EL Rincón de Yanka: JAVIERBENEGAS

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viernes, 9 de octubre de 2020

"UN VIRUS PARA UN DICTADOR" POR JAVIER BENEGAS - "CONFINADOS Y OBEDIENTES" POR LUIS I. GÓMEZ FERNÁNDEZ 〰🔆〰👿💀👿


UN VIRUS PARA UN DICTADOR

La casualidad ha querido que el colofón a décadas de paz y prosperidad no fuera una guerra, como ha sido tradición en Occidente, sino una pandemia. Este suceso, como casi todo lo que depara el futuro, era imprevisible, pues más allá de que se contemplara como una posibilidad en determinados estamentos científico o, incluso, administrativos, ha tenido el mismo efecto que si nadie lo hubiera previsto. Y por más que se siguiera con aparente prevención lo que sucedía en China, la Covid-19 se ha llevado por delante nuestro estilo de vida en un abrir y cerrar de ojos. De pronto, nos hemos encontrado confinados, perplejos y pendientes de los macabros contadores de víctimas.

Pero más allá de la alarma sanitaria, sorprende la naturalidad con que hemos aceptado la pérdida de libertad, no ya cuando la expansión de la epidemia estaba fuera de todo control, que era comprensible, sino cuando los datos nos muestran que es imprescindible compatibilizar la libertad con el instinto de conservación, con todas las prevenciones y siguiendo los protocolos sanitarios oportunos.

Esta renuencia a recuperar la libertad se justifica en el fenómeno del rebrote. A pesar de que podemos monitorizar cualquier repunte y que hemos aprendido bastante sobre lo que hicimos mal al principio, y que ahora podemos hacer bastante mejor, de pronto la libertad se ha vuelto impopular, se ha asociado con la irresponsabilidad, cuando en realidad libertad y responsabilidad son inseparables. De hecho, renunciar a la libertad no es un acto de responsabilidad, es justo lo contrario. Quien decide no ser libre no es porque sea más responsable, sino porque es un irresponsable: quiere que otros decidan por él.

Sin libertad no hay seguridad

Sin embargo, esta actitud no es una consecuencia del coronavirus, es anterior. La pandemia, si acaso, está sirviendo para pervertir el orden de las cosas sin disimulos, descomponiendo el monomio Libertad-Seguridad en un binomio donde cada uno de los términos se vuelve excluyente respecto al otro.

Lo cierto es que donde no hay libertad no puede haber seguridad. Quien no es libre no es dueño de su destino, todo lo que tiene y todo lo que es, todo lo que podría tener y lo que podría ser queda al albur de las decisiones de terceros. La renuncia a la responsabilidad individualidad en favor de la inmersión del individuo en una supuesta unidad de destino colectiva implica que los derechos fundamentales, como desplazarse libremente, puedan tipificarse como delitos, o que algo tan básico como ir trabajar quede a expensas de decisiones administrativas cuyos criterios no necesitan ser elucidados, ni siquiera expresados con claridad. El Gobierno puede decidir casi cualquier cosa de cualquier manera, para ello basta que sus decisiones lleven implícita la salvaguarda de la Seguridad para convertirse en normas sobreentendidas que no necesita trasladar al papel, mucho menos razonar, tan sólo anunciar en una comparecencia televisiva llena de buenos sentimientos.

Resulta sobrecogedor ver a los nuevos clérigos de la Seguridad rasgarse las vestiduras y clamar al cielo horrorizados al contemplar una imagen en la que las personas pasean por la calle, y que al mismo tiempo ni se inmuten cuando la televisión oficial mezcla la información de los desastres de la pandemia con la emisión de una serie cómica, cuajada de humor barato y aplausos enlatados, que banaliza la tragedia. Ocurre, sin embargo, que el ideal de la Seguridad, al que tan devotamente sirven, lleva aparejada la exigencia no ya de razonar sino de sentirse bien. Esto implica paradójicamente sumirse en la inconsciencia; es decir, dejar de sentir. Los clérigos de la seguridad no razonan, sino que pretenden poner en boca de todos las palabras de Calígula:

“El mundo, tal como está, no es soportable. Por eso necesito la luna o la dicha, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo.”

Así, que las calles permanezcan desiertas no sirve para que el virus desaparezca, pero genera la ficción de que la amenaza ha sido conjurada. Y para que esta ilusión se mantenga en el tiempo es condición necesaria renunciar a la libertad de forma indefinida. Lo advirtió el epidemiólogo sueco Anders Tegnell, una vez que entras en un encierro, es difícil salir de él, porque ¿cómo vuelves a abrir?, ¿cuándo?… En realidad, nunca vuelves a salir del todo, porque una vez legitimada la arbitrariedad para preservar la seguridad, cualquier sensación de peligro —no ya un peligro cierto, sino la sensación— permitirá repetir la fórmula una y otra vez, hasta que se vuelva realidad el futuro imaginado por Orwell:

—Vamos a ver, Winston, ¿cómo afirma una persona su poder sobre otra?

Winston pensó un poco y respondió: —Haciéndole sufrir.

—Exactamente. Haciéndole sufrir. No basta con la obediencia. Si no sufre, ¿cómo vas a estar seguro de que obedece tu voluntad y no la suya propia? El poder radica en infligir dolor y humillación. El poder está en la facultad de hacer pedazos los espíritus y volverlos a construir dándoles nuevas formas elegidas por ti. ¿Empiezas a ver qué clase de mundo estamos creando? Es lo contrario, exactamente lo contrario de esas estúpidas utopías hedonistas que imaginaron los antiguos reformadores. Un mundo de miedo, de ración y de tormento, un mundo de pisotear y ser pisoteado, un mundo que se hará cada día más despiadado. […]. No habrá lealtad; no existirá más fidelidad que la que se debe al Partido, ni más amor que el amor al Gran Hermano. No habrá risa, excepto la risa triunfal cuando se derrota a un enemigo. No habrá arte, ni literatura, ni ciencia. No habrá ya distinción entre la belleza y la fealdad. Todos los placeres serán destruidos. Pero siempre, no lo olvides, Winston, siempre habrá el afán de poder, la sed de dominio, que aumentará constantemente y se hará cada vez más sutil. Siempre existirá la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo indefenso. Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro, figúrate una bota aplastando un rostro humano… incesantemente.

Cuando la libertad se vuelve delito

Antes de la Covid-19 en Occidente había demasiadas aberraciones oficiales sobre las que muy pocos osaban manifestarse abiertamente, discrepar y oponerse. La intromisión sin límites de los gobiernos en el ámbito privado de las personas, en su toma de decisiones, hasta las más cotidianas y elementales, estaba en el origen de esta anomalía. Ya entonces habíamos cruzado todas líneas rojas en el avance de la corrección política, en la censura del lenguaje, en la división y atomización artificial de la sociedad en grupos buenos y malos, víctimas y verdugos, en el fomento desde el poder y los medios de información de un sentimiento de culpa insuperable que debía anidar en el individuo, tan sólo por ser miembro de una determinada raza, por su sexo, por ser ciudadano de un país occidental… y ahora también por desplazarse sin permiso.

La pasividad de periodistas, políticos, expertos y buena parte de la opinión pública ante la progresiva liquidación del ámbito privado de las personas ha contribuido a la banalización del mal sobre la que ha caído el SARS-CoV-2 como la lluvia torrencial que se precipita sobre un terreno peligrosamente reblandecido. El poderoso efecto que produce el ejercicio burocrático del poder estatal, donde hasta lo más abyecto se convierte en rutinario, nos lleva a considerar, no ya normal, sino digno de elogio combatir la libertad en mor de la seguridad. Sin embargo, ningún virus debería hacernos olvidar que es el poder del Estado el que debe ser contenido y controlado por el ciudadano, por las leyes. Nunca al revés.

