EL Rincón de Yanka: EDITH STEIN, LA PROFUNDIDAD ESPIRITUAL, FILOSÓFICA Y HERÓICA DE UNA TESTIGO SANTA PARA NUESTRO TIEMPO 🙋🕂💕

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jueves, 18 de agosto de 2022

EDITH STEIN, LA PROFUNDIDAD ESPIRITUAL, FILOSÓFICA Y HERÓICA DE UNA TESTIGO SANTA PARA NUESTRO TIEMPO 🙋🕂💕


la profundidad espiritual, filosófica 
y heroica de una santa para nuestro tiempo

"Dios es la verdad. 
Quien busca la verdad, busca a Dios, 
sea de ello consciente o no".

“La religión no es algo para vivir en un rincón tranquilo y durante unas horas de fiesta, sino que debe ser la raíz y fundamento de toda la vida. Y esto, no sólo para algunos escogidos, sino para todo cristiano que lo sea de verdad”.
La crisis de confianza por la que atraviesa la Iglesia en la actualidad debido a las graves faltas de muchos de sus miembros, así como la explosiva demanda universal de reivindicación de la dignidad y los derechos de la mujer, invitan a poner la atención en ejemplos señeros de una fe sólida y abnegada al servicio de hombres y mujeres, capaces de un compromiso fiel, lúcido y valiente, que puede llegar incluso hasta el sacrificio supremo por las causas más nobles, tanto desde el punto de vista humano como divino. Uno de los modelos más notables en este sentido es el de Edith Stein o Sor Teresa Benedicta de la Cruz, nombre que adoptó al ingresar al Carmelo.

Formación filosófica y primeros escritos fenomenológicos

Edith Stein nace en el seno de una familia judía el 12 de octubre de 1891, en la entonces ciudad alemana de Breslau, capital de Silesia, que después de la Segunda Guerra Mundial pasaría a pertenecer a Polonia. Su nacimiento coincide con la conmemoración del Yom Kipur, día de la expiación, el perdón y el arrepentimiento sincero. Fue la menor de 11 hijos de un comerciante en maderas que murió antes de que ella cumpliera los dos años, por lo que su madre se encargó de dirigir el comercio y educar esmeradamente a sus hijos, de los cuales Edith fue la preferida, entre otros motivos, por la significación religiosa del día en que nació.

En 1911, Edith ingresa a la Universidad de Breslau y comienza a estudiar germanística, historia y psicología. A lo largo de toda su vida conservó el interés por esas materias, mostrando especial predilección por los poetas y dramaturgos Friedrich Schiller, y Johann Wolfgang Goethe. Pero la lectura de las Investigaciones lógicas de Edmund Husserl, el fundador de la escuela fenomenológica, despierta su vocación por la filosofía, por lo cual se traslada en 1913 a la Universidad de Gotinga con Husserl, y llega a ser miembro del círculo que reúne, en torno al maestro, a filósofos como Max Scheler, Adolf Reinach, Hans Lipps y el polaco Roman Ingarden. La fenomenología busca contrarrestar las corrientes naturalistas e historicistas imperantes hacia el fin del siglo XIX y el comienzo del siglo XX, proponiendo un método basado en una nueva concepción epistemológica (no psicológica) de la conciencia como ámbito exclusivo y esencial para la fundamentación de todo saber con pretensión de cientificidad. En 1916 Edith sigue a Husserl a Friburgo de Brisgovia, donde se desempeña como su asistente tras obtener el doctorado summa cum laude con una tesis «Sobre el problema de la empatía».

La empatía es una forma peculiar de acceso a las vivencias ajenas, es decir, a lo que ocurre en la subjetividad del otro, que constituye para Edith Stein una condición necesaria para conocer la unidad de la persona, tanto en el otro como en sí mismo, puesto que para conocerme necesito poder percibir también cómo otros me perciben a mí. Por la empatía, un yo se percata de que el otro está viviendo una experiencia determinada, como una alegría o una pena. Sin embargo, por ser ajena, no vive la experiencia del otro de modo originario, sino que la vive de manera no-originaria. En su tesis, Edith Stein distingue tres momentos o grados de realización de la empatía. El primero es la aparición de la vivencia, por ejemplo, la tristeza que se lee, por así decir, en la cara del otro. La conciencia percibe el fenómeno desde fuera, como un objeto. El segundo momento es la inmersión en la subjetividad ajena, al punto de ver allí la vivencia del otro como vivencia propia, con lo que se pierde momentáneamente la distinción entre el otro y el yo. El tercer momento es una vuelta al propio yo en el que se recupera la primera distancia, pero impregnada de la inmanencia ajena. [1]

Siguiendo a su maestro Husserl, Stein sostiene que la vida de la persona se caracteriza por no depender únicamente de relaciones de causa y efecto, como las que se dan propiamente en los fenómenos de la naturaleza, pues es vida espiritual, la cual no se rige por la causalidad, sino por una legalidad esencialmente distinta, que corresponde a la motivación. La motivación se refiere a conexiones de sentido que se viven de manera originaria en la conciencia propia o por empatía en relación con otros sujetos de actos personales: 

“La motivación es la legalidad de la vida espiritual, el entramado de vivencias de los sujetos espirituales es una totalidad de sentido vivenciada (originariamente o a la manera de la empatía) y como tal comprensible”. [2]

En el otoño de 1918 decide dejar de ser asistente de Husserl, pues comprueba que su deseo de obtener la habilitación para ejercer docencia libre no es posible para una mujer en esos tiempos, independientemente de sus méritos académicos, como se desprende de un informe que redacta el propio Husserl: “Si la carrera académica estuviera abierta para las damas, ella sería, desde luego, la persona recomendada en primer lugar y más calurosamente para las oposiciones a cátedra”. [3]

