Por qué los niños deben aprender Filosofía
Dentro de cada crío hay un filósofo en potencia;
la cuestión es cómo sacarlo a la luz
«La verdadera patria del hombre es la infancia»
Rainer Maria Rilke
Para ayudar a reflexionar a los más jóvenes llegan libros como 'El niño filósofo', de Jordi Nomen, un manual para enseñar a pensar.
¿Por qué se acaba la vida? ¿Cómo es posible que existan los números si no podemos tocarlos? ¿Qué ocurre cuando uno muere? ¿Es posible demostrar si existe o no existe Dios? ¿Cómo sabemos que los perros no piensan? ¿Todos estamos al corriente de lo que está bien y de lo que está mal?
Son preguntas trascendentales, metafísicas, dignas de sesudos pensadores y de meditabundos intelectuales. Pues bien: ahora pruebe a leer esas mismas preguntas encabezadas por la palabra «mamá» o «papá». Sí, son algunas de las típicas preguntas con las que muchos niños martillean a sus progenitores. Porque dentro de cada chaval hay un filósofo en potencia. La cuestión es sacarlo a la luz.
«Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres», sentenció Pitágoras hace ya unos 2.500 años. Sin embargo, la Filosofía, la disciplina que precisamente enseña a pensar, a cuestionar, a sacar conclusiones, a aplicar respuestas críticas a los problemas cotidianos y, en definitiva, a vivir de forma reflexiva no sólo se encuentra cada vez más arrinconada en los planes de estudio. Durante mucho tiempo incluso ha estado vetada a los más pequeños.
Ese saber que juega un papel fundamental a la hora de formar a ciudadanos comprometidos, con juicio propio y que no sean idiotas (los griegos llamaban idiotés a quienes no participaban en los asuntos públicos y carecían de pensamiento crítico) tradicionalmente ha sido considerado como una materia demasiado abstracta y demasiado obtusa para los críos, una forma de conocimiento apta sólo para las mentes plenamente desarrolladas de los adultos. El suizo Jean Piaget, famoso por sus estudios sobre la infancia, consideraba por ejemplo que hasta los 11 o 12 años los niños no eran capaces de desarrollar el pensamiento crítico.
Craso error. No es así.
Los más pequeños no sólo pueden filosofar, sino que en opinión de numerosos expertos deben hacerlo. Tienen que hacerlo.
Ya lo decía Matthew Lipman, un filósofo y educador estadounidense que hasta su muerte hace siete años fue uno de los grandes defensores de las ventajas que la Filosofía puede aportar a los más pequeños y al bien común. Tan fervientemente creía en los beneficios de la Filosofía que en los años 80 creó un programa educativo llamado Philosophy for children (Filosofía para niños).
"Es necesario enseñar a los niños a filosofar. De ese modo aprenderán a pensar y podrán construir un mundo mejor, ser ciudadanos activos y comprometidos
Lipman había sido profesor en la Universidad de Columbia y se había percatado de que sus estudiantes eran capaces de recitarle de carrerilla toda la historia de la Filosofía, pero sin embargo no eran capaces de filosofar. Así que llegó a la conclusión de que debía ser en el colegio donde se aprendiera a pensar, a preguntarse sobre cuestiones filosóficas y a formar juicios razonables. Si no, sería demasiado tarde.
Ese convencimiento le llevó primero a crear unos cuentos filosóficos para niños de 11 y 12 años cuyo objetivo era enseñarles a ser críticos, estimularles a hacerse preguntas y a tratar de respondérselas. Durante un año, Lipman estudió el efecto de esas lecturas en los alumnos de escuelas públicas de Montclair, en Nueva Jersey. El resultado mostraba que los beneficios de filosofar se veían reflejados en todas las áreas del conocimiento. Porque, en palabras del propio Lipman, «la Filosofía es por excelencia la disciplina que plantea las preguntas genéricas que pueden servirnos de introducción a otras disciplinas y prepararnos para pensar en las demás disciplinas».