CONFINADOS Y OBEDIENTES

Ante la sexta prórroga del llamado “estado de alarma” ya podemos decir dos cosas: somos el país que más tiempo ha estado sometido a la arbitrariedad estatal por causa de la COVID-19 y somos los sufridos obedientes más conformistas del planeta. No importa que limiten nuestras libertades. No importa que miles de familias hayan tenido que aguantar meses sin recibir ingreso alguno, no importa que las cifras de paro se disparen o los cierres empresariales se multipliquen: nos va que nos castiguen. O, dicho de otra manera, no nos gusta nada especular.

Toda acción humana es una especulación. Siempre que actuamos ponemos en juego varios resultados: existe la posibilidad de satisfacer nuestras necesidades, pero también se corre el riesgo de fracasar en la consecución de estas. Esta incertidumbre es la que permite el desarrollo de una importante virtud: la prudencia. Podemos iniciar o rechazar una acción en función de nuestra experiencia, de nuestra prudencia. O rediseñar una y cien veces lo planeado. Cuando unimos prudencia y responsabilidad, aparece la madurez: asumimos que también podemos equivocarnos y deberemos aceptar y asumir las consecuencias de nuestros actos, las buenas y las menos buenas. Precisamente es la toma de conciencia de que las propias acciones acarrean consecuencias la que hace de la responsabilidad (y su asunción) una virtud ineludible en el ejercicio de la libertad.

En el fondo, sin embargo, somos unos simples. Unos simples felices y despreocupados. Esta crisis epidemiológica demuestra, entre otras cosas, que nuestra fe en el Estado, en tanto que encarnación del pueblo, como ente omnipotente y sabio, es inquebrantable. Todo ocurrirá tal y como se decida en el marco del Estado. Los sagrados parlamentos, los ungidos representantes políticos y el aparato de especialistas a su servicio, en tanto que encarnación democrática del pueblo, establecen no sólo el marco de acción de cada uno de nosotros: deciden lo que va a pasar, evitan lo que no debe ocurrir. Las leyes y normas que nacen del Estado son, por tanto, las leyes y normas que nacen de “nuestra voluntad”, conforman el marco social ideal para cada uno de nosotros y evitan los desastres a los que nos podamos enfrentar. ¿Acaso lo duda?

CUANTO MAYOR ES EL EMPEÑO DE NUESTROS GOBERNANTES POR ASUMIR LA RESPONSABILIDAD DEL DESARROLLO SOCIAL A TRAVÉS DE LA POLÍTICA, MAYOR ES EL GRADO DE USURPACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD INDIVIDUAL

Nos dicen los Sánchez, Iglesias y compañía que poner en duda los frutos positivos del esfuerzo legislador es poner en duda los cimientos mismos de la democracia. Quien proteste es un fascista. Puede hacer la prueba usted mismo planteando dudas sobre temas cotidianos y menos cotidianos. ¿Quiere eliminar el sueldo mínimo? Estará usted entonces a favor de la esclavitud. ¿Quiere legalizar las drogas? Estará usted a favor de calles llenas de toxicómanos violentos. ¿Quiere eliminar las leyes que impiden la tenencia de armas? Está usted a favor de asesinos en serie, muertes en las escuelas y en contra de la paz. Apenas dos pizcas de sentido común nos dicen, pero que la intención de una ley no siempre tiene relación alguna con sus efectos. Es más, en no pocas ocasiones provoca justamente el efecto que se pretendía evitar.

Imaginen que el Gobierno decide proclamar una “Ley General de la Felicidad”. Loable intención, sin duda alguna: ¿quién no quiere ser feliz? La infelicidad queda oficialmente prohibida. Si seguimos el razonamiento arriba expuesto, todo aquel que se oponga a esta ley estaría en contra de la felicidad de los demás. ¿Nos haría más felices una ley como esta? Probablemente apenas serviría para aumentar el grado de hipocresía de unos y el miedo a ser castigado de los demás: si no soy feliz, atento contra la ley. Lo mejor es fingir que soy feliz para evitarme problemas, incluso sabiendo que mi parodia diaria me hace cada vez más infeliz. La ley, absolutamente bienintencionada, produce justamente el efecto contrario a su intención. Sí, el lector me dirá que el ejemplo es absurdo y completamente alejado de la realidad. Pero ¿es más irreal creer que es posible ser feliz por ley que creer que es posible ser pacífico por ley? ¿Es más irreal creer que es posible ser feliz por ley que creer que es posible asegurarse un sueldo “digno” por ley? ¿Es más irreal creer que es posible ser feliz por ley que creer que es posible asegurarse la salud por ley?

La creencia por la que la intención de una ley es igual al efecto que genera, no es en última instancia más que muestra de nuestra pereza mental y un signo de abandono servil al dogma al que nos someten, de obediencia absoluta a aquellos gobernantes que, creyéndose libres de toda influencia natural, pretenden cambiar el mundo y a quienes en él habitamos a golpe de medidas arbitrarias. Tampoco parece que seamos conscientes del peligro que se esconde tras la idea de juzgar las acciones únicamente sobre la base de sus consecuencias, estableciendo cadenas causales predictibles sobre las que se puede actuar preventivamente, lo que nos llevaría ineludiblemente al totalitarismo. De este modo podríamos argumentar, por ejemplo, que hay que reconocer al Estado el derecho de dictar los alimentos disponibles para las personas en función de las recomendaciones de los expertos en nutrición. No olvidemos que la gente podría comer y beber “equivocadamente”. Por lo tanto, podría ser “perjudicial para su salud” y por ello “suponer un coste adicional a la sociedad”. Desde un punto de vista utilitarista, el Estado debería establecer por ley la cantidad de proteínas, grasas o hidratos de carbono que las personas pueden consumir. Para hacerlo más personal, también se debería considerar el metabolismo individual y el tamaño corporal. Serían necesarios mecanismos individuales de vigilancia a distancia, centralización de la industria alimentaria, del transporte… ¡casi lo que le gustaría a nuestro ministro de consumo!

Cuanto mayor es el empeño de nuestros gobernantes por asumir la responsabilidad del desarrollo social a través de la política, mayor es el grado de usurpación de la responsabilidad individual. Cada vez son más las normas y leyes que regulan nuestras vidas. Cada vez más las prohibiciones encaminadas a asegurar que nuestro comportamiento se adapte al “canon” establecido por el poder de turno. No piense por sí mismo, la verdadera virtud está en no pensar. No decida por sí mismo, lo verdaderamente virtuoso es no tener que tomar decisiones. Cuanto menos puedan decidir los individuos, menor será el grado de incertidumbre, mayor la capacidad de previsión del gobernante. Por la vía de la acción política, la relación de causalidad entre la acción y la consecuencia se desequilibra, se distorsiona y, en caso de causar un daño, se socializa. La responsabilidad sobre la propia vida sólo es posible desde el control de esta. Dejar el control de mi vida en manos del gobierno de turno supone entregar mi capacidad para tomar decisiones y la responsabilidad sobre las consecuencias de las mismas.

Cuantas menos decisiones deba tomar, menor será el número de ocasiones en las que podré experimentar las consecuencias -positivas y negativas- de las mismas. Mis actos normados acarrean consecuencias previstas, caigo en los automatismos previstos por la política. Dejo de ser yo para convertirme en nosotros, en “la gente”. Si mis decisiones ya están tomadas (mis actos perfectamente normados) y las consecuencias socializadas ya no necesito ser responsable. Me basta con ser obediente.

