EL Rincón de Yanka: BENEDICTO XVI: ¿PAPA «EMÉRITO»? "El «siempre» es también un «PARA SIEMPRE»" ESTEFANÍA ACOSTA 🔥

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lunes, 14 de junio de 2021

BENEDICTO XVI: ¿PAPA «EMÉRITO»? "El «siempre» es también un «PARA SIEMPRE»" ESTEFANÍA ACOSTA 🔥



Texto de John Vennari (+2017):
LA INSTRUCCIÓN PERMANENTE DE LA ALTA VENDITA

Alta Vendita o Instrucciones Permanentes de la Alta Vendita es un libro clandestino de propaganda publicado al estilo de panfleto y relacionado con la sociedad secreta de la Carbonería italiana contando un proyecto de infiltracíon de la Iglesia Católica en vista de ejercer una acción de subversión.
Este documento cayó en manos del papa Gregorio XVI. Pío IX ordenó su publicación.
Ese libro fue publicado por primera vez en 1859 por el historiador francés Jacques Crétineau-Joly en su libro L'Eglise Romaine en face de la Révolution.​
Después lo publicó George Dillon en 1885 en su libro "La guerra del anticristo con la Iglesia y la civilización cristiana"  y Henri Delassus en "Le problème de l'heure présente".​
En 1993 el autor John Daniel retoma la teoría en su libro Scarlet and the Beast - A History of the War between English and French Freemasonry.​
El tema de la Alta Vendita aparece en la novela de Umberto Eco: "El cementerio de Praga".

Pocos católicos saben de "La Instrucción Permanente de la Alta Vendita", un documento secreto escrito a principios del siglo XIX que trazó un plan para la subversión de la Iglesia Católica. La Alta Vendita era la logia más alta de los Carbonarios, una sociedad secreta italiana con vínculos con la masonería y que, junto con la masonería, fue condenada por la Iglesia Católica. E. Cahill, S.J. en su libro «freemasonry and the anti-christian movement» (La masonería y el movimiento anticristiano) declara que se suponía que la Alta Vendita era en ese momento el centro de gobierno de la masonería europea. 

Los carbonarios eran más activos en Italia y Francia.

En su libro "Atanasio y la Iglesia de nuestro tiempo", el obispo Rudolph Graber citó a un francmasón que declaró: "El objetivo [de la masonería] ya no es la destrucción exterior de la Iglesia, sino utilizarla infiltrándose en ella".
En otras palabras, dado que la masonería no puede destruir por completo la Iglesia de Cristo, planea no sólo erradicar la influencia del catolicismo en la sociedad, sino también peor todavía usar la estructura de la Iglesia como un instrumento de "renovación", "progreso" e "iluminación" para conseguir muchos de sus propios principios y objetivos.

Un esquema

La estrategia avanzada en "La Instrucción Permanente de la Alta Venta" es sorprendente por su audacia y astucia. Desde el principio, el documento habla de un proceso que llevará décadas lograr. Quienes redactaron el documento sabían que no verían su cumplimiento. Estaban inaugurando un trabajo que sería llevado a cabo por generaciones sucesivas de iniciados. La Instrucción Permanente dice: "En nuestras filas, el soldado muere y la lucha continúa".
La Instrucción pedía la difusión de ideas y axiomas liberales en toda la sociedad y dentro de las instituciones de la Iglesia Católica para que los laicos, seminaristas, clérigos y prelados se imbuyeran gradualmente con los principios progresistas.
Con el tiempo, esta mentalidad sería tan generalizada que los sacerdotes serían ordenados, los obispos serían consagrados y se nombrarían cardenales cuyo pensamiento estuviera en sintonía con el pensamiento moderno enraizado en la Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa. y otros "Principios de 1789" (igualdad de religiones, separación de Iglesia y Estado, pluralismo religioso, etc.).

Eventualmente, se elegiría un Papa desde estos rangos que lideraría a la Iglesia en el camino de la "iluminación" y la "renovación". Afirmaron que su objetivo no era colocar inmediatamente a un francmasón en la silla de Pedro. Su objetivo era crear un ambiente que eventualmente produjera un Papa y una jerarquía ganados para el catolicismo liberal, pero que al mismo tiempo se tuvieran por católicos fieles.
Estos líderes católicos, entonces, ya no se opondrían a las ideas modernas de la Revolución (como ha sido la práctica constante de los Papas desde 1789 hasta 1958, la muerte del papa Pío XII, que condenó estos principios liberales), sino que los fusionaron en la iglesia. El resultado final sería un clero católico y laicos marchando bajo el estandarte de la Ilustración, y creyendo que están marchando bajo el estandarte de las llaves apostólicas.

¿Es posible?

Para aquellos que creen que este esquema es demasiado descabellado, una meta demasiado desesperada para que el enemigo la alcance, debe notarse que tanto el Beato Papa Pío IX (beatificado en 2000) como el Papa León XIII pidieron que se publicara "La Instrucción Permanente", sin duda, para evitar que ocurriera tal tragedia.

Sin embargo, si un estado de cosas tan oscuro llegara a suceder, obviamente habría tres medios inequívocos para reconocerlo:

1) Produciría una agitación de tal magnitud que el mundo entero se daría cuenta de que hubo una revolución importante dentro de la Iglesia Católica en línea con las ideas modernas. Para todos sería claro que se había llevado a cabo una "actualización".
2) Se introduciría una nueva teología que estaría en contradicción con las enseñanzas anteriores.
3) Los masones mismos expresarían su triunfo, creyendo que la Iglesia Católica finalmente había "visto la luz" en puntos como la igualdad de las religiones, el estado secular, el pluralismo y cualquier otro compromiso que se hubiera logrado.

La autenticidad de los documentos de Alta Vendita

Los documentos secretos de la Alta Vendita que cayeron en manos del papa Gregorio XVI abarcan un período que va desde 1820 hasta 1846. Fueron publicados a petición del papa Pío IX por Cretineau-Joly en su obra "La Iglesia romana y la revolución".

Con el escrito de aprobación del 25 de febrero de 1861, que dirigió al autor, el Papa Pío IX garantizó la autenticidad de estos documentos, pero no permitió que nadie divulgara a los verdaderos miembros de la Alta Vendita implicados en esta correspondencia.
El texto completo de "La Instrucción Permanente de la Alta Vendita" también figura en Mons. El libro de George E. Dillon, Gran Oriente Masonería libre desenmascarada. Cuando el Papa León XIII recibió una copia de Mons. El libro de Dillon le impresionó tanto que ordenó que se completara y publicara una versión italiana a su costa.
En la encíclica Humanum Genus (1884), León XIII hizo una llamada a los líderes católicos para que "quiten la máscara a la masonería y aclaren todo lo que realmente es". La publicación de estos documentos es un medio de "quitarse la máscara". "
Y si los Papas pidieron que se publicaran estas cartas, es porque querían que todos los católicos conocieran el plan de las sociedades secretas para subvertir a la Iglesia desde adentro, para que los católicos estén en guardia y, con suerte, eviten que una catástrofe de este tipo tenga lugar.

La Instrucción Permanente de la Alta Vendita

Lo que sigue no es toda la Instrucción, sino las secciones que son más pertinentes para nuestra discusión. El documento dice (con énfasis agregado): Nuestro fin último es el de Voltaire y la Revolución Francesa, la "destrucción final del catolicismo e incluso de la idea cristiana...

El Papa, quienquiera que sea, nunca vendrá a las sociedades secretas; corresponde a las sociedades secretas dar el primer paso hacia la Iglesia, con el objetivo de conquistarlas a ambas.
La tarea que vamos a emprender no es el trabajo de un día, o de un mes, o de un año; puede durar varios años, quizás un siglo; pero en nuestras filas, el soldado muere y la lucha continúa.
No pretendemos ganar a los Papas para nuestra causa, hacerlos neófitos de nuestros principios, propagadores de nuestras ideas. Eso sería un sueño ridículo; y si los eventos resultan de alguna manera, si los Cardenales o prelados, por ejemplo, por su propia voluntad o por sorpresa, deben entrar en una parte de nuestros secretos, esto no es un incentivo para desear su ascenso a la Sede de Pedro. Esa elevación nos arruinaría. Solo la ambición los habría llevado a la apostasía; los requerimientos de poder los obligarían a sacrificarnos. Lo que debemos pedir, lo que debemos buscar y esperar, mientras los judíos esperan al Mesías, es un Papa de acuerdo con nuestras necesidades ...

Con eso, marcharemos con mayor seguridad hacia el asalto a la Iglesia que con los panfletos de nuestros hermanos en Francia e incluso el oro de Inglaterra. ¿Quieres saber esa razón para esto? Es con esto, para romper la alta Roca sobre la cual Dios ha edificado Su Iglesia, ya no necesitamos veneno, ni pólvora, ni siquiera necesitamos nuestras armas. Tenemos el dedo meñique del Sucesor de Pedro involucrado en la estratagema, y ​​este dedo meñique es tan bueno, para esta cruzada, como todos los Urbano II y todos los San Bernardo en la cristiandad.
No tenemos dudas de que llegaremos a este extremo supremo de nuestros esfuerzos. ¿Pero cuando? ¿Pero cómo? Lo desconocido aún no se revela. Sin embargo, como nada debería apartarnos del plan elaborado, y por el contrario, todo debería tender a esto, como si tan pronto como mañana el éxito fuera a coronar el trabajo que apenas se bosqueja, deseamos, en esta instrucción, que permanecerá en secreto para los meros iniciados, para dar a aquellos a cargo de la Logia suprema algunos consejos que deben inculcar en todos los hermanos, en forma de instrucción o de un memorándum ...
Ahora bien, para asegurarnos a nosotros mismos un Papa de las dimensiones requeridas, primero se trata de formar para este Papa una generación digna del reinado con el que estamos soñando. Deje a un lado a las personas mayores y a las personas maduras; ir a la juventud, y si es posible, incluso a los niños... Se creará por sí mismo, a bajo costo, una reputación muy buena

Católicos y patriotas puros.

