¿Cuál es la misión de la Iglesia?,
"Nos preocupa que, con toda nuestra pasión por renovar la ciudad o abordar los problemas sociales, corramos el riesgo de marginalizar la única cosa que hace cristiana a la misión cristiana: esto es, hacer discípulos de Jesucristo." Un fragmento de "¿Qué es la misión de la Iglesia?", de Kevin DeYoung y Greg Gilbert (Peregrino, 2015).
Este es un fragmento del libro "¿Cuál es la misión de la Iglesia?", de Kevin DeYoung y Greg Gilbert (Editorial Peregrino, 2015). Puede saber más sobre el libro aquí.
¿QUÉ SIGNIFICA MISIÓN?
Antes de seguir adelante para responder a la pregunta planteada en el título de este libro, deberíamos reconocer la dificultad que reside en la pregunta misma. Gran parte del problema al definir la misión de la iglesia es definir la palabra misión. Dado que misión no es una palabra bíblica como pacto o justificación o evangelio, determinar su significado para los creyentes es particularmente difícil.
La respuesta a la pregunta ¿cuál es la misión de la iglesia? depende —en gran medida— de lo que se entienda por misión. Uno podría argumentar que glorificar a Dios y disfrutar de él para siempre es la misión de la iglesia, porque este es nuestro fin principal como creyentes redimidos. Otros podrían decir que amar a Dios y amar al prójimo es la mejor descripción de nuestra misión, porque estos son los más grandes mandamientos. Y algún otro podría tomar prestada la frase de un himno del siglo XIX y argumentar que confiar y obedecer es la esencia de nuestra misión, porque este es el gran llamado del mensaje del evangelio. En un sentido seríamos insensatos si nos opusiéramos a alguna de estas respuestas. Si misión es simplemente un sinónimo de vivir una vida cristiana fiel, entonces hay docenas de maneras de responder a la pregunta ¿cuál es la misión de la iglesia?
¿Pero no es sabio buscar una definición más precisa para una palabra tan común? Nunca hemos conocido a ningún cristiano que estuviera en contra de la misión. De hecho, todas las iglesias que hemos conocido dirían que están apasionadas por la misión. Entonces, ¿no deberíamos intentar ser claros sobre aquello que todos apoyamos? Los cristianos han visto por mucho tiempo la importancia de definir cuidadosamente otras palabras teológicas como Trinidad, esencia e inerrancia. La teología no llegará lejos sin prestar una cuidadosa atención a las distinciones y a las definiciones. Así que, ¿por qué no trabajar en una definición de misión? Los cristianos a menudo hablan de viajes misioneros, campos misioneros, y trabajo misionero, por lo que parece ser una buena idea, al menos, intentar definir aquello de lo que estamos hablando. Es cierto que el significado de las palabras puede cambiar, y puede que no sea posible controlar la definición de misión después de cincuenta años de expansión. Pero nos parece que hace falta una definición más precisa, ya que la afirmación de Stephen Neill da en el clavo: «Si todo es misión, nada es misión».
¿Pero por dónde empezamos con una definición? En su influyente libro Transforming Mission, David Bosch argumenta acertadamente que «desde los años cincuenta se ha producido entre los cristianos una notable escalada en el uso de la palabra ‘misión’. Esto vino de la mano con una significativa ampliación del concepto, al menos en ciertos círculos». La misión solía referirse de forma bastante específica al envío transcultural de cristianos para convertir a los que no son cristianos y plantar iglesias. Pero ahora la misión es entendida de una manera mucho más amplia: la protección del medio ambiente es misión; la renovación de la comunidad es misión; bendecir a nuestro prójimo es misión. Misión aquí, misión allá... La misión está en todas partes; todos somos misioneros. Como Christopher Wright dijo, en desacuerdo con la cita de Stephen Neill: «Si todo es misión… todo es misión». La ambigüedad del término misión no ha hecho más que aumentar con la reciente proliferación de términos como misional y missio Dei. No es de extrañar que Bosch concluya unas páginas más adelante: «Al final, la misión permanece indefinible».
