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martes, 2 de diciembre de 2025

EL POETA E INOCENTE MANUEL SATURIO VALENCIA, ÚLTIMO FUSILADO EN COLOMBIA (1907) por EL RACISMO CLASISTA CRIOLLO y OTROS...


A finales del siglo XIX Manuel Saturio Valencia Mena era en Popayán, Colombia, el primer hombre negro que estudiaba leyes en la Universidad del Cauca. Había nacido el 24 de diciembre de 1867 en una gloriosa Quibdó reconocida por el comercio del oro y por la pobreza de su gente negra. A pesar de las difíciles circunstancias que vivió, Saturio fue un niño que aprendió con los capuchinos el latín y el francés, y fue tan aventajado aprendiz, que recibió apoyo de los religiosos para realizar sus estudios superiores a muchas horas de su natal Chocó.

Valencia regresa a su tierra para ejercer como personero, juez de rentas y ejecuciones fiscales, y juez penal. Según sus biógrafos, fue el primer hombre negro en América en ser nombrado para estas funciones públicas. Estuvo como muchos jóvenes de su tiempo en la guerra de los Mil Días, donde obtuvo el grado de capitán en las tropas gobiernistas conservadoras y aprendió sobre política y partidismo.

Poeta del Atrato, Manuel Saturio fue un gran autodidacta, cultivador de la música y los cantos en las escuelas. Es considerado como el primer literato negro del Chocó, pero debido al racismo de la época, muchos de sus escritos quedaron inéditos en el silencio de una sociedad que hasta hacía pocos años había vivido y rentado del comercio de esclavizados.

La historia de Manuel Saturio está llena de eventos dramáticos y dolorosos, y el final de sus días tiene como telón de fondo pasiones de amor y odio racial que terminaron con su fusilamiento hace 118 años.

Valencia enamoró y embarazó a Deyanira Castro, una joven blanca hija de un importante líder liberal. Esta aventura terminó en una tremenda venganza por parte de la familia asaltada en su digniddad de raza y noble apellido. En la madrugada del primero de mayo de 1907 Manuel Saturio embriagado y sin conciencia de lo que sucedía, fue inculpado del incendio ocurrido en el centro de la ciudad. Su cinturón y una bola de trapo con restos de petróleo fueron la evidencia para incriminarlo por atentar contra la notable sociedad quibdoseña. La Constitución de 1886 condenaba con pena de muerte a los incendiarios. En seis días y cinco noches lo enjuiciaron y lo condenaron. Su delito era “imperdonable”, había atentado contra las familias de élite que habitaban la famosa carrera primera, cuyos andenes estaban destinados a la exclusividad genética de la blanquitud.

En este largo siglo que corre desde su fusilamiento, se han escrito novelas, poemas, ensayos, artículos y un guion para teatro que en el año 2011 hizo su solitario debut en la ciudad de Popayán, en el extinto Teatro Bolívar, bajo la dirección de Eugenio Gómez, una treintena de actores y actrices del Chocó y con el nombre de “Amangualados”.

Verdad y mito, Manuel Saturio Valencia Mena constituye el ícono de una tradición literaria y oral que merece un lugar de reconocimiento, pues sólo hombres de su talla producen tanto interés literario e histórico sobre los sucesos de su existencia.

Cuatro notables novelas de la mano de tres escritores y una escritora afrocolombiana: “La Palizada” de Miguel A. Caicedo (1952), “Memorias del Odio” de Rogerio Velásquez Murillo (1953), “Mi Cristo Negro” de María Teresa Martínez (1983) y “El fusilamiento del diablo” de Manuel Zapata Olivella (1986). Cientos de ensayos entre los cuales sobresalen: “Manuel Saturio Valencia: El hombre”, Miguel A. Caicedo (1992), “Héroes y políticos: Quibdó desde 1900”, Peter Wade (1997) y “Violencia y Resistencia: una perspectiva de la literatura afrocolombiana” de Marvín A. Lewis (1987), y “A cien años del fusilamiento de Manuel Saturio” de César E. Rivas Lara (2007), hacen parte de una notable antología que incluye muchas más obras.

