EL Rincón de Yanka: 💣 TERRORISMO - GUERRA SIN FRONTERAS - CÁNDIDO MORENO ARAGÓN - COMPILADOR

inicio














miércoles, 23 de noviembre de 2016

💣 TERRORISMO - GUERRA SIN FRONTERAS - CÁNDIDO MORENO ARAGÓN - COMPILADOR






TERRORISMO
GUERRA SIN FRONTERAS
CÁNDIDO MORENO ARAGÓN
COMPILADOR

💣


En defensa de occidente
«La cosecha sangrienta de estos días debería llevar a poner punto final al estado de mendicidad cultural en que Occidente ha ido cayendo a lo largo de las últimas décadas. Somos herederos de una dilatada trayectoria que levantó, en siglos de progreso material y depuración espiritual, una idea del hombre y un concepto de la vida en comunidad»
En estas semanas de espanto, Occidente parece haber cruzado la línea de sombra que protege su singularidad. Desde el otro lado del espejo, el mundo en el que las cosas se conciben de modo inverso a los imperativos de nuestra moral ha irrumpido en nuestras calles. Nuestra existencia ha sido oscurecida por el interruptor que siempre tienen a mano los adversarios de la civilización occidental. Nuestro pavor lo han provocado quienes, en sus gritos de guerra y crimen, dicen no temer a nada ni a nadie, pero que solo son miserables instrumentos de una ideología fanática, sustentada en la desesperación terrenal y la voluntad sumisa. A otros corresponderá fijar las condiciones de seguridad física de nuestra comunidad.

Es uno de los derechos que ha de garantizar el Estado; un bien común al que deben someterse las pintorescas reticencias de los equidistantes de turno, fatuamente abrumados por la escalada del autoritarismo y la vulneración de las garantías cívicas. Y que responden, más bien, a esa estúpida debilidad de carácter, a ese blandengue destino que nos obliga a repetir la historia, o a esa pura y simple ignorancia de lo que toda civilización ha hecho consigo misma: defender su vigencia histórica.

Dejemos que los responsables políticos acuerden las particularidades del indispensable estado de alerta en el que sitúan las fuerzas y cuerpos de seguridad. Invitémosles a que manejen la información del mejor modo posible, y que asuman los riesgos que la solución radical de esta grave crisis nos ha arrojado a la cara, sumando al espectáculo insoportable de las atroces migraciones de seres indefensos que huyen de la barbarie la violencia ejercida por unos desalmados en nuestras ciudades. Como si no fuera ya bastante lo que nos han hecho sufrir en los lugares de su abyecta soberanía, destruyendo vidas humanas y cercenando el patrimonio universal de una cultura que desprecian en lo que refleja de conciencia de continuidad, progreso y genealogía del hombre en sociedad.

A quienes no tenemos responsabilidades en los ámbitos de la seguridad, nos incumbe abordar de nuevo las circunstancias de emergencia en las que se mueve Occidente. Situación prolongada ya demasiado y que corresponde a una inaudita capacidad para negar nuestras raíces en un proceso suicida de automutilación cultural que acaba por hacernos irreconocibles, despersonalizados y mínimos. Hoy se nos exige, firmemente, que salgamos en defensa de lo que Occidente aún significa como referencia de civilización. Porque, bajo las petulantes exhibiciones de cosmopolitismo nunca encontramos ni la dimensión universalista, ni la voluntad de aprendizaje ni la apertura a lo foráneo que durante siglos nos han caracterizado. Lo que sobresale, por el contrario, en ellas es la enfermiza predisposición a desdeñar los fundamentos en los que se sostiene nuestra generosa mirada al mundo, en los que se alimenta nuestra permanente voluntad de hacer de cada individuo del planeta una persona equivalente a todas las demás.
Nuestra singularidad, aquello que nos ha distinguido de las distintas culturas, a lo largo de los siglos, es esa contemplación del conjunto de la humanidad como algo que nos concierne, que forma parte de un gran diseño universal. Nuestra peculiaridad consiste en no habernos encerrado en la confortable exaltación de nuestro solitario perfil moral, sino en convertirlo en plataforma de liberación, camino de dignidad y mensaje de esperanza.
Otros han creído que debíamos abandonar todo concepto de civilización o promover que el encuentro entre diversas culturas se hiciera igualándolas y atribuyéndoles análogo protagonismo en el crecimiento y perfección de la persona. Que ese encuentro se realizara borrando lo que nos diferencia y resaltando, en un apocado mínimo común denominador ético, lo que nos hace idénticos. Que la conciliación de las sociedades posmodernas solo podría basarse en la quiebra de cada una de sus identidades, para encontrar en el ensamblaje de un apresurado multiculturalismo la perfecta confusión entre convivencia ciudadana y promiscuidad cultural. Lo que se ha logrado, en definitiva, no es el producto de una sana apertura a quienes comprenden la vida de otro modo y disponen de un linaje propio de acontecimientos y tradiciones.