Pero tal vez una definición común no es todavía una causa perdida. Antes de renunciar a una definición, Bosch reconoce que misión, al menos en el uso tradicional, «presupone alguien que envía, una persona o personas que son enviadas por el que envía, aquellos a quienes uno es enviado, y una tarea». Aunque su teología de la misión es más amplia y muy diferente a lo que vamos a proponer en este libro, y a pesar de que no le gusten muchas de las formas en las que esta visión tradicional ha sido empleada, Bosch tiene algo de razón aquí. En su sentido más básico, el término misión implica dos cosas para la mayoría de la gente: (1) ser enviado y (2) recibir una tarea. El primer punto tiene sentido ya que misión viene de una palabra latina —mittere— que significa «enviar». El segundo punto está implícito en el primero. Cuando somos enviados en una misión, somos enviados a hacer algo —y no a hacerlo todo—, más bien se nos da una tarea en particular. A nivel de la calle, las personas saben básicamente lo que significa una misión. Por ejemplo, la vieja serie de televisión Misión Imposible siempre implicaba un objetivo específico que se suponía que Peter Graves debía cumplir. Las empresas gastan millones cada año perfeccionando las declaraciones de «su misión», y los restaurantes de comida rápida incluso cuelgan el letrero «Nuestra Misión» en la pared, para asegurarnos que están fanáticamente centrados en servirnos las mejores hamburguesas de la ciudad. Incluso en el mundo que nos rodea, todos entienden que una misión es aquella cosa principal que te has propuesto lograr. La mayoría de las organizaciones tiene algo —a diferencia de otras cosas— que hace y debe hacer, y se entiende que tal cosa es su misión. Creemos que sucede lo mismo con la iglesia.
En su estudio de la misión en el Evangelio según Juan, Andreas Köstenberger propone una definición práctica en esta misma línea: «La misión es la tarea específica o propósito que una persona o grupo pretende lograr». Fíjate otra vez en los conceptos claves de ser enviado y recibir una tarea. Del mismo modo, John Stott ha argumentado que la misión no es todo lo que la iglesia hace, sino «todo para lo que la iglesia es enviada al mundo». Estamos convencidos de que si le preguntas a la mayoría de los cristianos ¿Cuál es la misión de la iglesia?, te oirán preguntar: ¿Cuál es la tarea específica o propósito para el cual la iglesia es enviada al mundo? Esta es nuestra definición práctica de misión y lo que queremos preguntar con el título de este libro.
UNA CORRECCIÓN A LA CORRECCIÓN
Nuestro sincero deseo es que este libro pueda ser una contribución positiva al debate acerca de la misión (tan frecuente y necesario en el mundo evangélico). Queremos ser positivos con nuestro tono. Queremos edificar en vez de destruir. Pero, inevitablemente, una buena parte de nuestro trabajo en estos capítulos será correctivo.
Algo que queremos corregir es una definición demasiado amplia que entiende la misión como cada cosa buena que un cristiano puede hacer como colaborador de Dios en su misión de redimir al mundo entero. Sin embargo, no somos antimisionales. Cada vez más, misional significa simplemente estar «de misión», esto es, ser conscientes de que todo lo que hacemos debería servir a la misión de la iglesia, siendo amables, centrándonos en el bien de otros, actuando como buenos samaritanos con aquellos que están fuera de la comunidad de fe, y teniendo una estrategia santificada al ser intencionales y «atractivos» para aquellos que no conocen a Cristo. A menudo esto se resume como «sal de tu burbuja santa e implícate en tu comunidad con el evangelio». Estamos a favor de esto. Todo cristiano debería estarlo. No pretendemos criticar a cualquier cristiano que se atreva a poner -al al final de misión. Mucho menos queremos difamar a muchos de nuestros amigos que felizmente usan esta palabra para decir normalmente cosas muy buenas.
No obstante, no está mal examinar la palabra misional. Es un gran maletero que puede contrabandear una gran cantidad de equipaje no deseado. Sospechar de cada mención de la palabra es malo, pero es sabio expresar preocupación sobre cómo se usa la palabra a veces.
Con esto en mente, tenemos algunas preocupaciones sobre cómo el pensamiento misional se ha desarrollado a veces en la conversación acerca de la misión de la iglesia:
1. Nos preocupa que los buenos comportamientos sean a veces elogiados pero en las categorías equivocadas. Por ejemplo, se promueven muchas buenas obras bajo el término justicia social, pero pensamos que «amar a tu prójimo» es a menudo una mejor categoría. O bien, la gente hablará acerca de transformar el mundo, cuando pensamos que una «presencia fiel» es una mejor forma de describir lo que estamos tratando de hacer y lo que realmente podemos llegar a hacer en el mundo. O, a veces, cristianos con buenas intenciones hablan de «edificar el reino» o «edificar para el reino», cuando en realidad los verbos asociados con el reino son casi siempre pasivos (entrar, recibir, heredar). Sería mejor que habláramos de vivir como ciudadanos del reino, en lugar de decirle a nuestra gente que construyan el reino.
2. Nos preocupa que en nuestro recién descubierto celo misional a veces pongamos duros «deberías» sobre los cristianos donde deberíamos estar invitándolos con «puedes». Deberías hacer algo acerca de la trata de personas. Deberías hacer algo respecto al SIDA. Deberías hacer algo sobre la falta de buena educación pública. Cuando dices «deberías», estás implicando que si la iglesia no aborda estos problemas, entonces estamos siendo desobedientes. Pensamos que sería mejor invitar a los cristianos individualmente de acuerdo a sus dones y llamados, para intentar solucionar estos problemas en lugar de acusar a la iglesia por «no preocuparse».
