Somos vasallos
en una nueva Edad Media
EN LA EDAD MEDIA SÓLO MANTENÍAMOS A UNOS POCOS SEÑORES FEUDALES CON UN SOLO CASTILLO. AHORA, EN CAMBIO, MANTENEMOS BAJO SOMETIMIENTO Y BAJO REPRESIÓN IMPOSITIVA A MILES DE SEÑORITOS DE LA CASTA DE MIERDA:POLÍTICOS, , SINDICATOS CON SUS LIBERADOS, ASESORES, PATRONAL, FUNDACIONES, SUBVENCIONES, PARÁSITOS, ETC... ETC... ETC...
Decía recientemente Juan Carlos Girauta que no recordaba una sociedad más sumisa que la actual. No creo que sea cierto, basta recordar las generaciones nacidas bajo el régimen franquista y comprobar que apenas hubo oposición interna, ni siquiera entre los jóvenes. Sólo a finales de los sesenta y setenta, cuando la represión del régimen era menos dura, se produjeron algunos movimientos reactivos en la universidad. Actualmente los partidos de izquierda intentan asentar el mito (por falso) de su resistencia antifranquista, de la que no se tuvo noticia entonces. El PSOE prácticamente no existió durante el franquismo y sólo unos pocos comunistas y unos cuantos liberales y monárquicos se opusieron realmente al franquismo.
Poco más adelante, en la década de los ochenta, tampoco hubo realmente oposición al poder que se estableció tras la Transición pues, si bien dicho proceso fue positivo para España y evitó mayores enfrentamientos, lo cierto es que, por una parte, el PSOE era un partido de izquierdas, lo que anestesiaba a los posibles rebeldes y los hacía gozar del beneplácito general, y por otro lado lo cierto también es que el PSOE supuso una real continuidad del régimen en aspectos esenciales de la política social (Seguridad Social universal, Estatuto de los trabajadores, que prorrogaba sin solución de continuidad el Fuero del Trabajo, educación universal y gratuíta, etc).
Seguramente la rebeldía de los españoles no es más que un mito. Durante la conquista se mezclaba la expansión del país con la ambición individual y sólo podemos recordar como mito fundacional de nuestra supuesta casta rebelde el Levantamiento del 2 de mayo que, en realidad, fue un levantamiento contra un invasor extranjero y que sólo sirvió, a la postre, para volver a asentar por amplia voluntad popular el absolutismo bajo el mandato del más felón e inútil de los monarcas de nuestra historia (sólo Pedro Sánchez admite comparación con él).
En realidad, el carácter español se parece mucho más al de una población sumisa que jamás protesta si no es tras aguantar mucha, demasiada, opresión. Las generaciones jóvenes son aún más sumisas que las anteriores por dos razones: porque no saben qué hacer con su presente y cada vez están menos preparados intelectual y psicológicamente para ganarse la vida por su cuenta (lo de la generación de los mejor preparados es una falacia vendida desde el poder que los ha hecho así), y porque, educados en los falsos mitos del Estado social, en realidad no hacen más que compartir los valores y principios que les regalan desde el poder.
Por tanto, esperar generaciones rebeldes que se levanten contra la opresión evidente que nos impone el poder todos los días es una ingenuidad. Se comparten valores y en la mayoría de los casos ni se percata gran parte de la población de las consecuencias a medio y largo plazo de tales imposiciones. De modo que día a día se van admitiendo mayores implicaciones del poder en nuestra vida sin más oposición que una leve queja y algún comentario aislado y alguna columna o libro de personas inteligentes como el señor Girauta que, a pesar de ser conocido y de que se hable de su libro en los medios, no creo que lleguen a leer más de diez mil personas, con suerte, en toda España.
Una población que no se informa y no se instruye no puede ser rebelde. Y la sociedad española ni se informa ni se instruye debidamente desde hace décadas.