Antes al contrario, estamos al límite de nuestra resistencia, de nuestra cohesión cultural, de la conciencia de nuestra identidad. Se ha confundido la convivencia con la homogeneidad y, lo que es más grave, ha llegado a considerarse que un proceso de influencia mutua acabaría por eliminar nuestras diferencias. El relativismo atroz de una élite de ignorantes y despreocupados ha hecho que la nuestra sea la única civilización que se ha considerado materia de desguace, mientras cualquier forma de identidad alternativa pasaba a convertirse en objeto de veneración, exenta de los de recortes culturales que aquí se han practicado.

La cosecha sangrienta de estos días debería llevar a poner punto final al estado de mendicidad cultural en que Occidente ha ido cayendo a lo largo de las últimas décadas. Somos herederos de una dilatada trayectoria que levantó, en siglos de progreso material y depuración espiritual, una idea del hombre y un concepto de la vida en comunidad. Cuando hablamos de la civilización cristiana no nos referimos a un espacio dogmático, que queda para aquellos que disponen de su fe, sino a un sistema de creencias sociales, principios arraigados en los orígenes de nuestro mundo, valores que iluminan nuestras decisiones. Cierto es que la nuestra no ha sido una sociedad cerrada al conocimiento de otras maneras de entender la vida.

Pero pongamos las cosas en su sitio. ¿Qué es exactamente, sin alusiones genéricas ni engreído paternalismo, lo que esta civilización debe a las que se reclaman como iguales? ¿En qué aspecto concreto, que se refiera a asuntos esenciales de nuestra visión de los derechos de la persona, de su proyección social, del orden legítimo, de la búsqueda del bien común, hemos dependido de una catequesis exterior? Seguimos preguntando en espera de respuestas precisas. ¿En qué terreno sustancial de nuestra experiencia humana somos lo que somos gracias a la labor de quienes se han formado en civilizaciones ajenas a la nuestra?

Lo que no debemos confundir es nuestra convivencia cordial entre vecinos de otras creencias con la abolición de lo que somos como depositarios de una compleja trama cultural, que no nos equipara ni nos iguala, sino que nos hace valerosamente diferentes, solidariamente distintos. Y además, y lo creo con firmeza, superiores en nuestra forma de vida material y espiritual. De no ser así, habríamos escogido, por supuesto, otra manera de constituir y organizar nuestra civilización, un medio más liberador de nuestra vida, un mejor camino de perfección y preparación para nuestra plenitud personal. No lo hemos hecho, y es evidente que no ha sido ni por simple pereza ni por el ciego fervor de la costumbre. No lo hemos hecho porque somos conscientes de esa diferencia, de esa superioridad de nuestra civilización, de ese destino que nos obliga a preservar lo que somos. Entre otras cosas, para que el mundo entero contenga en nosotros lo que quiere llegar a ser como proyecto universal.

El peligro de una Europa 
de mayoría musulmana


La población musulmana crece el doble de rápido que el resto, lo que contrasta con el dramático envejecimiento de la población occidental.
El islam crece de manera imparable en el mundo. Tanto en sus principales lugares de influencia, Asia y África, como en el continente europeo. Según un informe del Pew Research Center, los musulmanes representarán en el 2030 el 26,4 por ciento de la población mundial, y creciendo.
De hecho, los musulmanes crecen el doble de rápido que el resto del mundo, de forma más acentuada en los países en los que son abrumadora mayoría como Indonesia o Pakistán, por ejemplo. Sin embargo, donde más relevancia tiene por su impacto es en la sociedad occidental.

Mientras Occidente envejece de manera rápida y constante, la natalidad entre los musulmanes es muchísimo más alta que la media de cualquier país del denominado primer mundo. Por ello, un porcentaje importante de los nacidos en Europa son ya hijos de musulmanes. Muy representativo de ello es lo ocurrido en algunos estados del viejo continente. Mohamed es el nombre más utilizado en Reino Unido para los recién nacidos, algo que ha ocurrido también en 2010 en la capital belga.
Bruselas, reconocida como capital de Europa, podría ser un augurio de lo que pueda ir ocurriendo poco a poco en el resto del continente. El sociólogo Jan Hertogen ha realizado un estudio que indica que en 2020 Bruselas tendrá 1,2 millones de habitantes de los cuales sólo entre el 20 y el 30 por ciento serán belgas de origen. Un 50 por ciento serán naturalizados, de los cuales una gran parte serán de origen musulmán.
Según el informe de Pew Research Center, la población musulmana mundial pasará de 1.600 millones en 2010 hasta los 2.200 en tan sólo veinte años. En Europa, crecerá un 30 por ciento y se pasará de 44 millones durante el pasado año a los más de 58 que habrá en 2030. Y es que la población musulmana crecerá a un ritmo del 1,4 por ciento mientras que los no musulmanes lo harán al 0,6.

