EL Rincón de Yanka: INGLATERRA

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viernes, 30 de mayo de 2025

SI NO VAS VELADA, SERÁS VIOLADA: UN MILLÓN DE VIDAS ROTAS EN INGLATERRA CON LA COMPLACENCIA DE SU GOBIERNO E INSTITUCIONES DE M....👥



Si no vas velada, serás violada. 
Un millón de vidas rotas en Inglaterra


Esta investigación se remonta a 2020, pero sigue siendo trágicamente actual, por desgracia. En ella se aborda el fenómeno de las violaciones en grupo en su totalidad, revelando un sexocidio de una magnitud asombrosa. Tras los casos aislados que a veces han roto el muro del silencio, se dibuja un cuadro escalofriante: decenas de miles de jóvenes de la clase obrera blanca británica, sacrificadas en la indiferencia cómplice de un sistema paralizado por el miedo a ser acusado de racismo e islamofobia. La policía, los educadores, los medios de comunicación y los políticos han contribuido, por omisión y por cobardía, a mantener esta impunidad. Sarah Champion, diputada laborista, estima que podría haber una millón de víctimas, una estimación que subraya la magnitud industrial de estos crímenes. Nuestra investigación explora sin rodeos los mecanismos que permitieron este horror: el vergonzoso silencio de los responsables, la inversión de roles y la retórica antirracista desviada para exculpar a los verdugos, que sólo podían ser musulmanes buenos víctimas de discriminación. Finalmente, lo que revela nuestra investigación es que esta masacre de inocentes no sólo fue tolerada, sino facilitada por un silencio organizado. Como en el caso de la «banalidad del mal» estudiado por Hannah Arendt, la cadena de responsabilidad es global. Las principales culpables son las élites británicas en su conjunto. Hoy deben responder por su negación cómplice.

¿Conoce usted a Victoria Agoglia? ¡No, claro! ¿Por qué iba a conocerla? No fue violada por Harvey Weinstein, no es editora en Saint-Germain-des-Près, ni estrella de Hollywood ni feminista en Bloomsbury, nadie que defienda la cultura de la violación, según la cual todos los hombres blancos, y sólo ellos, son violadores en potencia. ¡No! Victoria no es más que una niña perdida de la desolada clase obrera blanca de Inglaterra, es decir, nada en absoluto, sólo un paquete de carne sustituible y placer consumible. ¿Su padre? Un desconocido con el que nunca se cruzó. ¿Su madre? Falleció cuando ella tenía 8 años. Una huérfana que podría haber salido de una novela de Dickens si tan sólo la hubieran pasado de hogares infantiles a familias de acogida. Pero resulta que a los 13 años cayó en las garras de una banda de pakistaníes que la drogaban, la golpeaban y la violaban sin parar. Una noche de terror que duró dos años. El tiempo que tardó en decidirse a alertar, en julio de 2003, a los servicios sociales de la ciudad de Rochdale, en vano (la policía no recibió mejor acogida por parte de su abuela). Dos meses después, con sólo 15 años, Victoria murió de una sobredosis de heroína inyectada a la fuerza por un Jack el Destripador de 50 años procedente de las montañas de Pakistán.

La muerte de Victoria fue el primer caso mediatizado de una serie de crímenes pedófilos y violaciones colectivas que, desde entonces, han aparecido regularmente en las portadas de los tabloides ingleses. Es el resumen escalofriante de un fenómeno cuyo alcance real sigue siendo desconocido, ya que ha sido institucionalmente silenciado. Un «holocausto de nuestros niños», dijo un portavoz del UKIP, Alan Craig. La lista de ciudades que fueron escenario de ello es interminable: al menos 27 municipios identificados hasta la fecha², que desgranan la toponimia de una Inglaterra, minera o textil, industrial o manufacturera, antaño floreciente, hoy transformada en un harén low cost, antesala del paraíso de Alá. Allí, 1.500 víctimas (en Rotherham); en otros lugares, 1.000 (en Telford). El mismo escenario del crimen en Newcastle, Oxford, Rochdale, Bradford, Sheffield, Birmingham, Bristol, Surrey, Leeds, Leicester, Middlesbrough, Peterborough, Gateshead, Aylesbury, Halifax, Burnley, Nelson, High Wycombe, Keighley, Banbury, etc.

¡A por las tiernas inglesitas!

Casi siempre, las víctimas se llaman Lucy Lowe, Becky Watson, Vicky Round. Adolescentes, a veces niñas de 11 años, socialmente vulnerables, seducidas por hombres de mediana edad de origen inmigrante, que se comportan como amables caballeros atentos antes de hacerlas adictas al crack, a la heroína o al alcohol, y convertirlas, bajo amenaza de represalias, en esclavas sexuales junto a las cuales Justine o los infortunios de la virtud, de Sade no es más que una broma galante.

Casi siempre, los verdugos se llaman Mohammed Imran Ali Akhtar, Nabeel Kurshid, Iqlaq Yousaf, Salah Ahmed El-Hakam; unos, taxistas y otros, dueños de kebabs y fast-foods. La serie de casos de violaciones colectivas llevados ante los tribunales entre 2005 y 2017 revela que las bandas están compuestas en un 84 % por paquistaníes, que representan sólo el 7 % de la población.. Todos buscaban intencionadamente a mujeres blancas, supuestamente más «fáciles», que tenían la ventaja de ser «impuras» según el Corán en lo que respecta a la sharia de los kebabs. «¡Mi principal agresor me citaba suras del Corán cuando me golpeaba!», confiesa una de ellas. . A los «no es no» que querían ocultar esta dimensión religiosa, dos de los violadores de Rotherham se la recordaron lanzando un resonante «Allahu akbar» al ser pronunciada su sentencia.

A falta de datos públicos (de acceso prohibido), es imposible estimar el número de víctimas, miles, más probablemente decenas de miles; vidas rotas, mancilladas, envilecidas, peor aún: negadas. Las estadísticas del Ministerio de Educación remitidas a los servicios sociales (NSPCC) indican, sin más detalles étnicos, que el número de presuntos casos de violencia contra niños ha aumentado considerablemente desde 2013, fecha en la que se empezó a tener en cuenta estadísticamente la «caza de menores» (3.300 casos registrados en ese momento). 18.700 víctimas en 2018-2019, algo menos que el pico alcanzado en 2017-2018 con 20.000 víctimas. Una evaluación muy por debajo de la realidad, según The Independent, que propone la cifra de… 76 204 víctimas, sólo en el Reino Unido. ¡Es decir, una media cada siete minutos! Una carnicería, como en la época de los burdeles militares de campaña. Después de todo, ¿no ha sido la violación un arma de guerra desde siempre?