Entre 1918 y 1921, Edith Stein desarrolló por cuenta propia sus ideas sobre el psiquismo humano, conectándolas con investigaciones sobre la vida comunitaria en dos textos reunidos bajo el título común Contribuciones a la fundamentación filosófica de la psicología y de las ciencias del espíritu publicado el año 1922 en el volumen V del Anuario de filosofía e investigación fenomenológica fundado por Edmund Husserl. A estos estudios se sumó la Investigación sobre el Estado, que, si bien fue finalizada en 1921, se publicó recién en 1925 en el volumen VII del mismo anuario filosófico. Estos textos revelan la sensibilidad de la futura santa por los problemas sociales y políticos de su tiempo, sobre los que reflexiona con pasión y a la vez con el máximo rigor filosófico del que es capaz.

Compromiso social y conversión al cristianismo

Siendo adolescente, en 1906, Edith vive una crisis existencial. La asaltan grandes dudas sobre la fe en la que había sido educada y comienza a tomar conciencia sobre las discriminaciones que sufre la mujer. Decide dejar de rezar y, habiendo terminado el primer ciclo de enseñanza secundaria, pide dejar la escuela y viaja a casa de su hermana Elsa, que vivía con su marido y tres hijos en Hamburgo, para acompañarla y ayudarla en los quehaceres domésticos. Regresa al hogar en 1907 cuando se entera de la grave enfermedad de un sobrino, que después murió. Entonces reemprende sus estudios con un profesor privado y en marzo de 1911 aprueba el examen extraordinario que le permite ingresar a la universidad. Ese mismo año participa en diversos grupos estudiantiles y sociales, entre los cuales destaca la “Asociación Prusiana por el Voto Femenino”.

Al desatarse la Primera Guerra Mundial siente que su deber patriótico y humano es servir a los soldados heridos en el frente, por lo que en 1915 interrumpe sus estudios universitarios y colabora como enfermera en un hospital austriaco de campaña. Cuando ese hospital deja de funcionar, y poco antes de terminar su tesis doctoral, en 1916, Edith tiene una de sus primeras experiencias religiosas importantes en el proceso de su conversión al catolicismo. De paso en la Catedral de Frankfurt, observa que una aldeana entra con la cesta de la compra, quedándose un rato para rezar. El hecho de que una persona entre en una iglesia vacía, para conversar con Dios en la intimidad es para ella algo completamente nuevo que le impactó profundamente, pues en las sinagogas y las iglesias protestantes que antes había conocido, los creyentes solo asistían a los oficios religiosos. [4]

A finales de 1917 llega la noticia de que Adolf Reinach, uno de los miembros más destacados del círculo fenomenológico de Gotinga, había caído en el frente. Edith es designada para hacerse cargo de su legado filosófico. Tiene que pedir los papeles de Reinach a su mujer, y teme encontrarse con una viuda deshecha en lágrimas. Pero en la esposa de Reinach no vio solo dolor, sino también una fe robusta que comunicaba serenidad y fortaleza. Según el testimonio de uno de sus confesores, Edith habría afirmado, años después, que ese fue el momento en que tuvo la primera experiencia de la redención por la Cruz, que desmoronó su incredulidad. [5]

Pero antes de su conversión, entre 1918-1919 Edith desarrolla una intensa actividad política como miem-bro del recién formado Partido Democrático Alemán [6], haciendo un giro desde un inicial patriotismo conservador a un constitucionalismo liberal abierto a reformas sociales. [7] Con su compromiso aportó al éxito de la lucha por el derecho al voto femenino en Alemania, reconocido en 1919.

La experiencia decisiva para su conversión la tiene en el verano de 1921, durante una visita de unas semanas en Bergzabern (Palatinado), la finca de Hedwig Conrad-Martius, ex miembro del círculo fenomenológico de Gotinga que, junto con su esposo, se había convertido al catolicismo. En ese lugar lee la autobiografía de Teresa de Ávila y se convence de adherir a la fe católica. El 1 de enero de 1922 es bautizada, y añade a su nombre el de Hedwig, en honor a su amiga, que ofició de madrina. Esta conversión es incomprendida por su familia y causa un gran dolor a su madre, pues la siente como una traición a su pueblo judío. Pero Edith considera que su inserción como católica, lejos de robarle su identidad como judía, más bien le da cumplimiento y un sentido más profundo, pues encuentra en Jesucristo el sentido de toda su fe y su vida como judía. Anticipando las enseñanzas del Concilio Vaticano II, considera también que, más allá de la Iglesia visible, todo buscador sincero de la verdad, aunque no sea cristiano ni creyente, puede alcanzar la salvación. Así lo refleja la carta que dirige años más tarde a la hermana Adelgundis Jaegerschmidt, quien acompaña a Edmund Husserl en su lecho de muerte:

“No tengo preocupación alguna por mi querido Maestro. He estado siempre muy lejos de pensar que la Misericordia de Dios se redujese a las fronteras de la Iglesia visible. Dios es la verdad. Quien busca la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no”. [8]

Desea entrar lo más pronto posible a la vida religiosa, pero su asesor espiritual le aconseja que espere, considerando que aún tenía mucho bien que hacer por medio de sus actividades “en el mundo”. Así desarrolla entre 1922 y 1933 un inmenso apostolado. Hace clases en el colegio de Santa Magdalena de las dominicas de Speyer, y además escribe, traduce, imparte conferencias y programas radiales dentro y fuera de Alemania sobre las bases de una pedagogía humanista de inspiración cristiana y sobre la formación de la mujer. En una de esas conferencias afirma con fuerza:

