LA ACTUAL CRISIS NO ES ECONÓMICA
SINO CULTURAL Y RELIGIOSA
El sistema de la educación imperante se basa en el individualismo epistemológico contracultural y sentimentalista del discurso del método de René Descartes que es una inversión de la transmisión cultural tradicional:
«Me eduqué en las letras desde mi infancia y como me aseguraban que por medio de ellas se podía adquirir un conocimiento claro y seguro de todo cuanto es útil para la vida, tenía extremado deseo de aprenderlas. Pero tan pronto terminé el curso de los estudios, al cabo de los cuales se acostumbra a entrar en la categoría de los doctos, cambié por completo de opinión. Me embargaban, en efecto, tantas dudas y errores que, procurando instruirme, no había conseguido más provecho que el reconocer más y más mi ignorancia». «Por ello, tan pronto mi edad me permitió salir del dominio de mis preceptores, abandoné completamente el estudio de las letras, y resuelto a no buscar otra ciencia que la que pudiera hallar en mí mismo, o bien en el gran libro del mundo, empleé el resto de mi juventud en viajar, en ver cortes y ejércitos, en tratar gente de diversos humores y condiciones, en recoger varías experiencias, en ponerme a mí mismo a prueba en los casos que la fortuna me deparaba y en hacer siempre tales reflexiones sobre las cosas que se me presentaban, que pudiera sacar algún provecho de ellas».
Uno de los sistemas filosóficos que mayor impacto tuvo sobre la conformación de una teoría de la sociedad fue el racionalismo de Descartes. Desde la sistematización de la razón como elemento fundamental en la conformación del orden social, los estudios en ese ámbito han concebido el orden resultante como parte de un proyecto intencionado y no como resultado de la acción humana. «Descartes había enseñado que sólo debemos creer lo que podemos demostrar. Aplicada al campo de la moral y de los valores en general, su doctrina significa que sólo debemos aceptar como vinculante lo que puede reconocerse como proyecto racional para un fin reconocible» (Hayek, 2007:20). En materia epistemológica, tal concepción racional de un proyecto deliberado para la construcción de la sociedad no implica que el hombre sea capaz de prever con mucha claridad las necesidades específicas de cada individuo, sino que considera a la sociedad como un colectivo susceptible de ser guiado hacia unos objetivos específicos, ya que los resultados de la acción social conjunta puede ser prevista por la razón. De esta herencia de Descartes, para Hayek (2007), nacen todas las formas actuales de constructivismo, en el cual predomina un espíritu cartesiano que conlleva a una irracional era de la razón.
Verdaderamente, la tradición cartesiana establece que todo estudio o intención de construcción, debe estar precedido por el reconocimiento de los límites de la razón.1 Pero, para nuestro filósofo la predisposición de este racionalismo hacia la aprehensión de las verdades indiscutibles y la formación intencionada de la sociedad encontró la resistencia de pensadores como David Hume, Adam Smith y Adam Ferguson, quienes, desde sus particulares visiones, son los precursores de la concepción de una sociedad producto de la acción humana, pero no de un plan o proyecto humano. Cabe destacar que, para Hayek, la prédica de los racionalistas cartesianos conlleva no sólo a una declaración de principios filosóficos, sino a una acción que deriva en unas conclusiones con implicaciones en torno a las explicaciones de los fenómenos sociales y a la actuación política. De este modo, «la fe en la necesidad de poder ilimitado de una autoridad suprema, especialmente para una asamblea representativa, y por tanto la convicción de que la democracia significa necesariamente poder ilimitado de la mayoría, son las ominosas consecuencias de este constructivismo» (Hayek, 2007:20).
