(Cheyenne Autumn) 1964
"La mayor reivindicación del pueblo nativoamericano
que se ha hecho en el cine"
que se ha hecho en el cine"
El guión se basa en la novela de Howard Fast "La última frontera" (The Last Frontier, 1941), sobre la huida en 1878 de los indios cheyenne hacia su territorio natal del río Powder, en Wyoming. También se inspira el guión, como consta en los títulos de crédito, en el libro "Otoño u Ocaso Cheyenne (Cheyenne Autumn) (1953), de Mari Sandoz.
En una entrevista con Madsen publicada por Cahiers du cinéma en octubre de 1966, Ford señalaba que la película narra "una historia verdadera, auténtica, la realidad tal como fue", pero la realidad es que solo guarda un lejano parecido con los hechos históricos narrados por Mari Sandoz en su libro, en el que cuenta una historia mucho más horrible, con personajes muy diferentes y con la mayoría de los acontecimientos sucediendo de otra forma. En realidad, Cuchillo Sin Filo a quien mató fue a Alce Flaco (no a Camisa Roja) en un puesto comercial y no en una ceremonia tribal; Lobo Solitario era un borracho, no un guerrero noble y la chica era su hija, no su esposa. Carl Schurz, por su parte, no tuvo casi nada que ver con el asunto de los cheyennes y nunca viajó al Oeste para parlamentar con ellos.
John Ford era un hombre parco en palabras y poco dado a socializar.
Eso sí, como suele pasar con los genios, su obra se superponía al plano personal.
Los mejores homenajes son aquellos que dejan una sensación de justicia, aquellos en los que parece que todo se alinea a la perfección para dejar bien clara la verdad.
Hoy en día es difícil ver algo parecido, pues vivimos en un mundo en el que la justicia ha quedado reducida a una palabra sin apenas significado, como un número en una factura insignificante.
John Ford seguramente debió recibir muchos homenajes, todos sentidos sin duda, los cuales seguro que aceptó a regañadientes y con poca gratitud, pues era hombre más bien parco y poco dado a socializar.
Son muchas las anécdotas que nos dibujan a un Ford parco en palabras, seco en el trato con sus más allegados; famosos son los comentarios de John Wayne o James Stewart, concretamente en el documental Dirigida por John Ford (Peter Bogdanovich, 1971), en los que explican la atmósfera de tensión absoluta que se vivía en los platós de rodaje.
O la afición del director a hacer públicos ciertos comentarios profesionales de los actores que en principio debían quedar en el ámbito privado. Se puede llenar un libro (y seguro que se ha hecho) con las anécdotas de una carrera tan prolífica y mítica.
John Ford en las películas de vaqueros
Para muchos John Ford era una persona odiosa y que caía mal. Sin embargo, y como suele pasar con los genios, su obra se superponía al plano personal para trascender a una esfera diferente.
Su bagaje fílmico estuvo plagado de todo tipo de homenajes, desde los primeros colonos hasta los derrotados en la Guerra Civil americana, los negros, los indios... todo el espectro del viejo Oeste fue objeto de su merecida justicia cinematográfica.
A lo largo de sus más de cien películas Ford mostró sobradas muestras de un respeto hacia su país, sus gentes y una época en la que se forjaron muchas leyendas que el propio director ayudó a alimentar para más tarde desmitificar, ya en el ocaso de su carrera.
Semejante ejercicio de humildad creadora, aceptando las verdades de su propia creación no son nada habituales en el mundo del espectáculo. Ser capaz de arriesgar cuando ya no es necesario, al final de una carrera que además ha sido exitosa, sólo está al alcance de gente extraordinaria; una valentía digna del mejor de los protagonistas de sus westerns.
El peregrinaje de los indios Cheyenne
En El gran combate los homenajeados fueron los indios, representados en el film por los Cheyenne, que viendo sus acuerdos incumplidos por el Gobierno regresan a su tierra original, a más de 2.000 km de distancia. El peregrinaje se convierte en una odisea, como la que los judíos emprendieron desde Egipto con Moisés a la cabeza.
