EL Rincón de Yanka: LA CORRECCIÓN POLÍTICA Y PARTIDOCRÁTICA: UNA BOMBA QUE HA EXPLOTADO CON DONALD TRAMP

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miércoles, 9 de noviembre de 2016

LA CORRECCIÓN POLÍTICA Y PARTIDOCRÁTICA: UNA BOMBA QUE HA EXPLOTADO CON DONALD TRAMP


Por RAFAPAL

ESTAMOS HARTÍSIMOS Y HASTIADOS  DE LOS TECNÓCRATAS, BURÓCRATAS, PARTIDÓCRATAS, IDEÓLOGOS, DEMAGOGOS, POLITIQUEROS, PICAPLEITOS, ASESORES, PARTIDISTAS, SOFISTAS, ENLABIOS, HABLAPAJAS, MANIPULADORES, FICHEROS, VENDIDOS... 
ES LA HORA DE LOS EMPRENDEDORES, 
DE LOS CONSTRUCTORES DE REALIDADES.
Lo políticamente correcto es una de las formas más edulcoradas de la estupidez. Se basa en la negación de la realidad, y por ende inhabilita para su análisis, pues se crea una ficción llena de beaterías y cortinas de humo, que degenera en una colección de tópicos que podría servir para transitar en Alicia en el país de las maravillas". Enrique de Diego "La Peste de lo "Políticamente Correcto" que vino a sustituir a la tan denostada CENSURA y resulta mucho más amordazadora que aquélla. Porque contra la censura estaba bien visto rebelarse, puesto que venía impuesta desde fuera, pero la corrección política no es otra cosa que AUTOCENSURA. 
Miedo a decir lo que uno piensa y a no estar en sintonía con la "moral" al uso, cuando a veces esa moral completamente ESTÚPIDA". Carmen Posadas 
"La corrección política es la incapacidad para pensar con claridad: Lo que no se puede decir no se puede pensar, no es que no se pueda decir lo impensable, es que no se puede pensar lo indecible. Alain Badiou

Ayer, 8 de noviembre del 2016, pese a la formidable campaña en contra de su candidato, el pueblo norteamericano ha firmado su DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA frente a aquellos poderes que les han impuesto su realidad (la realidad de los detentadores de la emisión de la moneda).

Y eso, queridos amigos, tiene repercusiones MUNDIALES porque ha sucedido en todos los países del mundo simultáneamente pues las filiales de esos medios han hecho lo propio en todo el Planeta. Los partidos políticos DEL FEUDALISMO PARTIDOCRÁTICO (que no son más que otras filiales de los detentadores de la creación de la Realidad) han quedado, en masa, desacreditados por Donald Trump y, al asumir la victoria del excéntrico candidato, van a tener que aceptar que existe otra realidad en la forma de:

-El terrorismo creado por los estados. -La OTAN como organización terrorista.-Los “tratados de libre comercio” como terrorismo financiero. -La política de género como práctica de terrorismo familiar y de paranoia colectiva. -Los Bancos Centrales como promotores de todas las guerras anteriormente citadas. En otras palabras, que la victoria de Trump significa el advenimiento de otra realidad


La corrección política: 
una bomba a punto de explotar

Muchos intelectuales e informadores han descrito el irresistible ascenso de Donald Trump. Pero muy pocos se han tomado la molestia de analizarlo con rigor, de determinar cuál es la corriente de fondo que impulsa con fuerza al magnate neoyorkino. Diríase que la dimensión del “fenómeno Trump” es directamente proporcional a la estupidez de no pocos analistas, mucho más dispuestos a escandalizarse, a rasgarse las vestiduras, que a investigar sus verdaderas causas.

Que un personaje histriónico, con peinado ridículo y bronceado naranja fosforito, capaz de pronunciar las sentencias más altisonantes, obtenga el apoyo de millones de ciudadanos, obliga a un análisis mucho más profundo y objetivo, libre de aspavientos y lamentos de cara a la galería. Trump no sólo gana apoyos en la “América profunda”, sino también en el nordeste, incluso en regiones tan industriales y prósperas como Virginia y Massachusetts. Sus seguidores crecen en el Norte y en Sur, en el Oeste y en el Este: en todas partes. Así pues, la clave está en el origen de esa potente mar de fondo que no sólo está generando turbulencias en EEUU sino también al otro lado del Atlántico.

