EL Rincón de Yanka: 💀 UN FANTASMA RECORRE EUROPA QUE ES EL COLECTIVISMO POPULISTA BUENISTA: LIBERTICIDIO INQUISIDOR

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lunes, 22 de octubre de 2018

💀 UN FANTASMA RECORRE EUROPA QUE ES EL COLECTIVISMO POPULISTA BUENISTA: LIBERTICIDIO INQUISIDOR


Corrección Política

¡Muerte a la libertad!
Aún no somos capaces de ver qué vacuna curará al ser humano de esa fatal arrogancia que le permite creer poder controlar éxitosamente la vida de sus semejantes...
💀“Un fantasma recorre Europa, (y cambio el final de la tristemente célebre frase) es el fantasma del colectivismo”. A pesar del afortunado ocaso del comunismo en la mayoría de naciones que han sufrido sus pavorosas consecuencias, los dogmas de fe de sus más acérrimos fieles no desaparecen. La convicción que muchos conservan sobre la superioridad del Estado frente a la cooperación voluntaria y su consiguiente sustitución sigue siendo uno de los grandes problemas, si no el mayor, de nuestro tiempo.
Esta fuerte certeza asentada en el imaginario colectivo no sólo se refiere a la economía y la política. Los prestos a crear una sociedad de esclavos aseguran la existencia de una moral superior en la actuación colectiva que en la individual. La amenaza no es la predilección de este mayúsculo grupo hacia la unión, sino la imposición de su subjetividad a los demás. La certidumbre ciega de estos “justicieros sociales” en su plan les insta a someter a quienes lo impugnan.
Es muy fácil imponer una idea si la mayoría de la población tiene un pensamiento de todo menos crítico. Sin embargo, es muy difícil removerla
La situación es de extrema gravedad. Ya no se encuentra en casi ningún lugar la más mínima oposición a estas ideas. No son pocos los medios de manipulación, que faltando al objetivo de su trabajo, es decir, a la verdad, se han convertido en los nuevos consejos de propaganda de partidos políticos y lobbies. Es muy fácil imponer una idea si la mayoría de la población tiene un pensamiento de todo menos crítico. Sin embargo, es muy difícil removerla.

El adoctrinamiento en lo políticamente correcto, el buenismo y las maldades del individualismo comienza desde, al menos, la educación secundaria. Y, por supuesto, aumenta su calibre a medida que acontecen los años. Nadie reaccionará correctamente a una idea que le han enseñado a desaprobar desde siempre. Pero, evidentemente, la enseñanza no es lo único de lo que ocuparse. Este tipo de movimientos se han convertido en los paladines de numerosas luchas sociales contra las que siempre ha actuado la izquierda, como la lucha por la igualdad entre sexos, el respeto por las orientaciones sexuales ajenas, los derechos humanos, etc. Llevan una máscara para esconder sus vergüenzas pasadas, como su oposición al voto femenino, los miles de homosexuales encarcelados y asesinados por el hecho de serlo o las colosales purgas soviéticas, cubanas y venezolanas.
Hagan lo que hagan, si de algo podemos estar seguros hoy es de que cualquiera que contradiga estos dogmas, por muchos e inequívocos argumentos que utilice, será descalificado personalmente. Los actuales progresistas, en su profundo odio hacia el mayor progreso que existe, que es respetar la libertad de los demás a pesar de los posibles desacuerdos, silencian y desestiman a quienes no caen en la tentación de desistir de sus convicciones a causa de la presión social.
Aunque se autoclasifican como pacíficos, llegan a responder a las críticas incluso con violencia física y destrucción de la legítima propiedad privada, por medio de grupos como “Antifa”. Esta “organización”, que ha conseguido más de 100.000 firmas en Estados Unidos para ser calificada como terrorista, también está activa en España, presentándose en manifestaciones con el rostro cubierto como cobardes que son, quemando contenedores y destrozando cajeros en Bilbao al grito de “¡Empresas fuera de la universidad!”.
Son cada vez más quienes aceptan la ética autoritaria y embaucadora de estos grupos que están alcanzando altas cotas de poder político
Lo más trascendente es que, como consecuencia de lo expuesto, son cada vez más quienes aceptan la ética autoritaria y embaucadora de estos grupos que están alcanzando altas cotas de poder político. No hay un partido que se llame “Antifa”, pero sí hay miembros de partidos (o partidos al completo) que defienden sus ideas desde las instituciones, las cuales, en teoría, deben velar por nuestra libertad y seguridad.