La resistencia de Hume, Smith y Ferguson al constructivismo consiste en la negación de cualquier intento de guiar los esfuerzos individuales, así como al sometimiento del hombre individual a los designios de una mayoría. Por el contrario, la actitud libertaria de estos filósofos fundamentó la idea de una sociedad en la cual, dadas determinadas interconexiones de las que nadie puede tener certeza absoluta, la observancia de unas normas generales de actuación confiere un marco de acción individual en el que cada quien pueda buscar el logro de sus objetivos particulares.2 Todo ello es propio de las sociedades civilizadas, en las cuales: …el individuo puede perseguir un abanico de fines infinitamente más amplio que los que la simple satisfacción de sus más urgentes necesidades físicas necesita, no es tanto el mayor conocimiento que el propio individuo pueda adquirir, como el mayor beneficio que recibe del conocimiento que poseen los otros. Sin duda, un individuo civilizado puede hoy vivir inmerso en la ignorancia, más incluso que muchos salvajes, y sin embargo beneficiarse en gran medida de la civilización en la que vive. (Hayek, 2006:32) Pero, el racionalismo constructivista, derivado del cartesianismo, es contrario a toda posibilidad de orden que escape de la esfera de deducción lógica y razonamiento, porque este proceder conlleva a acciones que se encuentran determinadas por una verdad reconocida y verificable, lo cual, a su vez, significa que todo lo que es beneficioso para el hombre es producto de su creación. No obstante, …este enfoque racionalista significa de hecho un regreso a los primitivos, antropomórficos modos de pensar. Reproduce una renovada propensión a atribuir el origen de todas las instituciones culturales a la invención o diseño. La moral, la religión y el derecho, el lenguaje y la escritura, el dinero y el mercado se concibieron como si hubieran sido construidas deliberadamente por alguien, o por lo menos como si parte de su perfección se debiera a semejante diseño. (Hayek, 2006:28)
Incluso, para el pensador austriaco, las formas más radicales de racionalismo poseen, en sí mismas, la semilla de su fracaso. Esto se debe a varios motivos que, desde la óptica hayekiana, se traducen en una rebelión contra la razón: El sometimiento de lo general a lo particular, derivado de la creencia de que se pueden aprehender todos los casos concretos, descartando cualquier elemento que no sea producto de la razón. Hayek (2006) aduce: La ilusión de que la razón puede por sí sola decirnos lo que debemos hacer, y que por tanto todos los hombres razonables deben unirse en el empeño de perseguir fines comunes en cuanto miembros de una organización, se desvanece […] […] A pesar de todo, el deseo de emplear nuestra razón para convertir a la sociedad en su conjunto en un mecanismo racionalmente dirigido persiste, y para poder realizarlo se imponen a todos unos fines comunes que no pueden justificarse por la razón ni pueden ser otra cosa que decisiones de voluntades particulares. (Hayek, 2006:54)
(1) En Las reglas para la dirección del espíritu Descartes señala: «nada me parece tan absurdo como discutir osadamente sobre los misterios de la naturaleza, sobre la influencia de los cielos en nuestra tierra, sobre la predicción del porvenir y otras cosas semejantes, como hacen muchos, y no haber, sin embargo, indagado nunca si la razón humana es capaz de descubrir esas cosas».(Descartes, 2012:27)
(2) Efectivamente, David Hume en su Tratado de la naturaleza humana (Hume, 2001) reformula el alcance de la razón, lo cual no necesariamente lo ubica como un anti–racionalista, sino como un filósofo moderno cuyo interés gravitó en torno a la necesidad de exponer los límites de la razón humana. Igualmente, Adam Smith, en sus obras describe este orden no intencionado bajo la noción de la mano invisible, que es mucho más que la explicación económica clásica del ajuste automático de los mercados, por cuanto también tiene implicaciones en materia moral; no se trata, en sentido estricto, de una inteligencia superior, sino de la representación de un orden espontáneo, no guiado, ni creado deliberadamente por el hombre.
La Familia como rival de la escuela
Hay una crisis familiar y demográfica. Vivimos en un modelo de familia adultocéntrico.
Numerosos estudios demuestran que los niños criados en una familia tradicional tienen resultados académicos mejores, más saludables y felices que de los otros modelos familiares.
El gran problema es la influencia marxista antisistema en la teoría de la educación pedagógica: descartar el cociente intelectual (El promedio de cociente intelectual en Europa está disminuyendo mientras que en Asia oriental está ascendiendo). El Igualitarismo intelectual colectivista en contra del talento individual. También, el Libertarianismo (degeneración y perversión de la libertad) ha contribuido a ello.
