EL Rincón de Yanka: ACONTECIMIENTO

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domingo, 4 de mayo de 2025

"LO MÁS ENTRAÑABLE DE LO VIVIDO NO HA SIDO NI PRONUNCIADO NI EFECTUADO. 💕 TAN SOLO EL ENCUENTRO EFERVESCENTE EN LA ALBA MIRADA IMPLÍCITA DE COMPLICIDAD" YANKA

"Lo más entrañable de los vivido 
no ha sido ni pronunciado ni efectuado. 
Tan solo el encuentro efervescente 
en la alba mirada implícita de complicidad". 

Yanka


EL SECRETO ESTÁ EN LA MIRADA,
EN ESOS SEGUNDOS DONDE
TODO SE DICE SIN PALABRAS.

EN ESOS MOMENTOS FUGACES,
EN LOS QUE EL ANHELO SE 
ENTRELAZA CON EL ALMA,
DEJANDO HUELLAS QUE SOLO
LOS QUE SABEN VER MÁS ALLÁ
DEL INSTANTE ENTIENDEN.

PORQUE LA MAGIA DEL DESEO
NO SE GRITA, SE SUSURRA.



sábado, 29 de marzo de 2025

LIBRO "LA PASIÓN DE CRISTO": UNA LECTURA ORIGINAL🕂 por JOSÉ MIGUEL GARCÍA PÉREZ

La pasión de
CRISTO

Una lectura original

José Miguel García Pérez

Una lectura de los relatos de la pasión de Cristo que aparecen en los cuatro evangelios canónicos revela, a primera vista, una narración del desarrollo general de los acontecimientos muy similar. Sin embargo, un análisis atento de los textos manifiesta llamativas diferencias, incluso contradicciones, de algunos hechos narrados en ellos: el motivo de la celebración de la última cena, la comparecencia de Jesús ante el sanhedrín, el día de la muerte de Jesús o el privilegio pascual que permitió la liberación de Barrabás, entre otros. Los estudiosos han intentado explicar o justificar tales diferencias apelando a la intención literaria o teológica de cada evangelista, sin alcanzar una explicación unánime. Este debate, que sigue vivo hoy en día, junto a una supuesta datación tardía de la redacción de los textos evangélicos, habría llevado a relativizar el valor histórico de los relatos de la pasión y a dudar de la identidad de sus autores. Esto supondría un grave problema para la fe cristiana, esencialmente histórica. El autor del presente libro ofrece, desde un punto de vista histórico, soluciones certeras tras décadas de estudio del sustrato semítico de los textos evangélicos, dando con ello un firme apoyo a la fiabilidad de las noticias e informaciones recogidas en ellos.
Los Evangelios fueron escritos en griego entre la segunda mitad de los años 60 y finales de los 90 de nuestra era, es decir, unos 35-70 años después de que Jesús de Nazareth muriera clavado en una cruz fuera de los muros de Jerusalén, en una colina conocida como Gólgota. Sin embargo, antes de que Mateo, Marcos, Lucas y Juan narraran por escrito la pasión y muerte de Cristo debió de existir u n relato primitivo en arameo que se transmitía oralmente sobre aquellos hechos.
Una interpretación desde la lengua semítica de algunos versículos puede arrojar luz sobre las llamativas diferencias, e incluso contradicciones, que se aprecian en los evangelios. Porque, ¿coincidió la última cena con la celebración de la Pascua judía? ¿Jesús murió el 14 o el 15 de Nisán?
El arameo era una lengua consonántica, sin vocales, que se escribía sin separación entre palabras, según explica este experto. De ahí, a su juicio, algunas discrepancias en los posteriores textos en griego.

«Jesús enseñó en arameo, que era la lengua que hablaba, y también los apóstoles, cuando fueron enviados a predicar», recuerda este sacerdote que se muestra seguro de que aquellas enseñanzas aprendidas de memoria conformaron «una tradición muy fija» que se transmitió oralmente. «Muy pronto», continúa, esos relatos se formularían por escrito y es muy posible que en arameo.
Los evangelios son relatos de fe, pero la fe cristiana se basa en unos hechos históricos » y el relato de la Pasión de Jesús «ciertamente es histórico, fiabilísimo».
Con el libro no solo pretende «avalar la historicidad de los relatos evangélicos», sino también « la conciencia que tenía Jesús de su muerte y su significado ». En su empeño de arrojar luz sobre las expresiones oscuras apelando al sustrato semítico, quizá algunos puedan pensar que llega a forzar sus conclusiones, pero García Pérez replica que su libro «no es palabra de Dios» ni él pretende que se cambie el texto de los evangelios porque «no nos han llegado los textos arameos previos».

PRÓLOGO

Jesús de Nazaret murió clavado en una cruz fuera de los muros de la ciudad de Jerusalén, en una pequeña colina, llamada Gólgota, junto a la puerta de los huertos o de Efraím. El juicio en el que fue condenado, su pasión y muerte están narrados en los cuatro evangelios canónicos, que son nuestras principales fuentes históricas para conocer quién es Jesús. La mayoría de los estudiosos suele fechar la redacción de estas obras cristianas entre la segunda mitad de los años 60 y finales de los 90 de nuestra era; o sea, unos 35-70 años después de los sucesos narrados. Esta fecha tardía, junto a la falta de una sintonía total de los relatos evangélicos, ha llevado a bastantes exegetas a relativizar el valor histórico de los relatos de la pasión, e incluso a poner en cuestión la identificación tradicional de sus autores, que la Iglesia siempre ha reconocido como apóstoles-testigos de los hechos narrados (Mateo y Juan) o al menos como discípulos de aquellos que fueron testigos, de quienes recibieron la información (Marcos y Lucas). Nosotros estamos convencidos no solo de la antigüedad de la historia de la pasión, en sintonía con la mayoría de los estudiosos que suele colocar su redacción a finales de la década de los años 30, sino también de la fiabilidad de las noticias recogidas, ya que proceden de los testigos presenciales, como es fácil deducir del estilo y el contenido de los mismos relatos1

La antigüedad de los relatos evangélicos donde se narra el prendimiento, el juicio y la condena, el sufrimiento y la muerte de Jesús está avalada por el conocimiento exacto que los autores sagrados manifestaron tener respecto a la situación histórico-social de la Palestina de aquella época y por el carácter semítico de la redacción griega, que obliga a pensar en una formulación, incluso fijada por escrito, en lengua aramea. Según X. Léon-Dufour, las características lingüísticas semíticas apoyan la autenticidad de estos relatos, ya que demuestran que su redacción tuvo lugar en Palestina en las primeras décadas del cristianismo: 
«La ciencia lingüística resuelve también algunos problemas. Así, difícilmente se puede admitir la afirmación de M. Goguel de que los relatos de la pasión provienen del cristianismo helenístico, pues los semitismos que se detectan en ellos testimonian el medio judeo-cristiano en que fueron elaborados» 2. 

