EL Rincón de Yanka: LIBRO "¿DÓNDE QUIERO PASAR MI ETERNIDAD?" CLAVES PARA NO EQUIVOCARSE: DISCURSO "¡EL INFIERNO EXISTE Y PODRÍAMOS IR AHÍ! ⛅

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domingo, 27 de junio de 2021

LIBRO "¿DÓNDE QUIERO PASAR MI ETERNIDAD?" CLAVES PARA NO EQUIVOCARSE: DISCURSO "¡EL INFIERNO EXISTE Y PODRÍAMOS IR AHÍ! ⛅


¿DÓNDE QUIERO PASAR MI ETERNIDAD?
CLAVES PARA NO EQUIVOCARSE


De acuerdo a los Decretos de Urbano VIII y de la Sagrada Congregación de Ritos, se declara que a cuanto se expone en la presente publicación en lo tocante a testimonios o experiencias personales, no se da otra fe sino aquella que merece el atendible testimonio humano, y que no se pretende en modo alguno prevenir el juicio de la Santa Iglesia Católica y Apostólica. El Decreto de la Congregación para la Propagación de la Fe (A.A.S. nº 58/16 de 29 de diciembre de 1966) que abroga los cánones 1399 y 2318, fue aprobado por S.S. Pablo VI y publicado por su voluntad. Por lo cual: no se prohíbe divulgar sin licencia expresa de la Autoridad Eclesiástica (Imprimatur) escritos tocantes a nuevas apariciones, revelaciones, visiones, profecías y milagros, con tal que se observe la Moral Cristiana general.

Czeslaw Milosz (1911 – 2004) Premio Nobel de Literatura en 1980: «Religión, opio para el pueblo. Para aquellos que sufrían dolor, humillación, enfermedad, y servidumbre, prometía una recompensa más allá. Y ahora estamos siendo testigos de una transformación. Un verdadero opio para el pueblo es la creencia en la nada después de la muerte: el inmenso placer de pensar que, por nuestras traiciones, avaricia, cobardía y asesinatos, no vamos a ser juzgados». 
Evangelio según San Juan 3, 16-21: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».

"Dios no ha hecho la muerte ni se complace 
en la perdición de los vivientes." 
Sab.1,13 
“Porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. 
Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.” 
I Jn.5,4 
"Escudriñad las Escrituras ya que en ellas esperáis 
tener la vida eterna; ellas testifican de Mí" 
Jn. 5, 39 
Te castigará tu propia maldad, y tus apostasías te condenarán. 
Reconoce, pues, y ve que es malo y amargo el dejar 
al Señor tu Dios, y no tener temor de mí 
—declara el Señor, Dios de los ejércitos. 
Jeremías 2,19 
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, 
el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” 
Jn.17,3

INTRODUCCIÓN 

Si preguntáramos a cien personas cualesquiera de la calle dónde quieren pasar su eternidad, nos sorprenderíamos de sus respuestas: desde los que piensan que no hay nada tras la muerte, hasta los que piensan que sí o sí serán felices con Dios, hagan lo que hagan o dejen de hacer. Y también muchos, demasiados, que les importa un pimiento la cuestión, pasan de todo. Dicen que, lo que sea, será. Tienen una mentalidad fatalista como si no pudieran luchar contra su destino, o no pudieran hacer nada. No quieren gastar un solo minuto en la cuestión… cuestión que es la más importante y decisiva de toda la existencia de un ser humano en este mundo, en esta vida efímera y pasajera. Siempre se pensó, y todos parecen estar de acuerdo, que el hombre quiere ser feliz. Y que una felicidad que se acaba o no dure, no es realmente felicidad verdadera, sino una caricatura. Por eso, la felicidad, o es para siempre, siempre, siempre (como decía Santa Teresa de Ávila refiriéndose a la eternidad tanto en el Cielo como en el Infierno), o simplemente no lo es, no es nada. Supongamos que alguien contestara: sí, mi eternidad la quiero pasar en la Paz y descanso en la Luz de Dios (crea o no crea o lo imagine como quiera que sea), quiero que sea feliz. Y que sea con Dios, sin cuya compañía acepto que sería imposible ser feliz. Bien. Ahora habría que preguntar a esa misma persona: entonces, ¿qué está usted dispuesto a hacer para poder pasar esa eternidad con Dios? Seguramente la respuesta sería algo así como… ¿yo? Nada, ¿acaso hay que hacer algo, depende acaso de mí? Si le parece que exagero, permítame decirle que no. No exagero. La mayor parte de la gente, de la humanidad: 

1. No piensa dónde va a pasar su eternidad, no se lo plantea. Piensan que para qué, que es algo que no vale la pena en absoluto.
2. Aunque llegara a pensar algo en ello, no está dispuesta a plantearse con un mínimo de seriedad, qué deba hacer para estar en el lugar correcto por toda la eternidad. No piensa que exista riesgo alguno en el hecho de ignorar tan decisiva cuestión. Prefiere tomárselo a la ligera o auto engañarse al respecto. Este libro pretende ayudar al lector a plantearse esa pregunta fundamental: ¿Dónde quiero pasar mi eternidad?, y ¿qué tengo que hacer al respecto para no equivocarme? Porque quien se equivoca en esta materia tan decisiva, no tendrá una segunda oportunidad. La muerte sellará nuestro destino eterno. Para bien, o para mal. La tarea no es nada fácil. ¿Por qué? Porque vivimos en una sociedad que ha dimitido, ha apostatado de la Verdad (habla de la posverdad, es decir que en una cultura las mentiras pueden sobrevivir si nos benefician) y se aferra sin rubor a cualquier clase de mentiras. Aborrece la Verdad, la desprecia, la ignora. Es una sociedad que ha abandonado la fe de sus mayores, si acaso acepta lo más superficial. La confusión en la Iglesia indica que ya estamos en los avisos de María en las apariciones de Akita, aprobadas (1973-81): ―Obispos contra Obispos, y Cardenales contra Cardenales‖. Recordemos que el día en que comenzaron las lagrimaciones de la imagen de la Virgen, el ángel se apareció a la vidente sor Agnes y le dijo: "No te sorprendas de ver a la Santísima Virgen María llorar. Una sola alma que se convierta es preciosa a su Corazón. Ella manifiesta su dolor para avivar vuestra fe, siempre tan inclinada a debilitarse. Ahora que habéis visto sus preciosas lágrimas, y para consolarla, habla con valor, extiende esta devoción para su gloria y la de su Hijo". Cuando palpas el ambiente en la calle o vas a reuniones familiares, o compartes entre amistades, percibes la gran ignorancia que reina en la inmensa mayoría de las personas en materia religiosa y en lo que atañe a la salvación o no de sus almas. No saben prácticamente nada de su fe católica en la que fueron bautizados. No saben, y en muchos casos parece que no les importe seguir sin saber. ¿Es lógica esta actitud cuando tanto está en juego?