Desde los medios de comunicación nos han aplastado literalmente con conceptos como "Estado social", "justicia social", "solidaridad", etc, de modo que se tacha a quien no los comparte con los peores epítetos sin darse cuenta la mayor parte de la población de que tales expresiones no son sino la máscara de la opresión, el nuevo lenguaje al más puro estilo orwelliano. Las supuestas buenas intenciones de nuestro "Estado de bienestar" sirven para justificar cualquier atropello que no se ve como tal sino sólo como un intento más de actuar en nuestro beneficio. Lo cierto es que el Estado de bienestar ha venido a ocupar cualquier resquicio de la sociedad civil de modo que la ha desarticulado por completo, no existiendo hoy una sociedad civil como tal con alguna excepción minoritaria e insignificante. La legitimidad que se otorga a sí mismo dicho Estado de bienestar (que bien visto no es sino un Estado de Malestar, lo que será objeto de otros comentarios) sirve para no oponerse a ninguna de sus medidas. Tal Estado, como cualquier otra organización de tipo extractivo y mafioso se cuida a sí mismo, se reproduce y crece como un auténtico tumor provocando una sensación de incredulidad respecto a cualquier otra solución para la sociedad. Al final, se crea una élite que reproduce los vicios del monstruo y que amplía las facultades e invasiones de la fanática maquinaria en las vidas de los ciudadanos. Casi nadie repara en que actualmente el burócrata es un lobo para el hombre. En que cuanto más perfecta es la burocracia más sumisión provoca y más se deshumaniza.
El Estado ha emputecido sus propias instituciones para cambiar su nacimiento original, que era servir a los ciudadanos, hasta conseguir que expriman a los ciudadanos para servir al propio Estado
Al contrario de lo que muchos suponen, que el Estado redistribuya (una mísera parte) de lo que extrae de la sociedad no es ninguna ventaja sino un retroceso en las aspiraciones de cualquier comunidad y, especialmente, de los ciudadanos individualmente considerados. Porque para repartir apenas el 30% de lo que ingresa se "come" en su avaricia recaudatoria el restante 70% del total que exprime a personas y empresas, engordando hasta límites inconcebibles y necrosando a la sociedad.
Antiguamente, durante el absolutismo, se trabajaba gratis para el noble y hoy se trabaja gratis para el fisco del Estado y para los parásitos de la Industria Política y de su clientela. De 4 a 6 meses en casos de personas de renta media es lo que han de trabajar para pagar sus impuestos. Esto es, te quita entre 4 y 6 meses de vida cada año. Y tan agradecidos.
En su cancerígeno engrosamiento, el Estado ha emputecido sus propias instituciones para cambiar su nacimiento original, que era servir a los ciudadanos, hasta conseguir que expriman a los ciudadanos para servir al propio Estado. Desde tales instituciones no se pretende otra cosa que controlar a la sociedad y repartir a su antojo la riqueza conquistada a la fuerza. Hoy incluso vemos ejemplos palmarios de incumplimiento de las leyes instados desde las propias instituciones. El Gobierno insiste en que en nuestro país las leyes se cumplen cuando, en realidad, no cumple ninguna y mucho menos la principal: la Constitución. Además, no tiene reparo alguno en imponer medidas a todas luces ilegales, como el confinamiento o ahora la obligación de apagar los escaparates.
Esto es, ha llegado el momento en que el Estado y la Industria Política que lo sustenta ejercen el poder de una forma autoritaria a pesar de la máscara de democracia que aún queremos ver cuando nos miramos al espejo.
Pedro Sánchez no es sólo un ejemplo único que puede ser rechazado próximamente debiendo esperar que los que lo sucedan no lleguen a tales extremos de autoritarismo y símil de dictadorzuelo bananero. A lo sumo, podemos esperar un mayor respeto a las instituciones y una gestión decente, pero ningún cambio real. Del mismo modo que lo dicho también es aplicable al resto de países occidentales (confinamientos ilegales, ahora imposiciones de restricciones por la supuesta emergencia energética o climática, exacciones fiscales confiscatorias, etc).
Realmente, los Estados, incluso en los países hasta hace poco decentemente democráticos, han llegado al extremo anunciado por Lenin: convertir el Estado en el medio para forzar la voluntad del pueblo.