3. Nos preocupa que, con toda nuestra pasión por renovar la ciudad o abordar los problemas sociales, corramos el riesgo de marginalizar la única cosa que hace cristiana a la misión cristiana: esto es, hacer discípulos de Jesucristo. Pero antes de ir más lejos en el camino misional correctivo, tal vez sería útil dejar claro desde el principio lo que queremos y lo que no queremos lograr con este libro.
No queremos:
· Que los cristianos sean indiferentes ante el sufrimiento a su alrededor y alrededor del mundo.
· Que los cristianos piensen que la evangelización es la única cosa que realmente cuenta en la vida.
· Que los cristianos que arriesgan sus vidas y se sacrifican por los pobres y los desfavorecidos piensen que su trabajo es de alguna forma sospechoso o que solo es digno de alabanza si resulta en conversiones.
· Que los cristianos se retiren a sus burbujas santas o sean felizmente indiferentes en cuanto a trabajar duro o causar impacto, en cualquiera que sea el campo o la carrera a la que el Señor los ha llamado.
· Que los cristianos dejen de soñar con formas creativas y valientes de amar a su prójimo e impactar sus ciudades. Queremos subrayar todos estos puntos, ponerles un asterisco, marcarlos con un rotulador, y escribirlos en nuestros corazones. Es demasiado fácil tener nuestras cabezas bien pero tener mal nuestros corazones y manos.
Habiendo dicho todo esto, sin embargo, aquí hay algo que sí queremos:
· Queremos asegurarnos de que el evangelio —la buena noticia de la muerte de Cristo por el pecado y su posterior resurrección— sea prioritario en nuestras iglesias.
· Queremos cristianos libres de falsa culpa (de pensar que la iglesia es responsable de la mayoría de los problemas que hay en el mundo o responsable de arreglar estos problemas).
· Queremos que la tarea clara y absolutamente única de la iglesia —hacer discípulos de Jesucristo para la gloria de Dios el Padre— sea puesta al frente y en el centro, y que no se pierda en un frenesí de elogiables preocupaciones. · Queremos que los cristianos entiendan la historia de la Biblia y que piensen más críticamente acerca de los textos específicos que hay dentro de esta historia.
· Queremos que la iglesia recuerde que hay algo peor que la muerte y algo mejor que la prosperidad humana. Si solo esperamos ciudades renovadas y cuerpos restaurados en esta vida, somos, de todas las personas, las más dignas de lástima.
Al corregir ciertos aspectos del pensamiento misional, nos damos cuenta de que el pensamiento misional mismo está luchando para corregir abusos de la misiología tradicional. Ambas correcciones pueden ser necesarias en ciertas ocasiones. Esperamos que ningún evangélico diga, o piense: ¡Ah, que se queme todo! ¿A quién le importa la comida y el agua para los pobres? ¿A quién le importa el SIDA?
Dadles el evangelio para el alma e ignorad las necesidades del cuerpo. Esto es a lo que el pensamiento misional se opone. Y similarmente, esperamos que ningún evangélico diga, o piense, lo contrario: Compartir el evangelio es ofensivo y hay que evitarlo. Mientras que los pobres tengan una capacitación laboral, atención sanitaria, y educación, es suficiente. El mundo necesita más comida, no más sermones. Esperamos que el pensamiento misional no esté a favor de esto.
UNA ORACIÓN PIDIENDO HUMILDAD Y ENTENDIMIENTO
La verdad es que ambas partes tienen algunas cosas importantes que decirse una a la otra, y deberíamos ser cuidadosos en nuestra mutua corrección para no compensar en exceso. Tomando lo mejor, los pensadores misionales advierten a la iglesia acerca de una indiferencia descuidada y una falta de amor ante los problemas y las oportunidades potenciales que hay a nuestro alrededor, una desconsideración dualista por la persona completa. Por otro lado, un grupo —usualmente— diferente de cristianos teme sueños utópicos demasiado optimistas —y agotadores—, una pérdida de teocentrismo y una dilución del urgente mensaje de la iglesia (Cristo crucificado por pecadores que merecen el Infierno).
