EL Rincón de Yanka

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sábado, 28 de diciembre de 2019

EL DECLIVE DE LA NAVIDAD 😟🎄


El declive de la Navidad
Esta crisis de fe se manifiesta de muchas maneras, incluso entre quienes se confiesan cristianos
Hace sólo unos días, en su discurso a la Curia romana previo a la Navidad, el papa Francisco ha reconocido el desplome de la Cristiandad como realidad no ya política o social, también cultural: 
"No estamos ya en un régimen de cristianismo porque la fe -especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente- ya no constituye un presupuesto obvio de la vida común; de hecho, frecuentemente es incluso negada, burlada, marginada y ridiculizada". Esta situación debería provocar un profundo desgarro entre los cristianos; sin embargo, sorprendéntemente no es así. 
En el seno de la Iglesia se ha instalado una mentalidad que asume la inevitabilidad de ese proceso, la imposibilidad de revertirlo, un espíritu que prepara la rendición ante el paganismo triunfante. Me parece que la innegable decadencia de la Navidad como fiesta cristiana es un buen exponente de este increíble declive, sobre todo si se compara con la forma en que no hace tantos años se celebraba entre nosotros el nacimiento del Niño Dios. Detrás de todo esto hay una crisis de fe, como en 2012 escribía Benedicto XVI: 
"Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ámpliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas".
Esta crisis de fe se manifiesta de muchas maneras, incluso entre quienes se confiesan cristianos. Una de ellas, que quizá se observa claramente en la Navidad, es la incapacidad para extraer consecuencias de los principios que se afirman. 

¿Por qué ha desaparecido la vieja alegría de la Navidad, incluso en las celebraciones litúrgicas? 
Posiblemente porque el nacimiento de Jesús no es concebido ya por muchos como el inicio de la salvación, la fuente primera de toda esperanza. Cuando decimos Niño Dios, todos vemos fácilmente al niño, pero no a Dios. 
Desde hace mucho tiempo, la Iglesia que camina hacia la plena condición de ONG habla mucho del hombre y cada vez menos de Dios. 
En los primeros tiempos cristianos escandalizaba que Dios todopoderoso se hubiera podido encarnar en un niño inerme y desamparado, hoy no somos capaces de reconocer a Dios en un niño porque hemos borrado la impronta de Dios en el hombre. Y la creación que antes saltaba de gozo, hoy enmudece en la noche de Navidad.

Becky Kelley "Where's the Line to See Jesus?" Traducida al Español

📕🎬 LIBRO Y PELÍCULA "UN SACO DE CANICAS"

Un saco de canicas 

para escapar del horror del nazismo


Llega a los cines la película basada en la novela y la historia de Joseph Joffo, que junto a su hermano abandonó a sus padres para huir de los nazis.

En 1997 un cineasta enamoró al mundo con una historia que contaba el horror de la Segunda Guerra Mundial pero cambiaba el punto de vista para dárselo a un niño. La vida es bella contaba el afán de un padre por ocultar a su hijo que el mundo se iba a pique y que estaban condenados a la muerte. Roberto Benigni convertía el campo de concentración y el holocausto nazi en la base con la que el protagonista inventaba un juego que convenciera al pequeño, aunque el espectador era consciente de lo que ocurría detrás. El filme fue un éxito, y hasta Hollywood se rindió a los pies del italiano.

Casi 10 años después, en 2006, el británico John Boyne repitió la fórmula en forma de libro con El niño del pijama de rayas. La historia del hijo de un nazi que entabla amistad con un niño judío preso en un campo de concentración con el que habla a través de la verja que les separa partió el corazón de millones de lectores. Lo mismo que la posterior adaptación cinematográfica. Antes de ellos ya hubo una persona que apostó por la mirada infantil para contar el horror del nazismo. Se trata de Joseph Joffo, escritor francés que en 1970 escribe la novela "Un saco de canicas".

Hasta entonces Joffo se había dedicado a ser peluquero, pero durante una convalecencia por un accidente de esquí decidió contar su propia historia. Una de esas que parecen sacadas de una película o de una novela. Porque el escritor nació en París de casualidad, ya que su padre llegó allí escapando de Rusia para no ser reclutado por el ejército del Zar. Esquivó el terror una vez, pero el convulso siglo XX le estalló en la cara. En 1941, con sólo diez años, su padre les dio 5.000 francos a él a su hermano y les dijo que escaparan de un París que ya se veía en manos nazis y se fueran con sus hermanos mayores a Menton, en la llamada ‘Francia libre’. Con ese poco de dinero y la presencia de sus inseparables canicas, se montan en un tren que los nazis controlaban al dedillo para intentar acabar en un campo de concentración.

