Mario Briceño Iragorry
"PARA AMAR LA PATRIA ES PRECISO AMAR SU HISTORIA. Y AHÍ RADICA LA CUSTIÓN FUNDAMENTAL DEL SER HUMANO: ENTENDER Y COMPRENDER SU PROPÓSITO: LA ARMONÍA TOTAL (SHALOM). Y ESE ANHELO DE PAZ Y DE VERDAD EN NOSOTROS ES NUESTRA BÚSQUEDA DE LA HISTORIA QUE ES EL VÍNCULO. Y LA TRADICIÓN ES CONVIVIR EXPERIMENTANDO ESE VÍNCULO. los venezolanos somos muy
"Los venezolanos somos muy fáciles
para echar sobre el vecino
la responsabilidad de los desaciertos colectivos,
somos seres tomados de la presunción y de la soberbia".
Cuando postergamos las acciones, las utopías se ensanchan y los textos se convierten consecuentemente en espacios del eterno retorno, lugares de la perfectibilidad que nunca llega. Entonces los escritores se postergan y se hacen estampas ancladas en un tiempo acusatorio de los venideros, estableciendo una riña perenne que construye paradigmas del pasado incongruentes con el presente, pero cuyas diásporas sirven para potenciar antagonismos críticos que evidencian lo establecido o lo subversivo.
Esas son las dicotomías que han alimentado el discurso histórico mediante la inserción de paradigmas, pero al mismo tiempo, han establecido demarcaciones para los escritores:
positivistas unos, románticos otros; conservadores unos, revolucionarios otros; pero de alguna manera todos viviendo de las postergaciones del enunciar el deber ser sin importar que sea una paradoja discursiva, de la cual no es responsable el escritor, puesto que la acción queda supeditada a los interlocutores, que movidos por la fuerza del discurso adopten una u otra actitud frente a lo planteado.
Lo impostergable, el tiempo de hacer la palabra acción y no simple legado simbólico es inducir el discurso hacia lo ético, principio que comienza con lo impostergable y reclama del compromiso para que la escritura no sea cárcava hueca, sino cantera para la reflexión y la acción. Más aún, cuando los discursos se hacen fundamento de la vida, horizonte personal para prestar la reflexión a un colectivo y desde allí delinear caminos de interpretación, vías de acceso para intentar construir realidades bajo los principios de justicia.
En su esencia, la postergación es una categoría implícita del ser humano, quizá por ello la vida misma se convierte en un aplazamiento de la muerte, y, la escritura la forma más viable de vencerla, puesto que, cuando el autor muere queda lo escrito como huella que demarca un camino, faro que sirve de aviso a los navegantes para que sorteen dificultades o se prevengan sobre lo ya vivido por el ausente que deja su escritura como evidencia de su sensibilidad que aspira a reencontrarse con la sensibilidad del otro, y en medio de esa confluencia enriquecer los planteamientos, proponer nuevas bitácoras de viaje para quienes heredan un presente. Es la sensibilidad del autor la que privilegia al humano ser como la instancia preponderante dentro de la relación discursiva. Entonces, el discurso no admite postergaciones, porque el humano ser es la historia afectivizada, la cotidianidad aprehendida a razón de experiencia existencial y precepto ético.
Es el individuo mismo en correspondencia con el colectivo donde se fortalece su identidad personal y comunitaria, se afianzan los lazos de sostenimiento entre él y su entorno, entorno mediado por un compromiso de contraprestación, de la conciencia individual en correspondencia con el colectivo que parte de su relación inmediata, de lo experencial a manera de sinónimo de consanguinidad con un espacio del yo que paulatinamente debe convertirse en un nosotros. Siempre hemos celebrado la obra de Mario Briceño Iragorry –aun cuando han menguado los reconocimientos– pero no hemos ido más allá de lo celebratorio; lo onomástico y la efeméride han socavado la profundidad de los textos y la premura de los homenajes quizá ha diluido los planteamientos en ediciones que apuntan mas hacia la postergación que a la reiteración de lo fundamental que representa el pensamiento de Mario Briceño Iragorry en los distintos órdenes de la vida nacional.
Creo que ha sido una muy elegante forma de postergar al escritor venezolano con mayor obra literaria publicada en el país. Esa particular circunstancia ha permitido que Briceño Iragorry sea un exiliado de los tiempos modernos, y se ha convertido en un escritor de ocasión discursiva, cuando requerimos de una cita para referirnos a las necesidades prácticas de un acontecer que pierde cada vez más su memoria nacional y se metamorfosea en un pastiche cultural que hace amorfos los horizontes, angustiantes los tiempos, y mas ciertas las preocupaciones expresadas por Briceño Iragorry a través de su obra. A ciento once años de su nacimiento, y en el Año Jubilar de su muerte, los extremos se han distendido, ayer en su Centenario los actos celebratorios abundaron, y las plegarias oficiales inundaron el suelo nacional.
En el Año Jubilar un silencio angustiante amenaza con seguir postergando la obra de un hombre que asumió sus contradicciones y las volcó a través de una escritura profusamente barroca, donde la adjetivación y la sobreabundancia de preciosismos sirven de marco a un contenido cuestionador de la evolución cultural de Venezuela. Se hizo paladín del pasado que se resistía a convertirse en periferia frente al advenimiento demoledor de un presente impulsado por el espacio urbano y la inserción de valores culturales foráneos advenidos con la industria petrolera.
Briceño Iragorry siempre creyó en la cultura como el espacio donde era posible revisar el comportamiento individual y colectivo en el reflejo del Yo y el Nosotros como instancias fundamentales da la dinamia existencial y cultural, porque la cultura para él fue un organismo vivo que no podía mutilarse con disecciones o transplantes de otras culturas provenientes del poder económico ni la dependencia tecnológica. Por ello defendió, a pesar de las críticas, el proceso de trasculturación entre el ibérico y el aborigen para el surgimiento de un nuevo mestizo que se hizo sencillamente americano y asumió su autonomía en cuanto a la nacionalidad, tal es el caso de Alonso Andrea de Ledesma, especie de Quijote americano que sale a defender estas tierras de sus congéneres españoles.
Briceño Iragorry no es un escritor clásico anclado en un tiempo cronológico, es un escritor obviado por quienes tienen responsabilidades de conducción social. Porque Briceño Iragorry no creyó en la postergación de las ideas y las acciones, –aun cuando ha recibido innumerables críticas que como político no las llevó a cabo– sus escritos están hechos para la aplicación práctica, están construidos con una profunda intención pedagógica de propulsar una enseñanza ética, incidir sobre el comportamiento y la conducta del interlocutor para que se integre al espacio social, y desde allí, se transfigure en un ente dinámico que construya espacios posibles para la realización, y donde las utopías sean hechos dinámicos que conduzcan a la consecución de objetivos.
