EL Rincón de Yanka: 🏫 EL MAESTRO ES LA JOYA DE LA CORONA DE UN PAÍS 💎

inicio














lunes, 10 de diciembre de 2018

🏫 EL MAESTRO ES LA JOYA DE LA CORONA DE UN PAÍS 💎

“El maestro es la joya 
de la corona de un país”


Francisco Mora. Doctor en Neurociencias por la Universidad de Oxford y doctor en Medicina por la Universidad de Granada, Francisco Mora es catedrático de Fisiología en la Universidad Complutense de Madrid. Referente internacional en Neuroeducación y autor de numerosas publicaciones y libros como "Neuroeducación: solo se puede aprender aquello que se ama", el profesor Mora destaca la importancia que tienen las emociones en el aprendizaje. Todo lo que somos, pensamos, sentimos y aprendemos es fruto de nuestro cerebro en interacción constante con nuestro cuerpo y con el entorno, explica. Mora, nos aporta las herramientas y claves básicas que ofrece la Neurociencia para la mejora de la aprendizaje y la memoria, siempre desde el lado humano afirmando que "Intentar enseñar sin conocer cómo funciona el cerebro pronto será como diseñar un guante sin nunca antes haber visto una mano”. Defensor de la necesidad de una sólida formación ética y en valores en los niños, Francisco Mora sostiene que todos los cambios importantes que sucedan en nuestras sociedades occidentales pasarán "por reconocer y aceptar que el ser humano es lo que la educación hace de él", destacando especialmente el papel central de los maestros a los que considera “la joya de la corona de un país” y los artífices fundamentales de esta tarea. "Son los maestros quienes además del conocimiento transmiten sus valores a los hombres y mujeres del futuro", destaca.
En este momento donde las tecnologías nos están invadiendo, con un valor extraordinario, pero nunca sustitutivo del maestro. El maestro debe ser la joya de la corona de un país. Es su humanidad lo que puede transmitir. Humanidad. Mi nombre ya lo sabéis, es Francisco Mora Teruel. Y soy profesor de Fisiología humana en la Facultad de Medicina aquí, y hasta hace muy poco en la Universidad Iowa, en Estados Unidos. Y mi carrera ha sido aquella en la que comencé haciendo mi licenciatura en Medicina. En la Universidad de Granada. Y esa licenciatura de Medicina también se siguió de hacer mi doctorado en Medicina. Y en aquellos momentos, yo vivía de poder trabajar en un hospital psiquiátrico. Que a la mitad del día hasta el día siguiente era yo el único médico que cuidaba aquello. Mientras la realización de mi tesis doctoral, precisamente fue en pacientes esquizofrénicos. Y aquello fue un mundo iluminador. Lo fue por desconcertante. Lo fue por darme cuenta, y cercano, lo que es la naturaleza humana.

Lo que puede ser, lo que puede transformarse. Y la verdad es que aprendí mucho de aquello. Y me di cuenta de lo que sabíamos en relación al cerebro y a las enfermedades. Lo poco que sabíamos. La neurología, en los años 70 iniciales, era simplemente, como tratamiento, el cirujano. Había muy poca herramienta terapéutica. Y eso es lo que me hizo cavilar profundamente durante cuatro años en aquel hospital. Tanto que decidí, después de ser doctor, que aquello no era a lo que yo aspiraba. Ni ser psiquiatra ni ser neurólogo en un mundo donde no podía hacer nada por mejorar la situación de esos pacientes. Y eso me llevó a una universidad, en aquel momento, de más prestigio en este país, que era la Autónoma de Madrid. Opté por una muy prestigiosa, en aquel momento la única beca que había en España para ir a la Universidad de Oxford. En aquel momento la uno o dos, junto con Cambridge, del mundo. Y allí fue donde decidí hacer una segunda tesis doctoral. Después ya saqué una cátedra en Estados Unidos. Estuve también mucho tiempo y en definitiva, fue un tiempo o ha sido un tiempo, que me ha llevado, en el fondo, muy modestamente, a los logros que he conseguido. Lo que aprendí en el hospital psiquiátrico donde hice esa tesis primera de Medicina en Granada, pues la verdad es que fue, insisto, algo rompedor, algo que me transformó, algo que es lo que me empujó definitivamente a progresar en todo este terreno que llevaba. Implanté un animal con electrodos y registré de nuevo una sola neurona. Una neurona que ustedes, algunos, si no lo saben lo digo, se transforma en sonido y su disparo es como un canto. ¡Pop! ¡Pop, pop, pop! ¡Pop! ¡Pop, pop, pop!