Una historia de superación, que narra con la fuerza de la primera persona lo que ocurrió aquellos años en los que el mundo tuvo auténtico miedo. La fuerza de la película y de la novela es saber que lo que cuenta le ocurrió de verdad a su narrador. Ya no es la fantasía de aquel niño con su pijama, son los recuerdos terribles con los que una persona ha tenido que convivir toda su historia. Esos que cuando cierra los ojos aparecen una y otra vez. El autor fue uno de los afortunados que vivió para contarlo, igual que toda su familia a excepción de su padre, que murió en un campo de concentración.

Ahora llega la adaptación cinematográfica de la novela de Joseph Joffo -que en su título españo cambia para ser Una bolsa de canicas, dirigida por Christian Duguay y con Patrick Bruel en su reparto. Cuesta creer que semejante historia no hubiera vivido otras versiones previas, y de hecho sí que las hubo. En 1975, Jacques Doillon fue recomendado por Claude Berri para dirigir una primera película basada en la obra. Las malas lenguas dicen que a Joffo no quedó nada contento con el resultado. No veía esa inocencia perdida que tenía que tener el relato, y desde entonces se obsesionó con ver en pantalla grande la historia de su vida. Por fin lo ha conseguido.

Prólogo 

Este libro no es obra de un historiador. A través de mis recuerdos de infancia, he querido narrar mis aventuras durante los tiempos de la ocupación. Han pasado treinta años. La memoria, así corno el recuerdo, pueden metamorfosear algunos pequeños detalles. Pero lo esencial está ahí, con su autenticidad, su ternura, su gracia, y la angustia vivida. Para no herir susceptibilidades, he cambiado muchos de los nombres de personas que aparecen en este relato. Un relato que narra la historia de dos niños en medio de un universo de crueldad, de absurdo, y también a veces, de ayuda inesperada.

Epílogo 
Y colorín colorado… 

Ahora tengo cuarenta y dos años, y tres hijos. Miro a mi hijo como mi padre me miraba a mí hace treinta años, y se me ocurre una pregunta, puede que tonta, como muchas preguntas. 
¿Por qué he escrito este libro? 
Es evidente que esta pregunta tendría que habérmela hecho antes de empezar, habría sido más lógico, pero a menudo las cosas no ocurren de manera lógica. El libro salió de mí como algo natural, tal vez me era necesario. Pienso que él lo leerá más adelante, y con esto me basta. Lo rechazará, lo considerará un montón de recuerdos archisabidos, o al contrario, le dará que pensar, pero le tocará a él entrar en juego. En todo caso, me imagino que esta noche, en el momento en que va a entrar en su habitación, al lado de la mía, me veo obligado a decirle: «Hijo, toma el morral, aquí tienes 50.000 francos (antiguos) y ahora tienes que marcharte». Me ocurrió a mí, le ocurrió a mi padre, y me invade una alegría sin límites al pensar que a él no le ocurrirá. 

El mundo ¿irá mejor? 
Hay un anciano al que yo admiro mucho: Einstein. Escribió cosas muy sabias, y dijo que entre cinco minutos pasados sobre la plancha roja de un fogón y cinco minutos en los brazos de una muchacha hermosa, existía, a pesar de la igualdad de tiempo, el intervalo que separa el segundo de la eternidad. 
Mientras miro cómo duerme mi hijo, sólo puedo desearle una cosa: que jamás conozca el tiempo del sufrimiento y el miedo como lo viví yo durante aquellos años. 
Pero, ¿por qué temer? Estas cosas no volverán a producirse más, nunca jamás. Los morrales están en el desván, y allí seguirán para siempre. Tal vez…

«Estoy de pie aquí, la frente coronada de mil arrugas, estoy aquí de pie, como un viejo San Bernardo, y yo miro a la lejanía, muy lejos, hasta el confín de mi infancia...». Bohumil Hrabal

Una bolsa de canicas - Trailer español (HD)


viernes, 27 de diciembre de 2019

APORTACIONES QUE LA CRISTIANDAD HA HECHO A EUROPA... Y AL MUNDO 🌍

15 aportaciones que el cristianismo 
ha hecho a Europa… y al mundo

El perdón, la noción de persona y la gratuidad son algunas de ellas
La situación actual de Europa es ambigua y llena de contradicciones. Por un lado tiene un potencial enorme, y por otro presenta signos preocupantes.