Ambos peligros son reales. Admitimos que probablemente seamos más sensibles al segundo de estos peligros. Y de hecho uno de los objetivos de este libro es proteger a la iglesia de estos errores. Pero entendemos plenamente que muchos cristianos —quizá incluso nosotros dos— estamos a menudo en peligro de pasar de largo ante el hombre herido en el camino de Jericó. Uno de los riesgos de este libro —probablemente el mayor riesgo— es que seamos vistos como (¡o seamos de verdad!) dos tipos que solo hablan de las buenas obras de labios para afuera. Si bien esperamos que este libro dé a los cristianos un mejor manejo de los textos en disputa y mejores categorías para pensar acerca de su servicio en el mundo, estaríamos decepcionados si descubriésemos que pasado un año nuestro trabajo contribuyó a desalentar un amor radical y la generosidad hacia las personas que sufren. Nosotros dos —aunque estamos lejos de ser ejemplos perfectos— a menudo hemos ayudado a personas que lo pasan mal y hemos apoyado tanto a organizaciones como a individuos que trabajan para aliviar el sufrimiento. Nuestras iglesias participan en ministerios de misericordia a nivel local e internacional. Queremos ser —y queremos que nuestros congregantes y todos nuestros lectores sean— el tipo de «persona justa» que vive «una vida de honestidad, equidad, y generosidad en cada aspecto de su vida», como dice Tim Keller, vive «una vida de honestidad, equidad, y generosidad en cada aspecto de su vida».
Aun así este libro no trata de la «justicia generosa», sino de la misión de la iglesia. Queremos ayudar a los cristianos a articular y vivir sus perspectivas sobre la misión de la iglesia de forma que sean más fieles teológicamente, más cuidadosas exegéticamente y más sostenibles personalmente.
UN ENOFOQUE PASTORAL
Al principio de un libro es útil entender qué tipo de material estás leyendo. Este no es un libro escrito por y para eruditos bíblicos o teológicos. Vamos a abordar muchos textos y vamos a interactuar con mucha teología —y esperamos hacerlo con responsabilidad—, pero no estamos intentando hacer una monografía académica sobre una teología bíblica de la misión. No estamos tratando de decirle a las organizaciones misioneras qué es lo que tienen que hacer, ni estamos enseñando a los misioneros cómo hacer su trabajo, aunque nos gustaría pensar que este libro será útil para ambos grupos. Somos pastores, escribiendo para el cristiano «medio» y el pastor «ordinario» que intenta entender toda una serie de cuestiones misiológicas. Basándonos en muchas conversaciones que hemos tenido —por escrito, en línea y en persona—, nuestra sensación es que todo este tema de la misión —junto con asuntos relacionados como el reino, la justicia social, el shalom, el mandato cultural y la preocupación por los pobres— es el asunto más confuso, más discutido, más energizante y más potencialmente divisivo que hay en la iglesia evangélica de hoy. [...]
VOLVIENDO A LA PREGUNTA QUE NOS OCUPA
Entonces, ¿cuál es la misión de la iglesia? Ya te hemos mantenido en suspense el tiempo suficiente. En resumen, argumentaremos que la misión de la iglesia está resumida en los pasajes de la Gran Comisión14 (las órdenes culminantes de puesta en marcha que Jesús da al final de los Evangelios y al principio de los Hechos). Creemos que la iglesia es enviada al mundo para dar testimonio de Jesús proclamando el evangelio y haciendo discípulos de todas las naciones. Esta es nuestra tarea; este es nuestro llamado singular y central.
Esto es lo que vamos a tratar de defender en el siguiente capítulo, considerando tanto los pasajes de la Gran Comisión como varios otros textos que a menudo se sugieren como comisiones alternativas o adicionales para la iglesia.
Los siguientes seis capítulos —parte 2— exploran una serie de conceptos teológicos más amplios que siempre surgen en los debates acerca de la misión.
El capítulo 3 pregunta cuál es el significado principal de toda la historia de la Biblia y cómo esto afecta a nuestro entendimiento de la misión de la iglesia.
El capítulo 4 trata de entender la estructura y el contenido del mensaje del evangelio y plantea si el evangelio del perdón de pecados a través de Jesús es «demasiado pequeño».
El capítulo 5 considera la enseñanza de la Biblia acerca del Reino de Dios y cómo está relacionado con nosotros. Los capítulos 6 y 7 van juntos, y exploran la idea de la «justicia social», mirando cuidadosamente varios textos bíblicos relacionados con la justicia.
En el capítulo 8 pensamos acerca de la intención de Dios de rehacer el mundo, y consideramos qué significa esto para la actividad de la iglesia en el mundo.
El capítulo 9 es nuestro intento de pensar en términos prácticos sobre lo que todo esto significa. Si la misión de la iglesia es la proclamación y el hacer discípulos, entonces, ¿cuál es la motivación teológica para las buenas obras? ¿Y cómo tiene que pensar una iglesia acerca de lo que debería estar haciendo?
Finalmente, el capítulo 10 ofrece una perspectiva final y nos anima a todos a volver a comprometernos con la gran labor que nuestro Señor nos ha dado.
Una última palabra antes de sumergirnos en estas cosas: Queremos decir nuevamente que apoyamos firmemente a las iglesias que llevan a cabo ministerios de misericordia en sus comunidades. Nuestras propias iglesias tienen programas y apoyan a misioneros que buscan satisfacer las necesidades físicas, mientras que también esperan compartir el evangelio siempre que sea posible. Aunque no creemos que la misión de la iglesia sea edificar el reino o colaborar con Dios en rehacer el mundo, esto no significa que estemos en contra del compromiso cultural.
