EL Rincón de Yanka: ¿VASALLOS SÚBDITOS O CIUDADANOS PARTÍCIPES? Y OTRA DEMOCRACIA ES POSIBLE

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miércoles, 1 de octubre de 2008

¿VASALLOS SÚBDITOS O CIUDADANOS PARTÍCIPES? Y OTRA DEMOCRACIA ES POSIBLE

La responsabilidad política de todos

De ahí que resulte imprescindible que todos nos movilicemos. No podemos dejar los asuntos públicos en manos sólo de unos cuantos, de unos grupos, de unos partidos. La política es una tarea imprescindible, una tarea que puede ser hecha -y algunos hacen- con mucha dignidad, aunque haya políticos que se aprovechen de su posición y de la confianza que el pueblo ha depositado en ellos. En cualquier caso, nadie puede desentenderse de su responsabilidad política. La elección de unos representantes no nos ahorra la labor política que debemos seguir haciendo.
Precisamente estamos en un momento decisivo de la historia en el que debemos decidir si queremos ser súbditos o ciudadanos.
Hoy esta alternativa se presenta muy distinta a como se presentaba en el pasado. Hace cien años «súbdito» y «ciudadano» designaban dos categorías sociales muy distintas, reflejaban una grave desigualdad social, y aquel que podía deseaba acceder a la condición de ciudadano: el súbdito era el económicamente débil y socialmente marginado que deseaba abandonar su triste posición y conseguir mejores condiciones de vida, más bienestar y más protagonismo social. Hoy sigue habiendo muchos pobres, maltratados y marginados.
Pero, «súbdito» y «ciudadano» ya no designan dos categorías sociales ni tampoco a los habitantes del campo o de la ciudad, sino que señalan dos categorías morales: en muchos casos y países, lo que distingue al súbdito del ciudadano ya no son las condiciones económicas y sociales en que viven o el lugar donde viven sino su disposición moral, su capacidad de reacción política, su voluntad de tomar el destino en las propias manos para hacer algo con él. Hoy muchos poderosos y ricos tienen alma de súbdito; y muchos pobres y marginados se mueven con el coraje y el espíritu del ciudadano. Porque ahora el súbdito es el resignado, el frustrado, obediente, sumiso, aunque a menudo pueda vivir bastante bien. En cambio, el ciudadano no se resigna sino que lucha, participa en las decisiones colectivas, imagina y programa, se asocia y pelea -en ámbitos pequeños o grandes- para lograr un entorno mejor, aun cuando personalmente no tenga muchos medios de vida. Lo que hoy nos convierte en ciudadanos es nuestra capacidad de compromiso social y político. Eso nos pone en primera fila, nos iguala. Porque entonces sabemos que las soluciones a nuestros problemas también dependen de nosotros. Sabemos que los cambios posibles no se realizan solos, no dependen únicamente de elecciones democráticas sino del trabajo y participación que conducen a las elecciones y que siguen después de ellas, sea cual sea el resultado electoral. Es ciudadano quien siempre está alerta, siempre vigila y actúa.

Democracia a medio camino
Otra política y otra democracia son posibles

Antes que nada, conviene evitar un dualismo simplista e ingenuo, según el cual las instituciones liberales parlamentarias estarían completamente desacreditadas, mientras que las iniciativas populares constituirían los espacios únicos de la democracia. Los elementos positivos y negativos de la política no tienen fronteras tan nítidas como nos gustaría, sino que se mezclan, se confunden y se alternan continuamente. Lo que sí podemos constatar es que las experiencias verdaderamente democráticas tienden hoy a emigrar de la vía parlamentaria hacia los canales de participación popular. Tres observaciones a este respecto merecen nuestra atención.

1. El sistema de representación en los tres poderes del régimen democrático –legislativo, judicial y ejecutivo- se encuentra enteramente desequilibrado y desacreditado. Los sectores dominantes de la sociedad institucionalizaron un círculo vicioso en el que el poder económico compra los puestos claves del poder político, lo cual, a su vez garantiza a través de la ley el dominio perpetuo de ellos sobre los demás sectores. El Congreso Nacional se convierte en una especie de oficina de negocios, donde gran parte de los políticos está más interesada en proyectos de poder, que en proyectos de la nación. Elegido por las capas populares, el parlamentario muchas veces acaba ignorando las necesidades básicas de ese pueblo, a cambio de beneficios personales, familiares o de clase. La cadena de representatividad se interrumpe, y la población más necesitada queda abandonada, cosa que se agrava más todavía con la corrupción crónica de las instituciones públicas. La distancia entre los problemas que afligen a la población, de un lado, y los proyectos debatidos en la Cámara y en el Senado, de otro, nunca fue tan grave.