“Que las mujeres están capacitadas para ejercer otras profesiones aparte de la de esposa y madre, solo lo ha podido negar la ceguera carente de objetividad. La experiencia de los últimos decenios y en general también la experiencia de todos los tiempos lo han demostrado. Desde luego puede decirse que en caso de necesidad toda mujer sana y normal puede ejercer una profesión, y que no existe ninguna profesión que no pueda ser llevada a cabo por una mujer”. [9]

Pero Edith no solo defiende los derechos de las mujeres, también denuncia las injusticias que se cometen contra la población judía con la llegada al poder del régimen nazi con Hitler en marzo de 1933. En una demostración de lucidez profética, escribe al Papa Pío XI señalando los peligros que se ciernen sobre el pueblo judío, sobre Alemania y la misma Iglesia Católica con la nueva situación:

“Como hija del pueblo judío que, por la gracia de Dios, desde hace once años también es hija de la Iglesia católica, me atrevo a exponer ante el Padre de la Cristiandad lo que oprime a millones de alemanes.

Desde hace semanas vemos sucederse acontecimientos en Alemania que suenan a una burla de toda justicia y humanidad, por no hablar del amor al prójimo. Durante años, los jefes nacionalsocialistas han predicado el odio a los judíos. Después de haber tomado el poder gubernamental en sus manos y armado a sus aliados —entre ellos a señalados elementos criminales—, ya han aparecido los resultados de esa siembra del odio. [...]

Todos los que somos fieles hijos de la Iglesia y consideramos con ojos despiertos la situación en Alemania nos tememos lo peor para la imagen de la Iglesia si se mantiene el silencio por más tiempo. Somos también de la convicción de que a la larga ese silencio de ninguna manera podrá obtener la paz con el actual régimen alemán”. [10]

No se conoce una respuesta del Papa, y por desgracia el pronóstico de Edith se convirtió en una terrible realidad. No sería extraño que, años más tarde, al escribir Pío XI la encíclica Mit brennender Sorge, publicada el 14 de marzo de 1937 sobre la situación de la Iglesia en la Alemania nazi, haya recordado la carta de la futura santa.

Integración de tomismo y fenomenología

En el período que transcurre entre las dos guerras mundiales ocurre un florecimiento de la intelectualidad católica, en el marco de una renovación de la filosofía escolástica, especialmente tomista, sostenida y animada sobre todo por la encíclica de León XIII Aeterni Patris (1897), que exhorta a seguir el modelo de los estudios filosófico-teológicos de Santo Tomás. Las obras de filósofos cristianos como los franceses Etienne Gilson y Jacques Maritain y los alemanes Martin Grabmann y Romano Guardini son un gran estímulo espiritual para las reflexiones de Edith Stein. Especialmente importante es la cercanía con el jesuita alemán Erich Przywara, que le encomienda la traducción al alemán de las Cartas y diarios del Cardenal Newman (aparecida en 1928), y la traducción, en dos tomos, de las Cuestiones sobre la verdad de Santo Tomás de Aquino (1931-32). La cada vez mayor importancia que cobra Santo Tomás para Edith cristaliza primero en el artículo “La fenomenología de Husserl y la filosofía de Santo Tomás”, publicado en 1929 como aporte a un número especial del anuario de fenomenología en homenaje a Husserl en su septuagésimo cumpleaños. En él confronta la búsqueda infinita de la verdad por parte de una razón que pone entre paréntesis la existencia real de lo que se presenta en la inmanencia de la conciencia (Husserl), con una filosofía de la vida que se asienta en la experiencia de lo real y se abre a la trascendencia (Santo Tomás).

Sin negar su primera etapa como fenomenóloga, Edith desarrolla en los años siguientes una metafísica de inspiración tomista, en Potencia y acto (1930-1931) y en su obra principal, Ser finito y Ser eterno (1936), que retoma y perfecciona el libro anterior. Uno de los temas que aborda en esta etapa se refiere al análisis husserliano de la temporalidad de la conciencia, al que conecta con la estructura aristotélica y tomista de potencia y acto. La fenomenología describe el presente como una vivencia que retiene lo que acaba de pasar y anticipa lo que está por venir. Ambos momentos son para Stein formas de potencialidad referidas al ser en acto del presente:

“En lo que yo soy ahora, hay algo que yo no soy actual, pero que lo será en el futuro. Lo que yo soy ahora en el estado de actualidad, lo era ya antes, pero sin serlo en el estado de actualidad. Mi ser presente contiene la posibilidad de un no ser actual futuro y presupone una posibilidad en mi ser precedente. Mi ser presente es actual y potencial, real y posible al mismo tiempo”. [11]

Por otra parte, recupera el concepto aristotélico y tomista de sustancia como núcleo permanente en el que se asienta la estructura acto-potencia que subyace a las múltiples vivencias subjetivas, sin reducirlas a la conciencia que el yo tiene de sí.

Otro tema que Edith Stein aborda en estos textos se refiere al principio de la individualidad personal. Tomás de Aquino veía el principio de individuación en la materia signata quantitate, la materia dotada de relaciones de extensión y magnitud determinadas, o sea, la materia concreta que singulariza la forma esencial del ser humano. En cambio, para el fenomenólogo personalista Max Scheler, la esencia humana es propiamente individual e irrepetible, y que en el ámbito del espíritu solo puede haber existencias distintas si hay esencias distintas. Edith Stein tampoco piensa que el principio de individuación en el caso de los seres espirituales sea la materia signata quantitate. Sostiene que el criterio tomista se puede aplicar a los seres materiales inanimados, las plantas y los animales. Pero agrega que respecto de los seres humanos cada individuo es en cierto modo su propia especie, retomando a su manera un argumento que el propio Santo Tomas aplicó a los ángeles.

