EL CIEGO BARTIMEO QUE ESTABA
AL LADO DEL CAMINO, GRITÓ, SOLTÓ, SALTÓ,
ORANDO AL SALVADOR, ARROJÓ SU MANTO,
DIO UN SALTO DE FE
Y SE ACERCÓ A JESÚS POR EL CAMINO
ORANDO AL SALVADOR, ARROJÓ SU MANTO,
DIO UN SALTO DE FE
Y SE ACERCÓ A JESÚS POR EL CAMINO
GRACIAS A LOS DISCÍPULOS QUE LE LLAMARON
EN EL NOMBRE DE JESÚS
Jericó no se encuentra demasiado lejos de Jerusalem, a tan sólo 30 km, y aún en el siglo I, esa distancia la convierte en casi un suburbio jerosolimitano.
Ese estar a las puertas de la Ciudad Santa también tiene su aspecto simbólico, y es que nos ubicamos espiritualmente a las puertas de la Pasión. Aquí, usualmente correspondería decir que la suerte está echada; sin embargo, hay mucho más -siempre hay más- pues la Pasión de Cristo es, ante todo y por sobre todo, fruto primordial de la decisión de Cristo de ofrendar su vida en rescate por toda la humanidad, y esta decisión es de carácter absoluto, libérrimo, pura obediencia y amor a su Padre. Es Cristo quien decide y no hay nada de azaroso, ni tampoco será determinante la acción de sus enemigos. Sólo Él y ante todo Él.
Sutilmente, el Evangelista Marcos nos acerca un nombre, Bartimeo. En todo su Evangelio sólo dos nombres son especialmente recordados como personas receptoras de milagros, del paso del amor de Dios por sus vidas: ellos son Jairo y, precisamente, Bartimeo.
El nombre es extraño, pues combina el patronímico arameo con un nombre helénico, que tal vez signifique hijo de Timeo, o sea, hijo del honor o hijo honorable. La contraposición es evidente: el nombre contradice la situación actual de Bartimeo, encerrado en un mundo de sombras que se acota al manto en donde se ubica a la vera de la ruta, dependiendo de las limosnas de otros para apenas sobrevivir. A la vez, porta el sambenito cruel de que su enfermedad se produce a causa de pretéritos pecados propios o de los padres, por lo que su ceguera lo transforma en un impuro ritual.
Bartimeo estaba sentado junto al camino, no estaba en el camino, pero estaba junto al camino y sentado. Bartimeo no estaba peregrinando, no tenia para donde ir, no tenia a quien seguir, no tenía propósito o dirección. La gente que va y viene se ha acostumbrado a esa presencia espectral, como solemos acostumbrarnos al dolor ajeno, acomodando psiquis y morigerando ciertas culpas que nada cambian, que todo dejan igual, sin brindar una siquiera una mano solidaria.
Al paso del Cristo caminante, se despiertan las esperanzas adormecidas. La escena es entrañable: Bartimeo clama el auxilio y la misericordia de Jesús mientras es tratado de silenciar por aquellos que lo tienen como predestinado a su situación, y en la medida en que aumenta la intención reprensiva, aumenta en intensidad el clamor de Bartimeo. Hay voces que no pueden ni deben callarse, nunca.
Su ceguera es física, pero comparte con los que pretenden acallarlo otra ceguera de índole espiritual, y es no reconocer en Jesús de Nazareth al Salvador, Aquél que sólo por su Gracia puede conferir un real sentido a su existencia.
Cuando Cristo convoca, es difícil permanecer indiferente a eso que llamamos vocación, de quien es camino, es verdad y es vida.
El abandono del manto es dejar atrás ciertas seguridades menores para sumergirse en el mar sin orillas del Evangelio, navegando con confianza en la barca de la fe.
Bartimeo arroja su manto o capa, y llega delante de Jesús; arroja su capa, pero sigue ciego. Él no recibe el milagro hasta que se acerca a Jesús y habla con él; pero, antes de acercarse a Jesús, dejó su capa. ¿Qué es lo importante de esto? Se nos dice que esto era un ciego que mendigaba. En aquellos tiempos, la gente pagaba un impuesto para mendigar; por lo tanto, Bartimeo había comprado aquella capa, había pagado los impuestos para poder sentarse junto al camino y pedir dinero. Cuando Jesús llama a Bartimeo, la primera acción de fe de él fue arrojar la capa, queriendo decir: Yo voy a buscar mi dinero; no vuelvo a este lugar, al lado del camino; no vuelvo a mendigar. ¿Qué hubiera hecho gente que no quiere arriesgarse? Hubieran ido donde Jesús con la capa en la mano, por si el milagro no se daba. Bartimeo soltó la capa en un acto de fe, y dio un salto de fe diciendo: Jamás volveré a mendigar, a depender económicamente de esa capa que me hace mendigo; voy a ser sano.