2. El descrédito del sistema representativo ha llevado al debate de la llamada democracia directa o participativa. Experiencias como los plebiscitos populares, las recogidas de firmas, los proyectos de ley a partir de las bases y asambleas populares, entre otras, muestran la posibilidad de nuevas vías de participación en las decisiones respecto a los destinos del país. De ahí la pregunta sobre la necesidad de crear nuevos canales, nuevos mecanismos y nuevos instrumentos de control de la res pública por parte de los diversos sectores de la población. ¿Cómo acompañar y controlar más de cerca los tres poderes de la institución democrática? La iniciativa del Presupuesto Participativo en algunos municipios brasileños y la creación de consejos populares son ejemplos de que es posible avanzar en la ampliación de esos espacios de participación popular. En síntesis, la lección es dedicar menos energía a la vía parlamentaria y a la política tradicional, reforzando por otro lado las instancias de la sociedad civil organizada.

3. En realidad, el debate en torno a la democracia participativa o directa ya tiene una larga historia en muchos países latinoamericanos. Innumerables movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales (ONGs), entidades asociaciones populares, en su práctica cotidiana, están marcados por el ejercicio directo de la democracia, ejercicio que se verifica, por ejemplo, en la tradición de las comunidades eclesiales de base (CEBs) y en no pocos movimientos estudiantiles o sindicales. No sin problemas, tensiones y conflictos, evidentemente, las decisiones tienden a ser tomadas en una práctica democrática ya ampliamente consolidada. Planificación, programación y evaluación permanente, en general, son realizadas en conjunto, en reuniones y asambleas en las que cada uno es llamado a participar libremente.

Es verdad que en algunos de estos ambientes, los virus del autoritarismo, del personalismo, del productivismo y consumismo, del centralismo y de otros «ismos», todavía causan serias consecuencias nefastas. Pero lo que queremos destacar es el ejercicio libre y directo de la ciudadanía como práctica común, en un nuevo paradigma emancipatorio», para usar la expresión de Boaventura Souza Santos, en Por los caminos de Alice. Quizá el Foro Social Mundial, así como otros foros y espacios democráticos, sean hoy los mejores testimonios de que, efectivamente, «otra democracia es posible».
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La decepción ante la política
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Los problemas del ejercicio del poder político son varios, entre ellos encontramos el funcionamiento de estos sistemas «guetizados», encerrados en sus propias lógicas de acumulación de poder, perdiendo de vista el fin último del ejercicio de construcción de la convivencia colectiva. Cuando los sistemas políticos quedan presos en estas lógicas se alejan de la comprensión de los asuntos de la vida cotidiana que son los más importantes para la vida de la población.
La corrupción es otro fenómeno presente en este escenario. El acceso a espacios políticos de poder genera, muchas veces, condiciones para el enriquecimiento ilícito o el tráfico de influencias, de las que todo sistema político debe estar preocupado.

Todo esto es peligroso ya que el ejercicio de la tarea política es sustancial para la democracia, y cuanto más débiles, cuestionados, alejados de los intereses de la mayoría, o corruptos, sean quienes la ejerzan y la forma de ejercerla, más débil y banal se vuelve la democracia, dejando el campo fértil para el autoritarismo y el mesianismo, normalmente de orden autoritario.
Por lo tanto, forma de ejercicio de la política, eficacia de la misma e institucionalidad, pueden ser tres formas de aproximarnos a leer este fenómeno. El Informe Latinobarómetro 2005 nos presenta varias mediciones de algunos de estos temas en muchos países de la región.
El interés en la política alcanzó en 2005 al 25% de la población latinoamericana, según datos del informe mencionado. El informe agrega además que, con algunos altos y bajos, entre 1995-2005 parece no haber cambiado. Esto pone en tela de juicio algunas valoraciones que afirman que existe una desafección de la política. Si en diez años se ha mantenido prácticamente en los mismos valores no se verifica una desafección, una caída en relación a la política.
La forma en que se desempeñan las instituciones públicas hace a la valoración positiva o negativa de la política. Es interesante ver que solamente el 19% de la población latinoamericana entiende que las instituciones públicas funcionan bien o muy bien, y que un poco más de la mitad de la población entiende que tienen un funcionamiento regular, mientras un 25% valora su funcionamiento como malo o muy malo.
En torno a la corrupción de los funcionarios públicos se puede apreciar que un 30% de la población latinoamericana entiende que ha habido progresos en la reducción de la corrupción en tanto que un 68% es la cantidad percibida de funcionarios públicos corruptos. (La corrupción es percibida por la población a través de lo mediático y lo personal, por lo que es difícil determinar cuál es la situación en cada sociedad y se mide, por lo tanto, por percepción de la población).
La baja confianza en los procesos de reducción de la corrupción agrega elementos para la pérdida de confianza en lo político, así como a todo el sistema democrático.
El latinobarómetro identifica otro indicador referido a la comprensión de la política y es que el 86% de la población afirma que los políticos no se preocupan por los temas que a ella le interesan y encuentra que este valor es el mismo que se encontraba una década atrás, en 1995.
Esta ausencia de cambios sugiere que el punto débil del sistema político, de la democracia política es la representatividad. Allí es donde se encuentra uno de los puntos clave ya que parece ser que los ciudadanos no se sienten debidamente representados por aquellos que son llamados a la tarea política precisamente para representarlos.
Es en parte aquí, en el cuestionamiento a la forma de ser ejercida la representatividad, donde hay un asunto central. Algunos autores hablan de «metamorfosis de la representatividad. En un mundo complejo, con cambios en distintos aspectos de la vida social a una velocidad como nunca antes, con actores diversos, se presenta la necesidad de una resignificación de la representatividad, que no puede ser vista solamente como lo era en la época del nacimiento de los estados liberales.La reacción antipolítica que muchas veces vemos en nuestras sociedades y la distancia en relación a las instituciones democráticas son signos visibles de la necesidad de replantear el ejercicio de lo político.
Asimismo la credibilidad que tenga el sistema democrático depende de sus reglas de juego y de su práctica concreta. Si los sistemas electorales no son creíbles es esperable que no sea creíble ni interesante lo que emane de ellos.

