EL Rincón de Yanka: CAMPEÓN, UN CUENTO DE RING LARDNER Y PELÍCULA "EL ÍDOLO DE BARRO, 1949"

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martes, 30 de diciembre de 2025

CAMPEÓN, UN CUENTO DE RING LARDNER Y PELÍCULA "EL ÍDOLO DE BARRO, 1949"



Midge Kelly consiguió su primer nocaut cuando tenía diecisiete. El noqueado fue su hermano Connie, tres años menor que él e inválido. La bolsa de la pelea fue medio dólar que le había dado al más chico de los Kellys una señora cuyo auto eléctrico por poco le había arrancado el alma a su frágil cuerpecito.
Connie no sabía que Midge estaba en la casa; de lo contrario, nunca se habría arriesgado a poner el premio en el brazo de la silla menos cómoda de la habitación, para observar mejor su brillante belleza. Cuando Midge entró desde la cocina, el niño lisiado cubrió la moneda con la mano, pero el movimiento no tuvo la velocidad necesaria para escapar del ojo rápido de su hermano.

«¿Qué escondes allí?» exigió Midge.
«Nada», dijo Connie.
«¡Eres un mentiroso de una sola pata!» exclamó Midge.
Se acercó a la silla de su hermano y agarró la mano que ocultaba la moneda.
«¡Suelta!» le ordenó.
Connie comenzó a llorar.
«Suelta y acábala con el ruido», dijo el mayor y apartó la mano de su hermano del brazo de la silla.

La moneda cayó al suelo desnudo. Midge se abalanzó sobre ella. Su boca débil se ensanchó en una sonrisa triunfante.
«Nada, ¿eh?» él dijo. «Está bien, si no es nada, no lo quieres».
«Devuélvemelo», sollozó el más joven.
«¡Te daré una nariz roja, pequeño cabrón! ¿Dónde lo robaste?»
«No lo robé. Es mío. Una mujer me lo dio después de que casi me golpeó con un auto».
«Es una lástima que no te haiga agarrado», dijo Midge.

Midge se dirigió hacia la puerta principal. El lisiado recogió su muleta, se levantó de la silla con dificultad y, aún sollozando, se acercó a Midge. Este último lo escuchó y se detuvo.
«Será mejor que te quedes donde estás», dijo.
«Quiero mi dinero», gritó el niño.
«Sé lo que quieres», dijo Midge.
Doblando el puño que contenía el medio dólar, lo aterrizó con todas sus fuerzas en la boca de su hermano. Connie cayó al suelo con un ruido sordo, la muleta cayó sobre él. Midge se quedó de pie junto a la figura postrada.
«¿Es suficiente?» él dijo. «¿O quieres esto también?»
Y lo pateó en la pierna lisiada.
«Supongo que eso te detendrá», dijo.

No hubo respuesta del chico en el suelo. Midge lo miró un momento, luego miró la moneda que tenía en la mano y salió a la calle silbando.
Una hora más tarde, cuando la Sra. Kelly regresó a casa de su trabajo diario en Lavandería en Seco Faulkner, encontró a Connie en el suelo, gimiendo. Se arrodilló a su lado, lo llamó por su nombre varias veces. Luego se levantó y, pálida como un fantasma, salió corriendo de la casa.

El Dr. Ryan dejó la residencia Kelly al anochecer y caminó hacia la calle Halsted. La señora Dorgan lo espió cuando pasó por su puerta.

«¿Quién está enfermo, doctor?» ella preguntó.
«Pobre Connie», respondió. «Tuvo una mala caída».
«¿Cómo pasó?»
«No puedo decir con seguridad, Margaret, pero casi apuesto a que lo han noqueado».
«¡Noqueado!» exclamó la señora Dorgan. «¿Por qué? ¿Quién?»
«¿Ha visto al otro últimamente?»
«¿Michael? No, desde la mañana no lo he visto. No estará pensando…»

«Yo no pondría la mano en el fuego por él, Margaret», dijo el médico con tono serio. «La boca del muchacho está hinchada y cortada, y su pobre y delgada pierna está magullada. Seguramente no se lo hizo a sí mismo y creo que Helen sospecha del otro».
«¡Señor, sálvanos!» dijo la señora Dorgan. «Voy para allá en seguida y a ver si puedo ayudar en algo».
«Así me gusta», dijo el doctor Ryan, y siguió calle abajo.

Cerca de la medianoche, cuando Midge llegó a casa, su madre estaba sentada al lado de la cama de Connie. Ella no levantó la vista.
«Bueno», dijo Midge, «¿qué pasa?»
La mujer permaneció en silencio. Midge repitió su pregunta.
«Michael, sabes lo que pasa», dijo al fin.
«No sé nada», dijo Midge.
«No me mientas, Michael. ¿Qué le hiciste a tu hermano?»
«Nada».
«Lo golpeaste».
«Bueno, entonces, lo golpeé. ¿Qué pasa? No es la primera vez».

Con los labios apretados, la cara del color de la tiza, Ellen Kelly se levantó de su silla y se dirigió directamente hacia él. Midge retrocedió contra la puerta.
«Déjame, mamá. No quiero pelear con ninguna mujer».
Aún así, ella seguía respirando pesadamente.
«Detente donde estás, mamá», advirtió.
Hubo un breve forcejeo y la madre de Midge quedó tendida en el suelo ante él.
«No estás herida, mamá. Tienes suerte de que no te pegué bien. Y te dije que me dejaras en paz».
«¡Dios te perdone, Michael!»

Midge encontró a Hap Collins en el billar del Royal.
«Ven afuera un minuto», le dijo.
Hap lo siguió a la acera.
«Me voy de la ciudad por un tiempo», dijo Midge.
«¿Por qué?»

«Bueno, tuvimos un poco de lío en la casa. El niño me robó medio dólar, y cuando fui tras él me dio con su muleta. Así que lo bajé. Y la vieja se me vino con una silla y se la quité y se cayó «.
«¿Está muy lastimado Connie?»
«No muy grave»
«¿Por qué estás huyendo entonces?»
«¿Quién demonios dijo que me estaba escapando? Estoy harto y cansado de que me molesten; eso es todo. Así que me voy por un tiempo y quiero un poco de dinero».

