EL Rincón de Yanka: FELIPE NERI, EL SANTO DEL BUEN HUMOR 😀

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sábado, 18 de julio de 2020

FELIPE NERI, EL SANTO DEL BUEN HUMOR 😀




Anécdotas de San Felipe Neri
Su autopsia reveló que tenía dos costillas rotas: la palpitación de su corazón, más grande de lo normal, se hizo espacio para latir.
Felipe Neri, 
el santo al que no le cabía el gozo en el cuerpo

En el 1500 en Roma no había escuelas, sino que abundaba la miseria, y bandas de niños abandonados a si mismos, ladronzuelos y siempre hambrientos llenaban las calles intentando robar a los que pasaban o llevarse algo de comida de los puestos del mercado.
Culto, apasionado de Dios (se dice que en su primer éxtasis el corazón se le dilató en el pecho rompiéndole dos costillas) y siempre de buen humor, este joven florentino de buena familia nació en Florencia el 21 de julio de 1515.

“Pippo buono”, le llamaban todos, dio a los niños abandonados un hogar y una familia, y mendigó por las calles para que tuvieran qué comer, enseñándoles con el canto y la catequesis.

Sigue muy viva la risa de gran burlón que llevaba el corazón de pequeños y grandes a Dios a través de la alegría y la sencillez, como muestran estas anécdotas de su vida.

Sed buenos… ¡si podéis!

Felipe quería que sus niños crecieran en la alegría y cantando: todo lo contrario que la severidad y el uso del bastón que, en la época, se consideraban necesarios para educar a los jóvenes.
“Hijos míos –decía– sed alegres: no quiero ni escrúpulos ni melancolías, me basta con que no pequéis”.
Su frase famosa (se convirtió en el título de una película en 1983 con Johnny Dorelli) era: “Sed buenos… ¡si podéis!”.
Y en su dialecto romano, cuando sus chicos le hacían perder la paciencia, les decía la frase (dulcificada al final): “Te possi morì ammazzato… (algo así como “allá te mueras”) ppe’ la fede!» (¡por la fe!).

Mendigo por amor

Felipe intentaba proporcionar a sus chicos todo lo que necesitaban y no dudaba en llamar a las puertas de los palacios de los ricos para pedir limosna.
Se cuenta que una vez, un señor rico, molesto por sus peticiones, le dio una bofetada. El santo no se descompuso: “Esto es para mí –dijo sonriendo– os lo agradezco. Ahora dadme algo para mis chicos”.

¡Quitadme los zapatos!

Está claro que para san Felipe, la humildad era la virtud principal. En su época había una religiosa que tenía gran notoriedad porque se decía que tenía éxtasis y revelaciones.

Un día el Papa mandó a Felipe para comprobar la santidad de la monja, que se encontraba en un convento en los alrededores de Roma.
Mientras Felipe estaba de camino, un violento temporal transformó en fango la carretera, de manera que el santo llegó a su destino hecho un desastre y con los zapatos sucios.
Cuando llegó ante él la monja, con las manos juntas y una expresión hierática, Felipe se sentó, le mostró sus pies, y le dijo: “¡Quitadme los zapatos!”.
Indignada por el tratamiento, la monja no lo hizo, y le miró, pero el santo no añadió nada más: tomó de nuevo el manto y volvió a Roma para decirle al Papa que, según él, una persona que no tiene la humildad de ponerse al servicio de quien lo necesita, no puede ser santa.

Los daños de la charlatanería

Un día, una conocida charlatana fue a confesarse donde él. El confesor escuchó atentamente y después le puso esta penitencia: “Quítale las plumas a una gallina y espárcelas por las calles de Roma. Después vuelve donde mí”.
La mujer, bastante desconcertada, cumplió con esta extraña penitencia y volvió donde el santo.
“¡La penitencia no ha terminado! –dijo Felipe– Ahora tienes que ir por toda Roma y recoger las plumas que has esparcido”. “¡Pero es imposible!”, respondió la mujer.
“¡Tampoco las habladurías que has esparcido por toda Roma se pueden recoger! – replicó él –. Son como las plumas de esta gallina. No hay remedio para el daño que has hecho con tus habladurías”.

¡Prefiero el paraíso!

Muchos recordarán la película de 2010 sobre la vida de san Felipe Neri protagonizada por Gigi Proietti: Prefiero el Paraíso. Pero quizás no todos sepan de dónde viene la frase.
La leyenda dice que al santo, amigo no solo de los niños de la calle y de la gente pobre, sino también de papas y cardenales (en particular del cardenal de Milán Carlos Borromeo) que a menudo le pedían consejo, se le propuso una vez ser él mismo cardenal.
Pero Felipe, que despreció siempre en su vida las riquezas materiales y todo privilegio, respondió en seguida: “¡Prefiero el Paraíso!”.