IMPLANTACIÓN DE UN NUEVO ORDEN MUNDIAL 
Y LA VENDIDA OMS Y MEDIOS COMO GOOGLE, YOUTUBE, FACEBOOK

miércoles, 22 de julio de 2020

CUANDO LA RELIGIÓN OFICIAL ES LA IGNORANCIA Y LA POLÍTICA OFICIAL DEL ESTADO ES EL LAICISMO MASÓNICO 👿

CUANDO LA RELIGIÓN OFICIAL ES 
LA IGNORANCIA


"En el fondo de toda civilización moderna late la barbarie, porque es barbarie todo lo que sea sublevación contra los principios morales y religiosos". V. de Mella

Varios círculos concéntricos de “ilustres” alrededor de un cuadrado coronado por una tea encendida, esta fue la coreografía de la ceremonia de Estado en España por las víctimas de la pandemia del Coronavirus. Todo aséptico, alejado de cualquier significado, de cualquier tradición sospechosa que conectara el presente con el pasado y resultara, por tanto, remotamente ofensiva. Si acaso, la presencia de la tea podría inducir a error, pero con toda seguridad no remitía siquiera a la tradición clásica, a Prometeo o Vulcano, sino que, a lo sumo, y es mucho suponer, habría que interpretar el fuego como demiurgo: el hijo del Sol y su representante en la Tierra.

Para algún agudo observador se trataba de una proyección estatal y extraestatal, de ese Estado sin nación, aunque no sin bandera, sino con multitud de ellas, una por cada tribu. Pero los círculos concéntricos, el cuadrado y la enigmática tea no eran la expresión del estatismo o de un supraestatismo, tampoco creo que, como afirman algunos, lo fueran de la masonería o de una conspiración globalista: eran simplemente la ocurrencia creativa de algún avispado organizador de eventos contratado por un poder político tan decrépito y carente de ideas que, si no se derrumba sobre sí mismo, es porque se sostiene sobre una montaña de deuda y también sobre los hombros de una inteligencia media tan corta de luces como vil y dependiente.

UNA FALSA MODERACIÓN

El propio nombre “ceremonia de Estado” expresaba la renuncia a cualquier trascendencia, en tanto que ésta implicaría por fuerza una conexión con la tradición, es decir, con el pasado. Además, la palabra “ceremonia” sustituía deliberadamente al término “funeral” por varias razones, la primera porque funeral se asocia con la muerte, y la imagen de la muerte debía ser evitada a toda costa: decenas de miles de fallecidos constituyen una pesada lápida capaz de sepultar a cualquier gobierno. El acto no podía ser una expresión de duelo y de pesar, debía ser, por el contrario, un ritual de purificación —de borrón y cuenta nueva—, quizá esto explicaría la presencia de la tea encendida, por aquello de que el fuego todo lo purifica. La segunda razón más evidente es que la palabra funeral tenía connotaciones religiosas.
EL GRAN GOBIERNO ES HOY EL ENEMIGO DE LA LIBERTAD INDIVIDUAL, PUES LA FE QUE PROMUEVE, AL CONTRARIO QUE LA DE LAS VIEJAS RELIGIONES, HA DE PROFESARSE DE FORMA OBLIGATORIA
Sin embargo, rara es la persona que a lo largo de su vida no acude a un funeral religioso por la muerte de un familiar, un amigo o incluso un conocido. Aunque uno no sea creyente, no se le impide la asistencia a estas liturgias porque los funerales se han secularizado. Esto no implica que para los creyentes dejen de tener un significado religioso, pero para los no creyentes son una tradición de la que participan y que también tiene su importancia, aunque de otra manera. Después de todo, se tenga fe o no, los funerales nos arrancan por un momento del frenético e irreflexivo discurrir de la vida y nos hacen detenernos para tomar conciencia de la muerte. Y ahí la solemnidad de la liturgia religiosa, con su tradición de siglos, resulta, se quiera o no, más reconfortante que la improvisada coreografía de un organizador de eventos.

Pese a todo, uno de esos articulistas ‘monoteístas’ que colonizan la prensa española escribió a propósito de la ceremonia de Estado: “Prevaleció una función sobria, sin monsergas episcopales ni aparato castrense, hasta el extremo de que el ‘velatorio’ madrileño parecía imitar las soluciones rituales de la República francesa”. Y algo de razón tenía, había un cierto parecido con los artefactos rituales de la grande France. No en vano, durante la Ilustración, fueron los intelectuales franceses quienes lanzaron los más furiosos ataques contra el cristianismo, hasta que, con el tiempo, consiguieron sustituir una religión vieja por otra nueva: la del Gran gobierno, ese otro artefacto devenido hoy en el enemigo de la libertad individual, pues la fe que promueve, al contrario que la de las viejas religiones, ha de profesarse de forma obligatoria.

Aquí es necesario hacer un inciso y recordar que en el Siglo de las Luces muchos intelectuales, entre ellos Immanuel Kant, no abjuraron de su fe cristiana, la mantuvieron junto con su fe en la ciencia. Y que más tarde, en el siglo XIX, incluso el ateo John Stuart Mill reconocería al final de su vida que la moral cristiana era beneficiosa para el progreso y el orden social, de hecho, antes ya había considerado perfectamente concebible que la religión pudiera ser moralmente útil sin ser intelectualmente sostenible. Quizá por eso, en opinión de Nisbet, al tiempo que desaparecía la fe en el progreso se borraba también la fe religiosa.

Pero el objetivo de todos estos argumentos no es promover la reevangelización. Ocurre que, en estos días en los que la ‘moderación’ es tenida por muchos como la postura más sensata y virtuosa, se hace necesario aclarar algunas cosas. La primera, que la negación sistemática de la tradición y la ruptura radical con el pasado no tienen demasiado de moderado, más bien todo lo contrario. La segunda, que si en la actualidad a la mayoría de creyentes no les ofende que se participe de un acto religioso desde una posición laica, resulta paradójico que para algunos laicos y moderados ciudadanos suponga una ofensa convivir, siquiera por un momento, con cualquier simbología cristiana. Es de suponer que jamás pisarán el Museo del Prado, puesto que muchas de las obras expuestas son de carácter religioso. Por último, y como contradicción añadida, la utilización política del laicismo parece estar dando lugar a manifestaciones que, lejos de ser laicas, se inspiran en paganismos.

A LA VANGUARDIA DE LA IGNORANCIA

Llama la atención que una de las naciones más resistentes de Europa, y quizá la más vieja, parezca a todos los efectos la vanguardia de esa descomposición de Occidente de la que vienen advirtiendo infinidad de pensadores, no sólo en la actualidad, sino desde hace siglos. Una nación que, para mayor misterio, ni siquiera participó en las dos guerras mundiales del pasado siglo XX, y que, por lo tanto, se libró de los shocks que son la clave de bóveda del recalcitrante pesimismo occidental, aunque éste hunda sus raíces en transformaciones anteriores.