LIBERALISMO CONTRA LIBERTARIANISMO
LA LIBERTAD NO ES UN FIN EN SÍ MISMO SINO
EN SUS CONSECUENCIAS DE LO QUE PROPAGA
Pero, ¿existe el liberalismo conservador? Sí, existe. De hecho, el liberalismo conservador ha sido la doctrina que cimentó el éxito occidental; la que convirtió a las sociedades liberal-democráticas de mediados del siglo XX² en las más civilizadas, prósperas y compasivas de la Historia. Sostendremos que la tradición liberal clásica (la de Locke, Montesquieu, Adam Smith, Lord Acton o Hayek) fue en realidad liberal-conservadora. Pero esa tradición se encuentra actualmente en peligro de extinción: amenazada, no sólo por ideologías rivales abiertamente antiliberales, sino también por la propia degeneración del liberalismo en socialdemocracia (el «liberalismo igualitario» a lo Rawls) o en libertarianismo ultraindividualista. Llamaremos «liberalismo conservador» a la doctrina que defiende las libertades individuales (derecho a la vida, libertad religiosa, de expresión, de asociación, de empresa, garantías procesales, etc.), la separación de poderes, el Estado de Derecho, los impuestos bajos, las regulaciones escasas y simples, y la no intervención gubernamental en la vida económica más allá de lo imprescindible para garantizar el cumplimiento de los contratos, el control sanitario de los productos, la provisión de las infraestructuras que no puedan ser asumidas por el sector privado, y algunos (pocos) bienes públicos más.
Entre los derechos defendidos por el liberalismo conservador, el primero es el derecho a la vida desde la concepción a la muerte natural. La cuestión del aborto no ocupó mayormente a los liberales clásicos, no porque tuvieran dudas al respecto, sino porque entonces todo el mundo —liberales incluidos— daba por supuesto que el aborto era una aberración, y de ahí su penalización en las leyes de todos los países liberales hasta finales de la década de 1960. En la URSS el aborto había sido legalizado en 1921: la pionera de este «derecho» fue, pues, la tiranía soviética.
«El primer pilar de una sociedad sana y decente […] es el respeto a la persona, al ser humano individual y su dignidad. […] La permisión del aborto —contra la que luchamos hoy— es decorada por sus defensores con el lenguaje de los derechos individuales, y sin duda la aceptación del aborto es en parte el fruto de una ideología «liberal» de la primacía absoluta del yo. Pero [la defensa del «derecho al aborto»] es en realidad la corrupción grotesca de la filosofía política liberal en su forma clásica» (Robert P. George)³ .
El liberalismo conservador, además, sabe que la libertad política y económica es una conquista frágil, una planta delicada que ha florecido una sola vez en la historia de la humanidad. Y lo ha hecho en un contexto cultural muy específico, cuya preservación es imprescindible para su viabilidad4. De ahí que el liberalismo coherente deba incluir una faceta conservadora, una vocación de resistencia a lo que Roger Scruton ha llamado «entropía social»5 . El liberalismo es algo más que un sistema de libre mercado y derechos individuales6. La sostenibilidad de la libertad requiere una «ecología moral», un entorno cultural caracterizado por la fortaleza de instituciones como la familia y la vigencia de valores como el respeto a la ley, el cumplimiento de los compromisos, la previsión, el ahorro, la laboriosidad, la «internalización de la responsabilidad» (el sujeto debe ser responsable de su propio bienestar, salvo en circunstancias excepcionales de invalidez)7 …
Esa atmósfera moral-cultural no ha sido creada por el Estado, pero sí puede ser destruida por él. El Estado liberal debe cuidar —con la solicitud del «jardinero que cultiva una planta», dijo Hayek8 — el ecosistema moral que hace posible la libertad: por ejemplo, defendiendo la vida, garantizando a los niños una adecuada formación ética y protegiendo el matrimonio. La familia basada en el matrimonio de hombre y mujer es, como señala Robert P. George, «el más antiguo y eficaz ministerio de sanidad, educación y bienestar; […] ninguna institución puede igualarla en su capacidad de transmitir a las nuevas generaciones las reglas morales y rasgos caracteriológicos —los valores y virtudes— de los que depende decisivamente el éxito de las demás instituciones de la sociedad abierta: el Derecho, el gobierno, la educación, la empresa…»9 .