Nada puede entenderse sin tener en cuenta la perversa acción de los políticos durante las pasadas décadas

¿Qué está sucediendo?  Nada puede entenderse sin tener en cuenta la perversa acción de los políticos durante las pasadas décadas: su intromisión en la vida privada de los ciudadanos, su insistencia en legislar basándose en lo que llamaron derechos colectivos y, especialmente, su pretensión de imponer a la población una nueva ideología: la corrección política. Todo ello ha acabado comprometiendo la libertad individual, la igualdad ante la ley, los principios, la honradez, el juego limpio, el pensamiento crítico y, por supuesto, el bienestar económico. Y de aquellos polvos, estos lodos.

Durante décadas, los políticos han aprovechado el viento de popa de la prosperidad económica para desviarse de sus obligaciones y dedicarse a "defender al ser humano de sí mismo", de su avaricia y capacidad de destrucción. Han utilizado la seguridad, la salud y el medioambiente como coartadas para perseguir sus propios intereses. Para ello, han promulgado infinidad de leyes y normas que se inmiscuyen cada vez más en el ámbito privado de las personas e interfieren de forma inexorable en sus legítimas aspiraciones. Las consecuencias más evidentes de esta deriva son, por ejemplo, los enormes obstáculos administrativos para abrir una empresa, por modesta que sea, o simplemente encontrar un trabajo decente.



El imperio de los "derechos" colectivos


Los políticos descubrieron que dividir a la sociedad en rebaños, en constante pugna entre ellos, es la mejor forma de tenerla controlada. Por ello, la política ha primado los derechos colectivos en detrimento de los derechos individuales, unos derechos grupales que implican, por definición, la prevalencia de unos grupos en perjuicio del resto. La consecuencia más grave, sin duda, ha sido la quiebra de la libertad por la ideologizada igualidad ante la ley. Pero también, dado que lo que cuenta no es el mérito individual sino la pertenencia a un colectivo, el decaimiento del esfuerzo y la eficiencia. O la desaparición de la responsabilidad individual: al fin y al cabo, si los sujetos se ven obligados a compartir el fruto de sus aciertos, ¿por qué habrían de cargar con los costes de sus errores? El sistema de favores, prebendas y privilegios acaba deformando la mentalidad de muchas personas, genera ciudadanos infantiles, acostumbrados al paternalismo, a reivindicar más que a esforzarse.

El sistema de derechos por colectivos no sólo discrimina; también favorece la picaresca

Así, la adhesión a grupos interesados constituye la vía más directa hacia la ventaja y el privilegio. El sistema de derechos por colectivos no sólo discrimina; también favorece la picaresca cuando los beneficios se asignan con criterios meramente burocráticos. Al final, muchas personas no encuentran trabajo, simplemente por no conocer a nadie que les consiga un certificado de discapacidad, por no haber denunciado a su pareja, o por no pertenecer a alguno de los múltiples colectivos con ventajas para ser empleados o subvencionados.

La tiranía de la corrección política

Lo más grave, con diferencia, es la pretensión de políticos y burócratas de moldear la forma de pensar de las personas para evitar que se resistan a la arbitrariedad, al atropello. Generaron, para ello, una ideología favorable a los intereses grupales, una religión laica: la corrección política, que arroja a la hoguera a todo aquel que cuestiona su ortodoxia. Esta doctrina determina qué palabras pueden pronunciarse y cuales son tabú, aplicando el principio orwelliano de que todo aquello que no puede decirse... tampoco puede pensarse. Propugna que la identidad de un individuo está determinada por su adscripción a un determinado grupo y dicta que la discriminación puede ser buena: para ello la llama “positiva”. Pero toda persona consciente sabe en su fuero interno que ninguna discriminación es positiva. 