Esta reputación pondrá acceso a nuestras doctrinas en medio del joven clero, así como profundamente en los monasterios. En unos pocos años, por la fuerza de las cosas, este joven clero habrá superado todas las funciones; formarán el consejo soberano, serán llamados a elegir un pontífice que debería reinar. Y este Pontífice, como la mayoría de sus contemporáneos, estará necesariamente más o menos imbuido de los principios [revolucionarios] italianos y humanitarios que vamos a comenzar a poner en circulación. Es un grano pequeño de mostaza negra que confiamos al suelo; pero el sol de la justicia lo desarrollará hasta el máximo poder, y un día verás qué cosecha tan rica producirá esta pequeña semilla.
En el camino que estamos trazando para nuestros hermanos se encuentran grandes obstáculos para conquistar, dificultades de más de un tipo para dominar. Ellos triunfarán sobre ellos por experiencia y por visión clara; pero el objetivo es tan espléndido que es importante poner todas las velas al viento para alcanzarlo. Quieres revolucionar Italia; busca al Papa cuyo retrato acabamos de dibujar. Deseas establecer el reinado de los elegidos en el trono de la prostituta de Babilonia; deje que el clero marche bajo su estándar, siempre creyendo que están marchando bajo el estandarte de las llaves apostólicas. Tiene la intención de hacer desaparecer el último vestigio de los tiranos y los opresores; pon tus lazos [redes] como Simon Bar-Jona; deposítelos en las sacristías, los seminarios y los monasterios en lugar de en el fondo del mar: y si no te apuras, te prometemos una captura más milagrosa que la suya. El pescador de peces se convirtió en el pescador de hombres; Traerás amigos alrededor de la Cátedra Apostólica. Habrás predicado una revolución en tiara y en frente, marchando con la cruz y el estandarte, una revolución que solo tendrá que ser un poco apremiante, para prender fuego a los cuatro rincones del mundo.

Ahora nos queda por examinar qué tan exitoso ha sido este diseño.

La Ilustración, amigo mío, está "soplando en el viento"

A lo largo del siglo XIX, la sociedad se había permeado cada vez más con los principios liberales de la Ilustración y la Revolución Francesa, en detrimento de la fe católica y el Estado católico. Estado católico Las nociones supuestamente "más amables y suaves" del pluralismo religioso, el indiferentismo religioso, una democracia que cree que toda la autoridad proviene del pueblo, las nociones falsas de libertad, la separación de la Iglesia y el Estado, las reuniones interreligiosas y otras novedades se apoderaron de las mentes de la publicación. -Ilustración de Europa, infectando a estadistas y eclesiásticos por igual.
Los Papas del siglo XIX y principios del siglo XX emprendieron la guerra contra estas tendencias peligrosas con ropa de batalla completa. Con una clara presencia de la mente arraigada en una certeza de fe sin compromiso, estos Papas no fueron engañados. Sabían que los principios malvados, por muy honorables que parezcan, no pueden dar buenos frutos, y estos eran principios malvados. peor, ya que estaban arraigados no solo en la herejía, sino también en la apostasía.
Al igual que los generales al mando que reconocen el deber de mantenerse firmes a toda costa, estos Papas apuntaron poderosos cañones a los errores del mundo moderno y dispararon incesantemente. Las Encíclicas eran sus balas de cañón, y nunca erraron su objetivo.
La explosión más devastadora se produjo en el monumental Syllabus de Errores de 1864 del Beato Papa Pío IX, y cuando desapareció el humo, todos los involucrados en la batalla no tenían dudas de quién estaba de qué lado. Las líneas de demarcación habían sido claramente dibujadas. En este gran plan de estudios, Pío IX condenó los principales errores del mundo moderno, porque estas nuevas ideas tenían sus raíces en el naturalismo panteísta y, por lo tanto, eran incompatibles con la doctrina católica y destructivas para la sociedad.

Las enseñanzas del programa de estudios eran contraliberalismo, y los principios del liberalismo eran de contraliberalismo. Esto fue indudablemente reconocido por todas las partes. Padre Denis Fahey, CSSp. se refirió este enfrentamiento como Pío IX contra la deificación panteísta del hombre.9 Hablando por el otro lado, el francmasón francés Ferdinand Buisson también declaró: “Una escuela no puede permanecer neutral entre el Programa y la 'Declaración de los Derechos del Hombre ”

"Católicos liberales"

Sin embargo, el siglo XIX vio una nueva raza de católicos que utópicamente buscaron un compromiso entre los dos. Estos hombres buscaron lo que creían que era "bueno" en los Principios de 1789 e intentaron introducirlos en la Iglesia. Muchos clérigos, infectados por el espíritu de la época, fueron atrapados en esta red que había sido "arrojada a las sacristías y a los seminarios". Llegaron a ser conocidos como "católicos liberales". El Papa Pío IX comentó que estaban los peores enemigos de la Iglesia. A pesar de esto, su número aumentó.

Papa San Pío X y modernismo

Esta crisis alcanzó su punto máximo a principios del siglo XX cuando el liberalismo de 1789 que había estado "explotando" en el viento "se arremolinó en el tornado del modernismo. El p. Vincent Miceli, S.J. identificó esta herejía como tal al describir la "trinidad de padres" del Modernismo. Escribió:

1) Su antepasado religioso es la Reforma Protestante;
2) Su padre filosófico es la Ilustración;
3) Su pedigrí político proviene de la Revolución Francesa.

El Papa San Pío X, quien ascendió a la silla papal en 1903, reconoció el Modernismo como la plaga más mortal que debe ser arrestada. Escribió que la obligación más importante del Papa es garantizar la pureza e integridad de la doctrina católica, y afirmó además que si no hiciera nada, habría fallado en su deber esencial.
San Pío X libró una guerra contra el modernismo, emitió una encíclica (Pascendi) y un plan de estudios (Lamentabili) contra él, instó el juramento antimodernista a todos los sacerdotes y maestros de teología, purgó los seminarios y universidades de los modernistas, y excomulgado a los tercos y no dependientes.
San Pío X efectivamente detuvo la propagación del modernismo en su día. Sin embargo, se informa que cuando fue felicitado por haber erradicado este grave error, San Pío X respondió de inmediato que a pesar de todos sus esfuerzos, no había logrado matar a esta bestia, sino que solo la había llevado a la clandestinidad. Advirtió que si los líderes de la Iglesia no estuviesen atentos, sería volverse en el futuro más virulento que nunca.

Curia en alerta

Un drama poco conocido que se desarrolló durante el reinado del Papa Pío XI demuestra que la corriente subterránea del pensamiento modernista estaba viva y bien en el período inmediato posterior a Pío X.
El padre Raymond Dulac relata que en el consistorio secreto del 23 de mayo de 1923, el papa Pío XI cuestionó a los treinta cardenales de la Curia sobre la oportunidad de convocar un concilio ecuménico. Asistieron prelados tan ilustres como los cardenales Merry del Val, De Lai, Gasparri, Boggiani y Billot. Los Cardenales desaconsejaron.

El cardenal Billot advirtió: “La existencia de diferencias profundas en medio del episcopado en sí no puede ocultarse. . . [Corren] el riesgo de dar lugar a discusiones que se prolongarán indefinidamente".
Boggiani recordó las teorías modernistas de las cuales, dijo, una parte del clero y de los obispos no estaban exentos. "Esta mentalidad puede inclinar a ciertos Padres a presentar mociones, a introducir métodos incompatibles con las tradiciones católicas".
Billot fue aún más preciso. Expresó su temor de ver al concilio "maniobrado" por "los peores enemigos de la Iglesia, los modernistas, que ya se están preparando, como muestran ciertas indicaciones, para llevar a cabo la revolución en la Iglesia, un nuevo 1789".
Al desalentar la idea de un concilio por tales razones, estos Cardenales se mostraron más aptos para reconocer los "signos de los tiempos" que todos los teólogos post-Vaticano II combinados. Sin embargo, su cautela también puede haber estado obsesionada por los escritos del infame illuminé (iluminado), el excomulgado Canónigo Roca (1830-1893), quien predicó la revolución y la "reforma" de la Iglesia y quien predijo una subversión de la Iglesia que sería traída por un concilio.

El Concilio que nunca fue

Alrededor de 1948 el Papa Pío XII, a solicitud del incondicionalmente ortodoxo cardenal Ruffini, consideró convocar a un consejo general e incluso pasó algunos años en hacer los preparativos necesarios. Hay evidencia de que los elementos progresistas en Roma eventualmente disuadieron a Pío XII de llevarlo a la práctica, ya que este consejo mostró signos definitivos de estar en sincronía con Humani Generis. Al igual que esta gran encíclica de 1950, el concilio propuesto combatiría "las falsas opiniones que amenazan con socavar los fundamentos de la doctrina católica".
Trágicamente, el Papa Pío XII se convenció de que estaba demasiado avanzado en años para asumir esta tarea trascendental, y se resignó a la idea de que "esto será para mi sucesor".


"El «siempre» es también un «PARA SIEMPRE»"
ESTEFANÍA ACOSTA
"La seriedad de la decisión reside precisamente también en el hecho de que a partir de aquel momento me comprometía siempre y para siempre con el Señor.
[...] El “siempre” es también un “para siempre” –ya no existe una vuelta a lo privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No abandono la cruz, sino que permanezco de manera nueva junto al Señor Crucificado". Benedicto XV
"Mi verdadero programa de gobierno no es hacer mi voluntad, no es seguir mis propias ideas sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y la voluntad del Señor".
"Queridos amigos, en este momento sólo puedo decir: rogad por mí, para que aprenda a amar cada vez más al Señor. Rogad por mí, para que aprenda a querer cada vez más a su rebaño, Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos".
"Todavía, y continuamente, resuenan en mis oídos sus palabras de entonces (de Juan Pablo II): "No temáis!". (Las primeras palabras como Benedicto XVI -24/4/2005)
PREFACIO A LA VERSIÓN PORTUGUESA

Data venia (con permiso) al tono inevitablemente jocoso de algunas pa1tes de este Prefacio, creo que hasta cierto punto ningún otro matiz expresaría tan bien Benedicto XVI: ¿papa "Emérito"? como el cinematográfico, aquí tomado del Dr. Mazza y su mención a Superman. Y si tuviera que expresarme en una palabra, esta sería "¡Asombro!". Con el término advierto que al terminar de asistir a toda la trama aquí presentada bajo luces, escenarios y figurines jurídicos, no hay manera de no salir asombrados. Primero y ante todo por la Sabiduría divina, encarnada en la débil y escuálida figura de un valiente bávaro, que vence a sus poderosos oponentes dándoles la impresión de ser los vencedores, revelándose con ello no un Übermensch, sino un verdadero Vicario de Jesucristo, quien "apasionado", clavado a un madero, quieto salvó a la humanidad.