La ley del silencio

Pero ¡chitón! Hablar de ello es hacer el juego de la extrema derecha, esa «mierda racista», como dijo la impagable Caroline de Haas tras las violaciones de Colonia. En el Reino Unido, como en otros lugares, no se nombran las bandas de violadores musulmanes paquistaníes: se les protege pudorosamente bajo la expresión «child grooming» y «Asian grooming gangs». «Grooming», el «acondicionamiento» o, más literalmente, el «acicalamiento» de niños y también de animales. En la neolengua antirracista, el «acicalamiento» de los niños, al igual que el de los perros (las «perras», en rigor ortográfico), consiste en «preparar» a los niños para abusar sexualmente de ellos. Una denominación utilizada por la clase política y complacientemente transmitida por la prensa, cuando todo el mundo sabe de quién se trata y lo que hacen. Las comunidades sij e hindú incluso se han indignado por el término «asiático», no queriendo ser asociadas con estos escándalos que afectan a poblaciones de origen pakistaní, a veces bangladesí o afgano, en todos los casos musulmanas.

No hay nada que hacer: la ley del silencio es la regla, y el embargo —mediático, jurídico, político— está sujeto a las rigurosas coacciones de la ley. No sólo la negación, como en Colonia, ¡sino el delito! El activista identitario Tommy Robinson, fundador de la English Defence League, pagó las consecuencias: fue condenado a diez meses de prisión incondicional por filmar en un Facebook Live la apertura del juicio del caso de violaciones colectivas de la banda «paki» de Huddersfield, en Leeds, ya que el tribunal había ordenado que el juicio se celebrara a puerta cerrada. Como si la mezquindad se sumó a la infamia, Robinson fue expulsado de Twitter, excluido de PayPal, expulsado de Facebook y de Instagram.

«Tommy Robinson no fue condenado por su documental, sino por difamar a un refugiado sirio», dicen por ahí. Taoufik Bouachrine, director de 'Ajbar al Youm', diario crítico contra el régimen de Mohamed VI, fue sentenciado por agresión sexual sin pruebas sólidas. Estos son solo algunos ejemplos de un vasto repertorio de casos donde se manipulan causas políticas para silenciar voces disonantes, incómodas o, más bien, justas. Cualquiera de nosotros podría ser el próximo si luchamos con determinación y sin reservas por hacer emerger la verdad. 
Desconfíen de los medios que reciben subvenciones del Estado. Critiquen las batallas políticas contra aquellos que intentan despertar a la sociedad, navegando contra la corriente de lo políticamente correcto. Y, en estos tiempos que corren, rechacen la severidad de las medidas cautelares y penas contra quienes defienden su país de la invasión que amenaza a Occidente.

Tommy Robinson y el vídeo "SILENCIADO" que Elon Musk ha vuelto VIRAL para que lo saquen de PRISIÓN


¡Ay de los denunciantes! En la ciudad de Rotherham, una antigua ciudad minera y siderúrgica de 255 000 habitantes, donde los verdugos llegaban a rociar a las adolescentes con gasolina amenazándolas con quemarlas, una de las pocas voces que pidió una investigación tuvo que asistir a «cursos de concienciación sobre la diversidad» por haber mencionado el origen pakistaní de los violadores. Uno se pellizca para creerlo. En Newcastle y sus alrededores, un informe desenterrado por los investigadores especifica que las autoridades tendían a «culpar a las víctimas por su comportamiento en lugar de a sus verdugos». ¿De qué se quejaban, si los policías de Rotherham no las trataban de «basura»?

Una regla invariable: en la inmensa mayoría de los casos, los trabajadores sociales, policías, médicos, políticos y asociaciones se han callado por miedo a ser acusados de racismo o islamofobia, y por qué no, de pakistanofobia. La policía de Telford incluso difundió un memorándum interno, en un espíritu «ciudadano», imaginamos, que recomendaba a los agentes ignorar las denuncias. Un informe de la inspección de la policía y los bomberos de Su Majestad no tendrá ningún problema en demostrar que Scotland Yard, donde la «cultura del resultado» ya no es lo que era, no ha tratado correctamente más del 90 % de los casos. Así, en el país de Sherlock Holmes y Conan Doyle, no se encontró a nadie para investigar.

El martirio de la clase obrera blanca

¿Y a este lado del Canal de la Mancha? Sin el periódico digital Fdesouche, no sabríamos casi nada sobre la magnitud de estas violaciones colectivas, salvo algunos casos que se cuelan aquí y allá en la crónica judicial entre un acto de transfobia y el culebrón de la Liga del LOL. «El escándalo de pedofilia de Telford es la miel de la fachosfera», pudo untar, con verbo apícola, L’Obs.

Por supuesto, las cosas están cambiando, lenta y tímidamente. Una miniserie británica, Three Girls, emitida en Francia por Arte, conmocionó a Inglaterra. La serie trata el caso de las violaciones de Rochdale: 47 chicas de entre 13 y 15 años, todas ellas víctimas (o debería decirse, acribilladas) debido a su vulnerabilidad social, golpeadas y abusadas sexualmente por «pakis». El mérito de esta serie es hacer un balance a su manera de los años de Thatcher y Blair, tras la liquidación de la clase obrera blanca. Y como conclusión del proceso, ahí están estas jóvenes mártires, el más espantoso avatar de la desindustrialización, violadas a un ritmo industrial, sacrificadas al tótem del crecimiento sostenido por el tabú de la inmigración, sin la menor reacción, o muy poca, de un Union Jack catatónico. El Reino Unido es en sí mismo un concentrado de esta decadencia. Reino del liberalismo, atomización de la sociedad, decadencia de los sistemas educativos y sanitarios… Paralelamente, el reemplazo de la población avanza a pasos agigantados: ¡oficialmente, un 20 % de extracomunitarios desde 2011!

Términos cuidadosamente elegidos para no herir a nadie, nuevas categorías de victimización cada semana para contentar a todos menos a los pueblos centrales, histerización de la palabra minoritaria, eufemización de la palabra mayoritaria, persecución de los discursos de odio en Internet, xenofilia morbosa…

Esta ocultación activa se repite al más alto nivel del Estado: hace años que las asociaciones de víctimas y varios políticos exigen un informe completo sobre estos asuntos. Nazir Afzal, exfiscal jefe de Inglaterra noroccidental, exigió en 2012 que se investigara el origen étnico de los delincuentes. Explicó sin reírse que «la desinformación y las anécdotas son explotadas por los defensores de la supremacía blanca». Afortunadamente para las ilusiones de Nazir Afzal, el gobierno británico se negó a publicar las investigaciones oficiales sobre las características de las pandillas de grooming, afirmando que no es «de interés público». A lo sumo, el anterior ministro del Interior, Sajid Javid, nacido en Rochdale en el seno de una familia anglo-pakistaní, dejó escapar que los casos más mediatizados incluían un «fuerte porcentaje de hombres de origen pakistaní». Pero todavía se espera la publicación de la investigación que él mismo inició (se cerró el pasado diciembre). Boris Johnson, diga lo que diga, nunca la hizo pública. Este multiculturalismo políticamente correcto queda ilustrado con el caso del agente Amjad Ditta, puesto de relieve por una campaña de comunicación en 2016 para promover la diversidad en la policía británica. En 2019, ¡se encontró entre los 16 acusados de una banda de violadores! ¿Anécdota o caso emblemático?

