Un viejo autobús de viajeros llega hasta las inmediaciones de Quantana, la "ciudad infernal" según advierte el conductor al P. Keogh (Mills) cuando este desciende del mismo. Se trata de una población mexicana donde domina de forma tiránica el joven Anacleto (Bogarde, Lorenzo en la versión hispana).
Un hombre que odia la religión y pretende "Quemar las iglesias, matar a los curas", hasta el punto de expulsar al bondadoso P. Gómez (French), que exclama aterrorizado a modo de justificación "Ya que no podía servir a la Iglesia, pensé morir por ella".
Magnífica la escena de la salida del anciano párroco acosado por los esbirros de Anacleto, en medio de los abucheos de todo el pueblo y montando una mula que recuerda mucho el reverso de la Entrada de Jesús en Jerusalén saludado con palmas.
La acción se sitúa sobre los años 50 del pasado siglo, al menos a juzgar por los "carros" y las ropas que gastan las clases distinguidas. El panorama que encuentra el P. Keogh es desolador, la iglesia literalmente convertida en un muladar con las gallinas campando por los bancos y el pueblo atemorizado incapaz de exteriorizar sus sentimientos religiosos. Su labor va a ser ardua, "No se puede proteger un pueblo que no acepta la protección".
El choque va a ser frontal pues al anticlericalismo de Anacleto se opone la firmeza de las creencias del sacerdote que, poco a poco, va venciendo el temor de sus feligreses suministrando a los más pobres medicinas y otras ayudas.
De nada sirven los diversos atentados que sufre ni los asesinatos que el malvado comete sobre víctimas inocentes. Impresionante también es la escena en la que Pablo (Payne), un matón borracho que confiesa poco antes de morir sus angustias vitales al buen párroco.
En segundo plano aparecen otros dos personajes interesantes. De una parte la joven Locha de Cortínez (Demongeot), cuyos sentimientos parecen repartirse entre Anacleto y el sacerdote, con beso incluido a este último que parece evocar un poco a "La Regenta". De otra parte un corajudo jefe de policía que busca denodadamente pruebas para incriminar al cacique, es la antítesis de los sheriffs corruptos que tan acostumbrados estamos a ver en el mundo pistoleril.
Western intenso y extenso que pertenece por méritos propios al subgénero religioso. Guion errático con cambios y saltos inexplicados, magnífica banda sonora con muchas piezas orquestales inspiradas en la música popular mexicana, ambientación excelente.
Pero especialmente hay que destacar la hondura psicológica de los personajes, sobre todo de los dos protagonistas (Mills y Bogarde) que llevan a cabo una extraordinaria interpretación sin que los demás desmerezcan en absoluto. Ambos mantienen una titánica lucha ideológica con sucesivos encuentros y desencuentros.
"¿Es buena la canción o es el cantante el bueno?" o, lo que es lo mismo, ¿es mérito de la religión o del sacerdote la paulatina "conversión" de Anacleto? El título original de la cinta se inclina por la segunda alternativa, pero el impresionante desenlace parece indicar precisamente lo contrario. Por otra parte, a lo largo de la obra queda muy clara la auténtica fe cristiana que en todo momento impulsa al P. Keogh. El cantante en este caso es inseparable de la canción.
Es curioso el nombre de Quantana que tiene la ciudad. Parece aludir a la encíclica "Quanta cura" que el papa Pío IX pronunció en 1864 criticando el liberalismo ideológico y político de los estados laicos que proclamaban la separación Iglesia-Estado.
En lo negativo el excesivo metraje con situaciones poco y mal explicadas, en nuestra opinión debido a la excesiva servidumbre de la obra hacia la novela de la que se extrajo el guion. En cualquier caso una buena película.
Hay quienes han querido ver en los debates y enfrentamientos ideológicos entre el sacerdote y Anacleto algún tipo de atracción física. Nada de eso vemos nosotros. El que tiene hambre sueña bollos.
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