El libro perdido
Una ayuda para los campesinos
Soy un viejo libro. Mis gastadas páginas yacen en el fondo de un baúl de madera arrumbado en el sótano de un anticuario. Muchos conocen mi existencia. Nadie sabe dónde me hallo.
Recuerdo vagamente la luz que contemplé durante mis primeros años. Fueron ilusiones fugaces. Tras aquellos tiempos luminosos, mi existencia fue arrojada a esta lóbrega oscuridad que me aprisiona. Me enterraron en vida. Abatido por la triste situación que soporto, frecuentemente navego por el mar de la nostalgia. Los libros también sucumbimos a la tentación de añorar el pasado cuando no tenemos futuro.
De la felicidad de antaño conservo un cúmulo de imágenes borrosas y difusas. De entre todas ellas hay una que emerge con fuerza: mi autor. Conservo con orgullo su nombre grabado con tinta de imprenta en mi portada: Gioanni Bosco.
Aquel joven sacerdote consultó enciclopedias, recordó sus años de campesino, conversó con aldeanos… Y, poniendo todo su empeño, comenzó a escribirme. Formó mi cuerpo con sus palabras. Creó mi alma de libro.
Nací con un objetivo claro: instruir a los campesinos sobre la elaboración del vino. Por extraño que parezca ese era el propósito de Juan Bosco. ¿Un cura transformado en enólogo para describir el proceso de la fabricación del vino? Así fue. Él conocía la dureza de vida que han de soportar los hombres y mujeres del campo. Quería ayudarles para que elaboraran caldos excelentes capaces de competir en los mercados.
Describió minuciosamente el cultivo de la vid y sus variedades. Vertió sobre mis páginas consejos para la instalación de un buen lagar y una bodega. Describió la preparación de tinajas, toneles, botas y demás recipientes. Detalló cómo elaborar el vino, trasvasarlo y conservarlo, impidiendo se avinagrara…
Cuando Juan Bosco me distribuyó entre agricultores, párrocos, médicos y alcaldes de los pueblos del Piamonte sentí que crecía la felicidad de mis días. Cada página de mi cuerpo era un pregón en defensa del buen hacer de los campesinos.
Pero nada ha sido como imaginé. La soledad y el abandono han echado raíces entre mis páginas. ¡Cuánto daría por recuperar un horizonte cargado de promesas como el que tuve junto a Don Bosco! Daría todo lo que soy por sentir de nuevo la caricia de unos ojos, redondos como las “oes”, recorriendo mi texto. Y al finalizar la jornada, disponer de una estantería donde descansar tras haber compartido los conocimientos que atesoro en mi interior.
Pero soy un libro perdido. Abro y cierro mis ojos de papel y tan sólo sufro, una y otra vez, los arañazos de la oscuridad. Si escuchas mi lamento: ¡ven a rescatarme del olvido! Te lo suplico. Me gustaría tanto volver a encontrar el sentido de mi vida y notar un poco de luz en mis pupilas.
Nota: Abril 1846. Se producen desavenencias políticas entre Piamonte y Austria. Como desquite, Austria eleva los aranceles del vino y acarrea graves daños a la economía de los campesinos piamonteses. Don Bosco, que siempre recordó su infancia de campesino, escribe y difunde “El enólogo italiano”, un libro para ayudar a mejorar la producción vitivinícola. Es el único libro de Don Bosco del que no se conserva ejemplar alguno (MBe II, 355-356).
(Del Boletín Salesiano. Año CXXXI. Nº 11 . Diciembre 2018)
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