«Solo tengo unas monedas», dijo Happy.
«Así que andas en la mala, ¿eh? Bueno, afloja ya»
Happy aflojó.
«No debiste golpear al niño», dijo.
«No te estoy preguntando a quién puedo golpear», gruñó Midge. «Empiezas a acusarme de algo a mí y recibirás la misma dosis. Ahora me voy».
«Vete a donde se te dé la gana», dijo Happy, pero no hasta que estuvo seguro de que Kelly no podía oír.

Temprano a la mañana siguiente, Midge abordó un tren para Milwaukee. No tenía boleto, pero nadie notó la diferencia. El guardia permaneció en el furgón de cola.
Una noche, seis meses después, Midge salió apresuradamente por la «puerta del escenario» del Star Boxing Club y se dirigió al bar de Duane, a dos cuadras de distancia. En su bolsillo llevaba doce dólares, su recompensa por haber maltratado a un Demonio Dempsey en los seis rounds de la primera preliminar.
Fue el primer compromiso profesional de Midge en el arte viril del boxeo. También era la primera vez en muchas semanas que ganaba doce dólares.

En el camino a Duane tenía que pasar por Niemann. Se cubrió los ojos con la gorra y aceleró el paso hasta que lo hubo dejado atrás. Dentro del bar Niemann había un tabernero confiado, que durante diez días había le había fiado tragos a Midge y le había permitido hacer estragos en el mostrador con la promesa de que viniera a arreglar cuentas en cuanto le pagaran la preliminar.

Midge entró en el bar de Duane y despertó al camarero adormecido estrellando un dólar de plata sobre el alegre mostrador
«Dame un tirito pa’ tomar», dijo Midge.
El tiroteo continuó hasta que se terminó la ganancia del Star Club y parte del público del box se unió a Midge frente al mostrador de Duane. Un mozo de poco más de veinte años, de pie al lado del joven Kelly, finalmente reunió suficiente coraje para dirigirse a él.
«¿No estabas en la primera pelea?» se aventuró.
«Sí», respondió Midge.
«Mi nombre es Hersch», dijo el otro.
Midge recibió la sorprendente información en silencio.
«No quiero entrometerme», continuó el Sr. Hersch, «pero me gustaría comprarle una bebida».
«Está bien», dijo Midge, «pero no te vayas a herniar».

El señor Hersch se rió a carcajadas y le hizo señas al camarero.
«Vaya que le dio una buena afeitada a ese gato esta noche», dijo el comprador de la bebida, cuando habían servido. «Pensé que lo matarías».
«Lo habría hecho si no me hubiera relajado», respondió Midge. «Los voy a matar a todos».
«Pues sí que tiene trompada», dijo el otro con admiración.
«¿Tengo trompada?» dijo Midge. «Vea, puedo patear como una mula. ¿Notó los músculos en mis hombros?»
«¿Notarlos? No podía menos que fijarme», dijo Hersch. «Le dije al tipo que estaba sentado a mi lado: ‘¡Mire esos hombros! Con razón pega como pega'», le dije.
«Basta solo que lo calce bien y entonces adiós, mi vida», precisó Midge. «Yo los voy a matar a todos».

La hecatombe verbal continuó hasta que Duane cerró por ese día. Al despedirse, Midge y su nuevo amigo se dieron la mano y acordaron una reunión la noche siguiente.
Durante casi una semana, los dos estuvieron juntos casi continuamente. El agradable papel de Hersch era escuchar las modestas revelaciones de Midge sobre sí mismo y comprar un trago cada vez que el vaso de Midge estaba vacío. Pero una tarde Hersch anunció que, lamentablemente, debía irse a casa a cenar.
«A las ocho en punto tengo una cita», confesó. «Podría quedarme hasta entonces, solo que debo limpiar y ponerme la ropa dominguera, porque ella es la cosita más bonita de Milwaukee».
«¿No puedes arreglar algo para los dos?» preguntó Midge.
«No sé a quién llevar», respondió Hersch. «Espera, sin embargo. Tengo una hermana y si ella no está ocupada, estará bien. No te vayas a creer que es ningún espantapájaros tampoco».

Entonces sucedió que Midge y Emma Hersch y el hermano de Emma y la cosita más linda de Milwaukee se encontraron en lo de Wall y bailaron la mitad de la noche. Y Midge y Emma bailaron todos los bailes juntos, pues aunque cada pequeño paso parecía provocar una nueva sed propia, Lou Hersch se mantuvo demasiado sobrio para bailar con su propia hermana.
Al día siguiente, sin dinero por fin, a pesar de su capacidad fenomenal para hacer que alguien más pagara por lo suyo, Midge Kelly buscó a Doc Hammond, el organizador de peleas del Star, y pidió que lo incluyera para el próximo espectáculo.

«Te podría poner con Tracy para la próxima pelea», dijo el Doc.
«¿Cuánto hay en la bolsa?» preguntó Midge.
«Veinte si te entregas», le dijo Doc.
«Ten un poco de corazón», protestó Midge. «¿No estuve bien la otra noche?»
«Estuviste bien. Pero todavía no eres Freddie Welsh por un margen considerable».
«No tengo miedo de Freddie Welsh ni a ninguno de ellos», dijo Midge.
«Bueno, no les pagamos a nuestros boxeadores por lo que mide su pecho de ancho», dijo Doc. «Te estoy ofreciendo este combate de Tracy. Tómalo o déjalo».
«Muy bien; ya estoy», dijo Midge, y pasó una agradable tarde en lo de Duane a cuenta de su nueva pelea.