Philosophy for children se fue ampliando poco a poco, con nuevos libros para enseñar a los críos a filosofar y también con manuales para los profesores en los que se les explicaba cómo poner en práctica el proyecto. En vista de sus exitosos resultados, en 1986 el Departamento de Educación de Estados Unidos reconoció los beneficios de Philosophy for children, y desde entonces lo subvenciona. Hoy, el proyecto de Lipman está presente en 40 países.
La pregunta es: ¿cómo demonios se enseña a filosofar a los críos?
A esa peliaguda cuestión trata de responder El niño filósofo, un delicioso libro firmado por Jordi Nomen, profesor de Filosofía y uno de los cerebros detrás de la escuela Sadako de Barcelona, uno de los centros educativos más influyentes e innovadores de España. El libro, publicado por la editorial Arpa, es un manual práctico para ayudar a padres y educadores a enseñar a filosofar a críos de entre 9 y 12 años.
«Es necesario enseñar a los niños a filosofar. De ese modo aprenderán a pensar, podrán construir un mundo mejor, participar activamente en un proyecto común, podrán ser ciudadanos activos y comprometidos, capaces de separar la verdad de la mentira en estos tiempos en los que resulta difícil, en estos tiempos de falsas promesas. Para contribuir al bien común, tenemos que poder pensar de manera lúcida y creativa, filosófica. Y eso es algo que o se aprende en edad escolar o no se aprende», asegura Jordi Nomen.
Estimular el pensamiento filosófico en los pequeños no resulta en principio complicado. Al fin y al cabo los niños llegan al mundo con una curiosidad insaciable y una enorme capacidad de admirar lo que descubren. «Dos cualidades filosóficas», señala Jordi Nomen. Se trata de estimularles, de abrirles una ventana diferente para contemplar el mundo: la de la mirada filosófica.
Filosofar ahora es más difícil que nunca. Exige prestar atención al otro, tiempo para reflexionar y profundizar. En esta sociedad de la inmediatez resulta complicado
Uno de los modos de enseñarles a filosofar es devolverles algunas de esas preguntas con las que con frecuencia acribillan a los mayores. Por ejemplo, ante un «papá, ¿qué sentido tiene vivir sabiendo que al final todos vamos a morir?» se puede responder con «¿tú por qué crees?» y, a partir de ahí, establecer un diálogo. Pero Nomen apuesta, sobre todo, por tres herramientas para enseñar a los niños a reflexionar: los cuentos, los juegos y el arte.
Evidentemente, los adultos deben simplificar su lenguaje al enseñar a los niños a filosofar. «Pero eso no significa obviar el rigor y la precisión», señala Nomen, subrayando que también es necesario que sean los propios niños los que descubran los presupuestos de las ideas y lo que implican. Y, para ello, es imprescindible que los adultos adopten una posición neutral y dejen a los críos expresarse libremente. Pero vigilando siempre que los pequeños sean respetuosos con las ideas de los demás.
El problema es que no basta con que los padres y educadores tengan espíritu crítico para poder enseñar a filosofar a los niños: deben ellos mismos ejercitarse en esa práctica, saber hacer las preguntas adecuadas.
El niño filósofo es, en ese sentido, un libro enormemente útil y práctico. Nomen pone a disposición de padres y educadores un total de 12 grandes preguntas que a lo largo de la historia 12 grandes filósofos occidentales se han planteado, incluyendo la respuesta que daban a las mismas. Platón nos adentra por ejemplo en la duda trascendental de si debemos actuar con la cabeza o con el corazón. A través de Séneca, podemos explorar si hay que tener miedo a la muerte. Qué es el mal encuentra respuesta en Hannah Arendt. Y de la mano de Nietzsche se puede comprender el valor de la creatividad.
Pero Nomen no sólo ofrece esas 12 preguntas trascendentales y la respuesta que a cada una de ellas da un importante filósofo. También brinda un cuento con el que poder explorar junto a los niños todas esas cuestiones y las pautas para, a partir de ahí, poder establecer un diálogo con ellos, chivándoles algunas de las preguntas que pueden dirigir a los pequeños para hacerles pensar.