También es digna de mención la posición que Stein toma frente a una de las principales obras filosóficas de esa época, Ser y tiempo (1927) de Martin Heidegger, discípulo de Husserl que había propuesto una ontología fundamental que pudiera abrir un camino de respuesta a la pregunta por el sentido del ser. Ello exige una previa explicitación del ente que se plantea dicha pregunta, el hombre, cuyo modo de ser es la existencia, que tiene que hacerse cargo de sí mismo y proyectarse eligiendo entre las diversas posibilidades de ser que se le presentan. Entre ellas hay una que no puede rehuir: la muerte, posibilidad de que todas las demás posibilidades se conviertan en imposibles, y que nadie puede asumir por otro. El “ser para la muerte” no se constata mediante un acto de pensamiento, sino mediante una disposición afectiva: la angustia ante la carencia de fundamento seguro de los proyectos humanos y de la existencia misma. El análisis existencial revela, según Heidegger, que la unidad de las distintas estructuras que caracterizan el Dasein es esencialmente temporal, en la que el futuro y el pasado se entrelazan con el presente y fundan la historicidad humana.

Edith Stein comienza a leer Ser y tiempo desde el mismo año en que apareció. Si bien reconoce la potencia del pensamiento de Heidegger, considera que, a pesar de declarar que solo pretende hacer un análisis fenomenológico de la existencia, asume de hecho compromisos ontológicos que de ningún modo son evidentes. Entre ellos resalta que el filósofo alemán haya situado al ser del hombre únicamente en el horizonte de lo temporal finito. Ella busca compensar esa perspectiva con la afirmación de la eternidad que trasciende la temporalidad, y por eso afirma que

“solo la plenitud hace propiamente inteligible por qué ‘de lo que se trata para el hombre es de su ser’. Ese ser es no solo un ser que se extiende en el tiempo y por tanto está siempre ‘adelantado a sí mismo’, el hombre anhela el siempre nuevo ser regalado con el ser para poder agotar lo que el instante simultáneamente le da y le quita. No quiere dejar lo que le da plenitud, y querría ser sin final y sin límites para poseerlo enteramente y sin fin. Alegría sin fin, dicha sin sombras, amor sin límites, vida intensificada al máximo sin debilitamiento, obra plenísima de fuerza, simultáneamente la completa calma y el verse desligado de todas las tensiones: esta es la beatitud eterna. De este ser es de lo que se trata para el hombre en su ser ahí”. [12]

Espiritualidad de la cruz

Cuando el 15 de abril de 1934 Edith Stein toma el hábito de monja en el Carmelo de Colonia adopta el nombre de Sor Teresa Benedicta de la Cruz. El nombre de Benedicta obedece al reconocimiento de las gracias recibidas en la abadía benedictina de Beuron, que había visitado a menudo, sobre todo en Semana Santa. También es significativa la inclusión en su nombre de la Cruz. Ello obedece a la actitud típicamente teresiana de entrega completa a Dios mediante un amor que se vacía de sí mismo a fin de dejar sitio para la vida de Dios. Este vaciarse progresivo para permitir que Dios actúe en nosotros no tiene nada que ver con una despersonalización o un cierre del alma a las tribulaciones del mundo para autocomplacerse en determinados sentimientos religiosos, sino todo lo contrario. Así lo muestra el ejemplo de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz, que supieron comprender las necesidades de su tiempo y promover una profunda reforma del Carmelo en el siglo XVI.

Justamente sobre San Juan de la Cruz escribe Teresa Benedicta su última obra, con ocasión del cuarto centenario de su nacimiento, en 1942. Expone su teología mística, y la enseñanza que de ella se desprende para una vida de fe marcada por la cruz, en la que Dios parece guardar silencio y abandonar al creyente. Una característica de la experiencia interior de Dios es la “noche oscura de la fe”. Para encontrar a Dios, el místico recorre un camino de obscuridad, pobreza y humillación, y después de terminar con todo asomo de autocomplacencia y arrogancia, el fuego purificador de Dios lo convierte en “llama de Dios viva”. [13]
Una característica de la experiencia interior de Dios es la “noche oscura de la fe”. Para encontrar a Dios, el místico recorre un camino de obscuridad, pobreza y humillación, y después de terminar con todo asomo de autocomplacencia y arrogancia, el fuego purificador de Dios lo convierte en “llama de Dios viva”. [Imagen de la Capilla del Carmelo de Edith Stein en Echt, provincia de Limburg, Países Bajos. En el vitral aparecen, en los extremos, Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, los dos maestros espirituales de la santa. En el centro, Edith Stein antes y después de tomar el hábito].

Teresa Benedicta trabaja en este libro hasta el mismo día de su detención por los nazis. En 1938 había sido trasladada, por su seguridad, desde el monasterio de Colonia, en Alemania, al monasterio de Carmelitas de Echt, en Holanda, donde la acompaña su hermana Rosa, que también se había bautizado en la Iglesia Católica. El 24 de julio de 1942 se lee en todas las iglesias católicas de Holanda una carta pastoral de los obispos en la que condenan la persecución y deportación de los judíos. Como represalia, el comisario del Reich ordena la deportación de todos los judíos católicos. El 2 de agosto la Gestapo se lleva a Edith Stein junto con su hermana y las deporta a Auschwitz, donde el 9 de agosto son asesinadas en la cámara de gas.