Hubo un tiempo... en que en la Iglesia la verdad no encontró mayores barreras para entrar, desde las casas humildes hasta los suntuosos castillos, desde la capilla más sencilla hasta la catedral más exuberante. Fueron los tiempos de las disputatios, donde el mayor dolor era el de ver y estar en el error, que no debe tener derechos; cuando los hombres ni siquiera soñaban con apostasías silenciosas, mezcla de ignorancia, prudencia humana, miedo y cobardía.
En este sentido, contra viento y tempestad(es), silencio cómplice y tibieza, y en ayuda de una verdad amordazada para que el error se extienda desde los tejados, llega a nosotros, por entera disposición de la Providencia, a la manera del grano de mostaza, el presente y urgente estudio sobre la renuncia de Benedicto XVI y la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio al solio pontificio, destinado en su versión portuguesa (¡la primera en recibir una publicación!), de modo especial al Clero de habla portuguesa, en general al católico de la misma lengua, y además de estos, a todos, de toda lengua, credo o nación, en quienes la integridad intelectual es parte integrante de su carácter. Estos no serán defraudados.

Una aclaración: por no ser improbable que los involucrados en este trabajo puedan incurrir en algún tipo de sanción, es menester, de entrada, dar ciencia de que cuestionar la validez, tanto de la renuncia como de la elección de un Romano Pontífice o de quien recibirá este oficio, ya que es válido y lícito, no es, por lo tanto, un pecado. Obviamente, si se respetan las reglas. Además, por pretender un "juego limpio'', hay que dejar claro también: no somos sedevacantistas. Habemus Papam, pero creemos, piamente, que éste sigue siendo Benedicto XVI. Por lo que en todo permanecemos sometidos a la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, al modo de Santo Tomás y sus escritos. Los plurales, como se verá en las páginas siguientes, se deben a que este traductor no está solo. Y cada día menos solo.
Buena parte de lo que me animó a la traducción de este estudio, puede encontrarse en la Nota del Traductor al texto "¡Es la hora! Análisis de Derecho Canónico de por qué Francisco no es Papa", de Michaël Steenbergen. Pero ello per se no bastaría.

Desde el inicio de los eventos de 2013 mucho se ha escrito, porque mucho se ha inquirido, desde donde se ve, para detenernos en uno de los muchos aspectos de esta trama, que en definitiva no se puede hablar de una pacifica universalis ecclesiae adhaesio (ver nota 245) en relación con la validez de la elección del cardenal J.M. Bergoglio al solio de San Pedro. Hasta hoy. Y de lo que se ha dicho y escrito, una voz en especial ha logrado condensar, de manera juiciosa, jurídica, didáctica, pero sobre todo católica (en cuanto a la justicia y el derecho divinos), mucho del embrollo detrás de la asunción del cardenal Bergoglio. A la idiosincrasia de aquella voz, se agregan algunos elementos peculiares de preferencia divina, que podríamos condensar así: es la voz de una simple y desconocida joven abogada provinciana de la periférica Colombia, casi, por tanto, una "voz del que clama en el desierto" (Mt 3,3). Y esto es sintomático: que una joven señorita de la periferia nos venga a mostrar, a nosotros, respetables hombres del centro, aun católicos, aun clérigos, lo que hace más de siete años ha estado frente a nuestros ojos, pero que dada nuestra condición de "(...) hombre débil, de corta vida, incapaz de comprender su juicio y sus leyes...", casi ya no se alcanza a "(...) comprender lo que está sobre la tierra, difícilmente encontrar lo que tenemos al alcance de las manos" (Sb 9, 5.16). Con todo, la misericordia, de muchos modos todavía nos habla (cfr. Heb 1,1).

Pero, a pesar de lo que aquí se desvelará, ¿es posible que nos equivoquemos en la interpretación canónica de que la renuncia de Benedicto XVI y, por consiguiente, la propia elección del cardenal Bergoglio fueron inválidas? Sí, como todo lo que involucra las cosas humanas. Resulta que después de lo que aquí se expondrá, primero desde el punto de vista del derecho objetivo divino, y acto seguido, del derecho eclesiástico divinamente asistido, aunque, obviamente, este último sin la dotación del carisma de la infalibilidad, y pasados más de siete años del "pontificado" bergogliano, se hace cada día más hercúlea la tarea de quienes insisten en convencernos de que se trata de un papa legítimo. Tanto peor al intentar hacerlo por vías como las del "papa hereje'', del "papa comunista'', del "papa malo", o incluso de un "papado compartido" (¡sic!), un castigo divino... pero, al fin y al cabo, un Papa. Por esta razón, al intentar encajar este otrora cardenal, especialmente después del minucioso trabajo que es el Denzinger Bergoglio, en la categoría de "Papa", me queda la fuerte impresión de una cierta demostración de nuestra incapacidad de ver "lo que tenemos al alcance de las manos". Para la hipótesis más generosa.

Por otra parte, los santos son concordes en admitir, con las Escrituras y la Tradición, que el personaje conocido por los apodos de "Falso Profeta" y "Bestia de la Tierra" tendrá como una de sus idiosincrasias capitales la misma de su señor, el "Anticristo" (la "Bestia del Mar"): el engaño. 
¿Insinúo con esto que el prelado que está allí, hasta que nos prueben lo contrario usurpando la cátedra de Pedro, sea el mismo? No me atrevería a tanto. Aunque recientemente inquirí a este respecto de algunos sacerdotes respetables lo siguiente: "dada la coyuntura, ¿podemos considerarnos ya en el capítulo 13 del Apocalipsis?", obteniendo como respuesta lo que así se podría resumir: "si no estamos en él, seguramente en su antesala".

De ahí que, dado el carácter esjatológico (Castellani) de estos eventos, corroborado por el mismo Benedicto XVI y sus referencias a los tiempos apocalípticos actuales, la autora gentilmente aceptó la propuesta de la inserción de algunas profecías sobre la Iglesia y el Papado (Anexo I), ya que la historia es ante todo historia de salvación. En este sentido, a título ejemplificativo viene a mi mente una en especial. Se trata de las supuestas apariciones de la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, en una aldea al norte de España, para la época con unos 500 católicos -como los que tuvieron el privilegio de ver a Cristo resucitado-, en la región cantábrica de Santander, de nombre San Sebastián de Garabandal, a cuatro adolescentes semi-analfabetas. Allí, entre tanta prodigalidad de eventos, uno, conocido como la "profecía de los papas" anuncia que, con ocasión de la muerte de Juan XXIII, faltan cuatro papas para el comienzo del fin de los tiempos. Aquí y a este respecto, me limitaré a la transcripción de un juicio más acreditado, el del P. François Turner, uno de los teólogos preferidos de Benedicto XVI y estudioso, favorable, de esas apariciones, quien en un artículo titulado Juan Pablo II: ¿es él el último Papa?, publicado en 1979, escribe:

En cuanto a la segunda pregunta, de acuerdo con "Star on The Mountain" (el libro escrito por el P. Laffineur), esta profecía no nos dice si habrá o no papas después de JP II. Es posible que el papel del papado cambie en algunas de sus modalidades -algunos pueden verse tentados a decir que probablemente así será. Pero decir que el papado desaparecerá no parece coincidir con lo que dijo Pablo VI de que el papado es una institución permanente de la Iglesia- un principio que es tradicional en la Iglesia Católica.

La suma de estos y otros elementos me llevó a la traducción del presente trabajo, resultado, ante todo, de un profundo amor, por Dios, por la Iglesia y el Papado, lleno de sentire cum Ecclesia, que gracias a Estefanía Acosta, y en alguna medida a su compatriota y colaborador en este estudio, Mauricio Ozaeta, a quien expreso mis agradecimientos también por la concesión de su traducción, nos llega en hora (más que) buena, dado que todavía tenemos con nosotros al Papa Benedicto XVI. Hasta cuándo, solo Dios sabe. Y en la oportunidad, aprovecho para extenderlos además a la (providencial) Ediciones San José, que hizo posible que este libro saliera a la luz en esta hora de las tinieblas (cfr. Le 22:53).
Como dice su autora, la presente investigación no tiene la pretensión de ser la palabra final sobre el tema, antes bien, intenta incentivar a que se prosiga con su profundización, que en ningún momento y bajo ninguna circunstancia ha estado, durante estos más de siete años, cerrado, ya que en palabras del mismo Papa en relación con su fiat en aquel 19 de abril de 2005: "el siempre es también un para siempre". Pero puedo adelantar que aquellos que intenten interponer refutaciones a este estudio se encontrarán con una fortaleza bien estructurada y guarnecida, casi infranqueable.

Para concluir y dar paso a lo que interesa, resalto que respecto al guion adoptado, detallado a continuación por la autora en su Presentación, podemos describirlo resumidamente como sigue: en un primer bloque se abordarán de entrada las dos principales razones de la invalidez de la renuncia de Benedicto XVI. Seguidamente, las tres principales razones de la nulidad de la elección de Jorge Mario Bergoglio, para culminar con las consideraciones finales. El segundo bloque, por su parte, contendrá dos anexos, de los cuales el primero constará de profecías sobre la Iglesia y el Papado, para servir de "lámpara que brilla en lugar oscuro" (2 Pe 1,19ss), y el segundo, de la lista de algunos de los nombres que ya han hecho públicas su adhesión y obediencia al Papa Benedicto XVI.
Vale la pena resaltar que las notas de este traductor, con la previa aquiescencia de la autora, vendrán con nota de traductor.
Quiera Dios Padre, y Nuestro Señor Jesucristo, que a través de las luces del Espíritu Santo y la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Mater boni consilii, Advocata nostra y Sede sapientiae, unida a la de San José, Patrono de la Iglesia, salgamos todos, lo más rápido que se pueda, del engaño y de la confusión. Para esto, que todos, buenos y malos, hagamos pronto lo que tenemos que hacer (cf. Jn 13,27; Ap 22 10s).

En la fiesta de Nuestra Señora del Rosario de 2020
Airton Vieira

En tiempo : entre las numerosas "perlas" de Mons. Jorge Mario Bergoglio, hay una que me gustaría destacar por arrojar algo de luz sobre el hombre que hasta hoy muchos, "pero, no todos", consideran el legítimo sucesor de San Pedro. En una de sus peripecias alrededor del mundo para difundir su "magisterio'', habló sobre el "fracaso de Dios". De esta y de otras macanadas ya se ha encargado con maestría el documento básico. Aquí interesará otro detalle de no menos importancia. El video ya citado anteriormente nos muestra que al iniciar su prédica sobre tal "fracaso'', saca del bolsillo de su sotana (sin comentarios sobre la forma y con qué expresión lo hace) dos objetos que dice llevar siempre consigo. El primero, un rosario, que dice siempre rezar. El segundo, un Vía Crucis en miniatura. Este objeto en especial es el utilizado para mencionar/simbolizar dicho fracaso divino. Comprensible, después de todo, se trata de un Vía Crucis, la referencia humana a un aparente malogro de nuestro Señor Jesucristo. Muy bien. Lo que, sin embargo, la casi totalidad del mundo no sabe es el origen de este objeto. ¡Y él nos dice mucho!