Estos relatos evangélicos, comparados con los del ministerio público, o con los capítulos iniciales dedicados a la infancia según Mateo y Lucas, tienen unas características especiales. Ante todo, llama la atención que estas narraciones evangélicas tengan una clara unidad y desarrollo temporal progresivo, mientras que el resto de los evangelios son noticias de hechos aislados o palabras pronunciadas en diferentes ocasiones, que a veces se reúnen según la temática. 
Por otra parte, es llamativa la gran coincidencia que existe entre la historia de la pasión de los evangelios sinópticos, o sea los tres primeros, y la del cuarto evangelio. Durante el ministerio público, el evangelio según Juan destaca por la diversidad de hechos y discursos de Jesús que forman la trama del relato respecto a los otros tres; diferencia que se mantiene en los preámbulos de la pasión, desde la entrada de Jerusalén hasta la última cena. Pero a partir del prendimiento de Jesús en Getsemaní, el desarrollo de los acontecimientos es casi idéntico en los cuatro evangelios. Esta semejanza en el orden de narrar y en los acontecimientos señalados es debida en gran parte a la fidelidad de los evangelistas a los hechos acontecidos, como afirma X. Léon-Dufour: 
«Son los mismos acontecimientos que se transmiten en las cuatro recensiones; pero, si es necesario admitir la dependencia en relación a una misma tradición, no se puede hablar de dependencia literaria mutua inmediata» 3. Un rasgo que apoyaría la existencia de una historia primitiva de la pasión es que estos pasajes evangélicos son independientes de los relatos del ministerio público de Jesús, ya que allí no se encuentra mención alguna a la información ofrecida en esos relatos. En dicha historia primitiva, la pasión comenzaría con el prendimiento de Jesús en Getsemaní, como parece sugerir la coincidencia existente entre los evangelios a partir de este suceso; dato que viene confirmado por la formulación del segundo y tercer anuncios de la pasión (Me 9,31; 10,33; cf. l Cor 11,23). 

Por otra parte, no podemos olvidar que los evangelios se escribieron algunos años después del gran acontecimiento de la resurrección. Por eso, resulta sorprendente que los evangelistas dediquen más espacio a narrar la pasión y muerte de Jesús que su victoriosa resurrección. Hace tiempo M. Kahler, de forma provocadora, consideró los evangelios unos relatos de la pasión con extensas introducciones 4. La relevancia de los acontecimientos finales de la vida de Jesús no solo se constata por la cantidad de versículos que les dedican los cuatro evangelistas, sino sobre todo porque la narración de su vida pública está transida de la amenaza/anuncio de la pasión 5. En realidad, los acontecimientos narrados en los evangelios tienen el horizonte de la muerte de Jesús. La relevancia que otorgan los autores sagrados a estos relatos de la pasión y muerte de su Maestro resalta más si tenemos en cuenta que no constituyen la última palabra sobre la vida de Jesús y que los sucesos narrados ocuparon menos de un día de los años dedicados al ministerio público. Si la llegada al Huerto de los Olivos se considera el preámbulo de la pasión, el prendimiento, el juicio, el suplicio de la cruz, la muerte y la sepultura de Jesús tuvieron lugar en pocas horas, desde la noche del jueves al inicio de la tarde del viernes. 

De igual modo, es llamativo que en los relatos evangélicos no se minimice el dolor de Jesús ni la sensación de derrota que experimentaron sus seguidores. A decir verdad, a la luz del acontecimiento de la resurrección, la pasión podría haberse considerado como un intermedio desafortunado, un suceso de importancia secundaria. Como señala A. Vanhoye, «no se esperaría una insistencia tan acentuada en las escenas dolorosas de la pasión. Deberían haberse disuelto para dejar espacio a los aspectos 'positivos' de la existencia de Jesús. En la vida pública, la acción del taumaturgo en que se preanunciaba el triunfo sobre la muerte, el éxito entre la gente, la enseñanza luminosa impartida con autoridad, el modo de organizar a los discípulos; después las apariciones del resucitado y los poderes concedidos a la Iglesia. A nuestro juicio, esto es lo que debería parecer importante y definitivo. La pasión podía entrar en la sombra, como un intermedio desafortunado que, gracias a Dios, no había tenido consecuencias duraderas [...] 

Sin embargo, la luz de la resurrección no favoreció esta visión. No llevó a una religión de evasión. En modo alguno apartó a los cristianos de los aspectos dolorosos de la vida de Jesús, por el contrario los condujo a valorar toda la existencia de su Salvador y en particular sus aspectos más desconcertantes: la contradicción y el sufrimiento» 6. En efecto, los relatos evangélicos no presentan huellas de una dulcificación o disminución del tormento y muerte de Jesús a causa de su resurrección. Sin embargo, la historia de la pasión no suele describir con detalle los tormentos infligidos a Jesús. La atención está centrada, sobre todo, en dos datos. 
En primer lugar, se juzga lo sucedido no como fruto del azar impersonal ni como mera consecuencia de la sola voluntad humana. En el origen de estos hechos está la voluntad divina; en ellos se cumple el designio del Padre. La urgencia de narrar los sucesos como voluntad de Dios, algo que ya aparece en los tres anuncios de la pasión, habría llevado a echar mano de pasajes del Antiguo Testamento; sobre todo el cuarto canto del Siervo sufriente (Is 52,13-53,12) o los salmos del justo perseguido (en concreto los Sal 22 y 69). A la luz de estos pasajes de las Sagradas Escrituras se narran los hechos-acaecidos durante la pasión de Jesús. Pero esto no significa que esos pasajes proféticos hayan originado los relatos evangélicos, como han sugerido algunos estudiosos 7. Por el contrario, como se puede constatar con facilidad, los relatos evangélicos no inventan circunstancias o elementos con el fin de poner en evidencia el cumplimiento de las Escrituras; en ellos no encontramos nada que no sea propio de los pormenores históricos de la época en que vivió Jesús y del tormento de la crucifixión 8
En segundo lugar, se afirma con claridad el papel protagonista que el sanhedrín de Jerusalén ejerció en la condena de Jesús llevado por su celo de defender la santidad de Dios. Esta responsabilidad de las autoridades judías aparece afirmada explícitamente en varios libros del Nuevo Testamento 9

En realidad, el motivo por el que se escribió la historia de la pasión no estaba en realizar una crónica, relatar la materialidad de los hechos; que, por lo demás, era bien conocida de aquellos a quienes se les leía este relato. A los autores sagrados, urgía sobre todo comunicar el significado de tales hechos, su valor salvífica. La preeminencia que tiene la pasión de Jesús en los evangelios procede no tanto del impacto sensible que estos hechos provocaron en sus seguidores, sino del significado sorprendente que reconocieron en ellos: desvelaban el verdadero sentido de la vida de Jesús, su verdadera misión. Desde los inicios, los primeros cristianos consideraron los sufrimientos y la muerte de Jesús como la razón de su existencia. Reconocían que Jesús había venido para cumplir la voluntad del Padre al aceptar la muerte en rescate por muchos (cf. Me 10,45). Esta voluntad misericordiosa de Dios manifestada en la muerte redentora de Jesús hizo que la comunidad cristiana hablara siempre de estos acontecimientos con conmoción y gratitud. De igual modo, la memoria de este gran acontecimiento salvífico urgió a los predicadores cristianos a anunciarlo a todos los hombres. 

Por lo demás, este sentido teológico de_ la muerte de Jesús no fue una invención de la comunidad, sino que fue afirmado por fidelidad a la propia interpretación que Él mismo comunicó a sus discípulos en varias ocasiones a lo largo de su vida y al comienzo de su pasión. Hechos y significado teológico-salvífico son inseparables en la conciencia de Jesús. El anuncio cristiano, la proclamación de sus misioneros, exige la fidelidad en la narración de los hechos no solo en su aspecto material, sino también en el sentido que les otorgó su Maestro. 