En los países con convenciones democráticas consolidadas, con una sociedad civil desarrollada y consciente de sus derechos y obligaciones, celosa de sus principios y convicciones, el avance de esta mentalidad ha sido lento, aunque inexorable. En España, sin embargo, carente de tradición democrática, con una mayoría que cree que la democracia consiste solo en votar, la ortodoxia de lo políticamente correcto progresó a una velocidad vertiginosa, convirtiéndose en dogma de general aceptación a izquierda y derecha en tiempo récord.

Asistimos a una reacción exacerbada, puramente irracional y desmesurada, contra la imposición de los códigos políticamente correctos

Pero, tarde o temprano, estos sistemas, como cualquier otro basado en la mentira, acaban saltando por los aires. En ocasiones, porque la crisis lleva a una reducción del botín a repartir, con el consiguiente choque entre grupos interesados. Otras, por el hartazgo de muchas personas productivas cansadas de tanta trampa y marrullería que les impide ganarse la vida dignamente, o cansadas de que otros vivan a su costa. Pero también por una reacción exacerbada, puramente irracional y desmesurada, contra la imposición de los códigos políticamente correctos. Es lo que se conoce en psicología como reactancia, una reacción emocional que se opone a ciertas reglas censoras, vistas como absurdas y arbitrarias por reprimir conductas e ideas que el sujeto considera justas y lícitas.

Así, el péndulo oscila al extremo contrario, la tortilla se voltea, y muchos ciudadanos acaban apoyando posiciones indeseables, igualmente alejadas de la razón o la moderación. El fenómeno Donald Trump, o el ascenso de la extrema derecha en algunos países europeos, surgen tras décadas de imposición de la corrección política, por el hartazgo de muchos ciudadanos que, tan cabreados como desesperados, se pasan al extremo opuesto. Cierto es que, cuando una campaña es puramente emocional, la racionalidad es lo de menos. Pero millones de personas no caen a plomo en el error por obra y gracia de una campaña de marketing sino por la verdad que en ese error se encierra. Y mucho menos en contra del statu quo, si no existe un caldo de cultivo adecuado, una potente causa de fondo: mentiras que han estado golpeando sus oídos, y su conciencia, durante años. 

Próximas elecciones: ¿la misma cantinela?

Más vale prevenir que lamentar. Para lograr en España un sistema justo, eficiente y racional, debemos cambiar las leyes, simplificarlas, retirar muchas trabas administrativas, eliminar las normas que conceden prebendas, restaurar la igualdad ante la ley. Pero ello no basta: hay que desterrar la nefasta corrección política, esa ideología justificadora de privilegios grupales y sustituirla por convenciones sanas: honradez, inclinación al juego limpio, ética, libertad y responsabilidad individual, igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.

Cada vez son más las personas hastiadas de tanta majadería, que desean ser ellas mismas, no clones sin identidad dentro del grupo asignado

Es una pésima noticia que los principales partidos concurran a las próximas elecciones con un enfoque que se mantiene dentro de lo políticamente correcto, haciendo promesas muy similares que, en todo caso, difieren en la dosis prescrita. Cierto, España no es Estados Unidos, ni siquiera Austria. Aquí, el control que ejerce el establishment alcanza cotas inaceptables en aquellas latitudes. Y muy pocos medios osan desafiar sus directrices. Pero lo que pudiera parecer un seguro en el corto plazo generará, a la larga,tensiones extraordinarias. Cada vez son más las personas hastiadas de tanta discriminación y tanta majadería, que desean ser ellas mismas, no clones sin identidad dentro del grupo asignado. Y podría llegar el día en el que el fenómeno Trump, en comparación, nos parezca una minucia.

Así pues, es deseable que ciertas mentes pensantes de algún partido comiencen a plantar cara de forma decidida a lo políticamente correcto. Pronto se percatarán de que no es tan difícil. Que es rigurosamente falso que la verdad no venda. Los monstruosos guardianes de la ortodoxia no son más que desgastados y achacosos tigres de papel. Se puede romper el tabú si se hace con convicción, explicándolo con argumentos razonables, y ganar a la larga el apoyo de un enorme sector de la población, hasta ahora silente. Recuerden: en una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario. Pero deben darse prisa, no sea que algún Donald Trump versión española, con tupé o sin él, asalte el poder y se haga con los mandos.