Consideremos, por tanto, algunos aspectos fundamentales de manera resumida: 1. Tú tienes un alma inmortal: te salvarás o condenarás eternamente. 2. Para salvarte precisas morir en estado de gracia, no estar separado de Cristo, es decir, en pecado mortal. 3. Para morir en gracia, debes de tratar de vivir en ella. El pecado mortal mata la gracia santificante y te obliga a recuperarla mediante la confesión sacramental. 4. Si quieres amar a Dios, has de saber cómo hacerlo. No podemos amar a Dios si no guardamos Su Palabra, Sus mandamientos: El que tiene mis mandamientos, y los guarda, aquél es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él (Jn.14,21). En verdad, en verdad os digo que si alguno guarda mi palabra, no verá jamás la muerte (Jn.8,51). Si deseas alcanzar la vida eterna, guarda los mandamientos (Mt.19,17). Entonces se hace fundamental: 1. Conocer bien la Palabra de Dios y así poder guardarla. 2. Conocer bien los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia. Porque Dios, en Cristo Jesús, edificó Su Iglesia sobre Pedro, y durante dos mil años tuvimos un magisterio y una santa tradición con el ejemplo de muchos santos y doctores (con enseñanzas que son para siempre), que nos han mostrado cómo guardar esos mandamientos, y qué cosas nos ayudan y obligan para poder permanecer en una vida de gracia, y no de pecado. El protestantismo con la libre interpretación de los textos bíblicos, el desprecio al Magisterio infalible y a la santa tradición, instauró la religión ―a la carta‖ y los errores empezaron a regarse como la pólvora. La Santa Madre Iglesia desde sus orígenes tuvo que luchar y defender el tesoro de la fe apostólica -la sana doctrina recibida de Jesucristo- de los muchos errores (herejías) que algunos manifestaban y siempre han manifestado (hoy más que nunca, incluso disfrazados con piel de oveja) en oposición a la Verdad revelada. Por eso surgieron los Concilios, y la definición de los dogmas: los dogmas son verdades de fe que están explícitas o implícitas en la divina revelación (la Palabra de Dios, escrita o transmitida). Se basan en la autoridad misma del Dios revelador (fides divina), y la Iglesia garantiza con su definición que se hallan contenidas en la divina revelación. Bien sabemos que vivimos en un ambiente donde impera la cultura de la dictadura del relativismo. Curiosamente dicha cultura va contra los dogmas de la Iglesia católica, y sin embargo, ha hecho para sí del relativismo un dogma. Extraña o macabra paradoja, coincidencia que sin embargo no interroga a casi nadie, y se echan en los brazos del ―dogma relativista‖ tan tranquilos. El bautizado católico ha de despertar del sueño del pecado. Ha de reavivar su fe muerta, ha de salir de su ignorancia. No se trata de un inocente juego de niños: se trata de asumir con responsabilidad no sólo nuestra propia Salvación, sino la de nuestros hijos. Porque nadie se engañe, de Dios nadie se burla, lo que sembremos eso cosecharemos (Gál.6,7). Este libro aspira a sembrar el hambre por la Verdad, y a despertar conciencias. Como enseña el P. Antonio Royo Marín O.P. ―la vida del hombre sobre la tierra no tiene otra razón de ser ni otra finalidad que la de prepararse para la vida eterna. No tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la futura (Hebreos 13,14‖). Para ayudarnos en esa preparación para la vida eterna nació este libro que, no es tanto un libro, cuanto una compilación de sano magisterio, doctores de la Iglesia, autores y testigos. A ellos les cedo la palabra y el protagonismo con mucho gusto para que con su voz expresada en sus escritos, artículos, entrevistas, testimonios y enseñanzas fieles, enciendan nuestros corazones en el amor a Dios y en la búsqueda de la Verdad. Aprendamos y llenémonos de todo lo bueno que nos regalan para nuestra instrucción. Alimentos muy necesarios para poder alcanzar la vida eterna.
José María de Nazaret

Aviso de Santo Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia: "La ignorancia implica privación de conocimiento: esto es, cuando le falta a uno el conocimiento de aquellas cosas que tiene aptitud para conocer por su naturaleza. Y algunas de éstas está uno obligado a saber: aquellas sin cuyo conocimiento no puede cumplir bien el acto debido. Por consiguiente, todos están obligados a saber en general las cosas de la fe y los preceptos universales del derecho; y cada uno, las cosas tocantes a su estado u oficio‖. ―Mas es pecado la ignorancia vencible si es respecto de aquellas cosas que uno está obligado a saber‖. ―Ahora bien, es evidente que cualquiera que descuida tener o hacer lo que está obligado a tener o hacer, peca por omisión. Por lo tanto, la ignorancia de aquello que uno debe saber es pecado por la negligencia. Como cuando uno, por la molestia o por otras ocupaciones, descuida aprender aquello por lo que se retraería de pecar. Tal negligencia hace que la ignorancia misma sea voluntaria y pecado, mientras sea de aquellas cosas que debe y puede saber. Y por tanto, tal ignorancia no excusa totalmente de pecado‖. Summa Theologica (Parte I-IIae, cuestión 76

ORACIÓN 

Señor, aunque no merezco que Tú atiendas mi gemido 
por lo mucho que has sufrido 
recibe lo que te ofrezco, y dame lo que te pido. 
A ofrecerte, Señor, vengo mi ser, mi vida, 
mi amor, mi alegría y mi dolor, cuanto puedo 
y cuanto tengo cuanto me has dado, Señor. 
Y a cambio de esta alma llena de amor 
que vengo a ofrecerte dame una vida serena, 
y una muerte santa y buena, Cristo de la Buena Muerte. 

José María Pemán

“Dirijamos el pensamiento a esta importantísima materia. De estas reflexiones resultará que los indiferentes o incrédulos son pésimos pensadores. La vida es breve, la muerte cierta; de aquí a pocos años el hombre que disfruta de la salud más robusta y lozana habrá descendido al sepulcro y sabrá por experiencia lo que hay de verdad en lo que dice la religión sobre los destinos de la otra vida. Un viajero encuentra en su camino un río caudaloso; le es preciso atravesarlo. Ignora si hay algún peligro en este o aquel vado, y está oyendo que muchos que se hallan como él a la orilla, ponderan la profundidad del agua en determinados lugares, y la imposibilidad de salvarse el temerario que a tantearlos se atreviese. El insensato dice: «¿Qué me importan a mí esas cuestiones?» Y se arroja al río sin mirar por dónde. He aquí el indiferente en materias de religión. Si no creo, mi incredulidad, mis dudas, mis invectivas, mis sátiras, mi indiferencia, mi orgullo insensato no destruyen la realidad de los hechos; si existe otro mundo donde se reservan premios al bueno y castigos al malo, no dejará ciertamente de existir porque a mí me plazca el negarlo, y además, esta caprichosa negativa no mejorará el destino que, según las leyes eternas, me haya de caber. Este negocio es exclusivamente mío, tan mío como si yo existiera sólo en el mundo; nadie morirá por mí, nadie se pondrá en mi lugar en la otra vida privándome del bien o librándome del mal. Estas consideraciones me muestran con toda evidencia la alta importancia de la religión, la necesidad que tengo de saber lo que hay de verdad en ella, y que si digo: ―sea lo que fuera de la religión, ni quiero pensar en ella‖, hablo como el más insensato de los hombres. 
Jaime Balmes, en su obra ―El criterio‖

