EL Rincón de Yanka: LAS DOS VIDAS DE JOSÉ MOJICA: UNA MARAVILLOSA HISTORIA DE VOCACIÓN RELIGIOSA 🕂🎶🕂

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viernes, 9 de septiembre de 2022

LAS DOS VIDAS DE JOSÉ MOJICA: UNA MARAVILLOSA HISTORIA DE VOCACIÓN RELIGIOSA 🕂🎶🕂



Las dos vidas de José Mojica


Solamente una vez se entrega el alma
con la dulce y total renunciación.
Agustín Lara

Solamente una vez.

Cuando cae la tranquilidad de la medianoche, me gusta sentarme a rastrear en Internet no pocos temas musicales que una vez hicieron las delicias del público internacional, aunque hoy, desgraciadamente, parezcan empolvarse en la esquina más desolada de la memoria cultural del mundo.

Me gusta disfrutar de “viejos” temas en las voces de La Lupe, Toña La Negra, Lucho Gatica, Panchito Riset, Rolando Laserie, Elena Burke… y de una figura que un día decidió cambiar el glamour que lo acompañaba en los escenarios por las humildes prendas de un fraile: el actor y vocalista José Mojica (México 1896-Perú 1974), intérprete de lujo de temas como Júrame, de María Grever, Nocturnal, de José Sabre Marroquín, Una furtiva lágrima, de Gaetano Donizetti, y Solamente una vez, compuesta especialmente para él por Agustín Lara cuando este, durante la filmación de la película Melodías de América, supo que su amigo se convertiría en fraile franciscano.

José Mojica, cuyo verdadero nombre era Crescenciano Abel Exaltación de la Cruz José Francisco de Jesús Mojica Montenegro y Chavarín, debutó como tenor en 1916, integrando el elenco de la célebre ópera bufa El barbero de Sevilla en el teatro Arbeu (hoy biblioteca Miguel Lerdo de Tejada). De ahí en adelante protagonizaría en escenarios teatrales y cinematográficos y en sellos disqueros una historia de éxitos artísticos que sería imposible enumerar en un solo artículo periodístico.

Recordaba el prestigioso investigador Ramón Fajardo, en su artículo “Las actuaciones en La Habana del tenor mexicano José Mojica”, la profunda conmoción que causaron en la Isla, a fines de 1931, las presentaciones del popular tenor, a raíz de responder a una invitación que le cursara uno de los mejores músicos cubanos de todos los tiempos: el compositor y pianista Ernesto Lecuona, a quien Mojica, ya bajo un potente renombre gracias su magnífica voz y porte de galán latino, acogió cálidamente en su residencia en Hollywood, donde las manos de Lecuona brillaron en el piano.

Tiempo antes, del propio Lecuona le había llegado, mientras ocurría el rodaje de la película "La cruz y la espada", una ayuda especial al entonces desconocido emigrante y lavaplatos José Mojica, actor de papeles secundarios en una compañía teatral neoyorkina, donde Lecuona se fijó especialmente en su innegable talento y decidió llevarlo a Hollywood para que cantara en la mencionada película.

Finalmente, Mojica actuaría a lo largo de su vida en doce filmes de Hollywood y seis en Latinoamérica, entre los cuales pudieran nombrarse Hay que casar al príncipe, El rey de los gitanos, Las fronteras del amor, El capitán aventurero y Ladrón de amor.

Cuenta Fajardo que la antológica romanza María la O, de Lecuona, siempre había sido interpretada por sopranos, pero una adaptación hecha por el propio Mojica logró permitirle que fuera la primera voz masculina en interpretar uno de los más elogiados temas del maestro cubano y convertirse en uno de los éxitos más estremecedores de la carrera del vocalista mexicano, quien veinte años más tarde, en 1951, ya con sus hábitos de sacerdote, regresaría a La Habana, pero esta vez para interpretar exclusivamente música sacra.