Este Vía Crucis pertenecía a quien poco antes monseñor Bergoglio, en lo que sería uno de sus primeros muros como pontífice, echara, sin hipérboles y justa causa, a los 69 años, de su sede episcopal. Sin derecho, inclusive, a la residencia episcopal, propia de los obispos eméritos. Este fue Mons. Rogelio Ricardo Livieres Plano, obispo de Ciudad del Este-Paraguay. Sobre este obispo, tres datos bastarían: fue el prelado encargado por Benedicto XVI para erigir un seminario diocesano con el objetivo de "formar un nuevo clero" (palabras del Papa transmitidas por el obispo a sus seminaristas y formadores) en la Diócesis, y que en el entendimiento de la Conferencia Episcopal paraguaya sería un competidor intolerable del seminario de Asunción, hasta entonces el único existente. Fue el prelado que poco antes de la "renuncia" de Benedicto se indispuso con la misma Conferencia gracias a sus denuncias de "cizaña homosexual" y corrupción en esta Institución. Finalmente, fue el prelado que, poco antes de eso había detenido de forma enérgica cierta tentativa de injerencia en su diócesis de ciudad del Este-Paraguay por parte de un arzobispo forastero, de Buenos Aires-AR. ¿Quién era este arzobispo? Jorge Mario Bergoglio.

A menos de un año de su sumaria destitución moría Don Livieres. Pocas semanas después de su muerte llegaba a las manos de Francisco el Vía Crucis del difunto desafecto obispo, uno de sus objetos más estimados. Tres meses después el obispo, vestido como el "Obispo vestido de blanco", lo presentaba a las multitudes como símbolo del "fracaso de Dios".
Tales hechos pueden ser atestiguados por muchos de los que pertenecieron al Seminario Mayor San José, fundado por Don Livieres a solicitud de Benedicto XVI. En especial por un ex seminarista brasileño, hoy laico y residente en su país, que conozco bien y que tuvo la gracia de estar con el obispo días antes de su fallecimiento, recibiendo de él la bendición apostólica.
Por lo arriba expuesto no podría menos que dedicar a Don Rogelio Livieres, otrora doctor en Derecho Canónico, la colaboración en este trabajo. Que su "fracaso" vaya unido al de su y nuestro Señor para ayudarnos, a nosotros que quedamos, a saber, con el mismo coraje y celo apostólico por él demostrados, detener las indebidas injerencias de un obispo forastero, no en una, sino en todas las diócesis del inundo, hace más de siete años.

PRESENTACION

A más de siete años de su "renuncia" al pontificado, Joseph Ratzinger conserva aún el nombre de "Benedicto XVI", se hace llamar "Su Santidad" y firma sus declaraciones y comunicaciones con las siglas "P.P." ("Pastor Pastorum"/"Pastor de Pastores" o "Pontifex Pontificum"/"Sumo Pontífice"), aunque acompañadas, en la mayoría de los casos, con el apelativo de "Papa «Emérito»". Por su parte, a más de siete años de su "elección" al pontificado, Jorge Mario Bergoglio se designa a sí mismo con un simple "Francisco". Ambos "Pontífices" -el «emérito» y el "electo"- visten de blanco y residen en el Vaticano. Benedicto ora y calla la mayor parte del tiempo, y según él mismo ha declarado, sufre sin cesar; sólo rompe su silencio en contextos críticos de confusión y desviación doctrinal, moral y litúrgica, y ello lo hace, al parecer, para emitir mensajes claves -y a veces "en clave"- encaminados a reafirmar a la Iglesia Católica en su verdadero fundamento: Cristo, y de esta forma devolverle, por así decir, la visión de trascendencia que le corresponde. Francisco, en cambio, actúa y habla permanentemente , casi siempre desde un marcado inmanentismo: gobierna, viaja, "dialoga", se reúne y propone acuerdos con los poderes del mundo, y se ocupa una y otra vez de las problemáticas sociales, económicas, ambientales, políticas etc. Benedicto reside en Mater Ecclesiae; Francisco, en Domus Sanctae Marthae, dos figuras reconocibles de roles aparentemente contrarios: el contemplativo y el activo, los cuales, por demás, parecen guardar un cierto orden de precedencia, indicado por nuestro Señor: "Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada»". Lc 10,41-42.

Esta situación, de un "«Papa «Emérito»" que, aunque retirado, ora, sufre y defiende con autoridad las verdades eternas, contrapuesto de cierto modo a otro "Papa" (sin más) que, en supuesta posesión de su cargo, gobierna y dialoga principalmente sobre las realidades temporales, abre la puerta a una legítima pregunta: ¿acaso la "renuncia" de Benedicto XVI y la "elección" de Francisco, referidas ambas al cargo de Romano Pontífice, son mera ilusión? ¿Hay una realidad distinta, que se oculta tras estos presuntos actos jurídicos, de manera tal que quien aparece como Papa en ejercicio -Francisco- no es realmente, de derecho, el titular de dicho cargo, y quien no aparece -Benedicto-, sí lo es? ¿El calificativo de «emérito» que ha venido asumiendo Benedicto XVI desde su supuesta renuncia al pontificado es en definitiva un mero agregado sin valor sustancial -jurídico o espiritual-alguno?

Ciertamente, enfrentar y lidiar con la posibilidad de que las apariencias en torno a una determinada situación se aparten de la realidad, constituye, de por sí, un auténtico drama para cualquier católico. Ello es apenas lógico, pues la duda, la incertidumbre, la confusión, torturan siempre, independientemente del asunto sobre el cual recaigan, a las almas que están hambrientas de la verdad -como lo han de estar justamente las almas creyentes-. Pero cuando la situación en cuestión se refiere nada menos que a la identificación de la única y verdadera autoridad suprema de la Iglesia Católica, a quien se debe fidelidad y santa obediencia filial en cuanto Vicario de Cristo y Sumo Pastor de Su rebaño en la tierra, el drama se aboca inevitablemente a una crisis, y más concretamente, a un cisma.
En efecto, la perplejidad y el escándalo que surgen de la confusión existente en tan delicado tema no pueden más que provocar división entre al menos dos grupos de fieles bien delimitados: el primero, compuesto por aquellos que, tal vez asumiendo como pecaminosa, o al menos temeraria la pregunta de si Benedicto XVI continúa siendo el único y verdadero Pontífice, optarán pura y simplemente por evadirla, negándose a reconocer las razones en que la misma se origina; el segundo grupo, en cambio, se compone de quienes, conscientes de estas razones, buscarán discernirlas con ecuanimidad, a la doble luz de la fe y el entendimiento, con miras a obtener una respuesta que, más allá de su sentido concreto, logre superar todas las dudas razonables, en la medida de las (limitadas) posibilidades humanas.

Naturalmente, en la presente investigación nos alineamos con la segunda de las posiciones mencionadas, y perseguimos, no solo que otros tantos hagan lo propio, sino también que quienes ya lo han hecho dispongan de un panorama aun más amplio, claro y objetivo de las razones en que descansa la sospecha de que Benedicto XVI es verdaderamente el "Papa" (sin más), y con ello puedan adoptar, con el suficiente nivel de información, una decisión personal sobre la cuestión.
¿Por qué nos hemos trazado este doble propósito, y cómo procuraremos alcanzarlo?
En cuanto al "porqué", consideramos que, dada la situación de confusión apuntada en las líneas precedentes, no sólo no es pecado ni falta, sino que es incluso un deber cristiano el preguntarse, e intentar responder, honesta y responsablemente, cuál es el estatus real de Benedicto XVI en la Iglesia Católica. Y es que, ¿cómo mantener la plena comunión con la Iglesia, preservando los vínculos del régimen eclesiástico (cfr. c. 205 del Código de Derecho Canónico -o, lo que es lo mismo, manteniendo "la sujeción al Sumo Pontífice'', o bien, expresado en términos negativos, evitando el "cisma" (cfr. c. 751 ibíden)-, si no se conoce con certeza quién es el verdadero "Sumo Pontífice"? Además, ¿no es el entendimiento un don otorgado por Dios a los hombres? ¿No será imperativo, por tanto, que los fieles ejerzan este don para esclarecer circunstancias que atañen directamente, no sólo a la observancia de leyes meramente eclesiásticas, sino a la pertenencia misma al Cuerpo Místico de Cristo y, con ello, a la salvación eterna? ¿No es, en fin, "la cuestión de Benedicto" justamente una de esas circunstancias?

Respecto del "cómo", entendemos que para resolver dicha cuestión se hace necesario examinar si las circunstancias en que tuvieron lugar la "renuncia" de Benedicto XVI y la "elección" de Francisco al oficio de Romano Pontífice se ajustaron o no a los requisitos de validez jurídica exigidos por el derecho canónico. Obviamente, de faltar, en alguno de estos dos actos jurídicos -"renuncia" y "elección"-, uno cualquiera de tales requisitos, habría de concluirse que Benedicto XVI nunca dejó de ser, y sigue siendo, el verdadero Papa, sin el calificativo de «emérito»; contrario sensu, de hallarse éstos íntegramente cumplidos, la calidad de verdadero Papa le correspondería entonces a Francisco.

Para comprender el sentido y el alcance del examen así propuesto resulta útil recurrir a una hipótesis sustentada en el derecho civil.
Supongamos que se requiere establecer quién es el verdadero propietario de un determinado terreno. El sujeto X, propietario inicial del inmueble, decide retirarse materialmente del mismo, sin dejar de mantener, sin embargo, una cierta cercanía hacia él ni desentenderse de su situación -estado de conservación física, perspectivas de explotación, nivel de endeudamiento etc.-. Al ser desocupado por "X", el sujeto "Y" ingresa al terreno, e inmediatamente comienza a desplegar actos propios de "dueño" -introduce reformas en la infraestructura, modifica la destinación económica, cambia los esquemas de administración y explotación etc.-. Si surgiera la duda en torno a quién es el verdadero propietario del predio, "X" o "Y", ¿qué tipo de análisis cabria realizar? ¿Sería pertinente indagar cuál de los dos sujetos ha mostrado mayor diligencia en la administración del inmueble, o quién ha producido mayores frutos de beneficio comunitario? ¿Habría que preguntar si las reformas introducidas por Y son o no positivas? En verdad, el enfoque investigativo que estas preguntas demarcan resulta problemático, pues descansa en la polémica premisa de que sólo el "buen administrador" de un bien es su "verdadero propietario" -o, contrario sensu, de que el "mal administrador" es un "falso propietario"-. 

