EL Rincón de Yanka: CUANDO LA RELIGIÓN OFICIAL ES LA IGNORANCIA Y LA POLÍTICA OFICIAL DEL ESTADO ES EL LAICISMO MASÓNICO 👿

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miércoles, 22 de julio de 2020

CUANDO LA RELIGIÓN OFICIAL ES LA IGNORANCIA Y LA POLÍTICA OFICIAL DEL ESTADO ES EL LAICISMO MASÓNICO 👿

CUANDO LA RELIGIÓN OFICIAL ES 
LA IGNORANCIA


"En el fondo de toda civilización moderna late la barbarie, porque es barbarie todo lo que sea sublevación contra los principios morales y religiosos". V. de Mella

Varios círculos concéntricos de “ilustres” alrededor de un cuadrado coronado por una tea encendida, esta fue la coreografía de la ceremonia de Estado en España por las víctimas de la pandemia del Coronavirus. Todo aséptico, alejado de cualquier significado, de cualquier tradición sospechosa que conectara el presente con el pasado y resultara, por tanto, remotamente ofensiva. Si acaso, la presencia de la tea podría inducir a error, pero con toda seguridad no remitía siquiera a la tradición clásica, a Prometeo o Vulcano, sino que, a lo sumo, y es mucho suponer, habría que interpretar el fuego como demiurgo: el hijo del Sol y su representante en la Tierra.

Para algún agudo observador se trataba de una proyección estatal y extraestatal, de ese Estado sin nación, aunque no sin bandera, sino con multitud de ellas, una por cada tribu. Pero los círculos concéntricos, el cuadrado y la enigmática tea no eran la expresión del estatismo o de un supraestatismo, tampoco creo que, como afirman algunos, lo fueran de la masonería o de una conspiración globalista: eran simplemente la ocurrencia creativa de algún avispado organizador de eventos contratado por un poder político tan decrépito y carente de ideas que, si no se derrumba sobre sí mismo, es porque se sostiene sobre una montaña de deuda y también sobre los hombros de una inteligencia media tan corta de luces como vil y dependiente.

UNA FALSA MODERACIÓN

El propio nombre “ceremonia de Estado” expresaba la renuncia a cualquier trascendencia, en tanto que ésta implicaría por fuerza una conexión con la tradición, es decir, con el pasado. Además, la palabra “ceremonia” sustituía deliberadamente al término “funeral” por varias razones, la primera porque funeral se asocia con la muerte, y la imagen de la muerte debía ser evitada a toda costa: decenas de miles de fallecidos constituyen una pesada lápida capaz de sepultar a cualquier gobierno. El acto no podía ser una expresión de duelo y de pesar, debía ser, por el contrario, un ritual de purificación —de borrón y cuenta nueva—, quizá esto explicaría la presencia de la tea encendida, por aquello de que el fuego todo lo purifica. La segunda razón más evidente es que la palabra funeral tenía connotaciones religiosas.
EL GRAN GOBIERNO ES HOY EL ENEMIGO DE LA LIBERTAD INDIVIDUAL, PUES LA FE QUE PROMUEVE, AL CONTRARIO QUE LA DE LAS VIEJAS RELIGIONES, HA DE PROFESARSE DE FORMA OBLIGATORIA
Sin embargo, rara es la persona que a lo largo de su vida no acude a un funeral religioso por la muerte de un familiar, un amigo o incluso un conocido. Aunque uno no sea creyente, no se le impide la asistencia a estas liturgias porque los funerales se han secularizado. Esto no implica que para los creyentes dejen de tener un significado religioso, pero para los no creyentes son una tradición de la que participan y que también tiene su importancia, aunque de otra manera. Después de todo, se tenga fe o no, los funerales nos arrancan por un momento del frenético e irreflexivo discurrir de la vida y nos hacen detenernos para tomar conciencia de la muerte. Y ahí la solemnidad de la liturgia religiosa, con su tradición de siglos, resulta, se quiera o no, más reconfortante que la improvisada coreografía de un organizador de eventos.