La escritura de Briceño Iragorry es eminentemente oralizada, en ella se percibe la arenga y conminación a la acción, porque su perfil de referencia siempre fue el interlocutor, no como algo abstracto o anónimo, sino el otro que escucha desde las dimensiones del humano ser. Briceño Iragorry apeló a la sensibilidad para impostar su mensaje, desde allí fue a los aleros familiares, a las tradiciones, a la historia, para buscar cercanía y puntos coincidentes, fundirse en el otro a través de su mismicidad, punto de encuentro donde las diferencias conculcan y las semejanzas hacen empáticos los caminos.
Así lo demuestra su prolija producción epistolar, y este volumen incluye una misiva a Mariano Picón Salas, donde Briceño Iragorry reconoce explícitamente su apego al pasado y la dureza con que trata a los positivistas por el desmedro al mestizaje, la raza cósmica que conserva en sus entrañas la autenticidad de un pueblo debatido en el sincretismo. De esa manera defiende ante el amigo y correligionario la perspectiva de la Hora Undécima y sus intentos por: la necesidad de una moral que sirva de orientamiento a la conciencia pública.
La Universidad de Los Andes, a través de las Ediciones del Vicerrectorado Académico, publica este volumen titulado Mario Briceño Iragorry Fundamental, el alma mater que lo vio formarse junto a la Generación del 18 en el occidente del país, concibe a Briceño Iragorry como impostergable en el debate por una historia de las ideas nacionales y latinoamericanas dentro de la autenticidad de los sincretismos, de la pervivencia del pasado en perfecta comunión con el presente, sin exclusiones ni marginamientos, sino bajo la égida de la integración como lo soñó quien en las aulas de la Universidad de Los Andes sufrió los atavíos del conocimiento, mostró sus angustias frente a la filosofía de la sospecha, que le sirvió de base para acendrar el espíritu en el espíritu mismo.
Mario Briceño. Fundamental abre con uno de los textos más celebrados de Briceño Iragorry como lo es "Mensaje sin destino", su gran respuesta a:
la carencia de un recto y provechoso sentido histórico de la venezolanidad, y con ello radicar:
en lo histórico la causa principal de nuestra crisis de pueblo, no miro únicamente a los valores iluminados de cultura que provienen del pasado. Me refiero a la historia como sentido de continuidad y de permanencia creadora. Pongo énfasis al decir que nuestro empeño de olvidar y de improvisar ha sido la causa primordial de que el país no haya logrado la madurez que reclaman los pueblos para sentirse señores de sí mismos. Es la reafirmación del ser en conjunción con su entorno mediante la necesidad de clausurar las rupturas y ver la historia de las ideas como un todo orgánico que permita rescindir los errores y proyectar los logros más allá de los tiempos cronológicos.
Es una revisión de la crisis de pueblo para ofrecer alternativas desde los ojos propios y ajenos, y así, minimizar los estragos de la desmemoria que hace de la historia un hecho no asimilable que permita incorporar nuevos valores culturales para el enriquecimiento del disímil acervo nacional. Arenga contra el hiato que se abre entre pasado y presente, entre la historia épica cargada de héroes y sentimentalismos, y propugna por una historia como punto de reflexión e inflexión sobre los espacios sociales que requieren de una memoria autóctona que les otorgue las causalidades de la dinamia histórica, y donde la tradición no se confunda con involución, enfoque críptico de lo pasado como hecho inamovible y no dinámico que repercute en un presente con miras a un futuro que permita la dialéctica retrospectiva al:
“Buscar las raíces históricas de la comunidad es tanto como contribuir al vigor de los valores que pueden conjugar el destino y el sentido del país nacional”.
Mensaje sin destino promueve la búsqueda de la autenticidad ante el artificio, el mirar los modos de ser que producen las diferenciaciones en la dinámica cultural, para verlos en el enriquecimiento sincrético de los espacios culturales, en el empuje de la tradición dentro de la producción de nuevos valores, en la reactualización de los hechos a partir de su incorporación a un presente, venciendo fronteras, tendiendo puentes entre las fracturas que ha ocasionado la crítica positivista.
Es contemplar la historia a razón de sucesión de hechos concatenados, donde las rupturas son ficticias y castradoras de un verdadero enfoque analítico del proceso cultural nacional y latinoamericano. Mensaje sin destino es punto de sutura entre el pasado y el presente en aras de un futuro promisorio, es el llamado a la reconciliación con la España conquistadora que forma parte de la historia nacional, con sus afrentas y errores, pero también con las posibilidades que ofreció a la cultura nacional en formación, en este sentido justifica:
“en el tiempo la obra de nuestros mayores, es decir, la obra de los peninsulares que generaron nuestras estirpes y fijaron nuestros apellidos, he creído cumplir un deber moral con el mundo de donde vengo”.
Porque Briceño Iragorry antes de ir a buscarse en medio de lo colectivo, hurgó las entrañas familiares para intentar explicaciones desde la mismicidad, y desde allí, se reconoció descendiente de los abuelos ibéricos, y por ello defendió con tanto tesón la tesis de la hispanidad como punto de partida del legado cultural nacional. Antepuso el pueblo histórico ante el pueblo político: Se requiere la posesión de un “piso interior”, donde descansen las líneas que dan fisonomía continua y resistencia de tiempo a los valores comunes de la nacionalidad, para que se desarrolle sin mayores riesgos la lucha provocada por los diferentes “modos” que promueven los idearios de los partidos políticos.
Antes, que ser monárquico o republicano, conservador o liberal, todo conjunto social debe ser pueblo en sí mismo. Mensaje sin destino encarna la utopía del desenmascaramiento de la falsedad. Esa falsedad que interactúa solapadamente en la crisis de pueblo y se viste de historia para engañar bajo la liturgia de las efemérides. Mientras que nos olvidamos de la tierra y construimos su elegía, sustituimos los espacios rurales por un urbanismo obcecado por la megalópolis que sustituye el espacio natural y lo condena a la simbólica huerta. Con la muerte de la tierra perecen sus símbolos y crece la desmemoria, para Briceño Iragorry, el venezolano no tienen la pasión por el paisaje que contribuya a la función discursiva de luz y color del poder de la tierra nutricia. Eso hace de Mensaje sin destino una advocación romántica de la vida, expresión idealista que colinda con lo utópico.