Todo lo anterior implica que un liberal-conservador actual tendrá que ser liberal en economía y política, pero conservador en familia y bioética. Pues las innovaciones de las últimas décadas en estos dos campos dibujan un panorama inquietante de volatilización familiar, retroceso de la nupcialidad, infranatalidad, aparición de técnicas de fecundación asistida que deshumanizan la reproducción, mercantilizándola y troceándola (por ejemplo, disociación entre madre genética, madre gestante y madre social)... En materia familiar, se pueden sintetizar las transformaciones de tiempos recientes en el paso progresivo de lo que Girgis, Anderson y George llamaron «concepción conyugal de la familia» a la «concepción revisionista»10; creo que una y otra se corresponden respectivamente con una visión infantocéntrica y otra adultocéntrica. La crisis de la familia consiste en la opcionalización de lo que antes era normativo: la indisolubilidad de la pareja (divorcio), su heterosexualidad (matrimonio gay), su vocación reproductiva (caída de la natalidad), su exclusividad (banalización del adulterio), su consagración formal (generalización de la unión libre)… La familia estaba sometida a reglas morales y jurídicas rígidas porque lo que estaba en juego se consideraba demasiado importante para ser abandonado al capricho individual: nada menos que la perpetuación de la especie y el bienestar de los niños. El modelo era infantocéntrico y comunitario: se esperaba de los adultos que disciplinaran su vida sentimental en función de la conveniencia de los hijos (que necesitan criarse con su padre y su madre) y de la comunidad (que necesita que se engendren niños, y que éstos sea educados en un entorno lo más favorable posible).
El nuevo modelo familiar es individualista y adultocéntrico: lo esencial ahora es el deseo de autorrealización del individuo soberano, que debe ser libre para cambiar de pareja cuantas veces sean necesarias, tener hijos o no, unirse a personas del mismo o de distinto sexo. Los niños, si llegan a existir, deberán adaptarse a los vaivenes de la vida amorosa de los adultos, sufriendo las consecuencias11. Y la tecnología reproductiva —convertida en «medicina del deseo»— se pone al servicio de la gratificación individual derribando las últimas barreras naturales: por ejemplo, inseminación artificial o fecundación in vitro para que puedan tener hijos mujeres solas, o bien parejas de lesbianas; y donación de gametos y gestación subrogada para que puedan tener hijos las parejas gays.
El giro individualista supone la precarización de la familia, reducida ahora en la práctica a la asociación transitoria de un número indeterminado (¿por qué no la poligamia?) de adultos de cualquier sexo, que durará lo que dure la emoción amorosa. Ahora bien, semejante deriva resulta inaceptable para el liberalismo conservador, pues la familia es la más importante de las instituciones del entorno moral necesario para la libertad: esa buffer zone intermedia al Estado y el individuo, que precisamente protege a éste frente a la omnipotencia de aquél.
Aquí viene la divergencia respecto al libertarianismo. Pues lo cierto es que muchos libertarios —que, además, reclaman el monopolio de la etiqueta liberal— saludan los «nuevos modelos de familia», el matrimonio gay, el no fault divorce y a menudo también el «derecho al aborto» como ampliaciones de la libertad personal, antes encorsetada por convenciones sociales caducas. Algunos reivindican también la maternidad subrogada12, la compraventa de gametos, y en general todos los avances biotecnológicos, desde el «bebé a la carta» hasta los todavía vagos proyectos transhumanistas de «singularidad»13 cyborg e ilimitada autotransformación de la especie14. El libertarianismo converge en muchos de estos temas con la izquierda antiliberal, apostando como ella por la infinita remodelabilidad de las reglas amorosas y de la institución familiar. Las posiciones del Partido Libertario español en la mayoría de tales materias15, por ejemplo, son muy próximas a las de Izquierda Unida y Podemos.