Pese a todo, uno de esos articulistas ‘monoteístas’ que colonizan la prensa española escribió a propósito de la ceremonia de Estado: “Prevaleció una función sobria, sin monsergas episcopales ni aparato castrense, hasta el extremo de que el ‘velatorio’ madrileño parecía imitar las soluciones rituales de la República francesa”. Y algo de razón tenía, había un cierto parecido con los artefactos rituales de la grande France. No en vano, durante la Ilustración, fueron los intelectuales franceses quienes lanzaron los más furiosos ataques contra el cristianismo, hasta que, con el tiempo, consiguieron sustituir una religión vieja por otra nueva: la del Gran gobierno, ese otro artefacto devenido hoy en el enemigo de la libertad individual, pues la fe que promueve, al contrario que la de las viejas religiones, ha de profesarse de forma obligatoria.

Aquí es necesario hacer un inciso y recordar que en el Siglo de las Luces muchos intelectuales, entre ellos Immanuel Kant, no abjuraron de su fe cristiana, la mantuvieron junto con su fe en la ciencia. Y que más tarde, en el siglo XIX, incluso el ateo John Stuart Mill reconocería al final de su vida que la moral cristiana era beneficiosa para el progreso y el orden social, de hecho, antes ya había considerado perfectamente concebible que la religión pudiera ser moralmente útil sin ser intelectualmente sostenible. Quizá por eso, en opinión de Nisbet, al tiempo que desaparecía la fe en el progreso se borraba también la fe religiosa.

Pero el objetivo de todos estos argumentos no es promover la reevangelización. Ocurre que, en estos días en los que la ‘moderación’ es tenida por muchos como la postura más sensata y virtuosa, se hace necesario aclarar algunas cosas. La primera, que la negación sistemática de la tradición y la ruptura radical con el pasado no tienen demasiado de moderado, más bien todo lo contrario. La segunda, que si en la actualidad a la mayoría de creyentes no les ofende que se participe de un acto religioso desde una posición laica, resulta paradójico que para algunos laicos y moderados ciudadanos suponga una ofensa convivir, siquiera por un momento, con cualquier simbología cristiana. Es de suponer que jamás pisarán el Museo del Prado, puesto que muchas de las obras expuestas son de carácter religioso. Por último, y como contradicción añadida, la utilización política del laicismo parece estar dando lugar a manifestaciones que, lejos de ser laicas, se inspiran en paganismos.

A LA VANGUARDIA DE LA IGNORANCIA

Llama la atención que una de las naciones más resistentes de Europa, y quizá la más vieja, parezca a todos los efectos la vanguardia de esa descomposición de Occidente de la que vienen advirtiendo infinidad de pensadores, no sólo en la actualidad, sino desde hace siglos. Una nación que, para mayor misterio, ni siquiera participó en las dos guerras mundiales del pasado siglo XX, y que, por lo tanto, se libró de los shocks que son la clave de bóveda del recalcitrante pesimismo occidental, aunque éste hunda sus raíces en transformaciones anteriores.

Si acaso, en el siglo XX España sufrió una guerra civil que, aún con todo su horror, fue un pálido reflejo de las dos grandes masacres mundiales. Tampoco vivió con anterioridad, al menos ni de lejos con la intensidad de otras sociedades, la euforia industrial, tecnológica y científica con la que se auguraba una era de progreso inacabable, y que, tras la inesperada barbarie, devino en un feroz desencanto que se revolvería, no ya contra la razón, sino contra el sentimiento que le daba finalidad y sentido.
A LOS JÓVENES SE LES ENSEÑA QUE EL PAÍS DEL QUE SON PRESUNTOS CIUDADANOS NACIÓ, COMO AQUEL QUE DICE, AYER MISMO. Y QUE TODO LO SUCEDIDO ANTERIORMENTE O BIEN ES IRRELEVANTE EN LO QUE RESPECTA A SU PRESENTE O BIEN ES FALSO O BIEN LES CONVIENE REPUDIARLO
En los Estados Unidos desde hace tiempo se viene advirtiendo que la asignatura de Historia que se imparte en las escuelas se ha degradado a la enumeración técnica de una serie de episodios inconexos e incongruentes, sin un hilo argumental que los una entre sí, como si el pasado fuera una sucesión de accidentes, de cosas que ocurrían de repente; y el presente, un trozo de corcho que flota a la deriva sobre un mar de sucesos aleatorios que haría las delicias de Nassim Taleb. Pero, al menos, en los países anglosajones aún existen colegios privados que se sitúan fuera de esta tendencia y enseñan la historia de forma más romántica, como un relato con un hilo argumental que se remonta más allá de la historia contemporánea y que, en vez de aburrir hasta a las vacas, despierta el interés de los estudiantes más inquietos.