Que cuando recibe estímulos, estímulos específicos, según dónde se esté en el cerebro, o bien desciende el disparo, o bien aumenta el disparo. Y sabemos por la tasa que esa neurona responde al estímulo específico. Pues bien, el mono Rhesus, posiblemente, fue la primera vez en el mundo que alguien estaba viendo cómo el disparo de esa neurona en áreas de registro del cerebro que tienen que ver con el placer, con la recompensa, se modificaban en un animal que estaba hambriento y lo estuve alimentando para que pasara a saciedad. Y ver la correlación entre conducta y una sola neurona. Estaba tan ensimismado que no me di cuenta que era la Nochebuena. Y, efectivamente, se me hizo tal hora que, de pronto, cuando salí, no sé por qué abrí la puerta, no había absolutamente nadie por allí. Miré el reloj y eran las tantas. Cogí al mono por la espalda, lo metí en su jaula, salí corriendo, me marché a mi casa, y cuando entro allí, le digo a mi mujer: “¿Qué haces?”. Dice: “Los papeles para el divorcio”: Tal cosa no sucedió. Pero, efectivamente, hacer investigación científica, y cuando estás al borde de ver algo nuevo que nunca nadie antes ha visto, es tan excitante como puede ser el punto del orgasmo. Creo que sabéis que he sido un hombre de universidad, un hombre de ciencia, que se ha dado cuenta en un punto en la vida, hace ya algunos años, de la necesidad que había de anclar lo que conocemos del funcionamiento del cerebro en la educación. Por lo que nos hace falta y por dar ese salto de lo que es la opinión y lo que son los métodos basados en lo observacional a lo que realmente pudiera anclarse en la metodología científica. Y eso es de donde ha nacido la neuroeducación.

Es un intento de aproximar una nueva luz a la instrucción y a la educación. Es decir, a cómo mejor se puede aprender. Y, por supuesto y sobre todo, en neuroeducación, la educación. Lo que significa aproximar valores y aproximar normas a la conducta del ser humano. Y en este sentido, la neuroeducación pertenece a lo que hoy en el mundo es una revolución. ¿Qué es? Una nueva cultura. La cultura en que vivimos y que hemos conocido y conocemos se está muriendo. Está naciendo una nueva cultura, la cultura neuro, que significa el darnos cuenta que el ser humano, lo que es el ser humano, lo que siente, lo que cree, lo que piensa, lo que hace, y en ello está, evidentemente, aprender y memorizar, es producto del funcionamiento del cerebro. ¿Cómo lo hace el cerebro? ¿Qué podemos sacar de ese conocimiento para poder enseñar mejor? Pues muchas cosas, que supongo que será lo que sigamos con el diálogo. Pero, desde luego, se viene a decir que en no mucho, intentar enseñar sin conocer cómo funciona el cerebro será algo así como intentar diseñar un guante sin nunca antes haber visto una mano. La importancia, por tanto, de ello es trascendente. Pero es tan nuevo que es discutido todavía.

