EL Rincón de Yanka: LIBROS Y PELÍCULAS "LA LUNA DEL CAZADOR (LA NOCHE DE LOS GIGANTES)" Y "SOLDADO AZUL" ⛬⛺

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jueves, 25 de agosto de 2022

LIBROS Y PELÍCULAS "LA LUNA DEL CAZADOR (LA NOCHE DE LOS GIGANTES)" Y "SOLDADO AZUL" ⛬⛺


LA LUNA DEL CAZADOR 
Y SOLDADO AZUL (SOLDIER BLUE)

La carga de la brigada ligera, 
de Tennyson

“¡Adelante, Brigada Ligera!”
“¡Cargad sobre los cañones!”, dijo.
En el valle de la Muerte
cabalgaron los seiscientos.

“¡Adelante, Brigada Ligera!”
¿Algún hombre desfallecido?
No, aunque los soldados supieran
que era un desatino.
No estaban allí para replicar.
No estaban allí para razonar.
No estaban sino para vencer o morir.
En el valle de la Muerte
cabalgaron los seiscientos.

Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones ante sí
descargaron y tronaron.
Azotados por balas y metralla,
cabalgaron con audacia
hacia las fauces de la Muerte,
hacia la boca del Infierno
cabalgaron los seiscientos.

Brillaron sus sables desnudos,
destellearon al girar en el aire
para golpear a los artilleros,
cargando contra un ejército,
que asombró al mundo entero:

zambulléndose en el humo de las baterías
cruzaron las líneas.
Cosacos y rusos
retrocedieron ante el tajo de los sables.
Hechos añicos, se dispersaron.
Entonces regresaron, pero no,
no los seiscientos.

Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones detrás de sí
descargaron y tronaron.
Azotados por balas y metralla,
mientras caballo y héroe caían,
los que tan bien habían luchado
entre las fauces de la Muerte
volvieron de la boca del Infierno.
Todo lo que de ellos quedó,
lo que quedó de los seiscientos.

¿Cuándo se marchita su gloria?
¡Oh qué carga tan valiente la suya!
Al mundo entero maravillaron.
¡Honrad la carga que hicieron!
¡Honrad a la Brigada Ligera,
a los nobles seiscientos!”

Si hay un tema que haya hecho fortuna en la literatura western, ese es el de la cautiva blanca entre los pieles rojas: desde el secuestro de las dos hijas del coronel Munro en "El último mohicano" hasta la desesperada búsqueda de Debbie en "Centauros del desierto" de Alan Le May. Este es también el tema de las dos novelas de Theodore Victor Olsen (1932-1993) que componen este volumen. La luna del cazador (Stalking Moon, 1965), magníficamente adaptada al cine por Robert Mulligan en 1968, es considerada la obra maestra de Olsen. Un destacamento de caballería persigue a un grupo de apaches escapados de una reserva, ataca uno de sus poblados y se lleva a las mujeres y niños supervivientes de vuelta a la reserva. Entre los cautivos hay una mujer blanca, Sara Carver, y su hijo medio indio. El explorador que guía el destacamento, Sam Vetch, a punto de licenciarse del ejército, accederá a escoltar a la mujer blanca y a su hijo hasta territorio seguro. Pero alguien sigue su rastro en la distancia… 

Soldado Azul (Arrow in the sun, 1969) es una historia de pioneros, guerra india y supervivencia. Nos cuenta las desventuras de Cresta Lee, una mujer lenguaraz, descarada y ambiciosa a la que, tras caer en manos de los cheyenes de Lobo Moteado cuando viajaba para contraer matrimonio con un oficial del ejército, y después de aguantar dos años cautiva, se le presenta la ocasión de escapar con la ayuda del inexperto soldado Honus Gant… La luna del cazador dio lugar a la película La noche de los gigantes (1968), dirigida por Robert Mulligan, y Soldado azul inspiró el film de igual título dirigido por Ralph Nelson.

El contexto histórico 
de «Soldado Azul»

En los años treinta del siglo XIX EEUU ya estaba plenamente asentado como país independiente que, conforme a su creciente potencial, empezaba una expansión territorial en múltiples direcciones a costa de otros pueblos, ya fueran indígenas o mexicanos. Extinguidos prácticamente los indios de la costa Este, los de las llamadas Cinco Tribus Civilizadas (cherokees, choctaws, creeks, chockasaw y semínolas) fueron los primeros en tener que marchar al exilio de Oklahoma por la Indian Removal Act que promulgó Andrew Kackson en 1830.