Aquí ni siquiera tenemos esa alternativa. Todas las instituciones educativas, públicas y privadas, manejan programas y libros de texto estandarizados y certificados por el ministerio de turno. Así, los únicos episodios históricos que prevalecen y están relacionados entre sí son la Guerra Civil de 1936, el franquismo y la Transición. A todos los efectos, a los jóvenes se les enseña que el país del que son presuntos ciudadanos nació, como aquel que dice, ayer mismo. Y que todo lo sucedido anteriormente o bien es irrelevante en lo que respecta a su presente o bien es falso o bien les conviene repudiarlo. Como consecuencia, la historia de España es algo discutido y discutible, y perfectamente acomodable a cualquier interpretación por disparatada que resulte. De hecho, la propia idea de España casi ha desaparecido: ha sido suplantada por un Estado de partidos —casi bandas— que genera fuerzas centrífugas, deuda, corrupción, inseguridad jurídica y desafección a raudales.

Ahora, en una vuelta de tuerca adicional en la institucionalización de la ignorancia, se pretende eliminar las asignaturas de latín y griego de los programas de estudio, reducir a la mínima expresión la Filosofía y, en general, todas las humanidades. Curiosamente, en otros países, la Filosofía es la asignatura más valorada y mayoritariamente escogida por los estudiantes más capaces y que aspiran a cursar las carreras más exigentes y con mejores salidas.

EL FINAL DEL JUEGO

Hasta la fecha esta renuncia al conocimiento y al legado se ha podido mantener en un segundo plano porque, como explica Rafael Núñez Florencio, en este rincón del mundo también existen algunas virtudes, como el genio creativo, el vitalismo y la sociabilidad. Pero primero la Gran recesión y ahora la pandemia podrían arruinar estas modestas válvulas de escape, dejándonos sin nada que interponer entre nosotros y una realidad tan desoladora como insufriblemente tediosa. Y el tedio suele causar estragos.
LAS IMÁGENES CADA VEZ MÁS FRECUENTES DE UNA VIOLENCIA GRATUITA, COMO FIN EN SÍ MISMA, QUE SE DESENCADENA CON CUALQUIER PRETEXTO EN SOCIEDADES DESARROLLADAS, EXPRESA UN IMPULSO SÁDICO QUE EN BUENA MEDIDA SURGE DEL TEDIO QUE IMPERA EN LAS VIDAS DE DEMASIADAS PERSONAS
Como advertía el físico Dennis Gabor (1900-1979), al contrario que para afrontar otros retos de la modernidad, no hay nada en nuestra evolución física y social que nos haya preparado para el tedio. A lo largo de la evolución humana, la lucha por la supervivencia ha ocupado casi todo el tiempo de nuestra existencia, y son muy pocos los individuos que han desarrollado las habilidades necesarias para no sucumbir al aburrimiento y a la anomia que inevitablemente termina apareciendo. Las imágenes cada vez más frecuentes de una violencia gratuita, como fin en sí misma, que se desencadena con cualquier pretexto en sociedades desarrolladas, expresa un impulso sádico que en buena medida surge del tedio que impera en las vidas de demasiadas personas.

Lo que impide a España por el momento caer en la violencia y la anomia es tener una población muy envejecida. No es que seamos más sabios y prudentes que otras sociedades agitadas y violentas —más bien es justo lo contrario—, es que nuestro envejecimiento, real y virtual, nos hace ser extremadamente conformistas y mansos. Aquí, hasta los líderes políticos más jóvenes se comportan como viejos prematuros y cobardes. Les aterra ser señalados, por eso expresan una indiferencia generalizada respecto a los valores, objetivos, libertades y compromisos tradicionales, y contribuyen a la liquidación del pasado, asumiendo la inevitabilidad de nuevas formas de tiranía. Esto explicaría a su vez el consenso atronador de casi todos los líderes políticos a la hora de suscribir declaraciones institucionales, pactos de Estado, leyes y proposiciones no de ley que son verdaderos atentados contra la libertad, la razón y el Estado de derecho.