El manager de Young Tracy vino a ver Midge la noche antes del show.
«¿Cómo te sientes con respecto a esta prueba?» le preguntó.
«¿Yo?» dijo Midge. «Me siento bien. ¿Qué quieres decir con cómo me siento?»
«Quiero decir», dijo el manager de Tracy, «que estamos ansiosos por ganar, porque el chico tiene una oportunidad en Filadelfia si vence en esta».
«¿Cuál es tu propuesta?» preguntó Midge.
«Cincuenta dólares», dijo el manager de Tracy.
«¿Qué crees que soy, un estafador? Que me deje ganar por cincuenta dólares. ¡No señor!»
«Setenta y cinco, entonces», ofreció el manager de Tracy.

El mercado cerró en ochenta y los detalles se acordaron en seguida. Y a la noche siguiente, Midge fue derribado en el segundo round por un golpe terrible en el antebrazo.
Esa vez Midge pasó de largo tanto por el bar de Niemann como por el de Duane, teniendo una cuenta considerable en cada lugar, y buscó su refrigerio en Stein, una calle más abajo.
Cuando las ganancias de su trato con Tracy desaparecieron, se enteró, por información de primera mano de Doc Hammond y los organizadores de los otros «clubes», que ya no lo deseaban ni siquiera para los preliminares más baratos. No había peligro de que muriera de hambre mientras Emma y Lou Hersch viviesen. Pero decidió, cuatro meses después de su derrota ante Young Tracy, que Milwaukee no era el lugar ideal para vivir para él.

«Puedo ganarles a los mejores boxeadores», razonaba, «pero no hay más oportunidades para mí aquí. Tal vez pueda ir al este y llegar a alguna parte. Y además …»
Pero justo después de que Midge había comprado un boleto a Chicago con el dinero que había «prestado» de Emma Hersch «para comprar zapatos», le pusieron una mano pesada sobre los hombros y se volvió para mirar a dos desconocidos.
«¿A dónde vas Kelly?» preguntó el dueño de la mano pesada.
«A ninguna parte», dijo Midge. «¿Qué demonios te importa?»
El otro extraño habló:
«Kelly, estoy contratado por la madre de Emma Hersch para cuidar que hagas lo correcto con ella. Y queremos que te quedes aquí hasta que lo hayas hecho».
«No obtendrás nada más que lo peor burlándote de mí», dijo Midge.

Sin embargo, no se fue a Chicago esa noche. Dos días después, Emma Hersch se convirtió en la Sra. Kelly, y el regalo del novio, cuando una vez estuvieron solos, fue un duro golpe en la pálida mejilla de la novia.
A la mañana siguiente, Midge dejó Milwaukee tal como había entrado, en un tren de carga rápida.
«Pa’ que nos vamos a engañar», dijo Tommy Haley. «El podría bajar a 67 kilos en un santiamén, pero si lo hiciera por debajo de eso, un ratón podría voltearlo. Es un welter; eso es lo que es y lo sabe tan bien como yo. Ha crecido como una maleza en el los últimos seis meses. Le dije, le digo: si no dejas de crecer, no te va a quedar nadie con quien boxear, solo Willard y esos. Él dice: «Bueno, no huiría de Willard si pesara veinte libras más».
«Debe de odiarse a sí mismo», dijo el hermano de Tommy.
«Nunca vi uno bueno que no lo hiciera», dijo Tommy. 
«Y Midge es bueno; no te equivoques al respecto. Me gustaría que hubiéramos conseguido a Welsh antes de que el muchacho creciera tanto. Pero es demasiado tarde ahora. Sin embargo, no haré ningún escándalo si podemos emparejarlo con el holandés «.
«¿A quién te refieres?»
«Young Goetz, el campeón welter. Es posible que no ganáramos mucha plata con la pelea por el título, pero después empezaría a entrar. Qué carta tan atrayente seríamos, porque la gente paga su dinero para ver al tipo que es pegador, y ese es Midge. Y mantendríamos el título mientras Midge pudiese hacer el peso».
«¿No puedes conseguir ningún combate con Goetz?»
«Seguro, porque éste necesita el dinero. ¡Pero hasta ahora he tenido cuidado con el niño y mira los resultados que he obtenido! Entonces, ¿de qué sirve correr un riesgo? El chico se está agrandando cada minuto y Goetz se está viniendo abajo más rápido de lo que se derrumbó el grandote de Johnson. Yo creo que ahora le podríamos ganar; apostaría mi vida a eso. Pero de aquí a seis meses ya no va a haber ningún riesgo: él solito estará derrotado antes de ese plazo. Entonces lo único que tendremos que hacer será firmar el contrato y esperar a que el árbitro detenga la pelea. Pero Midge está tan loco por llegar a enfrentarlo ahora que apenas puedo contenerlo».

Los hermanos Haley estaban almorzando en un hotel de Boston. Dan había bajado de Holyoke para visitar a Tommy y ver al protegido de este último hacer doce rounds, o menos, con Bud Cross. El encuentro no prometía ser una gran pelea porque Midge ya lo había noqueado dos veces al muchacho de Baltimore y todo lo que éste había ganado hasta el momento había sido la reputación de valiente. Los fanáticos estaban dispuestos a pagar el precio para ver la demoledora izquierda de Midge, pero querían verlo usarla en un oponente que no saltaría del ring la primera vez que sintiera su fuerza aplastante. Bud Cross era un gran oponente, y su disposición a detener guantes de box con sus ojos, las orejas, la nariz y la garganta le había permitido escapar de los horrores del trabajo honesto. Era un muchacho corajudo este Bud, y lo demostraba en su rostro maltratado, hinchado y descolorido.

