EL Rincón de Yanka: LIBRO "POEMAS": OBRA LÍRICA Y COMPLETA por PASCUAL-ANTONIO BEÑO

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miércoles, 17 de agosto de 2022

LIBRO "POEMAS": OBRA LÍRICA Y COMPLETA por PASCUAL-ANTONIO BEÑO


INTRODUCCIÓN

«Pocos poetas conozco, exceptuando a Walt Whitman, que tengan una visión atemporal y universal del ser humano tan acusada como Pascual-Antonio Beño, un sentido cósmico de la realidad tan interiorizado», afirma Pedro Menchén en la introducción de este libro. «Podríamos decir que Beño es, de algún modo, el Walt Whitman español. Hay una gran similitud en sus estilos, temáticas y modos de expresar sentimientos, deseos, esperanzas. Una gran similitud también en la grandeza y generosidad de sus almas, en su amor por el pueblo, por la gente, en su bondad, en su panteísmo, en su hedonismo, en su sentido de la fraternidad humana, en su empatía, en su vitalismo exuberante, en su sencillez».
«Pascual-Antonio Beño escribió unos poemas mejores que otros, naturalmente, como todo poeta, pero nos dejó un número considerable de poemas antológicos, maravillosos, inolvidables, por los que merece ser valorado y recordado. Su estilo y su personalidad, tan peculiares, su filosofía de la vida, su angustia existencial (o, si se quiere, su drama personal) y su visión proteica del ser humano, hacen de él un gran poeta, uno de esos poetas que, como Walt Whitman, van más allá de la poesía. Pero un poeta de amplio espectro, no un poeta exquisito para minorías selectas. Un poeta intemporal porque habla de sentimientos que son y serán siempre eternos. Y un poeta universal, porque ni siquiera cuando escribe sobre La Mancha, incurre en localismos o en provincianismos. Su visión del hombre ni siquiera es nacional, sino supranacional, o mejor aún: cósmica, término éste que le obsesiona y que utiliza muy a menudo. Beño piensa y habla siempre en nombre de la humanidad. Del ser humano en general. Un ser humano sin barreras ni fronteras, sin clases sociales, sin razas ni peculiaridades culturales de ningún tipo. Su apología del amor y la fraternidad podríamos decir que es religiosa, o incluso cristiana, si no fuera porque tiene inspiración pagana. Es anterior al cristianismo, es grecorromana. El mundo grecorromano (su Atlántida perdida) le interesaba mucho a Beño y está latente en toda su poesía».

Hay poetas por elección, por decisión o por vocación. Y hay poetas que lo son fatalmente, irremediablemente, porque nacieron poetas y no pueden evitarlo ni ser otra cosa. Pascual-Antonio Beño era uno de ellos. La poesía y su persona formaban un ente único e indivisible. No una suma de esas dos cosas. Yo conocí a Beño cuando era un niño, con nueve o diez años, y ya desde entonces sabía que él era distinto de los demás hombres, que tenía algo peculiar, una sensibilidad diferente, y sabía que eso era así porque él era poeta. Fui alumno suyo hasta los catorce años y, después, cuando crecí y me hice adulto, me honró con su amistad y yo nunca pude dejar de ver en él al poeta. Cuando recibía una carta suya o le escribía una carta, cuando le veía u oía su nombre, yo sólo podía pensar en él como poeta. La palabra «Pascual» o la palabra «Beño» eran para mí sinónimos de «poeta». Y así fue a lo largo de los años, hasta su muerte en 2008. Creo que fue a principios de 1964 cuando descubrí, en la biblioteca pública de Argamasilla de Alba, el primer libro de Beño, Poemas, y, aunque yo sólo tenía once años, comencé a leerlo y a releerlo con pasión enfermiza, y ya desde entonces asocié (o mejor: identifiqué) a Beño con la magia, la fascinación y la belleza de la poesía.

Él era conocedor de mi admiración por su persona, ya que uno de los cursos en que me asignaron a otro profesor, caí en una profunda crisis, me negué a asistir a clase y mi madre tuvo que movilizarse y hacer gestiones en la escuela hasta conseguir que regresara de nuevo a su aula. Al no haber allí ningún pupitre disponible, me dieron provisionalmente una silla, que colocaron en la primera fila, en la que me senté con los libros sobre las piernas y desde donde podía ver y escuchar mejor que nadie a aquel hombre delicado y bondadoso, sabio y elegante, encarnación del ideal humano desde mi punto de vista infantil. Allí mismo, sobre su mesa, lo veíamos escribir a veces, abstraído, algún poema, mientras los alumnos realizábamos cualquier ejercicio de aritmética o la redacción sobre algún tema sugerido por él, y, cuando, por alguna circunstancia imprevista, se ausentaba un momento, yo me acercaba furtivamente hasta su mesa y observaba los versos que había escrito en aquellas cuartillas amarillentas que se usaban entonces, con su bella caligrafía, y la lectura apresurada de los mismos, aun sin entenderlos, me emocionaba profundamente. Beño era distinto de los demás hombres, me decía a mí mismo, y eso era así porque él era poeta. Beño era un modelo para mí y, como yo quería ser como él, decidí que también sería poeta. Finalmente, cuando tuve que dejar la Escuela Nacional (comencé a trabajar en la oficina de Correos y Telégrafos como botones, mientras hacía el Bachillerato por libre en un instituto de Tomelloso), Beño, en un gesto que hoy me parece providencial, me regaló un ejemplar de aquel primer libro suyo que yo había leído y releído tantas veces, con la siguiente dedicatoria: A mi alumno Pedro Menchén Torres, aprendiz de la vida, deseando que cuando arribe a ese cercano puerto que es ser hombre, el mundo —su mundo— esté constituido por el amor, la fe y la esperanza.

Pascual Beño 17 mayo, 1966
Era el día en que yo cumplía los 14 años.

A pesar de la inevitable separación de aquel admirado y querido profesor, yo procuré estar siempre en contacto con él. Le felicitaba por Navidad, el día de su santo o el de su cumpleaños. Le visitaba en su propia casa también con alguna excusa, ya fuera para mostrarle algún cuadro al óleo que acababa de pintar, algún medallón o paisaje en relieve, tallado en madera, en la carpintería de mi padre, y cosas así. Y, más adelante, cuando me trasladé a Madrid con mi familia, en 1970, no me olvidé de seguir mandándole tarjetas de felicitación por Navidad, el día de su santo o el de su cumpleaños, a las que él me contestaba siempre amablemente. En septiembre de 1972 (tenía yo 20 años), durante uno de mis eventuales viajes a Argamasilla, acudí a su casa para mostrarle algunos poemas que había escrito. Él me entregó, a su vez, el mecanoscrito de una novela corta que acababa de terminar, titulada Una oportunidad, para que le diera mi opinión, lo que hice por carta, poco después de regresar a Madrid. Lamentablemente, no me gustó la historia que contaba ni cómo la contaba (o el lenguaje que utilizaba) y se lo dije con total sinceridad. 

Esta fue la respuesta de Beño, la primera carta que recibí de él: 

Argamasilla de Alba, 26 de septiembre de 1972 

Querido exalumno y siempre amigo Pedro: 

De tu carta admiro la sinceridad —eres rabiosamente sincero— y nada sincero puede ser malo, ni sentar mal al que paga la sinceridad con la comprensión. 
Atacas mi novela largo y tendido, fácilmente se adivina que no te ha gustado nada y que hasta te ha defraudado un tanto. Yo creo, Pedro, que es que no la has comprendido bien o que esperas de mí —no ya más— sino otra cosa… 
¿Te parece el lenguaje pobre, poco literario? No te das cuenta de que quien narra es un chico sin cultura. ¿Crees que hay abuso de palabras soeces? ¿Es que acaso no se dicen esas cosas en la realidad y en los ambientes que describo? 