Esta involución democrática creo que es irreversible, incluso en el caso de que nos provoquen lo que ya viene de camino: un empobrecimiento masivo de los ciudadanos occidentales (y deliberado, como veremos próximamente). Ninguna sociedad occidental se está levantando y sólo los agricultores holandeses han dado alguna muestra de rebeldía, pero tan ocultada por los medios de comunicación que casi nos hemos enterado de tapadillo, y han sido objeto de represiones policiales brutales que ya querríamos aplicaran en barrios de sus ciudades sometidos a la 'sharia' (Ley Islámica).
Se ha instaurado un sistema de saqueo a todos los niveles, no sólo en España sino en todo Occidente, a favor de las castas privilegiadas y sus clientelas electorales. Este 'Estado Total' nos traerá la pobreza que era la norma en las sociedades precapitalistas y que es la norma en las sociedades estatistas (socialistas).
Debemos recordar que la renta per cápita de España no ha mejorado en los últimos quince o veinte años, pero nuestra deuda se ha multiplicado por tres y las Administraciones públicas gastan más del 70% de lo extraído a la sociedad sólo en mantenerse. Este estatismo, propio de todos los partidos (incluido los de derechas habituales, especialmente el PP) va a acabar con la sociedad tal y como la conocíamos.
Llevan cuarenta años instruyéndonos en la irresponsabilidad y ahora no podemos exigir a nuestros compatriotas una responsabilidad para la que no fueron preparados y a la que son alérgicos. El estatismo es un cáncer para la sociedad y ya ha producido una metástasis imposible de controlar. Como toda enfermedad terminal no es difícil saber cómo concluirá. Tal vez la crisis a que nos llevan las élites que nos gobiernan, ajenas a la democracia verdadera porque imponen sus criterios por encima de las necesidades y anhelos de la gente, pueda servir para depurar las políticas socialistas que nos arrastran por el fango. Políticas que suponen que vivamos en una crisis permanente. Políticas que provocan las crisis por su hiperregulación y que impiden salir de ellas por su control férreo y su empeño en diseñar las políticas económicas en lugar de dejar libres a los ciudadanos y a los mercados. Alguien lo dijo cuando la crisis de 2008: debemos elegir entre dos opciones terribles, dejar caer lo que haya que dejar caer según los mercados, o una crisis permanente si optamos por la regulación.
Como no podía ser de otro modo se optó en toda Europa por la segunda vía. Llevamos en crisis desde 2008 y ahora se avecina otra, tal vez peor. Pero, por supuesto, la culpa la tendrán los mercados, no las políticas socialistas. El señor Borrell, con indisimulada alegría, ya predijo cuando la pandemia que el Estado se convertía así en aseguradora de último recurso de la sociedad. Lástima que olvidó mencionar que quien había provocado la crisis había sido otro Estado y que quien prolongó sus catastróficas consecuencias fueron el resto de Estados y de instituciones supraestatales controladas por esos mismos Estados. Se empeñan en hacernos creer que sólo los Estados garantizaron la supervivencia de la población, pero obvian que las medidas que tomaron, además de ilegales, no salvaron vidas sino por la misma vía que en la Edad Media (aislar y confinar) mientras que las medidas de prevención hubieran sido mucho más eficaces tomadas por los ciudadanos libremente si hubieran estado debidamente informados (recordemos la criminal connivencia de los medios de comunicación de siempre, es decir, casi todos, con que la pandemia era un resfriado leve que podía tomarse a risa hasta que cambiaron radicalmente su discurso en cuanto el poder político se lo ordenó); del mismo modo que hubieran accedido antes por negocios privados a medios de protección que los Estados tardaron semanas e incluso meses en poner a disposición de los ciudadanos y, encima, controlando las cantidades y decidiendo cuándo y dónde se podían obtener.