“Mírate a ti mismo difunto, tan sin sentido como si fueras una piedra, que si no te mueven, no puedes moverte; cómo luego tratan de enterrarte, y echarte fuera de tu propia casa. Mira cómo te amortajan con la vestidura más vieja y pobre que dejaste, y toda la hacienda la reparten entre sí los parientes; cómo te ponen sobre un paño en el suelo, o por grande honra en una caja, que te cubren con otro paño funesto y dos o cuatro luces a los lados con un santo Cristo en medio. Aplica el oído a los responsos que te dicen, y a los clamores que dan las campanas por ti; mira luego cómo vienen los clérigos, te llevan a enterrar cantando letanías, y acabados los oficios te lanzan en la sepultura en compañía de los otros difuntos, y luego te cubren de tierra, y la igualan con un pisón de madera, o con una losa de muchas arrobas, y te dejan y se van a comer, y a cenar, y a dormir, y a negociar, y tú te quedas allí en aquel lóbrego y estrecho aposento, y poco a poco te van olvidando, como si no hubieras sido. Da un paso adelante, y vuelve a mirarte de allí a ocho o quince días, y te hallarás tal, que no te atrevas a mirarte hirviendo de gusanos con un hedor intolerable. Esto eres, y en esto has de parar, y este es el fundamento de todas las torres de viento que levantabas de tus estimaciones, y para este cuerpo apercibiste tantos regalos, y por él diste tantos pasos. Este es el fin y paradero de todos; estudia en este libro (que es la muerte, tu propia muerte), mírate en este espejo, y saca desengaño para conocer la verdad, y despreciar cuanto el mundo adora, y mira lo que quisieras haber hecho entonces, y haz lo que quisieras haber hecho cuando mueras. 
Padre Alonso de Andrade, S.J

¡El infierno existe y podríamos ir ahí!
Fátima y la visión del infierno

Padre Marcel Nault [1] (1927-1997)

Discurso pronunciado por el Padre Marcel Nault en la Conferencia Mundial de Paz de Obispos Católicos, en Fátima, Portugal, en el año 1992. Este discurso causó tal impacto que después de la conferencia, algunos Obispos pidieron al Padre Nault que escuchara sus confesiones.

"Nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra por un motivo, para salvar a las almas del Infierno. Enseñar la realidad del Infierno es la tarea más importante e ineludible de la Santa Iglesia Católica. Uno de los grandes Padres de la Iglesia, San Juan Crisóstomo, continuamente enseñaba que Nuestro Señor Jesucristo predicaba con más frecuencia sobre el Infierno que sobre el Cielo. Algunos piensan que es mejor predicar sobre el Cielo. No estoy en acuerdo. Predicar sobre el Infierno produce muchas más y mejores conversiones que las obtenidas con la mera predicación sobre el Cielo.
San Benito, el fundador de los Benedictinos, al estar viviendo en Roma el Espíritu Santo le dijo: “Tú vas a perder tu alma en Roma e irás al Infierno”. Él dejó Roma y se retiró a vivir en el silencio y la solicitud fuera de Roma para meditar sobre la vida de Jesús y el Santo Evangelio. San Benito huyó de todas esas ocasiones de pecado de la Roma pagana. Él oró, se sacrificó por sí mismo y por los pecadores. El Espíritu Santo difundió la noticia de su santidad. Como resultado, la gente lo visitaba para ver, escuchar y seguir su ejemplo y consejo. San Benito se apartó por sí mismo de toda ocasión de pecado y alcanzó la santidad. La Santidad atrae a las almas.
¿Por qué piensan que San Agustín cambió su vida? ¡Por temor al Infierno! Yo predico con frecuencia sobre la trágica realidad del Infierno. Es un dogma católico que sacerdotes y obispos ya no predican más. El Papa Pío IX, que pronunció los dogmas de la Infalibilidad del Papa y el de la Inmaculada Concepción de María, y que también emitió su famoso Sílabo condenatorio contra los errores y herejías del mundo moderno, solía pedir a los predicadores que enseñaran a los fieles con mayor frecuencia sobre las Cuatro Postrimerías, en especial sobre el Infierno, así como él mismo daba ejemplo predicando. El Papa pidió esto porque la meditación sobre el Infierno genera santos.

Los santos temen al Infierno

Aquí nos encontramos con algo curioso, los santos temen ir al Infierno pero los pecadores no sienten tal temor. San Francisco de Sales, San Alfonso María Ligorio, el Santo Cura de Ars, Santa Teresa de Ávila, Santa Teresita del Niño Jesús, tuvieron miedo de ir al Infierno. San Simón Stock, el Superior General del Carmelo, sabía que sus monjes tenían miedo de ir al Infierno. Sus monjes ayunaban y hacían oración. Vivían recluidos, separados del peligroso mundo dominado por Satanás. Aún así tenían miedo de ir al Infierno. En 1251, Nuestra Señora del Monte Carmelo se apareció en Aylesford, Inglaterra, a San Simón Stock. Ella le dijo: “No teman más, te entrego una vestidura especial; todo el que muera llevando esta vestidura no irá al Infierno”. Yo llevo puesto mi Escapulario del Carmen bajo mis vestiduras y llevo otro en mi bolsillo porque nunca sé cuándo la gente me pedirá que les hable sobre el Infierno o el Escapulario del Carmen.
María dijo al sacerdote dominico, el beato Alán de la Roche, “Yo vendré y salvaré al mundo a través de Mi Rosario y Mi Escapulario”. Uno no puede especializarse en todo y enseñar sobre todo; uno debe elegir. Yo creo que ésta es la voluntad de Dios: que yo predique sobre el Infierno. Un Moseñor, mi superior hace tiempo, me dijo en una ocasión: “Predicas con demasiada frecuencia sobre el Infierno y eso asusta a la gente”. Él agregó: “Marcel, yo nunca he predicado sobre el Infierno, porque a la gente no le gusta. Tú los asustas”. En un tono muy amistoso, Monseñor me dijo en su oficina: “Marcel, yo nunca he predicado sobre el Infierno y nunca lo haré, y mira qué agradable y prestigiada posición he alcanzado”. Yo guardé un largo silencio, luego lo mire a los ojos. “Monseñor”, le dije, “usted está en la vía del Infierno para toda la eternidad. Monseñor, usted predica para complacer al hombre, en lugar de predicar para complacer a Cristo y salvar a las almas del Infierno. Monseñor, es un pecado mortal de omisión el rehusarse a enseñar el Dogma Católico sobre el Infierno”. Cuando Dios envió Profetas en el Antiguo Testamento, fue para recordarle al hombre que regresara a la verdad, que regresara a la santidad. Jesús vino, predicó y envió a sus Apóstoles al mundo para predicar el Santo Evangelio. La Serpiente vino y difundió su veneno a través de herejías, pero Jesús envió a su Amadísima Madre, la Reina de los Profetas: “Ve a la tierra y destruye las herejías”. Los Padres de la Iglesia han escrito que la Madre de Dios es el martillo de las herejías. Si se toman el tiempo de estudiar con gran atención el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, notarán que es un mensaje de lo más trágico y profundo, que refleja las enseñanzas del Santo Evangelio.