«Supongo», dijo Dan Haley, «que el muchacho haría todo lo que le dices después de todo lo que has hecho por él».
«Bueno», repuso Tommy, «ha tomado mis consejos bastante bien hasta ahora, pero está tan seguro de sí mismo que no puede ver ninguna razón para esperar. Sin embargo, hará lo que yo diga; sería un tonto si no «.
«¿Tienes un contrato con él?»
«No, no necesito ningún contrato. Él sabe que fui yo quien lo sacó de la alcantarilla y no va a rechazarme ahora, cuando tiene la plata y todavía a buscar más. ¿Dónde habría estado si yo no lo hubiese escuchado la primera vez que vino a mí? Ya de eso hace como dos años, pero parece que fue la semana pasada. Estaba sentado en el bar que hay frente al Pleasant Club de Filadelfia, esperando a que McCann contara la plata y me pagara, cuando este pequeño vagabundo sentró y pretendió que la casa le pague los tragos. Le dijeron que no había nada y que se esfumara de allí, y luego él me vió y vino donde estaba sentado y me pregunta si yo no era un hombre de boxeo y yo le dije quién era. Luego me pidió dinero para comprar un trago y yo le dije que se sentara, que yo se lo pagaría. Luego nos pusimos a charlar y él me dijo su nombre y me contó que había peleado en un par de preliminares en Milwaukee. Entonces le dije: ‘Bueno, muchacho, no sé qué tan bueno o cuán podrido estás, pero nunca conseguirás ir a ningún lugar tomando de esta manera. Entonces él dijo que cortaría con la bebida si pudiera meterse en una pelea y le digo que le daría una oportunidad si jugaba limpio conmigo y no tomaba una gota más de alcohol. Así que nos dimos la mano. Llegó al hotel conmigo y lo bañé, y al día siguiente le compré unas ropas. Le dí de comer y un lugar para dormir durante más de seis semanas. Le costó mucho romper con el vicio, pero finalmente pensé que estaba en forma y le di su oportunidad. Le tocó pelear con Smiley Sayer y lo noqueó tan rápido que Smiley pensó que estaba envenenado. Bueno, ya sabes lo que ha hecho desde entonces. La única derrota en su registro fue con Tracy en Milwaukee antes de que yo lo agarrara, y ya venció a Tracy tres veces en el último año. Le he dado lo mejor en materia de dinero y tiene siete mil dólares en el banco. ¿Qué tal esto para un niño que estaba en la cuneta hace dos años? Y aún tendría más si no estuviera tan loco por las ropas y de parar en los buenos hoteles y demás «.

«¿Dónde tiene su casa?»
«Bueno, en realidad no tiene hogar. Vino de Chicago y su madre lo sacó de la casa por portarse mal. Supongo que ella le daba un trato desagradable, y él dice que no quiere nada que ver con ella a no ser que sea ella quien fuera la primera que viniera a buscarlo. Tiene un montón de dinero, dice, así que no se preocupa por ella».
El caballero que era el tema de la conversación entró al café y se dirigió a la mesa de Tommy, mientras toda la concurrencia se volvía para mirar. Midge era la imagen de la salud a pesar de un ojo ligeramente coloreado y una oreja que parecía no tener orificio. Pero tal vez no fue su salud lo que atrajo todas las miradas. Su alfiler de corbata de diamantes con forma de herradura, su camisa púrpura con rayas cruzadas, sus zapatos naranjas y su traje azul claro gritaban bastante.
«¿Dónde has estado?» le preguntó a Tommy. «Te he estado buscando por todos lados».
«Siéntate», dijo su gerente.
«No hay tiempo», dijo Midge. «Voy a bajar al muelle a ver cómo descargan el pescado».
«Dale la mano a mi hermano Dan», dijo Tommy.
Midge estrechó la diestra del Haley de Holyoke.
«Si eres el hermano de Tommy, entonces está todo bien conmigo», dijo Midge, y los hermanos sonrieron de placer.

Dan se humedeció los labios y murmuró una respuesta cohibida que el joven gladiador no supo captar.
«Dame veinte», decía Midge. «Probablemente no los necesite, pero no me gusta que me atrapen sin plata encima».
Tommy se separó de un billete de veinte dólares y registró la transacción en un pequeño libro negro que la compañía de seguros le había regalado por Navidad.
«Pero», dijo, «no te costará veinte mirar los peces. ¿Quieres que te acompañe?»
«No», dijo Midge a toda prisa. «Tú y tu hermano probablemente tienen mucho que decirse el uno al otro».
«Bueno», dijo Tommy, «que no te den billetes falsos y no te pierdas. Y será mejor que vuelvas a las cuatro en punto y te duermas un rato».
«No necesito descansar para vencer a este tipo», dijo Midge. «Él se quedará dormido por los dos».
Y riéndose aún más de lo que la broma requería, se salió del bar sintiendo el fuego de la admiración y las miradas de sorpresa.

La esquina de Boylston y Tremont fue lo más cerca que Midge llegó del muelle, pero la dama que lo esperaba era sin duda una vista más deslumbrante que el botín más grande del afortunado pescador de Massachusetts. Además, ella podía hablar, probablemente mejor que el pez.
«¡Oh, Kid!» dijo ella, mostrando algunos dientes plateados entre los dorados. «¡Oh, hombre de lucha!»
Midge le sonrió.
«Vamos a alguna parte y tomaremos un trago», dijo. «Uno no va a doler».
En Nueva Orleans, cinco meses después de haber reorganizado el mapa de la cara de Bud Cross por tercera vez, Midge terminaba de entrenar para su pelea de campeonato con el holandés.

De vuelta en su hotel después del entrenamiento final, Midge se detuvo para conversar con algunos de los muchachos del norte, que habían hecho el largo viaje para ver la caída de un campeón, ya que el resultado del combate se podía pronosticar con tanta seguridad que hasta los expertos lo habían adivinado.
Tommy Haley tomó la llave y el correo y subió a la suite Kelly. Se estaba bañando cuando entró Midge, media hora después.
«¿Algún correo?» preguntó Midge.
«Allí en la cama», respondió Tommy desde la bañera.