Hay docentes de prestigio que todavía en este momento dicen: “Es que no es tampoco tan necesario hablar del cerebro. Yo puedo explicar lo mismo sin apelar al cerebro”. Yo digo que por lo menos la neuroeducación hay que aplicarla ya aunque solo sea o fuere para atajar, destruir, lo que son, y vosotros habéis oído hablar de ello, los neuromitos o falsas verdades. Hoy, todo el mundo habla del cerebro. Porque es la referencia importante más allá de la filosofía. Es lo que nos aporta datos constatados. Y cuando hablamos así, hablamos de que podemos hablar de la memoria. Del aprendizaje y de la memoria. Podemos hablar, insisto y lo repito, de valores y normas. Pero podemos hablar, ya con fundamento, de lo que significa y el valor que tiene la atención. Por ejemplo, el ejemplo más paradigmático del valor que puede tener la neuroeducación es para habernos dado cuenta, en un tema tan debatido como es: ¿Cuándo comienza un niño a leer? ¿A los tres años, como John Stuart Mill, que a los tres años ya manejaba el inglés perfectamente y a los siete era capaz de leer a Aristóteles en griego clásico? Evidentemente, no. ¿El niño que, sin embargo, tarda hasta los siete años? Evidentemente, no.

En este momento donde las tecnologías nos están invadiendo, con un valor extraordinario, pero nunca sustitutivo del maestro. El maestro debe ser la joya de la corona de un país. Es su humanidad lo que puede transmitir. Humanidad. No lo esperes nunca de una máquina, no lo esperes nunca de un tablet. Un tablet y un ordenador te sirve, ¡claro que te sirve! Pero como solo y exclusivamente trabajemos con eso en cualquier institución, a no ser que sea un avanzado MIT, y con disciplinas a discutir, un niño lo que no puede hacer es no saber nada más allá de dónde tiene guardado lo que tiene que saber. Un niño tiene que saber poesía, un niño tiene que saber que algunas veces embellecer un discurso, o cuando es adolescente, de una gran poesía, de un gran trozo literario. Hay que memorizar selectivamente y conocer. Porque eso, en parte, también es aprovecharte para poder desarrollar las teorías… los talentos ejecutivos, tan necesarios, como son la inhibición de funciones, como son la memoria de trabajo, la capacidad, por ejemplo, que me permite a mí estar echando estos discursos o rollos que os suelto. Qué significa una idea engarzada a otra.

Eso es memoria de trabajo. La toma de decisiones para cambiar en este momento, si quisiera, a otra temática y poder seguirla perfectamente. Y volver al punto, como aquí ha ocurrido, de donde me he quedado. Eso son funciones ejecutivas. Eso hay que aprenderlo, eso hay que trabajarlo, con el maestro. Porque el maestro transfiere, lo que hemos hablado aquí, emoción. Transfiere esa humanidad. Que cuando lo leí en el discurso del Premio Nobel de Albert Camus en 1957, me clavó. Cuando recibió ese Premio Nobel tan joven, que tendría 44 años, con qué nobleza dijo: “Y te lo agradezco a ti, maestro. Y lo digo bien alto para que todo el mundo sepa que si estoy aquí, te lo debo a ti”. 

¡Eso no se puede decir a una máquina! Eso se le dice a un ser humano. Esa grandiosidad tiene que estar ahí. Pero lo que es la transferencia de conocimiento, que es lo que hemos dicho aquí, que es la semántica, que es la sintaxis, que es la prosodia, que es el colorido emocional y lo que llega a los valores, no puede hacerse en un tablet.



NEUROEDUCACIÓN

SOLO SE PUEDE APRENDER AQUELLO QUE SE AMA



A LOS MAESTROS, 
CUYA LABOR TANTO ADMIRO


"Hay un abismo entre la ciencia actual 
y su aplicación directa en el aula. 
La mayoría de los científicos sostienen 
que rellenar ese abismo es prematuro. 
Sin embargo, en la actualidad, los maestros son receptores 
de programas de información sobre cómo enseñar basados 
en los conocimientos que se tienen del cerebro. 
Algunos de estos programas contienen cantidades alarmantes 
de información errónea y a pesar de ello 
son utilizados en muchas escuelas". 
USHA GoSWAM



"Los científicos a veces argumentan que hablar sobre la biología de la educación es algo prematuro. Dicen que la ciencia tiene antes que responder a las preguntas profundas acerca de cómo funciona la relación cerebro-mente. Por el contrario, nosotros afirmamos que es de la investigación científica (ahora) de donde vendrán los grandes descubrimientos por venir en el campo del aprendizaje y el desarrollo". FISCHER, DANIEL, INMORDINO-YANG, STERN,



PRÓLOGO



Hace ahora unos cuatro años, a principios del año 2009, la Fundación Nuevas Claves Educativas me invitó a dar una conferencia en Bilbao con el título «Conocer el cerebro para enseñar mejor». Fue entonces cuando por primera vez puse juntas las notas que había venido escribiendo sobre este tema. Y fue también, a partir de ese momento, cuando la idea de convertir aquellas notas en un libro comenzó a tomar forma. Forma que yo diría fue definitiva a raíz de la conferencia que impartí en el 1 Congreso Mundial de Neuroeducación que tuvo lugar en Lima en el verano de 2010.