Es la ética y la moral asidas a razón de paradigmas del hombre fervientemente humanista aun cuando asuma la quijotesca empresa de arar sobre el mar. Es cristalizar la palabra a manera de oráculo detentador de lo tachado por la oficialidad de la historia y las urdimbres de la política. Mensaje sin destino es la palabra condenada a trascender sobre los cielos de América como el espíritu de Ariel y descorrer sus visos proféticos frente a la incertidumbre de las grandes aperturas. Es un diálogo sin interlocutor determinado que salta por encima del tiempo, partiendo de una serie de anhelos propios de una alma ensoñada que creyó en los principios del hombre en su elemental y simple aspiración de querer destruir la falta de libertad y las injusticias existentes. En Mensaje sin destino coinciden dos historias:
una con destino, aunque forzado e impuesto para hacerla un repertorio de fechas y hechos condenados al destino político y manipulador.
Otra, sin destino, pero comporta lo auténtico, la fortaleza amurallada para contrarrestar el olvido y dejar huellas sobre el muro del tiempo.
El segundo texto incluido en este volumen, responde a la intención de Briceño Iragorry de hilar-pintar el referente histórico a manera de un tapiz donde se pueda leer las claves y referencialidades del proceso colonial venezolano con una explícita intencionalidad. Es un texto contestatario que contiene respuestas a diversos historiadores e intelectuales venezolanos, y donde Briceño Iragorry justifica una vez más la continuidad histórica e importancia de la influencia ibérica en la formación histórica-cultural nacional. Continúa sin admitir fracturas en la evolución cultural, sigue sosteniendo sus principios de unidad y evolución del proceso histórico como punto de análisis crítico de una historia de las ideas nacionales.
En esta oportunidad, Briceño Iragorry se hace artesano de la historia, construyendo una iconografía histórica desde la sensibilidad y el arraigo por la patria grande. Continúa en su afán de tender puentes entre los grandes hiatos que separan los procesos históricos que conducen a la fragmentación de la conciencia nacional, a la estimulación de la desmemoria, a la dispersión en los sincretismos. Es su denodada defensa de lo hispano como isotopía recurrente en el proceso de formación nacional la hispanidad es una idea de ámbito moral que no puede someterse a la antojadiza dirección de una política de alcances caseros. España como idea, como cultura, está por encima de los adventicios intereses de los políticos en turno del éxito.
La España histórica, España como centro de gravedad de nuestra civilización, es algo que vivirá contra el tiempo, sobre los vaivenes de los hombres, más allá de los mezquinos intereses del momento. Y nuestra conciencia debe oponerse a todo intento de que esa idea, tocada de eternidad, sirva a destruir aquello que jamás puede desacoplarse de lo español: el insobornable espíritu de personalidad que le distingue y da carácter. Es la historia que pierde su simple condición de registro y se transmuta en objeto dinámico que provee de una significación que no puede obviarse, ni cortarse a tajos por procesos meramente ideológicos-políticos que no pueden establecer abismos insalvables
El período de nuestra historia nacional que, presentando a nuestros ojos el aspecto de un abismo, nos hizo ver la necesidad de un puente para salvarlo, y en cuyo examen llegamos a la conclusión de que era el abismo quien estaba de sobra, se halla erizado de leyendas en extremo lúgubres.
En este sentido, Briceño Iragorry asume el rol de subversivo de la historia a partir de la historia misma, al asumir el pasado colonial como el bastión fundamental para apuntalar el proceso cultural popular venezolano que ha sido eclipsado por la visiones epidérmicas de los historiadores que acuden a los grandes hechos como punto único de referencia para apoyar sus teorías históricas, pero además de ello, Briceño Iragorry clama por la inclusión dentro de los estudios históricos la sensibilidad del historiador a razón de ingrediente ético que disipe las intencionalidades de imaginar la historia como ellos la presuponen o quisieran que hubiese ocurrido.
Nosotros, por medio de estos “Tapices” históricos, no destinados a museos ni a exposiciones, sino a ser devorados por el fuego de los críticos, intentamos pintar algunos de los hechos principales de nuestro pasado colonial y especialmente las circunstancias que nos llevaron a comprobar, con gran sorpresa de nuestra parte, que donde notamos de primera intención la falta de un puente por hallarnos al borde de un abismo, lo que sobraba era el abismo; sorpresa semejante a la que debieron de haber sentido los niños buscadores del pájaro azul cuando advirtieron, al regreso de vana peregrinación, que en el humilde hogar sobraba la jaula donde estaba silente, y no de hogaño, el pájaro que sin fruto buscaron fuera. Entonces supimos que nada es tan fácil como salvar un abismo sin necesidad de puente, cuando no existe dicho abismo.
Como la mayoría de sus textos, Tapices de historia patria tiene un profundo contenido pedagógico al oralizar la historia en un interesante conversatorio que va desmontando los hechos históricos a través de lo ameno, va significando los hechos históricos desde la llegada de Cristóbal Colón y los equívocos de llamarlo descubrimiento sin existir como concepto, y que en realidad se debió a una invención que años más tarde (doscientos setenta y nueve años, un mes y siete días) asumió el nombre de Venezuela. Aquí Briceño Iragorry sostiene la tesis de la invención que posteriormente va a dar paso a la noción de patria, que para él, comienza con los abuelos ibéricos:
La Patria, nuestra Patria, como entidad moral y como resumen de aspiraciones colectivas, no podía existir en aquella época para nosotros ni para nuestros antecesores, llegados más tarde en las carabelas que siguieron la ruta de la nave del Almirante.
Parte Briceño Iragorry del estamento europeo para luego juntar a éste la presencia aborigen y negra, y esta particularidad le acarrea varias críticas por no colocar al aborigen en el primer lugar de la escala étnica, sino al español: “Toda una literatura sentimental se ha fundamentado en la leyenda blanca de los indios, al igual de la que con tintes sombríos ha formado la leyenda negra de España”.
Critica Briceño Iragorry la unilateralidad con la que se enseña la historia, lo que según su criterio crea sesgos, hace que se formen bandos en torno a una u otra perspectiva, tensionando el hecho histórico desde las perspectivas y posiciones ideológicas, convirtiendo los estudios históricos en trincheras, feudos casi personales que se sustentan en la descalificación de la tendencia contraria. De allí recrimina la forma rudimentaria como ha sido tratada la época colonial venezolana, comenzando por los mismos cronistas de indias y terminando por los historiadores que intentan ver la colonia desde la segmentación de espacios geográficos y no dentro de la concepción de una entidad geopolítica. Y desde esa perspectiva emprende una reconstrucción de la historia colonial nacional para intentar un reordenamiento del significado histórico, construir la historia en función de una gramática de recuperación del contenido:
Quizá resulte una verdadera labor de cirugía plástica, muchas veces de un refinado arte dermotómico, la reconstrucción de ciertos personajes, pero necesaria de todo punto para poder darles una justa posición en la perspectiva histórica. Hace de la historia colonial toda una semiosis que gira en torno a una red de significaciones que –a su criterio– han sido distorsionadas para tratar de magnificar la era republicana en menosprecio de la etapa fundacional de la historia nacional. Se resiste a pensar en la supresión de la historia colonial como hito para encontrar explicaciones, justificaciones o abyecciones dentro del proceso histórico nacional.