Pero no quiero concluir dejando un mensaje fatalista. Al contrario, se puede hacer mucho al respecto. De entrada, afrontar los problemas requiere hacerlos visibles para así poder analizarlos, estudiarlos y, cuando menos, evitar que se agraven. En cualquier caso, las sociedades no permanecen indefinidamente en una trayectoria cuya parada final es la desintegración y el caos. Las mismas actitudes e ideas que pugnan por su aniquilación, de puro absurdas, tienden a agotarse y destruirse a sí mismas. Pero no cabe duda que la reconciliación con el pasado y la recuperación del aprecio por el conocimiento pueden acortar este proceso y, de paso, ahorrarnos muchos disgustos.

¿Ha sido sustituida la soberanía 
por la masonería?
Estamos muy lejos ya de la democracia. Eso fue un recuerdo de una noche de verano. Hace tiempo que vivimos en una especie de ficción colectiva, en una creencia, en una suposición no contrastada, en una fantasía.
Según el artículo 16.3 de la Constitución Española, España es una nación aconfesional, que no laica. Este apartado afirma que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. En otras palabras -y a grandes rasgos-, si un partido político estableciese alguna actividad religiosa en su programa electoral podría llevarla a cabo. Por lo contrario, dicha acción sería considerada ilegal en un estado laico.
Habitualmente, este tipo de nación tiende a desvincularse de la Iglesia y neutralizar la religión. Sin embargo, esta ruptura nunca ha sido instigada en España. De hecho, la propia Constitución reconoce las “relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Todo parece bastante claro. Al no darse la condición de laicidad, pero sí la de no-reconocimiento oficial de ninguna religión; y considerando pues aconfesionalidad y laicidad sinónimos a efectos prácticos, España es un país sin religión.

Pues resulta que no. La práctica dista mucho de la teoría en el estado español. Como lamentablemente cabe esperar, la presencia del catolicismo en los actos institucionales abunda, cosa que lo convierte en la religión del Estado. No podemos obviar la existencia de esta religión que, aunque no se quiera reconocer, forma parte de la vida de prácticamente todo ciudadano. Pues incluso quién se empeñe en hacer la vista gorda, tendrá que lidiar con su inevitable importancia estatal. He aquí su implicación en el día a día.
Del mismo modo, el catolicismo se hace presente en actos institucionales, tanto de carácter civil como militar. Esto es, en una gran cantidad de tragedias nacionales, se asume la fe de las víctimas y se celebran funerales y memoriales católicos en honor a ellos. No habría ningún problema con esto siempre y que fuera con el consentimiento de los familiares y se diera la opción a ser recordado mediante otras religiones.
En países con una larga tradición democrática y laica, las posturas de un número importante de congregaciones católicas ante temas similares a los debatidos han tenido como respuesta que los feligreses tomen militancia activa en la defensa de sus convicciones. Quizá sea éste el paso que los católicos españoles hayan que iniciar, organizándose y saliendo a la vida pública para defenderse y defender sus ideas.
Señores: la democracia murió hace años. Ya no es lo que parece. Estamos siendo engañados. Los cerebros de una parte muy importante de la población han sido clonados. El adoctrinamiento dirigido desde las logias es un hecho. Las personas cada vez lo son menos, y se han convertido en individuos cuyas percepciones y visión objetiva de la realidad no se parece en nada a lo que está sucediendo. Y eso es fácil de hacer. Solamente se requiere el control de los medios de comunicación, de la escuela y la demonización de los que nos salimos de los raíles de lo políticamente correcto, del pensamiento homogéneo y monolítico.