La mayoría de partidos, en vez de proponer devolverle al ciudadano el sentimiento de responsabilidad sobre sus actos, apuestan por un paternalismo que arremete ferozmente contra la individualidad de los gobernados y los convierte en una masa homogénea, es decir, formada por elementos comunes. Entre ellos podemos diferenciar el conformismo, la falta de autocrítica o la sumisión. Mientras más unánime el rebaño, mejor para este deleznable proyecto.

La abrumadora popularidad de estas ideas en la actualidad es la causa directa de una liberticida y aparentemente interminable escalada de demagogia por parte de muchos políticos que, si algún día soñaron con mejorar su país, han olvidado sus aspiraciones para aumentar su estatus. Si los precios están muy caros, es porque hay que regularlos. Si los empleados tienen bajos sueldos, urge subir el salario mínimo. Si se habla mal de determinado colectivo, hay que cortarlo de raíz legislando contra ello y calificándolo como “delito de odio”. Si padecemos un increíble abandono escolar, hay que aumentar el gasto en educación. Si hay demasiado desempleo, el sector público tendrá que contratar más gente. Así con todo.

Siempre más Estado. Nunca hablar claro, dar un duro golpe en la mesa y admitir los errores cometidos para no volver a repetirlos. La situación está llegando al límite, con la complicidad de gran parte de la masa, que decide suicidarse con la mentalidad propia de los esclavos. Es un caso masivo de Síndrome de Estocolmo político. Los políticamente secuestrados adoran a sus raptores y suplican desesperados más propaganda electoralista.
Al final, así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso
Como resultado, cada vez que los ciudadanos tienen un problema, en vez de preguntarse qué pueden hacer para resolverlo, se preguntan: “¿Qué puede hacer el Estado por mi?”, “¿Qué ayudas puedo cobrar?”, “¿A qué tengo derecho?” o “¿No han creado aún una oficina pública que se encargue de estas cosas?”. La servidumbre voluntaria es tan extrema que el gobierno de España, del PSOE, ha anunciado leyes de cuotas para las empresas, es decir, que los españoles ya no sabrán si trabajan en una empresa por mérito propio o por su sexo. También declaró la vicepresidenta del gobierno, Carmen Calvo, su intención de regular la libertad de expresión en los medios de comunicación. Todo esto con ruidosas ovaciones provenientes de muchos siervos. Al final, así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso.

Después de tanto tormento y desconsuelo en el siglo pasado, parece que la lección aún no ha sido aprendida. Aún no somos capaces de ver qué vacuna curará al ser humano de su fatal arrogancia que le permite el lujo de creer poder controlar éxitosamente la vida de sus semejantes. No se sorprendan cuando, en medio de toda esta marea de intervencionismo, un mal día algún diputado grite desde la tribuna del Congreso una sonora pero no sorprendente frase: “¡Muerte a la libertad!”.


Los nuevos inquisidores


En 2012 el gobierno conservador de Gran Bretaña sacó adelante una Ley de Orden Público en el que se sancionaba lo que se entendía era “discurso del odio”. Bajo esta extraña expresión se trataba de eliminar todo tipo de expresión que atentase contra minorías perseguidas y acosadas. Porque no es lo mismo, sostienen los nuevos inquisidores, decir que los blancos están genéticamente incapacitados para tomar el sol, por lo que es mejor que vivan en guaridas, que sostener que los negros son difíciles de ver por la noche por lo que es mejor que vistan ropas reflectantes.

Por lo segundo te despiden ipso facto de un medio progresista como el New York Times, pero hacer bromas sobre los “caras pálidas” no es óbice para que te nombren miembro con honores de su equipo de colaboradores (basta que te arrepientas con la boca pequeña y jures por Snoopy que no lo vas a volver a hacer). José Carlos Rodríguez denunciaba la doble moral del NYT en estas mismas páginas.

La bienintencionada ley, sin embargo, convirtió a los acosados en acosadores, a los perseguidos en perseguidores. Porque tanto el grueso de los conservadores como de los socialistas había caído en el dogma de que la víctima siempre tiene razón, lo que abrió la puerta a la victimización como argumento moral, la sensiblería como sustituto epistemológico de la razón y la demonización del disidente como método político.
Los humoristas auténticos se mofan de todo tipo de clichés, postureos, modas más o menos ridículas, más o menos venenosas
En aquella ocasión, Rowan Atkinson (el humorista famoso fundamentalmente por su caracterizadión de Mr. Bean) enarboló la bandera de los humoristas, los satíricos y todos aquellos que viven de burlarse con más o menos gracia, con más o menos mala leche, con más o menos malafollá de sus semejantes, para defender la libertad de expresión. Una tradición que se remonta a Aristófanes cuando satirizó de manera inmisericorde a Sócrates en Las nubes, pasó por los Monty Python y su diatriba en La vida de Brian contra radicales de todos las tendencias, encarnados en unos risibles soldados romanos y unos hipócritas fundamentalistas judíos, hasta llegar al iconoclasta y vitriólico Baron-Cohen, azote de dictadores islámicos, mujeres sin depilar o fans de comprar metralletas en los supermercados. Como en el caso de South Park o Rick y Morty, los humoristas auténticos se mofan de todo tipo de clichés, postureos, modas más o menos ridículas, más o menos venenosas.

