VIVIR LA FE
A LA INTEMPERIE
A LA INTEMPERIE
En este libro el autor reflexiona una vez más sobre la dimensión teologal de la vida cristiana, desplegada en la fe, la esperanza y el amor, poniendo de relieve su poder de transformar la vida de las personas, dándole valor, sentido, esperanza y una profunda alegría que no elimina los sufrimientos, pero permite vivirlos sin desfallecer en ellos. La imagen de la intemperie subraya la falta de apoyos sociales y culturales para la fe y su constante exposición a peligros que pueden parecer insuperables. Pero a la intemperie crecen los árboles más vigorosos, y la intemperie procura la oportunidad de vivir la fe de forma más personalizada y resistente. El cansancio espiritual, la vejez y la soledad forzosa condicionan el ejercicio de la fe. La segunda parte del libro quiere ayudar a dar con el perfil de creyente que responde a esas vicisitudes de la vida.
PRÓLOGO
Con este libro pretendo ofrecer una reflexión sobre la vida cristiana, centrada en su dimensión teologal, que destaque el poder que esta tiene de transformar la vida humana, dándole hondura, valor, sentido, pero también color, belleza, amabilidad y, en definitiva, capacidad de animar a personas que se encuentran, en la actual si tuación social, cultural y religiosa, con notables dificultades para vivirla.
A estas dificultades me refiero con la metáfora de la "intemperie". Como el "desierto", la "noche", el "invierno", tan frecuéntemente utilizadas para referirse a la actual situación sociocultural de los cristianos, la intemperie evoca las dificultades que comporta el momento actual para quienes pretendemos vivir en él nuestra condición de cristianos. "Intemperie" destaca la falta de abrigo, de apoyos, que impone al cristianismo la secularización radicalizada característica sobre todo de los países europeos de antigua tradición cristiana, y los peligros con que le enfrentan una "cultura de la ausencia de Dios", y el clima de gélida indiferencia que extiende.
Todos los observadores de la actual situación espiritual y religiosa insisten, además, en la interiorización por los creyentes de no pocos rasgos de la situación que vivimos. De tanto "predicar en el desierto·, los cristianos habríamos interiorizado el desierto ambiental; nos estamos, añaden algunos, "haciendo indiferentes a la indiferencia"; también los creyentes, han afirmado incluso responsables de la Iglesia, estamos contaminados por la crisis de Dios que viene incubándose a lo largo de la época moderna y que, desde la segunda mitad del siglo XX, se ha ido extendiendo a amplios sectores de Ja población.
En escas circunstancias puede decirse con razón que religiosamente, cristiánamente hablando, "creer o no creer, esta es hoy la cuestión ". Que la crisis de la fe es hoy -tal vez lo haya sido siempre, aunque no siempre hayamos sido conscientes de ello-, la cuestión stantis aut cadentis ecclesiae, el punto en que se juega el futuro del cristianismo en el continente en el que se implantó y desde el que se extendió a todo el mundo. "¿Somos los últimos cristianos?", se preguntaba hace unos años un eminente teólogo, refiriéndose a los cristianos adultos de Europa. La intemperie tiene también aspectos existenciales, personales, como sucede con vicisitudes de la vida en las que creer cristiánamente puede convertirse en tarea aparentemente irrealizable. A ellas se refieren los tres últimos apartados del texto sobre el cansancio espiritual, la vejez y la experiencia de la soledad.
Pero conviene anotar que la metáfora de la intemperie no deja de tener resonancias favorables para el desarrollo de la vida cristiana. Vivida e interpretada creyéntemente, la actual situación sociocultural y las vicisitudes de la vida que parecen dificultar la práctica de la vida cristiana se convierten en "signos de los tiempos" a través de los cuales Dios sigue haciéndose presente a los cristianos de nuestro tiempo y llamándoles a orientar sus vidas hacia Él, su verdadera meta. Porque el desierto, lugar de la prueba y la tentación, no deja de ser también el lugar donde Dios lleva a los suyos para hablarles al corazón; el invierno es el tiempo en que ocultamente las semillas germinan; y las especies vegetales más robustas, los árboles más resistentes y de raíces más profundas y vida más larga no crecen precisamente en invernaderos.
Estas páginas están escritas a lo largo de no pocos años de crisis, ambiental, eclesial, personal, vivida desde la convicción permanente de que la intemperie puede ser un estímulo para despertar de situaciones en que la fe era dada por supuesta y considerada un elemento más de la cultura, que se trasmitía por herencia y se conservaba por una especie de inercia histórica que aseguraba su permanencia.