A la caza de estereotipos, no de violadores

Las fotos y los nombres de los violadores son casi indistinguibles, ya que son muy parecidos. El criminólogo Cesare Lombroso se habría deleitado con ello. Nos limitaremos a señalar que se trata de una población en la que los niveles de consanguinidad son los más altos del mundo. Un estudio sobre malformaciones congénitas en Gran Bretaña, publicado en 2013 por la revista médica The Lancet, reveló que de una muestra de 5.100 niños de origen pakistaní, el 37 % había nacido de padres primos hermanos. Los genetistas sugieren cifras cercanas al 60 % de consanguinidad para los matrimonios en Pakistán, un récord mundial en una sociedad en la que se entremezclan el tribalismo y el islamismo.

Sin duda, una de las peores pecados de la religión de la convivencia es el prejuicio o sus derivados: el estereotipo, la discriminación y la amalgama. Denotaría idiotez, una visión simplista y reductora que impide el pensamiento complejo. Hacer un diagnóstico es realmente sencillo. Una vez que uno se ha quemado con el fuego, ¿debe seguir metiendo la mano para no hacer amalgamas? Steve Sailer ha resumido esta forma de sentido común popular explicando que un prejuicio es una anécdota verificada tantas veces que se ha convertido en una estadística. Pero en Inglaterra, las estadísticas están prohibidas cuando desmienten los prejuicios de la élite.

Una investigación de 
François Bousquet y Thierry Dubois
© Éléments

sábado, 28 de marzo de 2020

📙 REFLEXIONES FINALES (EPÍLOGO) DEL LIBRO "FRACASOLOGÍA. ESPAÑA Y SUS ÉLITES: DE LOS AFRANCESADOS A NUESTROS DÍAS"

“En España hay complicidad del gobierno de España con el separatismo reaccionario. Hago un llamamiento a la responsabilidad de las élites. De las élites españolas, las personas influyentes, los intelectuales, los empresarios y los dueños de medios de comunicación, porque mirar hacia otro lado e, incluso, hacer negocio con esta operación de erosión de la democracia es una inmensa, gravísima irresponsabilidad. Las élites tienen una responsabilidad inmensa en este país, los grupos de comunicación, y los empresarios también, no están al margen de lo que está pasando. Durante mucho tiempo nadie hizo nada con Cataluña, pues mirar para otro lado, y había gente que alertaba de lo que estaba sucediendo. Hay TVs que hacen negocio, "La Sexta" hace negocio por ejemplo con la erosión de los valores de nuestra democracia. Las élites españolas, yo creo que hay una actitud funcionarial”.
REFLEXIONES FINALES
  FRACASOLOGÍA. 
España y sus élites:
de los afrancesados a nuestros días
María Elvira Roca Barea


Sobre la aceptación universal e incontestada de la leyenda negra se dibujó un paisaje de Europa que incorporó en su diseño el eje de la superioridad del norte frente a la inferioridad del sur. Hoy en el siglo XXI, nadie cuestiona esto. Ahora bien, aquí que distinguir dos niveles de discurso.

Es indiscutible que, a lo largo del siglo XIX, la hegemonía del mundo occidental pasó del eje católico mediterráneo al protestante-atlántico.
Es absolutamente discutible que esto lleve aparejado alguna clase de superioridad moral o que esta hegemonía del norte venga causada por ella. 

Y lo más discutible de todo es que esta situación sea irreversible y eterna.
En realidad, la leyenda negra es la percha de la que cuelga el supremacismo norteño. Y lo es porque no solo la Iglesia romana ha sido completamente derrotada, sino también porque lo ha sido el español, el último de los hijos de Roma que manda en Occidente. Es una derrota completa, sin resistencia ni prisioneros, puesto que los derrotados no solo han dejado de defenderse, sino que han aceptado las ideologías, las modas, los rituales, etc., de los victoriosos como mejores y superiores a los suyos, los cuales siguen existiendo por inercia, pero sin ningún prestigio. La responsabilidad de esta derrota moral debe investigarse en dos frentes: la Iglesia católica y las élites intelectuales.

La historia de España es un juicio moral permanente. Está así establecido desde los comienzos del cisma. Por la sencilla razón de que el protestantismo se sustenta en la condena moral del catolicismo, único motivo de su existencia. Si el catolicismo no fuese malo, moralmente condenable, ¿por qué habría surgido el protestantismo? El fundamento del protestantismo era y es que el catolicismo es una forma pervertida del cristianismo, o de otro modo no se habrían separado y formado iglesias distintas. Y, por tanto, es natural que en esa condena moral ocupe un lugar de honor España, la campeona del catolicismo durante siglos en el mundo entero. 