Según la tradición oral chocoana, el poeta fusilado nos dejó en sus versos, razones poderosas para luchar contra el racismo:

“A yo que soy inorante
me precisa preguntá
si el coló blanco es virtú
pa yo mandame blanquiá…

Pregunto al hombre leal
porque saber me precisa
¿si el negro no se bautiza
en la pila bautismal?
Si hay otro má principal
má patras o má palante
má bonita o má brillante
donde bautizan al blanco,
me darán un punto franco
a yo que soy inorante”.

***
A yo que soy ignorante
Me precisa preguntar
Si el color blanco es virtud
Pa' yo mandarme a blanquear

Pregunta el hombre leal
Porque saber me precisa
Si el negro no se bautiza
En la pila bautismal

Si hay otra más principal

Má pa' tras o má pa'lante
Más bonita o más brillante
Onde bautizan al blanco
Me darán un punto franco
A yo, que soy ignorante

Dos hombres y una mujer
Todos somos descendientes
Porque al negro solamente
Con desprecio lo han de ver

La misma sangre ha de ser
Aunque el negro singular
Siempre han de colocar
En un lugar separado

Si el negro no se bautiza
Me preciso preguntar
Negro fue san Benedicto
Negras fueron sus pinturas
Y en la sagrada escritura
letras blancas yo no he visto

Negros los clavos de Cristo
Que murió en la santa cruz
Será que bajo Jesús
Por el blanco a padecer
Solo así podré saber
Si el color blanco es virtud

Cuando tengamos que darle
A mi Dios estrechas cuentas
Como el negro va pagar
Por el blanco las ofensas

Si al negro no se le encuentra
Un delito que culpar
Me dirán que no es verdad
Que el blanco no tiene pena
O si es que no se condena
Pa' yo mándame a blanquear


Manuel Saturio Valencia, 
último fusilado en Colombia (1907)

Muchos personajes han pasado a la historia por sus condiciones excepcionales, escritores, poetas militares entre otros, hoy son recordados como eminencias e incluso sus nombres hacen parte de museos, monumentos, cátedras y programas de formación que deben ser estudiados de manera obligatoria, sin embargo hay personajes hoy invisibilizados en la historia que además de haber sido profesionales universitarios incluso graduados con honores ni los mismos maestros los recuerdan; mejor dicho los forzaron a no mencionarlos..

Uno de esos personajes que seguramente su maestro nunca le habló, fue Manuel Saturio Valencia. Este negro que nació el 24 de diciembre de 1867, en Quibdó, departamento del choco, Colombia,  hijo único de Manuel Saturio Valencia y Tránsito Mena quienes se ocupaban de oficios doméstico, lo criaron sujeto a los principios éticos y morales basado en el respeto, la honestidad y la disciplina.

El joven Saturio desde niño comenzó a mostrar sus capacidades intelectuales y fue así como inició su participación de cantó en el coro parroquial de la ciudad y aprendió latín y francés de unos monjes Capuchinos.

Fue un estudiante destacado, tanto que los mismos monjes se encargaron luego de sus estudios superiores en la facultad de derecho de la universidad del cauca donde terminó sus estudios pasando a la historia como el primer abogado negro de ese claustro de educación superior ubicado en la ilustre ciudad blanca de Popayán.

Más tarde regresó a Quibdó, se alineó con el Partido Conservador, un partido minoritario en la región. En 1899, inició la Guerra de los Mil Días.

Manuel alcanzó el rango de Capitán en las fuerzas del gobierno.

Manuel también fue profesor autodidacta de música y canto en varias escuelas; fue juez y personero municipal siendo considerado como el primer literato negro de la región.

Por la misma opresión racial de la época, sus obras quedaron como inéditas, así como Ingermina o la hija de calamar de Juan José Nieto Gil.

Un día como hoy el intelectual abogado sedujo a una joven de raza blanca llamada Deyanira Castro, hija de un importante líder liberal.