Parece, entonces, que lo conveniente sería partir de interrogantes como los siguientes: ¿actuó "X" en libertad al retirarse materialmente del terreno, o fue presionado para ello? ¿Fue este retiro físico una auténtica renuncia (jurídica) al derecho de propiedad? ¿De qué manera -pacífica, violenta, fraudulenta etc.- ingresó "Y" al lote? ¿Se encuentra esa manera avalada o censurada por el derecho civil? Indudablemente, el rumbo que para el análisis delinea este segundo conjunto de preguntas ofrece una mayor solidez, pues se apoya en el incuestionable presupuesto de que es el medio, legal o ilegal, en que un sujeto se desprende de la posesión de un bien o llega a adquirirla, lo que determina si aquél ha dejado de ser, o ha llegado a ser, su "verdadero propietario. ¿O habrá acaso quien se atreva a afirmar que el propietario de un bien dejaría de serlo en el evento de verse ilegalmente despojado, y que el título de propiedad pasaría entonces al autor del despojo? ¿O se hallará quien sostenga que, en tal caso, el "victimario" se convertiría en propietario del bien si ejerciese su administración con diligencia superior a la de la "víctima"? Por supuesto que no. Cualquier persona en su juicio defenderá que la víctima seguirá siendo propietaria, mientras que el victimario será siempre un ladrón, un salteador o un usurpador.

Pues bien, razonamientos idénticos a los expuestos son los que hemos decidido aplicar a la presente investigación. En este sentido, para determinar si Benedicto XVI es el Papa actual de la Iglesia Católica o si fue realmente sucedido por Francisco en el pontificado, indagaremos, no cuál de ellos ha sido un "mejor administrador" del cargo de Romano Pontífice -quién ha sido más fiel a las verdades reveladas, quién ha transmitido la fe con mayor eficacia, quién ha testimoniado mejor el rumor de Cristo etc.-, sino si la forma en que el primero se apartó de, y el segundo accedió a, la Silla de Pedro, fue o no regular, legal o, más técnicamente, válida, a la luz del ordenamiento canónico. Procederemos así porque, a semejanza de lo que ocurre con el derecho (civil) de propiedad, según quedó suficientemente ilustrado en la hipótesis precedentemente propuesta, la pregunta por el verdadero titular de un determinado oficio -en este caso, del oficio eclesiástico de Romano Pontífice- puede resolverse sobre bases más seguras si se la aborda desde una perspectiva formal y no sustancial o material, esto es, si se la vincula, no al contenido de los actos desplegados durante el ejercicio del oficio respectivo, sino a la forma en que el mismo ha sido "adquirido" -y, en el caso de Benedicto, "abandonado-".

De hecho, es esta visión formal la que hoy en día parece prevalecer entre los fieles, cuando de identificar a la suprema autoridad eclesiástica se trata. En efecto, incluso entre los altos círculos del clero abundan quienes, aunque no ocultan su "nostalgia" por el pontificado de Benedicto, ni su tristeza por los conatos de apostasía promovidos desde la actual jerarquía eclesiástica, niegan categóricamente que aquél ostente aún el "derecho de mando" sobre la Iglesia, y sólo se muestran dispuestos a ceder su posición a condición de una rigurosa demostración canónica de que la titularidad del primado jamás se transmitió válidamente a Francisco.
No ignoramos que las razones que en principio sustentarían tal demostración han sido ya desarrolladas en no pocos estudios jurídicos, lingüísticos y teológicos, y se han denunciado también, de manera más informal, a través de canales virtuales de comunicación liderados por laicos comprometidos. Sin embargo, ninguno de estos estudios y denuncias presenta, a nuestro modo de ver, el nivel deseable de sistematicidad, integridad y claridad de cara a tan delicado asunto.

Para empezar, la mayoría de las investigaciones existentes sobre la materia omiten lo que debería ser un primer paso obligado de contextualización, a saber: la descripción del conjunto (jerárquico) de fuentes del derecho canónico, con sus respectivas categorías normativas, y la ubicación o tipificación concreta que dentro de dicho conjunto correspondería a los actos jurídicos examinados -esto es, a la "renuncia" de Benedicto XVI y a la "elección" de Francisco al oficio de Romano Pontífice-. La falta de este primer paso ha conducido a dos falencias concretas, consistentes, por una parte, en identificar sólo parcialmente las condiciones de validez aplicables a los actos en mención, y por la otra, en atribuir a los mismos condiciones de validez impertinentes, previstas por la ley canónica para actos de naturaleza distinta. Obviamente, estas falencias han desembocado a su vez en resultados investigativos incorrectos o imprecisos, comunes a casi todos los estudiosos del tema.

Por otra parte, es frecuente encontrar análisis que abordan con relativa profundidad sólo alguna o algunas de las razones indicativas de la posible invalidez de los actos de "renuncia" de Benedicto XVI y/o de "elección" de Francisco al pontificado, pero hasta la fecha no hemos hallado un trabajo que ofrezca un panorama completo y ordenado de estas razones, donde aparezcan y se desarrollen en secuencia lógica, con referencia discriminada a cada uno de dichos actos y en función de los supuestos normativos pertinentes y de las circunstancias fácticas concretas asociadas a ellos.
Como si lo anterior fuera poco, los errores de orden lógico, vinculados, por ejemplo, a la adopción de premisas normativas falsas, o a la demostración indebida o insuficiente de premisas normativas verdaderas, son también constantes en las investigaciones hasta ahora disponibles.

Pues bien, con el presente estudio procuramos subsanar en cierta medida los vacíos y desaciertos señalados, a fin de ofrecer, no la palabra final y definitiva sobre el tema, sino, por el contrario, un nuevo punto de partida, una base amplia y depurada, para futuras pesquisas.
Y es que, al menos por tres motivos, sería temerario, por no decir insensato de nuestra parte pretender una visión acabada de la materia.
El primero de ellos es la amplitud de miras con que desarrollaremos este trabajo, determinada por la intención de abarcar íntegramente las causales que posiblemente viciarían, tanto la "renuncia" de Benedicto XVI -concretamente dos causales de invalidez, que identificaremos bajo los numerales (I) y (II), respectivamente, y que conformarán la "PARTE 1" del estudio-, como la "elección" de Francisco -tres causales de nulidad, correspondientes a los numerales (III), (IV) y (V), constitutivos de la "PARTE 2"-, así como la totalidad de los hechos que configurarían dichas causales -hechos cuyo examen individualizado demarcará sendas subdivisiones al interior de los literales señalados (excepción hecha del tercero), resultando de ello las subsecciones (I-A), (I-B), (I-C), (IIA), (II-B), (II-C), (IV-A), (IV-B), (IV-C), (V-A) y (V-B)-. Lógicamente, tan vasta extensión nos impone renunciar a un examen detallado y exhaustivo de todas las informaciones y los indicios que podrían resultar relevantes para la investigación.

En segundo lugar, se debe considerar el horizonte general de confusión y persecución en que la Iglesia se encuentra inmersa, a raíz del cual, no sólo las verdades eternas que ella está llamada a enseñar y defender, sino también las realidades que rodean a la misma estructura eclesiástica, se han visto oscurecidas al punto tal que para discernir quiénes son los auténticos pastores del rebaño, no basta ya con atender a las meras apariencias de tipo burocrático, fácilmente verificables, sino que se hace necesario examinar, casi que a tientas, con sumas cautela y prudencia, los discursos, los gestos y hasta los antecedentes y el propio carácter de quienes se hacen pasar por tales. Siendo esta situación de "camuflaje" predicable también de las altas jerarquías eclesiásticas, y más concretamente del vértice de la Iglesia, es obvio que en nuestro estudio se hallarán "tramos oscuros" donde prevalecerán, no las demostraciones absolutas y directas, sino más bien las reconstrucciones sustentadas en indicios. Ello será particularmente notorio en el acápite destinado al análisis de la situación personal en que se encontraba Francisco respecto a la fe católica para el momento de su "elección" al pontificado -subsección (IV-A)-, así como en los apartes atinentes a las circunstancias en que se desarrolló el cónclave de 2013 -subsecciones (V-A) y (V-B)- o que de alguna manera pudieron influir en el resultado electoral que allí se produjo, o afectar, incluso, el vínculo de comunión eclesial plena en los cardenales electores (el propio Francisco incluido) -subsección (IV-C)-. Y es que, a diferencia de los puntos (I) a (III), en los cuales la mayor parte de los hechos relevantes se encuentran documentados en fuentes oficiales del Vaticano, en medios audiovisuales aún disponibles en la web o en informaciones periodísticas no controvertidas, las subsecciones mencionadas -(IV-A), (IV-C),(V-A) y (V-B)- se nutren de circunstancias fácticas que, por disposición canónica o por conveniencia de los implicados, se encuentran bajo el manto del secreto y, por lo mismo, las informaciones que a ellas se refieren no resultan del todo patentes.