Pero en aquel interior de vastas llanuras y enormes manadas de búfalos ya habitaban otros pueblos nativos a los que también llegó el turno de chocar con la cruda realidad. En 1851 la tensión creciente entre blancos y nativos parecía terminar con la firma del acuerdo de Fort Laramie, por el que siete tribus accedían a permitir el paso del ferrocarril y el telégrafo a cambio de que se les concediera un amplio territorio situado entre los estados de Colorado, Kansas, Nebraska y Wyoming. Sin embargo, siete años después se descubrió oro en Pikes Peak y miríadas de ansiosos buscadores se desplazaron a la zona en busca de fortuna, para disgusto de sus dueños, cheyennes y arapahoes.

Como los indios querían evitar una guerra que sabían perdida de antemano, accedieron a firmar un nuevo tratado en Fort Wise en 1861 que les despojaba de dos tercios de aquellas mismas tierras que les habían entregado antes. Ahora bien, esta vez las cosas no iban a resultar tan fáciles porque una parte de ellos se negó a aceptar el pacto aduciendo que sólo había representantes de algunas tribus y que, además, éstos habían sido engañados o sobornados. Consecuentemente, empezaron a menudear las escaramuzas entre guerreros y soldados.

Contra lo que podría pensarse, el estallido de la Guerra de Secesión no sólo no aplazó la cuestión sino que sirvió para que el ejército nordista levantara guarniciones antes de que lo hiciera el sudista. Y si el mando civil de Colorado recayó en el gobernador John Evans, un partidario de la línea dura contra los indios, éste dejó las operaciones militares en manos de un pastor metodista amigo suyo cuya afición al mundo militar le había hecho ser expulsado del religioso. Se trataba del coronel John M. Chivington, a quien se puso al mando del Tercer Regimiento de Caballería de Colorado, formado por voluntarios que se habían enrolado por un período de cien días y, por tanto, carentes de experiencia, de ahí que a ese cuerpo se lo apodase Bloodless Third. Toda una paradoja, como veremos.

«Soldado azul» y el cambio de paradigma en el cine

Éste es el punto de partida de Soldado azul (Soldier blue, 1970), una película que se estrenó en un momento en el que el cine estaba dando un giro radical en su tratamiento de las guerras coloniales, cambiando el punto de vista clásico, en el que los pueblos indígenas eran los malos indiscutibles, unos salvajes e incivilizados de cuyos ataques se defendían las tropas blancas en actos de legendario heroísmo, por otro en el que pasaban a ser presentados como las víctimas de la codicia del mundo moderno, que atentaba insensible contra su modo de vida tradicional y los despojaba de sus tierras ancestrales.

Esta corriente indigenista había empezado en la gran pantalla, sorprendentemente, de la mano de John Ford, quien confesó sentirse un tanto culpable por haber matado a más indios en sus películas que el propio ejército y decidió pagar esa cuenta pendiente dirigiendo en 1964 El gran combate (Cheyenne autumn). La referencia es oportuna porque, como puede deducirse del título, cuenta uno de los episodios más tristes de la historia de los cheyennes: el éxodo que protagonizaron en 1879 hacia sus praderas de Wyoming desobedeciendo la orden de permanecer en su reserva de Oklahoma.

Desde ese año menudearon los filmes revisionistas en los que se invertían los papeles. En 1967, Robert Siodmak estrenaba La última aventura del general Custer, donde el célebre personaje es presentado de forma mucho más crítica que la épica que le dieron Michael Curtiz y Errol Flynn en Murieron con las botas puestas. Y en 1970 la cosa eclosionó con otros dos títulos en una línea todavía más desmitificadora. Uno fue el Pequeño Gran Hombre que dirigió Arthur Penn, en el que de nuevo los cheyennes son protagonistas: Dustin Hoffmann asume el rol de un peculiar personaje criado por ellos que, tras una vida de azarosas aventuras, vuelve a su lado cuando están acampados precisamente en Little Big Horn, acompañando a un Custer caricaturesco y medio chiflado. El otro título de aquel año fue Soldado azul.

Aunque su director, Ralph Nelson, trabajaba sobre todo en series de televisión, había dado la campanada dos años antes con Charly (que le valió el Óscar al Mejor Actor a Cliff Robertson) y rodado varios westerns menores como Duelo en Diablo o la rara La ira de Dios. Dicen las malas lenguas que el productor Joseph E. Levine quiso aprovechar la resonancia que tuvo la matanza de My Lai en la sociedad estadounidense y decidieron plasmar en celuloide otra famosa masacre de su ejército, la de Sand Creek, trocando Vietnam por las Guerras Indias. De hecho, esa escena, clave en la película, no figura en la novela de Theodore Victor (cuyo título original es Arrow in the sun).