El interés por conocer y crear puentes de entendimiento entre la neurociencia y la educación ha ido aumentando de forma acelerada en los últimos años. Reflejo de esto último ha sido el creciente número de publicaciones y editoriales en las más prestigiosas revistas científicas del mundo (una expresión de ello se puede ver en la bibliografía que acompaña este libro). Tanto y tan acelerado ha sido el interés social y de tantos profesionales por esta relación cerebro-enseñanza, que hoy se habla de una verdadera «hambre», en especial por parte de los maestros, de conocer todo aquello que sea nuevo en este campo. Los maestros en particular parecen sentir esa necesidad de llevar estos nuevos conocimientos a la enseñanza en las escuelas de primaria y secundada. Algo parecido está ocurriendo también entre los profesores universitarios. Decía una editorial reciente publicada en la revista "Science" y que lleva por título «La pedagogía se reúne con la neurociencia» :
El deseo evidente y en aumento por una educación «basada en la evidencia» ha coincidido con un período de progreso tremendo en el campo de la neurociencia que ha captado un enorme interés público general con sus logros, y ello ha llevado a un debate, ya en marcha, acerca de la potencialidad dela neurociencia para propiciar una reforma de la educación.
Y es verdad. Como acabo de señalar, hoy se ha levantado un interés, sin apenas precedentes, por cambiar, innovar y mejorar la educación y la enseñanza teniendo como base los conocimientos sobre el cerebro. Interés manifestado de modo explícito por las más destacadas instituciones docentes del mundo y por algunos gobiernos, como es el caso de Estados Unidos en particular. Hoy cabe ya poca duda de que aprender, memorizar, enseñar, educar y adquirir todo el amplio arco del conocimiento lo elaboran las personas con sus cerebros. Esto justifica, claramente, cuanto he dicho en los parágrafos precedentes.

Este es un libro escrito con la pretensión de resaltar y poner en perspectiva crítica y concisa, y con un lenguaje asequible y directo, algunas ideas sobre lo que ha venido en llamarse neuroeducación y lo que esta implica. Es, por tanto, un cuadro no figurativo, un marco cuya tela contiene solo pinceladas que alerten sobre lo que en educación asoma en lontananza. Es un libro que intenta destacar el momento actual de la relación cerebro-educación, no pensando en su inmediata aplicación en los centros de enseñanza, sino en conocer cómo se está trenzando ese enlace que, por otra parte, se avizora fructífero. En realidad estas páginas son una reflexión sobre nuevos acontecimientos que miran positívamente hacía un futuro que nos habla de un cambio, que de hecho ya se ha puesto en marcha, sobre cómo poder enseñar y aprender mejor, y desde luego educar mejor. 

Es un libro, pues, escrito con la esperanza de acercar estas ideas nuevas a un amplío espectro de lectores, no solo profesionales de la enseñanza o científicos del cerebro, sino también a padres, familiares y amigos, porque es cierto que de todos depende una mayor y mejor educación de todo el mundo, y por tanto todos debemos conocer también en qué se basan estos cambios (cerebro). Espero que la lista de referencias y publicaciones científicas que se incluyen al final del libro ayude, a quienes estén más interesados, a expandir por ellos mismos el conocimiento sobre este tema.