Lo que queremos decir simplemente es que debemos entender estos esfuerzos en las categorías teológicas correctas y abarcarlos sin sacrificar prioridades más explícitas. No deberíamos devaluar las buenas obras considerándolas solo como un medio para otro fin —la evangelización—, pero tampoco queremos exagerar nuestra responsabilidad pensando que es nuestro deber edificar el reino a través de nuestras buenas obras. De forma similar, no deberíamos sobreespiritualizar la acción social haciéndola equivalente al shalom de Dios. A medida que la iglesia ame a un mundo tan amado por Dios, trabajaremos para aliviar el sufrimiento donde podamos, pero especialmente el sufrimiento eterno.
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SACERDOTES PECADORES DE OMISIÓN
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El pecado de omisión es el pecado que hace condenar más sacerdotes. En el del juicio, dice san Bernardo, se levantará un grande clamoreo que dirá: Señor, somos condenados, lo conocemos, pero los sacerdotes tienen la culpa, ellos no nos avisaron, no nos corrigieron. Pero la voz más imponente, las palabras más aterradoras serán las del mismo Jesucristo, quien les dirá que no han distribuido el pan de la divina palabra, que no han vestido al desnudo con la estola nupcial de la gracia por medio de los sacramentos… ¡Cuántos sacerdotes que podrían, catequizando, predicando, confesando, misionando, socorrer las necesidades espirituales del prójimo! No lo hacen, y los dejan perecer y condenar, ¡ay de ellos! San Antonio María Claret: SERMONES DE MISIÓN tomo I pagina 9
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Si la nota dijese:
“Una nota no hace melodía…”,
no habría sinfonías.
Si una palabra dijese:
“Una palabra no puede
hacer una página…”,
no habría libros.
Si la piedra dijese:
“Una piedra no puede levantar
una pared…”, no habría casas.
Si la gota de agua dijese:
“Una gota no puede formar
un río…”, no habría océanos.
Si el grano de trigo dijese:
“Un grano no llena
un campo…”,
no habría cosechas.
Si el hombre dijese:
“Un gesto de amor no puede
ayudar a la humanidad…”,
no habría justicia, ni paz,
ni dignidad, ni felicidad
sobre la tierra de los hombres.
Como la sinfonía necesita cada nota,
como la casa necesita cada piedra,
como el océano necesita cada gota,
como la cosecha necesita cada grano de trigo,
la humanidad entera tiene necesidad de ti,
allí donde estés.
GABRIEL LEAL
PLANES
Si tus planes son para un año, siembra trigo;
si son para diez, planta un árbol;
si son para cien años, instruye al pueblo.
Sembrando trigo, cosecharás una vez;
plantando un árbol, cosecharás diez veces;
instruyendo al pueblo, cosecharás cien veces.
KUANT -SEN
LAS BIENAVENTURANZAS EL DIABLO
Si el diablo escribiera sus propias bienaventuranzas, tal vez serían así:
1. Bienaventurados los que están demasiado cansados, ocupados o distraídos para ayudar a los demás: me ahorran el esfuerzo de alejarles de las bendiciones de Dios.
2. Bienaventurados quienes no actúan hasta que repetidamente les piden ayuda, y esperan que siempre les den las gracias: es fácil impedirles trabajar por Dios. 3. Bienaventurados los que critican y ya no asisten a la comunidad: ellos son mis misioneros.
4. Bienaventurados los que siempre hablan mal de los demás, los que se quejan sin cesar: me encanta escucharlos.
5. Bienaventurados los que crean mal ambiente, los chismosos; causan discordia y divisiones: eso me complace.
6. Bienaventurado quien espera una invitación especial a hacer su trabajo y a participar positívamente en su comunidad: él es parte del problema en vez de la solución.
7. Bienaventurados los que no comparten sus bienes y su tiempo con la Iglesia ni con los más necesitados: ellos son mis hijos.