Sin embargo, según es fácil deducir de la información evangélica, el significado de la pasión, a pesar de las explicaciones de Jesús, no fue acogido de inmediato por los discípulos, que cayeron en la tentación de la duda y estuvieron dominados por el miedo. En efecto, al conocer la condena del tribunal supremo judío y la posterior muerte de Jesús en cruz, percibieron estos hechos como escandalosos, como el fracaso definitivo de la misión de Aquel que seguían. Si pudieron superar aquella terrible prueba de fe, leyendo de un modo diferente lo que había sucedido en Jerusalén aquel viernes del mes de Nisán, no fue porque se pusieron a reflexionar sobre los textos del Antiguo Testamento. Solo otro acontecimiento imprevisible, la resurrección de Jesús, pudo sacarles de la desolación que les embargaba y permitirles superar la gran prueba. Después, gracias a la convivencia con el Resucitado, de escucharle su modo de interpretar lo sucedido a la luz de las profecías del Antiguo Testamento, pudieron ofrecer una explicación diferente de los hechos. Solo una inteligencia como la de Jesús pudo comprender los textos sagrados, solo Él pudo introducir una exegesis tan novedosa. Los hechos superaban los anuncios proféticos, esos textos sagrados no eran un relato previo de lo que iba a suceder; por tanto, ninguno de estos pasajes coincidía por completo con lo sucedido en ese viernes. Las palabras de los textos sagrados no eran suficientes para desvelar la profundidad de los hechos a cualquier contemporáneo de Jesús conocedor de esas profecías. Solo el mismo Jesús pudo desvelar su sentido profundo, su verdadero significado. Luego, los apóstoles, de modo particular Pablo, penetrarán en sus palabras e intentarán expresarlas de forma más teológica. Pero no inventaron nada. El hecho y su significado eran demasiado excepcionales para que pudieran inventarlos. Los evangelistas, narrando los hechos sucedidos, transmitieron también la interpretación que de ellos dio el mismo Jesús. 

Afirma H. Schlier, «cada acontecimiento histórico remite a su texto y tiene un texto. Sin este no hay 'acontecimiento' en el pleno sentido de la palabra 10. Los evangelistas transmiten estos acontecimientos dentro de un relato, de una composición literaria. En este sentido, es absolutamente necesario entender perfectamente la narración escrita contenida en los evangelios, intentado resolver todas las oscuridades lingüísticas que encontramos en ella, al mismo tiempo que debemos prestar atención a los hechos que testimonian y a su modo de narrar. Solo así podremos alcanzar el verdadero significado de la historia de la pasión. Y una clave que hay que tener en cuenta para resolver las dificultades y extrañezas que contienen algunos relatos es el origen semítico de la tradición evangélica. Es siempre peligroso interpretar un texto o apelar a su sentido teológico sin haber intentado resolver todas sus extrañezas redaccionales 11. Pues bien, este estudio filológico en los evangelios nunca será completo si no se especifica, en caso necesario, como filología bilingüe; es decir, greco-semítica, ya que la tradición evangélica, como hemos intentado mostrar en otros estudios, fue formulada originalmente en arameo 12. En nuestro estudio, el recurso al sustrato semítico será fundamental para resolver tanto las oscuridades lingüísticas, como algunas divergencias entre los relatos evangélicos. Ciertamente las reconstrucciones ofrecidas son hipótesis de lectura, pues no nos han llegado los textos semíticos de los evangelios. Pero creemos que la utilización de tal recurso en la interpretación de los textos evangélicos 'queda abalado por la luz que arroja sobre ellos. 

Por otra parte, los relatos evangélicos, aunque sean fieles a.lo sucedido, no tienen el estilo de las obras históricas de Plutarco, Tácito o Suetonio. La historia de la pasión está narrada por cristianos, como el mismo relato evidencia, y se dirige también a cristianos para confirmar su fe. A veces, esta intención teológica de los autores sagrados se ha indicado como una objeción a la autenticidad de lo narrado en los evangelios al considerar que su finalidad principal era apologética. Pero la fe cristiana es esencialmente histórica, nace y se apoya en unos acontecimientos que sucedieron realmente. Por tanto, anuncio y acontecimiento histórico son inseparables; es decir, la predicación cristiana solo tiene consistencia en cuanto son verdaderos los hechos que se testimonian. 
Afirma Léon-Dufour: «Sin el hecho del que se declara garante, esta fe no tiene razón de ser; así lo evidencian claramente san Pablo (1Cor 11; 15) o los relatos de control eclesiástico narrados en los Hechos de los Apóstoles (Hch 8). Su edificio reposa en el hecho de la pasión y resurrección de Jesús. A partir del hecho se elabora la teología ulterior del bautismo y de la conducta cristiana. La ligazón con la vida terrestre de Jesús es tal que la comunidad se muestra cuidadosa en el conservar los testimonios de aquellos que acompañaron a Jesús desde el bautismo de Juan (Hch 1,22), vida terrestre de la que la comunidad se hace garante (cf, Hch 2,32; 3,15; 4,33; 5,32; 10,41; 13,31...). Y esta comunidad no es un masa anónima, sino un grupo estructurado que animan y guían los testigos oficiales»13

No obstante, si comparamos los diferentes evangelios entre sí, es fácil identificar llamativas diferencias, e incluso contradicciones, en la transmisión de lo acontecido: Las más llamativas se encuentran en el cuarto evangelio respecto a los tres sinópticos. Recordemos las principales. Según los tres primeros evangelistas, la última cena tuvo lugar con ocasión de la celebración pascual; según Juan, sin embargo, parece ser una comida de despedida. El cuarto evangelio transmite un largo discurso pronunciado durante esta cena, del que no existe ninguna huella en los evangelios sinópticos; solo Lucas hace referencia a un discurso de Jesús, mucho más breve, durante el banquete. También Juan parece desconocer el juicio ante el sanhedrín, pues Jesús comparece ante el sumo sacerdote Anás; su interrogatorio tiene el aire de ser una instrucción preparatoria para llevarlo ante el tribunal de Pilato. Llamativa es la divergencia que existe entre los evangelistas respecto a la fecha en que murió Jesús: mientras que el cuarto evangelista parece colocar la muerte de Jesús en el 14 de Nisán, los tres primeros la sitúan en el 15 de Nisán, día de la Pascua judía. 
No obstante, los cuatro evangelistas coinciden en afirmar que fue viernes el día de la semana en que murió Jesús. Además Juan ofrece informaciones desconocidas por los sinópticos, como el lavatorio de los pies, el largo diálogo de Pilato con Jesús, la flagelación como pena independiente de la crucifixión, la presencia de la Virgen María y el apóstol amado a los pies de la cruz. Pero también una comparación atenta de los tres primeros evangelios entre sí pone en evidencia llamativas diferencias. Las más vistosas son las informaciones que aparecen en uno de ellos y son ignoradas por los otros. Así, Mateo refiere la intercesión de la mujer de Pilato a favor de Jesús, los fenómenos acaecidos después de su muerte en cruz y la petición que las autoridades judías dirigieron a Pilato para que la tumba estuviera vigilada por algunos días. Lucas, por su parte, narra el juicio de Jesús ante Herodes Antipas, el lamento de las mujeres en el camino al Calvario y su diálogo con el buen ladrón, además de algunos dichos pronunciados durante la última cena. 