El libertarianismo difiere del liberal-conservadurismo en su dogmatismo simplificador: pretende resolver todas las cuestiones sociales con dos o tres reglas muy sencillas: acuerdos voluntarios entre individuos; Estados mínimos dedicados sólo a impedir la agresión y garantizar la ejecutividad de los contratos; libertad entendida simplemente como no interferencia; maximización de la libertad individual, con el único límite de la libertad de los demás. Un paisaje social simple, binario: Estado (cuanto más pequeño, mejor)16 vs. personas que autorregulan sus intereses y se vinculan mediante acuerdos. Ha desaparecido del mapa la «sociedad civil», los cuerpos intermedios que no son mercado ni Estado: familias, iglesias, comunidades locales, instituciones educativas… El individualismo y la confianza en el mercado son llevados hasta un extremo fanático, en el que no se descarta la mercantilización de la sexualidad y la reproducción humanas: de ahí el apoyo de tantos libertarios a los «vientres de alquiler», a la normalización de la prostitución, etc. Como el izquierdista—sesentayochista, el libertario celebra la aparición de «nuevos estilos de vida» y la libertad del individuo para escoger entre ellos. Haciéndose así merecedor del reproche que le dirigió Russell Kirk: «Mediante la exaltación de una libertad absoluta e indefinida a expensas del orden, los libertarios hacen peligrar la misma libertad que tanto aman […]. Su sueño de una libertad privada completa es una de esas visiones salidas de torres de marfil»17. «De las viejas instituciones de la sociedad, sólo la propiedad privada les parece digna de ser conservada»18.
El liberalismo conservador, en cambio, maneja un mapa conceptual más complejo y es capaz de distinguir entre esferas heterogéneas regidas por lógicas diversas. La libertad, que es deseable y eficaz en el ámbito de la producción de bienes ordinarios, no puede ser extendida sin más al ámbito de la familia y de la reproducción. Un útero no es lo mismo que un piso; un matrimonio no es lo mismo que un contrato laboral. Es magnífico poder elegir entre muchas marcas de coches, pero aberrante poder comprar un «bebé a la carta» (selección del fenotipo del niño por nacer)19. La liberalización total de la vida familiar implicaría su destrucción; la desregulación y mercantilización de la vida reproductiva supondría una deshumanización aberrante, una deriva hacia el «mundo feliz» de Huxley, con consecuencias irreversibles. El mercado capitalista es una bendición para la humanidad, pero no debe regir todos los órdenes de la existencia. Hay recintos sagrados que deben permanecer extra commercium. Como ha indicado Roger Scruton, el liberalismo conservador valora «la moral sexual tradicional, […] que es un modo de sustraer el sexo al mercado, negándole la condición de mercancía y acorazándolo frente al mundo corrosivo del contrato y el intercambio»20. «Es esencial mantener un criterio razonable acerca de lo que debe ser tratado como mercancía y lo que no. Pues la lógica del mercado tiende de suyo a invadir todos los sectores de la experiencia humana, y los libertarios siempre presentarán como intolerable atentado contra la libertad comercial la pretensión de poner algún coto a dicha invasión: «Los mercados ponen las cosas en venta, eso es cierto. Pero la decisión de proteger las cosas que no queremos sean vendidas es nuestra, y debe ser impuesta por la ley cuando no lo es simplemente por la costumbre. […] [L]a cuestión es cómo mantener excluidas del mercado las cosas que no deben venderse. No es sólo una cuestión política. Afecta también a la educación, las costumbres, la cultura y la sociedad civil […]» (Roger Scruton)21.