Este final no la toma por sorpresa, pues ella misma, fiel a su vocación al misterio de la Cruz y solidaria con su pueblo ultrajado, se había ofrecido a Dios como víctima sacrificial por su pueblo judío y por la paz. El 26 de marzo de 1939 escribió a su priora:

“Querida Madre, permítame Vuestra Reverencia, ofrecerme al Corazón de Jesús como víctima propiciatoria por la paz verdadera: que el poder del Anticristo, si es posible, se derrumbe sin una nueva guerra mundial, y que pueda ser instaurado un nuevo orden de cosas”. [14]

Los testimonios recogidos de sobrevivientes del holocausto que vieron a Teresa Benedicta en alguna de las estaciones de su camino a la muerte dan cuenta de la serenidad y grandeza con que lo enfrentó, dando consuelo y tranquilizando sobre todo a las mujeres y a los hijos de madres desesperadas que ya no eran capaces de atenderlos. [15]

La síntesis de la vida y obra de esta mujer santa permite apreciar las muchas razones por las cuales constituye un ejemplo luminoso para el creyente de hoy, pues su testimonio inspira y aporta orientaciones en diversos ámbitos: por una parte muestra la amplitud de la auténtica identidad católica, capaz de dialogar en forma acogedora e integradora con distintas formas de espiritualidad, como la teología escolástica, la mística carmelita y benedictina, la religión judía y toda búsqueda sincera y profunda de la verdad. Asimismo, es un ejemplo de la capacidad de diálogo entre tradiciones filosóficas aparentemente tan disímiles entre sí, como la fenomenología y el tomismo, en las que además sabe complementar equilibradamente la dimensión puramente intelectual con la dimensión afectiva y volitiva. No menos importante es su frecuente referencia a la literatura, la poesía y el arte, que le confieren un sentido humanista e interdisciplinario más amplio y rico a sus reflexiones filosóficas y teológicas. Pero no se limita a la reflexión, sino que muestra lucidez profética y compromiso con múltiples y diversas causas sociales y religiosas: defensa política y pedagógica de los derechos de la mujer, atención como enfermera a las víctimas de la guerra, profesora, monja, mártir de la fe.

Todos estos elementos confluyen en su canonización y nombramiento como copatrona de Europa el año 1998, y se resumen en las palabras que Juan Pablo II le dedicara con ocasión de la ceremonia de beatificación en Colonia, el 1 de mayo de 1987:

“Nos inclinamos profundamente ante el testimonio de la vida y la muerte de Edith Stein, hija extraordinaria de Israel e hija al mismo tiempo del Carmelo, sor Teresa Benedicta de la Cruz; una personalidad que reúne en su rica vida una síntesis dramática de nuestro siglo. La síntesis de una historia llena de heridas profundas que siguen doliendo aún hoy...; síntesis al mismo tiempo de la verdad plena sobre el hombre, en un corazón que estuvo inquieto e insatisfecho hasta que encontró descanso en Dios”.

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Notas

[1] Edith Stein, Sobre el problema de la empatía, en Obras completas (OC). Traducidas bajo la dirección de J. Urquiza y Francisco Javier Sancho. Burgos: Monte Carmelo, 2002-2007, vol. II, p. 87.
[2] Ibíd, p. 179.
[3] Carta de recomendación de Edmund Husserl, 6 de febrero de 1919, en OC I, p. 1658 s.
[4] Cf Autobiografía, en OC I, p. 480 y ss.
[5] Carta del P. Johannes Hirschmann SJ a la priora del Carmelo de Colonia, 13 de mayo de 1950.
[6] Este partido formó parte del gobierno de Alemania durante el período que se conoce como la República de Weimar, y su líder Walther Rathenau fue Ministro de Relaciones Exteriores hasta junio de 1922, cuando fue víctima de un atentado que acabó con su vida en medio de la gran crisis política en Alemania que desembocó en el trágico período del nazismo.
[7] Cf. Alasdair MacIntyre, Edith Stein: Un prólogo filosófico, 1913-1922. Granada: Editorial Nuevo Inicio, 2008, p. 163-172.
[8] Carta del 23 de marzo de 1938, en OC I, p. 1251.
[9] E. Stein, El ethos de la profesión femenina, (1931), en OC IV, p. 167. He corregido ligeramente la traducción. Otros textos importantes de este período son: Sobre la idea de formación (1930), Vocación del hombre y de la mujer según la naturaleza y la gracia, El misterio de la Navidad (1931), La estructura de la persona humana (1932-3).
[10] Carta escrita probablemente a inicios de abril de 1933, citada en OC IV, p. 29-31.
[11] Ser finito y ser eterno, en OC III, p. 648.
[12] Ser finito y Ser eterno, p. 1176.
[13] Cf. Ciencia de la Cruz, en OC V, p. 183-477.
[14] Carta a Ottilia Thanisch, 26 de marzo de 1939, en OC I, p. 1307.
[15] Cf. Al respecto las biografías de Francesco Salvani, Edith Stein. Hija de Israel y de la Iglesia. Madrid: Ediciones Palabra 2012, p. 358-365, y de Jesús Moreno Sanz, Edith Stein en compañía. Vidas filosóficas entrecruzadas de María Zambrano, Hannah Arendt y Simone Weil. Madrid/México: Plaza y Valdes 2014, p. 552-555.


La filosofía de Edith Stein


Con este título acaba de publicar José Ramón Recuero un excelente libro (Ed. Ygriega, 2021). En primer lugar, hay que felicitar al autor por las numerosas y extensas citas de las obras de Edith Stein, que pueden encontrarse en sus páginas.