Es la voz explicativa de la historia que conjunta lo cronológico con lo anecdótico, y logra que el hecho histórico pierda un tanto de severidad y hermetismo al insertarla dentro de lo conversacional, donde el relato se traduce en amenidad, y ésta en precepto pedagógico, al concebirse el relato como un ejercicio de la imaginación que reconstruye los hechos desde la sensibilidad y empatía, lo que confiere –aun cuando parezca una paradoja– un profundo sentido de objetividad.
La concepción artesanal que le imprime a la escritura en ese eje conversacional le permite concatenar referentes que semejan un hilado que a la postre se convertirá en un tapiz, en la iconografía de un hecho histórico, una figura que representara lo sucedido desde una visión del presente y no un simple hecho pasado que se encuentra inamovible, anclado en un pasado que no puede consustanciarse con el presente. Y de ese recuento afectivizado y sensibilizado, justifica la autonomía del criollo, que antes de ser una manifestación política es un sentimiento de pertenencia con estas tierras que comienza a hacer suyas al despertarse un sentido de nacionalidad mestiza que vislumbra como patria la heredada y no la originaria. Ya España no es la patria sino América, el ser americano comienza con un acto de querencia y no un acto político:
“El fenómeno más interesante que ofrece el estudio de la historia civil de la Colonia es el surgimiento del espíritu de la nueva nacionalidad”.
Y todos los intentos por romper con la influencia de España dentro de los procesos políticos-culturales en Venezuela y América resultan infructuosos porque siempre los hechos develan la vinculación con la península ibérica. El historiador venezolano que habiendo salido a buscar la espada con que los fundadores de la República rompieron los lazos que ataban la Patria a la Metrópoli española, halló que tal espada ni Miranda la trajo de Francia, ni Inglaterra la había enviado en los barcos contrabandistas, sino que, muy por lo contrario, era la misma espada que usó el viejo conquistador hispano en la larga empresa de pacificación, naturalmente debió de haber experimentado sorpresa semejante a la que embargó el ánimo del juez pesquisador. Y más aún, en esa referencia a la nacionalidad que se forja en tierras venezolanas, celebra que la lucha de clases en Venezuela concluye como un profundo manifiesto de la nacionalidad; las diferencias se concilian, ya no existen ni blancos criollos ni blancos peninsulares que luchan por la hegemonía del poder sino patriotas que luchan por un objetivo común.
En la obra de Briceño Iragorry la concepción de nacionalidad y nacionalismo juegan un papel de vital importancia, allí reconoce la fuerza vital de toda nación para mirarse en su devenir, allí acendra la querencia y sentido de pertenencia que un individuo debe desarrollar en función de su entorno para deslindar los preceptos identitarios que le permitan afianzarse a una memoria colectiva que sirve para enfrentar lo foráneo. Aquí radica el verdadero sentido de la historia para Briceño Iragorry, la historia como instrumento de creación y reconciliación, la historia a manera y razón de puente que vincule al individuo con él mismo y con el colectivo que comparte el pasado como precepto ético, principio y fuerza moral para desarrollar las comunidades; es permitir la construcción de una historia de ancho espacio:
La razón de la preferencia por esta:
“Historia en blanco, que podríamos llamar en potencia, consiste en que sus hechos son extremadamente veraces, por no haber sufrido ninguna manera de adulteración”.
Mientras transcurre la escritura de este texto va pintando tapices, engranando referentes que potencian el discurso histórico-pedagógico a través de una polémica que rebate argumentos, arguye otros e intenta dejar abiertas nuevas brechas sobre el pasado colonial venezolano, pero siempre haciendo hincapié en lo suicida de una interpretación desde la mutilación de los hechos históricos, de la negación por concepciones ideológicas de algún eslabón de la cadena de hechos históricos.
Y en este aspecto, Briceño Iragorry se nos hace fundamental en momentos que las nuevas propuestas curriculares obvian situaciones históricas por reformulaciones ideológicas, aquí Briceño Iragorry insiste con su aguda escritura que el pasado no puede ser sometido a una tradición de la ruptura, pues consiste en una traición a la historia, pero al mismo tiempo una traición al individuo mismo que se perfila desmemoriado frente a la tradición que se hace manipulable, arcilla que representara los intereses de un poder determinado. Y hoy día, cuando las universidades autónomas son cuestionadas en su no proyección a la comunidad, o en su aporte a los procesos de cambio en nuestro país, dejemos que sea Briceño Iragorry quien resarza el prestigio del claustro universitario como bastión combativo: Allí estaba la semilla, regada de fuerte lógica, que daría a su tiempo el fruto requerido.
De los claustros universitarios salieron los idealistas que redactaron las fórmulas de nuestro derecho republicano, y de las escuelas de primeras letras, aquel sector popular que supo discurrir sobre la Independencia. Si hoy asumimos la época republicana como la profunda búsqueda de la igualdad y equidad social, implícitamente está la Universidad a razón de columna vertebral de ese movimiento revolucionario, y a pesar de la evolución de los tiempos, la universidad venezolana sigue siendo bastión para que los individuos se formen consustanciados con los ideales de libertad, justicia y reivindicación.
Una Historia de nuestra enseñanza que omita tales datos y que haga valer como genuino únicamente lo que lleve sello de protesta y marcada inclinación contra todo lo que envuelva carácter religioso, estamos seguros de que habrá de chocar a toda persona inteligente, aunque odie y queme iglesias y conventos. En ese período colonial ubica el mayor portento de la tierra venezolana y americana como es la agricultura. No hablamos aquí de cultura artística o literaria, ni de formas político-sociales: nos referimos apenas a nuestra otrora opulenta agricultura y a nuestra abundante cría, la cultura agri de los latinos, que debiera ser fuente de perenne riqueza nacional y soporte de nuestra independencia económica.