Un corazón vibrante

La intensidad con la que vivía se reflejó incluso físicamente, con un corazón tremendamente palpitante, en sentido literal. Muchos lo percibieron durante su vida, y lo constató en su muerte Andrea Cesalpino, el médico que le realizó la autopsia.
“En el año 1593 me llamaron, ya que Padre Felipe había enfermado. Noté una pulsación muy fuerte en el Padre, se me informó que era un asunto ya antiguo», escribió en su informe, citado en el libro de Paul Türks Felipe Neri, el fuego de la alegría (Ed Guadalmena, Sevilla 1992. 36.).
«Buscando la causa, examiné su pecho y descubrí que estaba abultado, un tipo de tumor justo en las pequeñas costillas cerca del corazón. Tocándolo me di cuenta de que las costillas, en este lugar, estaban elevadas«, señala el informe.
Y añade: «El asunto se clarificó después de su muerte. Abriendo el pecho descubrí que las costillas del lugar estaban quebradas, los huesos separados del cartílago. De esta forma era posible que la palpitación del corazón, más grande de lo normal, tuviera espacio para latir». 

Tenía gracia y sabía hacer las cosas con humor. Enseñaba y avisaba sin ofender.
Y riendo, riendo, metía las verdades mayores en las almas.

Aquel joven —éste es uno de los casos suyos que más se cuentan— era un buen soñador. Felipe le quiere hacer ver la vanidad de la vida, y empieza con sus “después” famosos: -Y ahora muchacho, ¿qué piensas hacer, muchacho? -Pues, estudiar fuerte y sacar mi carrera.
-¿Y después?... -Después, buscarme un trabajo que me dé nombre y me dé dinero.
-¿Y después? -Después, me buscaré mi novia, naturalmente, y que sea buena y bonita.
-¿Y después? -Después, me casaré, y a ser feliz.
-¿Y después? -Después..., eso que he dicho, a ser feliz toda mi vida con mi mujer.
-¿Y después?... -¡Toma! Pues, como todos los hombres. Después, a morir, y ojalá sea de viejo, ¿no le parece?...
-¿Y después? -Después, después...
-Ya te lo digo yo. Después a presentarte en el tribunal de Dios, a darle cuenta de toda tu vida y a recibir de Él la sentencia que durará para siempre.

De una manera tan sencilla, tan divertida, tan simpática, orientaba a un joven por el camino de la vida para que su ideal fuese cristiano y no vulgar.

Con otro lo hizo de una manera más seria, aunque igual de alegre.
Entre sus discípulos del Oratorio tenía uno muy bien preparado, listo y ejemplar. Por luz divina —pues Felipe conocía mucho a las almas— intuye lo que le aguarda a aquel su estupendo dirigido, llamado César Baronio.
El Santo, en vez de dedicarlo a los estudios en los que brillaría tanto, lo manda a la cocina y allí lo tiene en humildad y sacrificio durante mucho tiempo.
César obedece rendido. Y sin quejarse, y con buen humor, escribe en la pared una frase que se ha hecho muy famosa:
-César Baronio, cocinero perpetuo. Cuando César está ya bien entrenado en la humildad y el sacrificio, Felipe lo saca de la cocina y lo destina a los estudios.
Vino lo que se esperaba: César investiga, enseña, escribe y se convierte como historiador en una autoridad, de prestigio enorme en toda Europa con su obra monumental de Los Anales. Ya teníamos al sabio y santo Cardenal Baronio, y no un profesor y un escritor vulgar y vanidoso.

Una penitencia un poco rara

San Felipe Neri era un santo con gran sentido común. Trataba a sus penitentes de una manera muy práctica.
Una señora tenía la costumbre de irse a confesar donde él y casi siempre tenía el mismo cuento que decir: el de calumniar a sus vecinos. Por ello, san Felipe, le dijo:
- De penitencia vas a ir al mercado, compras un pollo y me lo traes a mí. Pero de regreso lo vas desplumando, arrojando las plumas en las calles conforme caminas.
La señora pensó que ésta era una penitencia rara, pero deseando recibir la absolución, hizo conforme se le había indicado y por fin regresó donde san Felipe.
- Bueno, Padre, he completado mi penitencia.
Y le mostró el pollo desplumado.
- Oh, de ningún modo la has completado – le dijo el santo. Ahora regresarás al mercado y en el camino recoges todas las plumas y las pones en una bolsa. Entonces regresas donde mí con la bolsa”.
- ¡Pero eso es imposible! –lloró la señora–, ¡esas plumas deben de estar ahora por toda la ciudad!.
- Es cierto –replicó el santo–, pero tienes aún menor oportunidad de recoger todos los cuentos que has dicho sobre tus vecinos.

¿Cuándo empezamos a ser mejores?

Cuentan que San Felipe acostumbraba saludar a sus amigos con estas palabras:
- Y bien, hermanos, ¿cuándo vamos a empezar a ser mejores?
Si éstos le preguntaban qué debían hacer para mejorar, les explicaba y los llevaba consigo a cuidar a los enfermos de los hospitales y a visitar las siete iglesias, que era una de su devociones favoritas...

