los comuneros, con los irmandiños, con los beltranejos, con los moros, con los cartagineses o con el bandido generoso que les cayera más cerca.
"No se descubre nada al afirmar que Arturo Pérez Reverte es uno de los autores españoles de más éxito dentro y fuera de España. He visto los escaparates de las librerías del Reino Unido literalmente empapelados con sus novelas de arriba abajo. Su éxito en el mundo anglosajón es espectacular. Ha sido traducido a muchísimos idiomas y ha vendido millones de libros.
El autor exterioriza un patriotismo de rompe y rasga que se aviene muy mal con su obediente repetición de los más manidos tópicos de la leyenda negra. Para alguien que proclama con orgullo que «tiene sus lecturas», no resulta fácil justificar el haberse unido tan oportunamente a la procesión, ya vieja y demasiado concurrida, de los cultivadores de la historia-literatura de España como guarida del demonio. O bien fallan las lecturas o bien interesa participar en el auto de fe perpetuo y siempre exitoso que es la leyenda negra.
No es descabellado suponer que una parte del éxito de Reverte, dentro y fuera, se debe a que recrea con vigor y convicción los tópicos hispanófobos del protestantismo, de la Ilustración y, luego, del liberalismo. Ese país podrido, corrupto y fanático que Reverte describe en sus novelas es una vieja melodía cuya reiteración suena bien a muchos oídos por razones distintas; razones viejas pero no muertas. El inquisidor de Reverte se parece al de Schiller, al de Dostoievski, y al pavoroso Jorge de Burgos de Umberto Eco, como una gota de agua a otra.
Los personajes de Reverte se mueven por un Madrid corrupto y decadente, podrido hasta los cimientos: «Soltero, mujeriego, cortesano, culto, algo poeta, galante y seductor, Guadalmedina había comprado al rey el cargo de correo mayor tras la escandalosa y reciente muerte del anterior beneficiario, el conde de Villamediana: un punto de cuidado, asesinado por asunto de faldas, o de celos.
En aquella España corrupta donde todo estaba en venta, desde la dignidad eclesiástica a los empleos más lucrativos del Estado, el título y los beneficios de correo mayor acrecentaban la fortuna e influencia de Guadalmedina en la Corte». La compra y venta de los servicios del Estado era y es una práctica común. Ahora se llama privatización, o más eufemísticamente, externalización.
En ese tiempo, como ahora, estaba generalizada en toda Europa, y en España lo que destaca son los amplios sectores de servicio público que funcionaban como tales, es decir, que se cubren por oposición. Sobresale por encima de todo la justicia, muy profesionalizada, independiente y jerarquizada desde el reinado de los Reyes Católicos. Los cargos judiciales se vendían al mejor postor en toda Europa, pero no en España. Insistimos: esta era una práctica corriente y que no se consideraba ni corrupta ni perjudicial. Cuando se produjo la gran crisis hacendística que condujo a la Revolución francesa en tiempos de Luis XVI, ya no quedaba apenas puesto ni cargo alguno que enajenar en la Administración del país vecino. En tiempos de Luis XII se habían vendido todos los oficios de la Hacienda Real y Francisco I continuó poniendo a la venta todos los cargos de la justicia. A partir de 1522, con la creación de la oficina de partidas eventuales, todo puesto en la Administración real podía comprarse o venderse.
Con el tiempo no quedaron a salvo más que los mandos del ejército. Durante todo el siglo XVII y XVIII se alzaron en Francia muchas voces para advertir de los abusos que esta situación producía y de los peligros de degeneración del Estado que estaba provocando. Al barón de Montesquieu, sin embargo, esta práctica le parece muy bien, y produce estupefacción que quien razonó con tanto tino sobre el estado democrático, no comprendiera la necesidad de salvaguardar la Administración pública de los intereses particulares de unos y otros, especialmente de los más pudientes. A esta ceguera contribuyó sin duda que su tío compró y le dejó en herencia un cargo de presidente de una provincia, cargo al que Montesquieu debía un más que buen pasar.
Esta venalidad fue una de las razones que provocó la quiebra del Estado francés y la Revolución francesa. Nunca se llegó en España a una situación semejante. Volveremos sobre esto en la Parte III. El episodio histórico que da pie al desarrollo de la trama de Reverte es la visita de incógnito a Madrid del príncipe de Gales y del duque de Buckingham a fin de acabar de una vez con aquella negociación interminable sobre el matrimonio del príncipe inglés con una infanta de España. Esto sucedió en 1623, y en este momento había naturalmente un presidente del Santo Oficio. Hay que buscarlo debajo de las piedras para encontrarlo, pero no es imposible dar con él. Su presencia hubiera destrozado por completo cualquier complot fanático o tenebroso.