La señora salió embarazada de aquel “encuentro”. Cuando la familia de la distinguida dama se da cuenta que está esperando hijo de un negro, de inmediato diseñan un macabro plan para evitar “dañar la raza” con el advenimiento de un mulato.

Es así que en la madrugada del primer día de mayo de 1907, buscaron a Saturio, lo embriagaron con vino, le quitaron sus documentos y algunas de sus prendas, y fueron hasta la Carrera Primera de Quibdó y provocaron un incendio sobre dos viviendas con techos de Paja, y después salieron del lugar.

Entre las cenizas fueron recuperados una bola de trapo casi quemada, el cinturón de Manuel Saturio, y unos documentos con su nombre. El Artículo 29 de la Constitución de Colombia de 1886 expresaba explícitamente lo siguiente:

Artículo 29. Sólo impondrá el Legislador la Pena Capital para castigar, en los casos que se definan como más graves, los siguientes delitos como:

Traición a la patria, cuando se estuviera en estado de guerra regular, o de carácter internacional, parricidio, asesinato, incendio, asalto en cuadrilla de malhechores, piratería y ciertos delitos militares definidos por las leyes del ejército.

Según la ley que se desprendía de la constitución de 1886 sancionada por Rafael Núñez, no importaba la magnitud del incendio, por eso de inmediato Saturio Valencia fue condenado a muerte por el delito de pirómano.

El juicio fue muy breve, transcurriendo apenas seis días entre los hechos y la condena, todo un registro de celeridad en la aplicación de la justicia en Colombia.

El gravísimo hecho de haber incendiado la carrera primera de Quibdó, que representaba los intereses de la sociedad blanca chocoana, motivó la condena a muerte del destacado abogado titulado.

Dice la historia, que luego de haber recibido la descarga de los fusiles, Saturio quedó vivo; sin embargo violando la ley de indulto, volvieron a cargar las armas y con una segunda ráfaga el 7 de mayo de 1907 asesinaron al abogado e intelectual Manuel Saturio Valencia.

Bueno: Ustedes se preguntan ¿y qué pasó con el embarazo de Deyanira? Pues tan pronto nació el mulato producto del amor de un negro y una blanca, los familiares de Deyanira lo empacaron en una caja de cartón y sin ninguna compasión los arrojaron vivo al río Atrato cosa que no cuentan los maestros de historia.


⚖️ En el corazón del Chocó, Colombia, nació un poeta al que la justicia le dio la espalda.
Manuel Saturio Valencia, abogado y soñador afrocolombiano, fue el último fusilado de Colombia, condenado por un crimen que nunca existió.
Lo silenciaron con balas, pero su nombre aún grita memoria.
En una tierra donde el oro brillaba más que la justicia, nació un hombre que se atrevió a pensar.
Manuel Saturio Valencia (1867–1907), hijo del Chocó, poeta, abogado y soñador afrocolombiano, creyó que el conocimiento podía liberarlo de las cadenas invisibles del racismo.
Desde las aulas de la Universidad de Antioquia, su talento deslumbró a quienes no soportaban verlo ascender. En una república que hablaba de igualdad… pero temía la piel negra, su inteligencia se volvió un desafío.
🔥 En 1907, una disputa personal con una mujer blanca de clase alta bastó para encender la furia de una sociedad enferma de prejuicio. Lo acusaron de incendio y traición, con pruebas débiles, fabricadas, y un juicio decidido antes de empezar.
El Archivo General de la Nación lo confirma: su condena fue un espejo del racismo institucional que gobernaba los tribunales de la época.
El 3 de mayo de 1907, al amanecer, lo llevaron al paredón en Quibdó.
Dicen que antes del disparo pidió recitar un verso. Nadie lo permitió.
Las balas callaron su voz… pero también sellaron el fin de la pena de muerte en Colombia.
Desde entonces, Manuel Saturio Valencia no es solo “el último ejecutado legalmente”:
es el símbolo del talento traicionado, del color condenado, del país que prefirió el silencio antes que reconocer su propio racismo.
Hoy, su nombre vuelve a pronunciarse con respeto, como el de un hombre que murió de pie, defendiendo la dignidad de su raza y el derecho a ser libre.