Pero en lugar del bíblico personaje los Cheyenne son guiados por los jefes de tribu se embarcan en tan dramático periplo lleno de peligros y a través del cual Ford da la vuelta al mito de los westerns, acercándose prácticamente al documental histórico.
Se trata de un trayecto sin apenas esperanzas, más centrada en el orgullo que en la salvación, pues los indios se dirigen a una reserva, una cárcel sin barrotes en la que pasar sus últimos días.
Porque la película está basada en hechos reales, mimbres que conformaron la naturaleza histórica de Estados Unidos; un legado que Ford tomó muchas veces y en el que se inspiró para filmar sus obras, convirtiéndose a su vez en una reafirmación de aquellos hechos, mitificados y pasados por el prisma de la industria del cine.
Eso quiere decir, de las demandas de un público que no quería ver indios masacrados sin piedad o colonos americanos perversos y exterminadores, sino valientes padres de la patria luchando contra los monstruos amerindios.
La verdadera cara del colonialismo estadounidense genocida y etnocida
Ford, ya cercano a su retiro, daba carpetazo a esa falacia y ponía toda la carne en el asador explicando la realidad del folclore norteamericano: la conquista del Oeste no fue más que un prolongado exterminio y vejación de los indígenas norteamericanos, quienes se vieron masacrados hasta quedar reducidos a la nada absoluta por parte de unos colonos que más allá de puntuales heroicidades no fueron mejores que muchos otros pueblos conquistadores a lo largo de la historia de la humanidad. Una historia basada en el saqueo, el aniquilamiento y una vergüenza que el propio Ford intentó que no cayera en el olvido. Denuncia y homenaje al mismo tiempo.
Rodada con la pausa de quien sabe que todo lo que dirá será definitivo, la película es el escenario final por el que desfilan todos los elementos que John Ford convirtió en leyenda, una suerte de tesis doctoral de una de las más importantes carreras cinematográficas de la historia del séptimo arte.
Es también un auto-homenaje, una forma de agradecer las piezas que le auparon a lo más alto durante medio siglo: los indios, el hombre blanco, Monument Valley y hasta el caballo, figura capital en el universo fordiano, tiene su momento de gloria imperecedera.
Por supuesto y como siempre Ford se esmera en buscar los mejores planos, siempre pendiente de la fotografía y el encuadre hasta límites enfermizos. Famosa es la anécdota que se cuenta por Hollywood según la cual el director mantuvo a su equipo y actores en pie durante más de tres horas a la espera de la longitud de las sombras que se proyectaban en el suelo fueran las adecuadas. Genio y figura.
El camino de regreso a casa de los Cheyenne es también el final del periplo artístico de Ford, que se despide de la mejor manera posible: recordando la verdad y aportando su pequeño grano de arena (que en realidad era bien grande) en un intento por restaurar la malograda memoria del pueblo indígena. Ellos, al contrario de lo que muchos creen, tenían a Ford un gran respeto; tan alto era que los Navajos le nombraron Natani Nez, el Guerrero Alto.
Con "El gran combate" John Ford dijo adiós al western, el género que le hizo grande. Y lo hizo saldando muchas cuentas pendientes: con la Historia, con él mismo, con su cine y con sus detractores.
““Natani Nez”,
que significa literalmente “líder alto”.
John Ford.
John Ford, se llevaba magníficamente con los pieles rojas que contrató como extras. Les pagó las tarifas del sindicato, estudió su lengua y fue adoptado por la tribu que le puso nombre navajo. Los navajos se refieren a sí mismos como diné, que significa “la gente, y Ford comenzó a ser llamado ““Natani Nez”, que significa literalmente “líder alto”. Esa fue su descripción natural cuando vino por primera vez a Monument Valley para rodar La diligencia.