Si acaso, en el siglo XX España sufrió una guerra civil que, aún con todo su horror, fue un pálido reflejo de las dos grandes masacres mundiales. Tampoco vivió con anterioridad, al menos ni de lejos con la intensidad de otras sociedades, la euforia industrial, tecnológica y científica con la que se auguraba una era de progreso inacabable, y que, tras la inesperada barbarie, devino en un feroz desencanto que se revolvería, no ya contra la razón, sino contra el sentimiento que le daba finalidad y sentido.
A LOS JÓVENES SE LES ENSEÑA QUE EL PAÍS DEL QUE SON PRESUNTOS CIUDADANOS NACIÓ, COMO AQUEL QUE DICE, AYER MISMO. Y QUE TODO LO SUCEDIDO ANTERIORMENTE O BIEN ES IRRELEVANTE EN LO QUE RESPECTA A SU PRESENTE O BIEN ES FALSO O BIEN LES CONVIENE REPUDIARLO
En los Estados Unidos desde hace tiempo se viene advirtiendo que la asignatura de Historia que se imparte en las escuelas se ha degradado a la enumeración técnica de una serie de episodios inconexos e incongruentes, sin un hilo argumental que los una entre sí, como si el pasado fuera una sucesión de accidentes, de cosas que ocurrían de repente; y el presente, un trozo de corcho que flota a la deriva sobre un mar de sucesos aleatorios que haría las delicias de Nassim Taleb. Pero, al menos, en los países anglosajones aún existen colegios privados que se sitúan fuera de esta tendencia y enseñan la historia de forma más romántica, como un relato con un hilo argumental que se remonta más allá de la historia contemporánea y que, en vez de aburrir hasta a las vacas, despierta el interés de los estudiantes más inquietos.

Aquí ni siquiera tenemos esa alternativa. Todas las instituciones educativas, públicas y privadas, manejan programas y libros de texto estandarizados y certificados por el ministerio de turno. Así, los únicos episodios históricos que prevalecen y están relacionados entre sí son la Guerra Civil de 1936, el franquismo y la Transición. A todos los efectos, a los jóvenes se les enseña que el país del que son presuntos ciudadanos nació, como aquel que dice, ayer mismo. Y que todo lo sucedido anteriormente o bien es irrelevante en lo que respecta a su presente o bien es falso o bien les conviene repudiarlo. Como consecuencia, la historia de España es algo discutido y discutible, y perfectamente acomodable a cualquier interpretación por disparatada que resulte. De hecho, la propia idea de España casi ha desaparecido: ha sido suplantada por un Estado de partidos —casi bandas— que genera fuerzas centrífugas, deuda, corrupción, inseguridad jurídica y desafección a raudales.

Ahora, en una vuelta de tuerca adicional en la institucionalización de la ignorancia, se pretende eliminar las asignaturas de latín y griego de los programas de estudio, reducir a la mínima expresión la Filosofía y, en general, todas las humanidades. Curiosamente, en otros países, la Filosofía es la asignatura más valorada y mayoritariamente escogida por los estudiantes más capaces y que aspiran a cursar las carreras más exigentes y con mejores salidas.

EL FINAL DEL JUEGO

Hasta la fecha esta renuncia al conocimiento y al legado se ha podido mantener en un segundo plano porque, como explica Rafael Núñez Florencio, en este rincón del mundo también existen algunas virtudes, como el genio creativo, el vitalismo y la sociabilidad. Pero primero la Gran recesión y ahora la pandemia podrían arruinar estas modestas válvulas de escape, dejándonos sin nada que interponer entre nosotros y una realidad tan desoladora como insufriblemente tediosa. Y el tedio suele causar estragos.
LAS IMÁGENES CADA VEZ MÁS FRECUENTES DE UNA VIOLENCIA GRATUITA, COMO FIN EN SÍ MISMA, QUE SE DESENCADENA CON CUALQUIER PRETEXTO EN SOCIEDADES DESARROLLADAS, EXPRESA UN IMPULSO SÁDICO QUE EN BUENA MEDIDA SURGE DEL TEDIO QUE IMPERA EN LAS VIDAS DE DEMASIADAS PERSONAS
Como advertía el físico Dennis Gabor (1900-1979), al contrario que para afrontar otros retos de la modernidad, no hay nada en nuestra evolución física y social que nos haya preparado para el tedio. A lo largo de la evolución humana, la lucha por la supervivencia ha ocupado casi todo el tiempo de nuestra existencia, y son muy pocos los individuos que han desarrollado las habilidades necesarias para no sucumbir al aburrimiento y a la anomia que inevitablemente termina apareciendo. Las imágenes cada vez más frecuentes de una violencia gratuita, como fin en sí misma, que se desencadena con cualquier pretexto en sociedades desarrolladas, expresa un impulso sádico que en buena medida surge del tedio que impera en las vidas de demasiadas personas.

Lo que impide a España por el momento caer en la violencia y la anomia es tener una población muy envejecida. No es que seamos más sabios y prudentes que otras sociedades agitadas y violentas —más bien es justo lo contrario—, es que nuestro envejecimiento, real y virtual, nos hace ser extremadamente conformistas y mansos. Aquí, hasta los líderes políticos más jóvenes se comportan como viejos prematuros y cobardes. Les aterra ser señalados, por eso expresan una indiferencia generalizada respecto a los valores, objetivos, libertades y compromisos tradicionales, y contribuyen a la liquidación del pasado, asumiendo la inevitabilidad de nuevas formas de tiranía. Esto explicaría a su vez el consenso atronador de casi todos los líderes políticos a la hora de suscribir declaraciones institucionales, pactos de Estado, leyes y proposiciones no de ley que son verdaderos atentados contra la libertad, la razón y el Estado de derecho.

Pero no quiero concluir dejando un mensaje fatalista. Al contrario, se puede hacer mucho al respecto. De entrada, afrontar los problemas requiere hacerlos visibles para así poder analizarlos, estudiarlos y, cuando menos, evitar que se agraven. En cualquier caso, las sociedades no permanecen indefinidamente en una trayectoria cuya parada final es la desintegración y el caos. Las mismas actitudes e ideas que pugnan por su aniquilación, de puro absurdas, tienden a agotarse y destruirse a sí mismas. Pero no cabe duda que la reconciliación con el pasado y la recuperación del aprecio por el conocimiento pueden acortar este proceso y, de paso, ahorrarnos muchos disgustos.

¿Ha sido sustituida la soberanía 
por la masonería?
Estamos muy lejos ya de la democracia. Eso fue un recuerdo de una noche de verano. Hace tiempo que vivimos en una especie de ficción colectiva, en una creencia, en una suposición no contrastada, en una fantasía.
Según el artículo 16.3 de la Constitución Española, España es una nación aconfesional, que no laica. Este apartado afirma que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. En otras palabras -y a grandes rasgos-, si un partido político estableciese alguna actividad religiosa en su programa electoral podría llevarla a cabo. Por lo contrario, dicha acción sería considerada ilegal en un estado laico.
Habitualmente, este tipo de nación tiende a desvincularse de la Iglesia y neutralizar la religión. Sin embargo, esta ruptura nunca ha sido instigada en España. De hecho, la propia Constitución reconoce las “relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Todo parece bastante claro. Al no darse la condición de laicidad, pero sí la de no-reconocimiento oficial de ninguna religión; y considerando pues aconfesionalidad y laicidad sinónimos a efectos prácticos, España es un país sin religión.