8. Bienaventurados los que dicen amar a Dios, pero odian a su hermano: estarán conmigo para siempre.
La fe de los grandes creyentes
Dolores Aleixandre y Juan José Bartolomé
– Abraham, el hombre del “aquí estoy”
– Moisés, quien carga con un pueblo
– David, un corazón parecido a Dios
– Amós, a quien le duele la injusticia
– Rut, la mujer que supo ser fiel
– Jonás, huye de Dios y acaba rindiéndose
– Jeremías, un profeta conflictivo
– Judit y Ester, que confiaron en Dios
– María, la mejor discípula
– Juan, quien se sabe querido
– La pecadora y María, dos transformadas
– Pedro, quien se deja educar por Jesús
– Bartimeo, quien comienza a ver
– Zaqueo, quien pierde para ganar
– El samaritano, que se hace cercano
– La viuda pobre, que lo entrega todo
– La familia, que apoya a Pablo
– Ananías, un catequista para Pablo
– Bernabé, apóstol y protector de Pablo
– Pedro, apóstol y antagonista
– Silas y Lucas, dos compañeros en misión
– La mujer en la misión de Pablo
– Tito, discípulo, confidente e hijo
– Timoteo, hijo y heredero de Pablo
– Magos, dejarse guiar por una estrella
– Betania: el hogar que acogía a Jesús
– Juan Bautista, quien denuncia y anuncia
– La samaritana, que bebe del agua que sacia
– Nicodemo, que aprende a nacer de nuevo
– Tomás, invitado a ver y palpar el sufrimiento
LLAMADME ZAQUEO
Elena Pérez
Llamadme Zaqueo, y recordadme que habito la gloriosa Jericó de los afortunados.
Llamadme Zaqueo y habladme de Jesús, pero no dejéis que le conozca sólo de oídas, pinchadme con la curiosidad de verle de cerca.
Llamadme Zaqueo para que me reconozca rica, con más bienes de los que necesito y con más necesidades de las que me convienen para ser felizmente libre.
Llamadme Zaqueo para obligarme a mirar en derredor, bien cerquita en las calles de mi barrio, o en los informativos, al otro lado del mundo.
Llamadme Zaqueo y hacedme ver que tengo más de lo que es justo, y que lo justo es devolver aquello de lo que nos hemos apropiado.
Llamadme Zaqueo y haced que me sienta corresponsable de la sinrazón de tanta desigualdad, y busque mi pequeña aportación para darle la vuelta.
Llamadme Zaqueo y aupadme a un sicómoro porque soy baja de estatura, y aunque el corazón me bulle de ganas de avanzar mis ojos no alcanzan a ver nada entre el gentío.
Llamadme Zaqueo y aupadme más allá de mis miedos y ataduras, porque sé que sólo así tendré la enorme suerte de recibir a Jesús en mi casa.
Os pido, pues, que me llaméis Zaqueo con todas las letras, con todo lo que ello conlleva. Y recibidme Zaqueo a pesar de mis dudas, turbulencias e incoherencias, con mirada amorosa y exigente, como la de Jesús.
Y que mi opción se haga vuestra, para que nuestra casa sea una fi esta en la que Jesús se alegra al ver cómo su propuesta salvadora contagia y desborda.
Dadme esa oportunidad.
Víctor Hugo decía que “Dios es el invisible evidente. Los misterios que encierra nuestro mundo sólo tienen una salida: Dios”. Y a la vez que esa evidencia de que “algo más tiene que haber”, nos debatimos en conceder como único criterio la razón, lo palpable, lo útil, lo que es bueno para uno mismo en cada momento. Dios es el presente y el ausente a la vez.
“Al gritar los que negaban el cristianismo y al callar los que aún creían en él, ocurrió lo que después hemos visto tantas veces, no sólo en materia de religión, sino en todas las demás. A los hombres que conservaban la antigua fe les asustó la idea de ser los únicos en permanecer fieles a ella, y temiendo más la soledad que el error, se unieron a la multitud, aun sin pensar como ella. De modo que lo que no era más que el sentimiento de una parte de la nación, pareció ser la opinión de todos, opinión que desde entonces pareció irresistible, incluso para aquellos que le daban esta falsa apariencia”. Alexis Tocqueville: El Antiguo Régimen y la Revolución. Madrid. Alianza. 2004, p. 189. Este autor vivió entre 1805 y 1859.
Nuestro mundo necesita hoy, y siempre, mensajeros de la Buena Noticia, heraldos que hagan presente al Señor, educadores que propicien el encuentro personal con el Único que puede llenar la vida entera:
necesitamos evangelizadores.
Necesitamos evangelizadores que transmitan su propia experiencia: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han tocado nuestras manos… eso os lo anunciamos” (1 Juan 1, 3).
- Necesitamos evangelizadores que muestren a Dios no en el huracán, o el temblor de tierras, o en el fuego, sino en la suave brisa y el susurro de cada día.
- Necesitamos evangelizadores que hagan presente a Dios en la cultura, en la sociedad, en la vida, dando profundidad a los acontecimientos sin reducirlos al aspecto meramente racional y convencional.
- Necesitamos evangelizadores enamorados de Jesús, militantes en la Iglesia, comprometidos con los pobres, testigos de la experiencia que les llena la vida.
Necesitamos evangelizadores que compartan con los jóvenes su vida sencilla, su esfuerzo por llevar una vida más coherente, su oración, su voluntariado…
Necesitamos evangelizadores que organicen una pastoral de procesos que ponga a los niños y jóvenes en disposición de encontrar la vocación a la que Dios les llama, y donde encontrarán su felicidad.