Midge recogió la pila de cartas y postales y las miró. Del montón sacó tres cartas y las dejó sobre la mesa. El resto lo arrojó a la papelera. Luego recogió los tres sobres y se sentó por unos momentos, sosteniéndolos, mientras sus ojos miraban hacia el vacío. Finalmente, volvió a mirar las tres cartas sin abrir que tenía en la mano; se metió entonces una en el bolsillo y arrojó las otras dos a la canasta. No lograron entrar al objetivo y cayeron al suelo.
«¡Carajo!» dijo Midge, y se agachó para recogerlas.
Abrió una que había sido franqueada en Milwaukee y leyó:

QUERIDO ESPOSO:
Té escrito mucha vese y no recibí rezpuesta y no sé si alguna vez las recibiste las cartas, así que estoy escriviendo nuevamente con la esperanza de que recibas esta carta y me contestes. No me gusta molestarte con mis provlema y no lo aría si no fuera por el bebé y no te pido que mescribas, sino que solo envíes un poco de dinero y no lo pido para mi, pero el bebé no ha estado bien un día desde el pasado agosto y el dotor me dijo que no va a bivir mucho más tiempo a menos que le dé una mejor comida y eso es imposible como están las cosas por aora. Lou no a estado trabajando durante un año y lo que ago no alcansa para que Hardley pague el alquiler. No te estoy pidiendo que me des dinero, solo lo que presté, haslo cuando te sea conveniente, y creo que es alrededor de $ 36.00. Por favor, intenta enviarmte todo y me ayudará, pero si no puedes enbiar toda la cantidad, intenta enbiarme halgo,

tu esposa,
EMMA

Midge rompió la carta en cien pedazos y los esparció por el suelo.
«¡Dinero, dinero, dinero!» dijo. «Deben pensar que cago la plata. Supongo que la vieja también pide lo mismo».

Abrió la carta de su madre:

Querido Michael Connie me pidio que tescriviera y pa decirte que debes derrotar al holandés y con ezo el está felis, y querias saver si nos vas aescrivir para contarnos como te fue en la pelea, pero supongo que no tendras tiempo para escrivirnos o sino ya tendriamos notisias tuyas, pero desearía que escribieras una línea o dos porque eso sería lo mejor para Connie, incluso mejor que una balija de medisina. Me ayudaría a mantener las cosas en marcha si me envías dinero de vez en cuando, cuando puedas ahorrarlo, pero si no puedes enviar dinero, intenta tener un buen tiempo para escribir una carta en unas pocas líneas y eso complacerá a Connie, solo piensa en él. No a zalido de la cama en más de 3 años. Connie te desea buena suerte.

Tu madre,
ELLEN F. KELLY.

«Me lo suponía», dijo Midge. «Todas son iguales». La tercera venía de Nueva York. Decía así:

Querido:

Esta es la última carta que recibirás de mí antes de tu campeonato, pero te enviaré un telegrama el sábado, pero no puedo decir tanto en un telegrama como en una carta, así que te escribo esto para que seapas que estoy pensando en ti y resando para que tengas buena suerte.
Apaléalo cariño y no esperes más de lo necesario y no olvides enviarme un cable tan pronto como haiga terminado. Dale ese viejo golpe tuyo en la nariz querido y no tengas miedo de estropear su buena apariencia porque no podría estar pior de lo que es. Pero no dejes que te estropee la cara bonita de bebé que tienes. No lo harás, cariño.
Bueno, cariño, daría cualquier cosa por estar allí y verte ganar, pero supongo que amas a Haley más que a mí o no dejarías que me mantenga alejado. Pero cuando tu seas el campeón querido, podremos hacer lo que queramos y decirle a Haley que se vaya al diablo.
Bueno, cariño, te enviaré un telegrama el sábado y casi me olvido de decirte que necesitaré más dinero, creo que unos doscientos, y tendrás que enviármelo tan pronto como recibas esto. Lo harás, no cariño?.
Te enviaré un telegrama el sábado y recuerda, cariño, que estoy haciendo fuerza por ti.
Bueno adiós y buena suerte.

GRACE.

«Todos son iguales», dijo Midge. «Dinero, dinero, dinero.»
Tommy Haley, reluciente después de sus abluciones, entró desde la habitación contigua.
«Pensé que estarías acostado», dijo.
«Ahora voy», dijo Midge, desabotonando sus zapatos anaranjados.
«Te llamaré a las seis y puedes comer aquí, sin ningún insecto para molestarte. Tengo que bajar y darles a los pájaros sus boletos».
«¿Has tenido noticias de Goldberg?» preguntó Midge.
«¿No te lo dije? Claro; quince semanas a quinientos, si ganamos. Y podemos obtener una garantía de doce mil, con privilegios en Nueva York o Milwaukee».
«¿Con quién?»
«Cualquiera que se pare delante de ti. No te importa quién sea, ¿verdad?»
«A mí no. Haré que todos se vean como unos monos».
«Bueno, será mejor que te recuestes un rato».
«Oh, a propósito, envía doscientos a Grace por mí, ¿quieres? De inmediato; a la dirección de Nueva York».
«¡Doscientos! Acabas de enviarle trescientos el domingo pasado».
«Bueno, ¿qué demonios te importa?»
«Está bien, está bien. No te preocupes por eso. ¿Algo más?»
«Eso es todo», dijo Midge, y se dejó caer sobre la cama.
«Y quiero que se haga antes de que yo vuelva», dijo Grace mientras se levantaba de la mesa. «No vas a fallar, ¿verdad, cariño?»
«Déjamelo a mí», dijo Midge. «Y no gastes más de lo necesario».

Grace sonrió una despedida y salió del café. Midge continuó sorbiendo su bebida y leyendo su periódico.
Estaban en Chicago y estaban en medio de la primera semana de Midge como actor de vodevil. Había venido directamente al norte para cosechar las recompensas de su gloriosa victoria sobre el destrozado holandés. Se había pasado una quincena aprendiendo su acto, que consistía en una exhibición de gimnasia y un monólogo de diez minutos sobre las diversas excelencias de Midge Kelly. Y ahora estaba dos veces al día ahuyentando al público del Teatro Madison.