Los estudiosos han intentado 'explicar estas diferencias, o al menos justificarlas, apelando sobre todo a la intención literaria o teológica del evangelista; aunque no se ponen de acuerdo a la hora de explicar dicha finalidad teológica. En otras palabras, los exegetas no logran alcanzar una explicación unánime de los grandes problemas que contienen los relatos de la historia de la pasión. Por ello, no es extraño que no pocas cuestiones se sigan debatiendo todavía hoy, después de décadas de estudio. Entre otras, la fecha de la muerte de Jesús, el carácter pascual de la última cena, el papel jugado por las autoridades judías en la condena de Jesús, la competencia judicial del sanhedrín durante la dominación romana, o la realidad histórica del privilegio pascual que permitió la liberación de Barrabás, ya que fuera de los evangelios no se han encontrado informaciones claras que la confirmen. 
Por otra parte, algunos estudiosos dudan de que en el breve espacio de tiempo de menos de un día, como sostienen los relatos evangélicos, hayan podido suceder todos los acontecimientos de los que nos informan los evangelistas. Por añadidura, parece imposible alcanzar una coincidencia en la reconstrucción topográfica y la secuencia temporal de los hechos narrados. 

Con este libro intentaremos responder desde el punto de vista histórico a algunas de las cuestiones mencionadas e indicaremos pistas de solución para otras. No obstante, somos conscientes de que este esfuerzo por hallar una solución a los problemas históricos y literarios que plantean estos relatos no es suficiente para desvelar el significado de lo que ocurrió ese viernes de Nisán en Jerusalén. Ciertamente la racionabilidad de la fe se fundamenta sobre la realidad histórica, y por ello es decisivo mostrar la validez histórica del testimonio evangélico. Pero para conocer el significado de lo acontecido se requiere una inteligencia que no nace del estudio histórico y filológico, sino de la pertenencia a la Iglesia, donde pervive el acontecimiento y el testimonio que nos legaron los testigos. 
A lo largo del libro, en breves comentarios, iremos aludiendo a dicho significado, prestando ante todo atención a la conciencia que manifestó Jesús a través de su comportamiento y sus palabras. 

La celebración litúrgica de la pasión de Jesús comienza el domingo de Ramos con su entrada triunfal en Jerusalén. Las versiones modernas de los evangelios sinópticos suelen indicar como prólogo a la pasión la conspiración de los miembros del sanhedrín para acabar con Jesús 14
Según la narración evangélica, en los días posteriores a su entrada en Jerusalén Jesús subió a la ciudad santa para desarrollar allí una actividad de enseñanza y predicación en el área del templo. Al final de cada jornada, volvía a Betania, a la casa de Lázaro, donde pasaba la noche. El día previo a la pascua, cuando se mataban los corderos en el templo, Jesús encargó a dos de sus discípulos preparar todo lo necesario para celebrar la cena pascual. 
Algunos estudiosos consideran este evento el verdadero comienzo del relato de la historia de la pasión. Nuestro estudio, sin embargo, se centrará en los sucesos acaecidos desde el prendimiento de Jesús en el Huerto de los Olivos hasta su sepultura. Ahora bien, creemos necesario abordar algunas cuestiones previas que ayuden a enmarcar mejor la pasión y muerte de Jesús. Por eso, en el capítulo inicial centraremos nuestra atención en tres problemas. 
Por una parte, estudiaremos las noticias cronológicas que tenemos recogidas en los evangelios sinópticos y en el cuarto evangelio, con el fin de situar los acontecimientos relacionados con la muerte de Jesús. 
En segundo lugar, intentaremos averiguar si la decisión de acabar con Jesús que tomó el tribunal supremo judío fue repentina y sin premeditación o, por el contario, conducida de forma consciente durante un largo periodo de tiempo. Por último, examinaremos algunos de los gestos y palabras de Jesús en la última cena para identificar el significado que confirió a su muerte. En el resto de los capítulos abordaremos varias dificultades que los estudiosos han identificado en las principales escenas de la historia de la pasión, desde el prendimiento de Jesús hasta su sepultura. Entre otras, la presencia de los soldados romanos en el prendimiento de Jesús, la muerte de Judas, el motivo de la condena de Jesús por el alto tribunal judío, el sueño de la mujer de Pilato, el privilegio pascual, las noticias cronológicas dispares; además de detenernos a estudiar la conciencia de Jesús ante su muerte y el valor que le otorgó.
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1  Cf. R. Bauckham, Jesus and the Eyewitnesses. The Gospels as Eyewitness Testimony (Eerdmans, Grand Rapids 2006) 14-147. Sobre la antigüedad de estos relatos véase, J.B. Green, «Passion Narrative», en J.B. Green-S. McKnight-1.H. Marshall (ed.), Dictionary of Jesus and the Gospels (lnterVarsity, Downers GroveLeicester 1992) 604; R.E. Brown, The Death of the Messiah. From Gethsemane to the Grave. A Commentary on the Passion Narratives in the Four Gospels (Doubleday, New York 1994) 92.
2 X. Léon-Dufour, «Passion (Récits de la)»: DBS 6 (1960) 1481. Cf. también R.E. Brown, The Death of the Messiah, 53-57.
3 X. Léon-Dufour, «Passion», 1440.
4 M. Kahler, The So-Called Historical Jesus and the Historical Biblical Christ, (Fortress, Philadelphia 1964) 80 nota 11.
5 Véase, por ejemplo, en el Evangelio según Marcos las diferentes referencias a la pasión y muerte de Jesús: 2,7; 3,6.22-30; 8,31; 9,31; 10,33s; 11,18; 12,12
6 A. Vanhoye, «I racconti della Passione nei vangeli sinottici», en Varios, La Passione secondo i quattro Vangeli (Queriniana, Brescia 52003) 16s.
7 Por ejemplo, J.D. Crossan, The Cross that Spoke. The Origins of the Passion Narrative (Harper&Row, San Francisco 1988).
8 Por ejemplo, el lamento de las mujeres era la forma de acompañar al condenado; el reparto de los vestidos u ofrecer una bebida fuerte entraban dentro de la realización normal de una crucifixión; también era normal indicar mediante un titulus el motivo de condena; etc.
9 Véase Me 15,1.10-11; Mt 27,1-2.12-14.20; Jn 18,35; 19,6-7; Hch 3,13-15; 4,10-11; 13,27-28; 1Tes 2,15; etc
10 H. Schlier, Sobre la resurrección de jesucristo, (30Días, Roma 2008) 14.
11 Hace algunos años J. Carmignac, Recherches sur le 'Notre Pere' (Letouzey&Ané, París 1969) 6s, insistía con razón en la prioridad de un estudio filológico serio antes de identificar el sentido teológico del relato: «Puesto que una buena teología supone una buena exégesis, y una buena exégesis supone una buena filología, la solidez de las bases filológicas es la garantía indispensable de las exposiciones exegéticas y teológicas. De ahí que yo haya dado siempre la prioridad a la filología, precisamente para llegar a una mejor exégesis y una mejor teología».
12 Varios libros de la colección Studia Semítica Novi Testamenti se centran en pasajes difíciles que adquieren luz apelando a un original semítico del pasaje evangélico. Nuestro estudio tendrá en cuenta lo publicado en dicha colección.
13 X. Léon-Dufour, «Passion», 1480.
14 Mt 26,1-5; Me 14,1-2; Le 22,1-6.