Comprendo que la obra te decepcione, que me tengas como un ídolo y que esperes más de mí; comprendo que me aprecies tanto que esperes de mí, más que novelas realistas y crudas, poemas en prosa y alivio de caminantes de la existencia que enriquezcan la sensibilidad de quienes las lean. Si es eso lo que esperas de mí, lo tendrás. Porque Una oportunidad no es sino una faceta de lo que escribo y de lo que puedo escribir. Ahora bien, trato de ser un testigo de mi tierra y de mi tiempo y si lo que veo es crudo, escribiré con crudeza. 
Comprendo que para un antiguo alumno que veía en mi una especie de superhombre y defensor de las buenas formas y costumbres este grito soez le haya decepcionado un poco; pero antes que maestro, soy hombre y tú no tienes doce años ya: puedes leer lo que escribo. 

Pero me gusta tu sinceridad, disfruto con ella y hasta puede hacerme bien, porque aunque tú no lo creas tu opinión es valiosa y muy querida por mí… Para desagraviarte de la lectura de la novela te prometo un libro [de poemas] que te gustará: Fernando, el alumno —aunque también podría llamarse Pedro—. Creo que este libro, siquiera moralmente, no merecerá tu censura. También te enviaré algunos poemas de amor y soledad. 

A esta carta tan amable y comprensiva de Beño respondí tratando de justificar o de argumentar mis opiniones, él hizo lo propio en su siguiente carta y eso dio lugar a un pequeño debate literario entre los dos. Sin ser conscientes aún de ello, habíamos iniciado una relación epistolar que duraría hasta la muerte del poeta en julio de 2008. El profesor y el alumno pasaron a ser desde entonces, simplemente, dos buenos amigos, dos colegas escritores, dos «confidentes», como él mismo decía, a pesar de nuestra diferencia de edad (él era veinte años mayor que yo) y de la posición que cada uno de nosotros ocupaba en la sociedad. Dado que vivimos siempre en lugares distintos (yo me marcharía después a Benidorm y él a Sevilla), nos vimos sólo en contadas ocasiones, pero a través de nuestra correspondencia, casi siempre a vuelta de correo, compartíamos nuestras inquietudes literarias, nuestros afanes, nuestras alegrías y nuestras frustraciones. 

Beño no tuvo suerte y no pudo o no supo dar a conocer su obra tal como ésta se merecía, lo que le causaba un profundo sentimiento de frustración. Muchos de sus libros los publicó a sus expensas o en ediciones limitadas, no venales, patrocinadas por ayuntamientos de pueblos manchegos o instituciones así. 

Su primer libro, "Poemas", sin duda el mejor editado de todos, fue impreso en Salta, Argentina (Ediciones Cepa, 1963) y, como es lógico, no pudo tener mucha difusión y distribución en España. Aunque parece ser que llegó un ejemplar a las manos de Francisco Umbral, quien lo leyó y lo comentó favorablemente en Poesía española. 

Un ciclo amoroso y cuatro poemas más, su siguiente libro, es sólo un cuadernillo de 8 páginas, en cuya portada encontramos la siguiente inscripción, entre paréntesis: «(Entrega de poemas para amigos)» y, en la contraportada, esta otra: «100 ejemplares numerados, fuera de comercio. Editado por el autor en la Imprenta de Moreno, Daimiel, Diciembre 1964». Beño me regaló el ejemplar nº 30 algunos años más tarde, tal vez en 1972, con esta dedicatoria: «Para un antiguo alumno y querido amigo, P. Beño». Este librito contiene precisamente uno de los poemas más hermoso o que a mí me gustan más de toda su obra: «Del ritmo y en sentimiento». 

Desde el lugar de Don Quijote (1967) y Yo, en mi tierra y en mi tiempo (1970) fueron editados también por la imprenta Moreno, de Daimiel, a expensas del autor, y, como el anterior, eran para regalar a amigos… El primero tiene 12 páginas y el segundo, 32. Algunos poemas de estos libros no son lo bastante buenos. Beño lo sabía y por eso los excluyó de sus antologías. Yo los he excluido también de esta edición. Sin embargo, otros poemas son excelentes y Beño los reubicó después en libros importantes como Fernando, Barro y soplo o Letreros y Pintadas. 

En el libro I Antología del Grupo Guadiana (Instituto de Estudios Manchegos, Ciudad Real, 1971), Beño participó con siete poemas, cinco de los cuales ya había dado a conocer en sus primeros libros, pero dos de ellos eran inéditos y pasarían a formar parte, más adelante, de Fernando. 

Fernando (poemas de amor y esperanza) es un bello libro dedicado a un teórico alumno. Se publicó en Valdepeñas, en marzo de 1984, aunque en la portada se indique otra fecha: «junio 83». Lo sé por lo que el mismo Beño me escribe en una carta el 15-3-1984: «En Valdepeñas han tenido la gentileza de publicarme un poemario. Ya te lo dije. Se trata de Fernando. Anteayer me llamaron diciéndome que ya había salido de imprenta la carpeta, porque la edición es una carpeta de lujo, donde van los poemas sueltos.

La edición es reducidísima, cincuenta ejemplares, creo… He quedado esta tarde en ir a ver cómo ha salido la edición… Creo que me darán algún ejemplar y a ti, desde luego, te mandaré uno, no sólo por tu interés hacia mi obra, sino porque eres un protagonista de ese libro, puesto que eras alumno mío cuando lo escribí». El libro, efectivamente, es una carpeta con dos toscos cartones grisáceos, atados con cintas de color azul, con el título del libro y el nombre del autor grabados en otro pequeño cartón adherido al de la portada con lacre. Dentro de dicha carpeta hay 11 hojas sueltas (cartones, en realidad), de color amarillento, impresas sólo por una cara, que carecen de numeración y están marcadas con las letras del alfabeto, desde la «a» a la «k», con la que acaba el libro. En la parte de abajo de la contraportada, se puede leer la siguiente inscripción: «toda la composición de esta edición es artesanal y consta de 25 ejemplares únicos y numerados del número 1 al 25 inclusive. Dirección de la carpeta: A. Cecilio Moreno». ¡Así que la edición no era de cincuenta ejemplares, como suponía Beño, sino de veinticinco! 

El poeta me regaló a mí precisamente el ejemplar nº 25, con esta dedicatoria:

«A Pedro Menchén, el Fernando más fiel a aquellos años escolares de asombros y vocaciones, Pascual Ant. Beño, 23 abril 1984 “Día del Libro”». Esta edición, por algún motivo que se me escapa, contiene sólo 7 poemas de los 25 que componían el mecanoscrito original, una de cuyas copias con papel carbón, por suerte, obra en mi poder, lo que me ha permitido rescatar los 18 poemas restantes que faltan en la edición artesanal. Dicho mecanoscrito es una de las copias que Beño mandó a un concurso de poesía, celebrado en algún lugar indeterminado, con el «Lema: Segundo Hogar». 