Cuando terminó el desayuno y leyó el periódico, Midge entró en el vestíbulo y pidió su llave. Luego hizo una seña a un botones, que había estado esperando ese honor.
«Encuentra a Haley, Tommy Haley», dijo Midge. «Dile que venga a mi habitación».
«Sí, señor Kelly», dijo el muchacho, y procedió a romper todos sus anteriores récords de diligencia.
Midge estaba mirando por la ventana de su séptimo piso cuando Tommy respondió a la convocatoria.
«¿Qué será?» preguntó su gerente.
Hubo una pausa antes de que Midge respondiera.
«Haley», dijo, «el veinticinco por ciento es mucho dinero».
«Supongo que me tenía que pasar, ¿no?» dijo Tommy.
«No veo cómo lo calculaste. No veo en qué me lo representas».
«Bueno», dijo Tommy, «no esperaba nada como esto. Pensé que estaba satisfecho con el trato. No quiero sacarle nada a nadie, pero no sé dónde podrías haber encontrado otra personas que hiciera todo lo que he hecho por tí»
«Claro, está bien», dijo el campeón. «Hiciste mucho por mí en Filadelfia. Y obtuviste un buen dinero por ello, ¿no?»
«No estoy haciendo ninguna queja. Aún así, el gran dinero todavía está aún esperando por nosotros. Y si no hubiera sido por mí, nunca hubieras estado a una corta distancia de él».
«Oh, supongo que podría haberme ido bien solo», dijo Midge. «¿Quién fue el que le rompió la mandíbula del holandés, tú o yo?»
«Sí, pero no estarías en el ring con el holandés si no fuera por cómo te manejé».
«Bueno, esto no nos llevará a ninguna parte. La idea es que no vales el veinticinco por ciento ahora y no tiene nada que ver con lo que ocurrió hace uno o dos años».
«¿No es así?» dijo Tommy. «Diría que marcó una gran diferencia».
«Bueno, digo que no y supongo que eso lo resuelve».
«Mira, Midge», dijo Tommy, «pensé que era justo contigo, pero si no lo crees, estaré dispuesto a escuchar lo que crees que es justo. No quiero que nadie me llame judío tacaño. Así que hablemos de negocios y firmemos un contrato. ¿Cuál es la cifra en la que has pensado?»
«No he pensado en ninguna cifra», respondió Midge. «Estoy diciendo que veinticinco son demasiado. ¿Ahora cuánto quieres tomar?»

«¿Qué tal veinte?»
«Veinte es demasiado», dijo Kelly.
«¿Cuánto no es demasiado para tí?» preguntó Tommy.
«Bueno, Haley, será mejor que te lo diga directamente. No hay nada que no me parezca demasiado».
«¿Quieres decir que no me quieres bajo ninguna condición?»
«Así es la cosa».
Hubo un minuto de silencio. Entonces Tommy Haley caminó hacia la puerta.
«Midge», dijo con voz ahogada, «estás cometiendo un gran error, chico. No puedes largar a tus mejores amigos y salirte con la tuya. Esa maldita mujer te arruinará».
Midge saltó de su asiento.
«¡Cállate la boca!» él irrumpió. «Sal de aquí antes de vengan tengan a sacarte a la fuerza. Te has estado aprovechando de mí el tiempo suficiente. Di una palabra más sobre la chica o sobre cualquier otra cosa y obtendrás lo que obtuvo el holandés. ¡Ahora vete! »
Y Tommy Haley, que tenía un recuerdo muy vívido de la cara del holandés cuando cayó, salió.
Grace entró más tarde, dejó caer sus numerosos bultos en la sala y se sentó en el brazo de la silla de Midge.

«¿Bien?» ella dijo.
«Bueno», dijo Midge, «me deshice de él».
«¡Buen chico!» dijo Grace. «Y ahora creo que podrías darme ese veinticinco por ciento».
«¿Además de los setenta y cinco que ya estás recibiendo?» dijo Midge.
«No seas gruñón, cariño. No te ves bonito cuando te pones gruñón».
«No es asunto mío lucir bonito», respondió Midge.
«¡Espera hasta que veas cómo luzco con las cosas que compré esta mañana!»
Midge miró los paquetes en el salón.
«Ahí está el veinticinco por ciento de Haley», dijo, «y algo más».
El campeón no se quedó mucho tiempo sin un mánager. El sucesor de Haley no fue otro que Jerome Harris, quien vio en Midge un mejor boleto de comida que su espectáculo musical de precio popular.

El contrato, que otorgaba al Sr. Harris el veinticinco por ciento de las ganancias de Midge, se firmó en Detroit la semana después de que Tommy Haley había escuchado la lectura de su despido. Midge solo tardó seis días en enterarse de que un actor popular no puede seguir adelante sin la ministración de un hombre que piensa, habla y se ocupa de los negocios en serio. Al principio, Grace se opuso al nuevo miembro de la empresa, pero cuando el Sr. Harris exigió y aseguró de la gente del vodevil un aumento de cien dólares en el estipendio semanal de Midge, estaba convencida de que el campeón había actuado de la mejor manera.
«Tú y mi señora pasarán buenos viejos tiempos», dijo Harris a Grace. «Le habría telegrafiado para que se uniera a nosotros aquí, solo que vi que los compromisos del Kid nos llevan a Milwaukee la próxima semana, y ahí es donde está».

Pero cuando se la presentaron en el hotel de Milwaukee, Grace admitió para sí misma que su sentimiento por la señora Harris difícilmente podría llamarse amor a primera vista. Midge, por el contrario, le dio una bienvenida reiterada a la esposa de su nuevo gerente y parecía reacio a terminar el festín de sus ojos.
«Una muñeca», le dijo a Grace cuando estaban solos.
«Una muñeca, tiense razón», respondió la dama, «si hasta tiene aserrín donde debería estar su cerebro».
«Soy capaz de robar a ese bebé», dijo Midge, y sonrió al notar el efecto de sus palabras en la cara de su interlocutora.