Cuando el protestantismo necesita alimentar su autoestima recurre siempre al mismo sistema de refuerzo moral. De hecho, podría afirmarse que el protestantismo surgió para la condena moral sobre el poder hegemónico español fuese eterna e inapelable. Tan acostumbrados estamos a ello que ni siquiera nos damos cuenta. De vez en cuando, algún escribiente se extraña de que nunca caiga sobre los demás países europeos la condenación eterna por más atrocidades que hayan perpetrado.
Murieron en las cámaras de gas seis millones de seres humanos y no ha caído sobre Alemania la condenación eterna. Antes de eso los bonos alemanes habían provocado la ruina de media Europa, en especial en el centro y el este. En los cuentos de Isaac Bashevis Singer aparecen a menudo familias, unas judías y otra no, de clase media-alta que andaban vendiendo por Varsovia y otras ciudades de esa parte de Europa sus muebles finos, sus cuadros de firma, o alquilando habitaciones y despidiendo a la criada como consecuencia de haber depositado su confianza y sus ahorros en la deuda alemana. Esto ocurrió dos veces en el mismo siglo. No importa. En la siguiente crisis, la de 2007, los ahorros de media Europa fueron a parar a Alemania. La confianza que los demás demuestran en Alemania es la que Alemania tiene en sí misma. Inmune por completo a los remordimientos. Esto no es tan extraño en realidad. Un millón de irlandeses sobre una población de cuatro millones murió en lo que muchos (cada vez más, por cierto) no dudan en calificar de genocidio cuando la gran hambruna de 1845. El chivo expiatorio de aquel horror ha sido una enfermedad de la patata. Más muertos hubo todavía en la India durante el colonialismo inglés a causa de las hambrunas (epidemias de hambre, según reza el delicioso eufemismo), las cuales fueron provocadas por las sequías y el primitivismo de la agricultura india (chivo expiatorio). Entre la costa irlandesa y la inglesa median sesenta kilómetros, pero ni los ingleses ni su Gobierno tienen nada que ver con aquella atrocidad, que no fue provocada por una plaga, sino por las sacas de alimento que diariamente se hacían desde los puertos irlandeses con la ayuda de doscientos mil soldados desplegados en la isla. Sumemos a esto los horrores de la guerra de los Bóeres, que inventa los campos de concentración y los de las Guerras del Opio. Tampoco ha merecido por esto la Gran Bretaña condenación eterna, porque también son inmunes a los remordimientos. Nadie entra a historiar en Alemania o Inglaterra, por seguir con los ejemplos ya dichos, para juzgar, para emitir un juicio moral sobre su ser, sobre su propia existencia. 

Entre otras cosas porque ni ingleses ni alemanes han permitido nunca que su historia nacional sea contada por otros. Ni la historia de Gran Bretaña ha sido contada por alemanes ni la historia de Alemania ha sido contada por ingleses. Entiéndase esto bien y con todos sus matices: la historia de Gran Bretaña que se estudia en Gran Bretaña es la que ellos han escrito para su país, no la que escribieron sobre Gran Bretaña franceses o alemanes. La historia de España desde el siglo XVIII está en manos de historiadores extranjeros a los que llamamos «hispanistas». No es que no haya historiadores españoles, pero las riendas no las llevan ellos. Esto está así con ligeras variaciones y alguna mejora parcial desde que el periodo Habsburgo fue condenado a la damnatio memoriae con el cambio de dinastía. 

La historia de los vecinos europeos es simplemente historia, con aciertos y errores, como todas. La historia de España, no. 
La tradición exige el juicio moral permanente desde el siglo XVI. La costumbre ha hecho que, de tan visto y tan sabido, nadie se da cuenta de ello, ni los españoles ni los foráneos. Es el esquema mental (de vencido, de subyugado, de sometido y de dominado o colonizado) dentro del que nos movemos, un organigrama secular y consagrado por una larga tradición en la historiografía europea. Insistimos: va de soi (por sí mismo) con la historia de España, incorporada a ella. 

En 1960 edita nuestro admirado Arnoldsson un libro que se llama "La Conquista española en América, según el juicio de la posteridad. Vestigios de la leyenda negra". El sueco acude al juicio permanente en este caso como abogado defensor. Dios se lo pague. Su veredicto es exculpatorio. Tiene una visión clara de lo que es la leyenda negra, a la que considera  «la mayor alucinación colectiva de Occidente», pero no se da cuenta de que esa alucinación es un pliego de culpas que lleva aparejada una condena moral permanente, y no se pregunta cuál es la función que ese juicio tiene en Occidente, esto es, la ventaja que de esa condena moral obtiene el que la emite. Tenemos, por tanto, un participante en el juicio en defensa del reo (España), pero no se pregunta por qué existe ese juicio y qué sentido tiene. el juicio le parece natural. No se detiene a plantearse la anomalía de esta situación y su significado. 

Ernst Jünger escribió que la «la cultura se basa en el tratamiento que se da a los muertos. La cultura se desvanece con la decadencia de las tumbas». Y es verdad: ninguna cultura puede florecer si no riega sus raíces, y nosotros, españoles e hispanos, no lo hacemos. 

La gestión de nuestra cultura hace ya mucho tiempo que está en manos extranjeras. Se fabrica en los departamentos de universidades que no son las nuestras, y detrás va la intelligentsia de los quinientos millones de hispanohablantes contentísima. Pocos, muy pocos brotes de insubordinación. ¿Por qué? Porque se está bien así. Es cómodo. ¿Por qué va un intelectual que quiere hacer carrera, como todo el mundo quiere, a situarse en una posición incomodísima y posiblemente letal para su futuro convirtiéndose en una molestia, en una molestia real y verdadera, para la cultura dominante? La insubordinación se paga.  No nos confundamos. No se trata aquí del eterno intelectual contestatario tipo Voltaire que ha sido y es un adorno de los salones del poder por el procedimiento de ser «crítico». Esto es revolución de salón al estilo de la gauche divine. Lleva siglos funcionando a la perfección. Forma parte del baile. No toca los resortes verdaderamente esenciales de la política y la cultura dominante. Es salto con red. 

El Imperio español existió y se murió para siempre, por muchas razones, la primera de las cuales es tan obvia que casi da apuro tener que señalarla: porque todo lo humano deja de existir en algún momento, tanto el éxito como el fracaso, tanto la hegemonía como la subordinación. 

Somos cuatro gatos en cada país los que pensamos que la Hispanidad es como aquellos bienes en manos muertas del Antiguo Régimen, un capital que está ahí pero que no da fruto, y que este capital, petrificado hoy, si fuese usado sana e inteligentemente por la comunidad hispana sería no solo una fuente de cultura (eso ya lo es), sino también de riqueza material. Somos tan pocos que no hay peligro de que alguna vez seamos un problema para los promotores del victimismo exculpatorio y el ajuste de cuentas perenne con la propia historia. Por tanto, pueden estar tranquilas las potencias que se disputan la hegemonía en nuestro mundo globalizado. Los hispanos (incluyo a los españoles) no compiten. Están muy ocupados discutiendo temas apasionantes y de gran futuro como «nos robaron el oro» o «hablamos una lengua impuesta»¹. Pero si alguna vez cuajara un movimiento en firme en el sentido de una mayor colaboración política y económica a favor de nosotros mismos, España no debería nunca promoverla. Ni siquiera destacarse. Nuestro país tiene que ir en el pelotón. este movimiento prohispano deben liderarlo las grandes naciones que nacieron del desmembramiento del Imperio, como México, Argentina, Chile, Perú, Colombia o la que esté en condiciones de hacerlo. España jamás. Esto suscitaría un enjambre de suspicacias y cualquier iniciativa, por bien intencionada y argumentada que sea, está condenada al fracaso, así que toca observar y esperar, y el día que haya en Hispanoamérica una nación capaz de liderar la Hispanidad ir de escudero tras ella con entusiasmo.