Para adentrarse, por ejemplo, en el pensamiento de Erich Fromm, Jordi Nomen da la vuelta al cuento de Caperucita roja y lo transforma en un relato maravilloso: La historia de Caperucita contada por el lobo, en la que el animal denostado durante generaciones y generaciones por fin cuenta su versión de los hechos y se presenta a sí mismo como víctima en lugar de como agresor. Ese cuento al revés sirve para plantear a los críos cuestiones como «¿por qué crees que la versión del lobo no ha llegado hasta ahora y la de Caperucita sí?» o «¿cómo se construye la verdad?».
Nomen también ofrece un juego y una actividad artística para proponer a los niños, relacionados los dos con el tema que se está tratando. Y así con cada una de las 12 cuestiones, con cada uno de los 12 filósofos que propone.
El caso es que filosofar en tiempos de internet y de redes sociales, cuando todo son distracciones, se ha convertido en algo muy complicado. «Filosofar ahora es más difícil que nunca. La actitud filosófica, el diálogo filosófico, exige prestar atención al otro, tiempo para reflexionar, para pensar, para profundizar. Y en esta sociedad de la inmediatez, de lo rápido, eso cada vez resulta más y más difícil», asegura Nomen, quien, como jefe del departamento de Humanidades de la escuela Sadako, tampoco oculta su indignación ante el relego cada vez mayor de la Filosofía en los planes de estudio.
«Me da la sensación de que algunos no quieren que pensemos por nosotros mismos, no quieren que seamos capaces de descubrir las mentiras y las falacias. Y la mejor manera de lograrlo es arrinconando las asignaturas de tipo humanístico, la Filosofía, pero también la Historia, la Literatura... Esas son materias que deben estar en el currículo porque nos hacen mejores ciudadanos», sentencia.
Me he encontrado una flor
en un cuadro de Velázquez.
Creo que es la misma flor a la
que
cantaba un haiku japonés.
Sospecho también que la miraba Sabina
o quizás Vivaldi en primavera.
Quizás estaba en Atapuerca
creciendo junto al fuego.
O trataba de esquivar a los caballos
en una batalla, en la guerra
de los Treinta Años.
¿Sería la flor con la que se tatuó
en el brazo el pirata John Silver?
O quizás la que uno de los núeres
cosechó una noche de verano.
¿Estaba junto a Einstein en un florero?
Quizás, es relativo.
¿Era una flor lo que Sócrates
regaló a Antipa?
¿O quizás crecía junto al camino
de Sísifo mientras empujaba la roca?
¿No sería una flor la que inspiró a Golbach?
¿Quizás una flor hizo que Saramago
descansara en paz?
¡O tal vez eres tú, esa flor que he encontrado
y que no quisiera olvidar por nada del mundo!
¡Esa flor que me inspira
se llama FILOSOFÍA!
El libro que tenéis en vuestras manos pretende cumplir una doble función. Por un lado, la primera parte mostrará mi concepción sobre la filosofía y cómo esta disciplina puede ser aprendida por los niños desde muy pequeños. La segunda parte llevará a un nivel más práctico lo que se dice en la primera. Los niños pueden practicar filosofía y, si añaden esta competencia en su vida, podrán participar de su condición de ciudadanos, desde su propia mirada, para construir un mundo mejor, más crítico, más creativo, más humano. Tienen que aprender a pensar por sí mismos a fin de construir un mundo mejor, donde todos podamos y queramos vivir. En la urgencia de nuestro tiempo, cuando la violencia nos persigue y horroriza, es necesario que los niños y niñas aprendan qué es el pluralismo. El pluralismo es la posición filosófica a medio camino entre el universalismo y el relativismo. Está claro que hay algo de universal en el ser humano, pero cuando nos proponemos fijarlo, más allá de la racionalidad y la conciencia moral, podemos acabar dejando fuera de la humanidad algunas minorías y sus derechos. Por el contrario, si relativizamos y afirmamos que todo «depende», podemos dar viabilidad a propuestas que legitimen la destrucción del otro como componente de identidad. Por ello, propongo la pluralidad que permite conjugar el respeto a la particularidad con la existencia de un bien común universal, definido como mínimo común denominador, formado precisamente por el respeto y la razonabilidad, el cuidado de lo que es diferente, mientras esta diferencia no trate de imponerse a los otros de forma autoritaria ni irrespetuosa. Es así como me gusta concebir la humanidad, como particular en lo universal y universal en lo particular. Y para avanzar en esta tarea tenemos que empezar por los niños y las niñas. Los primeros pasos de los niños suelen ser inestables e ingrávidos. Ponerse derechos, empezar a caminar, probar la propia autonomía. Sus músculos son aún tiernos; los huesos, apenas resistentes.