De cualquier manera, debe tenerse presente que los datos indiciarios, siempre que sean serios y convergentes -como parece ocurrir en nuestro caso-, constituyen en sí mismos medios probatorios de valor considerable. Por lo demás, estos márgenes de incertidumbre, inevitables en cualquier indagación humana, hacen parte también de la prueba de fe que todos los fieles estamos llamados a enfrentar en la hora de tinieblas que atraviesa la Iglesia.
Por último, se tiene que, en la medida en que los acontecimientos, las evidencias y las informaciones relevantes sobre el objeto de este estudio continúen produciéndose -en virtud, por ejemplo, de nuevas actuaciones y declaraciones procedentes tanto de Benedicto XVI como de Francisco-, nuestro trabajo podrá perder inevitablemente su actualidad.
Sin embargo, confiamos en que todas estas limitaciones serán suplidas por sucesivos estudios y, en algún momento, por La Verdad misma, que se auto-revela a su debido tiempo y por los medios apropiados.
A la fuerza de La Verdad encomendamos, pues, este trabajo, no sin apelar también, en nuestros lectores, a los dones (inseparables) de la fe y la razón. Con esta doble invocación esperamos cooperar a que la realidad subyacente a las apariencias que actualmente rodean el oficio más importante dentro de la Iglesia Católica pueda ser cuidadosamente escrutada y descifrada.
Cuál sea esta realidad... Las comillas y los interrogantes, puramente retóricos y sugestivos, que hemos decidido situar en nuestro título en torno al calificativo de «emérito» lo ilustran bien: podemos afirmar, sin riesgos de latae sententiae ni temor en la conciencia, que Benedicto XVI es Papa (sin más).
Estefanía Acosta
En la fiesta de San Pedro y San Pablo de 2020

INTRODUCCIÓN

Dos actos jurídicos controvertidos: la renuncia de Benedicto XVI y la elección de Jorge Mario Bergoglio al cargo de romano pontífice. Un panorama de las causales que afectarían su validez, a la luz del ordenamiento canónico.
A lo largo de estos siete años y medio de la "renuncia" de Benedicto XVI (en adelante BXVI), se han denunciado dos tipos de razones que indicarían que, a pesar de las apariencias, él continúa siendo el único y verdadero Papa de la Iglesia Católica: el primer tipo de razones se relaciona con la posible invalidez de la propia renuncia, comunicada por BXVI el 11 de febrero de 2013; el segundo tipo atañe a la presunta invalidez de la provisión del oficio de Romano Pontífice (mediante elección en cónclave) en cabeza del cardenal Jorge Mario Bergoglio (en adelante JMB), en marzo del mismo año.

A su vez, en cada una de estas categorías de razones se han ubicado diversas causales de invalidez, sustentadas igualmente en múltiples circunstancias. Así, de cara a la renuncia de BXVI se ha sostenido, por una parte, lo que bien podría denominarse un "incumplimiento de los requisitos formales pertinentes" (I), bien porque el acto de renuncia habría recaído, no sobre el cargo u oficio mismo (munus) de Romano Pontífice, sino sobre algunas de las funciones inherentes a dicho cargo (ministerium) (I-A), bien porque la efectividad de la renuncia fue diferida respecto del momento de su declaración (I-B), o bien porque el texto de la renuncia fue redactado y pronunciado con errores del latín (I-C); y por otra parte, se ha manifestado que la renuncia careció de libertad (II), comoquiera que en momentos previos a su anuncio se habrían presentado amenazas contra la vida de BXVI (II-A), amenazas de cisma (II-B) y presiones económicas concretadas en un bloqueo a las cuentas del Vaticano (II-C).

En cuanto a la elección de JMB, la primera causal de invalidez -que hasta el momento no ha sido explícitamente denunciada pero cuya configuración automática sería evidente si se confirmara la invalidez de la renuncia de BXVI-, atañe al hecho de que el oficio de Romano Pontífice no se habría encontrado vacante al momento de su provisión en el cónclave de 2013 (III); la segunda causal, por su parte, consiste en que, para el momento de su elección, JMB habría estado excluido de la comunión plena con la Iglesia Católica (IV), bien por los fuertes indicios de su pertenencia a la masonería (IV-A), porque posiblemente había incurrido en apostasía, o por lo menos en herejía (IV-B) y por su creíble participación en la denominada "mafia de San Galo" (IV-C); a todo esto se agregan, como tercera causal de invalidez, las irregularidades que habrían tenido lugar en el cónclave de 2013 (V), a saber: la indebida anulación de una elección (V-A) y la indebida realización de una quinta votación en un mismo día (V-B).
Este panorama de las causales de invalidez que afectarían tanto la renuncia de BXVI como la elección de JMB al cargo de Romano Pontífice, puede presentarse gráficamente como sigue:

A continuación (en el libro), se examinarán separadamente cada una de estas causales canónicas de invalidez, mediante una referencia también individualizada a las circunstancias que presuntamente las configurarían, a partir de un análisis sistemático de las normas pertinentes del ordenamiento canónico.


VER+:


Benedicto XVI: ¿Papa "Emérito"'?

Estefanía Acosta y a Arturo Periodista
 para saber por qué Benedicto sigue siendo el Papa




El título de este libro es una de las afamadas e incómodas respuestas, mediante las cuales –según coinciden los cuatro evangelistas‒ el Apóstol San Pedro negó a Nuestro Señor, en el ocaso del día que lo apresaron. Está aplicado a Jorge Mario Bergoglio, devenido en Francisco cuando se iniciaba el año 2013. Esta es la situación en la que aquí y ahora temémosla impresión de estar inmersos. Ya no parece bastar el Iscariotismo para inteligir el mal que nos estremece. Ya no es sólo un beso taimado y treinta monedas tiznadas. Hay más. Quien funge de Pedro reúne todos los indicios de que no conoce a Cristo. Quien conoce a Cristo no puede permanecer indiferente ante este extraño Pedro que merece cada día, tras una nueva trapisonda de su inagotable repertorio, el clamor del Hijo exigiéndole el irrevocable ¡Vade retro Satanás! Aquí se centra nuestra acotada pretensión. En intentar reflexionar sobre este tránsito dramático que estamos padeciendo; y que, insistimos, aunque antecedentes tiene y no conviene nunca ocultarlos, hoy ha llegado a una cima que es sima. Esto es, hablando en paradojas, a lo más alto de lo más bajo.

INTROITO

Lo que pretende y lo que no pretende ser este libro

Evitémosle rodeos, subterfugios e incógnitas al amable o ansioso lector. El título de este libro es una de las afamadas e incómodas respuestas, mediante las cuales –según coinciden los cuatro evangelistas- el Apóstol San Pedro negó a Nuestro Señor, en el ocaso del día que lo apresaron.
Está aplicado a Jorge Mario Bergoglio, devenido en Francisco cuando se iniciaba el año 2013. Pero no es sólo él, ni siquiera primero él quien pudiera merecer semejante sentencia. Y sin evadir el hecho para nada menor, de que cada uno de nosotros ha pecado alguna vez de tamaño amilanamiento, haciéndose culpable destinatario de semejante negativa del Dios Vivo, la verdad es que la historia de la Iglesia –en sus diferentes miembros o estamentos- está jalonada de análogos antecedentes. No es materia de este libro analizar esos casos. Lo harán otros que estén en mejores condiciones para afrontar la tarea. O ya lo han hecho, si bien se mira; puesto que no le faltan a la Barca los cronistas de sus tempestades o de los causantes de sus diluvios.
El sentido común, la lectura guiada de las Sagradas Escrituras, y esa misma crónica eclesiástica antes mentada, nos permiten deducir asimismo, que no se llega abruptamente a negar a Jesucristo. Suele haber una gradualidad en el desertor que planifica su fuga; o sencillamente alguna serie de pasos internos –que tal vez ni él mismo registre conscientemente- y que lo impulsan en algún momento fatídico a dar el paso más letal y terrible de todos. En el hombre tibio, por ejemplo, una de las características de su conducta es la incapacidad de ser fiel en lo poco. Hasta que la sumatoria de esas infidelidades, a veces imperceptibles, lo convierten al final en un traidor sin atenuantes. Ya no puede ser fiel en lo Mucho.

Tampoco es propósito de este libro escudriñar la gradualidad de quien ha defeccionado, con el agravante de que estaba obligado a ser leal para no quebrar sus votos ni su consagración plena a Christus, de quien se supone es su alter e incluso su vicario. Mucho menos se encontrará el propósito -en tan sintéticas páginas- de que tamaño escudriñamiento abarque tiempos remotos o medianamente distantes del presente. Es el hic et nunc lo que nos tiene más sobresaltados y dolientes. Sabemos sí que hay un itinerario, un tránsito, un camino tortuoso, recorrido por muchos y desde hace ya largo tiempo. Lo hemos dado en llamar del Iscariotismo a la Apostasía.
Primero se actúa como Judas, besando con falsía al Maestro para encubrir la infamia. El Maestro, que todo lo conoce, lo insta a quien así se comporta a apurar el amargo trance. Después llega el momento de actuar de un modo más dependiente aún de Satanás, pidiéndole al Señor que cumpla una misión que no vino a cumplir, una vocación extraña a la suya, una voluntad que no es la del Padre. El Señor que es omnisciente le grita que retroceda, que vuelva sobre su caminar poseso, que aleje su espíritu contaminado y recapacite. Por último, todo está preparado y tenebrosamente listo para negar a Jesús en la noche enteneblecida. Para afirmar que no se lo conoce, que no se lo ha visto antes, que ningún lazo con él se le puede imputar, que se confunden quienes lo toman por su discípulo o amigo.

Esta es la situación en la que aquí y ahora tenemos la impresión de estar inmersos. Ya no parece bastar el Iscariotismo para inteligir el mal que nos estremece. Ya no es sólo un beso taimado y treinta monedas tiznadas. Hay más. Quien funge de Pedro reúne todos los indicios de que no conoce a Cristo. Quien conoce a Cristo no puede permanecer indiferente ante este extraño Pedro que merece cada día, tras una nueva trapisonda de su inagotable repertorio, el clamor del Hijo exigiéndole el irrevocable ¡Vade retro Satanás! Así de grave y de aflictivo: quien ejerce la mayor diaconía de Cristo en la tierra, no es sabedor de su oficio ni de su Rey; quienes están enterados de quién es sobrenaturalmente el Monarca, verían como natural y pertinente que a golpes de fustas y zurriagos lo expulsara del templo.
Aquí se centra nuestra acotada y lastimera pretensión. En intentar reflexionar sobre este tránsito dramático que estamos padeciendo; y que, insistimos, aunque pródromos tiene y no conviene nunca ocultarlos, hoy ha llegado a una cima que es sima. Esto es, hablando en paradojas, a lo más alto de lo más bajo.
Entiéndase entonces –nos interesa repetirlo- qué es lo que intentamos proponernos al fusionar estas páginas, y qué es lo que escapa a nuestro empeño o planificación. O más crudamente: a nuestras capacidades.