Santidad: ¡poca santidad!

Un día el Papa le encomendó una tarea de discernimiento de espíritu. Había una monja muy popular, de la que se decía que entraba en arrobamientos místicos. El Sumo Pontífice quería una opinión de Felipe al respecto.
El santo se puso en marcha hacia el monasterio un día de lluvia torrencial. El barro del camino le llegaba hasta la rodilla. Allí, mientras se secaba un poco, se acercó la monja considerada mística. Felipe le pidió:
- Hermana, por amor de Dios, sáqueme las botas y séqueme los pies que están como una gallina pasada por agua.
La monja lo miró extrañadísima y, con desaire, abandonó la habitación.
Felipe se encaminó al Vaticano, pidió ver al Papa y dio su parecer:
- Santidad: ¡Poca santidad!

"EL GENEROSO NO EXIGE SUS DERECHOS"

"Sólo un corazón que ama ve la necesidad ajena antes que la propia"

En 1152 hubo una gran carestía en Roma y el pueblo pasaba hambre. El pan estaba tan escaso que el que no se apresuraba a proveerse en la mañana, corría el riesgo de quedarse sin él. San Felipe se encontraba en San Jerónimo de la Caridad, una capilla y asilo sacerdotal, con otros sacerdotes y algún laico.
Una señora piadosa, sabiendo que el santo estaba reducido a tal estado de miseria de no poder ni siquiera proveerse de pan, le llevó de regalo seis grandes piezas.
Semejante provisión le podía bastar para algunos días, pero Felipe, viendo a un sacerdote español en grave necesidad, se lo regaló, sin quedarse ni siquiera con una.
Próspero Crivelli, su penitente, le hizo la observación de que habría podido al menos ser un poco previsor.
El santo repuso: "¿Qué quieres? Ese pobre sacerdote es forastero y no encontraría fácilmente almas generosas.
Aquel día Felipe, por almuerzo y cena, se contentó con unas pocas aceitunas. Pero él bien podía decir con Jesús: "Mi alimento es hacer la voluntad de Él, que me ha enviado".

"Dos escoltas al salir de Misa"

"Podéis Ir en paz" no significa "a la una, a las dos y a las…¡tres!"

San Felipe Neri se las sabía todas. Por ejemplo, no quería que se hablara de su santidad, por lo que intentaba desorientar a los fieles y confundirlos. Su humorismo tenía también el fin de camuflar su piedad sin límites, haciendo llamar la atención sobre sus defectos externos y sus extravagancias. Pero su irresistible gusto por las bromas y las ganas de desbaratar algunos prejuicios y de confundir a los soberbios, los llevaba en la sangre desde pequeño.
Una vez, viendo que varios de los fieles salían de la iglesia después de recibir la comunión, sin dedicar un momento de acción de gracias al Señor, mandó dos monaguillos con dos cirios encendidos a que siguieran a estos "apresurados". ¿Por qué?. Preguntó uno de ellos. Y el santo les contestó:
"Simplemente para que acompañen al Santísimo que tú has recibido hace un momento y lo alaben de tu parte".

"LAS APARIENCIAS ENGAÑAN"

"Quien desea la Gloria no se preocupa de los pobres honores humanos"

El cardenal Alfonso Gesualdo, al visitar a Felipe, una vez le regaló una magnífica piel de marta, diciéndole:
-Usted está viejo y tiene necesidad de algo caliente. Puede ponérsela estando en su cuarto.
-Demasiado gentil, Eminencia -respondió el santo-, lo haré como dice.
Sin embargo, San Felipe no se contentaba con llevarla cuando estaba en su cuarto, sino también bajando a la Iglesia y en público. Muchas veces fue visto por las calles más populosas de Roma, vistiendo sobre la ropa la piel.
Caminaba con aire de recogimiento y para llamar más la atención de la gente daba, de tanto en tanto, ojeadas de complacencia a su bello hábito.
Cuando se daba cuenta de que era objeto de admiración por parte del pueblo, saltando se ponía a gorjear.
Otra vez se hizo afeitar por el hermano de la casa, Julio Svera, la mitad de la barba y de aquella manera salió por las calles; todos los que lo Encontraban lo miraban riéndose. El santo, en cambio, caminaba como si nada; iba serio, arrogante, haciéndoles a todos una reverente inclinación.

“DIOS SE ALEGRA CON NOSOTROS”

“Ese enemigo del alma debe ser atacado sin tregua ni contemplaciones"

Un día que estaba leyendo un libro de humor, muy gracioso, comenzó a reírse a las carcajadas. Otro religioso, molesto por su actitud, lo reprendió diciéndole:
– Los sacerdotes no deben reís ruidosamente.
Felipe, conservando su brillante sonrisa, le respondió:
– El Señor es bueno, ¿cómo no va a alegrarse de que sus hijos nos riamos? La tristeza nos hace doblar el cuello y no nos permite mirar al Cielo. Debemos combatir la tristeza, no la alegría.