Del mismo modo que dejaron morir a los ancianos en los centros geriátricos sin proporcionar la menor protección en un triaje impropio de países civilizados y sólo comparable a la suerte de los internos de los gulag o de los campos de concentración nazis. Por no mencionar que encontrar la solución médica a la pandemia, la vacuna, fue labor de empresas privadas que, incluso, rechazaron capital público ofrecido para su desarrollo.
Los Estados son los responsables de los peores males que asolan la civilización moderna. Las más terribles guerras del siglo XX no hubieran sido posibles en modo alguno sin Estados fuertes y controladores de la población. Por eso nos quieren hacer creer que sólo los Estados pueden solucionar los problemas, cuando lo cierto es que suele ser el Estado el que crea problemas inexistentes (el sentimiento nacionalista de varias regiones españolas es un sentimiento nacido al amparo del deseo irrefrenable de crear otro Estado, no de obtener una libertad que ya disfrutan en gran medida). Es falso que sólo el Estado pueda prestar servicios para asistir a la sociedad, a los más desfavorecidos o a los más débiles. Tales asistencias se prestaban en la Nueva York de la segunda mitad del siglo XIX por organizaciones y asociaciones privadas que hoy han desaparecido por el empuje de las Administraciones públicas del mismo modo que la arena del desierto hace desaparecer la vegetación.
Pero es imprescindible que temamos una existencia sin Estado, porque eso garantiza nuestra sumisión. Olvidamos que, entre las élites que ocupan siempre los Estados, tomados por los partidos políticos y estructuras que resisten el paso del tiempo y que no cambian a pesar de los cambios de Gobierno intrascendentes de cada legislatura, lo que hemos llamado Industria Política en otro lugar, el que más promete siempre es el que más miente. Y que, sea cual sea la opción que se elija en las urnas, todas más o menos estatistas, todas más o menos socialistas, su alianza con las grandes empresas acerca nuestro modo de gobierno a los modos mafiosos y fascistas, tan parecidos como también vimos en otra ocasión.
Del mismo modo, hemos de convenir que al votar a quien promete quitarle a otros para darnos a nosotros estamos aceptando varias consecuencias ineludibles: primera, que no podrás quejarte cuanto te quiten a ti; segunda, que no imaginas la mísera parte que te da de lo que quita a otros; tercera, que podrías conseguir, colaborando con otros, mucho más de lo que el Estado, tras robarle a esos otros, te da.
El Estado excesivo es inhumano, como demuestra que no detenga sus actuaciones a pesar de las consecuencias: deseducación que ha provocado en las últimas décadas, lo que nos hace peores como individuos y como sociedad; pobreza, que ya anuncian los acólitos de esas élites, como Macron, y que ha sido provocado por las políticas socialistas comunes a toda Europa de las últimas décadas, impuestas a los ciudadanos sin contar con su aprobación. Debemos recordar que los retrasos en el progreso que provocan los Estados no sólo nos quitan lo que tenemos en este momento sino lo que pudimos haber hecho o haber tenido de no mediar sus imposiciones y sus exacciones.
Nuestro Estado, como los que nos rodean, no son sino la sublimación del expolio y la justificación de la ineptitud. Sin embargo, no parece que nadie, excepto unos pocos, casi excepciones, piden hacer retroceder a los Estados, convertirlos en lo que nunca debieron dejar de ser: Estados pequeños que garantizasen la seguridad y la propiedad privada de los ciudadanos y los derechos humanos básicos. Nada hay más allá de ello que justifique su invasión completa de la vida humana, nada excepto nuestro agradecido vasallaje.
VER+:
Feudalismo siglo XXI
El principio feudal de la edad media, dejó de ser territorial y se convirtió en personal, el feudo era una especie de contrato entre “el señor y sus vasallos”, actualmente, pareciera que el feudalismo se transforma en una relación entre gobernantes y gobernados, hoy, el gobierno se lo atribuye todo y todo lo ve, todo lo examina, todo lo prevé y con el tremendo enjambre de empleados en sus diferentes jerarquías, parece no considerar al ciudadano capaz de conocer sus intereses ni de cuidar por sí mismo, los principios básicos del feudalismo giran de la misma manera, quienes ascienden al poder por medio de los partidos políticos, se transforman en señores feudales del siglo XXI.