El martes de la semana en Milwaukee, el campeón defendió con éxito su título en una pelea que nunca informaron en los periódicos. Midge estaba solo en su habitación esa mañana cuando un visitante entró sin llamar. El visitante era Lou Hersch. Midge se puso blanco al verlo.
«¿Qué deseas?» demandó.
«Supongo que lo sabes», dijo Lou Hersch. «Tu esposa se muere de hambre y tu bebé muere de hambre y yo me muero de hambre. Y tú estás sucio de dinero».
«Escucha», dijo Midge, «si no fuera por ti, nunca hubiera visto a tu hermana. Y, si no eres lo suficientemente hombre para mantener un trabajo, ¿qué tengo que ver yo con eso? Lo mejor que puedes hacer es mantenerte alejado de mí «.
«Dame un poco de dinero y me iré».

La respuesta de Midge al ultimátum fue directamente al angosto pecho de su cuñado. «Llevale eso a tu hermana».
Y después de que Lou Hersch se hubo levantado y escabullido, Midge pensó: «Es una suerte que no le haya dado mi izquierda porque lo hubiera despachado. Y si lo hubiera golpeado en el estómago, le habría roto su columna vertebral «.
Hubo una fiesta después de cada presentación nocturna durante la estadía en Milwaukee. El vino fluía libremente y Midge tenía más de lo que Tommy Haley le habría permitido. El Sr. Harris no ofrecía ninguna objeción, lo que posiblemente era igual de bueno para su propia salud física.
Cuando bailaba entre copa y copa, Midge tenía por pareja a la esposa de su nuevo manager tan a menudo como Grace. La cara de esta última, mientras daba vueltas en los brazos del corpulento Harris, desmentía sus frecuentes afirmaciones de que estaba pasando el mejor momento de su vida.
Varias veces esa semana, Midge pensó que Grace estaba a punto de comenzar la pelea que esperaba tener. Pero no fue hasta el viernes por la noche que ella accedió a complacerlo. Él y la Sra. Harris habían desaparecido después de la última matinée y cuando Grace lo volvió a ver al final del espectáculo nocturno, abordó el tema sin delación.

«¿Qué estás tratando de hacer?» exigió.
«No es asunto tuyo, ¿verdad?» dijo Midge.
«Puedes apostar que es asunto mío; mío y de Harris. Lo cortas o lo descubrirás».
«Escucha», dijo Midge, «¿me tienes hipotecado o algo así? Hablas como si estuviéramos casados».
«Vamos a casarnos, claro. Y mañana es un momento tan bueno para hacerlo como cualquier otro». *
«Justamente», dijo Midge. «Tienes tantas chances para casarte conmigo mañana como el día siguiente o el año próximo, o sea ninguna chance en absoluto».
«Lo veremos», dijo Grace.
«Tú eres la que verá una cosa».
«¿Qué quieres decir?»
«Quiero decir que ya estoy casado».
«¡Mientes!»
«Eso crees, ¿verdad? Bueno, qué te parece si vas a esta dirección y te familiarizas con mi señora».

Midge garabateó un número en una hoja de papel y se lo entregó. Ella disimulaba no verlo.
«Bueno», dijo Midge. «No te estoy tomando el pelo. Ve allí y pregunta por la Sra. Michael Kelly, y si no la encuentras, nos casaremos mañana antes del desayuno».
Todavía Grace miraba el trozo de papel. A Midge le pareció una eternidad antes de que volviera a hablar.
«Me mentiste todo este tiempo».
«Nunca me preguntaste si estaba casado. Además, ¿qué demonios te afectó? Tuviste tu parte, ¿no? Incluso más de la mitad».
Midge empezó a alejarse
«¿A dónde vas?»
«Voy a encontrarme con Harris y su esposa».
«Voy contigo. No vas a largarme ahora».
«Sí, lo haré», dijo Midge en voz baja. «Cuando salga de la ciudad mañana por la noche, te quedarás aquí. Y si veo que intentas hacer un escándalo, te llevaré a un hospital donde te mantendrán callada. Puedes recoger tus cosas mañana por la mañana y te daré cien dólares. Y luego no quiero verte más. Y no intentes pegárteme ahora o tendré que agregar otro nocaut para el viejo registro «.

Cuando Grace regresó al hotel esa noche, descubrió que Midge y los Harris se habían mudado a otro. Y cuando Midge dejó la ciudad la noche siguiente, volvió a estar sin manager, y el Sr. Harris se quedó sin esposa.
Tres días antes de la pelea de diez asaltos de Midge Kelly con Young Milton en la ciudad de Nueva York, el editor deportivo de The News le asignó a Joe Morgan que escribiera dos o tres mil palabras sobre el campeón para un reportaje gráfico que saldría el domingo.
Joe Morgan llegó a los cuartos de entrenamiento de Midge el viernes por la tarde. Midge, se enteró, estaba haciendo footing en la carretera, pero el manager de Midge, Wallie Adams, estaba listo y dispuesto a proporcionar montones de información sobre el mejor luchador de la época.

«Escuchemos lo que tienes», dijo Joe, «y luego trataré de arreglar algo».
Entonces Wallie pisó el acelerador de su imaginación y salió disparado.
«Solo un niño; eso es todo lo que es: un niño normal. ¿Entiende lo que quiero decir? No sabe de malos hábitos. Nunca ha probado el licor en su vida y probablemente se enfermaría si lo oliera. Viviendo limpiamente es que llegó al lugar donde está. ¿Entiende lo que quiero decir? Es modesto y despreocupado como una niña de escuela. Es tan tranquilo que nunca sabrías que está presente. Él preferiría ir a la cárcel antes de hablar sobre sí mismo. No hay problema en absoluto para ponerlo en forma, porque siempre lo está. El único problema que tenemos con él es lograr que se enfrente contra esos pobres vagos que le ponen delante. Tiene miedo de lastimar a alguien. ¿Entiende lo que quiero decir? Está chocho por este combate con Milton, porque todo el mundo dice que Milton puede aguantar el castigo. Midge tal vez pueda soltarse un poco esta vez. Porque las últimas dos peleas que tuvo, los muchachos no eran un asunto para él en el ring, y él se estuvo conteneniendo todo el tiempo por miedo a matar a alguien. 