La virtud de la alegría fue una de las que más brilló en la vida de san Felipe, alegría en la pureza y la caridad fraterna.

“AGUA MÁGICA”

“La gracia perfecciona incluso el sentido común”

Una mujer, suelta de lengua fue a ver al santo para pedirle consejo.
-Mi marido y yo no conseguimos ponernos de acuerdo. Nos peleamos por todo. Y lo peor es que él me pega, yo grito, los vecinos acuden…¡Créame, Padre!, es un verdadero infierno. ¿Qué me aconseja?
-Buena señora, tengo justo lo que usted necesita, una medicina infalible, un curalotodo milagroso. Tenga este frasco; cuando vuestro marido comience a reñir, beba un sorbo y manténgalo un momento en la boca. Haga siempre lo mismo cuando esté iniciando la discusión. Verá que el resultado será seguro.
Algunos días después, la mujer volvió con la botella vacía.
-Ha sucedido exactamente como usted dijo, padre Felipe. ¡Ha funcionado! Mi marido sigue peleando, pero yo estoy curada. Déme otra de esas botellas.
-Con gusto -sonrió el sabio Felipe entregándole otra botella de agua pura recogida de la fuente.

“LA HUMILDAD ES ALEGRE”

“Sacrificaba su fama por un bien superior”

Cuando tenía visitas de personas distinguidas hacía algunos arreglos cómicos en su vestimenta y narraba cuentos usando a menudo expresiones vulgares.
Una vez vino a verlo a la iglesia el noble romano Lorenzo Altieri, el cual jamás había visto al santo.
Cuál no sería la sorpresa de Altieri al verlo delante de él con los vestidos más ridículos. Vestía una vieja levita, tenía en la cabeza un bonete rojo y calzaba zapatillas blancas.
El médico que acompañaba a Altieri, comprendiendo su impresión, explicó el motivo por el que el santo vestía de aquella manera. Cuando supo que Felipe lo hacía así para mortificarse, quedó tan admirado que regresó otra vez a visitarlo y lo escuchó con gran respeto.

Estos extraños modos con que Felipe acogía a sus visitantes no eran del agrado de sus discípulos, quienes temían disminuyese la estima de la que el santo estaba rodeado.

Uno de ellos, un día lo dijo:
-Padre, estaría bien que con ciertas personas importantes usted se portara más serio, porque quien no lo conozca podría escandalizarse.
Y él, levantándose de un salto, repuso:
-Desearías tú que otros dijeran que yo soy un hombre que sabe escupir bellas palabras ¿eh? ¿No ves, ingenuo, que entonces dirían: Felipe es un santo? ¡Que vengan a mí los gentilhombres y los nobles que lo haré peor aún!

“UN LOCO ALEGRE, PERO PELIGROSO”

“Librándonos de las vanidades damos lugar a Dios en nosotros”

A simple vista, nadie daría ni cinco centavos por este viejito extravagante. Pero era todo un montaje para desorientar a los soberbios y reducir a los poderosos. ¡Quién sabe por qué a San Felipe le gustaba tanto jugar malas pasadas (a veces un poco crueles), incluso a los cardenales y a la gente de alcurnia!
Cuando éstos acudían a él para demostrarle su admiración, él hacía de todo para intentar desilusionarlos: se presentaba con un gato en los brazos dándole más atención al animal que a aquellos personajes presuntuosos y terriblemente importantes.
No se podía quejar de que lo llamaran “loco”, ¿verdad? Sus sabios consejos los daba también bajo forma de píldoras chistosas.
Una vez, un fraile, que le parecía demasiado vanidoso y satisfecho de su propia elocuencia (uno de esos a los que les gusta escucharse a sí mismos), lo obligó a predicar sin la túnica, luciendo una especie de calzones hasta las rodillas (como se usaba entonces).

SE REÍAN DE LAS APARIENCIAS”

“Cuando nos preocupa lo mundano, no nos preocupa lo esencial”

En tiempos de San Felipe, en Roma, vivía otro personaje amigo de nuestro santo: San Félix de Cantalicio, primer santo de la Orden de los franciscanos capuchinos. Se paseaba siempre alegre por la Ciudad Eterna mendigando y distribuyendo a los pobres lo que había recogido. Con San Felipe se llevaban que daba gusto.
Cuando se encontraban por la calle se deseaban mala suerte diciéndose: “¡Cuándo te veré en la hoguera!” Y se oía la respuesta del otro: “¡Que te parta un rayo”.