Regresa el hurgante verbo de Briceño Iragorry y se hace impostergable, cuando hablamos de independencia alimentaria y nuestra economía depende de la explotación petrolera que nos hace cada vez más dependientes económica y tecnológicamente, mientras que el desarrollo del campo es una falacia que alimenta las propuestas políticas que se hacen reiterativas y hasta sarcásticas al rayar en el cinismo. Briceño Iragorry creyó en la historia a manera de revelación, por ello fue a la historia en blanco y extrapoló personajes olvidados por la historia oficial, creyó en la historia que sirve para crear conciencia y no sólo simples ambages decorativos, intento advertir que los objetos históricos sin la valoración adecuada son simples instrumentos del artificio y la vanidad:
El moblaje colonial y las pinturas que exornaron salas y dormitorios de aquella época, corrieron la misma suerte de la cultura general. Ante la invasión de las modas sucesivas, fueron postergados y pasaron a llevar callada vida en la conciencia de la multitud indiferente.
La historia se objetualiza y se convierte en anticuario que en vez de potenciar su presencia la condena a ser una reliquia que pertenece a un tiempo y a un espacio determinado. La historia en su fase de relicario solivianta los preceptos de dinamismo y transformación, hace que el individuo la sienta extraña y ajena, materia que no pertenece a él mismo ni sus circunstancias, es por ello que mientras se reduzca en el tiempo el ámbito histórico, sólo tendremos la noción de una patria mezquina, atrofiada y sin soportes firmes. Sin solera histórica, ella carecerá de fuerza para henchir los espíritus nuevos en la obra de realizar su destino humano.
Sin la robustez de nuestros derechos en el tiempo, careceremos de personalidad que nos dé derecho a participar en la obra de la comunidad universal de la cultura. Y es por ello que se incluye en este volumen El caballo de Ledesma donde los retazos históricos son construidos a partir de un personaje, Alonso Andrea de Ledesma, personaje que pertenece a la historia en blanco a la que se refiere Briceño Iragorry, no a la historia oficial. Y en este texto, Briceño Iragorry ocurre a la ficcionalización del hecho histórico a través de la narración, construyendo un relato que tiene una profunda estructuración ética al hacer la semblanza de un personaje que se americaniza y sale a defender su patria adoptiva cuando se ve amenazada por los invasores.
En referencia cruzada con el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, Briceño Iragorry homologa a Andrea de Ledesma con el paradigma de la idealidad universal, lo hace creer descendiente de Alonso Quijano, lo configura como el Quijote americano, centauro en bestia sarmentosa, héroe de lanza empuñada que desafía el enemigo en defensa de la patria. Pero la historia de Alonso Andrea de Ledesma le propicia a Briceño Iragorry la oportunidad para: “mirar más allá del valor de las cosas. Es necesario discernir entre la explotación de la riqueza material y la asfixia del espíritu. Es necesario pensar en la paz, no como técnica de quietud, sino como sistema de holgura moral”.
La preeminencia del espíritu en el actuar humano es el objetivo fundamental del enunciante, la vida debe considerarse una práctica ética que construya las bases sólidas de todo conglomerado social, y la vida una entrega total para resarcir los males históricos, “porque es vida la muerte cuando se la encuentra en el camino del deber, mientras es muerte la vida cuando, para proseguir sobre la faz semihistórica de los pueblos esclavizados, se ha renunciado el derecho a la integridad personal”.
Con este texto Briceño Iragorry busca la sublimación del espíritu como potenciación interior, pero al mismo tiempo, notación de entrega al otro, aspecto donde radicará la verdadera identidad colectiva y no la signada por el individualismo el mostrenco individualismo sólo ha tenido una función disolvente de dividir y de destruir, mientras las conciencias, acuciadas del lucro y en un afán de llegar al momento de las albricias, se suman en forma de rebaño y sin acuerdo cooperativo tras las consignas que aparecen más cercanas a los gruesos réditos.
Y ese precepto es aplicable a la escritura tradicional de la historia, que se ha escrito en base a las individualidades y no al colectivo, a la potenciación del héroe que a razón de astro rutilante eclipsa a todos a su alrededor. Y allí se empeña Briceño Iragorry al insertar en el texto un dialogo retórico con una buena y generosa amiga que le advierte de su exacerbado idealismo, por el cual se siente orgulloso: “Más de mil y una vez he oído que se me moteja de excesivo idealismo y de una lerda afición a decir verdades que otros, teniéndolas por bien sabidas, las silencian en obsequio a la prudencia”.
Es el autoreconocimiento en el idealismo como principio ético y cartabón de la verdad, idealidad y verdad son sinónimos que se complementan en el actuar ciudadano; principio que alentó la escritura de Briceño Iragorry desde sus escritos de adolescencia y juventud, cuando se sintió orgulloso de ser un desollado, tal y como lo llamó Cabrera Malo luego que publicó su libro Horas en 1920. Esa idealidad lo lleva a reconocerse alumno de Rodó y a prestigiar el espíritu frente a todas las causas de la vida. A potenciar ese espíritu que logró aprehender de las lecturas de Nietzsche, Renán y Maeterlinck.
Lecturas juveniles que marcaron al escritor en la idealidad esgrimida como precepto ético, que lo acompañaron en su lucha contra el silencio cómplice de las sociedades. Porque su escritura fue sinónimo de hablar en voz alta para decir verdades aunque fueran dolorosas o se devolvieran contra él mismo. Así la escritura se transfigura en un acto de justicia social, de vindicta individual para intentar asonar ecos que reproduzcan las verdades y se haga justicia.
No tendrán república los ciudadanos que ejercitan las palabras fingidas. Ella quiere voces redondas. Ella pide un hablar cortado y diestro, que huya el disimulo propio de las épocas sombrías, cuando la voz de los amos acalla las voces de las personas que los sufren. El verbo se hace demostración del espíritu, el verbo es acción sincera y no fingimiento para encubrir dominaciones, sino que la palabra será reflejo de la interioridad, manifestación del espíritu que resarce las posibilidades y posibilita los encuentros:
“Tenemos oro, mas carecemos de virtudes públicas. Con dinero los hombres podrán hacer un camino, pero no una aurora. Y estamos urgidos de amaneceres. Necesitamos un alba nueva”.
Y sin postergar más a Briceño Iragorry, aquí resurge cargado de verdades como si la historia se hubiese detenido, los tiempos estancado sobre la oprobiosa práctica del materialismo sobre el idealismo, en la cosificación de los individuos que sacrifican su humano ser ante el refulgente brillo del oro que los condena bien sea al silencio, o a las palabras del disimulo y la complacencia: A nosotros nos corresponde remover piedras y estorbos, y contra los vocablos megalíticos hemos de lanzar agudas y cortantes voces que los horaden y destruyan. Nuestra generación tiene una deuda que saldar con el futuro. Detrás de nosotros vienen jóvenes que esperan nuestra voz curtida de experiencia.