El islam en Europa
Aunque en las previsiones del estudio los musulmanes europeos tan sólo representarán el 2,7 por ciento del total del mundo, su papel es muy representativo en un continente envejecido y que ve como el cristianismo, tanto el catolicismo como el protestantismo, están estancados en número e incluso cayendo debido a la fuerte secularización.

Además, hay un hecho que podría desestabilizar aún más la balanza de población. La posible entrada de Turquía en la UE, más que probable de aquí a veinte años, colocaría en el corazón de Europa un país que en 2030 se prevé que tenga 89 millones de musulmanes. Si a estos se suman los 58 que ya vivirían en Europa nos encontraríamos con 147 millones de seguidores de Mahoma en el continente. Uno de los diez países con más musulmanes del mundo tendría un importante peso en la UE y el dictador libio, Muamar Gadafi ya dijo que el primer paso para la islamización de Europa es el ingreso de Turquía.
La repercusión de este hecho se acrecentaría debido al alto número de hijos que tienen los musulmanes en contraposición con la bajísima natalidad que se da en los distintos países. Y otro hecho básico es la juventud de esta población, lo que les sitúa con ventaja para seguir creciendo en número pese a que en Europa el número de hijos es menor que en zonas menos desarrolladas como Asia. Según Eurostat, ninguno de los 25 países de la UE supera los dos hijos por mujer por lo que no se garantiza el reemplazo generacional.

En este sentido, en 2030 habrá un total de 10 países del continente europeo que tengan más de un diez por ciento de población musulmana. Sin contar aquí a Turquía, Kosovo y Albania tendrían una clara mayoría de fieles del islam. Bosnia y Macedonia estarían cerca del cincuenta por ciento mientras que Montenegro se quedaría en el 21,5%.

Sin embargo, ya habrá tres países de la actual Unión Europea que superen este diez por ciento. Uno es Bulgaria, con más del 15 por ciento. Pero los otros dos son mucho más representativos al ser fundadores de la Unión. Francia llegará al 10,3 por ciento, con casi siete millones de musulmanes y Bélgica alcanzará el 10,2%. Otros estados como Suecia, Austria o Reino Unido se acercan al 10 por ciento. Por su parte, el país más poblado de la UE, Alemania, tendrá más de 5,5 millones de musulmanes. Mientras tanto, España llegará en 2030 a los casi dos millones de mahometanos.

Este importante crecimiento igualmente debe ser comparado con el estancamiento del resto de religiones mayoritarias en Europa. Según el Anuario Estadístico de la Iglesia Católica para 2010 el número de católicos ha crecido en 121 millones en una década, llegando a los 1.166 millones en 2008 aunque donde más crece es sobre todo en África y a menor ritmo en Asia, mientras que Europa está totalmente estabilizada.

El texto asegura que "se va de la reducción relativa de los católicos europeos que, a pesar de aumentar en valor absoluto, ven descender su peso en el mundo, del 26,81 por ciento del 2000 al 24,31 por ciento en 2008, a la correlativa adquisición de importancia de católicos africanos, que pasan del 12,44% al 14,84". Curiosamente donde más crece la Iglesia Católica es donde menos lo hace el islam, y viceversa.

Fracaso del multiculturalismo
Ante esta situación, los mandatarios europeos comienzan a plantearse los postulados que han llevado a esta situación que en muchos casos es de no integración, lo que ha provocado que en ciertos sectores haya crecido el fundamentalismo islámico. El primer ministro británico, David Cameron, y la mandataria alemana, Angela Merkel, ya han denunciado públicamente el fracaso del multiculturalismo.
El británico aseguró que "necesitamos menos de la tolerancia pasiva de los últimos años y más de un liberalismo muscular activo" por lo que añadió que es necesario "construir un sentido de identidad nacional local más fuerte". Merkel habló claramente del "fracaso absoluto" de esta política.


“Europa será musulmana en 25 años” 
Los expertos calculan que serán 
104 millones en 2025

Se trata de la conclusión de varios estudios demográficos que, basándose en factores como la tasa de fertilidad o los ratios de inmigración, concluyen que en 2025, la mayoría de los europeos profesará la religión musulmana. El vídeo muestra algunos de estos cálculos: 23 millones de rusos serán musulmanes; en Francia, 1 de cada 5 jóvenes; mientras que en Alemania, el 50% de los recién nacidos, pertenecerán al Islam.





VER+:
COMPILACIONES DE 
CÁNDIDO MORENO ARAGÓN