Don Andrés Pacheco de Cárdenas era extremeño y franciscano, no dominico. Doctor en Teología por la Universidad de Salamanca, dedicó su vida al estudio y la caridad. Su gran cultura y conocimiento de lenguas hicieron que Felipe II lo nombrara preceptor de su sobrino Alberto de Austria, quien más tarde sería soberano de los Países Bajos desde 1598. Después fue obispo de Cuenca, donde se destacó por su empeño en mejorar las condiciones de vida de los más humildes: «Singular prelado por su rara virtud y santidad y por la eminencia de letras... En tiempo que governava aquella sede no supieron los pobres que avia falta de frutos en la tierra». Murió con fama de santo y no consta que firmara una sola sentencia de muerte.
Por supuesto se puede decir que todo esto es creación literaria y que el arte es libre. ¿Libre? La Inquisición como tema literario universal se distingue radicalmente de otros en que se supone que lo que de ella se refiere es verdad. Cuando en el siglo XIX aparecen los vampiros en la literatura, a nadie, ni entonces ni ahora, se le ocurrió pensar que tal cosa pudiera ser cierta, de manera que los transilvanos no han sido puestos en cuarentena en las fronteras para ver si padecen el fatal contagio. En cambio, estos personajes inquisitoriales que forman parte de la historia de la literatura viven en la mente de los occidentales como si lo fuesen de la historia verdadera, alimentando sine fine el mundo de los mitos denigrantes que la propaganda creó en torno a esta institución, y por extensión, perpetuando la hispanofobia.
... Estamos ante imágenes que pueden considerarse ya arquetípicas en la mentalidad europea. El morbo sexual ligado a los sacerdotes católicos, la paranoia conspirativa con base en Roma, la maldad más horrible y fanática oculta tras una sotana, preferentemente jesuita (también sirven bien los dominicos), etcétera, son recursos literarios de éxito casi garantizado. Es lo que encontramos en Pérez Reverte, y este ejemplo actual ayudará a entender cómo funciona este trasvase que alimenta las mentiras de la leyenda negra haciéndolas pasar por historia con gran éxito para los autores. Las novelas de Alatriste suceden en el siglo XVII. El lector sabe que Alatriste es de mentira, que es un personaje ficticio, pero vive moviéndose por decorados históricos, por ejemplo el Madrid del Siglo de Oro, que el lector supone reconstrucción fiel de la realidad. De manera que cuando le cuentan que el gran inquisidor es un fanático asesino que pone los pelos de punta o que el sistema de funcionamiento habitual de la Administración es un procedimiento corrupto, la compra-venta de cargos, se cree las dos cosas".
Da la casualidad de que este acceso de revanchismo civil, de hispanofobia perniciosa, especialmente agudo en las llamadas “autonomías históricas”, vendría a coincidir con el declarado propósito de la Unión Europea de debilitar las naciones que la integran reduciendo su soberanía. Nunca se lo habían puesto tan fácil nuestros fracasólogos a esta Europa tan hispanófoba.
QUE BONITA ERES ESPAÑA
Así es, lo es. España no es sólo un trozo de tierra o una bandera que se posee. España es de todos y para todos. Parte de los problemas que ocurren en este país, es por la falta de una identidad española, por la falta de unión, consenso y por supuesto por la falta de cultura. Por la falta de conocer, precisamente España. En EEUU, se iza la bandera con orgullo, y se defiende y protege con honor y valor, seas de la ideología que seas. En la mayoría de los países es así, la bandera y la patria es de todos, de todas las ideologías.
Hubo un tiempo, un tiempo cruel y duro, en el que nos matábamos entre hermanos y en el que todo español gritaba ‘viva España’. Sí, gritaban que viva España, su España, la España que ellos defendían. La que cada uno quería para sus hijos. Pero siempre por España.
¿Qué ha pasado ahora? ¿Por qué llaman puta a mi tía por llevar una bandera roja y gualda? ¿Por qué estás pensando que soy un ‘facha’ por escribir ésto? En mi humilde opinión, a los de arriba, les interesa que estemos divididos. Les interesa que no sepamos quiénes somos, que no nos hagamos fuertes unidos, que no sepamos lo grandes y lo fuertes que podemos llegar a ser como españoles. Que no sepamos qué es España. Tal vez yo tampoco lo sepa. Pero te voy a contar lo que es para mí.