Es el Briceño Iragorry contestatario que inunda su escritura de sensibilidad para que “ante la imposibilidad de reconstruir el pasado y de enmendar en forma definitiva las deficiencias presentes, digamos a quienes esperan de nosotros palabras responsables la verdad de nuestra tragedia”. Y sobre lo andado construir un presente reparatorio que se funde en la verdad y las palabras edificantes, en los discursos forjadores y formadores de luz y esperanza para las nuevas generaciones, que no reciban una herencia falsa o maquillada, sino una herencia auténtica que les sirva para enmendar errores y edificar sobre la autenticidad:
Debemos enseñar a las nuevas generaciones, no el inventario de nuestros pocos aciertos, sino las caídas que han hecho imperfecta nuestra obra personal y, consiguientemente, han impedido que ésta aflore con acento redondo en el campo colectivo [...]. Es el eco de la idealidad heredada de los integrantes de la Generación del 18 donde se formó, quienes blandieron a don Quijote de la Mancha a razón y manera de estandarte vindicativo de sus propósitos. Es la presunción de la espiritualidad como el centro del accionar humano que conlleva a la configuración de un precepto ético que redunda en el beneficio colectivo. Un ejemplo desde la mengua y la vejez le sirve para potenciar el ideal humano de la justicia y la entrega.
Es la impostación del compromiso social más allá de las limitaciones físicas lo que importa, es el ejemplo sincero, y las verdades esgrimidas la mejor herencia para las generaciones posteriores; en fin: Necesitamos a nuestros antepasados en función viva. No en función de difuntos. Necesitamos su ejemplo permanente y no su fama. La fama de Bolívar muerto no es nada ante el ejemplo creador de Bolívar vivo. De Bolívar caminando. De Bolívar trabajando por la dignidad de América. Por ello ni la espada ni el pensamiento de Bolívar es cosa muerta. Necesitamos nuestro pasado impostergable, reclamamos nuestro pasado a razón de materia viva y de creación que nos permita redimensionar el presente a través de la cercanía del héroe, a partir de la empatía con el historiador que cuenta hechos cercanos, no hazañas extraordinarias que suenan ajenas, inalcanzables en un espacio de la ficción.
Así va Briceño Iragorry ofrendando su compromiso, utilizando la leyenda de Alfonso Andrea de Ledesma e insertando cartas a una distinguida y buena amiga, José Nucete Sardi, Walter Dupouy y a Carlos Augusto León, para manifestar su deseo porla vuelta de los héroes al presente, pero no héroes de mármol y conmemoración, sino héroes humanizados y afectivizados, héroes en la cercanía del espíritu que coadyuve en la construcción de una memoria y salve a la nación del polvo del olvido; “comprender que la eficacia de nuestra obra radica en la constancia de un proceso formativo que asegure el éxito de nuestra acción futura”. Y esa fue la premisa que aplicó Briceño Iragorry en todo momento de su obra, así se evidencia en sus ensayos, y aún más, en su vasta correspondencia que sostuvo con diferentes interlocutores abordando diversos tópicos.
Para evidencia de este hecho, el presente volumen cierra con una Selección Epistolar que corrobora la tesis desarrollada en este prólogo y que redunda en la proyección del espíritu del humano ser frente a la materialidad y cosificación que acecha y subvierte los más nobles propósitos:
La observación del mundo desde un punto de vista espiritual debiera conducir a la justificación de lo existente. Es el ideal, en cambio, aquello que anima en la región superior de lo espiritual, quien clama por la inversión de los términos presentes. Libertad y espiritualidad son nociones inseparables, y para realizar la libertad, es decir la plenitud de lo espiritual como “acto” se requiere la economía de la justicia. Yo soy espiritualista, como tal tengo devoción por todo movimiento que lleve a los hombres al pleno goce de su libertad y su dignidad y como tal estoy dispuesto a luchar por nuestra reforma social, por senderos de justa comprensión.
Este fragmento de la carta al doctor Nelson Himiob, así lo evidencia, y esa concepción se repite una y otra vez en su producción epistolar, producción sentida, profundamente confesional donde el trazo de la escritura se hace reiteradamente exclamativo como buscando llamar la atención y precisión del interlocutor a través del énfasis de lo oral, de la conminación a la cercanía, a la conjunción de esfuerzos en pro de lo anhelado a través de la libertad del espíritu.
En estas cartas está contenido un preciso ingrediente autobiográfico que nos muestra mucho más explícito al enunciante, dando evidencia de un escritor a ratos visceral que se confiesa abiertamente con el amigo o con el detractor; que defiende enardecidamente sus posiciones y se regocija en sus libros que nunca concluyen, sino que toda su vida se convierte en un apéndice de su escritura o viceversa, su vida es una prolongación en la escritura; y el ejercicio político la intención de llevar a la práctica las utopías condensadas en su pensamiento. Tres textos y una selección epistolar dan cuenta de un escritor que creyó en el hombre como el centro de transformación de los conglomerados sociales que deben interpretar la historia como instrumento de creación.
Tres textos y una selección epistolar nos señalan a un “Mario Briceño Iragorry fundamental” e impostergable, un Mario Briceño Iragorry que debemos alejarlo de las conmemoraciones y rescatarlo del olvido leyendo en voz alta sus textos, presumiéndolo fuera de una historia oficialista que lo deglute como muerto honorable. Es querer verlo dentro de la tradición que conforma nuestra autenticidad como nación, enraizado en esa tradición que nos define como seres sensibles con profundo arraigo y querencia a una instancia afectivizada que se llama Venezuela, y sostiene en su vientre una historia en blanco que espera ser rescrita a través de la verdad y la transparencia del espíritu desligado de los compromisos ideológicos o las afinidades político-partidistas. Si eso se lograra nuestras cuentas con las nuevas generaciones no serán un mero inventario, y escritores como Mario Briceño Iragorry seguirán siendo fundamentales e impostergables en los muros del tiempo.
Luís Javier Hernández Carmona
Marzo, 2008
MENSANJE SIN DESTINO
Este ensayo vuelve a las cajas de imprenta (como solemos decir quienes empezamos a escribir cuando la imprenta era más arte que industria), para corresponder, por medio de una nueva edición, a la solicitud con que el público lo ha favorecido. Satisfactoriamente para mí ello representa que el cuerpo de ideas sostenidas a través de sus páginas, corresponde a una realidad nacional, que interesa por igual a otros venezolanos. Escritores preocupados en el examen de nuestros problemas han consignado en las columnas de la prensa su opinión acerca de los temas que aborda mi MENSAJE.