Gracias a la ayuda y los consejos del gran tenor italiano Enrico Caruso, el tenor mexicano había logrado ser parte de la Compañía de Ópera de Chicago y perfeccionar sus conocimientos de inglés, francés e italiano y de danza, equitación y atletismo. Con la diva escocesa Mary Garden, directora de esta compañía, alcanzaría un resonante éxito en el escenario del Metropolitan Opera House.

De Mojica y sus éxitos rotundos en aquella primera etapa de su vida, ha escrito el periodista José Vadillo Vila: “Era pintón y bien entonado. Las féminas suspiraban a su paso y más cuando cantaba Júrame, que había hecho éxito de las masas. Galanazo de cuando el cine mexicano era lingote puro de éxitos”.

La muerte de su madre, ocurrida en 1941, provocó en Mojica una profunda depresión. A partir de ese instante, ni aplausos en codiciadas plazas, ni dinero, ni mansiones, pudieron detener el cambio radical que convertiría al afamado tenor en el sencillo fray José de Guadalupe Mojica, capaz de renunciar a todos sus bienes y propiedades para servir incondicionalmente a Dios hasta su último día en la tierra, el 20 de septiembre de 1974.

En el año de 1942 había ingresado al seminario Franciscano de Cuzco, en Perú, donde adoptó su nuevo nombre, y después se trasladó al monasterio de San Antonio de la Recoleta, donde culminó con su ordenación como sacerdote en 1947, en el templo Máximo de San Francisco de Jesús, en la misma ciudad de Lima.

No obstante, dicho acontecimiento no significó el fin de su trayectoria, ya que la fama le ayudó a reunir fondos para la instauración de un seminario en Arequipa. Hacia 1958 decidió escribir el libro Yo pecador, en el cual narra la historia de su vida y habla de su conversión en religioso. El libro sirvió de argumento para una película donde se desempeñó como actor. Hacia 1969 fue objeto de un sentido homenaje organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes, en la capital de México.

Fray José de Guadalupe murió, a causa de problemas cardíacos, en la más absoluta pobreza, bajo los cuidados de una anciana sordomuda. Si bien la muerte de su madre y una aparición de santa Teresita de Jesús le dieron el impulso final hacia una nueva vida, el propio Mojica reconoció que, desde niño, esa había sido su verdadera vocación.

Hoy, a cuarenta y ocho años de su deceso, es posible entrar a los inmensos predios de Internet para escucharle cantar los temas que lo colocaron en un lugar privilegiado del pentagrama latinoamericano en la primera mitad del siglo XX, así como para disfrutar de un encuentro muy cálido que, en el Convento de San Francisco, en Lima, sostuviera en 1969 con su amigo y también tenor Pedro Vargas.

En este encuentro, el padre Mojica recuerda el impacto causado en Agustín Lara al saber que ingresaría a la vida religiosa y el empeño del autor de Granada en componerle una canción de despedida.

-No porque yo tome los hábitos dejaremos de ser amigos, yo procuraré rezar por ti y tú sigue componiendo esas hermosas melodías para el mundo –le dijo entonces con una sonrisa en los labios, minutos antes de que Agustín se encerrara en su habitación y, sin dormir en toda la noche, le compusiera una pieza que estrenaría la voz de Mojica y daría la vuelta al mundo.


Desandando por la red de redes, es posible encontrar también imágenes de noticiarios peruanos de la época, en formato de celuloide, donde se recoge la ordenación del padre Mojica y la primera misa que este oficiara, en la iglesia de San Francisco de Lima, con la presencia, entre otras figuras importantes de Perú, de María Jesús de Bustamante, esposa del entonces presidente de la República.

Son pequeños fragmentos de una larga y fecunda existencia, pero son, en definitiva, como pequeñas piezas de un rompecabezas que van armando el alma de un gran hombre, quien pudo elegir una vida expedita y glamorosa; pero optó por elegir una vida espiritual donde fama, oropel y dinero no tuvieron lugar jamás.