Por petición mía, en carta del 19-4-1982, Beño me mandó una de las copias que le devolvieron después de que se fallara el concurso en el que no había sido premiado. Y el poeta ni siquiera tuvo la precaución de poner su nombre sobre la portada del mecanoscrito antes de mandármelo, ya que debajo del título lo único que figura es el mencionado lema. Sea como fuere, cuando en abril de 1984 recibí la edición artesanal del libro, al ver que sólo contenía siete poemas, decepcionado, metí dentro de la carpeta la copia del mecanoscrito con los 25 poemas y ahí la dejé hasta hoy. Nadie o casi nadie sabía, por tanto, de la existencia de este libro y nadie lo cita en la relación de sus obras, a pesar de ser uno de los más importantes del autor. Pero, ¿cómo podría conocer nadie un libro del que se han editado sólo 25 ejemplares? 1. 

¡Ni siquiera llegó un ejemplar a la Biblioteca Nacional! Así que, virtualmente, es un libro que no existe. Aparte de que las tres cuartas partes de los poemas que componían el manuscrito original quedaron fuera de la carpeta artesanal. 

Letreros y pintadas, una de las obras imprescindibles del autor, fue publicada en diciembre de 1978 por Ediciones de Participación, una editorial fundada por un grupo de estudiantes de Madrid, con cuyo cabecilla, un jovenzuelo de 20 años, llamado Carlos Carballo, entré en contacto y le presenté a Beño. Ambos llegaron a un acuerdo y el libro se publicó. Aunque más que libro, era un cuadernillo de 22 páginas cosidas con una grapa, del que no parece que llegara tampoco ningún ejemplar a la Biblioteca Nacional. Beño escribió su dedicatoria, en el ejemplar que me regaló a mí, sobre la portada: 
«Para Pedro Menchén, la única persona que me hizo creer en la libertad y en mí mismo. Pascual». Y deduzco que, aunque la editorial era madrileña, no tuvo una gran promoción o difusión en Madrid o en el resto de España. 

Barro y Soplo (1980) es una buena edición, con ilustraciones de Gregorio Prieto. Lo publicó el ayuntamiento de Miguelturra, por lo que su promoción y distribución no debió de superar los círculos manchegos, o más exactamente: de la provincia de Ciudad Real. A pesar de lo cual, hay 29 ejemplares de este libro, que es una obra maestra (algo así como la Capilla Sixtina en poesía), en las bibliotecas públicas de la provincia, pero ninguno en las bibliotecas de Madrid o de cualquier otra parte de España. En el ejemplar que poseo, Beño escribió la siguiente dedicatoria: «A Pedro Menchén coautor espiritual de este libro. Pascual Ant. Beño». 

En el libro Antología del Grupo Guadiana. 1986 (Biblioteca de Autores y Temas Manchegos, Ciudad Real, 1986) Beño participó con ocho poemas, uno de los cuales pertenece a Barro y Soplo, otro a Letreros y pintadas y los seis restantes a diversos libros que quedarían después inéditos o inconclusos, tales como El testigo, Realidad sin deseo, Como un vómito y La eternidad de la belleza. En un breve texto, titulado «Poética», Beño explica allí su teoría sobre la lírica. Lo incluimos al final de esta introducción. 

Exilio en la Tierra (1990), Antología poética (1947 - 2002) (2002) y Premios Searus 2004 (2005), están bien editados, aunque contienen numerosísimas erratas, por irresponsabilidad, seguramente, del propio autor, que no era muy cuidadoso en ese sentido. Fueron publicados por ayuntamientos: el de Daimiel, el de Argamasilla de Alba y el de Los Palacios (a los que, después de todo, hay que darles las gracias), por lo que no pudieron tener tampoco mucha promoción y difusión. Los tres libros (el último, de menor tamaño, compartido por Beño con otro autor) son antologías de poemas ya editados, aunque, por suerte, contienen también muchos poemas inéditos hasta entonces, pertenecientes a tres libros: Como un vómito, La eternidad de la belleza y Rescoldo del sol postrero. Gracias a dichas antologías he podido reunir y ordenar en este volumen los poemas correspondientes a esos tres libros inéditos. 

Ya en su vejez, Beño consiguió publicar sus últimos libros en editoriales comerciales de manera más o menos decorosa, aunque, como es propio de la poesía, sin traspasar los círculos minoritarios del género: 
Erótica Amonise (Los Cuadernos de Corona del Sur, Málaga, 1991) contiene sólo siete poemas, cada uno de los cuales ocupa una página impar. 

Beño, por motivos obvios, no recogió ningún poema de este libro en su Antología poética de 2002, ni lo citó tampoco en el capítulo «Poemas de los cincuenta años (1983 - 1992)» de dicha antología. En el ejemplar que me envió a mí, escribió: «A Pedro Menchén, compañero de afanes literarios, con mi afecto y amistad. Pascual 11-6-91». 

Tragedias cotidianas fue publicado de nuevo por Corona del Sur (2005). Durante aquel tiempo Pascual y yo estábamos distanciados por una discusión un tanto absurda que habíamos tenido (discusión epistolar, no verbal), a propósito precisamente de las numerosas erratas que había detectado en un libro suyo anterior con obras de teatro que me habían irritado mucho, motivo por el que Beño desconectó conmigo y no me envió su Antología poética ni tampoco este libro. Pero yo los conseguí de algún modo. 

Verano de 2006 fue su último libro, publicado también por Corona del Sur, en Málaga, el «30 de noviembre del año 2006», según el colofón. Al parecer, los ejemplares de la edición se distribuyeron «conjunta e inseparablemente con la publicación Forma y Sintagma». Su tamaño es muy pequeño, como el de una agenda de bolsillo, y sólo tiene 14 páginas. Después de cuatro años sin saber nada de Beño y cada vez más preocupado por su salud, le envié una carta de reconciliación y él me contestó con este librito, en cuya primera página escribió: 

«A Pedro Menchén: Olvidemos lo pasado y sigamos adelante. Quería enviarte este poemario cuando recibí tu carta. Hemos coincidido. Te escribo aparte. Ahora sólo quiero felicitarte la Navidad y el próximo 2007 con estos poemas editados para tal fin. Te abraza. Pascual». 

No era la primera vez que Beño desconectaba conmigo por algún enfado y dejaba de escribirme (él siempre dejaba de escribirme a mí, no yo a él), aunque éste había sido el enfado más largo de todos. En 1990 también había suspendido su correspondencia conmigo por algún motivo que ya no recuerdo (aunque, sin duda, debía de ser yo el culpable), y volvimos a reconciliarnos cuando publicó Exilio en la Tierra y me envió un ejemplar con esta dedicatoria: 

«A Pedro Menchén Torres, inspirador de Fernando, para que olvidemos las afrentas y no asesinemos la amistad. De su mejor confidente y amigo, Pascual Ant. Beño. 13-3-91». 

Hay un libro más que Beño publicó como poesía, aunque en realidad no lo es y que, por lo tanto, no he incluido en este volumen. Me refiero a Cantos de la destrucción de Sodoma (Vizland & Palmart, Málaga, 1996). Se trata de otro librito del tamaño de una agenda de bolsillo, de 22 páginas, con una selección de cánticos o salmos paganos en verso, extraídos de una obra de teatro del autor, titulada La destrucción de Sodoma, por lo que considero que es en dicha obra donde el interesado debe leerlos, no aquí. Según se dice en el colofón, es una edición «no venal». Se imprimieron 150 ejemplares numerados. Beño me regaló a mí el nº 5 con esta dedicatoria: 

«La amistad intemporal, el discípulo constante, el espíritu inquieto y apasionado, el creador en busca de su camino. Ese eres tú. Un abrazo, Pascual 8-3-96». 