La nostalgia del Imperio o la idea de que puede volver a existir alguna vez es una ingenuidad y un reflejo de los problemas que hay para hacerse cargo del presente. el tiempo no va para atrás. Hay algunas personas, incluso historiadores, que entienden que limpiar la historia del Imperio español de las toneladas de propaganda que cayeron sobre él indica que se quiere revivir aquellos tiempos o es síntoma de un nacionalismo español imperialista. Esto es tener en poco la inteligencia ajena, quizá porque no se tiene en mucho la propia. Quien plantea el asunto en estos términos es que no capaz de ir más allá de aquella ridiculez de «por el Imperio hacia Dios» o sus contrarios. Y cree que los demás tampoco pueden.

El Imperio español es una realidad histórica enorme que necesita ser estudiada y comprendida más allá de todos los prejuicios que sobre él se acumulan. Y esto, para empezar, por puro afán de conocimiento. La historia del Imperio español no es historia de España, es historia del mundo. De la misma manera que la historia de Roma no pertenece a los italianos, la historia del Imperio español no pertenece a España. Ahora bien, la historia deformada de ese imperio pesa sobre España y las naciones hispanas de hoy como una losa. Es el argumentario principal del ajuste de cuentas perpetuo que traba a todos los países que nacieron del extinto Imperio español y es, en consecuencia, un factor de primer orden en el problema de subordinación cultural e inferioridad moral asumida que afecta a todo el mundo hispano. Este es un hecho que debería haber sido comprendido y estudiado por nuestros intelectuales hace mucho tiempo. en lugar de eso se eligió mirar para otro lado. En 1891, Rafael Altamira define la hispanofobia y explica la gravedad de este problema. es un intelectual prestigioso, vinculado a la Institución Libre de Enseñanza y, sin embargo, nadie le hace caso. En 1914, Julián Juderías vuelve a los mismo y populariza una expresión que se hará conocida y todavía usamos: leyenda negra. Tampoco le hacen mucho caso. Desde entonces hasta 1992, con Molina y García Cárcel, la investigación de este magno fenómeno de deformación histórica dependió durante décadas de autores no españoles: el inencontrable Ronald Hilton en 1938, el argentino Rómulo Carbia en 1948, el sueco Arnoldsson en 1960, el estadounidense Maltby en 1967, Philip W. Powell en 1976... El problema de la leyenda negra tras la aparición de los textos de Rafael Altamira y Julián Juderías no mereció atención por parte de la historiografía española hasta hace muy poco. Y con eso está dicho todo.


Desde entonces para acá hay un goteo lento de publicaciones que mejorará algo el conocimiento del problema, pero la leyenda negra  no ha dejado de ser un tema histórico menor. No hay publicaciones especializadas ni congresos. Ni los historiadores ni los antropólogos ni los sociólogos han entrado a saco en este asunto. Tampoco hay que extrañarse por esto. En su momento y después, los españoles se negaron a hacer frente al magno problema del racismo que cayó sobre ellos en el siglo XIX con el racismo científico y la eugenesia. No solo no lo afrontamos, sino que lo aceptamos y hasta lo absorbimos, dando lugar a una especie de «sálvase quien pueda» para no pertenecer a la raza degenerada. 


Hay que entender por qué la leyenda negra se reproduce y hasta tiene brotes nuevos cuando ya España no es un imperio ni tiene hegemonía alguna contra la que otros tengan que luchar. 


Esto es importante saberlo para no llevarse sobresaltos como los que estos últimos años hemos tenido con los nacionalistas flamencos en Bélgica, los jueces alemanes de Schleswig_Holstein, la política anti-Colón y anti-fray Junípero en California, olas cartas al rey Felipe VI por parte de un presidente hispanoaméricano exigiendo que se pida perdón por la conquista... Habrá más episodios de este tipo en los años años venideros. 

La leyenda negra es una visión deformada de la historia de Europa que está en los mitos fundacionales de varias naciones y religiones del Occidente. De ahí no se va a mover. Su estructura narrativa del tipo David contra Goliat lo pone de manifiesto de manera inmediata. Hay quien considera que no puede hablarse de nacionalismo en los siglos XVII y XVIII, porque no hay ni teoría política ni movimiento social que así se autoproclame, que es lo mismo que considerar que el racismo no existe hasta que no empieza a desarrollar su propio cuerpo teórico. No hay problema. Podemos llamarlo «xenofobia primaria», como hace Lévi-Strauss y resolvemos la cuestión de la nomenclatura que tanto desasosiega a los eruditos. Creemos haber explicado en qué consiste el nacionalismo y cuál es su diferencia con respecto al patriotismo. Se trata de un sistema de lucha tribal que ha existido en muchos tiempos y muchos lugares porque genera una división del mundo entre los nuestros y los otros que no admite reconciliación. 

El nombre de España está en los mitos fundacionales de los ingleses con la Invencible, de inmortal memoria, y ahí seguirá mientras Inglaterra aliente sobre la fax de la Tierra. También está en los de la pequeña Holanda, que tanto los necesita, y en todos los relatos de la mitología orangista. Y podríamos seguir. El inglesito al que le enseñan en la escuela en cuarto de primaria el mito de la Invencible no puede prescindir de él porque le sirva para construir una imagen gloriosa de su país. Eso para empezar. Después, y de una manera inmediata, aprende una visión determinada de España de la que no se apeará jamás porque es útil y nutritiva para su autoestima. Cuando más grande y monstruosa sea esa España, mejor es Inglaterra porque luchó contra ella, y mayor es su mérito porque la derrotó. Y esas imágenes fabricadas hace cinco siglos siguen siendo hoy tan necesaria como entonces. Y, entiéndase esto bien, las necesita el inglés y por eso no permite que se olvide. La aberración de la subordinación cultural consentida y hasta fomentada por nuestras élites ha hecho que también nosotros estudiemos ese mito inglés y hayamos llegado a valorarlo tanto como los ingleses mismos.

Con todo lo que llevamos escrito es posible que el lector haya entendido qué es la subordinación cultural que los países católicos padecen, y España de manera muy sobresaliente, por acumulación de circunstancias. En efecto, al catolicismo genuflexo de la Iglesia como institución hay que añadir las consecuencias de la hegemonia que se substanciarán en la leyenda negra y todas sus ramificaciones. 