En la edad media, el feudo era un contrato entre el señor y sus vasallos, un feudo era una propiedad, normalmente de tierras, ganadas a cambio de un servicio militar. Los principios básicos del feudalismo giran en torno al señor feudal y sus vasallos, ellos juran lealtad al señor que obtiene el feudo y él, tiene la última palabra sobre todas las cosas, el vasallo está obligado al aporte financiero, a cambio, el señor está obligado a respetar y proteger al vasallo, se comprende entonces que el orden feudal reposa en el principio de la desigualdad de clases y al parecer las cosas no han cambiado mucho pues, actualmente, mientras la nobleza, entiéndase como aparato de gobierno, posee privilegios, no tienen más deberes que aquellos a los que se ha sometido libremente.
Lo más terrible son las atrocidades que cometen cuando pretenden corregir los delitos, tal vez las medidas resulten más crueles que la esclavitud, no recapacitan que el origen del problema es la educación, pero como la educación la dirige el gobierno, pareciera que somos niños en la escuela y niños en el estado viviendo una vida automática o dependiente, de tal suerte que la nulidad a que nos reducen, resulta una utopía la batalla por la libertad, la facultad del pensamiento por la que nos conocemos y distinguimos los seres humanos, del resto de las especies vivas se reduce a su mínima expresión, convirtiéndonos en máquinas que obedecen al impulso que reciben.
Declaramos
que tenemos inteligencia, esa facultad de recibir las impresiones de los sentidos, comprendemos y combinamos los actos que satisfacen nuestras necesidades, en cambio, en la edad media, los colonos libres y los siervos carecían de casi todos los derechos, además de estar obligados a innumerables cargas tributarias, un trato como el que damos hoy en día a los animales superiores como el perro, caballo, elefante y aún el mono que poseen inteligencia en el grado del niño antes que principie a hablar, solo faltaría obligarlos a pagar un tributo.
El poder de elevarse de lo concreto a lo abstracto, comprender la naturaleza de las cosas, someterse a la causa que las produce, estudiarse a sí mismo contemplando lo creado es la razón que nos hace distintos, y esa razón a la que me refiero es el patrimonio de los seres humanos, que gracias a esa cualidad es que se puede ver lo real y lo ideal, es decir, el hecho en sí y la causa que lo produce, entonces, gracias a esa facultad conocida como razón y evolucionada en este tiempo es que no quedamos atrapados como en la edad media, cuando los principios de uno y otro derecho se confundían en la persona del señor y por eso suele decirse que, durante el período feudal, no existía organización estatal en sentido estricto.
Por fortuna en este siglo ya podemos definir cada una de nuestras facultades de manera científica, comprendemos lo que es la inteligencia y el actuar con rectitud y valor, como si por arte de magia desapareciera una especie de interferencia en la vista, la claridad de las imágenes invita a conducirnos con la prudencia necesaria en cada uno de los problemas a resolver de la vida ordinaria, resulta entonces que ya podemos pensar en la filantropía que tanto requieren las personas de nuestro entorno.
Sin embargo, sigue pendiente el problema del feudalismo, como si se tratara de una enfermedad, se diseñan textos sobre leyes y reglamentos que coinciden siempre en la búsqueda del bien común y casualmente siempre resulta contradictorio, recordemos que en la edad media, el señor feudal era el encargado de dar seguridad al vasallo, como parte de su propiedad, el gobernante actual pareciera un señor feudal con muchos vasallos que durante considerable tiempo vivieron “felices” unos y otros pero, llegó el día en que el señor feudal moderno perdió la brújula y se puso un traje de “salvador” que no le sienta nada bien.