Algunos han llegado a límites de extremosa generosidad y encumbrada honra, otros han mostrado alguna disconformidad con la manera de tratar yo ciertos temas. Quiero referirme fundamentalmente a la poca importancia que asigna uno de los críticos a nuestra carencia de continuidad histórica como factor primordial de crisis, para ubicar toda la tragedia presente en solo el problema de la transición de la vieja economía agropecuaria a la nueva economía minera. Jamás me atrevería a desconocer el profundo significado que en nuestro proceso de pueblo tiene la presencia del petróleo como factor económico y social, ni menos desconozco las ventajas de la nueva riqueza. En mi ensayo lo he apuntado claramente, y en él me duelo de que, por carencia de un recto y provechoso sentido histórico de la venezolanidad, hubiéramos preferentemente utilizado los recursos petroleros para satisfacer bajos instintos orgiásticos, antes que dedicarlos a asegurar la permanencia fecunda de lo venezolano, y ello después de haber olvidado ciertos compromisos con la nación para mirar sólo a la zona de los intereses personales.
Cuando radico en lo histórico la causa principal de nuestra crisis de pueblo, no miro únicamente a los valores iluminados de cultura que provienen del pasado. Me refiero a la historia como sentido de continuidad y de permanencia creadora. Pongo énfasis al decir que nuestro empeño de olvidar y de improvisar ha sido la causa primordial de que el país no haya logrado la madurez que reclaman los pueblos para sentirse señores de sí mismos. ¿No nos quejamos diariamente de la falta de responsabilidad con que obran quienes asumen cargos directivos sin poseer la idoneidad requerida?
Pues justamente ello proviene del desdén con que se miraron los valores antecedentes sobre los cuales se construye el dinamismo defensivo de la tradición. No considero el pesebre navideño ni el Enano de la Kalenda trujillano como factores de esencialidad para la construcción de un orden social: miro en su derrota por el arbolito de Navidad y por el barbudo San Nicolás, la expresión de un relajamiento de nuestro espíritu y el eco medroso de la conciencia bilingüe que pretende erigirse en signo de nuestros destinos. Para ir contra el pasado, o para mirarlo sólo al esfumino de una pasión romántica, algunos invocan sentencias cargadas de gravedad, que en otros pueblos han servido para condenar la pesada e infructuosa contemplación de un brillante pretérito.
En España, por caso, ¡cuánto gritaron los hombres dirigentes contra la actitud de introversión de su cultura! Allí el problema fue otro. Había allá una superabundancia de historia que impedía en muchos, por imperfecta deglución, tomarla como nutrimento de futuro. Nosotros, en cambio, no hemos buscado en nosotros mismos los legítimos valores que pueden alimentar las ansias naturales de progreso. Cegados por varias novedades, nos hemos echado canales afuera en pos de falsos atributos de cultura, hasta llegar a creer más, pongamos por caso, en las “virtudes” del existencialismo que en la fuerza de nuestros propios valores culturales. Se me imputa que, llevado por el aire del pesimismo, no presento caminos para la solución de la crisis de nuestro pueblo.
Claro que si se buscan programas políticos como remedio, no apunto nada que pueda tomarse por una posible solución. Pero tras lo negativo de los hechos denunciados, está lo afirmativo de la virtud contraria, y más allá de la censura de ciertas actitudes, cualquiera mira el campo recomendable. Con diagnosticar el elemento externo que provoca un estado patológico, ya el médico señala parte del régimen que llevará al paciente al recobramiento de la salud. Tampoco fue mi intención indicar caminos ni menos fingir una posición de taumaturgo frente a las dolencias del país.
Modestamente me limité a apuntar lo que yo considero causa de nuestra crisis, sin aspirar a enunciarlas todas, y menos aún proponerles remedio. Tampoco me aventuro a considerar que estoy en lo cierto cuando expongo las conclusiones a que me conduce mi flaca reflexión. Sé que son otros los que, con autoridad de que carezco, pueden presentar las fórmulas reparadoras; mas, como me considero en el deber de participar en la obra de investigar los problemas de la República, resolví prender la escasa luz de mi vela para agregarme, en el sitio que me toca, a la numerosa procesión de quienes, ora a la grita, ora a la voz apagada, se dicen preocupados por la suerte del país.
Ya no es sólo el derecho de hablar que legítimamente me asiste como ciudadano, sino una obligación cívica, que sobre mí pesa, lo que empuja mi discurso. Siempre he creído necesario contemplar los problemas del país a través de otros ojos, y, en consecuencia, no me guío únicamente por lo que miran los míos. A los demás pido prestada su luz; y el juicio de mis ojos, así sea opaco ante los otros, lo expongo al examen de quienes se sientan animados de una común inquietud patriótica. Llamo al vino, vino, y a la tierra, tierra, sin pesimismo ni desesperación; sin propósito tampoco de engañar a nadie, digo ingenuamente lo que creo que debo decir, sin mirar vecinas consecuencias ni escuchar el rumor de los temores. Ni busco afanoso los aplausos, ni rehúyo legítimas responsabilidades.
Bien sé que los elogios no agregarán un ápice a mi escaso tamaño, ni las voces de la diatriba reducirán más mi medianía. Tampoco esquivo responsabilidades vistiendo vestidos postizos, menos, mucho menos, me empeño en hacer feria con los defectos de los demás. Aunque quedaran visibles en la plaza pública sólo los míos, yo desearía servir a una cruzada nacional que se encaminase a disimular, para mayor prestigio de la Patria común, los posibles errores de mis vecinos, que miro también por míos en el orden de la solidaria fraternidad de la República. Entonces podrá hablarse de concordia y reconciliación cuando los venezolanos, sintiendo por suyos los méritos de los otros venezolanos, consagren a la exaltación de sus valores la energía que dedican a la mutua destrucción, y cuando, sintiendo también por suyos los yerros del vecino, se adelanten, no a pregonarlos complacidos, sino a colaborar modestamente en la condigna enmienda.
Caracas, 15 de septiembre de 1951
VER+:
MENSAJE SIN DESTINO y ALEGRÍA DE LA TIERRA
Este ensayo vuelve a las cajas de imprenta (como solemos decir quienes empezamos a escribir cuando la imprenta era más arte que industria), para corresponder, por medio de una nueva edición, a la solicitud con que el público lo ha favorecido. Satisfactoriamente para mí, ello representa que el cuerpo de ideas sostenidas, a través de sus páginas, corresponde a una realidad nacional, que interesa por igual a otros venezolanos. Escritores preocupados en el examen de nuestros problemas han consignado en las columnas de la prensa su opinión acerca de los temas que abordan mi MENSAJE.