¿Entiende lo que quiero decir?
«¿Es casado?», preguntó Joe.
«Digamos que pensarías que está casado al escucharlo hablar sobre los niños que tiene. Su familia está en Canadá en su casa de verano y Midge está loco por estar allí con ellos. Piensa más en la esposa y en los niños más que todo el dinero del mundo. ¿Entiendes lo que quiero decir?
«¿Cuántos hijos tiene?»
«No sé, cuatro o cinco, supongo. Todos son varoncitos y cada uno de ellos es un fanático a muerte de su padre».
«¿El padre de él, ¿vive?»
«No, el viejo murió cuando era niño. Pero tiene una madre anciana y un hermano menor en Chicago. Son los primeros en los que piensa después de un combate, ellos, su esposa y sus hijos. Y nunca se olvidea de enviarle a la anciana mil dólares después de cada pelea. Va a comprarle una nueva casa tan pronto como le paguen por este enfrentamiento «.
«¿Qué tal su hermano? ¿Va a seguirle los pasos?»
«Claro, y Midge dice que será un campeón antes de cumplir los veinte años. Son una familia de peleadores y todos son honestos y derechos como un mástil. ¿Entiende lo que quiero decir? Un tipo que no le puedo decir su nombre vino a ver Midge en Milwaukee para que entregara una pelea, y Midge le dio una golpiza tan buena en la calle que no se pudo presentar esa noche. Ese es el tipo de persona que es él. ¿Entiende lo que quiero decir? »

Joe Morgan permaneció en el campamento hasta que Midge y sus entrenadores regresaron.
«Uno de los chicos de The News», dijo Wallie a modo de presentación. «Le he estado dando tu historia familiar».
«¿Te dio buen material?» el pregunto.
«Es un historiador», dijo Joe.
«No me calumnien», dijo Wallie sonriendo. «Llámenos si hay algo más que usted quiera. Y pongan sus ojos en nosotros el lunes por la noche. ¿Entienden lo que quiero decir?

La historia del News dominical fue leída por miles de amantes del arte viril pugilístico. Estaba bien escrito y lleno de interés humano. Sus pequeñas inexactitudes no fueron cuestionadas, aunque tres lectores, además de Wallie Adams y Midge Kelly, las advirtieron y las reconocieron. Los tres eran Grace, Tommy Haley y Jerome Harris y los comentarios que hicieron no son para publicarse.
Ni la Sra. Kelly en Chicago ni la Sra. Kelly en Milwaukee sabían que existía un periódico como el New York News. E incluso si lo hubieran sabido, y que contenía dos columnas de material de lectura sobre Midge, ni la madre ni la esposa podrían haberlo comprado. El News de los domingos cuesta cinco centavos.
Joe Morgan podría haber escrito con mayor precisión, sin duda, si en lugar de Wallie Adams, hubiera entrevistado a Ellen Kelly y Connie Kelly y Emma Kelly y Lou Hersch y Grace y Jerome Harris y Tommy Haley y Hap Collins y dos o tres cantineros de Milwaukee.

Pero una historia basada en sus evidencias nunca hubiera pasado al editor deportivo.
«Suponga que usted pudiera probar que las cosas son así», habría dicho ese caballero, «lo único que ganaríamos con publicarlo serían críticas. La gente no quiere que se lo golpee: él es el campeón».

Campeón fue publicado por primera vez en 1916.




Cada vez que Midge Kelly se castiga el cuerpo en miles de horas de entrenamiento hasta el límite, ve el rostro de su padre.
Cada vez que lanza golpes como trallazos contra el cuerpo de sus contrincantes en el ring, evoca el instante en que, cuando tenía cuatro años, su padre se marchó de casa para no regresar.
Cada vez que machaca con el derechazo definitivo, cada vez que el árbitro declara derrotado al oponente, cada vez que le llueve el dinero a espuertas por cada combate ganado, cada vez que asciende de puesto en el ránking mundial de los pesos medios, no puede pensar en otra cosa que en el orfanato al que su madre se vio obligada a enviarlos a su hermano discapacitado y a él, porque la pobreza se los comía.
Cada vez que oye el rugido de la multitud aclamándole, imagina con malsana fiereza los laureles de un éxito vestido de oro, pero sin percibir que el éxito está fabricado de barro y de polvo; que coloca a sus pies una alfombra roja tan embriagadora como el opio.
Cada vez que destroza sin piedad y siente el crujido de los huesos, oye la voz de su madre agradecida por haberla sacado de su sórdida miseria.
Cuando Midge Kelly boxea, no solamente pelea contra unos simples hombres de carne y hueso. Pelea contra los fantasmas y los demonios que le han hecho desgraciado en su perra vida.
Cuando abandona a la inocente y enamorada chica con la que un padre severo y guardián de las apariencias le ha obligado a casarse, huye de todas las cadenas y de los lastres que se interponen en su camino hacia el estrellato.
Cuando posa sus ojos en mujeres codiciosas o prohibidas, no es el amor lo que le impulsa, porque tal vez su corazón esté muerto para casi todo lo que no sea perseguir su sueño infernal. Cuando flirtea con esas mujeres, está aspirando a jugar y a poseer los corazones de femmes fatales que seguramente nunca se habrían fijado en el anónimo pobretón muerto de hambre que él era antes. Mujeres trepas que, al igual que él, se mueven por el olor del dinero, dignos iconos de esa faceta de cine negro que salpica esta película.
Mark Robson adaptó un cuento corto de Ring Lardner y llevó al cine toda una alegoría acerca de las ambiciones alimentadas por los traumas de la infancia, y el paralelismo entre el boxeo y el desahogo de todos los fracasos y frustraciones personales. Como en "Million Dollar Baby", el boxeo probablemente sea lo de menos.
Pero también representa un ascenso vertiginoso en el que el alma y los escrúpulos se van vendiendo dólar a dólar al vacío de un trono de humo.