Las Lecciones dadas en Fátima

El resumen del Mensaje de Fátima es, que el Infierno existe. Que el Infierno es eterno y que iremos ahí si morimos en estado de pecado mortal. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” Nuestra Señora vino y nos dijo que podemos salvarnos a través de sus dos divinos sacramentos de predestinación: el Santo Rosario y el Escapulario del Carmen. También manifiesta un énfasis especial sobre la Devoción a su Inmaculado Corazón y la Devoción de los Primeros Cinco Sábados. En la primera aparición del Ángel de Portugal en el Cabeco, en mayo de 1916, el Ángel vino a los tres niños y les mostró cómo adorar a Dios con la oración: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y Te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni adoran, ni esperan y no Te aman”. El Ángel oró esta oración mientras se postraba con la frente en el suelo. El Ángel de Fátima les había mostrado a los tres niños en el orden de las oraciones, qué es lo primero. Primero, uno debe adorar a Dios y después orar a los santos. Primero Dios, las criaturas después. El Ángel de Fátima mostró al hombre que debe adorar a Dios y orar ante Él de rodillas. Cuanto más conoce el hombre a Dios, más se humilla ante Dios su Creador.

El gran Obispo francés Bossuet dijo: “El hombre en verdad se engrandece cuando está de rodillas”. Sí, el hombre realmente se engrandece cuando se arrodilla ante su Creador y Redentor, Jesús, en el Santísimo Sacramento. El Ángel de Fátima vino a enseñarles a los tres niños que nuestro primer deber, de acuerdo con el Primer Mandamiento, es adorar a Dios. En su tercera aparición en el Cabeco, el Ángel de Portugal vino con un Cáliz en su mano izquierda y una Hostia en la mano derecha. Los niños se preguntaban qué estaba pasando. El Ángel milagrosamente suspendió el Cáliz y la Hostia en el aire y se postró en tierra y recitó una oración Trinitaria de profunda adoración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Te adoro profundamente y Te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de todas las ofensas, sacrilegios, abandonos e indiferencias con Él mismo es ofendido y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y por la intercesión del Inmaculado Corazón de María, Te pido la conversión de los pobres pecadores”.

Dios desea que Le adoremos de rodillas. ¿Nos arrodillamos en adoración y oración ante Jesús en el Santísimo Sacramento? Debemos hacerlo. Cuando los tres Reyes Magos de Oriente fueron a Belén y entraron en donde estaba el Niño Jesús, se postraron frente a Él para adorarlo de rodillas. Tenemos este ejemplo en las Escrituras y del Ángel de Fátima, que Dios quiere que Le adoremos de rodillas.

El Reforzamiento de los Dogmas Católicos

Un año más tarde, el 13 de mayo de 1917, los niños vieron a una jovencita aparecerse ante ellos. Era la primera aparición de Nuestra Señora. Lucía le preguntó: “¿De dónde vienes?” Ella le contestó: “Vengo del Cielo”. El Dogma Católico de la existencia del Cielo. Los niños preguntaron: “¿Iremos al Cielo?” Ella contestó: “Sí, irán al Cielo”. Entonces preguntaron: “¿Nuestras dos amiguitas están en el Cielo?” María les contestó: “Una de ellas, sí”. Los niños preguntaron: “¿Dónde está la otra chica? ¿Está en el Cielo?” María les contestó: “Ella está en el Purgatorio y lo estará hasta el fin del mundo”. Esta chica tenía unos 18 años de edad. Un segundo Dogma Católico, el Purgatorio existe y prevalecerá hasta el fin de este mundo. La Madre de Dios no puede mentir. El Ángel de Fátima enseñó a los tres niños cómo adorar a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Este es un reforzamiento del Dogma de la Santísima Trinidad, el mayor de todos, sin el cual la Cristiandad no podría permanecer. Debemos adorar a las Tres personas de la Santísima Trinidad.

Una Visión del Infierno

El viernes 13 de julio de 1917, Nuestra Señora se apareció en Fátima y les habló a los tres pequeños videntes. Nuestra Señora nunca sonrió. ¿Cómo podía sonreír, si en ese día les iba a dar a los niños la visión del Infierno? Ella dijo: “Oren, oren mucho porque muchas almas se van al Infierno”. Nuestra Señora extendió sus manos y de repente los niños vieron un agujero en el suelo. Ese agujero, decía Lucía, era como un mar de fuego en el que se veían almas con forma humana, hombres y mujeres, consumiéndose en el fuego, gritando y llorando desconsoladamente. Lucía decía que los demonios tenían un aspecto horrible como de animales desconocidos. Los niños estaban tan horrorizados que Lucía gritó. Ella estaba tan atemorizada que pensó que moriría. María dijo a los niños: “Ustedes han visto el Infierno a donde los pecadores van cuando no se arrepienten”.

Un Dogma Católico más, la existencia del Infierno. El Infierno es eterno. Nuestra Señora dijo: “Cada vez que recen el Rosario, digan después de cada década: Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia”. María vino a Fátima como profeta del Altísimo para salvar a las almas del Infierno. El patrono de todos los pastores, San Juan María Vianney, solía predicar que el mayor acto de caridad hacia el prójimo era salvar su alma del Infierno. Y el segundo acto de caridad es el aliviar y librar a las almas de los sufrimientos del Purgatorio. Un día en su pequeña iglesia (donde hasta este día se conserva su cuerpo incorrupto), un hombre poseído por el demonio se le acercó a San Juan María Vianney y le dijo: “Te odio, te odio porque arrebataste de mis manos a 85 mil almas”. Eminencias, Excelencias, Sacerdotes, cuando seamos juzgados por Jesús, Jesús nos hará una sola pregunta: “Yo te constituí Sacerdote, Obispo, Cardenal, Papa, ¿cuántas almas salvaste del Infierno? San Francisco de Sales, de acuerdo con estadísticas, ha convertido, y probablemente salvado, a más de 75 mil herejes. ¿Cuántas almas has salvado tú? Cuando leemos a los Padres de la Iglesia, a los Doctores de la Iglesia y a los santos, uno se estremece ante una realidad: todos ellos enseñaron el Evangelio de Jesús y sobre las Cuatro Postrimerías: Muerte, Juicio, Infierno y Paraíso. Todos han predicado el Dogma Católico del Infierno porque cuando meditamos en el destino de los condenados, no deseamos ir al Infierno. No es mi intención criticar a los Obispos, pero debo confesar esta verdad. En mis 30 años de sacerdocio, es triste reconocer que nunca he visto, ni escuchado, que un Obispo, aún mi Obispo o cualquier otro Obispo, predique el Dogma de la Iglesia Católica Romana sobre el Infierno. Supongo que en sus países o en otros lugares sí lo hacen, pero en Norteamérica no es predicado este Dogma de Fe.

Cierto día en una catedral le dije a un Obispo: “Su Excelencia, usted realiza bellas meditaciones sobre el Santo Rosario cada noche por la radio. Esto es hermoso. Pero debo preguntarle, por qué no abrevia un poco su meditación e inserta después de cada decena del Rosario la oración: ‘Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia’. ¿Por qué se rehúsa decir esta pequeña oración después de cada decena, tal como lo pidió Nuestra Señora de Fátima el 13 de julio de 1917, después de que les había mostrado el Infierno a los tres videntes?” El Obispo me dijo: “Mire, a la gente no le gusta que prediquemos sobre el Infierno, la palabra Infierno les asusta. ”No estamos para predicar lo que complazca a las multitudes sino para salvar sus almas del Infierno, para evitar que vayan al Infierno eternamente. Es probable que esta afirmación no sea aceptada por todos los Obispos pero con frecuencia los oigo rezar el Rosario omitiendo esta oración piadosa para salvar almas del Infierno.