Existe un descontento a nivel mundial porque los señores feudales de este siglo se colocan muy lejos de sus vasallos, impunemente se “otorgan” sumas millonarias como salario y el principio de igualdad se pierde en el laberinto de la ambición, ejercitando de manera aristocrática la información de “sus” ambiciones pequeñas y grandes, olvidando por sistema a sus vasallos, que de acuerdo a los postulados de la “democracia” se supone que los vasallos eligen a esos señores feudales que en el “sistema” pierden la filosofía del bien común.
Quizás una reflexión de 60 segundos sea suficiente, y podamos descubrir que los señores feudales del siglo XXI en realidad son empleados de los vasallos modernos y que su trabajo será evaluado cada vez o tantas veces como sea necesario, con un manejo de “contratación” acorde a resultados y rendición de cuentas como principio de evolución real de los seres humanos del siglo XXI, que finalmente encontrarán la tan deseada felicidad.
LACAYOS
Y VASALLOS
Por qué el autoritarismo persiste
en el siglo XXI y como enfrentarlo
¡Bienvenido al futuro! Estamos en la era digital, del cambio climático, de la generación milénica y de las noticias falsas.
¿Vivimos una utopía o una distopía? ¿Tenemos un mundo democrático?
En estos tiempos convulsos de la realidad aumentada, Blockchain, las criptodivisas, los hogares inteligentes, los coches autónomos, en los que la inteligencia artificial está a la vuelta de la esquina y una guerra nuclear pudiera convertirse en realidad, Carlos Viniegra nos ofrece una mirada, desde la ciencia de los sistemas complejos, al mundo que ha sido, al presente y al mundo que puede ser.
¿Dejaremos que se repitan los modelos autoritarios de gobierno que han dominado a las sociedades por siglos o estamos listos para que la dignidad de la persona sea el eje de la democracia? Amos, lacayos y vasallos es fundamental para analizar desde una perspectiva nueva y sistémica las interconexiones, los puntos de encuentro y desencuentro, de los problemas contemporáneos.
¿Qué relación tiene la libertad en internet con el renacimiento mundial del autoritarismo y los movimientos fundamentalistas? ¿Qué soluciones podemos encontrar desde las innovaciones tecnológicas para problemas como la polarización de las sociedades o la disparidad de ingresos y riqueza?
Este es un libro indispensable para los ciudadanos del siglo XXI, ya que por primera vez, reúne y conecta causas y consecuencias de muchos de los actuales fenómenos tecnológicos, políticos y sociales, desde la disección de las nuevas economías de Uber y AirBnB, hasta las oportunidades que presenta la economía compartida y los riesgos de la cuarta revolución industrial. En esta vorágine, ¿qué papel jugamos cada uno de nosotros? ¿Qué caminos existen hacia la libertad, la paz y la prosperidad? Descubra las soluciones de nueva generación en las que las personas más creativas del mundo trabajan para recuperar y fortalecer a la sociedad abierta en el siglo XXI.
EL MUNDO COMO ES
l. Introducción
Objetivo
El mundo contemporáneo es como una moneda. Por un lado, tiene una cara abierta y tecnológicamente avanzada, y por el otro, una cara cerrada y atrasada. Sin importar cómo se mida la diferencia, y a pesar de todos los progresos, la mayor parte de la humanidad -cerca de 7,500 millones de seres humanos- vive en el lado cerrado y atrasado. Esto significa, en las famosas palabras de Thomas Hobbes (1588- 1679), que aún en este siglo para la mayor parte de las personas del planeta "la vida es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta".
No se puede subestimar que, a diferencia de la época en la que Hobbes enunció esta célebre frase, el mundo actual es mejor, sobre todo en lo que se refiere a la parte brutal y corta, gracias a la disminución de la violencia homicida y la mejora de la sanidad y la salud pública en el último siglo. Sin embargo, las disparidades entre quienes viven en el lado soleado de la moneda y quienes viven en la sombra, todavía se pueden medir en órdenes de magnitud creciente. La tendencia de mejora a largo plazo para la mayor parte de la población que está en desventaja, hoy no parece muy alentadora porque, sumado s a los retos históricos para levantar a la mayor parte de la civilización a una mejor realidad, existen nuevos desafíos económicos, políticos, sociales y ambientales que dificultan la situación.