Estos son, en resumen, todos los libros de poesía que publicó Beño. La mayoría nunca estuvo en circulación (es decir, a la venta, en librerías). Cuatro de ellos los editó el propio autor, a sus expensas, para regalar a sus amigos, y eran de tirada limitada y de carácter no venal. Otros dos eran también de carácter no venal, aunque no parece que el autor pagara por la edición de los mismos (Fernando y Verano de 2006). Cuatro fueron publicados por ayuntamientos de pequeños pueblos como Miguelturra, Daimiel, Argamasilla de Alba y Los Palacios (Sevilla), e igualmente eran de carácter no venal. Sólo consiguieron ejemplares los amigos del poeta o quienes, por casualidad, acudieron al acto de presentación del libro aquel día, en la respectiva localidad. Con las dos antologías del Grupo Guadiana, publicadas en 1971 y en 1986, probablemente ocurrió lo mismo. 

Sólo cinco libros publicados por editoriales comerciales llegaron, quizá, a alguna librería de Salta (Argentina), Madrid, Málaga o Gijón, de donde serían retirados varios meses después, sin que se hubiera vendido, probablemente, un solo ejemplar. O, como mucho, dos o tres… Muy pocos de todos esos libros llegaron a alguna biblioteca pública de La Mancha o de la provincia de Ciudad Real y no es posible encontrarlos tampoco, hoy en día, en ninguna librería de lance o por Internet. A decir verdad, en este momento hay un solo ejemplar a la venta, por Internet, de Letreros y pintadas. Creo que cuesta 19 euros. 

A riesgo de parecer un tanto reiterativo (o peor aún: un tanto narcisista), he querido dar a conocer aquí las dedicatorias de los libros que me regaló Beño, ya que informan del tipo de relación que hubo entre nosotros o, si se quiere, de la percepción que él tenía sobre mí. Vemos, por ejemplo, que me llama su «alumno» o su «discípulo constante», «el Fernando más fiel», el «compañero de afanes literarios», o su «mejor confidente y amigo». También dice que fui «la única persona» que le «hizo creer en la libertad» y en sí mismo, lo cual es para mí un honor. O que fui «coautor espiritual» de alguna de sus obras, lo que no era verdad en absoluto. Yo no aporté nada a su obra. Tan sólo fui su amigo y su más ferviente lector; aunque también, quizá, el más crítico, pues nunca le halagué gratuitamente ni le dije lo que quería oír, sino lo que pensaba con total sinceridad. En algún momento triste de su vida Beño llegó a decirme que yo era su único lector. Tampoco eso es cierto. Quizá tenía cuatro o cinco lectores más. Pero no muchos más. 

En una carta del 15-4-1978 me escribió: «Acabo de recibir tu última carta en la que me dices que releyendo los poemas [del mecanoscrito aún inédito] de Letreros y pintadas te has conmovido con sentimientos y hallazgos formales, antes desapercibidos. Esto es algo más que un halago para mí; supone un reconocimiento a mi propio existir; después de leer tus palabras sé que he vivido por algo y que valió la pena pensar, sentir, ser, trabajar, sufrir; sí, valió la pena, aunque nunca me diga nadie más las cosas que tú me dices. Gracias. Sí tú has sentido y comprendido, valió la pena todo; basta con un alma gemela, con un lector».

«Basta con un alma gemela» que comprenda y valore lo que haces, «basta con un lector», dijo, para justificar el esfuerzo de «pensar, sentir, ser, trabajar, sufrir», el esfuerzo de ser poeta y concebir unos cuantos versos. Yo confío que, a partir de ahora, muchos más lectores puedan apreciar y valorar la obra lírica de Beño y justifiquen, por sí mismos, tan merecido esfuerzo. 

Aparte de los libros ya citados, Beño publicó también algunas poesías sueltas en la revista Manxa, en el diario Lanza (Ciudad Real), y en otros sitios; yo mismo tenía muchos poemas suyos inéditos que me había mandado a lo largo de los años, los cuales temía que acabaran perdiéndose si no los daba a conocer. Yo nunca me olvidé de Beño después de su muerte. Le dediqué mi autobiografía, Escrito en el agua, escribí sobre él en mi website y en diversos libros, como Cantos de desesperación y amor, La felicidad no espera y Un señor de Washington, en los que incluí versos, cartas y fotos suyas. Aún así, me sentía culpable por no hacer nada más por él y me producía una enorme tristeza pensar que la obra de aquel gran poeta que yo había admirado y apreciado tanto permanecía arrumbada en el olvido, sumida en la indiferencia más absoluta por parte de todos, diez años después de su muerte. Alguien tenía que poner remedio a aquella situación, me decía, alguien tenía que tomar la iniciativa y reeditar sus libros, de los que apenas nadie conservaba ya ningún ejemplar (aunque, por suerte, yo los conservaba todos); alguien tenía que publicar su obra completa, en un gran tomo, para que por fin pudieran conocerla los lectores en general (o los amantes de la poesía en particular) de éste país, o de allende el Atlántico. 

Y ese alguien, naturalmente, sólo podía ser yo. Nadie podía hacer ese trabajo más que yo, su discípulo más fiel y su amigo más leal (sí, a pesar de todo, el más leal). Hablé con Ignacio Méndez-Trelles, que acababa de fundar Ars Poetica y estaba publicando a los mejores vates del país en ese momento, y se mostró receptivo, aunque, naturalmente, antes de decidirse, dijo que tenía que leer los poemas de Beño para saber de quién estábamos hablando. Pero yo estaba seguro de que le iban a gustar sus poemas y de que finalmente aceptaría el libro: 

«Me agradecerás algún día, estoy seguro, que el nombre de Beño figure en vuestro catálogo», le dije. Así que, sin demorarme un segundo más, me dirigí a la estantería de mi biblioteca, cogí todos los libros de mi antiguo profesor, me senté con ellos ante el ordenador y comencé a copiar sus poemas, uno a uno, metódicamente, desde el primero hasta el último. Y no fui capaz de parar ni de hacer ninguna otra cosa durante dos semanas. 

Después, rebusqué entre mis papeles, entre las cartas que me había mandado Beño durante treinta y seis años, y me llevé gratas sorpresas al descubrir un buen número de poemas inéditos aquí y allá de calidad suficiente para darlos a la imprenta, entre cientos de borradores o bosquejos de poemas que había escrito de manera compulsiva y me había mandado casi inmediatamente, como era su costumbre, pero que el propio Beño había desechado después por considerarlos, como diría Antonio Machado, «virutas» de su «carpintería, buenas para el cesto de los papeles».2 

Lo mejor de todo, sin embargo, fue el hallazgo de los mecanoscritos de dos libros que nunca se publicaron como tales, aparte del de Fernando: uno de ellos contenía cincuenta y dos poemas, escritos entre los quince y los veinte años, titulado Retorno al adolescente; el otro contenía treinta y ocho poemas, escritos con más de sesenta años, titulado La razón de vivir. Muchos poemas de este último (prácticamente la mitad) ya habían sido reubicados por Beño en otros libros, pero los otros aún permanecían inéditos. De Retorno al adolescente había dado a conocer veintiún poemas en su Antología poética (2002), mientras que los treinta y uno restantes seguían inéditos. 