Al Pie de la Cruz - Gema Martín

jueves, 1 de agosto de 2024

LIBRO "ACONTECIMIENTOS Y FIGURAS CORUÑESAS" por JESÚS MARÍA REIRIZ REY: "Se ha permitido que se perdieran símbolos porque esta es una ciudad muy mercantilista"


Jesús María Reiriz:

"Se ha permitido que se perdieran símbolos 
porque esta es una ciudad muy mercantilista"
HISTORIADOR Saca a la luz su libro número 18, un volumen sobre acontecimientos y figuras destacadas en la historia de La Coruña, una ciudad que, defiende, ha perdido gran parte de su patrimonio debido a la especulación urbanística; el martes 23 estará en el Sporting Club Casino hablando de este y otros temas

El psicólogo e historiador Jesús María Reiriz presenta el martes (20.00 horas) en el Sporting Club Casino su última obra, 'Acontecímientos y figuras coruñesas', en un acto organizado por la Librería Arenas.

¿Qué seaborda en este volumen? 

Quería dejar un legado del siglo XXI para las generaciones veni­deras, aunque soy consciente de que mi principal volumen de lec­tores pertenece a una generación que pienso que ya no existe. La gente joven, por norma general, no suele tener demasiado in­terés en la historia, y aún menos en la local.

¿Cuántos años ha dedicado a ela­borar este tipo de artículos?

Desde 1993. Tres décadas de mi vida. No sé si bien o mal empleadas, a estas alturas tengo bastan­tes dudas. Un trabajo de investigación nunca debe ser únicamente motivo de satisfacción para su autor, tiene que ser rentable desde un punto de vista cultural. Dejan­do al margen ya todo el tema eco­nómico, que dé un sentido al futu­ro trabajo de otras personas.
Para usted la historia local siem­pre ha sido una afición.
Ya de niño sentía mucha incli­nación por las humanidades y un vínculo especial con esta ciu­dad. Y me atrevería a decir, aun­ que suene un poco a chaladura, que esto viene motivado por al­ gún tema kármico.

¿A qué se refiere?

Este libro está dedicado a mi pa­dre, la persona que me educó en el amor a los libros, y también a Antonio Abelardo Rey Escariz. Yo creo que he sido reencarna ­ción de este autor, que en su vida vio frustrada su obra y yo de al­guna manera tengo la misión de llevar a feliz término lo que él no pudo concluir en su vida. Tengo muchos puntos en contacto con él, como vidas paralelas.

¿Cuáles serian los platos fuertes de la historia coruñesa?

Para mí uno de los que recojo en el libro es la desaparición del castillo de San Diego, porque lo derribaron quince días antes de nacer yo. Uno de los grandes pecados de esta ciudad es que nunca miró ha­cia atrás para intentar preservar las huellas de su pasado, tenemos mucha agenda 2030 con los carri­les bici pero no hemos invertido el esfuerzo y dinero en conservar gran parte de los monumentos de los que hablo en el libro. La Coru­ña es una ciudad echada a perder, no nos podemos comparar ni con Salamanca, ni con León, ni con Toledo, ni con Sevilla, claro.

Falta más cuidado patrimonial. Más amor propio, cómo se pudie­ron haber cometido tantas abe­rraciones y que ningún gobierno municipal haya intentado corre­gir un rumbo que nos ha lleva­do al desastre. Se han perdido to­dos los valores artísticos y estéti­cos de la ciudad. Quien diga que La Coruña es una ciudad bonita es solo por la ubicación, abraza­da por el mar. Pero tenemos que pensar que La Coruña es Monte Alto, Los Mallos, Los Castros, El Castrillón, donde no hay nada de interés que exponerle a un visi­tante. Y en los barrios históricos poco queda del sabor de antaño.


¿Hay algún elemento más que se haya perdido?

Un elemento emblemático, que era un icono financiero de la ciu­dad, era la Torre del Reloj, que fue la sede de la Caja de Ahorros de Galicia, que se derribó. Se ha permitido que se perdieran estos símbolos por­ que esta es una ciudad muy mer­cantilista y se ha vendido todo por cuatro duros. Absolutamente ningún gobierno se ha salvado, son todos cómplices.

¿Cómo se podría revertir esto?

El fallo de la democracia es que puede llegar al poder cualquier persona y creo que ningún políti­co coruñés pasaría un examen de historia local.




VER+:












domingo, 3 de marzo de 2024

ABUELOS, OS VAN A NECESITAR MUCHO, MUCHÍSIMO... 💕👶👧👨👵👴💕 y LA MIRADA EMBELESADA ENTRE UNA MADRE Y SU HIJO 👀 y ABUELAR...

 "Os  van  a  necesitar,  mucho".
💕👶👧👨👵👴💕
"CUANDO ACONTECE EL NACIMIENTO DE UN BEBÉ EN NUESTRAS VIDAS DE FAMILIA, TAMBIÉN NACEN UNOS PADRES Y UNOS ABUELOS Y UNOS TÍOS... ES UN PARENTEZCO NUEVO, CONDICIONANTE, VINCULANTE Y VIVICANTE". YANKA 
Cuando por fin tengáis delante a vuestro nieto es muy posible que sintáis de nuevo amor, alegría, felicidad, ternura y todas esas sensaciones que vivisteis cuando fuisteis padres, junto con la dicha de poder compartir esos sentimientos con la nueva pareja.
Eso hará que queráis formar parte de ello, y que sintáis la necesidad de participar.
Pues tengo una buena noticia: "Os van a necesitar, mucho". Es más, la evidencia dice que los niños que han tenido en sus vidas a sus abuelos tienen una niñez más feliz y una mejor vida adulta, así que imaginad lo importante que es el vínculo entre abuelos y nietos para ellos y vosotros.

 Ofreceos para visitarles según las normas que os indiquen: no vayáis sin avisar o sin que os hayan invitado, y tratad de descubrir siempre cuándo es un buen momento para iros.
 Ofreced vuestra casa también, para que vengan. Ese día no tendrán que cocinar ni limpiar después, y además podréis ir haciendo cada vez más vínculo con vuestro/a nieto/a.
 Tratad de dar muy pocos consejos, y por supuesto, no critiquéis su manera de criar. Lo que necesitan de vosotros es apoyo, cariño y respeto. Y es que ahora son ellos los padres.
 Si os preguntan, por supuesto, debéis dar vuestra opinión. Pero sin imponer vuestras creencias. Recordad que ha pasado mucho tiempo desde que criasteis a uno o más hijos (y no por criar a varios hijos tenéis el derecho de imponer vuestro criterio), y que aunque muchas cosas siguen igual, muchas otras han cambiado.

 Lo ideal es que preguntéis a la pareja cómo podéis ayudarles y qué esperan de vosotros, y que tengáis paciencia con respecto al bebé: el vínculo con vuestro/a nieto/a se crea poco a poco, desde la calma de los brazos de su madre y/o padre, hasta que por propia iniciativa decida irse con vosotros/as.
 Secuestrar al bebé de sus brazos es mala idea, porque lo pasarán mal ellos, y también el bebé.
 A medida que crezca, podréis ir contándole cómo era su mamá o papá de pequeño, y cosas de vuestra infancia y vuestra familia.

Sois quienes más información tenéis sobre ello, y le encantará descubrir sus orígenes de vuestra boca 

TIEMPOS AQUELLOS



Los Abuelos no crían a sus nietos...
LOS ABUELAN

¿Qué significa Abuelar?
Mirar desde el corazón a los hijos de sus hijos.
Poner a su disposición historias de infancias
que constituyen identidad.
Cantar con ternura.
Escuchar con Atención.
Ofrecer consuelo.
Jugar con picardía siendo cómplice y guía a la vez.
Y por sobre todo...
Amar Incondicionalmente!
 