Yo creo que esta pequeña oración de Nuestra Señora de Fátima dada a los niños el 13 de julio de 1917, es más poderosa y más placentera a Dios que cualquier meditación por bella que sea, aunque haya sido expresada por un Obispo. Cada uno de nosotros hemos recibido nuestra misión de Dios, y creo que Jesús y Nuestra Señora desean que mi misión sea que yo predique sobre el Infierno. Por esto es que predico sobre el Infierno. Hay muchas revelaciones que podemos leer en la biografía de las almas privilegiadas. Algunas almas que están en el Infierno han sido obligadas por Dios a hablarnos para ayudarnos a crecer en nuestra fe. Constituye un pecado mortal de omisión el rehusarse a predicar el Dogma Católico sobre el Infierno. Tales almas condenadas han dicho: ”Podríamos soportar estar en el Infierno por mil años. Podríamos soportar estar en el Infierno un millón de años, si supiéramos que un día dejaríamos el Infierno”. Amigos míos, debemos meditar, no sólo en el fuego del Infierno, no sólo en la privación de contemplación de Dios, sino también en la eternidad del Infierno. Meditar seriamente frente al Sagrario sobre el Dogma Católico sobre el Infierno. Queridos Obispos, ustedes deben predicar por completo el Evangelio de Jesús, incluyendo la trágica realidad del Infierno eterno.

CUIDADO CON ESTO. 
"Más almas envía al infierno la Misericordia 
que la Justicia de Dios, porque los pecadores, 
confiando temerariamente en aquella, 
no dejan de pecar y se pierden." 
San Alfonso María de Ligorio

Concepto Herético de la Misericordia de Dios

Un sacerdote en una conferencia carismática dijo a una multitud de unas 3 mil personas y unos 100 sacerdotes que: “Dios es amor, Dios es misericordia y verán su infinita Misericordia en el fin del mundo, cuando Jesús liberará a todas las almas del Infierno, aún a los demonios”. Este sacerdote sigue predicando y su Obispo no suspende sus facultades por enseñar tal herejía. “Vayan al fuego eterno”, dijo Jesús. Fuego eterno, no fuego temporal. Con mi limitada inteligencia humana me atrevo a hacer una pequeña reflexión filosófica: “Dios es amor. Dios es Nuestro Padre. ¿Cómo puede un padre, ¡por amor de Dios!, tomar al pequeño Pedro y arrojarlo a un horno ardiente? Es imposible. Es un insulto a Dios, que Es amor”. ¿Cuántas veces han escuchado esto? La verdad, sin embargo, es que el Infierno existe. El Infierno es eterno, y todos iremos al Infierno si morimos en estado de pecado mortal. Yo puedo ir al Infierno. Ustedes pueden ir al Infierno. Si algunos de nosotros morimos en pecado mortal, estaremos en el Infierno por toda la eternidad, ardiendo, llorando y gritando sin consuelo. No por un millón de años, sino por billones y billones y billones de años y más allá, por toda la eternidad.

En nuestra vida mortal, ¿quién no ha cometido un pecado mortal? Un solo pecado mortal no confesado con arrepentimiento, antes de morir, es suficiente para que Jesús nos arroje al Infierno. Uno de los grandes Padres de la Iglesia, Patrón de todos los predicadores católicos, San Juan Crisóstomo dijo: “Pocos Obispos se salvan y muchos sacerdotes se condenan”. Cuando venía de Lisboa a Fátima por autobús, tuve la ocasión de predicar a los laicos, sacerdotes y obispos presentes en el autobús. Les imploré: “Por favor, cuando lleguen a Fátima, por qué no se animan a hacer una buena confesión general de vida. Quizás hace diez años, quizás hace cincuenta, no han tenido el valor de confesar ese pecado grave por vergüenza. Por favor, hagan una confesión santa y completa en Fátima antes de su regreso. Hay muchos sacerdotes en Fátima que nunca más volverán a ver hasta que lleguen al Cielo”. Yo predico a los Obispos como lo hago con toda persona, porque los Obispos también tienen un alma que salvar. Y si los Obispos son realmente humildes, aceptarán la verdad aún si proviene de un simple y ordinario sacerdote. No nos vayamos de Fátima sin hacer una Santa Confesión General.

Un Gran Acto de Caridad

Sus Excelencias, Jesús nos hizo sacerdotes. Jesús, Nuestro Señor, nos escogió entre millones de hombres para hacernos sacerdotes. Nos hicimos sacerdotes por un motivo: para ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa a Dios Padre Todopoderoso, para rezar el Breviario cada día y para predicar el Evangelio de Jesús para salvar las almas del Infierno. Nadie tiene la seguridad de ir al Cielo a menos que haya recibido una revelación privada de Dios como le ocurrió al Buen Ladrón en la cruz o a los tres videntes de Fátima. ¿Por qué no abrazar los medios seguros que el Cielo nos ha dado, el Santo Rosario (“la devoción a Mi Rosario es un signo seguro de predestinación”), el Escapulario del Carmen y el maravilloso Sacramento de la Confesión?

Prediquen, mis queridos Obispos, como los hacían los Padres de la Iglesia. La tarea principal de un Obispo es predicar, no sólo administrar una diócesis. La Iglesia necesita ver y escuchar a los Obispos predicando como lo hacían los Padres de la Iglesia. Si uno solo de ustedes, Obispos presentes aquí en Fátima, regresara a su diócesis y en ciertas ocasiones predicara sobre las Cuatro Postrimerías junto con todo el mensaje de Fátima, qué gran acto de caridad sería para todos sus amados fieles. Con la asistencia del Espíritu Santo digan a sus fieles: “Escuchen, mis hermanos en Cristo, yo soy su Obispo, estoy aquí para salvar su alma del Infierno. Por favor escuchen, acepten y mediten mi enseñanza en este día. Ustedes también, mis amados sacerdotes de mi diócesis, imiten a su Obispo, y prediquen sobre el Infierno con la autoridad que Jesús les ha dado. Prediquen cuanto menos una vez al año un sermón completo sobre el Infierno”. Si hacen esto, están realizando el mayor acto de caridad de su sacerdocio, de su episcopado.

Como mencioné anteriormente, en mis treinta años de sacerdocio, nunca he escuchado a un Obispo predicar sobre el Infierno. Cuando deseo encontrar un sermón sobre el Infierno, me veo obligado a leer a San Juan Crisóstomo, a los Padres de la Iglesia, a los Doctores de la Iglesia y a los santos predicadores. Queridos Obispos, por favor, prediquen sobre el Infierno como lo hizo Jesús, Nuestra Señora de Fátima, los Padres y los Doctores de la Iglesia y salvarán a muchas almas. Quien salva a un alma, salva a su propia alma. Predicar sobre el Infierno es un gran acto de caridad porque quienes los escuchan creerán por la autoridad que les confiere la Iglesia. Estas personas rectificarán su modo de vivir y harán una santa confesión de sus pecados.