Alguien podría decir –diría lo correcto y nosotros mismos adherimos- que este tránsito infausto no empieza con Francisco. Por supuesto que es así, y no nos han faltado ocasiones para discurrir públicamente sobre el tema. Testimonios de que esto es lo que pensamos aparecen en nuestros libros y escritos; los cuales –tengan el valor que tuvieren- están allí para descubrir que, según nuestro leal saber y entender, al menos al siglo XIV habría que remontarse para captar con alguna perspicacia la hondura de la crisis. Siempre habrá quien nos remita a la revuelta de Luzbel, y no nos sobresalta remontarnos a tal hito. Pero estamos presentando un recurso didáctico, y no escribiendo un tratado de teología de la historia.
¿Es esto incurrir en el “qué largo me lo fiáis” de Tirso de Molina? No; es incurrir en el anhelo de ser simples mas no simplistas, de no deificar el llamado preconciliarismo –por bondades que haya tenido- de no creer que el misterio de iniquidad arranca el 11 de junio de 1962, ni practicar ese criterio ajeno a los oportunos matices y a las legítimas sutilezas. Necesitamos un dibujo completo antes que un croquis; una cartografía puntillosa y no sólo un bosquejo del terreno. No se presuponga más en lo que decimos.

En escritos como “De la Cábala al Progresismo” del Padre Julio Meinvielle, o “Libre Examen y Comunismo”, de Jordán Bruno Genta, nuestros maestros nos enseñaron a ver que el mal de una larga escalera mortíferamente defectuosa no está sólo en su descanso del entrepiso sino que arranca desde los primeros y torcidos peldaños. Lo significativo es que, desde el magisterio opuesto, autores como Antonio Gramsci o Ernst Bloch sostuvieron lo mismo, sólo que blasonando de lo bien que habían construido esos primeros y sucesivos peldaños del horror. Eso sí; tampoco quiere decir esto, para seguir con la metáfora, que algunas de esas gradas o estribos de la metafórica escalera, no hayan sido más letalmente sólidos e inconmovibles que otros. Al modo de esos mojones que una vez anclados en la tierra, la deforman para siempre.
Alguien podría decir también –y seguramente será el decir prudente y veraz de muchos lectores- que a Francisco no se llega de la nada, y que el Concilio Vaticano II está siempre esperándonos para descargar sobre él culpas y causalidades culposas que tuvo en abundancia: ¡vaya si las tuvo!. En el espíritu y en la letra, quede dicho. Pero también existen otras culpas que vinieron después, sin que se pueda aplicar necesariamente el principio “post hoc ergo propter hoc”; porque mucho sucedió tras el Concilio que no fue consecuencia del mismo. No al menos como una estricta correlación coincidente. Confundir la ocasión con la causa o el efecto con lo posterior, puede llevarnos a veces a creer que el sol se retira del firmamento porque bajamos las persianas.

¿Acaso es esto un intento de atemperar las fechorías del Vaticano II? Después de que el Cardenal Suenens dijo que era 1789 en la Iglesia, o que el Cardenal Ratzinger definiera a la “Gaudium et Spes” como el Anti Syllabus, queda muy poco margen para hacerse el distraído al respecto. Son tantos los regocijos que provocó y que sigue provocando el Concilio entre las filas de todos los peores enemigos de Cristo; son tantos incluso sus frutos tormentosos –como lo reconociera el mismo Paulo VI- que se torna un poco complicado ensayar la defensa de lo indefendible. Donde haya continuidad la celebramos. Donde haya ruptura la denunciaremos.
Pero si estamos obligados aquí también a superar los márgenes del esquema, debemos otear el horizonte desde una atalaya, no sobre el taburete oficinesco. El historiador o el simple observador de la vida religiosa debe intentar escalar el Tabor, y no sólo el sicómoro de Zaqueo. Michael Davis, por poner un caso, ha sido un objetor durísimo del Vaticano II, en su conocida obra “El Concilio del Papa Juan”. No ha vacilado sin embargo en transcribir un valioso texto de Don Guéranger, del año 1840, protestando sobre las acechanzas de “la herejía antilitúrgica”, cuando todavía no promediaba el siglo XIX. Las balizas que demarcan tragedias eclesiales y periodizan sus vicisitudes, son más abundantes y más antiguas de lo que suele aceptarse. También, en ocasiones, poseen más entidad revolucionaria de lo que se cree. Los “silencios de Dios” -¡ay, mil vece ay!- no tuvieron que esperar al Concilio Vaticano II para hacerse oír; y para que la tierra entera crujiera por ese silencio, como una planicie pálida ante el estallido de un sismo.

El Concilio habrá sido 1789 en la Iglesia, no lo negamos. Pero La Bastilla fue tomada muchas veces antes en los entresijos de la Santa Madre, y el Estado Llano tuvo rienda suelta para sus sucesivas devastaciones. Dicho quede no obstante que quien nos exija certificaciones de haber hablado de estas cuestiones antes del actual y descomunal desmadre, estará en condiciones de constatarlas, si tiene el buen talante de saber buscarlas. Y si tal buen talante no lo acompaña, será vano e improcedente cualquier diálogo.
Se cuenta que el inglés Robert Conquest, autor de "El Gran Terror", aparecido en 1968, cuatro años antes de Archipiélago Gulag, cuando su editor quiso reeditarle su obra, casi inadvertida por el gran público, le preguntó si quería modificarle el título. Conquest –algo molesto hasta donde se lo permitía su flema británica- respondió que sí, que le gustaría llamarla: “¡Os lo dije!”, y agregó dos lindos exabruptos. Algún módico derecho a decir algo parecido, creemos que nos asiste. Lo cual tampoco nos da patente de profeta ni de augur o cosa parecida. Simplemente conocimos algunas causas y previmos algunos efectos. Aquí acaba y empieza todo cuanto hemos hecho. Y si de ser modestos sin simulaciones se trata, pues la verdad es que nuestro “yo os lo dije” es nada, absolutamente nada, comparado con el de ilustres y verdaderos visionarios, laicos y sacerdotes, que cuando todos iban con la corriente, señalaron que la tal corriente se parecía demasiado al Cocito, al Aquerón y al Caronte, aquellos ríos maléficos que, según el Dante, recorrían el Infierno. Créase que importa mucho rendir homenaje, nunca tardío, a estos verdaderos dueños del “Yo os dije”.

No se busque en estas páginas, entonces, lo que estas páginas no ofrecen. Si una crónica detallada y minuciosa de las estafas doctrinales de Bergoglio que se suceden sin cesar, aquí no están. En muy buenos sitios se las podrá encontrar y los recomendamos. Los navegadores inteligentes de internet ya los conocen y frecuentan. Si un tratado con abundante aparato crítico y bibliografía erudita acerca de la crisis de la Iglesia, tampoco es esta obra. Si el dedo índice justificador de un agorero desoído, no ha lugar. Son todas cosas que no sabemos hacer y que rebalsan nuestras competencias. Acaso le viniera bien al presente libro el término ensayo, que según Alfonso Reyes es el género que cumple una función ancilar de un saber superior y al que comparó con un centauro. Más amable, Eugenio Dórs lo definió como “la poetización del saber”, algo así como la frontera entre la didáctica y la poética. Dios lo oiga.
Y aunque no somos fenomenólogos, dada la delicadeza del tema aquí abordado, más preferimos acercarnos a ellos en esta ocasión que a los distintos tipos de oradores ex cathedra o videntes privados. Más preferimos describir los hechos con fatiga y esperanza, con veracidad sufriente y confianza en Dios, que creernos autorizados o habilitados para determinar cuestiones tan relevantes como la instalación del Anticristo, la Abominación de la Desolación o la proximidad del Fin de los Tiempos. No descartamos ninguna de estas hipótesis y otras colindantes o consecuentes; y amigos y maestros eminentes tenemos a nuestro alrededor, que han comunicado sus fundamentos al respecto. Los escuchamos con atención.

De cara a Dios, ante el Sagrario, no creemos ser justos con nosotros mismos si nos acusáramos de evasivos o de apocados. Creemos ser sencillamente prudentes si no definimos más de lo que nos consideramos calificados para definir. Y lo que nos consideramos calificados a definir es lo que brota de estas páginas: que se está recorriendo, a la vista del que quiera ver, un horrendo camino que lleva del Iscariotismo a la Apostasía. Y que a la cabeza de ese trayecto atroz y abominable marcha quien debiera enarbolar el estandarte de Jesucristo, como su representante en el suelo y en la historia. Lo secundan –con gloriosas y admirables excepciones- una reata indigna de miembros de la Jerarquía y una yeguada salvaje de laicos, impúdicamente engalanados de los más negros atributos que definen al perfecto renegado, y al relapso imbécil y pertinaz.
Si así serán indefectiblemente las cosas en el porvenir inmediato, no lo sabemos y deseamos que no. Pero que así son ahora, cuando escribimos estas páginas, es una certeza que no podemos callar. Si no habrá lugar para arrepentimientos, rectificaciones, cambios de rumbo, pedidos de perdones auténticos y otras buenas obras, tampoco sabríamos predeterminarlo ni rechazarlo de cuajo. Nunca viene mal un optimismo, que los católicos llamamos, por mejor nombre, virtud teologal de la esperanza. Pero menos mal viene conocer que, precisamente por la esperanza teologal sabemos, que lo peor para quienes creemos no es negar la hecatombe final, sino creer que el Final es sólo la hecatombe.

Pertenece a San Dionisio Areopagita la bella expresión e idea precedente de que la Iglesia es un organismo sacramental, y de que, por lo tanto, la jerarquía eclesiástica “queda así organizada, ordenada real y místicamente, por la contemplación de los misterios divinos, escondidos detrás de las ceremonias sacramentales”. Ergo, el que dice jerarca, quiere mostrar al varón inspirado por Dios, que tiene la ciencia de todos los misterios sagrados, recibidos de Cristo por tradición apostólica. Esto es ser Jerarca Eclesiástico y esto define al Orden de la Esposa. No hay irreverencia entonces si con el debido respeto, y aún con nuestra simpatía por lo que hacen, nos decidimos a afirmar si no sería ésta la primera, capital y suprema duda que habrían de plantearle los cardenales y los bautizados todos a Jorge Mario Bergoglio: ¿Conoce a Cristo o es su negador? ¿Es la cabeza de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, o el cabecilla de 

La Iglesia Traicionada?

Una explicación necesaria

Desde el punto de vista práctico –y en orden a circunscribirnos a los propósitos señalados y de no extender el ánimo fuera de nuestras metas- consiste este libro en la ensambladura de una serie de breves escritos, elaborados entre los comienzos del 2009 y los de este año 2017. En su mayoría circularon por las redes habituales que hoy permite internet; algunos fueron impresos y los menos son redondamente inéditos, pues se elaboraron a la espera de alguna ocasión de hacerlos públicos.
Es muy escaso, como ya lo dijimos, el aparato crítico, pues aunque diversas lecturas sustentan estas reflexiones, las mismas no se proponen adquirir el carácter o el tono de una investigación científica. El paso del tiempo y la decisión de agruparlas hicieron menester algunas aclaraciones, contextualizaciones y aún ligeras modificaciones o retoques de los respectivos originales. Pero en su casi totalidad y en un alto porcentaje, lo que aquí se presenta es lo que oportunamente fuimos glosando. Ello explica también que algunos conceptos o giros verbales se repitan, con el consiguiente pedido de disculpas.