Uno de aquellos navajos, Billy Yellow, apareció en todas las películas que Ford rodó en Monument Valley, era un hechicero que murió centenario en su choza, según el estilo de vida tradicional, sin electricidad ni agua corriente. En 1998, con 96 años, atravesó el país para subirse a un escenario y entonar una oración en honor de Natani Nez. Antes de lanzar un conjuro para que todo el mundo compartiera el legado de “paz y belleza” del director, Yellow contó que había realizado un viaje tan largo para expresar su gratitud a Ford por haber ofrecido trabajo durante muchos años a su empobrecida tribu y haber contribuido a dar a los navajos «una vida interesante».
«Él atrajo la atención hacia Monument Valley y su gente Nosotros no teníamos demasiado contacto con los blancos. Él era un líder y era alto. Siempre respeté su sentido del humor y el hecho de que era el que estaba al mando de todo. John Wayne y John Ford eran parecidos. John Wayne también tenía sentido del humor. Wayne era un buen tipo. Le queríamos”.
Pero aquel sentimiento de afecto cambió en 1971, cuando la mayoría de los navajos se quedaron muy sorprendidos con la respuesta del actor al preguntarle un periodista de “Playboy”, si sentía alguna empatía por los indios.
«No creo que nos equivocáramos al arrebatarles este gran país, si es eso lo que me está preguntando. El supuesto robo de este país era una cuestión de supervivencia. Había muchísima gente que necesitaba una nueva tierra, y los indios eran unos egoístas al intentar conservarla para sí mismos. [...] Quizás esto le sorprenda, pero yo no había nacido cuando se crearon las reservas. [...] no se nos puede culpar hoy de lo que pasó hace cien años en nuestro país. [...] Lo que pasó entre sus antepasados y los nuestros fue hace tanto tiempo que no creo que les debamos nada.» Hasta que se publicó esta entrevista, los navajos no tenían ni idea de que Wayne albergara esos sentimientos.
Dos años después, en el 73, un biógrafo de Ford visitaba la zona y encontró a un joven navajo recién regresado del Vietnam. Le preguntó su opinión sobre Ford, y la respuesta fue: « ¿El viejo con un parche en el ojo? Buen tipo». Pero el joven estaba todavía tan furioso por los comentarios de Wayne en “Playboy” que le dijo que si alguna vez Wayne volvía a Monument Valley para rodar otra película… «Será mejor que se ande con ojo, porque yo me sentaré en la cima de esas rocas con mi rifle y le mataré».Pero Wayne nunca volvió a Monument Valley después de aquella entrevista.
El último trabajo de Ford como director en Monument Valley, pocos meses antes de la entrevista de Wayne, en 1971, fue el rodaje de un especial de televisión. Con un aspecto delicado y protegiéndose los ojos del sol del desierto con una sombrilla, Ford se lo pasó en grande dirigiendo a un especialista ( Yakima Canut ) que doblaba a John Wayne cayéndose de un caballo en un plano general, pero luego era Wayne quién se caía de culo en el plano corto. Ford ordenó al equipo que le lanzaran tierra al “Duque” y le encantó verle frotándose el trasero» tras descubrir que había aterrizado sobre una roca.
Los dos días del último rodaje de Ford en Monument Valley finalizaron con una barbacoa organizada por los navajos en honor de Ford y Wayne. Fue un encuentro nostálgico para todos, porque era la primera vez que el director y su actor favorito estaban de nuevo juntos allí desde Centauros del desierto. Acompañando a Ford junto al saliente de “John Ford Point”, Wayne dijo: «He vuelto para recordar, pero tengo la sensación de que tal vez “Pappy” lo ha hecho para despedirse». Fue la última vez que los dos volvieron a Monument Valley. Como ya conté en muchas ocasiones, los navajos enviaron una delegación al funeral de Ford, la familia los sentó con ellos, en los primeros bancos, por delante de, en orden de aprecio de Ford, técnicos, especialistas, actores de carácter, estrellas de Hollywood y productores.
Por lo que respecta a John Wayne, no fue un héroe de guerra como Ford, quizá fuera un exaltado derechista, no tanto como Ward Bond, y también, un poco bocazas, pero no era una mala persona, los navajos no olvidaron que puso su avión personal a disposición de la familia de una niña navajo gravemente enferma.
VER+:
0 comments :
Publicar un comentario