Tenía transcritos ya todos los poemas de Beño en un documento Word, listos para la imprenta, cuando caí en la cuenta de que yo no podía publicar ningún texto suyo sin la autorización expresa de sus herederos. Así que me puse en contacto con su viuda, María Pilar Mateos Martínez, y, por suerte, me la concedió de inmediato, algo por lo que le estoy infinitamente agradecido, y no sólo por eso, sino también por su buena predisposición y amabilidad, dando respuesta cumplida a las diversas preguntas que le hice por carta y enviándome, de paso, fotos y otros documentos que me facilitarían la posibilidad de llevar a cabo este proyecto. 

Entonces le mandé a Méndez-Trelles una pequeña selección de los poemas de Beño y su respuesta fue: 
«Me han gustado, la verdad. Yo creo que no va a haber problema para editarlo en Ars Poetica». Gracias, pues, a este buen amigo y amable editor, tienes, querido lector, este maravilloso libro en tus manos. Estoy seguro de que tú también le agradecerás que lo haya publicado. 

El nombre completo de nuestro poeta era Pascual Antonio Beño Galiana y así firmó muchos de sus libros. Pero el primero de ellos, Poemas, lo firmó simplemente con el nombre propio y el primer apellido: «Pascual Beño», y otros siete libros suyos de poemas, además de otros cinco de narrativa y de teatro, los firmó, como hemos hecho en este volumen, con su segundo nombre unido al primero por un guión y el primer apellido: «Pascual-Antonio Beño». Dos o tres libros más, de diversos géneros, los firmó de un modo parecido: «Pascual A. Beño». Hay que decir que nuestro poeta era una persona un tanto descuidada en algunos aspectos, por lo que es probable que el nombre con el que firmaba sus libros no lo decidiera él mismo en algunos casos, sino el propio editor. Y a él le daba exactamente igual. No era algo que le preocupara lo más mínimo. Aunque en los manuscritos personales que me envió y en los artículos que publicó en el diario Lanza, de Ciudad Real, o en otros medios, firmaba siempre «PascualAntonio Beño» (sin el segundo apellido y con el guión uniendo sus dos nombres). Así que, en definitiva, parece que éste era el nombre que a él le gustaba más y, por lo tanto, es el que hemos decidido utilizar aquí. 

Con respecto al título de este volumen, no tuve tampoco muchas dudas: decidí reutilizar el de su primer libro, Poemas, para agrupar con él toda su obra lírica, ya que me parecía el más sencillo, el más adecuado semánticamente y también el más eufónico. 

Como ya he dicho, Beño era un tanto descuidado en algunos aspectos, seguramente porque era también muy apasionado y, cuando escribía (él nunca escribía por escribir, sin saber qué, como pasatiempo), lo hacía con una urgencia desesperada, dejándose llevar por una especie de impulso incontrolable, y luego, una vez pasado el momento febril de la creación, desviaba su atención o su motivación hacia otras cosas, desinteresándose de lo ya hecho. Solía decir que, para él, un poema era «como un vómito», algo que tenía que liberar, que expulsar de su organismo por una necesidad casi biológica. El 3-5-1978, después de que yo le expresara, una vez más, mi admiración por su obra lírica, me escribió: 

«Me anonada el concepto que tienes de mí como poeta. Creo que es exagerado tu juicio porque entre tantos y tan buenos poetas que hay yo no pasaré de ser una mediocridad. De acuerdo con que comunico y siento, pero soy irregular y descuidado en la concepción de mis poemas». 

Es cierto que Beño era un tanto «irregular y descuidado», pero, de algún modo, eso es lo que le da frescura y autenticidad a su obra. Lo cual no quiere decir que no corrigiera o que no revisara su trabajo (prueba de ello es que hay varias versiones de muchos de sus poemas), pero no corregía de una manera obsesiva ni sistemática, como otros poetas. En una carta del 16-2-1983, me dice: 

«Procura ser benevolente con los tres poemas que te envío. Son los tres últimos. Yo, como sabes, escribo poesía por experiencias y corazonadas, sin disciplina ni formalismos. No concibo la poesía de otra manera. No es una labor de artesanía, sino el vómito de una experiencia vital, la expresión de un pensamiento, la cristalización de un sentimiento, sea particular o universal. Yo nunca podría haber sido Góngora. Si la poesía sólo consistiese en el mero formalismo, jamás hubiese escrito». 

Por otro lado, no siempre sus correcciones mejoraban el resultado inicial, muchas veces lo empeoraban, lo cual me causaba verdadero terror. Aparte de eso, Beño era también un tanto despistado. Resulta sorprendente que, aunque corrigió en profundidad y mejoró algunos poemas publicados en los años 80 para su antología Exilio en la Tierra, de 1990, al reeditarlos doce años más tarde, en su otra Antología poética de 2002, se olvidara, en buena parte, de tales correcciones y diera a la imprenta, de nuevo, las versiones antiguas de los 80. Un libro que publicó en 1986 con tres obras de teatro, titulado Homenaje a Juan Alcaide y tres piezas más, contenía en realidad Homenaje a Juan Alcaide y dos piezas más… Beño no se esmeraba tampoco con la puntuación ni acentuaba bien las palabras (la mayor parte de las veces se olvidaba de poner las tildes o las ponía mal). Muchos de sus libros están llenos de erratas, seguramente por su culpa, ya que no las corregía. Ese fue precisamente el motivo de muchas de nuestras discusiones e incluso de algún enfado serio, como el último que tuvimos en 2002. Él pensaba que era el editor el que debía ocuparse de esas cosas. Pero los editores que publicaron sus libros lo dejaron todo al albur de los tipógrafos, quienes, como es habitual, cometieron todo tipo de errores, omisiones y faltas ortográficas e imprimieron sin corregir ni revisar nada, o revisándolo rápido y mal. 

Yo he procurado eliminar en esta edición todas las erratas que encontré, examinando en muchos casos, para aclarar dudas, las diferentes versiones de cada poema. Respecto a la puntuación, no he tenido más remedio que corregir algunos fallos más que evidentes, pero tampoco me he tomado demasiadas libertades y he dejado las cosas como estaban cuando parecían más o menos aceptables, pues la puntuación, a fin de cuentas, es algo muy subjetivo y no existen reglas estrictas, menos aún en poesía. 

En general, he transcrito los poemas tal como se publicaron originalmente en cada libro, informando en notas a pie de página de las modificaciones que realizó Beño posteriormente. En algún caso en que las modificaciones eran excesivas, he preferido incluir ambas versiones, enviando una de ellas a la sección «Poemas dispersos» para que pudiera cotejarla allí el lector. Y cuando la última versión mejoraba claramente la primera, suplanté ésta por aquélla. En dos o tres ocasiones cambié el título de algún poema por otro que el propio autor le dio en otra versión. Pero explico todo eso en las notas a pie de página.