Pero el propósito primordial de este ensayo es explicar que de la situación de subordinación cultural no se sale sin el concurso de las élites. Se puede resistir durante mucho tiempo, siglos incluso, pero no se sale de la subordinación y este es el problema, vivo hoy como hace doscientos años. Lo podemos negar y seguir viviendo, claro que sí. Es lo que hemos hecho mucho tiempo. Las élites subordinadas viven bien porque las élites siempre viven bien. Otra cosa son los pueblos que las tienen que soportar. Las élites disfuncionales  prosperan adaptándose a su posición subordinada. Para empezar, niegan siempre que lo son y fabrican alguna «España mala» a la que colgarle los fracasos que ellas mismas han producido. Esta subordinación es el resultado de la batalla cultural más dura que se ha librado en el Occidente y la que mudó el centro de poder de nuestra civilización del sur mediterráneo al norte atlántico. Esa batalla la siguen librando la anglosfera y la protestarquía cada día de su vida, en especial cuando se siente débil y en peligro, y ve como un horizonte no lejano ni imposible la pérdida de la hegemonía mundial. 

Ahora hay que dedicarle algunos párrafos al parvulario pero irremediablemente esto hay que hacerlo dada cierto tiempo. A todo lo dicho vendrán algunos que explicarán, como si acabaran de inventar la pólvora, que jamás ha habido una conspiración contra España y que este tipo de planteamiento es paranoide y ridículo. Lo es. Absolutamente. el asunto de la conspiración suena a conde de Montecristo y complot de mesa camilla. La cosa es tan simple como que todo el mundo defiende sus intereses y hay quienes lo hacen con más habilidad que otros. Este fenómeno de la leyenda negra es muchísimo más complejo que un complot. Tiene honduras sociales, religiosas, antropológicas y hasta filosóficas que apenas podemos vislumbrar. Una batalla cultural que hace pivotar el eje de una civilización no es asunto que se despache en trescientas páginas ni en tres mil. Pero si no se estudia, no se comprenderá jamás. Hacen falta varias generaciones de cabezas pensantes para investigar a fondo cómo el Mediterráneo católico dejó de tener su propia agenda y cómo absorbió el discurso de su propia inferioridad moral. Y como lo no estudiamos, no lo comprendemos y no podemos superar la situación de subordinación cultural. No hay que buscar ninguna conspiración, porque no la hay, sino analizar cómo funciona el sistema el sistema interiorizado de autodesprecio encaminado a justificar a perpetuidad la hegemonía ajena. 

El asunto aquí tratado no es cosa de buenos y malos ni de conspiraciones. La historia es un campo de batalla permanente y unas luchas se libran con cañones y otras con papeles (propaganda, imágenes, historia, literatura, filosofía, religión...). Esto, como se verá, no tiene nada que ver con un complot ni con buenos y malos en ll parvulario, que ya es hora. 
a historia del mundo. A ver si vamos saliendo de
Como cabe esperar, en sus mil manifestaciones cotidianas, el análisis de este mecanismo complejo perfectamente vivo hoy entre quienes fueron enemigos del imperio requiere de una análisis que no está al alcance de cualquiera. Requiere de élites intelectuales muy cualificadas, capaces de analizar, explicar y construir soluciones. Pero, sobre todo, requiere de la voluntad de hacer esto y del coraje que semejante esfuerzo requiere, después de haber perdido, primero, el miedo a que no te inviten a los seminarios de la Ivy League. Este es el problema de fondo. Quizá hayamos acertado a explicar al menos en parte por qué no tenemos ese tipo de élites. Repárese en el contraste que ofrecen las élites inglesas o francesas cuando peleaban sin desmayo contra la hegemonía española, generación tras generación, encajando derrota tras derrota, si se las compara con las élites españolas, que en cuanto perdieron la hegemonía se acomodaron a su posición subordinada y dejaron de luchar. Jamás hubo élites francesas que propusieran a su país que se hispanizara o se españolizara. Pero las nuestras se afrancesaron.

Este ensayo tiene además por objetivo facilitar la comprensión de la relación contradictoria y esquizofrénica, cuando no abiertamente antipatriota, que buena parte de las élites españolas tienen con su país. Es necesario estudiar este fenómeno porque de otra manera resulta imposible comprender no solo la acomodación de los tópicos de la leyenda negra dentro de España, sino la subordinación cultural que ha llevado a aceptar como historia oficial de España aquella que fue escrita por quienes lucharon contra su hegemonía en los siglos pasados. El afrancesamiento no es el resultado de la influencia cultural que todo país hegemónico en Europa ejerce sobre los demás. Es un proceso más complejo. La influencia francesa es grande en el continente desde la segunda mitad del siglo XVII y el siguiente. esto se ve claramente en la moda y en cómo el estilo francés de vestir o decorar es imitado en todas partes. Ahora bien, el afrancesamiento va mucho más allá de esto y se convierte en un auténtico síndrome de aculturación. Había bastante que aprender de Francia, pero se copió justamente aquello que no se debía: el discurso francés sobre España, que no podía ser ni favorable ni positivo. Por pura lógica.

Durante el siglo XIX se producen cambios sustanciales, principalmente el desmembramiento del imperio, muy debilitado después de un siglo de afrancesamiento militante. esta fragmentación se hubiera producido igualmente, con independencia de cuál hubiera sido el resultado de la Guerra de Sucesión, solo que hubiera sucedido de otra manera que no podemos imaginar. Tenemos, por tanto, que concentrarnos en los hechos tal y como ocurrieron. Decimos que la fragmentación se hubiera producido igualmente, porque mantener políticamente unidos territorios que sobrepasan los veinte millones de kilómetros cuadrados, con océanos de por medio, es un proeza que tiene pocos equivalentes en la historia de la humanidad. Antes o después hay que pasar de lo excepcional a lo normal.  Y la normalidad llegó en el siglo XIX, pero arrastró consigo varias inercias que estaban ya muy instaladas en el siglo anterior: la fracasología y la relación autodestructiva con la propia historia. Ambas tendencias son válidas tanto para Hispanoamérica como para España. La construcción del Estado moderno se hace en España con las mismas dificultades que en toda Europa, con la peculiaridad de que pervive una tendencia a la balcanización que se hace fuerte en cuanto el Estado comienza a dar síntomas de debilidad. Una y otra vez ese Estado se empeña en integrar las corrientes balcanizantes y fracasa. Pero, curiosamente, de esos fracasos no aprende. 

Desde Masson de Morvilliers y su famosa entrada sobre España en la Enciclopedia Metódica (y aún antes), los ataques que desde el exterior sufren la historia de España, sus símbolos o su cultura tienen una respuesta epidérmica y torpe. Hay una paralelo evidente entre lo sucedido a finales del siglo XVIII con las enciclopedias francesas y la oleada anti-Colón y anti-fray Junípero en estados Unidos. Las respuestas serán semejantes e igualmente ineficaces hoy. Si este ensayo ha servido para algo, el lector podrá al menos comprender un poco mejor por qué esto es así. 