Un día, siempre bromeando, se desafiaron delante de un pequeño grupo de gente que pasaba por allí.
Ahora veré si sabes vivir bien la mortificación -dice Félix a Felipe ofreciéndole una bota de vino.
San Felipe la agarró y bebió en medio de las risas de la gente, que pensaría ver a un cura borracho.
Pero después dijo: “Ahora veremos si tú estás mortificado”; y le encajó en la cabeza del fraile un enorme sombrero de cura sobre la capucha del hábito.
De modo que esa tarde fueron el gracioso y ridículo espectáculo de la gente.

Y pensar que continuamente nos amargamos si no tenemos nuestra ropa al detalle.

DICHOS DE SAN FELIPE

"Quien quiera algo que no sea Cristo,
no sabe lo que quiere;
quien pida algo que no sea Cristo,
no sabe lo que pide;
quien no trabaje por Cristo,
no sabe lo que hace"

"Como es posible que alguien que cree en Dios
pueda amar algo fuera de Él".
"¿Oh Señor que eres tan adorable
y me has mandado a amarte,
por qué me diste tan solo un corazón
y este tan pequeño?" 
Bibliografía
Butler, Vida de los Santos, Vol II
PP. Louis Poncelle y Louis Bourdet, 
St. Philip Neri and teh Roman Society of his times.



Vida y anécdotas de 
San Felipe Neri

Un rasgo de Felipe (Filippo) Neri que llamó profundamente la atención de Newman, porque reconoció allí convicciones y comportamientos que él mismo había formado y practicado en sus años anglicanos. Era una visión positiva del mundo y de sus posibilidades para abrirse al Evangelio. Felipe se “dio cuenta de que el mal había de ser vencido no con discusiones, ni con ciencia, ni con protestas o advertencias, ni tampoco por el religioso retirado del mundo, sino por medio de la gran fascinación contraria que surge de la pureza de alma y de la Verdad. Y para los que decían que el Evangelio era muy difícil, respondía que porque era Sencillo.
Prólogo


¡Una nueva vida de santos! Y sí, porque son los santos los que nos muestran el camino, son los santos los que nos animan y son ellos quienes nos acusan...
San Felipe Neri... ¡qué poco lo conocemos! Y sin embargo, ha sido uno de los más grandes santos de la Iglesia en aquella convulsionada época de la Contrarreforma católica. Eran tiempos difíciles para nuestra Madre la Iglesia; eran tiempos en que la filosofía del Evangelio ya no gobernaba todos los estados y cuando la misma doctrina evangélica no fluía en las venas de muchos de sus miembros. Había dos alternativas: "pegar el portazo" y comenzar a criticar a la Iglesia desde la vereda de enfrente, o comenzar la reforma desde su interior. La primera fue la respuesta de Lutero y compañía; y a la enfermedad, en vez de aplicarle un remedio, se la quiso curar con el veneno de la herejía. Había una segunda manera de responder y fue la de los grandes santos como Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Isidro y Francisco Javier, que no por casualidad fueron canonizados en la misma ceremonia.
Allí encontramos la extraordinaria vida de San Felipe Neri: un hombre que, como todos los santos, mostró una de las tantas caras de Dios. Porque si hay una característica que puede destacarse a lo largo de su vida es que supo que esta vida es una simple escena que pasa (cfr. 1Cor 7,31).
Pero: len qué faceta pudo haberse destacado más este hombre, que no fue un penitente, no se privaba del vino ni de los juegos, no dejaba de cantar y aborrecía las caras largas y tristes? Creo que en la alegría de Dios, "alegría de nuestra juventud " (Ps. 42). San Felipe sabía reírse de sí mismo y sabía corregir con la risa, sabía ver la comedia en la tragedia, cosa que hoy hemos perdido porque el inundo en el que vivimos se ha olvidado de Dios y del humor de Dios.
Un gran obispo norteamericano, Mons. Fulton Sheen, decía que "los ateos se toman demasiado en serio esta vida porque piensan que es la única que tienen"; y es cierto. Por eso la angustia permanente del hombre moderno, disfrazada de estrés o de neurosis, fenómenos consecuencia de una visión inmanentista, o sea materialista, del hombre y su naturaleza, que no basta, no alcanza para proporcionar felicidad y justicia. Este inmanentismo hasta ahora va ganando.

La naturaleza religiosa del hombre no se puede extirpar o eliminar: está en su propio ser. Por tal razón el modernismo innmanentista, que se manifiesta en el hedonismo y el cientificismo, desaparecerá, como lo señaló un pensador francés, André Malraux -nada católico, pero cuya cultura le permitía oler la historia- al afirmar que "el siglo XXI será religioso".
Y San Felipe Neri se tomó la vida tan en serio que muchos consideraban que era en broma, porque cada día y en cada momento se reía de sí mismo y de aquellos que solemnes, carilargos y formales en lo secundario no eran sino exponentes del puritanismo protestante, aunque se dijesen o creyesen católicos.
Este libro está escrito a modo de una sucesión de instantáneas que ilustran sobre cómo debe adiministrar un católico su vida (y por ende su alegría). Pensado inicialmente para los más jóvenes, también los adultos encontrarán en él observaciones y criterios para una mejor comprensión del ser humano. Del ser humano que, habiendo tomado conciencia de la "levedad del ser", busca la virtud a los ojos de Dios y no de los hombres, persiguiendo la perfección que el Señor nos indicara: "Sed perfectos como vuestro Padre que está en los Cielos" (Mt 5,48).
Mons. Víctor A. Sequeiros, IVE