Solo la curiosidad por ampliar el mundo propio o la búsqueda de la aprobación de estos brazos dispuestos, que los invitan a desafiar el precario equilibrio, pueden explicar que abandonen el cobijo y la seguridad del suelo para desafiar al mundo, tratando de conseguir una terca verticalidad. Poner un pie primero, el otro detrás, mantener la cabeza bien alta. Así liberan la vista para mirar hacia delante y para ver cómo el mundo se hace alcanzable. Desligarse de la mano que les hace de refugio y afrontar los propios miedos, desafiando el entorno para liberar las manos y convertirlas en instrumentos para cambiar el mundo, para modelar la realidad. Así hemos aprendido todos a caminar. Conviene que apliquemos la lección en cada nuevo comienzo. Y aprender a filosofar hace que comience un camino muy largo que no termina nunca. Cuando hablamos del niño filósofo, no nos referimos aquí a una condición profesional, sino a la posibilidad de que, utilizando cualidades que son indispensables para crecer, se estimule en los niños una nueva visión, se les abra una ventana diferente para contemplar el mundo: la mirada filosófica. A quien escribe estas líneas le parece que hay que iluminar este edificio llamado conocimiento con tantas ventanas como sea posible. El niño llega al mundo con una curiosidad insaciable y con una enorme y fascinante admiración por lo que encuentra. Dos cualidades filosóficas. No en vano somos una de las especies que mantiene la juvenilización más larga. Fijémonos en otras especies y observaremos que incorporan bastante más rápido que la nuestra las bases para la supervivencia. Manda el instinto. Nosotros, los humanos, tenemos que aprender la cultura y nos encontramos, al nacer, un mundo ya hecho.
Nuestra juventud debe ser larga y llena de creaciones nuevas, de respuestas nuevas. Por ello incorporamos el lenguaje primero y después la escritura. Son nuestras oportunidades para recrear el mundo en la juventud más tierna. En palabras de Mohsin Hamid (2013): Todos somos refugiados de nuestra infancia. Y por eso nos decantamos, entre otras cosas, por las historias. Escribir una historia o leerla es ser un refugiado del estado de los refugiados. Los escritores y los lectores buscan una solución al mismo problema: que el tiempo pasa, que aquellos que han muerto han muerto y aquellos que se morirán, que quiere decir todos nosotros, se morirán. Porque hubo un momento en que todo era posible. Y habrá un momento en que nada será posible. Pero, en medio, podemos crear. El tiempo pasa implacable y siempre adelante y, con él, las oportunidades; por ello, los niños tienen que aprender lo antes posible a pensar por ellos mismos para saber conocer, saber hacer, saber ser. He aquí las bases de la filosofía y el arte occidentales. Decía Gianni Rodari que, de pequeños, tenemos que hacer reserva de optimismo y confianza para enfrentarnos a la vida. La frase es bonita, pero yo discrepo de que tengamos que enfrentarnos a la vida como si fuera nuestra enemiga. Es cierto que la vida nos pone a prueba, pero no podemos enfrentarnos a la vida marcando dónde están los límites y dónde será la lucha.