No voy a entrar aquí a analizar la poesía de Beño. Dejo dicha tarea a futuros especialistas. Aun así, creo que explica él bastante bien, en el prólogo que escribió para su Antología poética (que el lector podrá leer después de esta introducción), cuál es su teoría sobre la lírica: «Poesía es belleza lograda con el reducido inventario de los fonemas de una lengua. Un trabajo estético y, al mismo tiempo, un vómito inevitable y apresurado. Poesía es exploración de la propia intimidad del poeta y denuncia y testimonio social», nos dice, con lo que deja bien claro cuál es su visión o su filosofía de este género tan delicado y difícil, y añade con rotundidad: 

«Estoy en contra de la poesía almibarada, mimética, esclava de reglas métricas, sin naturalidad ni originalidad, y estoy en contra también de esa otra críptica, que nadie entiende, recargada y barroca, que muchos escriben en nombre de la experimentación y el vanguardismo, pero que está totalmente alejada del pueblo. He pretendido escribir de forma natural y sencilla, de manera que pueda llegar mi obra al mayor número de lectores, sin descuidar, eso sí, la belleza formal y esa musicalidad que tiene que poseer todo poema». 

Beño deja bien claro, pues, que, aun siendo un poeta integral, un poeta nato, un poeta puro, nunca escribió poesía pura. Él no era uno de esos poetas que señalara Antonio Machado en aquella carta a Pilar de Valderrama, en la que dijo, refiriéndose, entre otros, a Guillén y a Salinas: 

«En fin, prenda mía, que si esos pollos son poetas, nosotros seremos otra cosa».3 

Beño, efectivamente, era otra cosa. En una carta del 7-3-1985 me dice: «He llegado a la conclusión [de] que la poesía actual va por unos derroteros inadmisibles. Se ha llegado a un barroquismo exagerado, a un formalismo absurdo y lo que es peor: 
estereotipado. No llega al pueblo, carece [de] humanidad y de sensibilidad, no está acorde con los tiempos que vivimos. Si la poesía no fuese otra cosa que lo que ahora se hace, yo no sólo no escribiría sino que tampoco leería nada. Hay demasiado camelo, demasiada torre de marfil, demasiado elitismo, minoritarismo y esoterismo. Como sabes que comento los libros en la revista Manxa, al hacerlo no encuentro ni un solo libro que merezca la pena. Lo más lamentable es que todos escriben igual, ni siquiera hay personalidad a fuer de querer ser todos innovadores (sucede lo que con el fenómeno de ciertas modas y modos juveniles; la personalidad y el querer estar a la última no debe presuponer alienación y uniformismos). Vivimos en una época interesantísima en cuanto a problemas humanos y creo que la misión del poeta es dar constancia de ellos, denunciar, aclarar posturas, dar razón de su tiempo. 

Creo que debemos volver al realismo —por llamarlo de alguna manera— y describir la sociedad actual. En poesía nadie lo hace; en narrativa y en teatro, algo, pero poco… Yo he llegado a la conclusión que, habiendo hoy día problemas como el de los parados, los marginados, el cambio de mentalidad nacional, los travestis, los drogadictos, los derechos de la mujer y todas esas cosas, es necesario que la poesía trate estos problemas, que sea al mismo tiempo clara y abierta a todos y que, si algo formal ha de cuidar, que sea el ritmo, la belleza de expresión y, sobre todo, la jerga lingüística actual. Y he comenzado a escribir poemas referentes a la actualidad». En la mencionada carta del 3-5-1978, dice más o menos lo mismo: 

«El poeta debe ser comprendido por el pueblo, debe ser profundamente testimonial. Creo que actualmente la poesía sigue unos caminos de oscuridad pretendiendo abrir caminos nuevos al lenguaje poético. Se exagera. No estoy de acuerdo con los formalistas, poetas e investigadores modernos que piensan que el fondo de la lengua poética es la forma y el apéndice exterior el valor semántico, que si todos aprendiéramos a pensar con imágenes transracionales —cosa que creo tan absurda como imposible— la lengua poética no necesitaría apoyo semántico. O con los futuristas que piensan que primero es la creación del poema y luego la significación o simulacro de significación. ¡Qué error! Primero es la sensación, la experiencia humana, el mensaje que se quiere comunicar, luego el enmarque, ¿no crees? Más cerca estoy de Bielinsky cuando piensa que la forma poética no es más que una envoltura exterior del complejo lingüístico habitual, interesa la significación, no la envoltura, por eso al traducir un poema de una lengua a otra sólo queda el significado, lo demás desaparece en el transvase. 

Ahora bien, creo que el ritmo vale para algo, tanto el fonético como el sintáctico, y las imágenes, las metáforas, los tropos, pero sin subordinarlo todo a esto ni exagerar. Poesía es comunicación, sobre todo participación, connotaciones participadas entre los hombres —sean poetas o no— y, no lo olvidemos, también es arte: 
las cosas deben tener musicalidad, sonar bien». 

Beño lleva esta teoría a la práctica, ya que su poesía tiene ritmo y musicalidad y suena bien, muy bien. Aun sin renegar de los tropos y de las metáforas, su poesía es siempre accesible, inteligible. Tiene un estilo ágil, narrativo en ocasiones, reconocible ya desde el primer verso, un estilo que apenas varió a lo largo de los años, afinara mejor o peor en determinadas ocasiones. La poesía de Beño es de grata lectura y dicción. Sus poemas son vibrantes, emotivos, como himnos que se pudieran memorizar y declamar en viva voz. Aun sin música, suenan como esas canciones pegadizas que la gente tararea a veces casi sin darse cuenta. La poesía de Beño tiene, además, la virtud de llegar al corazón. Conmueve hondamente. Se adhiere a la fibra más sensible de tu ser. Es sentimiento en estado puro. Sentimiento, bondad, belleza y amor. Hay mucho amor en sus poemas. Y mucha empatía. Beño no habla sólo de sí mismo. Habla de todo ser viviente. Se identifica con todo lo que vive. Ama todo lo que vive. Beño es un poeta vitalista, pero también un poeta existencialista, dolorosamente humano en su drama personal, que es el drama personal de cualquier ser humano. Nadie como él pudo decir de sí mismo con tanta legitimidad: 

«Nada humano me es ajeno» (una frase que repetía a menudo). 

A Beño le afecta de manera muy especial el paso del tiempo, la destrucción de la belleza, la soledad, que nuestras vidas carezcan de un sentido último, la muerte… Beño quiere creer en Dios, en la inmortalidad del alma (o incluso en la inmortalidad del cuerpo), pero en el fondo no cree y eso le tortura. A mí mismo me dijo una vez, en sus últimos años, que ya no creía en Dios. Murió siendo ateo. Y eso debió de ser terrible para él. Desaparecer para siempre, irse de este mundo sin dejar huella, era algo que le horrorizaba y que no podía aceptar. 
Recurrió por eso a la poesía: 
para perpetuarse, para trascenderse a través de su obra en las generaciones futuras. Quería, según dijo una vez, que su poesía fuera algo así como un mensaje en una botella que algún anónimo lector hallaría, algún día, en una playa lejana del futuro. Ya desde muy joven, Beño sufre pensando en esas cosas. Le tortura la posteridad. Sufre por la fugacidad del tiempo. Sufre por todo. Todo le duele. Todo le afecta y le abruma. Porque lo ama todo y no puede soportar que al final todo desaparezca, todo se destruya, que no haya servido para nada tanto esfuerzo, tanto sufrimiento, tanta lucha inútil y absurda. 

En la introducción a su Antología poética Beño reconoce que, entre 1953 y 1962 (es decir: cuando tenía entre veinte y treinta años), se empeñó en «escribir una poesía de tipo manchego, siguiendo el ejemplo» de su «admirado Juan Alcaide», tal vez por mimetismo, ya que fue maestro de escuela como el poeta de Valdepeñas y hasta dio clases en Puerto Lápice, en la misma escuela y en la misma aula en que había dado clases aquél. 