¿Qué elementos de tradición y de origen cristiano pueden contribuir a hacer una Europa mejor, más humana? Nos propone 15 ideas, desde su sabiduría de ecumenista, el profesor y cura Antoni Matabosch, que ha sido presidente de la Fundació Joan Maragall, a quién el Gobierno Catalán acaba de conceder la Cruz de Sant Jordi.

1. La noción de persona. En la tradición judeocristiana encontramos la gran novedad que Dios quiere establecer una relación de amor / amistad con cada hombre y con cada mujer. Todos los seres humanos son amigos de Dios de la misma manera. Todos son iguales y valiosos. No son Dios, pero son imagen de Dios. La suprema dignidad de todo hombre / mujer es un bien democrático incuestionable, es un bien cultural supremo y no negociable. En la reflexión cristiana posterior, esta dignidad humana fue llamada persona e implica cuatro dimensiones principales. La persona es subjetividad y autoposesión, se pertenece y administra (es el valor único e irrepetible de toda persona). También es apertura al tu y a los demás. Es ser con los otros, solidariamente. Es, finalmente, apertura a Dios.

2. La primacía del ser sobre el tener. Si no se pone en primer término cada persona humana y su maduración personal, es fácil caer en el «fetichismo de la mercancía», como diría Marx. El consumismo y el productivismo radical nos envuelven en una rueda en la que somos absorbidos por lo que es externo, y el exceso no nos hace más personas. Es una caída en la exterioridad personal y en las tiranías de la propaganda.

3. La síntesis entre logos (razón) y ágape (amor). La tradición griega ha aportado el valor de la racionalidad, de la razón, que ha dado los frutos durante toda la historia de Europa, con un acento especial en la Modernidad. Por eso hay que tener cuidado con las corrientes actuales que hablan de “pensamiento débil” (Vattimo), de “pensamiento o sociedad líquida” (Baumann) o de postverdad. Hay que rechazar, sin embargo, un racionalismo unidimensional. La dignidad de la persona humana exige que todo (también lo más ingenioso y agudo) esté empapado por el amor. No sin razón se habla ahora de la inteligencia emocional. San Agustín ya decía que «no se puede entrar en la verdad si no es por la caridad»: sólo una razón arraigada en lo que es más radical, el amor, se revela como el más razonable y, por tanto, como la matriz más fecunda de toda buena cultura. Esto también nos ayuda a entender la razonabilidad de la fe.

4. La historia, espacio de la libertad creativa del hombre. El devenir histórico tiene un sentido que está en manos de la acción humana singular y colectiva. No hay un determinismo fatalista, ni un eterno retorno. Hay un mundo y una sociedad que va creando una cultura llevada por la mano del hombre. Nada más lejos de una visión trágica del proceso histórico, aunque debido a la libertad podemos avanzar o retroceder. La realidad es producto de la libertad.

5.- Los derechos humanos, el valor de la democracia y del estado de derecho. La concepción de todo ser humano como persona, con una dignidad inviolable, ha llevado poco a poco a afirmar una derechos humanos universales, proclamados finalmente por la ONU en 1948. Los derechos humanos proporcionan un fundamento sólido para instaurar y vivir en democracia, teniendo como base del Estado de Derecho.

6. La apertura a lo trascendente. Cuando una sociedad se cierra sobre sí misma y no se abre a todo lo que la sobrepasa, se asfixia, queda reseca. Es aquella apertura al que se llama los trascendentales: la belleza, la verdad, la bondad. Incluye la religión, pero se amplía a otras dimensiones. Esta apertura es el origen de grandes empresas y creaciones.

7. El ecumenismo y diálogo interreligioso. El ecumenismo busca la unidad de los cristianos y de las iglesias, en una Europa pluriconfesional cristiana que en el pasado fue un nido de discordias religiosas. El ecumenismo se basa en la libertad religiosa, en la aceptación de los valores de los otros, al tener una identidad propia clara pero abierta a nuevas ideas, y, finalmente, en el diálogo. Por otra parte, Europa es cada vez más plural, más plurirreligiosa y la experiencia que tienen las confesiones religiosas en las relaciones interreligiosas contribuye mucho a la paz y la convivencia. Las relaciones interreligiosas buscan la armonía y se basan en la aceptación de los valores religiosos de las otras religiones, la colaboración por el bienestar de la sociedad, las experiencias religiosas compartidas y en el diálogo.