El libertarianismo es una extravagancia que socava la causa razonable de la libertad. Quizás ninguna figura simboliza mejor —en su propia vida y obra— esa desmesura que Ayn Rand, la escritora libertaria que proponía «sustituir la cruz, un instrumento de tortura, por el signo del dólar, símbolo del libre comercio y por tanto de las mentes libres», y que en La rebelión de Atlas22 defendía un nuevo orden que haya «resuelto el valor de la persona en valor de cambio»23 y que, cumpliendo el diagnóstico de Marx, «no deje otro nexo entre hombre y hombre que el desnudo autointerés, el sobrio pago en efectivo»24. En la la novela, los «no saqueadores» (los empresarios creadores de riqueza) se refugian en un escondrijo de las Montañas Rocosas —«la Quebrada de Galt»— preparándose para retomar el control de un EE.UU. asolado por el colectivismo, y rindiendo culto al signo del dólar, que es su emblema. En el funeral de Rand, en 1982, se colocó junto al ataúd un enorme icono del dólar, de dos metros de altura.
En el otro extremo del espectro, el liberalismo ha conocido una degeneración de signo opuesto: si los libertarios proponen un Estado mínimo que se desentiende de —e incluso colabora en— la disolución de las familias y de la atmósfera moral que hace sostenible la libertad, los «liberales igualitarios» como Rawls o Dworkin terminan en la práctica defendiendo un Leviatán socialdemócrata que, con el pretexto de que «la libertad efectiva incluye el bienestar», interviene masivamente en la vida económica para redistribuir la renta.
Rawls propone básicamente una versión actualizada de la teoría del contrato social: unos representantes cubiertos con el «velo de ignorancia» (ignoran su propio sexo, raza, clase social, etc.) acuerdan los criterios de justicia que habrán de regir la sociedad, e incluirán entre ellos el llamado «principio de la diferencia», que ordena una distribución igualitaria de la riqueza, salvo que se pueda demostrar que cierta desigualdad beneficia al peor situado: supone que los representantes —conscientes de que, cuando se descorra el «velo de ignorancia», pueden resultar ocupar el extremo inferior de la escala socioeconómica— aplicarán una lógica maximin que les llevará a escoger criterios distributivos que aseguren al peor situado una cuota lo más elevada posible en términos absolutos (por ejemplo, en una sociedad de sólo tres miembros se preferirá una distribución 6-5-4 a una distribución 20-15-3, o a una distribución 3-3-3: la tercera es más igualitaria, la segunda arroja un ingreso per capita más alto, pero en la primera el peor situado sale mejor parado). La promoción de los desfavorecidos resulta ser la única razón que puede justificar una desigualdad distributiva. Esto implica que, en una sociedad rawlsiana, no se permitiría que los más capaces explotaran sus talentos obteniendo ganancias superiores a los demás… salvo que consigan demostrar que el hecho de que ellos consigan ingresos más altos favorece también a los menos capaces: «una distribución de la riqueza […] determinada por la distribución natural de habilidades y talentos […] es arbitraria desde el punto de vista moral»25. Rawls insiste en el carácter caprichoso de la «lotería genética» que premia a algunos individuos con capacidades superiores a las de otros: el inteligente (o el artista, o el deportista superdotado) no merecía su talento, y, por tanto, tampoco merece el plus de bienes que previsiblemente conseguirá mediante el aprovechamiento de su ventaja natural26.
George Walsh pudo escribir con razón que «no existe una teoría de la justicia que se base más en la envidia que la de Rawls»; y, sin embargo, John Rawls aparece en los manuales como el pensador «liberal» de referencia en el último medio siglo27. Por cierto, el Estado rawlsiano es, en cambio, tan neutral y permisivo en las cuestiones moral—culturales (sexualidad, familia, etc.) como el Estado libertario: Rawls da por supuesto un «pluralismo razonable de concepciones del mundo» en las sociedades abiertas28. Así pues, el liberalismo conservador se está extinguiendo, minado por la permisividad moral libertaria, de un lado, y por el intervencionismo socialdemócrata, del otro. En la hora de su muerte, bien merece un canto elegíaco. Lo intentaremos, en los capítulos que siguen, con una breve reconstrucción de su historia.