España es mi familia, mis padres que sudaron sangre y lágrimas por mí, su trabajo, sus esfuerzos. Mis antepasados que lucharon por dejarme una España mejor, mis abuelos y sus abuelos. Mis amigos, mis hermanos, el barrio en el que nací, el parque donde me tomé mi primera cerveza, el bar de Moncloa donde me tomé mi primera copa. España son las españolas, las morenas, las rubias, esa sonrisa pícara, esos ojos verdes o negros, ese vacile y esa salsa que sólo tenéis vosotras. España es los españoles. La alegría, la felicidad, la simpatía, la chulería madrileña, la gracia andaluza, la frialdad del norte…
España son los Pirineos nevados, el Valle de Arán, la ciudad Condal, Barcelona al mar. España es el Atlántico de Galicia, un atardecer en finisterre, esa ‘musiquiña’ de una gallega poniéndote un blanco en frente del mar. Son los campos de Castilla, tierra de Reyes, tierra que vio nacer nuestro idioma con el que ahora te pinto, querida patria. Castilla es la tierra del Cid Campeador, de las aventuras más leídas en el mundo entero, de la obra de arte de Don Quijote. Es esa tierra de cuyo nombre me quiero acordar. Es la tierra donde nacían los dioses de antaño, Extremadura, Pizarro, Cortés… España son las calas azul cristalino del Levante, de Valencia, de Murcia. El mar que baña las preciosas playas andaluzas. La cerveza en el chiringuito, frente al mar, mirando de reojo a esa morena malagueña. España son las sevillanas, las cordobesas… El desierto donde Clint Eastwood tanto se «alegró el día», tabernas almerienses…
España es la Alhambra, la Giralda, la Almudena, la Gran Vía, las Catedrales de Santiago y de Burgos y de Córdoba, la Sagrada Familia, la Torre del Oro, el acueducto de Segovia, las ruinas romanas de Cartagena, la muralla de Ávila, las Hoces del río Duratón, el Ebro y el Tajo. La guitarra, el flamenco, la buena poesía, Quevedo, Góngora, Unamuno, Dalí, Picasso..
España es la tortilla de patata poco cuajada, paella del Levante, el cocido madrileño, los churros de año nuevo resacoso, el roscón de Reyes sin frutas de esas que no le gustan a nadie. El aperitivito’´, las tapas y más tapas con ese oro líquido entre medias. ¿Cuántas llevas? Ni idea. El marisco gallego, las gambas de Huelva, los percebes (a quién demonios se le ocurriría probar eso, tenía que ser español). Es la fabada asturiana, las migas de Aragón, el jamón, el ‘pescaito’ de Cádiz. La crema catalana, la butifarra, la carne de buen buey castellano, y poco hecha no, que muja. Las rabas de santander, el vino tinto, el aceite de oliva… España es sentarse en el sofá y resoplar después de una comida repleta de cualquiera de estos manjares, y la siesta.
Es imposible nombrarlo todo. Pero lo más importante, es que España es cultura. España es Cartago. España es Roma. España es celta. España resistió y recibió los regalos de los musulmanes. España es el país de María. De Santo Tomás y de San Francisco Javier. Lo más importante es que España fue el Imperio más grande de la historia bajo el manto de Isabel y Fernando. Con Carlos I y Felipe II en España, chicos y chicas, no se ponía el sol. Los héroes innombrables, la valentía, el martirio, el honor y la gloria. Rodrigo Díaz de Vivar, Blas de Lezo, Don Pelayo, los hermanos García Noblejas, Daoíz y Velarde, que se revelaron contra los franceses aquél dos de mayo… España son la piel de gallina y los pelos de punta con los que escribo ahora mismo. España soy yo. España eres tú. España somos nosotros, desde nuestros ancestros hasta descendientes.
En serio, ¿que coño más quieres?
OCCIDENTE CONTRA SÍ MISMO
"Occidente siente un odio por sí mismo que es extraño y que sólo puede considerarse como algo patólico. Sólo ve de su propia historia lo que es sensurable y destructivo, al tiempo que no es capaz de percibir lo que es grande y puro". Joseph Ratzinger
VER+:
0 comments :
Publicar un comentario