8. El favorecer un Islam europeo. Ciertos valores y visiones cristianas muy asentadas y convertidas ya en cultura común de los europeos puede ayudar a que los musulmanes establecidos en Europa practiquen un Islam que no sea puramente de imitación de lo que es tradicional en sus países de origen. Los valores básicos de los europeos podrían influir en una mayor aceptación de todos los derechos humanos, a introducir la razón hermenéutica en sus textos sagrados y que se convierta cada vez más en una religión sólo religiosa.

9. La unidad de la familia humana y la solidaridad universal. Si la tradición europea, basada en la enseñanza bíblica, nos enseña que todos los hombres y mujeres son iguales en dignidad y forman una sola humanidad, deberíamos ser solidarios con todo el mundo habitado. «La Europa que hemos sido llamados a construir», dice el card. Martini, «debería ser capaz de ofrecer a todo el mundo una nueva contribución de sabiduría: la que brota de aquella cultura milenaria que la savia vital cristiana ha contribuido a madurar en el curso de los siglos. En efecto, se pide a Europa que no se cierre sobre sí misma, sino que siga estando abierta a toda forma de cooperación, sobre todo a favor de los pueblos y los países más necesitados. También en favor de la construcción de una civilización en la que el hombre se vuelva a reconciliarse con la creación, con sus semejantes, consigo mismo ». No basta con crear la «casa común europea»: hay que contribuir a formar una “familia de naciones».

10. Una nueva cultura de la solidaridad acogedora. La tradición cristiana hace hincapié en el amor a los demás, en las obras de misericordia. Europa debería aprender a crear un sistema y una cultura del asilo y de la migración. Deberían estar abiertas las puertas a los inmigrantes y refugiados. El cierre hacia los demás crea una Europa egoísta y mísera.

11. El derecho de los pueblos. Entre las nuevas generaciones de derechos humanos, junto a los individuales y económicos, hay que poner los derechos de los pueblos, los cuales, basados en una cultura propia, forman una nación aunque no tengan Estado. Juan Pablo II ha repetido muchas veces esta doctrina, especialmente ante la ONU, en 1995. La Unión Europea debería reflexionar seriamente sobre los inconvenientes y las injusticias que implica el estar fundamentada sólo en las naciones-estado. La Unión Europea debería estar igualmente atenta a la unificación universal y la pluralidad de entidades que la componen.

12. Aprender a distinguir entre política y religión y entre Estado y religión. Las vicisitudes de la historia han sido muy variadas, pero si se devuelve a las raíces cristianas, los cristianos pueden aportar la importancia básica de la separación de las religiones y el Estado, la libertad religiosa, que el Estado reconozca la positividad básica las religiones y la necesidad de que se establezcan acuerdos o convenios a fin de asegurar la paz social.

13. Las estructuras universales y el principio de subsidiariedad. Para alcanzar y afianzar un mundo solidario y que respete todos los pueblos de la tierra, es cada vez más necesario crear estructuras internacionales: un nuevo Derecho internacional, una nueva estructura mundial económica y financiera, tribunales que ayuden a superar tensiones entre pueblos, un gobierno universal y democrático que supere las actuales soberanías, etcétera. Como principio rector de esta nueva forma de comunidad mundial, habrá que aplicar con rigor el principio de subsidiariedad según el cual todo lo que se pueda hacer a un nivel inferior no es necesario que lo haga uno superior, a fin de asegurar al máximo la participación de todos a todos los niveles. Sería bueno que Europa fuese un buen ejemplo.

14. Crear una “casa común europea”. La Asamblea Ecuménica Europea de Basilea remarcó que los cristianos deben ayudar a reencontrar el alma de Europa, una especie de “casa común europea”, un modelo de vida sustentado, basado en el humanismo, con un “reglamento de la casa “sustentado en la igualdad, los valores compartidos, el diálogo, la acogida, etc.