Así se puso en marcha un film bastante atípico que, a lo largo de sus 112 minutos de metraje, va alternando el tono de comedia con el etnológico y éste con el del horror final. Un horror extremo, por cierto, producto también de una década en la que el cine apartó los tapujos para volcarse en imágenes explícitas, ya fueran de sexo (fue entonces cuando se legalizó el porno e, ingenuamente, se pensaba que pasaría a ser un género más) o de violencia (el subgénero tremendista llamado mondo hizo fortuna en esos años). Propios de entonces son también el empleo de recursos técnicos setenteros como la cámara lenta en escenas de acción -que había sublimado Sam Peckimpah-, el zoom o la noche americana (rodar las escenas nocturnas de día con un filtro azul).

En realidad las escenas fuertes correspondieron fundamentalmente a la última parte del film, la que muestra el ataque al poblado cheyenne-arapohe. Antes, las aventuras de Cresta Lee (Candice Bergen, una mujer blanca que ha huido de los indios tras dos años prisionera de ellos) y Honus Grant (Peter Strauss, el soldado azul del título, único superviviente del destacamento que escoltaba al pagador de la compañía) parecen más sacadas de toda una tradición cinematográfica que combinaba magistralmente la road movie con el humor, tipo 39 escalones o Sucedió una noche.

Johnny, como ella le llama, se libra de la escabechina al ser destinado como explorador de flanco mientras que ella tira de los recursos que, paradójicamente, le enseñaron sus raptores indios, demostrando mucha más habilidad en un ingenioso intercambio de los roles clásicos. No obstante, el bisoño soldado azul también tendrá ocasión de lucirse, ya sea en la caza o en el duelo a muerte con una partida de kiowas que les descubren gracias a un calcetín.

Y mientras recorren el camino hacia Fort Reunión, donde a ella la espera su prometido, se desgranan unas cuantas situaciones más entre diálogos que demuestran la simpleza de la visión sobre la cuestión india del hombre blanco enfrentada con la visión de la mujer, que ha convivido con los pieles rojas y visto con sus propios ojos los bárbaros ataques a poblados que terminaban con los soldados usando despojos humanos para fabricarse bolsas de tabaco y otros enseres. “¿Qué esperan que hagan los indios?” llega a inquirir ella a su atribulado compañero.

Como cabe imaginar, ambos terminarán encontrándose con el coronel Chivington, aquí rebautizado Iverson (al igual que el 3º de Caballería, que pasa a ser el 12º), quien va tocado con un curioso y simbólico salacot colonial y, además, tiene como ayudante al prometido de Christie. El militar se dispone a atacar el campamento cheyenne para vengar la derrota de Little Big Horn del año anterior (en realidad la acción transcurre en 1864, por lo que aún faltaría casi una década) sin importarle que su jefe, Águila Negra, intente parlamentar enarbolando la bandera de barras y estrellas que le entregó el gobierno como garantía de protección (la veremos pisoteada por los caballos a la carga en un metafórico plano).

A partir de ahí llega el catálogo de horrores que caracterizó Sand Creek: además de terminar con más de un centenar de indios muertos supuso un paroxismo de violaciones y mutilaciones en pleno campo de batalla, con los soldados bailando mientras ondeaban brazos y piernas cercenadas al enemigo (el equipo de efectos tuvo trabajo y, al parecer, se contrató a tullidos para hacerlos pasar por los indios mutilados), aparte de contarse más de cien cabelleras arrancadas. El tiroteo sobre mujeres y niños indefensos (“Las liendres acaban por convertirse en piojos”, en palabras de Chivington/Iverson) en una torrentera que termina literalmente inundada de sangre resulta todavía más impresionante cuando Christie le pide a Johnny que recite los mismos emotivos versos de Tennyson que pronunció a manera de epitafio ante sus compañeros caídos en la escena inicial.

La película, rodada en México, tuvo buena acogida de crítica y público (aunque hubo ciertos reparos al gore (sangriento) final), ayudada por un cartel algo sensacionalista y la popular canción de Buffy Sainte Marie, autora también de la famosa Up where be belong que interpretaron Joe Cocker y Jennifer Warnes en Oficial y caballero y que le hizo ganar el Óscar. Por cierto, Buffy es india cree y en 1991 sería la narradora de Son of the Morning Star (Esta es nuestra tierra), una teleserie que es lo mejor que se ha hecho -desde el punto de vista histórico- del personaje de Custer y la batalla de Little Big Horn.