No podemos ni queremos acabar este libro sin proponer ideas que ayuden a solucionar el problema territorial que España tiene ahora mismo. Decíamos que no se hallan soluciones porque se buscan donde no están. El problema no es que existan en España tendencia balcanizantes. Esto es bastante común. El problema es que las fuerzas políticas no balcanizantes, que son mayoritarias y dicen que constitucionalistas, han sido incapaces de ofrecer un frente común que neutralice la balcanización y le impida seguir destruyendo el ordenamiento constitucional. Una democracia no puede integrar cualquier tendencia que surja en el horizonte y, desde luego, no puede sostenerse en un Estado que alimenta estructuras que trabajan para su propia destrucción. Nuestras élites políticas hoy y en la Transición ignoran las lecciones de la historia. Que la Primera República acabó en un fenómeno de cantonalización esperpéntico y peligroso, y que a la Segunda República, entre otros factores, la llevó a una situación insostenible el secesionismo catalán. Pero todavía Azaña tuvo arrestos para hacer lo que no hizo Rajoy en idéntica coyuntura. 

La idea de las autonomías comienza a cobrar prestigio en España con una serie de artículos que publica Ortega entre noviembre de 1927 y febrero de 1928 y que luego aparecieron bajo la forma de libro con el título "La redención de las provincias" en 1931, el año de proclamación de la Segunda República, pero la idea había sido ya esbozada en otro texto que vio la luz en 1924 y que se tituló "Dislocación y articulación de España". Desde entonces ha rodado un siglo. Incrustada esta idea en la Segunda República, ya sabemos lo que pasó y en la monarquía parlamentaria actual también lo estamos viendo. Ha provocado a una auténtica disgregación del Estado. El régimen de las autonomías, tal y como está, lleva a un callejón sin salida. La propuesta federal, que ya ha sido ensayada con el éxito que conocemos, no es más que un ahondar en lo mismo, sobre todo porque las autonomías son ya un régimen federal (cambio de palabras nada más), de maneras que queda poco por disgregar y repartir; los meros símbolos y poco más, y aun esto ofende. Es más, las autonomías están planteadas desde su principio como un sistema confederal asimétrico, que es uno de los errores más graves que tiene en su interior la Constitución de 1978, que es una buena Constitución y que debe ser defendida. Como dice Alfonso Guerra a todo el que le quiera oír: no hay que cambiar la Constitución, pero hay que hacer cambios en la Constitución².

La Constitución de 1978 necesita principalmente tres modificaciones:

1. Resolver la desigualdad que consagra en su articulado al referirse a "regiones y nacionalidades" (artículo 2) y al conceder en la Disposición Adicional I derechos históricos a los territorios forales. Esto en la práctica ha llevado a la confederación asimétrica. Solo hay un régimen autonómico capaz de estabilizarse: el que garantice igualdad entre todos los españoles. Lo contrario es seguir sembrando vientos.
2. La reforma constitucional debe ir en el sentido del Estatuto Único para todos los territorios, con un marco competencial establecido en la propia Constitución e inamovible, de tal manera que sea imposible comprar investiduras y apoyo parlamentario para los Gobiernos que no tengan mayoría suficiente, sean de derechas o de izquierdas, con paquetes de transferencias, o sea, con millones de euros.
3. El Estado tiene que recuperar competencias esenciales, principalmente la educación. Hace más de veinticuatro años que en 
España se educa de forma abierta en colegios e institutos a los niños y adolescentes para que no sean españoles. Es imperativo desmantelar las estructuras en el exterior que han ido creando una autonomía tras otra. La política exterior tiene que ser exclusiva del Gobierno central.

El debilitamiento de España es el de todas sus partes, aunque los señoríos ahora gozosamente establecidos en sus pequeñas taifas autonómicas estén en ellas muy a gusto. Es el común de los mortales, el sufrido contribuyente, el que padecerá las consecuencias de la debilidad del Estado en cuanto vengan mal dadas.

Resulta casi imposible que los partidos políticos acometan una reforma en firme del Estado autonómico tal y como está planteado por la sencilla razón de que tienen colocados a la mayor parte de su personal en él. Y hay mucha gente que colocar, porque la política en España se ha transformado en una actividad no solo chillona y falta de elegancia, sino llena de gente que no sabe ganarse la vida en otra cosa. Pero la propuesta de reforma constitucional que se va a hacer a los españoles próximamente no va a ir en ese sentido que hemos apuntado. 



La incapacidad de las élites españolas (e hispanoamericanas) para consolidar Estados sólidos es uno de los problemas más graves que tiene nuestro mundo hispano y obliga a nuestras naciones a estar haciéndose y deshaciéndose de continuo, con el gasto de energía que eso supone. Cuánto se ha debilitado nuestro país es algo que puede verse comparado cómo se celebró el V Centenario del Descubrimiento de América y cómo se está celebrando el V Centenario de la Vuelta al Mundo de Elcano y Magallanes. Cuando Portugal, con ocho millones de habitantes, está en condiciones de imponer su presencia en pie de igual en la celebración de un acontecimiento histórico, un hito en la historia de la humanidad realmente (por eso Portugal quiere estar ahí), es que nuestro país ha llegado a un estado de debilidad extremo. Como dejó escrito Raymond Aron, la relación entre los Estados se basa en que unos son capaces de imponer su voluntad a otros. Y Portugal es ahora mismo capaz de imponer su voluntad a España, que multiplica por más de cinco el número de sus habitantes. Esto es solo un ejemplo de lo que puede ir sucediendo en el futuro en asuntos más graves y más serios a España, o sea, a las partes de España, que con el cerebro comido por las termitas de la balcanización creen que el debilitamiento de España no es el suyo también.
¹ En España, la versión de esta temática cambia los pronombres, pero es lo mismo: «Les robamos el oro» y «les impusimos la lengua».
² Alfonso Guerra hace un análisis minucioso e impecable, accesible para cualquier lector, no solo de las causas que han provocado la situación actual de disgregación territorial, sino de las posibles soluciones que eso tiene: "La España en la que creo. En defensa de la Constitución", La Esfera de los Libros, Madrid, 2019.