Estas páginas están escritas a lo largo de no pocos años de crisis, ambiental, eclesial, personal, vivida desde la convicción permanente de que la intemperie puede ser un estímulo para despertar de situaciones en que la fe era dada por supuesta y considerada un elemento más de la cultura, que se trasmitía por herencia y se conservaba por una especie de inercia histórica que aseguraba su permanencia.
"Vivir la fe" o, tal vez mejor, "ser creyente" son expresiones que remiten a una forma original de ejercicio de la existencia, una peculiar forma de ser hombre y mujer, que transforma la vida toda del ser humano, tiene su origen en el encuentro con Dios, unum necessarium, "la perla preciosa de extraordinario valor", que provoca la conversión del sujeto, el cambio de rumbo en la vida, la transformación radical de la mente y el corazón que da lugar a un nuevo nacimiento y origina un hombre y una mujer nuevos. El solo hecho de preguntarse, como tantas veces se hace, qué añade la fe a la vida, cómo influye en ella, es señal de una concepción distorsionada de la fe que la ha desvirtuado, le ha privado de su fuerza generadora, y la ha devaluado, le ha despojado de gran parte de su valor.
Porque ser creyente no pertenece al orden de lo que el hombre tiene o hace. Ser creyente hace posible a la persona decir como Pablo: "Yo vivo de la fe en el Hijo de Dios...". Porque, efectivamente, "la fe hace vivir a los hombres", y los hace vivir una vida enteramente nueva que les hace posible "no agobiarse por el día del mañana", "perdonar hasta setenta veces siete", y "amar a los enemigos", porque les permite llegar a ser "hijos del Padre celestial que hace salir el sol sobre buenos y malos y caer la lluvia sobre justos y pecadores".
Así entendida, la actitud teologal solo puede ser descrita recurriendo a los múltiples aspectos que abarcan la fe, la esperanza y el amor: Así entendida, la actitud teologal aparece además como tarea de la vida, de toda la vida del ser humano mientras peregrina hacia su meta en Dios.
Este libro no pretende ser un tratado, ni siquiera mínimo, de teología de la fe. Su pone, sin duda, una determinada comprensión de la fe: la abierta por los mejores teólogos del siglo pasado. Pero en realidad se propone narrar, sobre todo, cómo intentan vivirla los grupos de cristianos entre los que ha discurrido la vida del aprendiz de creyente que ha sido y sigue siendo su autor. Un relato que termina contando que para ellos ser creyente ha valido y sigue valiendo la pena serlo. Que ser creyentes ha bañado, a pesar de todo, sus vidas en un clima de verdadera alegría; que les ha ayudado a vivir como hermanos en fraternidades en las que reina el amor mutuo y que, a las puertas de la ancianidad o entrados de lleno en ella, les permite enfrentarse a la muerte sostenidos por la esperanza.
Las páginas de este libro no pretenden ofrecer lecciones sobre los temas que aborda. Jubilado hace ya años de la docencia, no siento la menor necesidad de seguir ejerciéndola. Han surgido de reflexiones al hilo de la experiencia y pretenden invitar a sus lectores a contrastar con la suya propia sus resultados. Me es grato recordar a algunos grupos a cuyo calor cristiano han surgido mis reflexiones: Delegación Diocesana de Emigración de Madrid y Colegios "Santa María del Parral (1962-1977); Centro de estudios san Dámaso (1962-2004); Seminario conciliar de Madrid (1977-1987); Instituto superior pastoral de la UPSA (desde 1964); Grupo "Jaris" de oración (desde 1981); Parroquia san Pablo de Vallecas, Madrid (desde 1987).
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La mayoría se ha ido marchando silenciosamente, sin sacar ruido alguno. Siempre han estado mudos en la Iglesia. Nadie les ha preguntado nada importante. Nunca han pensado que podían tener algo que decir. Ahora se marchan calladamente. ¿Qué hay en el fondo de su silencio? ¿Quién los escucha? ¿Se han sentido alguna vez acogidos, escuchados y acompañados en nuestras comunidades?
Muchos de los que se van eran cristianos sencillos, acostumbrados a cumplir por costumbre sus deberes religiosos. La religión que habían recibido se ha desmoronado. No han encontrado en ella la fuerza que necesitaban para enfrentarse a los nuevos tiempos. ¿Qué alimento han recibido de nosotros? ¿Dónde podrán ahora escuchar el Evangelio? ¿Dónde podrán encontrarse con Cristo?
Otros se van decepcionados. Cansados de escuchar palabras que no tocan su corazón ni responden a sus interrogantes. Apenados al descubrir el "escándalo permanente" de la Iglesia. Algunos siguen buscando a tientas. ¿Quién les hará creíble la Buena Noticia de Jesús?
104455709-Gonzalez-Ruiz-Jos... by dalver1973 on Scribd
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