La maravillosa historia de 
Fr. José de Guadalupe Mojica

Fue un notable cantante lírico y tenor de ópera, intérprete de boleros y destacado actor y galán cinematográfico en Hollywood, México y Buenos Aires. Sin embargo, cuando estaba en la cúspide de su carrera artística decide abandonar los brillos y oropeles de la fama para seguir a Cristo al estilo de San Francisco de Asís y decide enclaustrarse en un convento para volverse fraile y ser luego ser sacerdote franciscano en el Perú. Esta es la historia del artista José Mojica, quien ha pasado a la historia religiosa universal como Fray José Francisco de Guadalupe Mojica OFM, un mexicano universal que unió su vida en un largo abrazo con los peruanos.

Fray José Francisco de Guadalupe Mojica José Mojica (San Gabriel de Jalisco, 14 de septiembre de 1896 – Lima, 20 de septiembre de 1974) es un personaje de aquellos que dejan una huella imperecedera, en su caso, no sólo en el arte sino también en la espiritualidad. La peripecia vital de su existencia está signada por la búsqueda incesante del misterio de la vida, que solamente encontró en su comunión con Dios.

Quien lee su libro autobiográfico “Yo pecador” (1958) es, parafraseando al poeta estadounidense Walt Whitman, “como tocar no un libro sino un hombre”. Y es que el testimonio personal de Fr. José Mojica, nos conmueve, tanto como lo que narra uno de sus biógrafos: Fr. Ernesto Arauco Travezán (religioso y compositor huancaíno que además fue su pianista en giras por más de veinte países).

El padre Mojica ha pasado a la historia como una de las conversiones más luminosas, quizás comparable a la de Saulo de Tarso, quien tras ser perseguidor de cristianos sintió el aguijón de la fe. Mojica, dotado de un talento innato para el “bel canto” fue un artista de renombre en su época -de lo cual dan fe las decenas de grabaciones fonográficas par la RCA Víctor (auspiciado por el mismísimo Toman Edison), su pasó por las más célebres auditorios operísticos con el aval de figuras de la ópera como Mary Garden y el tenor Caruso y las películas que dejó. Pero ¿qué motivación tuvo?

En la carta que escribe el 10 de septiembre de 1941 al padre superior del Convento de la Recoleta del Cusco, Fr. José Núñez del Prado, para solicitar ser aceptado como fraile franciscano encontramos las claves de su conversión: “No hay nada que me detenga en el mundo, ninguna liga que me ate a él. Soy solo y ardientemente deseo ofrecer a los demás lo que el Señor me conceda de vida. No busco el refugio del Monasterio bajo ninguna emoción dolorosa o desesperada, ni creo que se trate de un vértigo religioso 

(…) No tengo decepciones artísticas, pues me encuentro en la plenitud de mis facultades y, si quisiera, podría obtener contratos ventajosísimos por un período de tiempo todavía largo. Tampoco sufro decepciones humanas, pues me aman mis parientes y -perdone usted la vanidad- también soy amado por una legión de admiradores que se multiplica por cada una de mis películas y de mis actuaciones en la radio y en el teatro. Nada me falta para seguir en el mundo y en mi profesión (…) pero hay una Voz que me habla de otra vida que he entrevisto y deseado siempre. No creo equivocarme al manifestar que tengo vocación para ella, y confío en el Señor, y en su gracias que me permitirá vivir esa nueva vida para servirle y, por Él, a todos los hombres”.

José Mojica nació, en el seno de un modesto hogar en el pueblo de San Gabriel (Jalisco), en 1896, y siempre recordó este período en medio de un ambiente campestre e idílico junto a su madre, doña Virginia. El pequeño José no conoció a su padre -quien murió tempranamente-, lo cual unido con el fallecimiento de su hermano menor marcaron trágicamente su infancia. Su mamá, maltratada y golpeada por la vida tuvo que vérselas sola para sacar adelante al pequeño José, incluso en medio de las más severas privaciones económicas, que incluyeron vender la casa natal para trasladarse a la Ciudad de México a inicios del siglo XX, posiblemente en 1902.