Tú necesitas arrojar tu capa. Hay cosas de las que tú has estado dependiendo, en vez de estar dependiendo de Dios. Hoy, el mensaje de Dios para tu vida es: Ten confianza; levántate, te llama. Atrévete a salir, a decir: Me voy a levantar.
Vive por la seguridad de que Dios va a hacer tu milagro. No vuelvas a depender de las cosas de tu pasado. Atrévete a arriesgar, a creerle a Dios que Él va a hacer algo sobrenatural en tu vida. Hoy te exhortamos, como exhortaba la gente a Bartimeo: Ten confianza; levántate, te llama. Arroja tu capa. Lo que Dios va a hacer en tu vida va a ser tan grande, que jamás volverás al mismo lugar donde estabas.
Bartimeo, con aquella acción de arrojar la capa, dio un salto de fe, estaba diciendo: Jamás vuelvo a estar aquí al lado del camino, junto al camino, al lado del camino. Declara hoy que arrojas tu capa; ve con confianza, delante del Señor; arriésgate. Bartimeo iba ciego; arrojó la capa, y seguía ciego; pero él decía: Cuando llegue allí, voy a quedar sano, y jamás vuelvo a este lugar.
Créele a Dios por tu milagro; arroja y salta, creyendo que Dios va a hacer una obra milagrosa en tu vida. Bartimeo recibió la sanación, no en el instante en que lanzó la capa y dio un salto de fe; la capa era demostración del riesgo que él estaba dispuesto a tomar para alcanzar el milagro. Cuando estás dispuesto a arriesgar, demuestras que confías en que eso no es lo único que Dios te va a dar, en que Dios te va a sacar de ese lugar, saltas con fe, y te mueves hacia el futuro que Dios tiene para ti.
Por eso Bartimeo recupera la luz en sus ojos y en su alma, por eso Bartimeo lo sigue por el camino con una vida nueva, la de discípulo, la de quien ha sido restablecido en su humanidad como hombre libre y pleno.
Y Jesús le dijo: Ve, tu fe te ha salvado (griego: sesoken se – sanado o salvado). Y luego cobró la vista, y seguía á Jesús en el camino (griego: hodo).
“Ve, tu fe te ha salvado” (sesoken). La palabra sesoken (de la raíz sozo) tiene una alegre ambigüedad. Puede significar sanado, hecho entero, o salvado. En el caso de este hombre, los tres son verdad. El hombre no solo recobra la vista y, por lo tanto, su puesto social, también se convierte en un seguidor de Jesús “en el camino.” ¿Camino adónde? ¡A Jerusalén! ¡A la cruz! ¡A la tumba abierta!
A nosotros, peregrinos de esta vida, nos queda también suplicar el poder volver a mirar y ver. Y bajo ningún punto de vista, acallar las voces de los que sufren.
El Ciego Bartimeo representa a todos los hombres y mujeres que se han quedado en el camino con sus cegueras espirituales, sin embargo también es ejemplo de hombre de fe porque su fe lo salvó. Aun cuando muchos nos traten de poner obstáculos en el camino, siempre es Jesús que se detiene y nos llama.
La Iglesia nunca estará exenta de personas que sean obstáculos para otras, no debe asombrarnos los escándalos ya que este pasaje nos lo profetiza. La fe en Jesús hay que proclamarla a los cuatro vientos. Muchas veces decimos que estamos del lado del Señor pero vamos en otra dirección.
Ya es hora de dejar el “manto” que nos tenia atado al pasado que nos producía inmovilidad, este es un mal que seguimos teniendo en nuestra Iglesia, decimos que vamos por buen camino pero los resultados en el mundo es otro. Parece que no estamos haciendo lo suficiente por hacer un mundo lleno de amor.
El teólogo Michel de Verteuil tiene una maravillosa oración en conexión con esta historia:
“Señor, hay mucha gente sentada a la orilla del camino, gritando para que tengamos piedad de ellos, pero a veces gritan en extrañas maneras: portándose mal en la sala de clase; tomando drogas y alcohol; estando malhumorados; permaneciendo en silencio o encerrados en sus habitaciones; a veces insistiendo en que están felices de estar a la vera del camino mientras pasan los demás. Señor, como Jesús, necesitamos detener todo lo que estamos haciendo, de manera de poder oír que ellos expresen su profundo anhelo de que se les devuelva la vista”.
Imagino a Jesús diciendo sobre mí:
“¡Llámala a ella aquí!”, o “¡Llámalo a él aquí!”, y luego diciéndome: “¿Qué quieres que haga por tí?”.
Los cuatro pasos de Bartimeo
José H. Prado Flores
José H. Prado Flores
- "ESCUCHAR" CUANDO JESÚS PASA CERCA DE TÍ
- "GRITAR TU FE"
- "PROFESAR TU AMOR"
- "DEJAR TUS ÍDOLOS Y SEGUIR A JESÚS POR EL CAMINO"
EL CIEGO DE JERICÓ
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