Pues resulta que no. La práctica dista mucho de la teoría en el estado español. Como lamentablemente cabe esperar, la presencia del catolicismo en los actos institucionales abunda, cosa que lo convierte en la religión del Estado. No podemos obviar la existencia de esta religión que, aunque no se quiera reconocer, forma parte de la vida de prácticamente todo ciudadano. Pues incluso quién se empeñe en hacer la vista gorda, tendrá que lidiar con su inevitable importancia estatal. He aquí su implicación en el día a día.
Del mismo modo, el catolicismo se hace presente en actos institucionales, tanto de carácter civil como militar. Esto es, en una gran cantidad de tragedias nacionales, se asume la fe de las víctimas y se celebran funerales y memoriales católicos en honor a ellos. No habría ningún problema con esto siempre y que fuera con el consentimiento de los familiares y se diera la opción a ser recordado mediante otras religiones.
En países con una larga tradición democrática y laica, las posturas de un número importante de congregaciones católicas ante temas similares a los debatidos han tenido como respuesta que los feligreses tomen militancia activa en la defensa de sus convicciones. Quizá sea éste el paso que los católicos españoles hayan que iniciar, organizándose y saliendo a la vida pública para defenderse y defender sus ideas.
Señores: la democracia murió hace años. Ya no es lo que parece. Estamos siendo engañados. Los cerebros de una parte muy importante de la población han sido clonados. El adoctrinamiento dirigido desde las logias es un hecho. Las personas cada vez lo son menos, y se han convertido en individuos cuyas percepciones y visión objetiva de la realidad no se parece en nada a lo que está sucediendo. Y eso es fácil de hacer. Solamente se requiere el control de los medios de comunicación, de la escuela y la demonización de los que nos salimos de los raíles de lo políticamente correcto, del pensamiento homogéneo y monolítico.

Vayamos a algunos ejemplos. Muchos hemos visto el homenaje de Estado a las víctimas del llamado Covid-19. Lo que yo he visto en ese acto es una gran tenida masónica. Con la excusa del aconfesionalismo del Estado han sustituido un funeral religioso por una escenografía característica de la masonería. Es que ya ni lo disfrazan, es de una claridad manifiesta para todos los que de alguna forma conocemos los ritos masónicos y su parafernalia.

Vayamos a otro ejemplo: Médicos por la Verdad, asociación que trata de devolver al sistema sanitario a los cauces de la ciencia, critica el uso de la mascarilla con carácter general y más en un momento en el que no existe oficialmente pandemia. Lo dice hasta la OMS que manifiesta que no es recomendable el uso de la mascarilla con carácter universal, para todas las personas, y que tiene efectos nocivos para la salud; como igualmente certifican médicos que no están sometidos desde el poder político y que no se dejan prostituir e incumplir el juramento hipocrático.

¿Existen contagios contrastados por los colegios profesionales médicos que permitan inferir que iniciamos una nueva curva de pandemia? ¿Por qué la clase médica tiene que someterse a los caprichos de los políticos, o lo que es peor y perverso, a sus intenciones ocultas y diseños poblacionales y de control social?

Veamos: importantes especialistas del mundo de la psicología demuestran que el uso de la mascarilla de forma continuada produce un efecto de pérdida de la identidad personal, del nivel de conciencia en la individualidad de las decisiones, y en la capacidad de uso del libre albedrío. Es una forma sutil de dejar vacía la personalidad, de despersonalizar la expresión de las emociones, de impedir una comunicación facial que es parte de la comunicación subconsciente. De liquidar la afectividad de los gestos con los que el ser humano se manifiesta en cada una de sus expresiones.
Con esto las personas se convierten en dóciles, sumisas, dispuestas a obedecer cualquier orden o mandato por muy absurdo que sea; incapaces de adoptar el control de sus propias decisiones, se convierten en masa. Esa masa sin rostro, sin gestos, sin individualidad. Si se dan cuenta ustedes es el último estadio de adocenamiento, de control mental, de modificación cognitiva.
Primero fue a través de la escuela, extirpando cualquier conocimiento sobre nuestro pasado remoto, liquidando el conocimiento antropológico, cultural e histórico de nuestros ancestros, aboliendo la formación humanística. Objetivo número uno de la masonería.
Lo experimentaron nuestros hermanos hispanos tras los procesos de emancipación americana guiados desde las logias inglesas a cuya obediencia se sometieron San Martín y Simón Bolívar.
Segundo, ha sido a través de los medios de comunicación que se llaman “mass media”, es decir los controlados por los poderes financieros y por sus poderes políticos que creemos que votamos los ciudadanos, siendo una enorme mentira. Son designados desde las instancias ocultas.
Tercero, a través de unos poderes que no son independientes entre sí, sino controlados desde las instancias anteriormente citadas. No hay ni poder judicial y legislativo independiente. Todos dependen de los mismos poderes antedichos.
Cuarto, mediante una pandemia probablemente inducida, cuyos efectos están diversificados en varias fases:

Fase A.- Confinamiento. Liquidando los derechos y garantías constitucionales, que fundamentalmente deberían amparar a los individuos.
Fase B.- Cuando la curva de la pandemia está ya en niveles próximos a cero, sacando de la manga la necesidad del uso generalizado de las mascarillas, lo cual es nocivo para la salud y letal para determinados grupos de población sobre los cuales los efectos pueden ser determinantes para llegar al punto final de sus existencias vitales.
Fase C.- A esta aún no hemos llegado, pero ya lo anuncian de una u otra manera, como si fueran oráculos de lo que va a venir. Es decir, un nuevo confinamiento.

Tras este proceso, la capacidad personal de autodeterminarnos como elementos activos de la soberanía nacional quedará definitivamente anulada, y seremos presos de un diseño cuyo final y destino es dejar a los individuos como correa de transmisión de un Estado totalitario.

Sánchez e Iglesias los saben bien, pero no son los únicos.

Racismo, Feminismo y Justicia Social | Raúl González Zorrilla | Mentores




VACUNARSE VENENO ES UN ACTO CRIMINAL


miércoles, 17 de junio de 2020

VERNON COLEMAN: LA OBEDIENCIA SILENCIOSA NOS DESTRUIRÁ 💥 ESCLAVOS Y FELICES POR JAVIER BENEGAS 😷

Vernon Coleman: 
La obediencia silenciosa nos destruirá
😧

Vernon Coleman, ha escrito más de 100 libros que han vendido más de dos millones de copias solo en el Reino Unido. La mente más aguda en el periodismo médico.

Ya la filósofa Hannah Arendt (1906-1975), puso en evidencia lo banal que puede ser el mal fue en su libro Eichmann en Jerusalén, cuyo subtítulo es precisamente Un informe sobre la banalidad del mal. Sabemos que la persona más común del mundo, colocada en las circunstancias precisas puede cometer el crimen más atroz, por ello la lucha ha de ser en dos frentes, uno atacando al sistema que justifique la destrucción del otro, se en campos de concentración, pulcros hospitales o casa de ancianos, despertando la conciencia de quienes se convierten en el brazo ejecutor. Esas son las dos grandes batallas que unos pocos minutos de ha dado Vernon Coleman en esta ocasión.


LOS NAZIS TENÍAN UNA FRASE CON LA CUAL JUSTIFICABAN 
TODOS LOS ABUSOS DEL ESTADO TOTALITARIO: 
"FÜR IHRE SICHERHEIT" = "ES POR TU SEGURIDAD"


Actualmente el mundo está dividido en tres bandos: 

1. Al primer bando, que es el mayoritario, pertenecen las personas que están aterradas y se someten con complacencia al confinamiento benefactor. 

2. El segundo bando es el minoritario de los tres, constan de personas que creen que el miedo al coronavirus se ha difundido exageradamente y son conscientes de que el virus no es más letal o destructivo de lo que pueda ser una virulenta gripe y probablemente no tan peligroso como los peores virus de la gripe. Se están dando cuenta de que se trata de una conspiración para despojarles de su libertad, su democracia y los derechos humanos que han costado tanta sangre como la libertad de expresión, para darle a un puñado de corruptos politicuchos sin excrúpulos, la excusa perfecta para imponer sutilmente "por el bien común" leyes opresoras y escalofriantes que no hubieran estado fuera de lugar en la Rusia de Stalin o la Alemania de Hitler. 