En el corazón del Caribe nació un hombre al que la historia quiso borrar.
Juan José Nieto Gil fue el único presidente afrodescendiente de Colombia, un líder que desafió el racismo y el olvido.
Su rostro fue cambiado, pero su verdad nunca se apagó.


Nació en Mompox, Colombia,  hijo de una mujer negra y de un padre blanco que nunca lo reconoció. A pesar del racismo y la pobreza, Candelario Obeso llegó a la Universidad Nacional y escribió el primer libro de literatura negra en América Latina. Murió joven, cansado del olvido… pero su voz sigue viva en cada palabra que resiste. 🔥


En los Estados Unidos de Colombia de 1876, un joven mulato nacido en Camarones, La Guajira, desafió al poder con la palabra como su única arma. Luis Antonio Robles fue el primer afrodescendiente en alcanzar un alto cargo nacional, enfrentando el racismo con inteligencia y valentía. Su voz fue más fuerte que el silencio, su historia más duradera que el olvido. 


En 1920, en Guapi, Cauca, nació un niño que escuchaba cómo el mar hablaba en versos. Su nombre era Helcías Martán Góngora, y con el tiempo se convirtió en el poeta que transformó el dolor, la fe y la herencia afro del Pacífico en palabra.
Mientras Colombia miraba hacia los Andes, él escribía desde la orilla del océano, entre marimbas, manglares y silencios. Dirigió revistas, bibliotecas y proyectos culturales, pero su mayor obra fue la dignidad de su pueblo. En cada poema, el mar se hizo voz y la negritud se volvió eternidad.
Murió en 1984 sin el reconocimiento que merecía… pero su palabra no se hundió: sigue resonando en el viento del litoral, donde la poesía se confunde con las olas. 
¿Sabías que un poeta del Pacífico convirtió el oleaje en palabra y la memoria afro en patria? 
Nació en 1920, en Guapi, Cauca, un pequeño puerto del litoral sur del Pacífico colombiano, cuando las lanchas de vela aún unían los pueblos del manglar y la marimba marcaba el ritmo de la vida. 
Creció entre los cantos del río Guapi y los rezos de los pescadores, en una época en que el país apenas reconocía la existencia de su costa negra. 
Desde allí partió a Bogotá, donde estudió Derecho en el Externado de Colombia, pero nunca se apartó del mar que lo formó. 
En los años 40 y 50, mientras el país se desangraba en guerras políticas, Helcías Martán Góngora escribía versos para quienes no tenían voz. 
Regresó a Popayán como gestor cultural, dirigió Extensión Cultural en la Universidad del Cauca, fundó la revista Esparavel y convirtió su poesía en resistencia. 
En plena segunda mitad del siglo XX, cuando el centralismo bogotano dominaba la literatura, Helcías hablaba desde el margen: del mar, del tambor, del Cristo negro. 
Murió en Cali en 1984, sin el reconocimiento que su obra merecía.
Pero su voz sigue viva: en cada verso, el Pacífico respira, y la palabra se convierte otra vez en mar.


ROGERIO VELÁSQUEZ MURILLO: Nació en Sipí, Chocó, en 1908, y dedicó su vida a rescatar la memoria que Colombia ignoró. Etnógrafo, historiador y maestro del Instituto Etnológico del Cauca, recorrió selvas y ríos para escuchar los cantos, los rezos y las raíces de su pueblo.
Entre lluvias escribió Ritos de la muerte en el Alto y Bajo Baudó, Instrumentos musicales del Chocó y Gentilicios africanos del occidente de Colombia. Llamó a su gente “la negredumbre”, una identidad silenciada que él transformó en historia.
Murió en 1965 sin homenajes, pero sus Ensayos escogidos devolvieron su voz a la nación. Fue la tinta que salvó del olvido al pueblo negro del Pacífico.