En México estudia en el colegio Saint Marie y posteriormente en la Escuela Elemental N° 3 y finalmente en el Colegio de San Ildefonso. Desde esa época descubre sus dotes para el canto lírico y se matricula en el Conservatorio Nacional de Música bajo la batuta del maestro José Pierson, uno de los descubridores del cantante Pedro Vargas. Debuta como cantante en el Teatro Ideal y después participa en la obra “El barbero de Sevilla” el 5 de octubre de 1916 en el Teatro Arbeu (hoy Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada).

Pero Mojica quiere llegar más lejos y decide viajar a Nueva York ese mismo año 1916 con la esperanza de buscar audiciones musicales para demostrar su arte y también, con sus ahorros, asistir al Metropolitan Opera House de Nueva York para ver en vivo al tenor Caruso, considerado el mejor tenor de la historia. Lo vio y escuchó interpretando el “Rigoleto” de Verdi y quedó extasiado. Pero el dinero ya escaseaba. En la “Gran manzana” la vida es durísima y especialmente porque todavía los mexicanos y latinos eran vistos con recelo.

Su primer empleo fue de lavaplatos en el restaurante de un hotel con un sueldo de 12 dólares a la semana más la comida. Para aliviar la tarea se dedicaba a cantar mientras lavaba la fina vajilla. Fue allí que alguien lo escuchó y lo llevaron donde la esposa del gerente, la Sra. Blackman, conocedora del bel canto, quien al escucharlo inmediatamente ordenó que le den un trabajo más liviano, solo por medio tiempo y a 15 dólares semanales. Además la dama se comprometió a darle clases particulares de canto, con la promesa de conseguirle un contrato operístico.

Hay una anécdota significativa en Nueva York, donde en 1926 conoció a la poetisa María Joaquina de la Portilla Torres, más conocida como María Grever. Mojica grabó un tema que catapultó a la fama a María Grever como compositora y que es un clásico de la música popular: "Júrame".

La rueda de la fortuna había comenzado a girar. Un día se encontró con el tenor ruso Miguel Silgado, que cantaba en México y estaba formando una gran compañía mexicana con figuras de renombre. Mojica no lo dudó y retornó a México. Un día llegó el tenor Caruso y le organizaron un recital-audición con las mejores figuras. Dicen que cuando Caruso escuchó a Mojica interpretando la cavatina de Fausto se le iluminó el rostro y haciéndole señas lo invitó a acercarse a su palco. Fue uno de esos encuentros trascendentales. Caruso lo invitó a cenar y se hicieron amigos, a punto de que Caruso llegó a ser su principal mentor y lo recomendó para que lo contraten en la Chicago Opera Company.
“Ningún artista me mostró la fraternidad de Caruso”, escribió Mojica en su autobiografía.

En Chicago, Mojica salta a la fama. Tomando al pie de la letra las recomendaciones de Caruso empezó a estudiar inglés, francés e italiano además de equitación, danza y atletismo. Es histórico su debut en el Metropolitan Opera House. al lado de la famosísima soprano escocesa Mary Garden, que era directora de la Compañía de Ópera de Chicago, en la obra “Pelléas et Mélisande” de Claude Debussy.

Lo que vendría después parece tomado de una película. Durante su estancia en la Chicago Opera Company graba discos de opera y canciones tradicionales mexicanas con el sello RCA Víctor. El siguiente paso: Hollywood, la meca del cine, donde debutó en el filme de James Tinling, "One Mad Kiss" (1930). Graba un sinnúmero de películas. Mojica es el ídolo del momento y el compositor cubano Ernesto Lecuona, lo convence para actuar y cantar en la película "La Cruz y la Espada" (1934) y luego da conciertos en La Habana donde popularizó "Canto Siboney", "Siempre en mi corazón" y la romanza "María La O", que se inmortalizaron en grabaciones para la RCA Víctor.