A pesar de que millones de personas atacan estas problemáticas desde infinidad de ángulos diferentes, estamos en un punto donde ya no es posible abordar muchos temas de forma aislada y especializada porque, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, al enfrentar los problemas de forma individual, no encontramos respuestas para los nuevos retos, que surgen de los vínculos, los traslapes y las contradicciones entre los diferentes, asuntos. Un ejemplo de ello es la indisoluble conexión entre desarrollo económico, medio ambiente, economía y política que se observa al abordar la problemática del cambio climático. Frente a este y otros problemas, nuestras herramientas tecnológicas y científicas más especializadas resultan inútiles para arar el vasto desierto de las penurias humanas, por lo que estamos obligados a buscar ideas y soluciones de capacidad suficiente que generen progreso tangible en las tareas que todavía están pendientes.
Las diferencias, que metafóricamente son el lado iluminado o abierto y el lado obscuro o cerrado de la moneda, se relacionan con dos modelos culturales opuestos, cuyo origen es tan antiguo como la civilización misma y que hoy en día conocemos como: el mundo democrático y el mundo autoritario. El interés de esta propuesta es explorar de una forma nueva los mecanismos operativos de ambos mundos y proponer herramientas y soluciones que, a pesar de los nuevos desafíos, nos permitan alejamos de la sombra.
El libro está dividido en tres partes: "El mundo como es'', "El mundo que dejará de ser" y "El mundo como puede ser".
La primera analiza la conformación actual del mundo desde la nueva perspectiva de la ciencia de la complejidad. Inicia con la descripción de un marco conceptual fundado en la idea de la evolución cultural, una aproximación que estudia a la sociedad humana como un sistema complejo adaptativo, utilizado para describir el persistente mundo autoritario, cuyos personajes centrales dan título al libro -amos, lacayos y vasallos-, así como para interpretar las reglas operativas del mundo democrático y sus personajes.
En cada caso, se explica cómo las reglas de interacción, que definen cada sistema social y determinan a los diferentes actores, moldean cada mundo por medio de la emergencia, un fenómeno característico de los sistemas complejos con el que es posible explicar algunas de las categorías más dificiles y escurridizas de las ciencias sociales, como el poder y la violencia, al tiempo que abre la discusión sobre las figuras de mérito o performance, equivalentes al valor o lo valioso, que incentivan la dirección evolutiva y persistente de cada sistema.
La primera parte, una aproximación actualizada y simplificada a los problemas clásicos de las ciencias sociales, solo es la base para abordar dos nuevos factores, cuyos efectos transformarán por completo a la humanidad y por ello nos obligan a ir más allá del análisis tradicional.
El primer factor, que analiza la segunda parte, es la incorporación de los temas ambientales al entramado de la arquitectura social; las leyes y la ecología, los derechos de las generaciones presentes y futuras, el desarrollo de las naciones desarrolladas y de las que están en vías de desarrollo, y la relación de este con la preservación de la naturaleza.
El segundo factor concierne a los cambios impulsados por la revolución digital, cuyo eje es la desintermediación de todo lo que abarca y que ya pone de cabeza a las redes económicas, políticas y sociales en un proceso que técnicamente se conoce como cambio de topología de red, que produce y producirá nuevos ganadores y perdedores que se enfrentarán entre sí, trayendo nuevas posibilidades para la generación de valor, al mismo tiempo que inestabilidad y cambios sistémicos.
Por último, la tercera parte sintetiza las características del mundo autoritario y del mundo democrático descritas en el primer título, junto con los retos de cambio expuestos en el segundo título, y presenta las características generales de diseño que se requieren para constiuir soluciones de nueva generación.
En ese título también se describen algunos de los proyectos pioneros que comienzan a mostrar el horizonte de posibilidades para sacar a miles de millones de personas de la sombra, hacer crecer la democracia y enfrentar de manera efectiva el autoritarismo que por desgracia, todavía prospera y se renueva en el siglo XXI.
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