El Vestido de Gracia

La gente con frecuencia me pregunta: “¿Por qué, Padre, es que ya no se predica sobre el Escapulario del Carmen? En el pasado recibíamos el Escapulario en nuestra Primera Comunión, pero ahora ya no hay más bendiciones e imposiciones del Escapulario del Carmen. ¿El Escapulario del Carmen sigue siendo válido como en el pasado?” Sí, el Escapulario del Carmen es válido en estos tiempos también, esta verdad no ha cambiado. El sábado 13 de octubre de 1917, durante el Milagro del Sol en Fátima, la Virgen María apareció ante los tres videntes sosteniendo el Escapulario del Carmen en una de sus manos. La hermana Sor Lucía dijo: “El Rosario y el Escapulario del Carmen son inseparables”. ¿Por qué entonces los sacerdotes ya no predican sobre el Escapulario del Carmen? ¿Cómo podrían hacerlo si deliberadamente rehúsan predicar sobre el Infierno? Si nunca predican sobre el Infierno, la gente no creerá en el Infierno y por tal motivo, ¿cuál sería el objeto de recibir y llevar consigo el Escapulario del Carmen?
Jesús dijo: “Si tienen fe, moverán montañas”. Si tienen fe, convertirán las almas con la gracia de Dios. Si predican sobre el Infierno con fe, la gente creerá en el Infierno. San Pablo dijo a sus discípulos: “Prediquen con convicción”. Solo pronunciar o leer una homilía en una iglesia no es predicar. La predicación debe buscar mover las voluntades; la predicación debe motivar a los hombres a cambiar sus vidas para salvar sus almas del Infierno.

La Deserción Sacerdotal

Hay cuatro razones principales por las que 75 mil sacerdotes han abandonado el sacerdocio: 1) Porque se han negado a orar cada día. 2) Porque no evitaron las ocasiones de pecado y olvidaron que la prudencia es la ciencia de los santos. 3) Porque no tuvieron la humildad y el valor para hacer confesiones santas y completas. Jesús dijo: “Sin Mí, nada pueden realizar.” 4) Porque vivían en pecado mortal y continuaban celebrando. Si un sacerdote está en estado de pecado mortal y celebra la Santa Misa, es una Misa sacrílega para él. Cuando recibe la Comunión en este estado, realiza una Comunión sacrílega. Entonces, ¿cómo puede un sacerdote en estado de pecado mortal predicar bajo la inspiración y la fuerza del Espíritu Santo? ¿Cómo puede predicar si está endemoniado? Sacerdotes, vayan y hagan una santa confesión y se volverán en excelentes predicadores. El Espíritu Santo les hablará a ustedes y por medio de ustedes, y salvarán a miles de almas de ir al Infierno. Un día, el Santo Cura de Ars recibió la visita de un joven sacerdote de una parroquia cercana. Este sacerdote tenía gran interés de conocer personalmente al Cura de Ars. Después del almuerzo, el Cura de Ars le dijo: “¿Serías tan amable de escuchar mi confesión?” El joven sacerdote por poco se cae de su silla ante la súplica del Cura de Ars de escuchar la confesión de este admirable sacerdote con fama de santidad. ¡Los Santos se confiesan! Y los que se confiesan se vuelven Santos.

Finalmente, Nuestra Señora de Fátima dijo: “Oren, oren mucho y hagan muchos sacrificios porque muchas almas se van al Infierno porque no hay quien ore ni se sacrifique por ellas”. Oremos continua y diariamente la oración que Ella nos enseñó: “Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia”.

[1] El 30 de marzo de 1997, domingo de Pascua, a las 12:00 del mediodía, el Padre Marcel Nault fue llamado de esta vida terrenal a la presencia de Dios a quien él amó y sirvió con profunda devoción. Nació el 3 de marzo de 1927 en Montreal, Québec, Canadá y su vocación fue relativamente tardía. Se ordenó como sacerdote diocesano el 4 de marzo de 1962, un día después de su cumpleaños 35.

PECADOS CONTRA 
LA VIRTUD DE LA ESPERANZA

Ante esta situación de batalla en la que está en juego nuestra Salvación eterna, de diversos modos y maneras podemos caer en los llamados pecados contra la virtud de la Esperanza, que con tanta precisión explica el presbítero Doctor D. José Rigual, en uno de sus tomos donde narra las principales partes de la Doctrina Christiana (Que enseña a un Christiano sabio en la ciencia de los santos y un fiel vasallo del Reyno de Jesu-Christo. Sacada de las Santas Escrituras, Concilios, Padres de la Iglesia y de los autores más excelentes, que tratan las verdades de nuestra Santa Religión. Madrid, en la Imprenta Real año 1.793). 

Sigamos sus magníficas y completísimas enseñanzas: 

1. Pecados de desesperación y de presunción. 
2. Pecados contra la confianza en la Providencia, y contra la sumisión a la Providencia. 

1) Pecados de desesperación o que se acercan a ella: 1. Desesperar formalmente de poder conseguir el perdón de los pecados, considerando sólo su gravedad y la pena que merecen, desatendiendo a la misericordia infinita de Dios y a la superabundancia de gracia que nos ha sido merecida por Cristo Jesús. Ese fue el pecado de Caín y de Judas, y es pecado de lo más horrible a los ojos de Dios. 
2. Acobardarse por las dificultades de la conversión y de la vida cristiana, desanimarse y disgustarse por la violencia y dificultad de las tentaciones, abandonándose a ellas, dejándose llevar por ellas en el falso pensamiento de que…‖total si al fin y al cabo no las voy a poder vencer…¡para qué luchar!‖ Eso sería como un hombre que se dejara arrastrar por la corriente de un río tras unos primeros esfuerzos por resistir, o incluso peor sin haber hecho ninguno para resistir la fuerza del agua. San Pablo habla de este tipo de personas, que son los que ―no teniendo esperanza alguna, se abandonan a la disolución‖. También tenemos ejemplo de este comportamiento en los israelitas y su pecado cuando renunciaron a la Tierra prometida por el miedo que cobraron al oír que sus habitantes eran muy fuertes y sus ciudades grandes y defendidas por murallas. Este es un pecado que se hace tanto a la Misericordia de Dios como al poder de Su Gracia. Ya los apóstoles escucharon de labios del propio Jesucristo cuando veían las dificultades de alcanzar la Salvación perseverando en el camino estrecho que les proponía el Maestro: ―esto es imposible a los hombres, mas todo es posible para Dios‖ Mt.19,26. 

3. Admitir voluntariamente pensamientos de desconfianza tocantes a la Salvación, que arrojan al hombre en la melancolía, en la inquietud e inacción: estado funesto que conduce en fin a la desesperación, si no se vuelve luego sobre los sentimientos de confianza en la bondad de Dios que nos exciten al trabajo y a la oración. 
4. Cansarse de las dilaciones y tardanzas de Dios, y perder el ánimo bajo el pretexto que después de tanto tiempo que se implora su socorro, el socorro no viene, y las oraciones no son oídas; que no se ha hecho, a lo que parece, algún progreso en la virtud; que se recae siempre en las mismas faltas…de donde proviene también la desesperación. 
5. Dejarse abatir por los males de la vida y los accidentes desgraciados, hasta desear la muerte precisamente para librarse de ellos, lo cual puede venir de la impenitencia del corazón. Porque desear así la muerte es muy diferente del disgusto de la vida que sienten los justos a causa del deseo ardiente que tienen de los bienes celestiales.