PARA RECUPERAR LA LUCIDEZ Y SUPERAR LO POLÍTICAMENTE CORRECTO 

Estamos, como es obvio, ante una epidemia de alcance universal: una pandemia, por tanto. Ante ello lo primero que ha de hacerse es identificarla, señalar sus síntomas. Saber que se trata de algo dañino y no de una simple moda en la forma de hablar y, mucho menos, una conquista de los tiempos modernos: si bien aparece entretejido y camuflado entre indudables progresos (la aspiración a la igualdad entre hombres y mujeres en el plano social y jurídico, el respeto y protección por las minorías, etc.) no se identifica con ellos. 

Como con toda enfermedad, lo que procede en primer lugar es ofrecer un buen diagnóstico: llamar a lo políticamente correcto por su auténtico nombre (totalitarismo revanchista cuyo motor es el resentimiento) es la primera tarea del presente. Hecho queda. Conviene, una vez identificado, subrayar su autismo ideológico, su desconexión respecto a la realidad a la que pretende corregir. Porque se trata de eso: de corregir la realidad para adaptarla a la ideología. No se trata, hay que tenerlo muy claro, de mejorar nada: se trata de configurar la realidad de modo que, una vez corregida, sea una exacta réplica de lo que esa ideología sostiene que debe ser. Tras el diagnóstico y la detección de los agentes patógenos (el intelectual progre, engagé y el hombre-masa) que transmiten el mal, procede combatir la enfermedad en sus terrenos favoritos. A modo de sumaria indicación, señalo: 

1. El dominio del lenguaje que es, como quedó señalado, donde más plenamente se realiza la participación de la totalidad de los miembros de una comunidad, y esto a través de los siglos. Aquí me parece obvio que hay que preservar este espíritu de participación en pie de igualdad de todos (ricos y pobres, hombres y mujeres, genios y necios, santos y canallas) y no tolerar imposiciones. En definitiva, hable usted como mejor le parezca (con los obvios límites del lenguaje soez y el irrespetuoso) y deje usted que los demás hagan lo mismo. No trate de imponer sus giros, no tolere que se los impongan. En definitiva, si a usted le parecen bien los eufemismos, empléelos, pero tenga muy en cuenta que quien no lo hace, quien (siguiendo una democrática y respetabilísima tradición) usa el género masculino al nombrar al árbol o al niño no es por eso machista (quizá lo sea, pero no por eso), quien no emplea dobletes o llama ciego al que no ve, no es necesariamente machista o discriminador, etc. No hay ningún inconveniente en que usted use y anime a usar ciertos términos o ciertos giros: eso forma parte del juego de la convivencia democrática. Hay todos los inconvenientes en que usted pretenda imponer su terminología, porque forma parte de la estrategia totalitaria: por favor, sea sensato y no haga el juego al totalitarismo. 

2. El ámbito del pensamiento. Decir “pensamiento único” es como decir “hierro de madera”, es un imposible: “el pensamiento único de lo políticamente correcto es sinónimo de ausencia de pensamiento". El pensamiento afronta la diversidad de opiniones y argumentaciones y las sopesa (de hecho, el término mismo “pensar” parece tener su origen ahí, en el sopesar distintos planteamientos, para ver cuál “pesa” más). Un pensamiento único no es pensamiento, es una creencia. Y la fe en la ideología vive hipnotizada, idiotizada por un autismo ajeno al mundo real al que pretende convertir en un paraíso corrigiendo lo que está mal, suprimiendo a los malos, a los otros, porque no hay que olvidar que, desde este planteamiento de simplismo maniqueo, “el infierno son los otros”, los que no profesan mi misma creencia, los que no cacarean los mismos dogmas del pensamiento políticamente correcto, los que no están comprometidos con sus causas. 