Aunque las Obras Completas de esta notable pensadora han sido publicadas en español, en cinco volúmenes y conjuntamente por Ediciones El Carmen, Editorial de espiritualidad y Editorial Monte Carmelo entre los años 2002 y 2007, son muchos los intelectuales que las desconocen. Y confieso que yo soy uno de ellos.

Sin embargo, y gracias al sistemático y exhaustivo compendio que de ellas hace José Ramón Recuero, quien lee su libro acaba por convencerse de que ha conseguido una visión de conjunto suficiente para hacerse cargo de la importancia de la figura de Edith Stein. Y no sólo en en el ámbito de la filosofía pura, sino también como mística y mártir, que ha merecido llegar a los altares y ser declarada Doctora de la Iglesia Iglesia con el nombre de Santa Teresa Benedicta de la Cruz.

En cuanto al aspecto filosófico, Edth Stein trabajó con Husserl y consiguió el grado de doctora bajo su dirección. Luego hizo todas las habilitaciones necesarias para optar a una cátedra en una universidad alemana. No lo consiguió por los prejuicios vigentes en la primera mitad del siglo XX. Era imposible en aquel tiempo que una mujer alcanzase el máximo nivel académico en filosofía. Ni el propio Husserl la apoyó.

Con todo, hay que encuadrarla dentro la escuela conocida como “Fenomenología”. En realidad los méritos de Husserl se reducen a haber capitaneado, contra el idealismo dominante desde Kant, aquel amplio movimiento -zu den Sachen selbst- de vuelta a las cosas mismas. Produjo entre otros los frutos de Max Scheler, Nicolai Hartmann, Dietrich von Hildebrand y la propia Edith Stein. En cuanto a Husserl, y a pesar de su formación originaria como matemático, más bien acabó por perderse en una jungla de divisiones y subdivisiones, en la cual el lector ya no sabe siquiera de qué se está hablando exactamente. Recuero hace notar expresamente que Edith Stein supo apartarse a tiempo del estéril desierto en que terminó su maestro. Logró con sus numerosos libros levantar un cuerpo de doctrina consistente y sólido, que constituye una destacada aportación al pensamiento occidental.

Sin duda la fenomenología fue un saludable espíritu de honradez intelectual, que invitaba a ser sencillos y leales al describir la realidad. Todo lo contrario del retorcido idealismo en sus múltiples variantes. Aunque con la limitación de expresarse siempre en lenguaje ordinario y exponerse a sus peligrosas trampas.

Aprovecharé la ocasión para recordar que ahora disponemos de algo mejor que la fenomenología. Me refiero a la formalización de la lógica por Frege y Peano. Su resultado inmediato en el orden práctico ha sido nada menos que Internet, la plataforma formada por millones de ordenadores interconectados. Pero sus efectos en el orden teórico no son menores. Algunos problemas, que torturaron las mentes de los filósofos por siglos, han quedado aclarados para siempre.

Consideremos, por ejemplo, el caso del tiempo. Recoge Recuero esta frase de Stein criticando a Heidegger: “lo finito ha alcanzado el más alto grado de participación en lo eterno, algo intermedio entre tiempo y eternidad, que la filosofía cristiana ha caracterizado como evo (aevum)” (Pag. 240). Quedan aquí bien distinguidos los tres conceptos de eterno, temporal y eviterno. Hasta ahí llegó la fenomenología.

Pero el cálculo lógico va mucho más allá y alcanza la total precisión. La definición de tiempo es “si nace → (puede sí morir & puede no morir)”.

Las palabras “nacer” y “morir” se entienden aquí en el sentido amplio de acceder a la existencia o cesar en ella.

Los operadores lógicos implicador y conjuntor cumplen en la fórmula su función ordinaria. Las expresiones puede sí morir y puede no morir no forman contradicción. Al contrario se reclaman mutuamente.

Temporal lato sensu es haber nacido, con independencia de si muere o no.

Eterno es su antónimo, existir sin haber nacido, sin haber recibido el ser. Es lo propio de Dios.

Temporal stricto sensu es haber nacido y morir de hecho. Su antónimo es eviterno, haber nacido y vivir para siempre.

Puede no morir se cumple en el espíritu humano. Es eviterno. Nace y no muere.

Puede sí morir se cumple en el cuerpo humano. Nace y muere, Y sobre todo, se distingue entre los dos sentidos de temporal, detalle éste que se echa en falta en la gran mayoría de los filósofos.

El que conoce la anterior fórmula, y los cuatro conceptos que de ella resultan, puede dispensarse de la lectura del farragoso Sein und Zeit de Heidegger, o la voluntariosa traducción al español que hizo Gaos. Algo mucho más drástico, desde luego, que la suave crítica de Stein entes mencionada.

Hecho este excursus, volvamos al pensamiento de nuestra protagonista.

Recuero señala repetidamente que Stein unió estrechamente, desde su conversión desde el judaísmo al catolicismo, la filosofía racional con la fe sobrenatural. En efecto, quizá sea éste el rasgo más característico del pensamiento de Edith Stein.

Acierta Recuero al destacarlo. La lectura de las obras de Teresa de Avila catapultó, por así decir, su decisión de llegar hasta el fondo del enigma humano. Edith buscaba
apasionadamente la verdad, que estaba fuera de ella. Teresa en cambio no filosofaba sobre la verdad, sino que la vivía, la tenía dentro. Edith quiso ser desde entonces como Teresa, sólo que con mayor bagaje intelectual que la santa de Avila. Esta incesante búsqueda de la unidad entre razón y revelación, tan propia y distintiva de Edith Stein, se consolidó aún más cuando estudió a fondo a San Juan de la Cruz. Tan a fondo que tradujo al alemán su excelsa poesía.