Nacimiento

Casi como en un oasis de hermosa pureza el día 2 de julio de 1515 nacía en las orillas del río Arno Felipe Neri, una de las glorias más grandes de la Iglesia.
Hijo de Francisco y de Lucrecia Da Mosciano, Felipe era un niño de hermoso talante: los cabellos rubios, sus ojos azules, la estampa varonil, hacían del joven la envidia de las madres toscanas. Obedientes a las recomendaciones de la Iglesia, sus padres lo bautizaron poco después del alumbramiento con el nombre de Felipe Rómulo en la iglesia de San Giovanni, sin saber quizás que, con su segundo nombre, recibiría un destino: el de ser uno de los fundadores de Roma, de la Roma que la Iglesia necesitaba.

La infancia

Las dotes naturales del niño se manifestaron desde muy temprana edad, pero había tres características que lo distinguían: su afabilidad en el trato, la pureza angelical y la prontitud en la obediencia. Bien diría años después San Juan Bosco que si alguien desease saber la santidad o no de un joven debería descubrirla en dos virtudes: la pureza y la obediencia.

Pero las virtudes no nacen por generación espontánea: es necesario que se eduquen y se pongan en práctica. Para ello están los padres y los educadores, guías en los que Dios se apoya y si bien Felipe tenía una bondad natural no por ello podía dejárselo sin correcciones.
¡Siéntate aquí y no te muevas más hasta que te diga! -le diría una vez su madre ante cierta travesura del pequeño.
Felipe, encolerizado por la corrección pero dispuesto a obedecer, tomó una silla, se sentó y permaneció inmóvil. Quería demostrar que sabía obedecer. El tiempo transcurría y la madre, ocupada en los quehaceres de la casa había olvidado la pena impuesta; luego de un largo rato, pasando allí por casualidad, vio a su hijo aún sentado en la misma posición en que lo había dejado...
- Felipe ¿qué haces? -le dijo.
- Cumplo la penitencia que me impusiste -respondió el pequeño.
- Ah, cierto... ya puedes ir a jugar -dijo la madre confundida.
Dando un salto de alegría y sin decir palabra volvió a sus andanzas infantiles pasando airosamente la prueba de la obediencia.

La bondad natural de Felipe

La ciudad de Florencia que lo vio nacer es la cuna del arte italiano y un paso obligado para quien visite la península itálica. Fue allí mismo donde se forjó el alma de Felipe Neri; un alma hermosa que, desde su juventud, recurriría a la mansedumbre para atraer hacia sí las almas. La anécdota, la broma que suaviza las polémicas, el desvío de las malas conversaciones, etc., eran las estrategias preferidas del joven toscano, al punto que las mamás (que para esto poseen un sexto sentido) veían en él la compañía ideal para sus hijos.
- Ve a jugar con "Pippo" -decían a sus hijos- a ver si se te pega algo de bondad.
Felipe era un niño normal (como han sido todos los santos) y, naturalmente, jugaba. Como sabemos es en el juego donde un niño comienza a forjar su personalidad descubriéndose a sí mismo; allí se ve la generosidad, el egoísmo, los caprichos, el tesón. Y si es cierto que los pasatiempos de la época eran más sanos que los de ahora, no por ello estaban ausentes algunos juegos que ponían en peligro la inocencia de los niños. Felipe lo sabía incluso a pesar de su inocencia, por lo que, ante el menor indicio de curiosidad por algo que podía ser peligroso, con su liderazgo y bondad natural casi innatos hacía que todos desviasen la atención hacia él cuando, por ejemplo, decía:
- ¡Ajugar a... la rayuela!
Hoy diremos: ¡pero qué juego más tonto y sencillo! Sí, pero necesario para mantenerse ocupado y desviar la atención de otros temas que a veces surgen entre los más pequeños. Su afición por este entretenimiento tan pueril era tal que, hasta de grande, con sotana y todo, el "Padre Felipe" lo seguirá jugando por las calles de Roma, entonces para descolocar a los más grandes y mortificar su orgullo...
El pequeño Felipe jugaba , pero dejaba oportunidad para hacer el bien e inculcarlo a los demás:
- Pippo, ¿vienes a jugar con nosotros? -le decían algunos amigos.
-Sí, pero aguárdenme solo un segundo que voy a hacer una visita a Jesús Sacramentado en la iglesia de San Marcos. ¡Enseguida los alcanzo! -les respondía dándoles ejemplo.
Así, luego de un breve tiempo de oración frente al Rey de los reyes, llegaba Felipe hecho una tromba para ser el primero en los juegos.
- ¡Eh, ahí viene Felipe! ¡Ahora sí que nos divertiremos! -se animaban.