«Pretendo ser un representante de la lírica regional», nos explica Beño, «pero —salvo excepciones— no llega a satisfacerme lo que hago». 

Efectivamente, no podía satisfacerle, ya que, ni por espíritu, temperamento, carácter o mentalidad, nuestro poeta podía circunscribir sus intereses humanos o estéticos a lugares tan limitados. Su naturaleza tendía hacia lo universal. O más aún: 

hacia lo cósmico. Y tanto es así que, a veces, leyendo su poesía, uno tiene la sensación de que este mundo nuestro en el que vivimos los humanos se le quedaba un tanto pequeño. 

Beño reconoce su deuda no sólo con Juan Alcaide, sino con otros poetas como Bécquer, Rubén Darío, Manuel y Antonio Machado, Cernuda, Lorca… Yo, sin embargo, encuentro una mayor similitud en su poesía con la del poeta norteamericano Walt Whitman que con la de esos otros poetas en lengua española. Podríamos decir que Beño es, de algún modo, el Walt Whitman español. Sé que el poeta español conocía al norteamericano, pues lo cita en diversas ocasiones, aunque ignoro qué o cuánto leyó de él. No intento sugerir, sin embargo, que hubiera una influencia directa de Whitman en la poesía de Beño. La similitud entre ambos pudiera ser casual. Pero es cierto que hay una gran similitud en sus estilos, temáticas y modos de expresar sentimientos, deseos, esperanzas. 

Una gran similitud también en la grandeza y generosidad de sus almas, en su amor por el pueblo, por la gente, en su bondad, en su panteísmo, en su hedonismo, en su sentido de la fraternidad humana, en su empatía con cualquier criatura ajena, no sólo humana; en su vitalismo exuberante, en su sencillez casi prosaica (aunque nunca pedestre); en su estilo un tanto insistente y repetitivo, aunque nunca pretencioso o pedante, obsesivo en su necesidad de inmortalidad (o de trascendentalidad), delicado y sensible, pero no sensiblero ni cursi, humano, demasiado humano. 

Beño escribió unos poemas mejores que otros, naturalmente, como todo poeta, pero nos dejó un número considerable de poemas antológicos, inolvidables, maravillosos, por los que merece ser valorado y recordado. Su estilo y su personalidad, tan peculiares, su filosofía de la vida, su angustia existencial (o, si se quiere, su drama personal) y su visión proteica del ser humano, hacen de él un gran poeta, uno de esos poetas que, como Walt Whitman, van más allá de la poesía. Pero un poeta de amplio espectro, no un poeta exquisito para minorías selectas. 

Un poeta intemporal porque habla de sentimientos que son y serán siempre eternos. Y un poeta universal, porque ni siquiera cuando escribe sobre La Mancha, incurre en localismos o en provincianismos. Su visión del hombre ni siquiera es nacional, sino supranacional, o mejor aún: 
cósmica, término éste que le obsesiona y que utiliza muy a menudo. 

Beño rara vez habla de asuntos nacionales, de problemas políticos o sociales concretos de España. Cuando habla de injusticias, de violencia o de insolidaridad, se refiere a las injusticias, a la violencia o a la insolidaridad que se producen en cualquier parte del mundo, no sólo en España. Beño piensa y habla siempre en nombre de la humanidad. Del ser humano en general. Un ser humano sin barreras ni fronteras, sin clases sociales, sin razas ni peculiaridades culturales de ningún tipo. Su apología del amor y la fraternidad podríamos decir que es religiosa, o incluso cristiana, si no fuera porque tiene inspiración pagana. Es anterior al cristianismo, es grecorromana. El mundo grecorromano (su Atlántida perdida) le interesaba mucho a Beño y está latente en toda su poesía. 

Pocos poetas conozco, exceptuando a Walt Whitman, que tengan una visión atemporal y universal del ser humano tan acusada como Beño, un sentido cósmico de la realidad tan interiorizado. Veamos un solo ejemplo (entre los muchos que hay en su obra) que habla por sí solo: ¡Hermosa plenitud! Sentir tu mano, tu piel tan deseada, tu ternura, y al besarte, pensar en un momento que beso al mundo entero, que tu boca son todos que me besan y los beso. Ni siquiera, en un acto tan íntimo como un beso, quiere delimitar el poeta su atención o su amor a una sola persona. 

¡Eso debe de parecerle muy insolidario y egoísta! Así que necesita compartir el beso con el «mundo entero»; sentir que, en la boca de la persona amada, «son todos que me besan y los beso». 
¿Hay una prueba más evidente de empatía universal? Pues así era nuestro poeta. Así era Pascual-Antonio Beño.

P. M. Benidorm, 6 de junio de 2018.4
________________________

1 Posteriormente, he podido comprobar que tienen ejemplares de este libro en once bibliotecas de Castilla La Mancha procedentes de una 2ª edición de 50. Por tanto, la tirada total fue de 75 ejemplares. Y en todos ellos se indica la fecha de edición equivocada: junio de 1983, cuando en realidad fue marzo de 1984.
2 Antonio Machado, carta a Pedro Chico, Epistolario, Octaedro, Barcelona, 2009, p. 194
3 Antonio Machado, Cartas a Pilar, Anaya & Mario Muchnik, Madrid, 1994, p. 91.
4 Ha sido pura casualidad que concluyera esta introducción precisamente el 6 de junio, aniversario del nacimiento de Pascual-Antonio Beño, en Manzanares, en 1932, ¡hace exactamente 86 años!




ESCRITO EN LAS PAREDES DE UN PASO 
SUBTERRÁNEO PARA PEATONES

 Les taparéis la boca 
y seguirán gritando; 
sí, con sus ojos libres, 
os seguirán gritando; 
les cegaréis entonces, 
mas sus mentes 
os seguirán gritando; 
destruiréis sus cerebros 
—el corazón no muere— 
os seguirán gritando.

 Condenadlos a muerte, 
nada importa, y sus cuerpos, 
sin calor y sin vida, 
os seguirán gritando. 
Incinerad sus restos, 
las cenizas 
os seguirán gritando; 
aquel espacio que ocupó su cuerpo 
os seguirá gritando; 
las palabras perdidas en el éter 
os seguirán gritando; 
las huellas de sus pies 
sobre la tierra 
os seguirán gritando. 
No es posible callarlos, 
no es posible. 
¡Os seguirán gritando!

ESCRITO CON DESESPERACIÓN 
EN LAS TAPIAS DE UNA GRAN CIUDAD

 Huid, hermanos, de la hiriente contaminación que os envenena, 
de ese ruido inútil y estruendoso que trepana vuestros tímpanos, 
de la prisa constante que os esclaviza, 
del «stress» —digo cansancio—, 
del monstruo insaciable de hormigón y chatarra, 
del inmenso tentáculo mecánico, 
de las multitudes informes, 
del autobús, del metro, del semáforo, 
de la trampa del «confort» que os enferma. 

Huid de la confusión y el «surmenage», 
del hombre sin nombre, 
de las etiquetas absurdas, 
de los carnets de identidad y del no ser. 

Huid de la terrible sociedad de consumo, 
de las letras de cambio, 
de las ventas a plazos, 
de las fraudulentas rebajas de los grandes almacenes, 
también de las grilleras con ascensor 
y de los hormigueros con treinta pisos. 

Huid de la angustia y del cansancio, 
de la vida programada, 
del reclamo publicitario y reiterativo, 
de los inexorables relojes sin pausa 
y de esa amante oscura y cotidiana que se llama soledad. 