Tono agridulce, pues, el de este largometraje tan cargado de alegorías: una víbora entre los huesos de un esqueleto, Águila Negra arrancándose la medalla regalada por el gobierno, los armazones desnudos y humeantes de los tipis que deja atrás la columna al irónico ritmo de Battle cry of freedom… Iverson, dice un texto final, fue sometido a consejo de guerra y fusilado; sin embargo, el verdadero coronel, Chivington, salió en libertad sin cargos aunque como un apestado social. Y es que, añade el epílogo, el general Nelson Miles, contumaz veterano de las Guerras Indias, captor de Gerónimo y nada sospechoso de simpatía hacia los pieles rojas, describió la Matanza de Sand Creek como la más “alocada e injusta acción en los anales de EEUU”.

La masacre de Sand Creek —también conocida como batalla de Sand Creek y como masacre de Chivington— fue un enfrentamiento armado que tuvo lugar el 29 de noviembre de 1864 en el sudeste del Territorio de Colorado cuando una tropa de más de seiscientos voluntarios del Tercero de Caballería de Colorado al mando del coronel John Chivington atacó el campamento de cheyenes y arapajós del jefe Caldera Negra. El combate tuvo lugar dentro de lo que se conoció como Guerra de Colorado, conflicto coetáneo a la Guerra de Secesión. Como resultado murió un número indeterminado de indígenas, si bien bastantes fuentes los estiman en unas ciento treinta o ciento cuarenta personas, más un centenar de las cuales serían mujeres y niños. La acción fue controvertida desde un principio, dando lugar a intensos debates periodísticos e historiográficos, discutiendo la legitimidad del ataque, si fue una «masacre» o una «batalla» y el número de fallecidos. En la actualidad, el lugar donde se desarrolló el enfrentamiento tiene la denominación de «Sitio Histórico Nacional de Sand Creek» en recuerdo del suceso.

En la década de 1840 la Ruta de Oregón comenzó a ser utilizada masivamente por colonos que se trasladaban al territorio anglo-estadounidense de Oregón. La fiebre del oro de 1848 aumentó el tránsito de viajeros que se dirigían hacia California y hacia el recién organizado Territorio de Oregón. Aunque el objetivo de los colonos no eran las Grandes Llanuras en las que vivían diversas tribus indígenas, alteraban su forma de vida al agotar la caza, la hierba y la madera. La Oficina de Asuntos Indios encargó al experimentado trampero Tom Fitzpatrick la negociación de un acuerdo con las tribus. En 1851 Fitzpatrick consiguió reunir a diez mil amerindios en Fuerte Laramie y consiguió firmar con ellos el Primer Tratado del Fuerte Laramie. Este permitía el paso de colonos y el establecimiento de carreteras y puestos militares; a cambio garantizaba las tierras de las tribus y se aprobaba el pago de subsidios. El propio Fitzpatrick consideraba que se trataba de un arreglo temporal.

La marea de inmigrantes no disminuyó, y se incrementó notablemente en 1858 cuando se encontró oro en las Montañas Rocosas, en lo que entonces era el Territorio de Kansas. De la noche a la mañana se creó la ciudad de Denver. La llegada masiva de mineros incrementó las tensiones con los indígenas, que veían cómo el territorio asignado por el Tratado del Fuerte Laramie era invadido por extraños. La elección de Abraham Lincoln como presidente de los Estados Unidos acentuó la inmigración debido a su política de fomentar la colonización del oeste. Respecto a los indios, su opinión era que debían abandonar su forma de vida tradicional y dedicarse a la agricultura. Ante esta situación, las autoridades federales y territoriales no hicieron nada para impedir la llegada de sus ciudadanos y optaron por firmar un nuevo tratado que redujese el territorio asignado a los pueblos originarios. En 1861, ya constituido el nuevo Territorio de Colorado, firmaron el Tratado de Fuerte Wise con un grupo de jefes cheyenes y arapajós. El nuevo acuerdo reducía muy notablemente la superficie del territorio reservado a estos pueblos y encontró el rechazo de buena parte de sus miembros.

