EL Rincón de Yanka: VIVIR LA FE (Y LA IGLESIA) A LA INTEMPERIE ☁⛆

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sábado, 21 de septiembre de 2019

VIVIR LA FE (Y LA IGLESIA) A LA INTEMPERIE ☁⛆

VIVIR LA FE 
A LA INTEMPERIE


En este libro el autor reflexiona una vez más sobre la dimensión teologal de la vida cristiana, desplegada en la fe, la esperanza y el amor, poniendo de relieve su poder de transformar la vida de las personas, dándole valor, sentido, esperanza y una profunda alegría que no elimina los sufrimientos, pero permite vivirlos sin desfallecer en ellos. La imagen de la intemperie subraya la falta de apoyos sociales y culturales para la fe y su constante exposición a peligros que pueden parecer insuperables. Pero a la intemperie crecen los árboles más vigorosos, y la intemperie procura la oportunidad de vivir la fe de forma más personalizada y resistente. El cansancio espiritual, la vejez y la soledad forzosa condicionan el ejercicio de la fe. La segunda parte del libro quiere ayudar a dar con el perfil de creyente que responde a esas vicisitudes de la vida.
PRÓLOGO

Con este libro pretendo ofrecer una reflexión sobre la vida cristiana, centrada en su dimensión teologal, que destaque el poder que esta tiene de transformar la vida humana, dándole hondura, valor, sentido, pero también color, belleza, amabilidad y, en definitiva, capacidad de animar a personas que se encuentran, en la actual si­ tuación social, cultural y religiosa, con notables dificultades ­para vivirla.

A estas dificultades me refiero con la metáfora de la "intemperie". Como el "desierto", la "noche", el "invierno", tan frecuéntemente utilizadas para referirse a la ac­tual situación sociocultural de los cristianos, la intempe­rie evoca las dificultades que comporta el momento actual para quienes pretendemos vivir en él nuestra con­dición de cristianos. "Intemperie" destaca la falta de abrigo, de apoyos, que impone al cristianismo la secula­rización radicalizada característica sobre todo de los paí­ses europeos de antigua tradición cristiana, y los peligros con que le enfrentan una "cultura de la ausencia de Dios", y el clima de gélida indiferencia que extiende.


Todos los observadores de la actual situación espiritual y religiosa insisten, además, en la interiorización por los creyentes de no pocos rasgos de la situación que vivimos. De tanto "predicar en el desierto·, los cristianos habríamos interiorizado el desierto ambiental; nos estamos, añaden algunos, "haciendo indiferentes a la indiferen­cia"; también los creyentes, han afirmado incluso res­ponsables de la Iglesia, estamos contaminados por la cri­sis de Dios que viene incubándose a lo largo de la época moderna y que, desde la segunda mitad del siglo XX, se ha ido extendiendo a amplios sectores de Ja población.

En escas circunstancias puede decirse con razón que religiosamente, cristiánamente hablando, "creer o no creer, esta es hoy la cuestión ". Que la crisis de la fe es hoy -tal vez lo haya sido siempre, aunque no siempre hayamos sido conscientes de ello-, la cuestión stantis aut ca­dentis ecclesiae, el punto en que se juega el futuro del cris­tianismo en el continente en el que se implantó y desde el que se extendió a todo el mundo. "¿Somos los últimos cristianos?", se preguntaba hace unos años un eminente teólogo, refiriéndose a los cristianos adultos de Europa. La intemperie tiene también aspectos existenciales, personales, como sucede con vicisitudes de la vida en las que creer cristiánamente puede convertirse en tarea aparentemente irrealizable. A ellas se refieren los tres úl­timos apartados del texto sobre el cansancio espiritual, la vejez y la experiencia de la soledad.

Pero conviene anotar que la metáfora de la intemperie no deja de tener resonancias favorables para el desarrollo de la vida cristiana. Vivida e interpretada creyén­temente, la actual situación sociocultural y las vicisitudes de la vida que parecen dificultar la práctica de la vida cristiana se convierten en "signos de los tiempos" a tra­vés de los cuales Dios sigue haciéndose presente a los cristianos de nuestro tiempo y llamándoles a orientar sus vidas hacia Él, su verdadera meta. Porque el desierto, lu­gar de la prueba y la tentación, no deja de ser también el lugar donde Dios lleva a los suyos para hablarles al co­razón; el invierno es el tiempo en que ocultamente las semillas germinan; y las especies vegetales más robustas, los árboles más resistentes y de raíces más profundas y vi­da más larga no crecen precisamente en invernaderos. 
Estas páginas están escritas a lo largo de no pocos años de crisis, ambiental, eclesial, personal, vivida desde la convicción permanente de que la intemperie puede ser un estímulo para despertar de situaciones en que la fe era dada por supuesta y considerada un elemento más de la cultura, que se trasmitía por herencia y se conser­vaba por una especie de inercia histórica que aseguraba su permanencia.