-Susana Maiqueira-

martes, 6 de febrero de 2024

"LA FE EXIGE EL REALISMO DEL ACONTECIMIENTO" por 🔥 JOSEPH RATZINGER 🔥


«La fe exige el realismo 
del acontecimiento»🔥
«La opinión según la cual la fe como tal no conoce absolutamente nada de los hechos históricos y debe dejar todo eso a los historiadores, es gnosticismo. Esa opinión desencarna la fe y la reduce a pura idea. En cambio, para la fe que se basa en la Biblia, precisamente el realismo del acontecimiento es una exigencia constitutiva. Un Dios que no puede intervenir en la historia y manifestarse en ella, no es el Dios de la Biblia». La intervención del prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe con motivo del centenario de la creación de la Comisión Bíblica Pontificia.
No he elegido el tema de mi relación sólo porque forma parte de las cuestiones que de derecho pertenecen a una visión retrospectiva sobre los cien años de la Pontificia Comisión Bíblica, sino también porque forma parte de los problemas de mi biografía: desde hace más de medio siglo mi itinerario teológico personal gira en torno al ámbito determinado por este tema.

En el decreto de la Congregación Consistorial del 29 de junio de 1912 De quibusdam commentariis non admittendis aparecen los nombres de dos personas que se cruzaron en mi vida. En efecto, en ese decreto fue condenada la Introducción al Antiguo Testamento del profesor de Frisinga Karl Holzhey. Este profesor ya había muerto cuando, en enero de 1946, comencé mis estudios de teología en la colina de la catedral de Frisinga, pero sobre él circulaban aún anécdotas elocuentes. Debía de ser un hombre más bien pagado de sí y lleno de sombras.

Me resulta más familiar el segundo nombre citado, es decir, Fritz Tillmann, bajo cuya dirección se publicó un Comentario del Nuevo Testamento definido inaceptable. En esa obra, el autor del comentario a los Sinópticos fue Friedrich Wilhelm Maier, un amigo de Tillmann, entonces profesor en Estrasburgo. El decreto de la Congregación Consistorial establecía que estos comentarios debían ser completamente borrados de la institución de los clérigos (expungenda omnino esse ab institutione clericorum). Ese Comentario, del que yo, cuando era estudiante en el seminario menor de Traunstein, había encontrado un ejemplar olvidado, debía ser prohibido y retirado de la venta, dado que en él Maier sostenía, con respecto a la cuestión sinóptica, la así llamada teoría de las dos fuentes, que hoy es aceptada prácticamente por todos. En aquel momento, eso significó también el final de la carrera científica de Tillmann y de Maier. Sin embargo, a ambos se les permitió cambiar disciplina teológica. Tillmann aprovechó esta posibilidad y llegó a ser un destacado teólogo moral alemán. Juntamente con Th. Steinbüchel y Th. Müncker, dirigió un manual de teología moral de vanguardia, que trataba de una manera nueva esta importante disciplina y la presentaba según la idea de fondo de la imitación de Cristo.

Maier no quiso aprovechar la posibilidad de cambiar disciplina, pues estaba dedicado en alma y cuerpo al trabajo sobre el Nuevo Testamento. Así, se hizo capellán militar y, como tal, participó en la primera guerra mundial; seguidamente, trabajó como capellán en las cárceles hasta 1924, cuando, con el nihil obstat del arzobispo de Breslau (hoy Wroclaw), cardenal Bertram, en un clima ya más distendido, fue llamado a la cátedra de Nuevo Testamento en la Facultad teológica del lugar. En 1945, cuando esa Facultad fue suprimida, juntamente con otros colegas, se trasladó a Münich, donde yo lo tuve como profesor.

La herida de 1912 nunca cicatrizó del todo en él, a pesar de que en ese tiempo ya podía enseñar su materia prácticamente sin problemas y de que le apoyaban con entusiasmo sus alumnos, a los que lograba transmitir el amor al Nuevo Testamento y una interpretación correcta del mismo. De vez en cuando, en sus clases afloraban recuerdos del pasado. Se me ha quedado grabada, sobre todo, una afirmación que hizo en 1948 ó 1949. Dijo que ya podía seguir libremente su conciencia de historiador, pero que aún no se había llegado a la libertad completa de la exégesis que él soñaba. Asimismo, aseguró que él probablemente no llegaría a verlo, pero que al menos deseaba poder contemplar, como Moisés desde el monte Nebo, la tierra prometida de una exégesis sin ningún control ni condicionamiento del Magisterio.

Notábamos que en el espíritu de este hombre docto, que llevaba una vida sacerdotal ejemplar, fundada en la fe de la Iglesia, no sólo pesaba aquel decreto de la Congregación Consistorial, sino también que los diversos decretos de la Comisión Bíblica –sobre la autenticidad mosaica del Pentateuco (1906), sobre el carácter histórico de los primeros tres capítulos del Génesis (1909), sobre los autores y sobre la época de composición de los Salmos (1910), sobre los evangelios de san Marcos y san Lucas (1912), sobre la cuestión sinóptica (1912), etc.– impedían su trabajo de exegeta con obstáculos que él consideraba indebidos.

Persistía aún la impresión de que a los exegetas católicos, a causa de esas decisiones del Magisterio, se les impedía desempeñar un trabajo científico sin coacciones; de que así la exégesis católica, en comparación con la protestante, nunca podría estar a la altura de los tiempos; y de que los protestantes tenían, de algún modo, razón al poner en duda su rigor científico.

Naturalmente, influía también la convicción de que un trabajo rigurosamente histórico podría certificar, de modo creíble, los datos objetivos de la historia, más aún, que este era el único camino posible para comprender en su sentido propio los libros bíblicos, los cuales, precisamente, son libros históricos.

Él consideraba indiscutible que el método histórico era digno de consideración e inequívoco; ni se le pasaba por la mente la idea de que también en ese método entraban en juego presupuestos filosóficos y de que podría resultar necesaria una reflexión sobre las implicaciones filosóficas del método histórico. A él, como a muchos de sus compañeros, la filosofía le parecía un elemento perturbador, algo que sólo podía contaminar la pura objetividad del trabajo histórico. No se planteaba la cuestión hermenéutica, es decir, no se preguntaba en qué medida el horizonte de quien pregunta determina el acceso al texto, haciendo necesario aclarar, ante todo, cuál es el modo correcto de preguntar y de qué manera es posible purificar la propia pregunta. Precisamente por esto, el monte Nebo le habría reservado seguramente alguna sorpresa totalmente fuera de su horizonte.

Ahora quisiera intentar subir, por decirlo así, juntamente con él al monte Nebo, para observar, desde la perspectiva de entonces, la tierra que hemos atravesado en los últimos cincuenta años. A este respecto, podría resultar útil recordar la experiencia de Moisés. El capítulo 34 del Deuteronomio describe cómo a Moisés se le concedió contemplar desde el monte Nebo la tierra prometida, viéndola en toda su extensión. La mirada que se le concedió fue una mirada, por decirlo así, puramente geográfica, no histórica. Sin embargo, se podría afirmar que el capítulo 28 del mismo libro presenta una mirada no sobre la geografía sino sobre la historia futura en la tierra y con la tierra, y que ese capítulo brinda una perspectiva muy diferente, mucho menos consoladora: “Yahveh te dispersará entre todos los pueblos, de un extremo a otro de la tierra (...). No hallarás sosiego en aquellas naciones, ni habrá descanso para la planta de tus pies” (Dt 28, 64-65). Lo que Moisés veía en esa visión interior se podría resumir así: la libertad puede destruirse a sí misma; cuando pierde su criterio intrínseco, se autosuprime.