Es con la muerte con quien tenemos la contienda y es ella la que establecerá el tablero de juego y las fichas. Por eso hay que aprender a pensar por uno mismo lo antes que se pueda. Mientras tanto, la vida simplemente nos marca circunstancias que tenemos que mirar de frente. Fracasar no es determinante; lo determinante es cómo gestionamos el fracaso para convertirlo en una experiencia que, lejos de desgastar, nos potencie. La filosofía puede ser una buena herramienta para conseguirlo. El optimismo y la confianza nos permiten entender que el fracaso solo es un episodio, un capítulo de la historia que podemos llegar a escribir, el silencio necesario para preparar las oportunidades que vendrán después, cuando el estallido nos hará devenir sabios en el combate y nos ayudará a sintonizar con la emisora clandestina que llevamos dentro y emitir un solemne comunicado: «Por duros que sean los momentos, déjame mirar de frente la vida, déjame que le declare mi amor incluso cuando las palabras se me ahoguen y solo pueda ya mirarla en silencio, en el silencio luminoso que destacará siempre triunfal, antes de que la oscuridad me abrace definitivamente». Al niño y a la niña filósofos no les quiero dar armas para un combate, sino enseñar los pasos de una danza, para alabar la vida, para descubrir la alegría. Afortunadamente, en la actualidad, la visión sobre la infancia ha cambiado. Ha dejado de ser solo la etapa de la desprotección y la dependencia para pasar a ser la etapa en la que se construye el futuro. Y el futuro se va construyendo en el presente. Se acabó el paternalismo rancio que equiparaba minoría de edad con sumisión. Los niños tienen sus propios deseos y hay que educarlos para que hagan el paso de la racionalidad a la razonabilidad, de la emoción a la emotividad, del descubrimiento de la identidad a la vivencia de la alteridad. Cuando somos pequeños —y quizás también cuando nos hacemos muy mayores—, los otros toman decisiones por nosotros. Si tenemos la suerte de que nos quieran, seguramente las decisiones que tomen nos convendrán. Nos dispondrán un escenario, nos darán un guion y nos aplaudirán o nos silvarán la interpretación.
Así comienza la libertad para desarrollarse en la progresiva toma de decisiones controladas. Llega el día, sin embargo, en que el teatro queda pequeño y los personajes improvisamos los parlamentos. Con el riesgo de equivocarnos, añadimos nuevas escenas y nuevos escenarios, y empezamos a hacer caminos nuevos. Aparecen nuevas metas y empezamos a decidir, sin saber hacia dónde vamos. La crisálida comienza a ser mariposa. Si hemos aprendido a pensar por nosotros mismos, encontraremos los criterios sobre los que edificar los nuevos pasos, intenciones, causas, consecuencias, circunstancias, medios, valores. Con estas herramientas construiremos las decisiones y analizaremos los aciertos y los errores, después de gestionar las emociones que nos filtran la mirada. Y, finalmente, entenderemos que la libertad se encuentra más dentro de nosotros que fuera. Y entonces tendremos que asumir que somos responsables, que nuestras decisiones nos perfilan. Otro motivo para hacer filosofía con niños… y con todo el mundo. Si convenimos en que el niño y la niña son ciudadanos de inicio, deben ir participando de forma activa, porque este es un aprendizaje que se logra en el ejercicio de los derechos y los deberes desde el minuto cero. Aprehender el mundo con las preguntas que dan acceso a la facultad crítica, mantener la inocencia que permite dictar soluciones creativas a los problemas que la vida va proponiendo y hacerlo de forma social, de cara a los otros, cuidando de los demás y de uno mismo son prácticas que hay que interiorizar. Los niños deben aprender a captar el mundo en su complejidad. El arte, la ciencia, la filosofía, el juego son las herramientas que tenemos a nuestro alcance para plantearnos los retos y las alternativas de solución. Debemos usarlas cuanto antes, experimentando y profundizando, aprovechando el error para avanzar o adentrarnos en el conocimiento.
Todo en el marco de la gestión de las emociones que nos hacen habitar el mundo. Son una militancia, una forma de ser en el mundo. Por ello, la familia ha de estimular las competencias que están disponibles en la configuración neurológica de los niños, de esos cerebros en pleno desarrollo. La filosofía puede ser una herramienta extraordinaria de potenciación de capacidades. Muchas de las preguntas están escritas en nuestra propia tradición cultural. Y el cerebro, por inercia, se hace preguntas si encuentra el ambiente propicio. La propuesta de este libro, su tesis fundamental, consiste en poner a disposición de padres y educadores algunas de las grandes preguntas que la historia de la filosofía occidental nos ha legado, para que sean el sacacorchos de la botella donde se encuentra la admiración infantil. Así los niños podrían descubrir su condición filosófica —ya comentaremos si podríamos llamar a la inteligencia filosófica— y ponerla al servicio de un desarrollo personal y social que los convierta en ciudadanos activos y comprometidos, en personas capaces de vivir en sociedad con el modelo de vida que libremente elijan. Y la elección es bastante limitada. Se nos hace saber que el hombre es moldeable. Como si se tratara de barro, las más variadas fuerzas actúan sobre él y condicionan la forma y la estabilidad. El país en el que ha nacido, la familia que ha recibido, la propia semilla genética, que queda fuera de su alcance. No controlamos el tiempo, las circunstancias, las causas, las consecuencias, las intenciones de los otros, los fuertes impulsos que nos persiguen. Tampoco controlamos la educación recibida ni la elección de la escuela que deberá formarnos. Se nos hace difícil decir que hemos seleccionado los amigos sin tener en cuenta las afinidades que nos unen o las posibilidades de convivir que han tejido la trama de nuestra vida afectiva.