- ¡Hagamos un desafío! -decía Felipe uniéndose al resto.
Como siempre, entre juego y juego había quienes se gastaban bromas que, por momentos, llegaban a la humillación; para evitarlo, Felipe tenía una táctica: se las ingeniaba para ser siempre el primero en reírse de sí mismo. Tenía la rara virtud de hacerse blanco de las bromas para que todos se rieran de sus "torpezas" dejando así a los más débiles en paz. No lo hacía para ser el centro de atención, sino para distraerla de aquellos que sufrían con las humillaciones propias de los niños.
Durante el juego intentaba integrar a todos, haciendo participar a los más tímidos en los puestos más importantes; de este modo se ganaba su amistad dándoles la posibilidad de que fuesen aceptados por el resto de los compañeros.

La vida familiar

Entre las victorias del demonio debe estar entre las más grandes, en la actualidad, la de trazar la vida de los santos como gente salida de una película de estatuas. Anécdotas siempre extraordinarias, figuras valientes y generosas y una vida de ficción es lo que abunda por lo general en algunas biografías modernas. San Felipe Neri, a pesar de los dones extraordinarios que Dios le concedió, era un hombre común; y así como le gustaba jugar a la rayuela, también tendría la costumbre jugar "a ser monje". Eran épocas donde podían verse aún a los frailes dominicos, franciscanos o cistercienses, caminando por las calles y claustros de la ciudad, por lo que no era extraño que un niño los imitase casi jugando.
Era así que, luego de aprender las primeras letras, al leer o cantar los salinos a él le parecía estar leyendo la poesía más hermosa de la tierra, la oración más bella, pese a que muchas veces no comprendiese todas las palabras. Sentado en un ángulo de la casa y con solemne tono benedictino, tomaba en sus manos el Oficio Divino que poseía su familia y cantaba los himnos, las lecturas y salmos en compañía de su hermana Isabel. Ambos imaginaban estar en el cercano convento de los frailes dominicos de San Marcos, rodeados de la belleza de los frescos del famoso beato Fra Angélico, uno de sus antiguos priores.
- ¡Escucha esto Isabel! -le decía a su hermana. ¡Mira qué hermoso!: «Magniii- iiii- fiicat, aninia niea Donlino- o» -decía el jovencito.
Con una dulzura y una sensibilidad artística estupenda, comenzaba su oficio de cantor narrando las alabanzas al Buen Dios. Más tarde, con el tiempo, sería él mismo quien, casi como jugando , haría nacer en Roma un nuevo género musical: el Oratorio.
Pero no todo era piedad. Como todo niño debía crecer en virtudes y corregir los defectos. Fue así como un día tanto él como su hermana Isabel se encontraban absortos en la recitación del los salmos; su otra hermana, Catalina, se divertía en la misma habitación con otros quehaceres, hasta que en un momento, se les acercó y comenzó a insistirles para que jugasen con ella y dejaran para más adelante el canto monacal.
¡Quédate quieta, por favor!; nosotros estamos rezando -le respondió Felipe.
Al ver que Catalina insistía, Felipe perdió la paciencia y le dio tal empujón que la hizo caer por tierra. Enseguida, los llantos y los gritos hicieron que la madre interviniera.
¡Mamá!, ¡mamá! Felipe me golpeó -fue la acusación de la niña.
Apareció rápidamente no solo la madre sino el padre, quien mirándolo fijamente, le dijo:
Felipe: tú eres el mayor, por lo tanto debes dar siempre buen ejemplo. ¿Cómo has hecho esto?
El pobre Felipe se sintió desvanecer y agachando la cabeza partió hacia su habitación con los ojos llenos de lágrimas. El padre conocía la sensibilidad de su hijo y por ello sabía que las pequeñas correcciones hechas a tiempo forjarían lentamente su temperamento fogoso. Luego de algunos instantes, después de pedir las disculpas del caso, todo volvería a la normalidad y los niños proseguirían sus juegos.
"Nada grave'', dirá alguno, pero sí un ejemplo concreto de cómo educar la voluntad de los hijos y corregir a tiempo el árbol antes de que crezca torcido...