¿Sabías que en una casa de Getsemaní, Cartagena, Colombia, un hombre negro escribió versos que hicieron temblar al silencio?  
Jorge Artel, nacido en 1909, convirtió el dolor y el orgullo de su raza en poesía. En 1940 publicó Tambores en la noche, donde el sonido del Caribe se volvió palabra y la palabra resistencia.
Mientras otros callaban, él escribió con ritmo de mar y fuego. Sus versos no pedían aplausos, pedían justicia. 
Hoy su voz aún retumba en las calles de Cartagena, recordando que la negritud también es raíz, pensamiento y poesía. 🖤

TAMBORES EN LA NOCHE

Negro soy

Negro soy desde hace muchos siglos. 
Poeta de mi raza, heredé su dolor. 
Y la emoción que digo ha de ser pura 
en el bronco son del grito 
y el monorrítmico tambor. 

El hondo, estremecido acento 
en que trisca la voz de los ancestros, 
es mi voz. 

La angustia humana que exalto 
no es decorativa joya 
para turistas. 

¡Yo no canto un dolor de exportación!

La voz de los ancestros

Oigo galopar los vientos 
bajo la sombra musical del puerto. 
Los vientos, mil caminos ebrios y sedientos, 
repujados de gritos ancestrales, 
se lanzan al mar. 
Voces en ellos hablan 
de una antigua tortura, 
voces claras para el alma 
turbia de sed y de ebriedad. 

¿De qué angustia remota será el signo fatal 
que sella en mí este anhelo de claves imprecisas? 
Oigo galopar los vientos, 
sus voces desprendidas 
de lo más hondo del tiempo 
me devuelven un eco 
de tamboriles muertos, 
de quejumbres perdidas
en no sé cuál tierra ignota, 
donde cesó la luz de las hogueras 
con las notas de la última lúbrica canción. 

Mi pensamiento vuela 
sobre el ala más fuerte 
de esos vientos ruidosos del puerto, 
y miro las naves dolorosas 
donde acaso vinieron 
los que pudieron ser nuestros abuelos.
 —¡Padres de la raza morena!—. 
Contemplo en sus pupilas caminos de nostalgias, 
rutas de dulzura, 
temblores de cadena y rebelión. 

¡Almas anchurosas y libres 
vigorizaban los pechos y las manos cautivas! 
Una doliente humanidad se refugiaba 
en su música oscura de vibrátiles fibras… 
—Anclados a su dolor anciano 
iban cantando por la herida…—. 

¡Oigo galopar los vientos, 
temblores de cadena y rebelión, 
mientras yo —Jorge Artel— 
galeote de un ansia suprema, 
hundo remos de angustias en la noche!

Tambores en la noche

Los tambores en la noche, 
parece que siguieran nuestros pasos… 
Tambores que suenan como fatigados 
en los sombríos rincones portuarios, 
en los bares oscuros, aquelárricos, 
donde ceñudos lobos se fuman las horas, 
plasmando en sus pupilas 
un confuso motivo de rutas perdidas, 
de banderas y mástiles y proas. 

Los tambores en la noche 
son como un grito humano. 
Trémulos de música les he oído gemir, 
cuando esos hombres que llevan 
la emoción en las manos 
les arrancan la angustia de una oscura saudade, 
de una íntima añoranza, 
donde vigila el alma dulcemente salvaje
de mi vibrante raza, 
con sus siglos mojados en quejumbres de gaitas. 

Los tambores en la noche 
parece que siguieran nuestros pasos. 
Tambores misteriosos que resuenan 
en las enramadas de los rudos boteros, 
acompasando el golpe con los cantos 
de los decimeros, con el grito blasfemo 
y la algazara, con los juramentos 
de los marineros… en tanto que se anuncia 
tras los gibosos montes 
un caprichoso recorte de mañana. 

Los tambores en la noche, hablan. 
¡Y es su voz una llamada tan honda, 
tan fuerte y clara, 
que parece como si fueran sonándonos en el alma!


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Capítulo 1 de 4 Saturio

Los republicanos fueron más racistas y 
despiadados que los realistas.

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Indígenas y negros ¿Contra la independencia de América?