¿Qué podría percibir una mirada histórica desde el monte Nebo sobre la tierra de la exégesis de los últimos cincuenta años? Ante todo, muchas cosas que hubieran resultado consoladoras para Maier, las cuales serían, por decirlo así, la realización de su sueño.

Ya la encíclica Divino afflante Spiritu, de 1943, introdujo un nuevo modo de entender la relación entre el Magisterio y las exigencias científicas de la lectura histórica de la Biblia. A continuación, la década de 1960 representó el ingreso en la tierra prometida de la libertad de la exégesis, para conservar esta imagen metafórica.

En primer lugar, encontramos la instrucción de la Comisión Bíblica del 21 de abril de 1964 sobre la verdad histórica de los Evangelios, y luego, sobre todo, la constitución conciliar Dei Verbum, de 1965, sobre la divina Revelación, con la que de hecho se abrió un nuevo capítulo en la relación entre el Magisterio y la exégesis científica. No hace falta subrayar aquí la importancia de este texto fundamental. Ante todo, define el concepto de Revelación, que no se identifica en absoluto con su testimonio escrito, que es la Biblia, y así abre el vasto horizonte, histórico y a la vez teológico, en el que se mueve la interpretación de la Biblia, una interpretación que considera las Escrituras no sólo como libros humanos, sino también como el testimonio de que Dios ha hablado.

De este modo resulta posible determinar el concepto de Tradición, el cual también va más allá de la Escritura, aunque tiene en ella su centro, puesto que la Escritura es ante todo y por naturaleza “tradición”. Esto lleva al tercer capítulo de la Constitución, dedicado a la interpretación de la Escritura. En él emerge, de modo convincente, la absoluta necesidad del método histórico como parte indispensable del trabajo exegético, pero luego también aparece la dimensión propiamente teológica de la interpretación, que, como ya he dicho, es esencial, si ese libro es algo más que palabra humana.

Prosigamos nuestra investigación desde el monte Nebo: Maier, desde ese mirador, habría podido alegrarse especialmente de lo que aconteció en junio de 1971. Con el motu proprio Sedula cura, Pablo VI reorganizó completamente la Comisión Bíblica, de modo que dejó de ser un órgano del Magisterio, y pasó a ser un lugar de encuentro entre el Magisterio y los exegetas, un lugar de diálogo en el que pudieran encontrarse representantes del Magisterio y exegetas cualificados, para hallar juntos, por decirlo así, los criterios intrínsecos de la libertad que le impiden autodestruirse, elevándola así al nivel de una libertad verdadera.

Maier habría podido alegrarse también por el hecho de que uno de sus mejores alumnos, Rudolf Schnackenburg, entró a formar parte no de la Comisión Bíblica, sino de la no menos importante Comisión Teológica Internacional, de forma que él mismo, por decirlo así, se encontraba casi en la Comisión que le había causado tantas preocupaciones.

Recordemos otra fecha importante que, desde nuestro monte Nebo imaginario, habría podido divisarse en la lejanía: el documento de la Comisión Bíblica, de 1993, titulado “La interpretación de la Biblia en la Iglesia”, en el cual ya no es el Magisterio quien desde lo alto impone normas a los exegetas, sino que son ellos mismos quienes tratan de establecer los criterios que deben señalar el camino para una interpretación adecuada de este libro especial, el cual, visto sólo desde fuera, en el fondo sólo constituye una colección literaria de escritos cuya composición se extiende a lo largo de todo un milenio. Solamente el sujeto del cual nació esta literatura, el pueblo de Dios peregrinante, hace que esta colección literaria, con toda su variedad y sus aparentes contrastes, forme un único libro. Pero este pueblo sabe que no habla ni actúa por sí mismo, sino que es deudor de Aquel que hace de él un pueblo: el mismo Dios vivo, que le habla a través de los autores de los diversos libros.

Así pues, ¿el sueño se ha hecho realidad? ¿Los segundos cincuenta años de la Comisión Bíblica han borrado y excluido como ilegítimo lo que los primeros cincuenta años habían producido?

A la primera pregunta yo respondería que el sueño se ha hecho realidad y que, al mismo tiempo, también ha sido corregido. La mera objetividad del método histórico no existe. Es sencillamente imposible excluir del todo la filosofía, o sea, la pre-comprensión hermenéutica. Esto resultaba claro ya incluso en vida de Maier, por ejemplo, en el “Comentario a san Juan” de Bultmann, donde la filosofía heideggeriana no sólo servía para hacer presente lo que históricamente era lejano, actuando, por decirlo así, como medio de transporte que traslada el pasado a nuestro hoy, y también como puente que lleva al lector al interior del texto.

Ahora bien, este intento fracasó, pero resultó evidente que el puro método histórico –como, por lo demás, sucedió también en el caso de la literatura profana– no existe. Desde luego, es comprensible que los teólogos católicos, en la época en que las decisiones de la Comisión Bíblica de entonces les impedían una pura aplicación del método histórico-crítico, miraran con envidia a los teólogos evangélicos, los cuales, mientras tanto, con la seriedad de su investigación, podían obtener resultados y logros nuevos sobre cómo nació y creció esta literatura, que llamamos Biblia, a lo largo del camino del pueblo de Dios.

Sin embargo, entonces se tenía muy poco en cuenta el hecho de que en la teología protestante existía el problema opuesto. Eso resulta evidente, por ejemplo, en la conferencia tenida en 1936 por el gran alumno de Bultmann, más tarde convertido al catolicismo, Heinrich Schlier, sobre la responsabilidad eclesial del estudiante de teología. En aquellos tiempos, la cristiandad evangélica en Alemania libraba una batalla por su supervivencia: el enfrentamiento entre los así llamados Cristianos alemanes (deutsche Christen), que, al someter el cristianismo a la ideología del nacionalsocialismo, lo falsificaron en sus raíces, y la Iglesia confesante (Bekennende Kirche).

En ese marco Schlier dirigió a los estudiantes de teología estas palabras: «Pensad un momento. ¿Qué es mejor: que la Iglesia, de modo legítimo y después de una atenta reflexión, quite la enseñanza a un teólogo por una doctrina heterodoxa, o que una persona cualquiera, de forma gratuita, tache a algún profesor de heterodoxo y ponga en guardia contra él? No se debe pensar que el juzgar acaba cuando se deja que cada uno juzgue ad libitum. Aquí la visión liberal es coherente al afirmar que no puede existir ninguna decisión sobre la verdad de una enseñanza, que por ello toda enseñanza tiene algo de verdad y que, por consiguiente, en la Iglesia deben admitirse todas las enseñanzas. Pero nosotros no compartimos esta opinión, pues niega que Dios haya tomado realmente una decisión en medio de nosotros...». Quien recuerde que entonces gran parte de las Facultades de teología protestantes estaban casi exclusivamente en manos de los Cristianos alemanes y que Schlier por afirmaciones como la que acabo de citar tuvo que dejar la enseñanza académica, puede caer en la cuenta también de la otra cara de esta problemática.

Llegamos así a la segunda cuestión, la cuestión conclusiva: ¿Cómo debemos valorar, hoy, los primeros cincuenta años de la Comisión Bíblica? ¿Todo fue solamente, por decirlo así, un trágico condicionamiento de la libertad de la teología, un conjunto de errores, de los que nos debíamos liberar en los segundos cincuenta años de la Comisión? O, por el contrario, ¿no debemos considerar este difícil proceso de un modo más articulado?