"Vivir la fe" o, tal vez mejor, "ser creyente" son expresiones que remiten a una forma original de ejercicio de la existencia, una peculiar forma de ser hombre y mujer, que transforma la vida toda del ser humano, tiene su ori­gen en el encuentro con Dios, unum necessarium, "la per­la preciosa de extraordinario valor", que provoca la con­versión del sujeto, el cambio de rumbo en la vida, la transformación radical de la mente y el corazón que da lugar a un nuevo nacimiento y origina un hombre y una mujer nuevos. El solo hecho de preguntarse, como tan­tas veces se hace, qué añade la fe a la vida, cómo influye en ella, es señal de una concepción distorsionada de la fe que la ha desvirtuado, le ha privado de su fuerza ge­neradora, y la ha devaluado, le ha despojado de gran parte de su valor.
Porque ser creyente no pertenece al orden de lo que el hombre tiene o hace. Ser creyente hace posible a la persona decir como Pablo: "Yo vivo de la fe en el Hijo de Dios...". Porque, efectivamente, "la fe hace vivir a los hombres", y los hace vivir una vida enteramente nueva que les hace posible "no agobiarse por el día del mañana", "perdonar hasta setenta veces siete", y "amar a los enemigos", porque les permite llegar a ser "hijos del Pa­dre celestial que hace salir el sol sobre buenos y malos y caer la lluvia sobre justos y pecadores".

Así entendida, la actitud teologal solo puede ser descrita recurriendo a los múltiples aspectos que abarcan la fe, la esperanza y el amor: Así entendida, la actitud teo­logal aparece además como tarea de la vida, de toda la vi­da del ser humano mientras peregrina hacia su meta en Dios.
Este libro no pretende ser un tratado, ni siquiera mí­nimo, de teología de la fe. Su pone, sin duda, una deter­minada comprensión de la fe: la abierta por los mejores teólogos del siglo pasado. Pero en realidad se propone narrar, sobre todo, cómo intentan vivirla los grupos de cristianos entre los que ha discurrido la vida del apren­diz de creyente que ha sido y sigue siendo su autor. Un relato que termina contando que para ellos ser creyente ha valido y sigue valiendo la pena serlo. Que ser creyen­tes ha bañado, a pesar de todo, sus vidas en un clima de verdadera alegría; que les ha ayudado a vivir como hermanos en fraternidades en las que reina el amor mutuo y que, a las puertas de la ancianidad o entrados de lleno en ella, les permite enfrentarse a la muerte sostenidos por la esperanza.

Las páginas de este libro no pretenden ofrecer leccio­nes sobre los temas que aborda. Jubilado hace ya años de la docencia, no siento la menor necesidad de seguir ejerciéndola. Han surgido de reflexiones al hilo de la expe­riencia y pretenden invitar a sus lectores a contrastar con la suya propia sus resultados. Me es grato recordar a al­gunos grupos a cuyo calor cristiano han surgido mis re­flexiones: Delegación Diocesana de Emigración de Ma­drid y Colegios "Santa María del Parral (1962-1977); Centro de estudios san Dámaso (1962-2004); Seminario conciliar de Madrid (1977-1987); Instituto superior pastoral de la UPSA (desde 1964); Grupo "Jaris" de oración (desde 1981); Parroquia san Pablo de Vallecas, Madrid (desde 1987).

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La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin sacar ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha? ¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras comunidades?
Muchos de los que se van eran cristianos sencillos, acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse con Cristo?

Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el "escándalo permanente" de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién les hará creíble la Buena Noticia de Jesús? 





AL PAIRO DE LOS VIENTOS (Damián Galerón) 

VER+:
Desde hace bastante tiempo estoy en la intemperie eclesial. Estoy cansado de tantos enlabios, de tanta incoherencia, de tanto triunfalismo eclesiástico, de tanto modelo eclesial individualista y clerocéntrica. Voy por el desierto sin nada y con todo... en JesuCristo.