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Son ya cuatro años los que lleva «viviendo» este libro, Neuroeducación, en las manos de muchos maestros, profesores de enseñanza media, profesores universitarios y también de lectores de diferentes ámbitos intelectuales. Y si algo ha ocurrido en este tiempo es un aumento, en todos ellos, de su interés por una nueva enseñanza y educación basada en cómo funciona el cerebro. Es cierto que muchos de estos profesores, en especial los maestros, preguntan ¿pero cuándo saldrá un libro que nos detalle cómo aplicar, en la práctica del día a día, estos nuevos conocimientos sobre el cerebro, en los colegios, en las aulas? Por desgracia hay que contestar que esto todavía no es posible hacerlo de una manera reglada más allá de las pinceladas que poco a poco permiten los avances de la neurociencia por un lado, y por otro la de encontrar la vía por la que estos conocimientos permitan superar las dificultades técnicas y de lenguaje por la que poder transmitirlos con fidelidad y sin errores a esos mismos maestros.

Lo cierto es que ya ha calado y aplicado en la práctica el fundamento emocional de toda enseñanza y la importancia sobresaliente de provocar ese chispazo, en cada clase, que es la curiosidad, es decir, haciendo curioso lo que se enseña. La curiosidad es la llave que abre las ventanas de la atención, y con ella el aprendizaje y la memoria, y con lo aprendido y su clasificación, la adquisición de nuevos conocimientos. De esto, con ejemplos aplicables, y de otros tantos aspectos importantes para la enseñanza y la educación basadas en el funcionamiento del cerebro, se da cuenta en los 22 capítulos que constituyen este libro que ahora presentamos en su segunda edición revisada.

De lo que no cabe la menor duda, expresado -repito- en este libro, es de que ya sabemos suficiente para asegurar que se avecina un cambio importante en la educación y la enseñanza, esta vez sólidamente basada en los datos obtenidos por la neurociencia. Y es que es un hecho incontrovertible, ya poca gente lo discutiría desde una perspectiva científica, que lo que somos, pensamos, sentimos, aprendemos, memorizamos y expresamos en nuestra conducta y lenguaje es expresión del funcionamiento de nuestro cerebro en interacción constante con el resto de los órganos del cuerpo, y de este con todo lo que le rodea, desde lo físico y lo químico, a lo familiar, lo social y la cultura en que se vive.

Y es esto lo que nos empuja a continuar esta andadura «neuroeducativa ». Andadura que ha de realizarse con pasos lentos y seguros y de modo paciente y reflexivo. Y es que el traspaso seguro, de conocimiento de la neurociencia al aula (permítanme repetir lo dicho un poco más arriba) presenta muchos problemas, entre ellos, por un lado, un largo camino todavía por recorrer de la propia neurociencia y, por otro, la enorme dificultad de llevar lo que conocemos en ella al maestro y el aula. Pero ahí andamos.

Con todo, está claro que la pequeña andadura ya iniciada por la neuroeducación ha seguido aumentando esa «hambre» por conseguir nuevos conocimientos que nos lleven a enseñar y educar mejor y a ir desbrozando el camino de mitos (neuromitos) y falsas verdades sobre la enseñanza. Y aunque es cierto que la educación, mucha parte de ella, se sustenta en sistemas basados en una sólida observación y sobre la que se construyen sólidos pilares docentes, esto no es suficiente. Ahora, con el constante aumento de los conocimientos científicos, se abre una nueva visión, esta vez basada en los tres pilares sólidos del método científico (observación, experimentación e hipótesis) y, por supuesto, en abrazo con la psicología y las humanidades. Y también en levantar la mirada y detectar los problemas con los que se enfrenta la educación en estos tiempos de profundo cambio social, como bien pudiera ser, entre otros, la influencia de internet y las redes sociales sobre el aprendizaje y la educación. En cualquier caso, nunca me cansaré de repetirlo, este libro y su excelente acogida por maestros, profesores y lectores de vaiia condición académica o social, es clara expresión de ese cambio en los profesionales de la educación que se expresa en su interés por la neuroeducación.