2) Pecados de presunción: Se peca de presunción de cuatro maneras: 

1. Esperar de sí mismo lo que depende del socorro gratuito de Dios. Tal es el pecado 
a) Del que cree que su Salvación está únicamente en sus manos; que a la verdad Dios le ilumina y convida, pero que él es quien a consecuencia de esta Luz y convite, hace eficaz a uno, y a otro, quiero decir que proviene de él primeramente la buena voluntad y las buenas obras, contra la doctrina expresa de san Pablo que dice: 

―que es Dios quien obra en nosotros el querer y la acción‖ Flp.2,13. 
b) De quien conforme a esta orgullosa doctrina, difiere su conversión como una cosa que está y estará siempre a disposición de su voluntad, sin atender a la terrible sentencia que Jesucristo dijo a los judíos: 
―Yo me voy, y vosotros me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado‖ Jn.8,21. Ni tampoco toma en consideración lo que la Sabiduría eterna dice en los Proverbios: ―porque os he llamado y vosotros no habéis querido oírme: extendí mi mano, y no hubo uno que me mirase: despreciasteis todos mis consejos, y no habéis hecho caso de mis reprehensiones. Yo también me retiré en vuestra ruina y os insultaré cuando os sucediere lo que temíais; cuando la muerte viniere sobre vosotros como una tempestad… Entonces me invocarán y yo no los oiré: me buscarán desde la mañana, y no me hallarán. 

2. Lisonjearse graciosamente de haber recibido la gracia y ser justo, y descansar en este pensamiento. Muchos son los que cometen este pecado 
a) Los que se fundan para esto en que han sido absueltos por el confesor, pero sin mudar de vida, ni haber hecho obras de penitencia. 
b) Los que juzgan así de su justicia porque ejercitan algunas prácticas exteriores de devoción, y desprecian al mismo tiempo, o no hacen caso de la práctica de los mandamientos de Dios y de las máximas del Evangelio. 
―Ay de vosotros –dice Jesucristo- escribas y fariseos hipócritas, que diezmáis de la yerba buena, del eneldo y del comino, esto es, de las cosas más menudas a que no os obliga la ley, y habéis despreciado los preceptos más graves de la ley: la justicia, la misericordia y la fe‖ Mt.23,23. 
c) Los que se aplauden de la observancia exterior de los mandamientos, y se imaginan que porque son irreprensibles delante de los hombres, son también justos e inocentes también a los ojos de Dios, y por esta razón, se prefieren a otros, como el fariseo que decía: 
―gracias te doy Dios porque no soy como los demás hombres, estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. 
d) Los que viviendo en un estado criminal se tienen por justos, porque se apoyan sobre opiniones relajadas, o sobre la falsa idea que tienen de la bondad de Dios, quien como ellos dicen, como una especie de blasfemia, no es escrupuloso, ni repara en menudencias. 

3. Prometerse que Dios dará Su Gracia: 
a) Sin cuidar de practicar ciertos medios exteriores, que preparan al alma para recibirla, como el alejarse de las ocasiones próximas de pecado, leer libros piadosos, etc. 
b) Tentando a Dios con una confianza temeraria de que nos concederá los socorros necesarios para evitar el pecado, aun cuando nos expongamos voluntariamente a las ocasiones, o abrazamos sin vocación un estado que es difícil para la Salvación.
c) Lisonjeándonos que aplacaremos a Dios y redimiremos nuestros pecados con limosnas, u otras obras de piedad, sin que sea necesario mudar de vida, lo que es según los Santos Padres, querer corromper al Soberano Juez. 
d) En fin, persuadiéndose de que Dios está siempre pronto a recibirnos en Su Gracia, y en esta Esperanza no se piensa mudar de vida, porque habiendo prometido el Señor que en cualquier tiempo que vuelva el pecador a Él, le perdonará sus pecados, concluye entonces fácilmente que diciendo entonces a la hora de la muerte un pequé de corazón, Dios no dejará de perdonarnos todos nuestros pecados. Pero no se piensa que si bien de una parte es muy cierto que Dios está siempre pronto a perdonar al pecador que se convierte a Él, y le busca de todo corazón, y con toda la amargura de su alma, como dice la Escritura; es indubitable de la otra que son muy raras las conversiones de esta naturaleza a la hora de la muerte en todos aquellos que han vivido largamente apartados de Dios; que la conversión del corazón según el curso ordinario de la gracia, tiene sus principios y progresos; y que para conseguir la perfecta reconciliación con Dios son necesarios muchos gemidos, y penosos esfuerzos. 

4. Confiar en las riquezas y no en Dios. Es también pecado de presunción el confiar en las riquezas, en su crédito, en su nacimiento, en el favor de los grandes, y no en Dios; y fundar el buen éxito de sus empresas y designios en sus luces, su prudencia, su previsión, como aquél de quien dice el Profeta: 

―ved aquí el hombre que creía no necesitar el socorro de Dios. Puso toda su confianza en la muchedumbre de sus riquezas, y pensó prevalecer con el vano apoyo que le daba su fortuna. Pero lo pensó en vano, porque Dios humilla a los que presumen de sí mismos. Y maldito el hombre que pone su confianza en el hombre, que hace para su apoyo un brazo de carne, y cuyo corazón se aparta de Dios. 

3) Pecados contra la justa confianza en la Divina Providencia: Los pecados contra la justa confianza en la divina providencia son dos: 
la desconfianza, y la confianza presuntuosa. 

1. La desconfianza, como el inquietarse mucho por lo que ha de venir; aplicar todos los cuidados a lo temporal, descuidando lo espiritual y lo más necesario; buscar apoyos, protecciones y establecimientos, y creerlo todo perdido cuando faltan los apoyos o socorros humanos: pecado que no es menor por ser común. Porque las Escrituras nos recomiendan en todas partes la confianza en Dios, y una confianza entera, sin división. Descargaos, dice el profeta, todos vuestros agobios y cuidados abandonándoos al Señor y Él os aliviará. Arrojad, dice san Pedro, todas vuestras inquietudes en su seno, porque Él mismo cuida de vosotros. 

2. La confianza presuntuosa, como exponerse sin necesidad a algún peligro de manera temeraria, contando con la protección de Dios. Se ven algunas gentes que arrostran a los peligros con mucha serenidad, persuadidos de que un librito que llevan, una medallita o escapulario que cuelga de sus cuellos o una oración, les preservará de todo daño o mal, de toda desgracia: y esto se llama tentar a Dios, y va contra la enseñanza de la Escritura que prohíbe tentar a Dios. Hemos de notar que los pecados de desconfianza son más comunes en lo que mira a las cosas temporales, que los de presunción o confianza presuntuosa. Y al contrario, en el negocio de la salvación eterna, es más común la presunción que la desesperación y desconfianza. Esto proviene de que generalmente se desean más ardientemente los bienes temporales que los eternos. A la verdad no se renuncia a los bienes eternos, pero se descansa en orden a ellos por la presunción en la misericordia de Dios. Y se reserva toda la actividad, todos los temores, inquietudes, y desconfianzas para los bienes temporales, que se aman más.