Nos ha venido dada una urdimbre temperamental y el medio nos ha forjado un carácter. Nuestras decisiones nos han configurado una voluntad y nos han dado dirección y sentido, pero sin saber, a menudo, orientarnos. Y finalmente no hemos elegido la caducidad a la que nos vemos sometidos ni la enfermedad o la debilidad que nos acechan. Y a pesar de todo esto, abrumados de influencias, encontramos un íntimo espacio de libertad en la posibilidad que tenemos de reunir los condicionantes de forma creativa, casi artística, única y maravillosa, y construir un equilibrio propio, una síntesis original que siempre tiene la mágica oportunidad de aprovechar que la vida es dinámica para dejar de ser, volver a ser, resistirse, oponerse o dejarse llevar. Y me parece que filosofar es una buena vía para asentar las decisiones. La comprensión es un tesoro enterrado bajo la isla del aprendizaje. Comprender sus mecanismos es casi alquimia. Tengo claro que no es una simple transmisión como la de la corriente eléctrica. La explicación es importante, pero no es la rueda que hace girar la comprensión. Creo que en el fondo todo surge de la necesidad de saber, la admiración y la curiosidad que nos roe por dentro buscando respuestas a las preguntas inesperadas, que son relámpagos en la oscuridad. Es una especie de desequilibrio homeostático que nos mueve hacia el conocimiento, de forma similar a como el hambre nos hace querer el alimento. Y, sobre todo, sobre todo, es un proceso amoroso: sí, la seducción del vínculo que se establece con el conocimiento, que nos ensancha el mundo, que nos permite reconstruir la aventura de la Tierra, de la humanidad, de la vida, de la propia y cambiante identidad. La filosofía aparece como el saber que busca la profundidad y la comprensión. Encontraréis, pues, dos partes bien definidas en el texto. La primera es un pequeño ensayo para familias y docentes, para tomar conciencia de las posibilidades que tiene explorar la vertiente filosófica presente en la propia infancia; la segunda, una exploración breve de doce preguntas, legado de doce filósofos de la tradición occidental, para activar un diálogo que permita introducir la crítica, la creatividad y el cuidado en la educación de niños y niñas.
Esta última parte contiene tres elementos relevantes: la gran pregunta, la respuesta del filósofo en cuestión y un cuento que permita a padres y educadores, siguiendo la exposición del ensayo inicial, explorar de forma crítica, creativa y ética la pregunta formulada. El cuento se convierte en una idea de la que partir para establecer tres pautas —la del diálogo, la del juego, la del arte— para cada una de las preguntas propuestas. Hay que decir que la elección de las preguntas y los filósofos ha sido, obviamente, una de las muchas posibles. Aquí la tenéis:
1. Platón: ¿debemos actuar con la cabeza o con el corazón?
2. Aristóteles: ¿cómo podemos decidir lo que está bien?
3. Epicuro: ¿el placer debe ser el fin último de nuestros actos?
4. Séneca: ¿debemos tener miedo a la muerte?
5. Spinoza: ¿cómo se puede conseguir la alegría?
6. Montaigne: ¿es importante tener buenos amigos?
7. Rousseau: ¿para qué sirve la educación?
8. Kant: ¿qué debemos hacer?
9. Nietzsche: ¿hay que ser creativo para vivir?
10. Wittgenstein: ¿hay que opinar sobre todo?
11. Arendt: ¿qué es la maldad?.
Fromm: ¿es más importante tener o ser? Quizás, en el fondo, todo se reduce a intentar buscar la verdad. No la verdad de los hechos que se impone, sino la verdad construida en la que debemos vivir los niños y nosotros mismos. Dejadme que os diga algunas palabras sobre la verdad antes de comenzar. La verdad suele ser áspera y arisca. Casi geométrica. Es de las que no se acicalan cuando salen porque no necesita caer bien. No lo busca lo más mínimo. Además, la verdad suele ser escurridiza, como el agua que acaba saliendo por la rendija que ella misma ha abierto en la sólida roca. La verdad no necesita guardaespaldas porque, por mucho que traten de atentar contra ella, acaba saliendo indemne de esos erráticos y torpes ataques. Procuramos esconderla ¡incluso a nosotros mismos! No hay nada que hacer; como en algunos espectáculos de cabaret, ella acaba desnuda, seduciendo al público con mirada profunda. A menudo pensamos que hemos conseguido esquivarla y entonces nos damos cuenta de que la llevamos colgando como un muñeco en la espalda el Día de los Inocentes. Lo sé. Me diréis que es incómoda y cotilla, poco razonable y llamativa. ¡Todo es cierto! Pero cuando la conocemos bien, nos da vida, ¡mucha vida! ¡Y la filosofía suele mirar a los ojos de la verdad, por incómoda que sea! ¡Y esto es algo que también suelen hacer los niños!
El pensamiento crítico en los niños
Cómo ayudar a los niños a pensar
por sí mismos y tener sentido crítico
El pensamiento crítico es el análisis y evaluación de la información que recibimos. Supone escuchar a los demás, tomar lo positivo, hablar de lo negativo y en base a esa información, tomar decisiones. De ahí, la importancia de trabajar el sentido crítico y enseñar a los niños a pensar por ellos mismos desde que son pequeños.
Debemos tener en cuenta que, cuando pensamos nos formamos ideas en nuestra cabeza que relacionamos para poder valorar una situación determinada. La capacidad para reflexionar y razonar de una manera eficiente nos llevará a tomar decisiones y a resolver problemas con éxito, por eso, cuanta más información tengamos mejores resultados obtendremos. Estarás de acuerdo en que es algo que puede enseñarse a los niños.
Índice
Consejos para educar el pensamiento crítico en los niños
Para enseñar a los niños a tener un pensamiento crítico, es muy importante:
- No imponer nuestros criterios y dejarles decidir con autonomía.
- Enseñarles a diferenciar lo importante de lo secundario.
- Enseñarles a analizar los pros y los contras, incitarles a preguntar y a estar bien informados, y para eso, debemos hacer que se desenvuelvan en un entorno donde fluya la curiosidad intelectual.
- Debemos elegir temas que sean del interés de los niños, fomentar el debate, provocar la polémica, hacer muchas preguntas y dar diferentes respuestas, comparar y contrastar historias, y por supuesto, aunque se equivoquen, hacer que se sientan seguros reforzando su confianza para que tengan una personalidad propia y sean responsables a la hora de tomar decisiones. Sabemos que el cerebro puede ser entrenado para pensar de una manera lógica y positiva.
- Enseñarles a buscar explicaciones de la vida en general les ayudará a pensar y por lo tanto a ser conscientes y sacar conclusiones. Es esencial realizar tareas en grupos y que les quede claro que no pasa nada por tener otro punto de vista y no estar de acuerdo con la opinión de los demás. Además aprenderán a desarrollar valores como la igualdad, la tolerancia, la empatía: si quiero que los demás tengan en cuenta mis sentimientos, yo debo tener en cuenta los sentimientos de los demás.
El poema de Marisa Alonso no es excesivamente largo, por lo que los niños lo leerán de una vez, sin que les parezca pesado. Se trata de una poesía con seis estrofas. Cada una de estas estrofas tiene cuatro versos que riman.
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te valorarán.
Actividades para estimular el sentido crítico en la infancia
Para estimular el pensamiento crítico en los niños podemos recurrir a actividades como:
- Sencillos problemas matemáticos.