Otro detalle que me llamó la atención fue la seguridad con que Stein defendió la creación por Dios de un espíritu humano cada vez que se forma un cigoto, o sea, en toda ocasión en que un espermatozoide fecunda un óvulo. Recuero había opinado antes lo mismo. Relata que leyó con ansiedad y emoción este pasaje de Stein, para ver si coincidía con ella o no. Me apresuro a declarar que yo también opino lo mismo.

El cigoto implica la aparición de un nuevo código genético, con una combinación inédita de 46 cromosomas, 23 de cada progenitor. Nada de tamaña envergadura ontológica ocurre después. Luego no hay más que el desarrollo del cigoto y la multiplicación de esos 46 cromosomas en todas las células que van surgiendo.

Sin duda, el nacimiento de un niño a los nueve meses nos llega al corazón con la máxima intensidad emotiva y afectiva.

Pero con todo, esa reacción es meramente sentimental. Objetivamente se trata sólo de un cambio de lugar y un nuevo modo de alimentación. Nada comparable con la constitución del cigoto, que acabará siendo nada menos que una persona. Y cada persona es única en toda la historia universal. Toda persona es absolutamente nueva e irrepetible, como tantas veces repetía Unamuno. Y lo es desde el momento en que surge un nuevo cigoto.

Así pues, el momento preciso de la infusión divina de los operadores lógicos es la creación del cigoto. Que esos operadores lógicos permanezcan luego por unos meses en forma virtual, sin manifestarse al exterior en el lenguaje, no implica que no existan. Más bien se trata de una condición suficiente que está a la espera de que se cumplan las previas condiciones necesarias.

En conclusión, leer de principio a fin los cinco tomos de las Obras Completas de Edith Stein es algo reservado para especialistas como José Ramón Recuero. Pero el resumen que ha logrado condensar en 274 páginas proporciona un conocimiento más que suficiente a todo aquél que quiera estar informado sobre el pensamiento y vida de la ejemplar y extraordinaria figura que fue, como persona y como intelectual, Santa Teresa Benedicta de la Cruz.
El testamento de Edith Stein
“Desde ahora acepto con alegría, y con absoluta sumisión a su santa voluntad, la muerte que Dios ha preparado para mí. Pido al Señor que acepte mi vida y también mi muerte en honor y gloria suyas; por todas las intenciones del Sagrado Corazón de Jesús y de María; por la Santa Iglesia y, especialmente, por el mantenimiento, santificación y perfección de nuestra Santa Orden, en particular los conventos Carmelitas de Colonia y Echt; en expiación por la falta de fe del pueblo judío y para que el Señor sea acogido por los suyos; para que venga a nosotros su Reino de Gloria, por la salvación de Alemania y la paz en el mundo. Finalmente, por todos mis seres queridos, vivos y muertos, y todos aquellos que Dios me dio. Que ninguno de ellos tome el camino de la perdición".
Edith Stein, filósofa y creyente
 
Edith Stein: "Quien busca la verdad, busca a Dios, sea de ello consciente o no".

La Pasion Por La Verdad - E... by danielkedar


Edith Stein intenta mostrar en «El ser finito y eterno» que el fundamento de la fi­losofía, a saber, la cuestión del ser, no puede ser agotada en su sentido último sólo por la filosofía. La pregunta por el ser se desarrolla, según ella, en la tensión existente entre la ciencia y la fe. La res­puesta de la fe y la respuesta de la filosofía son esencialmente diversas y se complementan de tal manera, que no se puede excluir ninguna, si se pre­tende acceder con éxito a la cuestión del «sentido del ser».

Esta comunicación íntima entre el pensar y el creer tuvo para Edith Stein no sólo un carácter teo­rético, sino también existencial. Con su filosofar y su vida nos muestra que es posible acceder por el pen­samiento a la fe y que hay personas en las que la fi­losofía y la vida personal en la fe no se contradicen. Edith Stein alcanzó la cumbre de la conjunción en­tre la fe y la ciencia en la mística. En su última obra teológico-mística «La ciencia de la cruz» se sigue reconociendo con toda claridad a la filósofa, o más precisamente, a la fenomenóloga, aun cuando su concepto de ciencia se ha modificado esencialmen­ te. La ciencia moderna -y hasta quizás la misma teología- no puede reflejarse en esa ciencia, que dejó de ser ciencia en el sentido de una teoría pu­ra. La nueva «ciencia de la cruz» va también en busca de la verdad, pero de una Verdad personal que sale al encuentro del hombre existencialmen­te. La filosofía se convierte así en una opción exis­tencial que se realiza en la aceptación de una ver­dad viviente y ésta es una perfección concedida a muy pocos pensadores.

Cuando se habla de «filosofía» o se dice de al­ guien que es un «filósofo» se asocia involunta­riamente a ello una serie de complejos argumen­tales por demás complicados y hasta ininteligibles. Las personas, hombres y mujeres, que los represen­tan, parecen provenir de un mundo de teorías y principios abstractos, que poco tiene que ver con los acontecimientos de la vida cotidiana. Los ver­daderos filósofos y la filosofía misma tienen, sin embargo, muy poco que ver con esa opinión la­mentablemente demasiado extendida. Sin duda alguna, la filosofía es una «Ciencia» y como tal no es inmediatamente accesible al que se interesa por ella; por otra parte, sin embargo, la filosofía es una «pasión» que asume a la persona no sólo en su intelectualidad, sino también en su corazón y la lanza constantemente a la búsqueda de la Verdad. Precisamente aquí se encuentra el centro de toda filosofía y de cada filósofo o filósofa: en la búsqueda insaciable de la Verdad. 