3. En el tercer bando, que es el segundo más grande, está la gente que no sabe bien qué pensar o no tiene el valor para afrontar los hechos, que no se involucran por nada ni por nadie, prefieren que otros se ocupen y se responsabilicen , no tienen la valentía para cuestionar las decisiones que se están tomando. No se cuestionan si hay que combatir al virus o combatir al gobierno partidocrático y plutocrático. Si no eres parte de la solución, eres parte del problema. 
Creo firmemente que nuestra única esperanza sea persuadir a tantas personas como sea posible del tercer bando para que se unan al segundo bando de librepensadores y libertarios. Cuando seamos más escépticos que ingenuos, más incrédulos que crédulos.


Vernon Coleman - Coronavirus: La obediencia silenciosa nos destruirá

Esclavos y felices. Javier Benegas


sábado, 13 de junio de 2020

🔆 EL OTRO VIRUS QUE ESTÁ DIEZMANDO OCCIDENTE POR JAVIER BENEGAS


Obsesiones
Corrección Política

EL OTRO VIRUS 
QUE ESTÁ DIEZMANDO OCCIDENTE


Resulta cada vez más evidente que la Corrección Política se ha convertido en la mayor amenaza para la libertad desde la eclosión de las ideologías totalitarias en el pasado siglo XX. Sin embargo, se tiende a reducir esta grave amenaza para la sociedad abierta a una convencional confrontación ideológica, donde la Corrección Política sería lo que se ha dado en llamar “marxismo cultural”, estableciéndose así una nítida división izquierda-derecha que tiende a simplificar un fenómeno complejo y entreverado que, como la Hidra, tiene numerosas cabezas. Lo cierto es que el embrión de la Corrección Política no surge de un propósito consciente e ideológico, ni tampoco se puede ubicar su aparición de forma exclusiva entre los años 60 y 70 del anterior siglo, aunque sea a partir de ese periodo cuando se proyecte con fuerza y se convierta —entonces sí— en un fenómeno del que se servirán especialmente determinados agentes políticos para patrimonializar la democracia.

La Corrección Política en su forma más primitiva, como antitradicionalismo militante, negación del pasado y entronización del relativismo, es producto de un trauma que nos conduce más atrás en el tiempo, concretamente al final de la Primera Guerra Mundial. Desde esta nueva ubicación la Corrección Política se nos presenta como una reacción contracultural desordenada, en la que desde el primer momento la deconstrucción de la sexualidad fue uno de sus principales signos distintivos. Para comprobarlo, podemos recurrir a Max Hastings y su libro 1914. El año de la catástrofe (2013) y hacernos una idea de cómo eran las sociedades europeas prebélicas en la década de 1910.
“Los jóvenes con bigotes y pipas humeantes, tocados con el inevitable sombrero de paja, impulsando bateas en compañía de chicas de cabello de paje y cuello alto, hacen pensar en un idilio antes de la tormenta. En los círculos de la buena sociedad, incluso el lenguaje estaba terriblemente encorsetado: expresiones como «maldita sea» o «puñetero» eran intolerables, y no se oían voces más fuertes entre hombres ni mujeres, salvo en un contexto muy personal. «Decente» era un elogio de primer orden; «desvergonzado» representaba una condena inapelable”.

A continuación, si recurrimos a Stefan Zweig y su libro El mundo de ayer (1942), descubriremos el ambiente transgresor en el que se había sumido la juventud vienesa de la posguerra tan sólo una década después. Un ambiente que se reproducía de manera similar en otras ciudades europeas.

“Por el simple gusto de rebelarse se rebelaban contra toda norma vigente, incluso contra los designios de la naturaleza, como la eterna polaridad de los sexos. Las muchachas se hacían cortar el pelo hasta el punto de que, con sus peinados a lo garçon, no se distinguían de los chicos; y los chicos, a su vez, se afeitaban la barba para parecer más femeninos; la homosexualidad y el lesbianismo se convirtieron en una gran moda no por instinto natural, sino como protesta contra las formas tradicionales de amor, legales y normales. Todas las formas de expresión de la existencia pugnaban por farolear de radicales y revolucionarias”.
Esta reacción de rechazo a lo tradicional, a las convenciones de un mundo preexistente, no tiene un origen ideológico marxista. Su naturaleza es emocional, psicológica, casi instintiva: incapaces de superar el trauma de la guerra, los jóvenes reusaron asumir cualquier responsabilidad en lo sucedido y decidieron endosarla íntegra a sus mayores. Una decisión controvertida, habida cuenta de que uno de los catalizadores del conflicto fue el exceso de confianza de la juventud acomodada y burguesa que, deseosa de demostrar su valía, alentó el conflicto con exaltadas demostraciones de patriotismo, e incluso amenazó con amotinarse si sus gobiernos se comportaban de forma pusilánime.

LA HUIDA DE LA RESPONSABILIDAD

Como explica Frank Furedi en First World War: Still No End in Sight (2014), una característica única de este conflicto fue el entusiasmo generalizado con el que el público saludó su aparición. Que tantos ciudadanos europeos se sintieran compelidos a impulsar a sus naciones hacia la guerra es algo estrechamente relacionado con el espíritu de la época. Las sociedades europeas estaban impregnadas de la vaga percepción de una vida carente de dirección y propósito. El anhelo de significado por parte de millones de personas distanciadas del mundo que habitaban llevó a muchos a considerar la guerra como un medio a través del cual su vida podría afirmarse. La causa que abrazaron fue la de una «forma de vida», razón por la cual la propaganda alemana se refirió a ella como una «guerra de culturas». Esta necesidad de reafirmación se manifestó con especial intensidad en buena parte de la juventud europea que, llevada por un irreflexivo entusiasmo, vio la guerra como un suceso dinamizador y purificador, el acontecimiento que daría sentido y finalidad a su existencia.