15. El perdón reconciliador, la acogida y la gratitud. Para llevar a cabo estos valores que están en la tradición de Europa se necesitan unas actitudes de fondo que son inequívocamente cristianas y profundamente humanas y humanizadoras. Para superar de verdad los enfrentamientos, las guerras o el terrorismo, llega un momento que sólo el perdón lleva a la reconciliación y la paz verdadera y duradera. Sólo una actitud acogedora de toda clase de vida y de toda persona (venga de cerca o de lejos) puede poner una base estable de convivencia ciudadana. La gratitud es la capacidad que se tiene que contemplar algo como un don recibido, como un regalo, que se debe guardar con cuidado. Europa y el mundo debería vivir como un intercambio mutuo de dones.


Con la brújula segura y sugerente de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, analizamos algunas de las huellas del cristianismo en diversos campos de la vida europea[10]:

a) El arte: El arte europeo y, sobre todo, su espíritu profundo se muestra ininteligible sin el influjo del Cristianismo.
b) La música: La música europea nace como entidad original con el canto gregoriano, que recoge la técnica musical griega de los ocho modos y la pone al servicio de una mentalidad trascendente, heredada en parte de la sinagoga hebrea y cultivada de modo singular en el monacato cristiano.
c) La literatura: Las grandes cimas literarias de Europa nacieron en un clima abierto activamente al horizonte sobrenatural. No podemos entender a fondo a Dante, Tirso de Molina, Cervantes, Goethe, o Dostoievski… sin la orientación hacia un mundo trascendente.
d) La ciencia: La ciencia europea estuvo también potenciada por la fe judeo-cristiana en un Dios Creador, que encarga al hombre convertir el mundo en un lugar de habitación y encuentro.
Las Universidades, como estamos recordando en estas fechas en Asturias, nacieron al abrigo de la Iglesia, y dependían directamente del Papa (Oxford, Salamanca, Palencia, Bolonia, París, Lovaina, Viena, Praga, Cracovia, Alcalá…). Propiciaron becas, consolidaron ricas bibliotecas y beneficiaron a artistas y mecenas. La lengua común de todas ellas era el latín.
e) La Filosofía: Suele decirse que Descartes es el padre de la modernidad europea. Pero el auténtico Descartes no puede ser entendido sin su faceta de creyente y la herencia filosófica cristiana anterior a él mismo.
f) El Derecho: El cristianismo asumió el derecho romano y lo complementó en algunos casos, y lo reformó profundamente en otros, particularmente en el tema de reconocimiento de derechos y dignidad de la persona humana.
Que los hijos de todas las clases sociales se educaran juntos, que las iglesias fuesen declaradas inviolables (derecho de asilo), que la justicia se impartiera gratuita para los pobres, que se hiciera la defensa de los indios en el nuevo mundo, que los esclavos fuesen considerados seres humanos… son herencias indiscutibles del cristianismo y de su visión humanista, y a la vez trascendente, de la dignidad de la persona humana.
g) Orden político: Tras la caída del Imperio Romano, La Iglesia de los siglos V-XI hizo posible la existencia de regímenes políticos, que fueron el rudimento de la nueva Europa[11].

¿Por qué el cristianismo quiere seguir siendo fuente de los nuevos valores?
Hoy, el cristianismo, aunque no se le quiera reconocer de forma explícita en el boceto de Constitución Europea, desea seguir contribuyendo a lo que expresan los artículos 1-2, cuando se afirma: “La Unión se fundamenta en los valores de respeto a la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto a los derechos humanos. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la no discriminación”.

Se acentúa la dimensión humanista de la Unión Europea, frente a la permanente tentación de una visión más próxima a la perspectiva economicista. Es una visión de relaciones sociales y comunitarias fundada en una auténtica cultura y ética de la solidaridad. El cristianismo tiene mucho que decir y aportar en este sentido[12]. Con una advertencia muy clara: en el futuro, tan perjudicial como un “confesionalismo religioso cerrado” para Europa, sería un “confesionalismo laicista”. La verdadera “laicidad europea” se planteará, siguiendo el espíritu y la letra de Gaudium et Spes nº 76, desde la independencia y la sana colaboración, al mismo tiempo, entre la Iglesia y la comunidad política para servir a la persona humana y sus derechos. Entre dichos derechos, el de la libertad de conciencia que comporta la libertad religiosa[13].

Europa necesita al cristianismo como el cristianismo tiene necesidad de seguir creciendo en Europa, en el mismo sentido del dogma cristológico: sin confusión ni cambio; sin división ni separación. La referencia al cristianismo está incluso en el símbolo por excelencia, la bandera, porque las doce estrellas provienen del culto a la Virgen María y están desligadas del número de estados adherentes[14].