4) Pecados contrarios a la sumisión que debemos a la confianza: 
1. Dejarse poseer por la tristeza y perder el ánimo por los accidentes molestos de la vida, por la pérdida de los bienes temporales, por las desgracias, por los destierros, las humillaciones, las muertes de los parientes y amigos. Estos excesos de tristezas provienen de la falta de fe y de esperanza. El apóstol, hablando de la muerte de los parientes, nos encarga mucho que no nos contristemos ―como los paganos que no tienen esperanza‖. No nos dice, como lo nota san Agustín, que no nos apenemos, sino que no nos dejemos dominar ni nos abandonemos a la tristeza, como aquellos paganos que no tienen esperanza. 
2. Murmurar contra Dios en estas ocasiones u otras semejantes: sufrir con impaciencia las persecuciones, las calumnias o cualesquier otra clase de contratiempos, o trabajos que sobrevengan. Los ya mencionados son los principales pecados contra la Esperanza cristiana. Pero podemos comentar algunas consideraciones para mejor entenderlos: 
Tenemos la obligación de conservar y aumentar nuestra fe. 

La Esperanza es necesaria para la Salvación, y uno de los más grandes dones de Dios, luego estamos obligados también a cuidarla. 
La Esperanza se debilitaría y llegaría al fin a extinguirse si no procuramos aumentarla, ejercitándonos frecuentemente en actos de esperanza, y meditando en aquellos objetos que la fortalecen y animan. Sin esto, ¿cómo podríamos sufrir siempre con paciencia las adversidades y trabajos de la vida, y conservar el corazón desprendido de los bienes de la tierra, que tanto halagan a los sentidos? Porque la Esperanza es la que nos alienta y consuela en la muerte de nuestros padres y amigos, como decía san Pablo, y nos hace mirar con desprecio las aflicciones y males de esta vida por el deseo de los bienes inefables, que están destinados para los elegidos en la otra. 

La Esperanza nos ayuda a ponderar como poca cosa o nada la felicidad de la vida presente, como algo que no tiene proporción alguna con el peso de la gloria que nos está prometido en la otra, y por el cual nos hace suspirar esta virtud teologal. Por tanto, siendo necesaria la Esperanza para sostenernos, igualmente contra la adversidad que contra la prosperidad y sus espejismos o peligros de este mundo, debemos de cuidar mucho de conservarla, y aumentarla, a fin de fortalecernos más y más en nuestras santas resoluciones; para resistir con esfuerzo a los ataques de nuestros enemigos, y confiar animosamente que recibiremos el premio de la victoria por Jesucristo nuestro Señor. 

Y, ¿por qué medios hemos de procurar el aumento de la Esperanza? 
1. Pidiéndoselo insistentemente al Señor en la oración. 
2. Ejercitándonos en actos de Esperanza. 
3. Considerando la Bondad infinita de Dios, Su Amor eterno, la Virtud de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo derramada por nosotros; el valor de Su intercesión expiatoria ofrecida al Padre, y arrojándonos después de esto con confianza a los brazos de Dios. 
4. Persuadiéndonos de las cortas facultades de los hombres, y de la poca voluntad que tienen de favorecernos, y por consiguiente, que es mejor esperar en Dios que en ellos, porque Dios es benigno y misericordioso para con nosotros, y sólo Él puede saciar nuestros deseos, y remediar nuestras necesidades. 
5. Meditando las promesas que Dios ha hecho a los hombres, y la voluntad santa que tiene de cumplirlas en cada uno de nosotros. 
6. Trayendo a la memoria los beneficios generales y particulares que el Señor nos ha hecho, y no cesa de hacernos, sin merecerlo nosotros.


Quieren la paz en esta vida, sin embargo rechazan al Príncipe de Paz. Leonard Ravenhill

DESCARGA - DONDE QUIERO PAS... by Daly Flores Fernandez




Oíd, mortales piadosos,
y ayudadnos a alcanzar:
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
¡Oh, vosotros, caminantes,
suspended, oíd, parad,
bastará sólo el oírnos
a mover vuestra piedad!
Hoy pide nuestra aflicción
que queráis cooperar:
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
No hay dolor, tormento, pena,
martirio, cruz ni aflicción,
que lleguen a ser pintura
de nuestra menor pasión;
solo alivia nuestros males
de vuestro amor esperar:
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
Aquí estoy en Purgatorio
de fuego en cama tendido,
siendo mi mayor tormento
la ausencia de un Dios querido,
padezco sin merecer,
por mí no basta alcanzar:
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
¡Ay, de mí! ¡Ay, Dios severo!,
la llama voraz, activa,
y bien merecido fuego.
¡Ay, conciencia siempre viva!;
ay, justicia, que no cesa,
ay, ¿cuándo se ha de acabar?
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
¡Ay, culpa, lo que me cuestas,
no imaginé tu fiereza,
pues con tal tormento pago
lo que juzgué ligereza!
¡Cielos, piedad; baste, cielos!,
¿cuándo el día ha de llegar?
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
Todo lo que aquí padezco
es justo santo y debido,
pues no se purga con menos
haber a un Dios ofendido.
¡Ay, que pude no ofenderte!
¡Ay, que no hay más que esperar!
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
Padres, hermanos, amigos:
¿dónde está la caridad?
¿Favorecéis a un extraño.
y para mí no hay piedad?
¡Ea, venga una limosna,
siquiera sea el rogar!
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
Hijo ingrato que paseas
tan ricamente vestido,
y a costa de mis sudores
descansas en tanto olvido:
¡Mira a tu padre penando,
y lo puedes remediar!
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
Quizá en ti sería arbitrario,
no obligación de justicia;
pues no cumples testamento,
aquí estoy por tu desidia.
Abre los ojos, despierta,
paga, haciendo acelerar:
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
Hermanos en Jesucristo,
los que oís estos suspiros,
si queréis, podéis sacarnos
de estos lóbregos retiros,
a la Virgen y a los Santos
pedidles quieran mediar:
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
De Getsemaní en el Huerto
Sangre sudó el Redentor,
contemplando, de estas penas,
el gran tormento y rigor:
al Padre Eterno Se ofrece,
no cesando allí de orar:
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
En vista de tal piedad,
no te olvides, ¡oh mortal!,
de este pío camposanto,
cementerio de hospital;
sigue, pues, la cofradía
que tierna te insta a clamar:
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
Atiende y mira, cristiano,
que en aqueste cementerio
tal vez tus padres y deudos
esperan de ti el remedio;
sufragios y sacrificios
te suplican sin cesar:
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.
Fieles cristianos, amigos,
dad crédito a estos lamentos,
obrad bien, fuera culpas,
para huir de estos tormentos.
¡Socorro, piedad, alivio!,
concluímos con gritar.
Oíd, mortales piadosos,
y ayudadnos a alcanzar:
R: Que Dios nos saque de penas
y nos lleve a descansar.