3. La acción. La modernidad nos ha traído multitud de aspectos positivos. No todo es positivo en la modernidad, pero ese no es ahora el asunto. Quizá haya que poner como conquista de la modernidad la mayor capacidad de apertura al otro, de encuentro, de diálogo, de empatizar y descubrir poesía, que es belleza, bondad y verdad, que es, en fin, promesa y consumación de algo que merece reverencia y admiración: 
el rostro humano en quienes antaño fueron “humillados y ofendidos”. Pero en este ámbito conviene no confundir esta nueva mirada sobre el rostro del otro con la sensiblería, tan cercana a la compasión que critica Nietzsche, que no es sino signo de debilidad. 


La compasión puede ser también manifestación de fortaleza y de una fuerza que crece para ofrecer ayuda a quien está (no necesariamente por una injusticia) en mala situación. 


Más arriba comparamos el totalitarismo de lo políticamente correcto con el caballo de Troya en las modernas democracias. A veces da la impresión de que los griegos lo inventaron todo. Acabemos con otro mito, griego también, de un ardid del sabio Ulises. 

De alguna manera, lo políticamente correcto puede considerarse como el arrullo de las sirenas que seducían a los marineros. Los seducían, los conducían hacia ellas y provocaban que se olvidaran de sí mismos y acabasen naufragando. Quien oía a las sirenas seguía el camino de todos y ya no sabía quién era, ni de dónde venía, ni a dónde iba. Perder el rumbo de la propia existencia, ceder la fuente del sentido ante una ideología es también soltar el timón de la propia vida. La solución, ya lo vio Ulises, consiste en estar bien arraigado, en hallar personas en las que confiar. Por eso Ulises pudo oír el canto de las sirenas y no sucumbir: porque supo ver la fuerza del hombre que está bien anclado a la realidad del mundo y de los otros. Así triunfó y “ese triunfo supone lucidez, humildad, confianza mutua y ascesis en el consumo de la información en el interior de un grupo dado. ¿Seremos capaces de esas virtudes?”




Líder es todo lo opuesto de populista: El líder lidera la causa de un colectivo, o representa lo que piden sus representados. El populista utiliza el colectivo para su propio beneficio particular de poder egocentrista y ególatra.

Si Trump representaba la antipolítica -un empresario sin experiencia en la Administración y que revienta los cánones establecidos- Clinton encarnaba el establishment en un momento en que el común de los estadounidenses está enfadado con el Gobierno y las élites.

Cuando buena parte del Partido Republicano, la mayoría de los medios, y los poderes políticos y económicos estaban conjurados contra Trump, los votantes han alzado la voz contra un sistema que, piensan, los ignora para aupar a un candidato populista que promete cambiarlo.

Por otro lado, aunque muchos electores repudiaban a Trump, las encuestas mostraban que más de la mitad de los estadounidenses tenían una mala opinión de Clinton, quien además ha visto lastrada su campaña por las investigaciones del FBI sobre su uso de un servidor de correo electrónico privado cuando era secretaria de Estado de Obama entre otras controversias.

Un estudio del Pew Research Center publicado en septiembre mostraba que la principal motivación de los votantes para depositar la papeleta a favor de un candidato era parar al contrario y el ansia por impedir que Clinton regresara a la Casa Blanca como presidenta ha podido.

UN MENSAJE DIRECTO AL CORAZÓN 
DE LA AMÉRICA OLVIDADA

Las promesas de Trump de anteponer EEUU en todos los aspectos han resonado entre una población que se siente amenazada y olvidada pero que quiere recuperar la fe en su país. Su retórica contra la globalización y en favor del proteccionismo económico y fronterizo ha dado fruto.

Es además un mensaje relativamente sencillo, pronunciado por una figura carismática a su modo que pasa de guiones y convenciones y, según sus seguidores, habla como lo siente, cometiendo errores propios de quien dice lo que opina sin pensar en a quién va a molestar.


ESCUCHAR:
TRUMP NO ERA UNA ALTERNATIVA, ERA UNA NECESIDAD
RADIO LIBERTAD CONSTITUYENTE
ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO



REPORTE SEMANAL  CON JOSÉ RAFAEL BRICEÑO

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