Necesitamos evangelizadores que adapten su trabajo pastoral a la situación de los niños y jóvenes de hoy, que respondan a la llamada de San Pablo:
“No os amoldéis al tiempo presente”
(Romanos 12, 2),
“daos cuenta del momento en que vivís:
ya es hora de espabilarse”
(Romanos 13, 11).
Necesitamos personas que sientan la evangelización en sus venas y en su corazón:
“Anunciar la Buena Noticia no es para mí
motivo de orgullo,
sino obligación que me incumbe,
¡Ay de mí si no evangelizo!
(1 Cor 9, 16).
CARTA A DIOGNETO
“Los cristianos, en efecto, no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni hablan una lengua extraña, ni llevan un género de vida aparte de los demás. (…) adaptándose en comida, vestido y demás géneros de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de vida superior y admirable y por confesión de todos, sorprendente. Habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria y toda patria tierra extraña. Se casan como todos, como todos engendran hijos, pero no exponen los que nacen. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en carne, pero no viven según la carne. Obedecen las leyes, pero sobrepasan a las leyes con sus vidas. A todos aman y de todos son perseguidos. Se les desconoce y se les condena. Se les mata y con ello se les da la vida. Son pobres y enriquecen a todos. Carecen de todo y abundan en todo. Son deshonrados y en las mismas deshonras son glorificados. Se les maldice y se les declara justos. Los vituperan y ellos bendicen. Se les injuria y ellos dan honra. Hacen bien y se les castiga como malhechores. Condenados a muerte, se alegran como si les dieran la vida”
BIENAVENTURANZAS DEL EDUCADOR CRISTIANO
Olegario González de Cardedal
1. Bienaventurado el educador que modela con ilusión el barro humano, no a su propia imagen y semejanza, sino para posibilitar que él, en libertad, se conforme a imagen y semejanza de Dios.
2. Bienaventurado el educador que no vive preso de su propia historia ni experiencia y, por tanto, no cierra ninguna posibilidad a nadie, sino que las abre todas, a todos.
3. Bienaventurado el educador que tras haber orientado en un camino a sus oyentes y ver que aquellos a quienes educó marchan en otro, les mantiene el amor y la esperanza.
4. Bienaventurado el educador que no retiene a nadie en su cercanía y no hace de la amistad o de la autoridad una alambrada, sino que, alegre, bendice su marcha hacia nuevos horizontes.
5. Bienaventurado el educador que vive sus esfuerzos como trabajos por el Reino, cuando sus actitudes son las que animaron a Jesús en la suprema aventura de su muerte y resurrección.
6. Bienaventurado el educador que dice la palabra a tiempo y a tiempo guarda el silencio; que no impone su palabra y no la oculta por cobardía o temor a quebrar ante los demás su imagen.
7. Bienaventurado el educador que lee con tanta pasión los signos de los tiempos como lee los tiempos de aquellos signos: la acción, la palabra, la muerte y la resurrección de Jesús.
8. Bienaventurado el educador que deja tras de sí alumbrada la memoria de Jesús pacífico, justo, pobre, limpio de corazón.
9. Bienaventurado el educador que no sucumbe al desaliento tras el silencio mudo de los años, la traición de la amistad o el hundimiento de mundos acariciados.
10. Bienaventurado el educador que al comienzo, en medio y al final de sus días puede decir con alegría: “Señor, hemos realizado la obra encomendada, nosotros tus siervos inútiles”.
11. Bienaventurado el educador que, desde una confianza en Dios, tiene el valor para arriesgarse en la conquista de todos los valores.
12. Bienaventurado el educador que hace posible acoger la buena noticia: “Dios se ha hecho solidario de los que viven y mueren”. Y tiene un nombre: Jesús de Nazaret. 13. Bienaventurado el educador que sabe dar ‘razón de su esperanza’.
14. Bienaventurado el educador que cultiva con gozo día a día su vocación, en fiel integración en la comunidad y en solidaridad con quienes se afanan por un cielo y una tierra nuevos.
Enrique Iniesta, escolapio
Soy joven y necesito que me digas lo que nadie se atreve.
A veces, me pregunto por qué eres tan medroso y nunca ofreces ninguna meta audaz. Y el caso es que tú andas viviéndolas, pero te las callas y te las guardas para tu uso exclusivo. Pareces no creer en lo que crees.
Vosotros, los adultos, andáis adulterados. ¿No ves mis alas? Señálame horizontes. Yo todavía puedo movilizarme por lo que –no lo creo, pero me lo parece–, a ti te deja impasible. Tuviste mis años. Recuérdate. Dímelo con audacia y con belleza. Invocas ser realista para callarte. Es al revés. Bien sabes que es lo contrario.
