“El desierto crece,
maldito sea quien encubre los desiertos”.
F. Nietsche
En otoño de 1933, la pintura alegórica de Otto Dix titulada "Los siete pecados capitales" estaba aún sobre el caballete del artista cuando se le notificó que había perdido su prestigioso puesto docente en la Academia de Bellas Artes de Dresde. Dix fue víctima del encarnizado ataque diseñado por el partido nazi para librar al país de las figuras culturales que consideraba peligrosas. Aunque con la prohibición de enseñar y de exponer, Dix escapó a la tercera represalia reservada a algunos de sus colegas en la modernidad: toda una prohibición de la creación artística, monitorizada por la Gestapo.
En cuanto a la obra de Dix, los nazis repudiaron por encima de todo las imágenes realistas y condenatorias del artista sobre la I Guerra Mundial y sobre las consecuencias que ésta tuvo en las ciudades, un tema que había ocupado al artista, veterano de las trincheras, durante casi veinte años. A causa especialmente de esta serie, Dix pasó a ocupar uno de los primeros puestos en la lista de enemigos del partido, y todas las obras suyas que fueron confiscadas de las colecciones públicas serían pronto mostradas de forma casi continuada en las exposiciones dedicadas al “arte degenerado” que Hitler aborrecía.
Aquí, el artista utiliza una alegoría de estilo medieval ilustrando los siete pecados capitales de la tradición católica en un estilo mágico-realista propio de la Nueva Objetividad.
La procesión carnavalesca que avanza hacia la superficie del lienzo con una intensidad propia de una pesadilla, invita al espectador a enfrentarse a las tentaciones de la carne y del espíritu que sufrió San Antonio.
Se trata de personificaciones bastante tradicionales de los pecados de la Avaricia (una bruja), la Ira (un demonio a la manera de Grönewald), la Lujuria (una prostituta que muestra su pecho mientras se pasa la lengua por unos labios sifilíticos), la Pereza (la muerte), la Gula (un niño con una máscara de cerámica), el Orgullo (un monstruo con una hinchada boca-ano), y la Envidia, galopando sobre la Avaricia.
En un primer plano la Avaricia (1) representada como una anciana harapienta de nariz afilada que agarra convulsivamente una piedra y recoge monedas del suelo. Sobre su espalda cabalga la Envidia (2) representada como un enano o niño de pelo rubio revuelto con una máscara de rostro desencajado y que se aferra con la mano derecha a su cabalgadura mientras que se lleva la izquierda, crispada, al corazón. Su bigotillo negro nos remite directamente al dictador, Hitler (El bigote característico del Führer en la máscara del niño, fue agregado luego de terminada la guerra, cuando no había peligro de represalias). El personaje lleva un jersey amarillo. En la iconografía cristiana este color es el de la bilis (en alemán gelb, amarillo, deriva de Galle, bilis) y de la envidia, es el símbolo de la traición de Judas y, por extensión, de los judíos (perfidi iudaei) a los que en la Edad media se obligaba a llevar un rodete amarillo cosido a su ropa y un gorro puntiagudo (pileus cornutus) de color amarillo azafrán. Detrás la Pereza (3) está representada como un esqueleto, sin corazón, que habla de la falta de preocupación del pueblo alemán que con su conformismo y silencio había permitido a los nazis alcanzar y consolidarse en el poder. La posición de sus brazos y piernas nos remite claramente a una esvástica, sus guantes blancos y los huesos dibujados sobre el fondo negro recuerdan a los uniformes de las SS. Detrás y a su izquierda, la Lujuria (4), bailando y dando de amamantar su pecho desnudo a la Muerte. En los labios de la mujer quedan reflejadas las llagas y heridas de la sífilis y de su vestido naranja emerge una vagina. A su derecha la Ira (5) es un demonio con cuernos, Tras la guadaña una cabeza enorme, en una actitud arrogante, representa el Orgullo (6) con una mano que brota de su oreja tapándole los oídos para no escuchar la opinión de los demás y la boca en forma de ano indicando la calidad de las palabras que salen por ella. Y, por último, la Gula (7), en el extremo derecho de la pintura, está representada por un niño gordinflón que tiene una olla en la cabeza, y sostiene dos símbolos: en su mano derecha, el símbolo del infinito y, en su mano izquierda, una caña con el símbolo del pez cristiano.
SIETE PECADOS CABALGAN
Ricardo Recuero
Cantada por José Manuel González Rico
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