Es probable que sea necesario –sobre todo a los lectores más jóvenes o menos memoriosos- explicar en dos trazos porqué esta antología comienza por el artículo “El otro negacionismo” del año 2009.
Dos años atrás de esa fecha, el Papa Benedicto XVI, había promulgado la “Carta Apostólica en forma de Motu Proprio Summorum Pontificum”, la cual –más allá de los análisis o comentarios especializados que legítimamente se puedan hacer- era recibida por el mundo como una reivindicación y rehabilitación del Vetus Ordo. El mensaje que se le daba a la Iglesia y aún a sus enemigos, era que aquel rito, odiado por los modernistas de toda laya y despreciado por la progresía en bloque, tenía ahora plena carta de ciudadanía. Es más, que nunca la había perdido ni podría perderla, y que se solicitaba proporcionarle una amable atención y acogida al mismo. La reacción fue adversa, casi de modo unánime –con detalles que harían indignar al más manso- pero todo parecía indicar que Benedicto iba a aguantar a pie firme la embestida. Tanto lo parecía, y tan bien intencionada semejaba ser esta resistencia y esta conservación de las tradiciones, que llegado el significativo año 2009, la Santa Sede decide levantar el castigo de la excomunión que pesaba sobre los cuatro obispos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Otra vez los especialistas podían hacer sus sesudas reflexiones; pero otra vez el mundo tomaba nota de que la herejía modernista y sus múltiples secuaces corrían el riesgo de estar perdiendo una batalla decisiva.

Cuando todo anunciaba que había lugar para una pequeña tregua de las desavenencias y por ende para un recoleto festejo, ese mismo mundo –muy especialmente el que se metió en la Iglesia por la puerta grande que le abrió el Concilio- construyó el espectáculo grotesco del “Expediente Williamson”, por el nombre de uno de aquellos cuatro obispos indultados por Benedicto XVI. Se sacó de la maldita galera de la magia revolucionaria, la palabra tabú por antonomasia en la guerra semántica; esto es, la del nazismo; y acusado que fuera Monseñor Williamson del único “delito” imperdonable e imprescriptible de la modernidad, la ofensiva contra el levantamiento de la excomunión alcanzó los ribetes de una cruzada luciferina. Necesitaríamos la pluma de Vladimir Volkoff, para que nos describiera el horrendo Montajeque se armó y se desplegó para escarmentar la osadía de haber reparado el honor sacerdotal de un “nazi”. Las vestales del más sagrado pasaje de lo políticamente correcto, salieron de sus puestos de vigías inmóviles de la estulticia, y se movieron como lebreles para cazar a los díscolos.
Pero esta vez no hubo resistencia a pie firme. Al contrario; se fue cediendo a las presiones, que tenían un desborde enloquecedor, hasta que echada la suerte en contra de Monseñor Williamson, se ratificó oficialmente desde la mismísima Santa Sede, el neodogma herético y sacrílego, según el cual, “el que niega la Shoá niega a Jesucristo”. Benedicto XVI, en un gesto de debilidad que ya le conocíamos antes y que le conoceríamos después, se hacía acreedor a la conocida sentencia ovidiana: “Video meliora proboque, deteriora sequor”. Nadie suponga que lo decimos con regocijo o faltando al debido respeto. Nadie suponga tampoco que cruzamos espadas por algún internismo o personalismo del llamado conservadorismo eclesiástico.

Por esas jugarretas del azar; o si se prefiere una mirada más sobrenaturalizante, por esos designios de la Divina Providencia, el escenario principal sobre el cual transcurría el acto más significativo de esta trama, era nuestro país, La Argentina. Con su Cardenal Primado ya entonces bien conocido, Jorge Mario Bergoglio. El hombre, como era previsible, nada dijo ni hizo en defensa de ese obispo, que estaba viviendo aquí, entre nosotros, y al que no se quería escuchar, ni calibrar coincidencias y discrepancias con él; sino sólo vilipendiarlo del modo más procaz posible, y desde todos los medios.
Era el Papa quien había decidido levantarle la sanción canónica, no importa ahora si con o sin justicia aplicada. Era el Papa quien había decidido dar un paso público para ponerle fin a una situación tensa y crispante entre Roma y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Pero el mundo no quería que ese punto vital fuera el centro de las reflexiones. No se quería ni pensar siquiera en la posibilidad de tener que hallar razones y justificaciones para aceptar la Tradición. Y aunque desde la misma silla petrina, afloraban las reticencias y las fragilidades de conducta, por un elemental ejercicio de la declamada misericordia, algo debió intentar el Cardenal Primado para proteger de la jauría al obispo acorralado, que vivía en estos pagos suyos; nuestros. Ya no era un “cismático” el agredido, sino alguien formalmente en regla dentro de la Iglesia, por voluntad del Papa, con el cual, se suponía, se debería estar en concordancia. Lo que se hiciera, incluso, podía haber dejado a salvo que no se trataba de coincidir con todas las opiniones o las perspectivas de Monseñor Williamson, sino simplemente de evitar su linchamiento mediático. Nada hizo el Cardenal, sino sumarse por acción u omisión a quienes lo persiguieron, hasta echarlo literalmente a empellones y destratado en el aeropuerto local que lo llevaría al exilio.

Bergoglio fue coherente al respecto, y a nadie sorprendió su conducta en aquel año 2009. Si algo le venía como anillo al dedo a su condición de amigo, socio y cómplice de la Sinagoga, era el poder entregarles el trofeo de un supuesto antisemita yéndose del país del modo más peyorativo posible; y de consuno con las autoridades políticas entonces dominantes, claramente alineadas con los persecutores ideológicos de la doctrina católica. Autoridades políticas, dicho sea de paso, con las que no trepidó en mostrarse efusivamente afín y solidario una vez que lo nombraron Papa. De donde vinieron a saber quiénes no lo sabían, que Jorge Mario Bergoglio era, políticamente hablando, un cuadro del peronismo. Esto es, del más pluriforme, informe, polimorfo y deforme de cuantos movimientos ideológicos engendró nuestra desdichada vida partidocrática.
Ya en el 2007 –y esto nos consta de un modo personal y directo- colocó cuanta traba pudo, y cuanta no pudo también, para que los principios y las resoluciones establecidas en el “Motu Proprio Summorum Pontificum” no pudieran aplicarse. Fuimos testigos de las gestiones que un haz de laicos abnegados pusieron en marcha para poder celebrar libremente el rito tridentino en la Ciudad de Buenos Aires; ...

CRUCIFIXIÓN DE SAN PEDRO

Cabeza en tierra, rota la testera,
ahogado en llanto que en vertientes baja,
veo mis pies desnudos, y se cuaja
toda mi sangre en nueva sementera.

Veo el cielo de Roma, su ladera,
que el sol cortó de luz, como navaja,
veo acechar la noche, la mortaja
sobre una roca hendida y agorera.

Morir así, Señor, me lo merezco,
sin mi playa, la barca ni los peces,
yo que tuve del mar un parentesco.

No se oye el gallo,acéptame este envío.
Te amé como quisiste las tres veces,
toma tus llaves, cuídalas, Dios mío.

Antonio Caponnetto

Felices tus lágrimas, santo Apóstol, que tuvieron la virtud 
del santo bautismo para borrar la culpa de la negación. Intervino, 
pues, la diestra de Nuestro Señor Jesucristo, 
para impedir tu precipicio cuando ya caías; 
y recobraste la fortaleza de perseverar, en el mismo peligro de caer. 
Pronto, pues, se rehabilitó Pedro, como quien recibe una nueva fuerza; 
y en tanto grado, que el que entonces se había asustado 
de la pasión de Cristo, permaneció después constante 
sin temer su propio martirio.

SAN LEÓN MAGNO, SERMONES 60, 4

VER VIDEO:
"NO LOCONOZCO".
Del Iscariotismo a la Apostasía, por el Dr. Antonio Caponnetto

Antonio Caponnetto- La igle... by queteimporta321

La Iglesia Traicionada



PARA EL POBRE Y REPRIMIDO PUEBLO VENEZOLANO Y CUBANO SABE QUIÉN ES Y QUIEN HA SIDO FRANCISCO: UN CÓMPLICE DEL CASTROCHAVISMO HUMANICIDA.


¿Por qué han cambiado la estrella de cinco a ocho puntas del escudo papal de Bergoglio? Dicen que por las ocho bienaventuranzas. Pero, no lo creo.

Con el nombre de Estrella del Caos se conoce a un popular símbolo que consiste en una singular estrella de ocho puntas.
Su verdadero significado se presta a interpretaciones heterogéneas, pero lo cierto es que se usa cuando se presentan situaciones confusas, saqueos o momentos de rebelión.
Algunos la llaman la Estrella del Octopus, siendo una de las imágenes predilectas en dibujos de grupos esotéricos. Se trata de un símbolo que guarda una amplia gama de significados, muchas veces contradictorios entre sí.
¿Por qué tanto misterio alrededor de la Estrella del Caos? Muchos afirman que este exceso de interpretaciones es intencional.

Se dice que es un símbolo con un significado poderoso, hasta el punto que para ocultar su verdadero significado se ha optado por “emitir muchas posibles verdades” acerca del mismo.
La estrella apunta a ocho direcciones: los cuatro puntos cardinales (este, oeste, norte y sur) más cuatro intermedias.
Implica la falta de una dirección segura, la negación del orden cartesiano del universo.

¡IMPACTANTE! Una generación maldita de sacerdotes (por DAMIÁN GALERÓN)

 

LA HUIDA Y MUERTE DEL PAPA ... by Ernesto De La Rosa Flores


Como nos enseña Santo Tomás, “contra factum non argumentum est» (contra los hechos no hay argumentos). 
© FINAL 
Seudónimo: GODLOVEUS 
Este libro no esta protegido por ningún derecho de autor, por lo que autorizo su impresión total o parcial, sin previo aviso. Es más, animo a todo el mundo a que guarde y haga una copia impresa de seguridad, porque yo le garantizo, que llegará el día en que necesitará conocer y la gente se preguntará: “que es lo viene después»…. "

Gratis lo recibisteis, dadlo gratis"(Mt.10,8)