Un pequeño milagro

El papá de Felipe, Francisco Neri, poseía en Castelfranco de Sopra, cerca de la ciudad de Valdarno, una casa de verano que había heredado y que solían utilizar para esa época del año. Allí los niños se divertían a sus anchas: corrían por el campo, cantaban y se revolcaban.
Un día, entusiasmado por hacer siempre "cosas nuevas", a Felipe se le ocurrió jugar a ser jinete sin saber aún cabalgar... Frente a su casa pastaba un hermoso asno, al que se acercó lentamente; y al ver que era manso, dio un gran salto y lo montó de improviso. Lamentablemente los cálculos le fallaron pues el animal, asustado por el invasor y sintiéndose atacado, comenzó a dar patadas para un lado y para el otro moviéndose como un torbellino. El aprendiz de jinete se abrazaba cada vez con más fuerza a las orejas del burro, lo que hacía enfurecer aún más a la pobre bestia; tantos fueron los corcoveos que, pisando la escalera que llevaba al sótano, ambos cayeron cinco metros abajo, quedando el niño debajo del animal.
Felipe, que apenas podía respirar, gritó fuertemente:
- ¡Jesús, Maria! ¡Ayudadme!
Una de sus hermanas corrió en su ayuda pero nada podía hacer; el animal era demasiado pesado para ella. Algunos minutos más tarde, con la ayuda del padre y de algunos fuertes vecinos, lograron mover al burro para sacar a un Felipe más muerto que vivo. Fueron algunos instantes de angustia pues no se sabía qué sería de Felipe. Sin embargo, pocos minutos después ya estaba en pie, vieron todos un milagro de la Divina Providencia en la súbita recuperación.

Un joven de coraje

Felipe había demostrado desde muy pequeño un natural viril; ya entrado en la adolescencia, cuando tenía no más de catorce años, pudo probarlo en una oportunidad en que se había desatado terrible incendio en la casa paterna.
- ¡Auxilio! ¡Fuego! -gritaba angustiada su madre.
La gente comenzó a agolparse en ayuda de la familia Neri con la poca agua que podían traer de los pozos vecinos. La confusión crecía más y más; Francisco, el padre de nuestro santo, intentaba salvar las pocas cosas de valor arrojándolas por la ventana de la casa. Felipe, al ver el espectáculo, no quería ser menos y, con enorme coraje, entró en la casa para ayudar a su padre.

Varias cosas se perdieron y aunque nadie salió herido de gravedad la gente quedó enormemente edificada por la valentía del jovencito.
¡Quién sabe qué será de la vida de "Pippo Bueno" cuando sea grande! -decían.

El nombre escrito en el cielo

Felipe no amaba tanto la vida y por eso podía exponerla: sabía que aquella de arriba es la verdadera y no la de aquí abajo que es solo apariencia, como dice San Pablo. Estando en estas meditaciones, una tarde su padre le mostraba el árbol genealógico de la familia Neri, en el que figuraban los nombres de muchísin1os personajes ilustres de la Toscana. El orgullo de Francisco crecía al momento de rememorar las célebres hazañas de sus predecesores. Mientras tanto el joven, con la mirada dubitativa, lo miraba con respeto pero sin entusiasmo.
¿Te sucede algo? -preguntó el padre, extrañado.
Papá, no te ofendas, pero lo que me cuentas no me interesa -recibió como respuesta.
¿Cómo? ¿Qué dices? ¿No piensas que es un honor pertenecer a una familia tan ilustre?
Felipe, sin darse por aludido, tomó el pergamino en el cual se encontraba el árbol genealógico y mirándolo de arriba abajo, le dio vueltas y más vueltas hasta que dijo:
Esto está muy bien, pero prefiero una y mil veces que mi nombre esté escrito en el Cielo. Una sola cosa deseo: ¡que mi nombre esté escrito en el Libro de la Vida!
Es que los honores de esta tierra, aun los más legítimos, son nada comparados con la gloria que nos espera en el Cielo.

La despedida de casa

La familia Neri mantenía una posición económica aceptable. Sin embargo hubo un momento en que los vaivenes económicos hicieron que los ingresos mermaran; algo había que hacer para mantener a la familia. Fue así que Rómulo Neri, hermano de Francisco, propuso una solución: su sobrino Felipe podría ayudarle en su negocio y de este modo aprendería un oficio con el que podría mantenerse en el futuro.
Rómulo vivía a varios kilómetros de la Toscana, en San Germán, al sur de Roma, cerca de Montecassino; allí había acumulado una considerable fortuna y como no tenía familia la posibilidad de legar el oficio a su sobrino lo entusiasmaba. Francisco conversó largamente con su hermano y después de pensarlo se lo propuso al joven Felipe. Se trataba de un bien para todos y él lo entendía, aunque el solo hecho de pensar en abandonar su Florencia le revolvía el alma. Pero la suerte estaba echada.
Antes de su partida quiso saludar a todos: en primer lugar a los frailes de San Marcos, de quienes había aprendido a rezar los salmos y a gustar de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino (único libro que no dejará jamás de leer y releer, incluso hasta el final de sus días); tampoco se olvidó de sus compañeros de travesuras, de amigos y parientes. Así, con solo dieciocho años, Felipe comenzaría una nueva vida que lo llevaría lejos de los suyos pero muy cerca de Dios.