Su talento y fama se tradujo en jugosos contratos, lo cual le permitió comprar la Antigua Villa Santa Mónica en San Miguel de Allende (Guanajuato) para regalársela a su madre, cumpliendo la promesa de sacarla de la pobreza. Ella vivió en la mansión desde 1930 hasta su muerte en 1940.
La muerte de su madre motivó en él una tristeza profunda, al punto de que empieza a cuestionarse a sí mismo su vida “de fama y renombre”. Eso lo motiva a decidir un cambio radical en su vida: dejar la vida artística y dedicar su vida a Dios, que Mojica ha confesado fue motivado por una aparición de Santa Teresita de Jesús. Mojica se deshizo de su fortuna y propiedades y en 1942 ingresa Convento de la Recoleta del Cuzco en Perú adoptando el nombre de Fray José Francisco de Guadalupe Mojica. Luego se ordenó como sacerdote en 1947 en la Basílica Menor de San Francisco de Jesús El Grande de Lima.

Cabe señalar que el compositor Agustín Lara, al enterarse de su decisión de vestir el hábito y la sandalia franciscanos le dedica el hermoso bolero: “Solamente una vez”.

Un dato a resaltar es que en el seminario cusqueño Mojica estudió con otros personajes memorables como el poeta liberteño Luis Valle Goicochea y Monseñor Federico Richter-Fernández Prada. Junto con ellos y otros seminaristas, agrupados en la autodenominada Academia Scoto editaron la revista “Ensayos”, cuyos ejemplares se conservan en el Archivo Histórico San Francisco de Lima, dirigido por Fr. Abel Pacheco Sánchez OFM, quien ha dicho lo siguiente: “El padre Mojica era una persona excepcional, dotado de un sentido profundo de la fe y de la alegría franciscana de vivir. Nos dejó un gran ejemplo de trabajo espiritual, como auténtico hermano franciscano”.

Es importante señalar que si bien Mojica llegó a ser sacerdote, el arte del canto y también las artes plásticas lo acompañaron siempre, a punto de que él ha realizado una serie de obras artísticas en el Seminario de Arequipa -cuyos fondos para su construcción él ayudo a recaudar- dedicadas a la Virgen María así como la ilustración de la vida de San Francisco Solano. Como cantante, son recordadas sus giras en todo el Perú para despertar vocaciones franciscanas. En 1958 decide escribir su libro autobiográfico "Yo pecador", que luego sirvió de argumento para el guión de una película del mismo nombre. En 1966, también en la temática religiosa y franciscana, filmó “Seguiré tus pasos”, con Libertad Lamarque.

Como sacerdote, Mojica se entregó totalmente a la evangelización, a rescatar almas y también a dar su mano generosa a los indigentes de Lima. Todavía hoy, a casi cuarenta años de su fallecimiento, en zonas como Barrios Altos y el Rímac lo recuerdan con mucho cariño como “Padrecito Mojica”.

En 1974 falleció en la ciudad de Lima. Como acertadamente escribió Fr. Ernesto Arauco en su libro “José Mojica: mundo, arte espíritu”: “Fue un pregón de paz y bien. No quiso poner a su vida puertas ni madrigueras ni torres; en todo caso, puentes... Su arte lo encumbró; pero jamás perdió la sencillez. Su sacerdocio lo elevó (…) mientras los pañuelos blancos le decían su último adiós, y sus restos, abriendo una cuenta de cien años, eran transportados a las catacumbas de la Basílica de San Francisco, su testimonio se iba quedando entre nosotros, ´como el agua que siempre se queda y siempre se está yendo´... Y él, con una tesis profunda: la de su vida, se había doctorado para el Más Allá”.


MELODÍAS DE AMÉRICA -1942- Restaurada por INCAA- José Mojica y Silvana Roth * Cine Argentino
 
 
Yo Pecador - Jose Mojica (Pelicula biografica)


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