El 27 de noviembre el coronel Chivington llegó a Fuerte Lyon con sus voluntarios del 3.º de Caballería. Allí informó de su decisión de atacar el poblado de Caldera Negra. Varios oficiales manifestaron que eso sería deshonroso, ya que el jefe cheyene había recibido garantías del Ejército para establecerse en Sand Creek. Chivington rechazó las objeciones coléricamente. Con su tropa reforzada por varias compañías del 1.º de Caballería —unos setecientos hombres— abandonó el fuerte la noche del día 28.

Al alba del 29 de noviembre la tropa alcanzó el campamento indígena. Entre cheyenes y arapajós habría cerca de seiscientas personas, la mayoría mujeres y niños ya que la mayor parte de los guerreros estaban ausentes. El ataque les tomó por sorpresa debido a que habían confiado en las garantías ofrecidas por el mayor Anthony. El anciano jefe Antílope Blanco se dirigió desarmado hacia los soldados pidiéndoles que se detuvieran y fue acribillado y mutilado. Caldera Negra pidió a su gente que se congregara en torno a la bandera de los Estados Unidos que ondeaba en el centro del poblado, confiando en que, tal como le habían asegurado, ningún soldado dispararía contra ella. Además izó una bandera blanca. Ambas eran perfectamente visibles. Mano Izquierda intentó llevar a sus arapajós hasta la bandera, pero también fue alcanzado por los disparos.

Los soldados no respetaron las banderas y dispararon contra la multitud reunida a su amparo. Mataron indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños. Además, mutilaron los cadáveres arrancando cabelleras sin distinción de edad o sexo y cortando genitales masculinos y femeninos. Parece que varios de los oficiales que habían planteado objeciones al ataque ordenaron a sus hombres no abrir fuego más que en defensa propia, si bien alguno de ellos manifestó en la posterior investigación que había dado la orden para no alcanzar a los propios soldados atacantes. A pesar de la crudeza del ataque, la mayor parte de los indígenas pudieron escapar, muchos de ellos heridos. El mismo Caldera Negra consiguió huir, aunque su mujer resultó muy malherida. Aunque Chivington afirmó después que había acabado con medio millar de indios, se calcula que pudieron morir algo más de ciento treinta, ciento cinco de los cuales eran mujeres y niños. Algunos guerreros se atrincheraron y resistieron hasta el anochecer, momento en que escaparon al amparo de la oscuridad. Otros huyeron en pequeños grupos o individualmente. La propia falta de disciplina y de valor de los voluntarios salvó a numerosos cheyenes y arapajós. Por la misma razón los atacantes perdieron a nueve hombres y tuvieron treinta y ocho heridos, ya que bastantes pudieron ser alcanzados por fuego amigo.
Consecuencias militares

Los que consiguieron huir de la matanza tuvieron que recorrer más de cien kilómetros, llevando consigo a los heridos y a través de parajes helados hasta llegar a los cotos de caza donde estaban los jóvenes. Estos se indignaron y resolvieron luchar contra los invasores; al fin y al cabo, Chivington había conseguido matar o desprestigiar a los jefes cheyenes y arapajós partidarios de la paz. Ambos pueblos se aliaron con los siux y en 1865 lanzaron contundentes ataques contra caravanas de colonos, estaciones de postas y pequeñas poblaciones. Incendiaron Julesburg matando a sus habitantes. Los ciudadanos de Denver llegaron a sentir privaciones por la escasez de víveres causada por los ataques a los convoyes de suministros. Sin embargo, tras tomar venganza, los guerreros cheyenes se dirigieron hacia el norte para unirse a sus parientes, los cheyenes del norte, que habían establecido una alianza estable con los siux. Tan solo Caldera Negra y algunos cientos de partidarios se dirigieron hacia el sur, uniéndose a los arapajós de Pequeño Cuervo.

Aunque los indígenas habían dado por terminada la campaña tras realizar sus represalias, el Ejército deseaba terminar la guerra infligiéndoles una severa derrota. El general Pope —jefe de la División Militar del Misuri— programó una contraofensiva que debía desarrollarse durante la primavera de 1865 y contaría con tres divisiones que atacarían a la coalición india desde diferentes puntos. Sin embargo, el ataque no llegó a realizarse debido a la deserción de numerosos soldados. Tras la larga Guerra de Secesión, los hombres estaban cansados y deseosos de regresar a sus casas. La única columna que llegó a operar en agosto estuvo a punto de ser aniquilada por las tribus de las llanuras. Estas quedaron invictas, pero el Territorio de Colorado había quedado totalmente libre de indígenas y los estadounidenses pudieron repartirse las tierras.

La Luna Del Cazador Soldado... by Hugo