Y todo esto nos lleva a albergar con ilusión la esperanza de que ocurran cambios importantes en nuestras sociedades occidentales, en donde, por fin, se comience a reconocer y aceptar «con calado» que el ser humano es lo que la educación hace de él. Un cambio, por ejemplo , al darnos cuenta de que una enseñanza en valores instrumentados en las normas que hay que respetar, no se puede iniciar en la pubertad, la adolescencia o la juventud. Esas son ya edades tardías (en función de lo que sabemos del desarrollo del cerebro y su organización sináptica y mielinización de sus vías de conexión). Las trazas elementales, las ideas básicas de esos valores (puntualidad, respeto de compromisos, respeto al otro, responsabilidad, autosuficiencia, individualidad, autocontrol, impulsividad, dominio emocional en la conducta y el lenguaje, etc.) hay que comenzar a enseñarlas a edades mucho más tempranas, ya desde los tres años. Y desde luego también en edades tempranas, hacia los seis años, es posible comenzar a entronizar los fundamentos básicos de valores como la libertad, la dignidad, la igualdad, la nobleza, la justicia, la verdad, la belleza o la felicidad. Y continuar esas enseñanzas a lo largo del arco vital del niño hasta alcanzar las enseñanzas medias. Y ese magisterio, valga hacer aquí el apunte, lo tienen que impartir maestros y profesores «maduros», maestros y profesores con edades en las que los circuitos y redes neuronales de su propio cerebro para los valores éticos (corteza prefrontal y resto de las áreas de asociación de la corteza cerebral) hayan alcanzado su completo desarrollo, que no es antes de los 27 años. Grandes cambios se avecinan que, en lo que atañe a este país nuestro, ojalá se logren cimentar en un auténtico y
«cerebrudo » pacto de Estado para la educación.

Madrid, marzo 2017

INTRODUCCIÓN

Todo conduce a pensar que en las sociedades occidentales, posiblemente en función a la globalización y el acelerado encuentro de culturas, se comienza a considerar más que nunca a la educación como una de las materias de estudio más importantes, si no la más importante. No se trata de que la educación, lo que aprendemos y los conocimientos que adquirimos y cómo los adquirimos, no haya sido reconocida siempre como materia importante, eso parece evidente. Lo que ocurre es que parece ser que ahora, con los conocimientos nuevos que aporta la neurociencia, comenzamos a darnos cuenta de esa importancia. Kant en su obra Pedagogía afirmó que el ser humano es lo que la educación hace de él. Y tenía sobrada razón. Lo que Kant no sabía es cómo esa educación opera en el cerebro humano para que esto sea así. Y eso es lo que están empezando a desbrozar la psicología y la neurociencia cognitiva actuales.

Pareciera que es ahora, ahora mismo, cuando muchos especialistas en tantas y tantas disciplinas académicas y profesionales empiezan a tomar conciencia de este nuevo punto de partida con el que cambiar el rumbo del aprendizaje y la enseñanza en los colegios y las universidades. Hoy sabemos que una buena educación produce cambios profundos en el cerebro que ayudan a mejorar el proceso de aprendizaje posterior y el propio desarrollo del ser humano. Y el estudio del cerebro aporta nuevos conocimientos que permiten diseñar nuevas técnicas y nuevas aproximaciones con las que intervenir y hacer mejor este proceso de aprendizaje y el desarrollo de los niños. Pero no solo eso. Hoy también sabemos la importancia que tiene proyectar mejores escuelas, con mucha luz, control de la temperatura y del ruido; es decir, el diseño del colegio mismo (neuroarquitectura), lo que rodea su entorno y, desde luego, la cultura en la que se vive. En resumen, se trata de encontrar y planificar mejores herramientas de enseñanza con las que se facilite el aprendizaje de las materias, se detecten fallos psicológicos y cerebrales que incapaciten para el normal aprendizaje, se promocione la empatía, el altruismo y la colaboración, y un largo etcétera.