Que las cosas no son tan sencillas, como parecía en los primeros entusiasmos al inicio del Concilio, resulta claro tal vez a la luz de lo que acabamos de decir. Es verdad que el Magisterio, con las decisiones citadas, ensanchó demasiado el ámbito de las certezas que la fe puede garantizar; por eso, es verdad que con ello se disminuyó la credibilidad del Magisterio y se restringió de modo excesivo el espacio necesario para las investigaciones y los interrogantes exegéticos. Pero también es verdad que, por lo que atañe a la interpretación de la Escritura, la fe tiene algo que decir, y que, por consiguiente, también los pastores están llamados a corregir cuando se pierde de vista la índole particular de este libro, y una objetividad, que es pura sólo en apariencia, hace que desaparezca lo propio y específico de la sagrada Escritura. Por ello, ha sido indispensable una laboriosa investigación para que la Biblia tuviera su justa hermenéutica y la exégesis histórico-crítica su justo lugar.

Me parece que en este problema, discutido entonces y ahora, se pueden distinguir dos niveles. En un primer nivel, debemos preguntarnos hasta dónde se extiende la dimensión puramente histórica de la Biblia, y dónde comienza su especificidad, que escapa a la mera racionalidad histórica. Se podría formular también como un problema inherente al mismo método histórico: ¿qué puede hacer en realidad y cuáles son sus límites intrínsecos? ¿Qué otras modalidades de comprensión son necesarias para un texto de este tipo? La laboriosa investigación que se ha de realizar se puede comparar, en cierto sentido, al esfuerzo que implicó el caso Galileo. Hasta ese momento parecía que la visión geocéntrica del mundo estaba unida de modo inseparable a lo que se hallaba revelado por la Biblia; parecía que quien estaba a favor de la visión heliocéntrica del mundo violaba el núcleo de la Revelación. Debía revisarse a fondo la relación entre la apariencia externa y el auténtico mensaje del conjunto, y sólo lentamente se lograrían elaborar los criterios que permitirían poner en una relación correcta entre sí la racionalidad científica y el mensaje específico de la Biblia. Ciertamente, se puede decir que la tensión nunca ha quedado resuelta del todo, pues la fe testimoniada por la Biblia incluye también el mundo material, afirma también algo sobre él, sobre su origen y sobre el del hombre en particular. Reducir toda la realidad, tal como nos sale al encuentro, a puras causas materiales, confinar el Espíritu creador a la esfera de la mera subjetividad, es inconciliable con el mensaje fundamental de la Biblia.

Ahora bien, esto conlleva un debate sobre la naturaleza misma de la verdadera racionalidad, pues, si se presenta una explicación puramente materialista de la realidad como la única expresión posible de la racionalidad, entonces se entiende incorrectamente la racionalidad misma.

Algo análogo se debe afirmar por lo que atañe a la historia. En un primer momento parecía indispensable, para la credibilidad de la Escritura y, por tanto, para la fe fundada en ella, que el Pentateuco debía atribuirse indiscutiblemente a Moisés, o que los autores de los Evangelios debían ser verdaderamente los nombrados por la Tradición. También aquí era necesario, por decirlo así, redefinir lentamente los ámbitos. Hacía falta revisar la relación fundamental entre fe e historia. Esa clarificación no era una empresa que se pudiera realizar de un día para otro. También aquí habrá siempre espacio para la discusión.

La opinión según la cual la fe como tal no conoce absolutamente nada de los hechos históricos y debe dejar todo eso a los historiadores, es gnosticismo. Esa opinión desencarna la fe y la reduce a pura idea. En cambio, para la fe que se basa en la Biblia, precisamente el realismo del acontecimiento es una exigencia constitutiva. Un Dios que no puede intervenir en la historia y manifestarse en ella, no es el Dios de la Biblia. Por eso, la realidad del nacimiento de Jesús de la Virgen María, la efectiva institución de la Eucaristía por parte de Jesús en la última Cena, su resurrección corporal de entre los muertos –este es el significado del sepulcro vacío–, son elementos de la fe en cuanto tal, que esta puede y debe defender contra un presunto conocimiento histórico mejor.

Que Jesús, en todo lo que es esencial, fue efectivamente el que nos muestran los Evangelios, no es una conjetura histórica, sino un dato de fe. Las objeciones que quieran convencernos de lo contrario no son expresión de un conocimiento científico efectivo, sino una arbitraria sobrevaloración del método. Por lo demás, lo que mientras tanto hemos aprendido es que muchas cuestiones en sus detalles deben quedar abiertas y encomendadas a una interpretación consciente de sus responsabilidades.

Con esto llegamos ya al segundo nivel del problema: no se trata simplemente de hacer una lista de elementos históricos indispensables para la fe. Se trata de ver qué puede la razón, y por qué la fe puede ser razonable y la razón puede estar abierta a la fe. Entretanto, no sólo se han corregido las decisiones de la Comisión Bíblica que habían entrado demasiado en el ámbito de las cuestiones meramente históricas; también hemos aprendido algo nuevo sobre las modalidades y los límites del conocimiento histórico. Werner Heisenberg, en el ámbito de las ciencias naturales, ha demostrado con su “Unsicherheitsrelation” que nuestro conocimiento no refleja sólo lo que es objetivo, sino que siempre está determinado también por la participación del sujeto, por la perspectiva en que se plantea las preguntas y por su capacidad de percepción.

Todo ello, naturalmente, vale en una medida sin comparación mucho mayor donde entra en juego el hombre mismo o donde se hace perceptible el misterio de Dios. Por tanto, fe y ciencia, Magisterio y exégesis no se contraponen ya como mundos cerrados en sí mismos. La fe misma es un modo de conocer. Quererla marginar no produce la pura objetividad, sino que constituye la elección de un ángulo que excluye una perspectiva determinada y ya no quiere tener en cuenta las condiciones casuales del ángulo elegido. Sin embargo, si aceptamos que las sagradas Escrituras provienen de Dios a través de un sujeto que vive aún –el pueblo de Dios peregrinante–, entonces también racionalmente resulta claro que este sujeto tiene algo que decir sobre la comprensión del libro.

La tierra prometida de la libertad es más fascinante y multiforme de lo que podía imaginar el exegeta de 1948. Las condiciones intrínsecas de la libertad han resultado evidentes. Presupone escucha atenta, conocimiento de los límites de los diversos caminos, plena seriedad de la ratio, pero también implica estar dispuestos a limitarse y a superarse al pensar y al vivir juntamente con el sujeto que nos garantiza los diversos escritos de la antigua y de la nueva Alianza como una única obra, la sagrada Escritura.

Agradecemos profundamente las aperturas que, como fruto de una larga y laboriosa investigación, nos ha dado el concilio Vaticano II. Pero no condenemos con ligereza el pasado; más bien, veámoslo como parte necesaria de un proceso de conocimiento que, teniendo en cuenta la grandeza de la Palabra revelada y los límites de nuestra capacidad, siempre nos planteará nuevos desafíos. Pero precisamente esto es lo hermoso. Y así, a cien años de distancia de la constitución de la Comisión Bíblica, a pesar de todos los problemas surgidos en este período de tiempo, podemos aún mirar, con gratitud y con esperanza, el camino que se abre ante nosotros.


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