¿Qué significa una Europa de los valores?

En el fondo, lo que está sobre la mesa, y son palabras del cardenal Martini, “no es una Europa de lo mercados ni siquiera de los estados, de las regiones y de los municipios. Es más bien una Europa de los pueblos, de los ciudadanos, de los hombres y de las mujeres. Es una Europa reconciliada y capaz de reconciliar; una Europa del espíritu, edificada sobre sólidos principios morales… Por ello mismo, la Europa soñada tendrá la posibilidad de ofrecer a todos y a cada uno auténticos espacios de libertad, de solidaridad, de justicia y de paz. No queremos una Europa que viva aburrida, sino una Europa gozosa, capaz de entregarse con generosidad a su misión”[15].

Recientemente, A. Cordovilla se ha atrevido a afirmar que, en la reconstrucción espiritual de Europa, se necesita anchura de mirada; que la tarea de Europa es contemplar el poder como servicio; que Europa debe aceptarse humildemente en clave de Providencia divina; y, finalmente, que Europa y el cristianismo están inevitablemente unidos en reciprocidad de destino[16]. Aunque el cristianismo futuro sea menos eurocéntrico[17]. Y, Europa, al mismo tiempo, realidad y tarea, libertad y gratuidad[18].

¿Qué puede aportar, entonces, el cristianismo a Europa? 
– La respuesta la encontramos en las palabras finales que el Papa Benedicto XVI intentó pronunciar en la Universidad “La Sapienza” el día 17 de Enero del presente año: El cristianismo “debe mantener la sensibilidad por la verdad; invitar siempre…a buscar lo verdadero, el Bien, a Dios mismo… y urgir a elegir las luces más útiles…y a Cristo como la Luz que ilumina la historia y ayuda a encontrar el camino hacia el futuro”[19]. Todo un reto y una esperanza.

[10] G. REALE, Raíces culturales y espirituales de Euroopa, Herder, Barcelona 2005; D. NEGRO, Lo que Europa debe la cristianismo, Unión Editorial, Madrid 2006; T. WOODS, Cómo la Iglesia construyó la civilización ocdcidental, Ciudadela, Madrid 2007.
[11] No entramos a enumerar lo que el cristianismo ha aportado a las diversas ideas culturales e intelectuales de Europa . Cf. S. REVERTER, Europa a través de sus ideas, DDB, Bilbao 2006.
[12] G. REALE, Raíces culturales y espirituales de Europa, Prefacio, XIII-XXII.
[13] Cf. R. BERZOSA, Iglesia, sociedad y comunidad política. Entre la confesionalidad y el laicismo, DDB, Bilbao 2006.
[14] Mauro es profesor de Historia de las Instituciones y autor del libro en italiano «El Dios de Europa» («Il Dio dell'Europa», Ediciones Ares, 2007).
[15] C.M. MARTINI, Sueño una Europa del espíritu, BAC, Madrid 2000, 208.
[16] A. CORDOVILLA, El cristianismo en Europa: ¿Lastre o herencia?: Pliego de “Vida Nueva” 2596 (12-18 Enero de 2008) 27-29.
[17] O. GONZALEZ DE CARDEDAL, La entraña del cristianismo, Sígueme, Salamanca 2000, 107-140.
[18] R. GUARDINI, Europa: realidad y tarea, Obras Completas, I, Madrid 1981, 11-27.
[19] BENEDICTO XVI, Alocución en el encuentro con la Universidad “La Sapienza” de Roma: “Santa Sede Digital” (20-1-08) 6.

Los europeos exigen 
recuperar sus raíces cristianas

Con motivo de la frustrada Constitución europea se pudo ver cómo el proyecto de las élites políticas y económicas europeas se alejaba de la población a la que debían representar.
La apertura generosa a las necesidades de los demás manifestado en una disposición de apertura a la llegada y acogimiento del necesitado
La diferenciación del necesitado del que viene a cambiar nuestras costumbres: existía una preocupación ante lo que se percibía como un fenómeno provocado de llegada masiva de personas de religión musulmana a Europa
En definitiva la población europea quiere seguir siendo Europa. Es necesario que haya una política de bien común y no economicista que estando abierta a las necesidades de todas las regiones del mundo conforme a la solidaridad que siempre ha caracterizado a Europa, defienda las verdaderas raíces de nuestro continente.

Lo que Europa debe al Crist... by Rochejaquelein


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