No acabas de enterarte. El Evangelio me conmueve. Dímelo. No me lo tapes. Háblame de la vida, por favor. Es lo que espero. Y, hasta ahora, te lo has callado. En el mejor de los casos, sólo indirectas, alusiones y cobardías es lo que te atreves a decirme. Y no me hables de lo importante sin que te importe. Al dirigirte a mí, hazlo creyendo (como crees de hecho) en lo que dices. Necesito verte, oírte, sentirte jugándote el tipo al expresarte.
Séme sincero. Quiero palpar con los oídos que te la juegas, que te vas asustando mientras me hablas, que tiemblas y que vibras. Cálzate de razones bien pensadas. Y dímelas con temores, porque te arriesgas a comunicarlo todo. Tengo que verte respetándome tanto que se note un pensamiento responsable y con alma. Que se te aprecie el corazón. Sé capaz de emoción no menos que de inteligencia.
Nunca me hables como profesional sino como un hombre que ha vivido y que lo vive. Dime cosas y no palabras. Dime tu palabra. Lo que nadie y ningún libro puede decir sino tú sólo. No me hables “en público”.
Cuéntame tus errores también. Pregúntame y consigue que yo me pregunte lo que evito preguntarme. Cítame en terrenos peligrosos. Inquiétame hasta llegar a arrinconarme y obligarme a la rebelión y descubrir mi miedo a ser libre.
No me cuentes cuentos. Eso, jamás. Dime verdades. Como te sea posible, pero afi rma algo. Lo que te duela. Para que me duela y me pasme de lo hermoso y difícil que es vivir.
Voy a mirarte. Mírame. Vas a decirme y debes perseguir el idioma de mis ojos. Si los sigues, verás cómo reacciono. Te escucho. Incluso, te escucho demasiado. A ver cómo lo haces. Estoy enfrente tuyo como la buena tierra. Tú verás. ¿Será posible que hayas olvidado tantas cosas?
ES QUE QUIERO SACAR DE TI TU MEJOR TÚ
Quiero encender estrellas en tu cielo, quiero sembrar de canciones tu camino; poner luz en tus noches, fuego en tu vida, ilusión en tu mirar; sembrar inquietudes…
Darte hambre y sed de las cosas de arriba, subir más alto es siempre tu destino, poner paz y alegría, darte la mano, y ayudarte a caminar, sembrar inquietudes…
Perdóname, si a veces, torpemente, no busco en ti lo mejor que en ti veo. Estoy a tu servicio, yo sólo quiero ayudarte y no estorbar.
Quiero con toda el alma SACAR DE TI… TU MEJOR TÚ
Lic. Pepe Betanzos,
Universidad Cristóbal Colón de Veracruz.
Hagan discípulos, no maestros; hagan personas, no esclavos; hagan caminantes, no gente asentada; hagan servidores, no jefes. Hagan hermanos.
Hagan creyentes, no gentes creídas; hagan buscadores de verdad, no amos de certezas; hagan creadores, no plagiadores; hagan ciudadanos, no extranjeros.
Hagan hermanos. Hagan poetas, no pragmáticos; hagan gente de sueños y memoria, no de títulos, arcas y mapas; hagan personas arriesgadas, no espectadores.
Hagan hermanos. Hagan sembradores, no coleccionistas; hagan artistas, no soldados; hagan testigos, no inquisidores; hagan amigos de caminos, no enemigos. Hagan hermanos.
Hagan personas de encuentro, con entrañas de ternura, con promesas y esperanzas, con presencia y paciencia, con misión y envío. Hagan hermanos.
Hagan discípulos míos; denles lo que Yo les he dado; descarguen sus espaldas y siéntanse hermanos.
VER Y NO VER
Un abad de un monasterio estaba muy preocupado: “Son muchos los que entran en el noviciado, pero también son muchos los que, pasado algún tiempo, lo dejan. Tras unos años, son muy pocos los que permanecen”.
Un día, mientras meditaba, vio una escena que le iluminó por completo: la caza del zorro.
El pobre animal corría campo a través. Le perseguía una jauría de perros y, más atrás, a caballo, los cazadores. El zorro corría y corría, y los perros, tras él, ladraban veloces intentando darle alcance. El abad observó que, al cabo de un rato, sólo un par de perros continuaban la carrera; los demás abandonaban la persecución y se les veía, por aquí y por allá, descansando o entretenidos entre olisqueos. Cuando hubo terminado la cacería, el abad preguntó a uno de los caballeros:
“¿Por qué aquellos dos perros, cuando la mayoría había abandonado, siguieron al zorro hasta el final?” El cazador sonrió, y sin necesidad de reflexionar, le respondió:
“Mire padre, al principio todos los perros corren y ladran, pero la mayoría no ha visto al zorro, simplemente corren en medio del barullo. Hasta el final sólo llegan los que sí han visto al zorro”
VER+:
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