- Tomar noticias del periódico que ellos puedan valorar y opinar, por ejemplo, la apertura de un mercado municipal en su barrio.
- Fomentar la lectura y ver películas para hacer un debate después.
- Plantear acertijos, adivinanzas, retos, preguntas con trampa... Todo ello hará pensar y enseñar a los niños razonar. No hay mejor forma de estimular la lógica.
- Leer cuentos que inviten a los niños a reflexionar y plantearles preguntas al respecto: ¿cómo crees que se han sentido los personajes?, ¿crees que esta conducta es la adecuada?, ¿qué crees que habrías hecho tú?...
No creyó ser una rosa. Poesía para que los niños reflexionen
Os dejo una de mis poesías infantiles, para trabajar las diferencias y la integración/aceptación, algo muy necesario en los tiempos que corren. Esta poesía invita a los niños a pensar y reflexionar sobre los temas que aborda.
Nació una rosa muy roja,
en un huerto de tomates,
por eso siempre pensó,
que aunque extraña, era un tomate.
Los demás eran redondos,
ella muy alta y delgada,
y aunque todos la querían,
y nadie decía nada,
creció muy acomplejada,
pensando que era muy rara.
Hablaban dos pajarillos,
una tarde distraídos,
de la flor que entre tomates
tan bella había crecido.
'¿De quién habláis pajarillos?
Aquí no hay ninguna flor',
les dijo la bella rosa
cuando hablar les escuchó
Y al verla tan confundida,
la sacaron de su error:
'Eres una flor hermosa,
que has nacido entre tomates,
de nombre te llamas Rosa,
¿Ninguno te lo dijo antes?'
La miraron los tomates,
¡ellos tampoco sabían!,
como nació entre sus matas,
un tomate la creían
La flor se estiró orgullosa,
sabiendo que era una rosa,
pero se quedó en el huerto
alta, delgada y hermosa.
Ejercicio para enseñar a los niños pensar a partir de la poesía
A partir de la poesía infantil que habéis leído, podéis plantear una serie de cuestiones que ayuden a los niños a reflexionar. Las siguientes preguntas que te proponemos sirven para trabajar la comprensión lectora de los más pequeños, pero también van un paso más allá, porque les ayudan a reflexionar y sacar sus propias conclusiones a partir del tema que plantea la poesía.
Podéis plantear este tipo de actividades siempre que leáis un cuento, veáis una película o escuchéis una noticia en la televisión o la radio. Todo ello, ayudará al niño a aprender a reflexionar, a expresar su opinión de una manera respetuosa y argumentada y, por tanto, a ir construyendo su pensamiento crítico.
Trata de no plantear las preguntas como si se tratara de un examen, sino como un debate o una charla entre toda la familia. Es importante que escuches con atención lo que tu hijo diga, ya que si se siente escuchado, será más partidario de participar de una forma activa en esta conversación. Sus contestaciones te sorprenderán, eso seguro.
1. ¿Quiénes son los protagonistas de nuestra historia?
2. ¿Sabes dónde nacen las rosas?
3. ¿Sabes dónde crecen los tomates?
4. ¿Qué relación existe entre la rosa y los tomates?
5. ¿Crees que ser diferente a los demás es un problema?
6. ¿Te sentirías mal por ser diferente?
7. ¿Aceptarías a alguien diferente en tu entorno?
8. ¿Crees que hay un problema real en la relación de los protagonistas de esta historia?
9. ¿Crees que los pájaros actuaron bien diciendo la verdad a la rosa?
10. ¿Te parece importante ser querido?
11. ¿Te parece que la rosa toma una buena decisión? ¿Qué habrías hecho tú en su lugar?
12. ¿Cómo crees que se hubieran sentido los tomates si se hubiera marchado la rosa?
13. ¿Cómo crees que se hubiera sentido la rosa si se hubiera marchado?
14. ¿Conoces alguna historia parecida a esta?
15. ¿Cuál?
16. ¿Qué has aprendido del poema?
Para finalizar os dejo una frase de Antoine de Saint-Exupéry, autor de 'El Principito': Sé que solo hay una libertad, la del pensamiento'.
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