Porque es hermoso el paraíso de los bosques 
y los amaneceres de las cumbres nevadas, 
el continuo nacer y morir de la mar, en olas, 
y el horizonte sin fin —casi cielo— de las llanuras con sol. 

Y no hay nada comparable con el diálogo del lago cuando amanece, 
o con esa cal de los pueblos chicos, preñados de infancia, 
en cuya tierra casi siempre está enterrada tu placenta 
(esos lugares donde tú eres Pedro o Miguel,
 y no es preciso más que tu rostro para reconocerte o para amarte). 

Porque tú sabes muy bien que eres la ola azul 
y río tranquilo y árbol y montaña 
y llanura también —copo de estrellas—. 
O [uno de] esos niños que juegan en la era —canicas, tabas— 
ahora que son las seis en punto de la tarde 
y aquel nido caliente de la escuela 
quedó vacío y melancólico

ESCRITO EN LA TUMBA DE UN SOLDADO FALLECIDO 
EN UNA GUERRA LEJANA Y OLVIDADA

Yo soy un muerto más de una batalla
que convirtió a un hermano en enemigo.
¿Mi nombre? ¡Qué más da! No importa nada.
Tan solo que he luchado y que he caído.
Batallando y sintiendo, di mi sangre,
mi juventud emplazada a mil delirios.

Puede que ya no me recuerde nadie,
pues ya ni yo recuerdo que he vivido.
Tierra mi cuerpo, tierra mis amores,
tierra mi corazón, tierra mi boca.
Amigo de la lluvia, de las flores
y de oscuras raíces silenciosas.

Di por los otros todo cuanto era,
por los lejanos hijos de unos niños.
La muerte me dejó sin primaveras
y, siendo el vencedor, soy un vencido.

Y aquí estoy, abrazado a otro muchacho,
que fue viril y ardiente, mi enemigo:
en una misma lucha nos juntamos
y en una misma fosa coincidimos.

Aquí estoy, abrazado con el hombre
que he odiado y, los dos juntos,
fundidos en el sueño de la muerte
y en este triste olvido, somos uno.
Lejos de la verdad y la mentira,
pasado el ecuador de los misterios,
tras una guerra absurda, fratricida,
cuya razón ninguno comprendemos.

Porque tan solo comprender podíamos
la amistad que une al hombre con el hombre,
la juventud ardiente que vivíamos
y de una novia enamorada el nombre.
Pero nunca la muerte que interrumpe
el coloquio amoroso con la amante,
las primeras sonrisas de los hijos
y el amoroso mimo de la madre.

Caímos, y ¿por qué? Ya nada importa
en este eterno frío de los muertos.
Y, abrazados aquí, bajo la vida,
hasta se han confundido nuestros huesos.

PASCUAL-ANTONIO BEÑO dedicó este poema a dos soldados enemigos que, por azar, acabaron enterrados juntos en la misma fosa. Escrito en 1970, intenta denunciar en él lo absurdas que son siempre las guerras y el sinsentido de tanta crueldad y tanta violencia.

ESTAS SON LAS COSAS 
QUE QUIERO COMPARTIR

Transmitirnos los sueños,
olvidar los edictos,
beber la vida juntos
hasta la borrachera.
Dormir sin tentaciones,
despertar siempre niños,
asesinar al tiempo.
Olvidar lo que es mío
porque todo ya es nuestro.
Buscar lo inalcanzable,
la realidad del mundo
romper en mil pedazos,
recorrer las estrellas,
exiliar lo imposible.
Y abrir siempre las manos
para unir a las gentes.
Estas son las cosas
que quiero compartir

MAÑANA AL AFEITARME 

Sí, todas esas cosas me hieren hondamente 
cual si tuvieran filo y brillo y desgarraran, 
porque me duele todo de mi vida y sus vidas 
y he sufrido siempre, aun cuando tú me ames. 

Sufro por el mendigo que todas las mañanas 
descubro —árbol humano— pidiendo en mi camino, 
junto al que paso extraño, temiendo ver su mugre, 
su mirada o sus manos, porque —tal vez— no tengo 
ni siquiera para un poco de tabaco. 

Sufro por el marica que, en silencio, me mira 
—en la esquina, en el metro— con deseo y con asco, 
con tristeza y con miedo. 
Y por la prostituta borracha que una noche, 
llorando, me pedía no la dejase sola. 

Sufro por el obrero que sueña con un coche 
y un buen piso con cuadros y «parquet» e inodoros. 
Y sufro por los hombres que viven en el campo 
y por los que caminan por las ciudades solos, 
y sufro por los niños carentes de alegría,
 y por los simples pájaros al llegar el otoño, 
o cuando a veces pienso que tal vez Dios no existe. 

Quisiera abrasar la boca que me nombra 
o al hombre indiferente que perdió su sonrisa, 
pisotear el tiempo del que me siento esclavo 
o, simplemente, abrirme las venas de mis brazos 
cualquier turbia mañana al afeitarme.

DESVENTURADO EL QUE… 

Desventurado el que no supo 
gozar del cálido verano 
en la playa promiscua del sol y de los cuerpos, 
cuando la muerte y el invierno 
carecen de importancia; 
el que no quiso, el que no pudo 
vivir el frenético carnaval de la vida, 
danzando sin parar hasta el alba. 

Desventurado aquel 
que llegó tarde a la gran fiesta, 
el que no pudo alcanzar 
el postrero tren del día, 
sentir en el espejo de Narcisos la tersura 
y la envidia de su rostro 
o beber la ambrosía embriagadora 
que sólo a unos pocos Ganimedes ofrece. 

Desventurado siempre el que no pudo 
dialogar con los cuerpos de los otros 
y sentir la fragancia de todos los placeres. 

Desventurado el hombre 
que no supo vivir su juventud irrepetible 
—que sólo es un verano la existencia—. 
Pues no basta estar vivo, 
si la sangre no es cálida, 
rebelde e incansable, 
si el parque está marchito, solitario, 
y aquel ser 
—quizá quien más profundamente pudo amarte— 
hoy vino a recordarte que es otoño.

¿QUÉ MUNDO SERÁ EL VUESTRO? 

¿Qué mundo será el vuestro, Fernando, cuando crezcas, 
cuando todos los niños como tú ya seáis hombres? 
¿Qué escribiréis entonces, con vuestras propias obras 
en esa gran pizarra de la vida? 

¿La paz y la hermandad imperarán en todo? 
¿Seguirá habiendo odio, falsedad, miedo y muerte? 
¿Construiréis una raza creadora y poética 
que fecunde en amores la humanidad entera? 

¿Volverá el Paraíso de nuevo a vuestras manos, 
siendo ya, para siempre, Dios amigo del hombre? 
¿Han de ser vuestros símbolos la paloma y la rosa, 
y la mano extendida, el trigo y los almendros, 
o seguirá existiendo, tras la crueldad y el odio, 
el deseo de dominio y la guerra implacable? 

¿Estará desunida la humanidad entonces 
y tendréis como símbolos la metralla y la ortiga, 
el obsceno desnudo y el robot y la fuerza? 

Tengo fe en la esperanza y tengo fe en los niños. 
Deseo para vosotros todo cuando no tuve. 
Una humanidad nueva del amor ha de alzarse. 
Este mundo caduco que pasa a vuestras manos, 
restaurarlo de nuevo. Tratad de hablar con Dios.