Algunos han llegado a límites de extremosa generosidad y encumbrada honra, otros han mostrado alguna disconformidad con la manera de tratar y o ciertos temas. Quiero referirme fundamentalmente a la poca importancia que asigna uno de los críticos a nuestra carencia de continuidad histórica como factor primordial de crisis, para ubicar toda la tragedia presente en solo el problema de la transición de la vieja economía agropecuaria a la nueva economía minera. Jamás me atrevería a desconocer el profundo significado que en nuestro proceso de pueblo tiene la presencia del petróleo como factor económico y social, ni menos desconozco las ventajas de la nueva riqueza.
En mi ensayo lo he apuntado claramente, y en él me duelo de que, por carencia de un recto y provechoso sentido histórico de la venezolanidad, hubiéramos preferentemente utilizado los recursos petroleros para satisfacer nuestros bajos instintos orgiásticos, antes que dedicarlos a asegurar la permanencia fecunda de lo venezolano, y ello después de haber olvidado ciertos compromisos con la nación para mirar sólo a la zona de los intereses personales. Cuando radico en lo histórico la causa principal de nuestra crisis de pueblo, no miro únicamente a los valores iluminados de cultura que provienen del pasado. Me refiero a la historia como sentido de continuidad y de permanencia creadora. Pongo énfasis al decir que nuestro empeño de olvidar y de improvisar ha sido la causa primordial de que el país no haya logrado la madurez que reclaman los pueblos para sentirse señores de sí mismos
¿No nos quejamos diariamente de la falta de responsabilidad con que obran quienes asumen cargos directivos sin poseer la idoneidad requerida? Pues justamente el lo proviene del desdén con que se miraron los valores antecedentes sobre los cuales se construye el dinamismo defensivo de la tradición. No considero el Pesebre navideño ni el Enano de la Kalenda trujillano como factores de esencialidad para la construcción de un orden social:
miro en su derrota por el arbolito de Navidad y por el barbudo San Nicolás, la expresión de un relajamiento de nuestro espíritu y el eco medroso de la conciencia bilingüe que pretende erigirse en signo de nuestros destinos.
Para ir contra el pasado, o para mirarlo sólo al esfumino de una pasión romántica, algunos invocan sentencias cargadas de gravedad, que en otros pueblos han servido para condenarla pesada e infructuosa contemplación de un brillante pretérito. En España, por caso, ¡cuánto gritaron los hombres dirigentes contra la actitud de introversión de su cultura! Allí el problema fue otro. Había allá una super abundancia de historia que impedía en muchos, por imperfecta deglución, tomarla como nutrimento de futuro. Nosotros, en cambio, no hemos buscado en nosotros mismos los legítimos valores que pueden alimentar las ansias naturales de progreso.
Cegados por varias novedades, nos hemos echado canales afuera en pos de falsos atributos de cultura, hasta llegar a creer más, pongamos por caso, en las "virtudes" del existencialismo que en la fuerza de nuestros propios valores culturales. Se me imputa que, llevado por el aire del pesimismo, no presento caminos para la solución de la crisis de nuestro pueblo. Claro que si se buscan programas políticos como remedio, no apunto nada que pueda tomarse por una posible solución. Pero tras lo negativo de los hechos denunciados, está lo afirmativo de la virtud contraria, y más allá de la censura de ciertas actitudes, cualquiera mira el campo recomendable.
Con diagnosticar el elemento externo que provoca un estado patológico, ya el médico señala parte del régimen que llevará al paciente al recobramiento de la salud. Tampoco fue mi intención indicar caminos ni menos fingir una posición de taumaturgo frente a las dolencias del país. Modestamente me limité a apuntar lo que yo considero causa de nuestra crisis, sin aspirar a enunciarlas todas, y menos aún proponerles remedio. También me aventuro a considerar que estoy en lo cierto cuando expongo las conclusiones a que conduce mi flaca reflexión. Sé que son otros los que, con autoridad de que carezco, pueden presentar las fórmulas reparadoras; mas, como me considero en el deber de participaren la obra de investigar los problemas de la república, resolví prender la escasa luz de mi vela para agregarme, en el sitio que me toca, a la numerosa procesión de quienes, ora a la grita, ora a la voz apagada, se dicen preocupados por la suerte del país. Ya no sólo el derecho de hablar que legítimamente me asiste como ciudadano, sino una obligación cívica, que sobre mí pesa, lo que empuja mi discurso.
Siempre he creído necesario contemplar los problemas del paisa través de otros ojos, y, en consecuencia, no me guío únicamente por lo que miran los míos. A los demás pido prestada su luz; y el juicio de mis ojos, así sea opaco ante los otros, lo expongo al examen de quienes se sientan animados de una común inquietud patriótica. Llamo al vino, vino, y a la tierra, tierra, sin pesimismo ni desesperación; sin propósito tampoco de engañar a nadie, digo ingenuamente lo que creo que debo decir, sin mirar vecinas consecuencias ni escuchar el rumor de los temores. Ni busco afanoso los aplausos, ni rehúyo legítimas responsabilidades. Bien sé que los elogios no agregarán un ápice a mi escaso tamaño, ni las voces de la diatriba reducirán más mi medianía. Tampoco esquivo responsabilidades vistiendo vestidos postizos, menos, muchos menos, me empeño en hacer feria con los defectos de los demás. Aunque quedaran visibles en la plaza pública sólo los míos, yo desearía servir a una cruzada nacional que se encaminase a disimular, para mayor prestigio de la patria común los posibles errores de mis vednos, que miro también por míos en el orden de la solidaria fraternidad de la república. Entonces podrá hablarse de concordia y reconciliación cuando los venezolanos, sintiendo por suyos los méritos de los otros venezolanos, consagren a la exaltación de sus valores la energía que dedican a la mutua destrucción, y cuando, sintiendo también por suyos los yerros del vecino, se adelanten, no a pregonarlos complacidos, sino a colaborar modestamente en la condigna enmienda.
Caracas, 15 de septiembre de 1951.
Mario Briceño Iragorry
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La Palabra Compartida #24 La Palabra Compartida #25 La Palabra Compartida #26
Mario Briceño Iragorry: el Pensador El Político El Soñador
obras_completas_vol._3 by MIguel Alvarez
mario_briceno_iragorry_obra... by jode341.2
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