Vayamos a algunos ejemplos. Muchos hemos visto el homenaje de Estado a las víctimas del llamado Covid-19. Lo que yo he visto en ese acto es una gran tenida masónica. Con la excusa del aconfesionalismo del Estado han sustituido un funeral religioso por una escenografía característica de la masonería. Es que ya ni lo disfrazan, es de una claridad manifiesta para todos los que de alguna forma conocemos los ritos masónicos y su parafernalia.

Vayamos a otro ejemplo: Médicos por la Verdad, asociación que trata de devolver al sistema sanitario a los cauces de la ciencia, critica el uso de la mascarilla con carácter general y más en un momento en el que no existe oficialmente pandemia. Lo dice hasta la OMS que manifiesta que no es recomendable el uso de la mascarilla con carácter universal, para todas las personas, y que tiene efectos nocivos para la salud; como igualmente certifican médicos que no están sometidos desde el poder político y que no se dejan prostituir e incumplir el juramento hipocrático.

¿Existen contagios contrastados por los colegios profesionales médicos que permitan inferir que iniciamos una nueva curva de pandemia? ¿Por qué la clase médica tiene que someterse a los caprichos de los políticos, o lo que es peor y perverso, a sus intenciones ocultas y diseños poblacionales y de control social?

Veamos: importantes especialistas del mundo de la psicología demuestran que el uso de la mascarilla de forma continuada produce un efecto de pérdida de la identidad personal, del nivel de conciencia en la individualidad de las decisiones, y en la capacidad de uso del libre albedrío. Es una forma sutil de dejar vacía la personalidad, de despersonalizar la expresión de las emociones, de impedir una comunicación facial que es parte de la comunicación subconsciente. De liquidar la afectividad de los gestos con los que el ser humano se manifiesta en cada una de sus expresiones.
Con esto las personas se convierten en dóciles, sumisas, dispuestas a obedecer cualquier orden o mandato por muy absurdo que sea; incapaces de adoptar el control de sus propias decisiones, se convierten en masa. Esa masa sin rostro, sin gestos, sin individualidad. Si se dan cuenta ustedes es el último estadio de adocenamiento, de control mental, de modificación cognitiva.
Primero fue a través de la escuela, extirpando cualquier conocimiento sobre nuestro pasado remoto, liquidando el conocimiento antropológico, cultural e histórico de nuestros ancestros, aboliendo la formación humanística. Objetivo número uno de la masonería.
Lo experimentaron nuestros hermanos hispanos tras los procesos de emancipación americana guiados desde las logias inglesas a cuya obediencia se sometieron San Martín y Simón Bolívar.
Segundo, ha sido a través de los medios de comunicación que se llaman “mass media”, es decir los controlados por los poderes financieros y por sus poderes políticos que creemos que votamos los ciudadanos, siendo una enorme mentira. Son designados desde las instancias ocultas.
Tercero, a través de unos poderes que no son independientes entre sí, sino controlados desde las instancias anteriormente citadas. No hay ni poder judicial y legislativo independiente. Todos dependen de los mismos poderes antedichos.
Cuarto, mediante una pandemia probablemente inducida, cuyos efectos están diversificados en varias fases:

Fase A.- Confinamiento. Liquidando los derechos y garantías constitucionales, que fundamentalmente deberían amparar a los individuos.
Fase B.- Cuando la curva de la pandemia está ya en niveles próximos a cero, sacando de la manga la necesidad del uso generalizado de las mascarillas, lo cual es nocivo para la salud y letal para determinados grupos de población sobre los cuales los efectos pueden ser determinantes para llegar al punto final de sus existencias vitales.
Fase C.- A esta aún no hemos llegado, pero ya lo anuncian de una u otra manera, como si fueran oráculos de lo que va a venir. Es decir, un nuevo confinamiento.

Tras este proceso, la capacidad personal de autodeterminarnos como elementos activos de la soberanía nacional quedará definitivamente anulada, y seremos presos de un diseño cuyo final y destino es dejar a los individuos como correa de transmisión de un Estado totalitario.

Sánchez e Iglesias los saben bien, pero no son los únicos.

Racismo, Feminismo y Justicia Social | Raúl González Zorrilla | Mentores




VACUNARSE VENENO ES UN ACTO CRIMINAL