Atkinson argumentó contra “la industria de la indignación de los autoproclamados árbitros del bien público, que los medios de comunicación alimentan“. Unos “indignados” fácilmente reconocibles: suelen emplear el sintagma “tolerancia cero” para referirse a la intolerancia clásica de los fascistoides de toda la vida de Dios. Esa búsqueda de eufemismos muestra uno de los rasgos dominantes de la personalidad autoritaria posmoderna: el asalto al lenguaje. Una tradición totalitaria consiste en tratar de hacer cautivo al pensamiento mediante la imposición de tabúes y de obligaciones lingüísticas.
Mientras que en Francia su Real Academia y el Parlamento han parado los pies a la pretensión de cambiar el francés por el “lenguaje inclusivo” que pretende imponer el feminismo de género, en España los socialistas pretenden cambiar la Constitución para que ni sus Padres puedan entenderla
Así en Estados Unidos todos los que no son negros (y el concepto de raza se decreta que no es científico pero se usa igualmente si interesa para cuestiones “políticamente correctas”) tienen proscrita la palabra “negrata” (que incluso se expurga de los clásicos literarios siguiendo la más rancia tradición de los índices de libros prohibidos); en España se cambian los topónimos en español y son usados en su lugar los que usan en gallego, vasco y catalán (en los telediarios en español dirán “A Coruña” pero no escuchará en TV3 hablar de “Zaragoza”). Y mientras que en Francia su Real Academia y el Parlamento han parado los pies a la pretensión de cambiar el francés por el “lenguaje inclusivo” que pretende imponer el feminismo de género, en España los socialistas pretenden cambiar la Constitución para que ni sus Padres puedan entenderla.

El caso más reciente de intolerancia ha sido el que ha desatado Boris Johnson cuando ha defendido el derecho de los individuos a vestir burkas (¿mujeres, cómo sabemos que son mujeres?) a pesar de que parezcan buzones de correos. Y lo que han destacado la prensa amarillista (toda) y los políticos de todos los partidos (incluido el suyo) no ha sido la defensa del derecho a llevar burka sino el chiste (que Rowan Atkinson ha defendido por oportuno y por bueno).
Los atenienses mataron a Sócrates, el ironista y tocapelotas supremo, y los islamistas ametrallaron a los humoristas inmisericordes de Charlie Hebdo
La crítica a Johnson por su comentario sarcástico no solo es una estupidez sino que constituye un atentado moral contra el significado político de las bromas. Porque el humor sirve para poner a prueba los límites de lo que puede ser pensado y dicho. Los humoristas, como los filósofos, tienen no solo el derecho sino el deber de decir lo indecible porque en el humor reside el poder transformador, la verdad desagradable. Los atenienses mataron a Sócrates, el ironista y tocapelotas supremo, y los islamistas ametrallaron a los humoristas inmisericordes de Charlie Hebdo. Quién no es capaz de reírse con aquello que le toca de lleno no es solo un amargado de sí mismo, es un peligro para los demás.

Terminemos con un chiste. En un bosque, un tremendo oso grizzly había atrapado a un ateo. El ateo, desesperado y muerto de terror, se puso a rezar: “por favor, Dios, haz que este oso se haga cristiano”. Dicho y hecho, el oso fue iluminado por un rayo del sol tras el cual cayó de rodillas, juntó las garras en gesto de oración y dijo: “Bendice, Dios, los alimentos que vamos a tomar”. ¿Algún ateo en la sala se ha ofendido por la broma? Pues además de ateo resulta que es imbécil. Palabra de ateo.
ALIENACIÓN BORREGUIL E INQUISIDORA





John Cleese: Corrección política puede llevar a una pesadilla orwelliana.
La esencia de la comedia está siendo crítica, Cleese, dice, y eso significa causar ofensa a veces. Pero no debemos proteger a todos de experimentar emociones negativas mediante la aplicación de la corrección política, dice.