Empieza a no caber duda de la importancia de la necesidad de construir en las nuevas generaciones un pensamiento crítico y creativo que aleje las brumas del pensamiento mágico que durante miles de años tanto ha ensombrecido la historia de la humanidad. Es decir, un cambio en la educación que reciben los niños en los colegios. Y es que todo el mundo reconoce hoy que el conocimiento científico de cómo se desarrolla el cerebro humano tras el nacimiento y de cómo ese cerebro aprende de todo cuanto le rodea (desde el mismo momento que ve la luz el niño tras nacer) va a producir un profundo impacto en la educación. Impacto que debería impulsar a los gobiernos a instrumentar y desarrollar nuevas políticas educativas y a la necesidad de aumentar la inversión económica en educación, en particular en los colegios. Y así en cada paso del proceso educativo, desde el colegio hasta alcanzar una buena formación profesional o docente-investigadora en la universidad. Y resalto en la universidad, además, porque es en la institución donde cristaliza la formación del pensamiento crítico y analítico y la nueva enseñanza del pensamiento creativo, tanto para las humanidades como para las ciencias.

Y todo esto no debería ser un sueño filosófico de gabinete, pues es bien cierto que nos encontramos a las puertas de una nueva cultura, de una cultura basada en el cerebro. Y con esta nueva cultura, neurocultura, se está produciendo una reevaluación de las humanidades y de cómo nos concebimos a nosotros mismos.Y es ahora también cuando, junto con la neuroeducación, están naciendo nuevas disciplinas como la neurofilosofía, la neuroética, la neurosociología, la neuroeconomía y la neuroestética. Y muchas más en diversas ramas del conocimiento que están siendo reevaluadas a la luz de comenzar a descifrar los códigos que, adquiridos a lo largo del proceso evolutivo, gobiernan el funcionamiento del cerebro. Todo esto representa hoy esa perspectiva nueva que significa la entrada de la ciencia en general, y la neurociencia en particular, en el mundo de la cultura. Lo que sin duda ayudará a entender mejor las humanidades, es decir, al ser humano.

En muchos foros internacionales (lo que significa reuniones y congresos de expertos en varias disciplinas, publicaciones en revistas especializadas o de divulgación y, por supuesto, comentarios en los medios de comunicación) ya se empieza a hablar de esa necesidad de extraer los conocimientos que aporta la neurociencia cognitiva en conjunción con la psicología cognitiva y llevarlos a las aulas con la finalidad de aprender y enseñar mejor. Es decir, hacerlo de una manera más eficiente, nueva y diferente de como hasta ahora se ha hecho. Utilizar nuevas estrategias que sirvan para ayudar tanto a quienes enseñan como a los que aprenden. Y a estos últimos, los que aprenden, no solo «a los niños», sino al ser humano en todo el arco de su desarrollo, desde el recién nacido, la primera, segunda y tercera infancia, la pubertad y adolescencia, la primera y segunda juventud e, incluso, en el periodo adulto y a lo largo de ese tiempo complejo que llamamos envejecimiento, en el que es obvio que se sigue aprendiendo y memorizando. Está claro que los nuevos conocimientos pueden ayudar a diseñar programas nuevos que sean más óptimos para el proceso de aprendizaje, así como a las necesidades de cada ser humano en particular.

Estamos, pues, ante un nuevo «tiempo de reflexión» en el que se están poniendo los pilares básicos de un edificio por construir. Un marco en el que se comienzan a esbozar los primeros ingredientes figurativos y los correspondientes colores, es decir, se está tratando de concentrar esfuerzos y aproximar respuestas a tantas y tantas preguntas que emergen de la neurociencia y la enseñanza. 
¿Qué sabemos del cerebro del niño que pueda ser utilizado por el maestro para mejorar sus enseñanzas? ¿Qué sabemos del cerebro cuando aprende y cómo lo hace? ¿Qué sabemos del cerebro cuando enseña y cómo lo hace? ¿Qué funciones cerebrales conocemos hoy esenciales en la transmisión del conocimiento, es decir, aplicables a la enseñanza? ¿Qué daños, psicológicos, cerebrales, siquiera sutiles, impiden o dificultan el aprendizaje de los niños? ¿En qué difiere el proceso de aprendizaje de un niño del de un adulto o una persona mayor? ¿Qué se conoce del cerebro que permita ser utilizado por el profesor para una mejor enseñanza en la universidad? ¿Qué hace que «Un profesor» se convierta en «un profesor excelente»?

#AprendemosJuntos