La juventud europea de la década de 1910 era beneficiaria de un periodo de creciente prosperidad y de relativa paz, muchos sólo conocían la guerra por referencias literarias o por noticias sobre conflictos fronterizos o por guerras coloniales, donde el poder de los ejércitos europeos resultaba incontestable y sus victorias se celebraban como triunfos deportivos. Demasiado lejanas para ellos las cruentas campañas napoleónicas de principios del siglo XIX, las guerras continentales sobre las que tenían un conocimiento más cercano habían sido enfrentamientos que no llegaron a prolongarse más de un año, como la Guerra franco-prusiana, que se libró del 19 de julio de 1870 al 10 de mayo de 1871, y que careció de los medios para la aniquilación a gran escala que la Revolución Industrial iba a proporcionar a los ejércitos del siglo XX. Los hijos de la pujante burguesía europea tenían una visión romántica y festiva de la guerra. Daban por supuesto que el nuevo conflicto consistiría en un vistoso desfile militar, una oportunidad para demostrar su valía y realizar hazañas dignas de ser noveladas. Pero, sobre todo, estaban convencidos de que la guerra no se prolongaría más allá de unos pocos meses. Cuando se declaró formalmente el 28 de julio de 1914, creían firmemente que estarían de vuelta para celebrar la Navidad cuatro meses más tarde. Existen numerosas referencias que así lo apuntan, como esta del sociólogo y escritor Jean Echenoz, en la que se combina el ambiente festivo en el que se inició la guerra con la creencia de que ésta sería muy breve
“Sombreros, bufandas, ramilletes, pañuelos, se agitaban en todas direcciones, algunos introducían cestas de comida por las ventanillas de los vagones, otros estrechaban en sus brazos a sus retoños, los ancianos y las parejas se abrazaban, las lágrimas inundaban los estribos, como puede apreciarse actualmente en París en el vasto fresco de Albert Herter, en el vestíbulo Alsace de la gare de l’Est. Pero en general la gente sonreía confiada, pues a todas luces aquello duraría poco, regresarían enseguida”
Pero la Gran guerra ni fue breve ni fue un jubiloso paseo militar. Concluyó, en efecto, a tiempo para celebrar la Navidad, concretamente el 11 de noviembre… pero cuatro años más tarde, en 1918. El músculo desarrollado por las potencias europeas durante el largo periodo de paz y prosperidad que precedió a la guerra, los avances tecnológicos y la nueva capacidad industrial convirtieron aquel conflicto bélico en una larga y colosal matanza. Cuando finalizó, los eufóricos jóvenes que lograron regresar vivos lo hicieron prematuramente envejecidos. Afectados por una profunda depresión, se mostraron incapaces de sobreponerse al trauma de la guerra y concluyeron que habían sido engañados y llevados al matadero por un “mundo viejo” gobernado por ancianos.
ESTA RENUNCIA A ASUMIR LAS CONSECUENCIAS DE SUS ACTOS CONSTITUYE EL PRIMER EPISODIO DE UNA AFECCIÓN EXCLUSIVA DE OCCIDENTE QUE ES CONSUSTANCIAL A LA CORRECCIÓN POLÍTICA: LA INFANTILIZACIÓN
Esta perentoria necesidad de encontrar un culpable y tranquilizar sus conciencias está en el origen de la reacción contracultural, embrión de la Corrección Política, que siguió al armisticio. La incapacidad para asimilar lo sucedido se tradujo en estupefacción y amnesia selectiva. Olvidaron la euforia prebélica, la exaltación del patriotismo y de las propias virtudes con las que anticiparon el derroche de valor que, creían, asombraría al mundo. Entonces se habían mostrado dispuestos a pagar cualquier precio con tal de ganarse su lugar en la historia, su momento de gloria. Pero cuando se desencadenó el cataclismo y la realidad se lo cobró puntualmente, hasta la última gota de sangre, olvidaron sus promesas y se erigieron en víctimas. A lo sumo, reconocieron haber pecado de ingenuos, de haberse dejado embaucar por unos gobiernos insaciables, pero rechazaron de plano asumir las consecuencias de su propia vehemencia. De repente, ellos, que se habían postulado como héroes y reclamado su sitio en la mesa de los adultos, que por propia voluntad no sólo se comprometieron al sacrificio, sino que lo instigaron sin medida, lo negaron todo. Esta renuncia a asumir las consecuencias de sus actos y su rechazo de última hora a la amarga madurez que antes habían reclamado con furia constituye el primer episodio de una afección exclusiva de Occidente que es consustancial a la Corrección Política: la infantilización. Décadas más tarde, en los años 60, la infantilización se convertirá en una afección característica de las sociedades desarrolladas que alcanzará niveles críticos en el presente.

GRAMSCI Y LA ESCUELA DE FRÁNCFORT

Uno de los mitos que contribuye a ocultar el origen de la Corrección Política es el construido alrededor de la figura de Antonio Gramsci. Un personaje al que tanto los marxistas, necesitados de nuevos referentes, como algunos conservadores, han otorgado una relevancia excesiva. En general, la memoria colectiva tiende a simplificar los grandes sucesos, adjudicando todo el mérito a unos pocos nombres propios. Así, por ejemplo, a lo largo de la historia muchos guerreros y jefes militares han pasado a ser recordados como infalibles estrategas, atribuyendo sólo a sus brillantes planes las más espectaculares victorias. Sin embargo, hasta los más deslumbrantes éxitos tienen un fuerte componente de azar y oportunismo.
GRAMSCI SIEMPRE ESTUVO MUY LEJOS DE DESCUBRIR LA VERDADERA CONTRIBUCIÓN DE LA CORRECCIÓN POLÍTICA A LA IZQUIERDA: LA SUSTITUCIÓN DE LA CONCIENCIA DE CLASE POR LA DE LA IDENTIDAD
Del mismo modo que sucede con estos personajes, se atribuye a Antonio Gramsci el mérito del surgimiento de la Corrección Política entendida como marxismo cultural. Se argumenta para ello que sus ideas penetraron en las universidades durante la década de los 60 y que fue un referente del Eurocomunismo de 1970. Pero el hallazgo relevante de Gramsci, colocar las instituciones culturales en la diana de la agenda revolucionaria, es una idea que nace separada de la Corrección Política, ésta última hunde sus raíces en el trauma de la Primera Guerra Mundial. Gramsci era un marxista esencialmente ortodoxo, siempre estuvo muy lejos de descubrir la verdadera contribución de la Corrección Política a la izquierda: la sustitución de la conciencia de clase por la de la identidad. Lo que sí puso en evidencia el político italiano es el oportunismo marxista, la habilidad de sus ideólogos para adaptarse a las circunstancias e instrumentalizar los fenómenos sociales del presente para alcanzar el poder, una tradición que inauguró Vladimir Ilyich Lenin con la Revolución Rusa, como explica Paul Johnson en Tiempos modernos (1983). En realidad, cuando Gramsci propone la creación de una élite de intelectuales que aúnen la teoría y la práctica, lo que anima, aun sin saberlo, es la constitución de un núcleo de pensadores cuya misión será convertir las contingencias y fenómenos sociales en oportunidades para ganar el poder. Esta estrategia de adaptación al medio será asumida por el Eurocomunismo que, para infiltrarse en las instituciones democráticas, irá arrumbando los viejos dogmas marxistas e incorporando otros nuevos.

Además de Gramsci, otro de los mitos que sirven para reducir la Corrección Política a marxismo cultural es el de la Escuela de Fráncfort, un título que equivocadamente se ha asociado a una línea de pensamiento monolítica y sin discontinuidad. Es cierto que esta institución fue la primera institución académica de Alemania que abrazó sin tapujos las ideas marxistas, pero no menos cierto es que sus miembros provenían de ámbitos y tendencias muy dispares y que las discrepancias entre ellos eran una constante. A la leyenda de la Escuela de Fráncfort contribuye el hecho de que la mayoría de sus miembros de origen judío tuviera que abandonar Alemania y emigrar a los Estados Unidos durante el régimen nazi, circunstancia que ha servido para establecer la idea de que el llamado marxismo cultural fue exportado de Europa a los Estados Unidos y que, más tarde, fue devuelto al Viejo Continente corregido y aumentado. Sin embargo, la reacción contracultural norteamericana, al igual que la europea, tiene su origen en otro trauma bélico: la Guerra de Vietnam. Este conflicto fue el catalizador de movimientos contestatarios que, en poco tiempo, degeneraron en furiosas reacciones contraculturales.