🚩 HISPANOFOBIA, ENDOFOBIA Y «FRACASOLOGÍA» 🚩


sábado, 29 de febrero de 2020

SI ESPAÑA NO HUBIERA DESCUBIERTO AMÉRICA: CONTRA LA LEYENDA NEGRA HISPANÓFOBA 💥💣




Si España no hubiera descubierto América
ABC
«Según cuál hubiera sido la nación colonizadora, los indios habrían sido esclavizados, extinguidos, alcoholizados o sustituidos por africanos. En lugar de eso llegó a América un país, España, que protegió a los indios, su libertad, su trabajo retribuido y sus tierras, hasta el punto de que hoy en América viven más indios que a la llegada de España»
Suponer lo que podría haber sido, la llamada historia contrafactual, suele ser ejercicio inútil. ¿Qué habría ocurrido si la Armada Invencible hubiera derrotado a Inglaterra ? Imposible saberlo. Pero otra cosa es si hablamos del destino de América y sus gentes, de no ser España la nación descubridora y colonizadora. Y es necesario hacerlo, porque cuántos son los hispanos y los indigenistas que añoran otra cosa: ¡Ah, si nadie nos hubiera conquistado¡ ¡Ah, si nos hubiera colonizado Inglaterra!, son preguntas harto frecuentes entre los criollos hispanos y los indigenistas, esos que están derribando las estatuas de Colón. Y es posible, porque basta con ver la obra de otras naciones en los rincones de América que poblaron, y proyectarla luego al resto del Continente.
Pudo ser China, porque la exploradora Flota del Tesoro del almirante Zeng He estaba a punto de descubrir América, cuando recibió la orden de regresar a China porque había cambiado la dinastía reinante, y la flota fue desmantelada. En este caso América sería una simple prolongación de la China comunista, en consonancia por otra parte con el probado origen oriental de los indios americanos.
Como se hallarían los amerindios bajo regímenes totalitarios, tiránicos y teocráticos, de no haberlos colonizado país europeo alguno, pues los indígenas de América, de condición sumisa, llevaban milenios asfixiados por sucesivas dinastías tiránicas, de las que los terribles aztecas e incas fueron simplemente las últimas.
Más posible es que hubiera sido Portugal el país colonizador, pero ahí está el ejemplo de Brasil para saber lo que hubiera ocurrido: Desde su ínfima porción brasileña inicial, los bandeirantes portugueses progresaron robando territorio a España e indios en las misiones españolas, para esclavizarlos en sus plantaciones de azúcar. Pero no siendo suficientes estos brazos, importaron masivamente esclavos, africanizando en buena medida al Brasil actual.
Francia, ansiosa por hacerse con un imperio en el Nuevo Mundo, lo intentó en Norteamérica y se topó con Inglaterra  al Norte y con España al Sur. Sus esfuerzos no hicieron otra cosa que importunar a ambos, hasta que acabaron expulsando a Francia del Continente. Pero su paso por América dejó no obstante la muestra de su pésimo hacer: en la Luisiana se dedicaron los franceses a suministrar a los indios ron a destajo y armas contra los españoles, y en el Caribe dejaron tras ellos Haití, un país paupérrimo, con una población enteramente negra descendiente de esclavos.
Holanda, otro potencial descubridor, fue un caso extremo de codicia calvinista, que no vio en América otra cosa que un botín, hasta el punto de que, al igual que Inglaterra , colonizó su porción americana con el sistema de Compañías de Indias para su explotación, y aplicó en Antillas la práctica del monocultivo, lo más perverso inventado por el hombre para la tierra y para el ser humano, y del que hablaremos luego. Su depredador paso por América no dejó otro rastro que beneficios en Holanda, y en América campos yermos y negros esclavizados.

Y queda por supuesto Inglaterra . Sus colonos no buscaron en América cosa distinta a los recursos naturales, la tierra sobre todo, a despecho de sus propietarios anteriores, los indios americanos. No contaron con ellos ni como dueños de la tierra, ni como mano de obra, ni como parejas sexuales. Ocuparon la tierra y extendieron el sistema del monocultivo, que consistía en desbrozar los campos y condenarlos a un solo cultivo, en los primeros tiempos la caña de azúcar.
Pero el monocultivo es un azote para la tierra, ya que agota sus minerales y la esquilma, siendo necesario desbrozar más y más suelos para alimentar al rey azúcar. Después siguieron el plátano, el algodón… insaciables monocultivos destructores de la tierra y de las personas, porque precisan de una ingente cantidad de brazos.
Y estos brazos salieron de Africa. Con el azúcar como eje, Inglaterra  instauró el infame comercio triangular: Sus colonias americanas producían azúcar, que se llevaba a Inglaterra  y se transformaba en ron; este ron se llevaba a Africa y servía para comprar esclavos, capturados en el interior del Continente por corruptos caciques negros, que los servían maniatados a los barcos de la trata; y estos esclavos se llevaban a las plantaciones de azúcar de América, cerrándose así el siniestro triángulo. Y en el camino quedaban las fortunas de conocidos aristócratas ingleses, que con semejante negocio decoraron la campiña inglesa con soberbias mansiones palaciegas.


¿Y los indios? ¿Qué fue de los indios bajo los ingleses? Dicho que no contaron con ellos, sí les interesaron sus tierras, de las que los colonos se apoderaron sin más. Y cuando las tribus protestaron, fueron exterminadas. Inapelables son los números: cuando España e Inglaterra desembarcaron en Estados Unidos había un millón de indios. Cuando salieron quedaban 500.000, todos ellos en las áreas españolas del Oeste y casi ninguno en las inglesas del Este.
Esta es la realidad. De haber llegado nadie, hoy seguirían los indios presos de tiranías teocráticas. Y, según cuál hubiera sido la nación colonizadora, habrían sido esclavizados, extinguidos, alcoholizados o sustituidos por africanos. En lugar de eso llegó a América un país, España, que en líneas generales, y siempre con las consabidas excepciones, no dedicó la tierra al monocultivo, sino a un saludable mosaico de cultivos; ni tampoco extendió la esclavitud, como lo prueba que los antiguos virreinatos españoles no sean naciones negras; que con las Leyes de Indias protegió a los indios, su libertad, su trabajo retribuido y sus tierras, hasta el punto de que hoy en América viven más indios que a la llegada de España; que se mezcló con ellos hasta hacer de América un continente mestizo; que extendió el cristianismo y la lengua española; y que llevó a América, además de alimentos, aperos y ganados europeos, la cultura occidental, sembrándola de hospitales, templos, catedrales, colegios, universidades, ciudades, pueblos y misiones.
Documéntense pues los habituales críticos de la herencia española, a la que acusan de genocida, rapiñadora y destructora de culturas, y agradezcan que no otra nación, sino España, con su humanismo cristiano y sus leyes, arribara a sus costas.
Borja Cardelús es presidente de la Fundación Civilización Hispánica.

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¿Qué habría sucedido si España no hubiera descubierto América? 
(hispanofobia)

VIRREINATOS de AMÉRICA - La Historia Completa
(Nueva España, Perú, Nueva Granada, Río de la Plata)

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