La revolución del Varón Dandy
Director de La Tribuna del País Vasco
Cuanto más me esfuerzo en rememorar cómo era el hogar donde viví los primeros años de mi vida, más claramente comprendo que el universo de aromas, sabores, sonidos y visiones que conformó nuestra infancia y nuestra primera juventud estaba también repleto de una larga ristra de valores, saberes, costumbres, tradiciones, principios y normas que pacientemente, y en ocasiones también involuntariamente, nos transmitían nuestros mayores y que son los que, en tiempos muy difíciles, habían conseguido convertir el mundo, en general, y nuestro mundo, en particular, en un lugar infinitamente mejor que el que ellos habían recibido de sus antecesores.
De este modo, junto a los vahos del Varón Dandy y del Agua de Colonia Concentrada Álvarez Gómez (o AGUA BRAVA) viajaba nuestro primer contacto con la honradez, la decencia y la dignidad y, sobre todo, aquellos aromas alumbraban una realidad en la que nuestros padres y abuelos, con mucha menos riqueza que nosotros a su alrededor, distinguían claramente a las víctimas de sus verdugos, valoraban como un tesoro el acceso a la educación que ellos apenas habían disfrutado, reconocían a un bribón en cuanto lo tenían delante, sabían el significado de un apretón de manos y conocían la justa medida, la importancia exacta y los límites claros de palabras como democracia, libertad, tolerancia, justicia o progreso.
Todavía no había caído el Muro de Berlín y, por ello, aún no había comenzado la venta generalizada de compromisos, el toma y daca de principios e ideas y la quiebra de las grandes ideologías referenciales del pasado siglo XX, cuyo estrepitoso hundimiento abriría el camino al mundo distópico que hoy arde impenitentemente ante nuestros ojos.
Occidente ha crecido, se ha desarrollado y se ha convertido durante centurias en el faro del mundo levantándose sobre la fuerza del individuo, de los derechos y deberes de cada persona, pero también haciéndose fuerte en una inquebrantable estructura familiar que, siguiendo poderosas estirpes, engarza con nuestros más remotos antecesores y que, a lo largo de los siglos, se ha visto reforzada por la solidez y consistencia que la filosofía griega, el conocimiento romano y la espiritualidad cristiana han proporcionado a esta institución troncal para el desarrollo colectivo. Hoy, cuando todo lo que un día levantó nuestra civilización parece encontrarse en liquidación por derribo, bajo múltiples fuegos cruzados o en el más completo abandono, vemos cómo la familia, en su papel de piedra angular de nuestras sociedades, es la principal pieza a abatir por todos aquellos que desde visiones, intereses y puntos de vista muy diferentes, convergen y coinciden en un objetivo común: acabar lo más rápidamente posible con eso que la nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha definido como “estilo de vida europeo”, aunque posteriormente haya tenido que pedir perdón por semejante “atrevimiento”.
En este sentido, las élites empresariales y económicas, abrazadas en el “capitalismo woke” o en el “capitalismo políticamente correcto” que pone el planeta en manos de personajes de sainete como Greta Thunberg con el fin de poder continuar haciendo lo que les resulte más interesante para sus cuentas de resultados; los nuevos bárbaros neocomunistas que tratan de conquistar Hispanoamérica y Europa impulsados por el marxismo cultural difundido desde el Foro de Sao Paulo; el islam político y económico que arrasa Occidente devorando nuestros valores y principios más sólidos con la fuerza de un tsunami alimentado incansablemente con millones de petrodólares; y, en fin, el totalitarismo socialdemócrata que quiere convertir nuestras sociedades en un gigantesco proyecto de ingeniería política y cultural, saben, todos ellos, que las familias tradicionales, como si fueran las neuronas más activas del cuerpo social, son las que almacenan la memoria de nuestro pasado, nuestras tradiciones, nuestras costumbres, nuestras creencias y, en fin, todo el acervo ético, ideológico, intelectual y emocional que forma parte de nuestra geografía moral colectiva, desde Lisboa a Estocolmo y de Londres a Moscú.
Y, por ello, quieren acabar con esas mismas familias subvencionando sin concesiones el aborto extremo, promocionando la ideología de género hasta la extenuación, impulsando los matrimonios del mismo sexo, eliminando la figura del padre de la ecuación procreadora, ridiculizando el instinto maternal, alentando el invierno demográfico, permitiendo la difusión de la poligamia que llega de la mano de un incesante y bien engrasado flujo migratorio que tiene su origen en múltiples países musulmanes y, sobre todo, bañando el concepto de ‘familia natural’ de una pátina de radicalismo, extremismo, intolerancia y “ultraderechismo” que actúa como un disolvente perfecto para licuar esa trinidad que ya casi no se puede nombrar: padre-madre-hijos.
Pero, sobre todo, al dinamitar la familia tradicional, buscan acabar con el legado de nuestros antecesores para que los mandarines del nuevo orden mundial, ya saben, los turbocapitalistas tradicionales, los tecnócratas socialdemócratas, los funcionarios contados a miríadas, los matones de extrema-izquierda que hacen el trabajo sucio a todos los anteriores y los ejércitos islamistas bien subvencionados también por todos los anteriormente citados, puedan a comenzar a recrear una realidad virginal moldeada a su medida, sin pasado, sin tradición, sin nostalgia y sin anales ni legados a los que atender y rendir respeto.
El sociólogo canadiense Mathieu Bock-Côté, lo ha explicado perfectamente:
“La tentación totalitaria que se está desplegando hoy en día significa alejarnos de la antigua civilización occidental y obligarnos a una utopía diversitaria que dará a luz al nuevo hombre, sin raíces ni sexo, sin naturaleza ni cultura, sin padres o hijos, y perfectamente maleable de acuerdo con los métodos de la ingeniería de la identidad”.
Efectivamente, este es el porvenir que están tratando de conformar para nuestros vástagos, un mañana volteado y alienante donde las ideas conservadoras serán castigadas con la cárcel, donde el sentido común más elemental, como heredero privilegiado de una larga cadena de conocimientos transmitidos de padres a hijos, será arrumbado a los manicomios estatales y en el que día tras día todo será impenitentemente nuevo, renovado, reciente, actual y moderno. Vayan preparándose para entrar en acción, porque cuando la quimera tiránica que tantos de entre nosotros están empeñados en poner en marcha se convierta en una realidad ineludible habrá de nacer una nueva Resistencia que reconocerá a los suyos en pequeños detalles que serán como linternas identificativas entre la llovizna totalitaria que nos calará hasta los huesos: una mano de mujer que tenuemente roza la mano de un hombre, un árbol de Navidad apenas visto en un jardín, un niño que juega con un viejo fuerte Comansi de vaqueros e indios mientras su hermana peina a una estilizada muñeca Nancy, el humo poderoso de un asado de carne trabajado en la intimidad de una cocina recóndita, una pequeña cruz disimulada en el pecho, un "flyer" (folleto) con la imagen de una modelo en bikini o, simplemente, la contraseña XXv-XYp (‘Las niñas tienen vulva y los niños, pene), que correrá solamente entre los canales más codicados, secretos y privados. Cosas como estas serán las que llamen a la acción.
Que no les quepa duda: la siguiente Reconquista, que también será conocida como la Revolución del Varón Dandy, comenzará un no muy lejano mes de diciembre, cuando unas pocas familias, que luego serán muchas, levantarán un nacimiento sexista mientras cantan un villancico discriminador en un mercadillo navideño que, por supuesto, será ilegal.
¡Feliz Navidad!
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