En la década crítica de los años 60, cuando la Corrección Política se manifiesta en la forma que hoy la conocemos, de los exponentes de la Escuela de Fráncfort fueron Herbert Marcuse y Erich Fromm quienes intentaron dar un sentido profundo al nuevo estado de ánimo que parecía emerger en la sociedad. Tanto El hombre unidimensional, de Marcuse, (1964) como Del tener al ser, de Fromm, (1976) eran, en efecto, textos en línea con la creciente agitación social, pero no fueron sus guías. Aunque se trataba de teorías brillantes, no eran la génesis de la Corrección Política: surgieron en paralelo, tratando de otorgar sentido y finalidad, de dar fundamento y, quizá, utilidad a fenómenos que en realidad eran preexistentes. Marcuse se convirtió en el héroe de los activistas universitarios no porque liderara sus reivindicaciones, sino porque les otorgaba un sentido profundo del que en realidad carecían en su origen. Eros y la civilización, publicado en 1955, y El hombre unidimensional, publicado en 1964, fueron la cámara de eco del movimiento estudiantil. Su disposición a hablar en las protestas estudiantiles le supuso ser reconocido como «El padre de la Nueva Izquierda», sin embargo, nunca se sintió conforme con este papel.
LA CORRECCIÓN POLÍTICA NUNCA FUE UNA CRIATURA DE ADORNO, COMO TAMPOCO LO FUE DE GRAMSCI, MARCUSE, FROMM O HORKHEIMER. NINGUNO DE ELLOS FUE SU PADRE
Otros integrantes de la Escuela de Fráncfort, como Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, se mantuvieron alejados de las reivindicaciones juveniles de la época. Como explica Mario Farina en Adorno Teoría crítica y pensamiento negativo (2016), para Adorno, el modo violento en que el movimiento estudiantil se enfrentaba a las instituciones universitarias, junto con el carácter frecuentemente libertario y burgués de sus reivindicaciones, era inaceptable. En su opinión, las consignas de los estudiantes remitían a una cultura libertaria, originariamente enraizada en el liberalismo, pero escindida en los años 40, que invocaba la libertad de expresión y perseguía la destrucción de las instituciones. Que Adorno fuera marxista no significaba que fuera estúpido: advirtió que desmantelar la tradición sin sustituirla por algo mejor, sin crear un círculo virtuoso de la cultura, conduciría al caos. No obstante, para algunos el acoso al que sometieron a Adorno las feministas, con acciones como desnudarse de cintura para arriba y mostrar sus senos en sus clases (Busenaktion), fue una suerte de justicia poética: la metáfora del creador devorado por su propia criatura. Pero es una interpretación equivocada. La Corrección Política nunca fue una criatura de Adorno, como tampoco lo fue de Gramsci, Marcuse, Fromm o Horkheimer. Ninguno de ellos fue su padre. En algunos casos, a lo sumo, actuaron como sus encofradores, embelleciendo un entramado de pulsiones que carecía de finalidad más allá de demoler el orden social.

UNA IDEOLOGÍA CON VIDA PROPIA

Además de quienes tienden a reducir la Corrección Política a marxismo cultural, existen también los que relativizan su importancia, afirmando que la Corrección Política siempre ha existido. Aluden al puritanismo y los tabúes del pasado, estableciendo una falsa continuidad histórica con un fenómeno que en realidad es relativamente nuevo y que poco tiene que ver con la forma en que las sociedades occidentales habían venido evolucionando. En el pasado los tabúes y convenciones se construían con el tiempo, de manera lenta y laboriosa. Según las sociedades avanzaban y cambiaban, las reglas desaparecían de forma gradual, dando paso a nuevas convenciones que previamente debían demostrar una cierta utilidad. Estas reglas, mejores o peores, resultaban claras, previsibles y estables. No cambiaban bruscamente ni se desechaban alegremente, tampoco se desdoblaban en nuevas reglas incompatibles unas con otras. Por el contrario, la Corrección Política es intrínsecamente incoherente, genera de manera constante nuevas reglas contradictorias entre sí, cuya utilidad es cuestionable, cuando no inexistente. Estas reglas, lejos de desaparecer gradualmente, se dividen y multiplican en un proceso de mutación sobre el que la sociedad apenas tiene control. Tampoco lo tienen las élites ni los partidos políticos, aunque pueda parecerlo. Estos se limitan o bien a instrumentalizar la Corrección Política, para obtener beneficios y alcanzar el poder o, en su defecto, siguen su estela para sobrevivir a sus vertiginosos cambios y reglas draconianas.
PASO A PASO, MUTACIÓN A MUTACIÓN, LA REVOLUCIÓN FEMINISTA HA DERIVADO EN UN PROCESO CAÓTICO, DONDE LAS SUCESIVAS IDENTIDADES SE DESDOBLAN A SU VEZ EN OTRAS NUEVAS QUE RESULTAN ANTAGÓNICAS
La cualidad de mutación de la Corrección Política se puede apreciar con extraordinaria nitidez en la revolución feminista de principios de la década de 1960, un proceso que rápidamente escapó al control de sus ideólogos. Ya en los años 70 se produjo la primera mutación. El feminismo se dividió en dos grupos antagónicos: el feminismo radical (Radfem) y el feminismo liberal (Libfem), esto es, el feminismo de la igualdad y el de la diferencia. Más tarde surgió el transfeminismo (Transfem), que entiende el género como un sistema de poder que produce, controla y limita los cuerpos. A su vez, este transfeminismo dio lugar a la aparición del feminismo radical y transexclusivista (Terf, en sus siglas en inglés) que es su antagonista. Así, además de la misoginia, aparece también la transmisoginia, es decir, feministas transfóbas que rechazan a las mujeres transgénero. Así, paso a paso, mutación a mutación, la revolución feminista ha derivado en un proceso caótico, donde las sucesivas identidades se desdoblan a su vez en otras nuevas que resultan antagónicas.

LA DECONSTRUCCIÓN DE LA IZQUIERDA

Al identificar la Corrección Política como una criatura creada y dominada por la izquierda lo que se consigue es que los cada vez más numerosos grupos que la promueven puedan asociar su rechazo a la traición ideológica. De esta forma convierten a la izquierda clásica en una caricatura y en rehén de sus intereses. Quienes desde la izquierda critiquen cualquiera de los dogmas políticamente correctos son acusados de no ser verdaderos progresistas y, en consecuencia, señalados y perseguidos, lo que disuade cualquier reacción desde la propia izquierda. Lo estamos comprobando con aquellos casos en los que sus víctimas no son personajes conservadores o de derechas, sino de izquierdas.

El fenómeno de la Corrección Política es extremadamente complejo y cada cual puede tener su propia idea sobre su origen y naturaleza, sin embargo, limitarse a etiquetar de marxismo cultural este enrevesado proceso de control social, del que hoy se aprovechan indistintamente el poder económico y el poder político, mercantilistas y colectivistas, gobiernos progresistas y presuntamente conservadores, no parece tener demasiado sentido, incluso puede resultar contraproducente porque coloca el foco exclusivamente en el viejo marxismo, en la tradicional confrontación izquierda-derecha que ya no se expresa con la claridad de antaño, dejando todo lo demás entre tinieblas. Como fenómeno tiene características novedosas e inquietantes, como su cualidad de mutación y la capacidad de distorsionar la realidad. Lo cierto es que la Corrección Política es como un virus que se propaga por y desde todas partes, también desde posiciones a priori sustitutivas del marxismo, como intentaré demostrar en el siguiente capítulo.

Así pues, nos enfrentamos a un nuevo y temible totalitarismo, una ideología invisible, líquida y polimórfica que desborda las tradicionales fronteras ideológicas. Un monstruo con vida propia que apela a las emociones y no a la razón, a las ensoñaciones y no a la realidad, que promete proporcionar aquello que cada uno desee, aunque sea una identidad imposible. Incrustado dentro del propio poder, compra voluntades, proporciona prebendas a quienes son sus cómplices… y castiga con la muerte civil a quienes lo desafían.

OCCIDENTE CONTRA SÍ MISMO
"Occidente siente un odio por sí mismo que es extraño y que sólo puede considerarse como algo patólico. Sólo ve de su propia historia lo que es sensurable y destructivo, al tiempo que no es capaz de percibir lo que es grande y puro". Joseph Ratzinger

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Este texto corresponde al primer capítulo de la «Ideología invisible» (2020)