Si se estudia la credibilidad de los actos eleccionarios en general en la región durante la década 1995-2005 vemos que estamos frente a un panorama bastante desanimador. ¿Elecciones Limpias o fraudulentas? Algunos datos que provienen de la investigación empírica en la región permiten acercarnos a las percepciones que tenemos los latinoamericanos en relación a lo político. La región no es un todo homogéneo y esto se puede apreciar fácilmente.
De todas formas, en mayor o menor medida, la insatisfacción con la política aparece con claridad en distintos aspectos, desde la forma y limpieza de los mecanismos electorales, el trabajo de las instituciones públicas y lo bien o mal que lo hacen, los aspectos relativos a la corrupción, de los que surge una clara demanda ética... hasta un problema mayor, como es el de la baja representatividad y la necesidad de replantear formas de representatividad incluyentes y cuyo ejercicio muestre soluciones claras a la situación de pobreza en que vive buena parte de la población de esta región del mundo, e integre la diversidad de posiciones existentes y atienda reclamaciones más urgentes.Mucho hay, pues, por hacer en este camino de construcción de la convivencia cuya herramienta y camino es la política.
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VER+:



Hay que fomentar pues la organización ciudadana. Las acciones más eficaces no son nunca acciones aisladas sino aquellas que responden a proyectos sociales, culturales, económicos y políticos de mayor alcance. Los ciudadanos deben reclamar su protagonismo activo para que los poderes actuales entiendan a) que la democracia no se puede reducir a la participación electoral -con ser ésta muy importante-, sino que debe impregnar todos los aspectos de la vida colectiva; y b) que la propia democracia electoral no debe caer necesariamente -como se nos quiere hacer creer casi siempre- en una democracia delegada, abdicada, substituida -es decir, en una democracia secuestrada por unos pocos que convierte a los demás en súbditos-, sino que debe ser una democracia representativa que mantenga en todo instante el principio de que los ciudadanos son siempre los sujetos de cualquier poder.

Mientras el actual sistema democrático no se encamine en esa dirección, no tendremos la civilidad instalada en el centro de la vida colectiva y no seremos personas políticamente civilizadas. En realidad, no lo somos aún. Esa sería una revolución enorme. Es la revolución que tenemos derecho a esperar. Y, a mi entender, es la revolución que tenemos la obligación de forzar, porque nuestra vida debe ser vida política, vida de participación pública, vida de compromiso ciudadano. Son muchas las acciones que se pueden emprender en esa dirección, desde las familias, las escuelas, las empresas, los grupos de jóvenes y adultos, los medios de comunicación, desde la calle, las iglesias y los partidos políticos. Todos debemos renovarnos y sólo lo conseguiremos si hacemos la experiencia de una nueva implicación en la vida colectiva. Para que no haya súbditos. Tanto si vivimos en el campo como en la ciudad, la vida democrática viva y renovada depende de todos nosotros, de que todos tengamos el coraje de querer ser ciudadanos. Y que finalmente lo seamos.