En este sentido podemos decir que Edith Stein era una gran filósofa. La búsqueda incansable de la Ver­dad acuñó toda su vida y la entrega incondicional a esa Verdad le dio su sentido y contenido pro­pios.

En el devenir de la historia cada persona vive su propia historia y la de Edith Stein se desarrolló desde su juventud en íntima comunicación con la filosofía, interpretada ésta como ciencia y como pa­sión. Sus primeros intentos científicos en el ámbito de la gerrnanística, de la historia y la sicología en la Universidad de Breslau concluyeron, después de apenas dos años. para dar lugar a una dedica­ción casi exclusiva a los temas filosóficos. 

Profun­damente decepcionada por la «sicología sin alma» descubrió en las «Investigaciones lógicas» de Ed­mund Husserl la precisión de pensamiento que ha­bía buscado desde el comienzo de sus estudios. Edmund Husserl fue el fundador de un nuevo mé­todo de investigación filosófica de principios de es­te siglo llamado «fenomenología» y con la obra ci­tada abrió rumbos de pensamiento que aún hoy siguen siendo fructíferos en el quehacer filosófico. 

Edith Stein fue su fiel discípula y penetró de tal manera en el método de su «Maestro», que toda su obra posterior mantuvo la impronta fenomenológi­ca recibida en sus años de formación.

La filosofía académica de los comienzos de nuestro siglo estaba preñada de una suerte de neo-kantianismo que se desarrollaba cada vez más ra­ dicalmente hacia una visión filosófica eminente­mente subjetiva. 
El «Yo» (sujeto) constituía las ca­tegorías de la realidad y pasaba a ser de esa manera su fundamento y medida. Según esto, la realidad perdía su carácter objetivo y no podía ser considerada en independencia de un sujeto. 
Hus­serl se opuso fervientemente con su método feno­menológico a esa forma de neokantianismo, inten­tando dar un paso revolucionario y conservador a la vez, a saber, proporcionar a la realidad una nueva autonomía, considerándola en cuanto tal y en inde­pendencia de un sujeto. Su lema era: «Volver a las cosas». 

Resultaba imperioso rechazar todos los prejuicios filosóficos y científicos para que la filo­sofía se dirigiera directame te a la realidad, tal co­mo ella es y como se nos muestra: como fenómeno (de ahí el nombre «fenomenologfa» ). Esa visión inocente («naiv») y desprejuiciada de los fenóme­nos implicaba un reconocimiento absoluto de la in­dependencia que la realidad exterior tiene respec­to de la conciencia. Con ello estaba replanteando no sólo temas concernientes a la filosofía, sino tam­bién numerosas cuestiones de carácter teológico. De esa manera, por ejemplo. Dios deja de ser un mero postulado para convertirse en la posibilidad objetiva de la trascendencia. En consecuen cia. se abre la posibilidad de la aceptación de la fe como fenómeno extra-subjetivo que no puede ser con­ceptualizado categorialmente por la conciencia. 

Esa apertura frente a la fe era una de las caracte­rísticas de la fenomenología y Husserl bromeaba muchas veces diciendo que debería ser canonizado por la Iglesia Católica en razón de que tantos de sus discípulos habían encontrado el camino de la fe a través del método fenomenológico.

Edith Stein se convirtió en una verdadera espe­cialista del método fenomenológico y lo manejaba con capacidad admirable. Su tesis doctoral «Sobre el problema de la empatía» es una prueba eviden­ te del dominio que tenía del método ideado por Husserl. En ese trabajo investiga la esencia de los actos empáticos y la constitución interior del indi­viduo sicofísico. La filosofía intenta explicitar con el término empatía el esfuerzo de la persona huma­na. A ese proceso pertenecen esencialmente el 'Yo' (sujeto) y el 'Tú' exterior (objeto) y ambos se comu­nican en una suerte de unidad de vivencia. 

El nú­cleo de su investigación se centra en el análisis del fenómeno de la existencia de esos sujetos ajenos a la propia persona y en el acto fundante que posibi­lita la percepción de una existencia personal dis­tinta a la propia. La empatía se define, según esto, como la «participación afectiva y por lo común emotiva de un sujeto humano en una realidad aje­na al mismo sujeto». Después del tratamiento ex­ haustivo de este tema Edith Stein se abocó a la aplicación del método fenomenológico a cuestiones de sicología y filosofía social colaborando activa­mente con el «Anuario de filosofía e investigaciones fenomenológicas». En este órgano de expresión de la escuela filosófica fundada por Husserl publicó tres trabajos muy importantes de carácter también estrictamente fenomenológico. 

Dos de ellos son «Aportes a la fundamentación filosófica de la sicología y de las ciencias del espíritu»: 'Causalidad psí­quica' e 'Individuo y Comunidad'.  En ellos intenta una interpretación fenomenológica de los conceptos mencionados y la investigación de las condiciones de posibilidad de la apertura del sujeto individual­ personal a la vida en comunidad. 
El tercer trabajo publicado en el Anuario, «Una investigación sobre el estado» tiene carácter filosófico-social e intenta sentar las bases sobre las cuales ha de apoyarse la constitución de una comunidad estatal. Esta obra es la resolución socio-política de la distinción hecha anteriormente entre el carácter individual y social que le corresponde a toda persona humana.