2 Si tuviera que señalar una cumbre civilizacional en la historia occidental moderna, indicaría posiblemente el año 1965. En 1964 y 1965 fueron aprobadas en EE.UU. la Ley de Derechos Civiles y la Ley de Derechos Electorales, que desmantelaban el inicuo sistema de segregación racial vigente en varios estados del Sur de EE.UU. desde el fin de la Reconstrucción, el repliegue del ejército federal (1877) y las «leyes de Jim Crow». Se ponía así fin a una seria anomalía antiliberal en el país occidental más poderoso. Por tanto, hacia 1965 imperaban en la mayor parte de Occidente los principios liberales y los derechos individuales con una claridad sin precedentes: incluidos los derechos del no nacido, pues el aborto seguía siendo ilegal en el mundo libre (era legal, en cambio, en los países comunistas). Desgraciadamente, ese «óptimo histórico» fue muy breve: en 1967 se legalizaba en Gran Bretaña el aborto en determinados supuestos. Seguirían otros países en los años 70. Estimo que a partir de 1965 se ha producido un retroceso en los derechos fundamentales, debido a la generalización del aborto, la fragilización de la familia (que lesiona los derechos de los niños) y el crecimiento desmesurado de la presión fiscal y el peso del Estado.
3 Robert P. George, «Five Pillars of a Decent and Dynamic Society», en James R. Stoner Jr. — Harold James (eds.), The Thriving Society: On the Social Conditions of Human Flourishing, Witherspoon Institute, Princeton, 2015, p. 1. [Traducción propia, como en todas las demás citas de obras extranjeras].
4 «Si la historia nos enseña algo, es que la democracia liberal no puede ser dada por supuesta. Hay condiciones [culturales] que son más o menos propicias a la libertad, la igualdad y el autogobierno; y esas condiciones incluyen el carácter y competencia de los ciudadanos y los servidores públicos. Pero el carácter y la competencia también tienen condiciones, que son la crianza y la educación. La versión norteamericana del experimento democrático confía a las familias, las instituciones locales, las escuelas, las asociaciones religiosas y cívicas y otros grupos voluntarios la decisiva tarea de enseñar y transmitir los valores y habilidades republicanos de una generación a la siguiente. El más importante de estos «semilleros de virtud» es la familia» (Mary Ann Glendon, «Introduction», en Mary Ann Glendon - David Blankenhorn (eds.), Seedbeds of Virtue: Sources of Competence, Character, and Citizenship in American Society, Madison Books, Lanham, 1995, p. 2).
5 «El conservadurismo, tal como yo lo entiendo, significa el mantenimiento de la ecología social. La libertad individual es ciertamente uno de los elementos de esa ecología, pues sin ella los organismos sociales no pueden adaptarse [a nuevas circunstancias]. Pero la libertad no es el único y verdadero objetivo de la política. El conservadurismo implica la conservación de nuestros recursos compartidos —sociales, materiales, económicos y espirituales— y la resistencia frente a la entropía social en todas sus formas» (Roger Scruton, «Introduction» en A Political Philosophy, Continuum, Londres-Nueva York, 2006, p. ix).
6 «El capitalismo democrático no es sólo un sistema de libre empresa. No puede florecer separado de una cultura moral que alimente las virtudes y valores de los que depende su existencia» (Michael Novak, The Spirit of Democratic Capitalism [1982], Madison, Lanham—Nueva York, 1991, p. 56).
7 Sobre liberalismo e internalización de la responsabilidad, cf. David Schmidtz, «Taking Responsibility», en David Schmidtz — Robert E. Goodin, Social Welfare and Individual Responsibility, Cambridge University Press, Cambridge, 1998.
8 Friedrich A. Hayek, Camino de servidumbre [1944], Alianza, Madrid, 2000, p. 48. La metáfora es muy afortunada: el jardinero no crea lo valioso, pero debe cuidarlo, y puede destruirlo si no lo cuida adecuadamente (la planta muere si no es regada).
9 Robert P. George, «Five Pillars…», cit., p. 2.
10 «La concepción conyugal del matrimonio ha informado durante mucho tiempo el Derecho —así como la literatura, el arte, la filosofía, la religión y la práctica social— de nuestra civilización. Es una visión del matrimonio como un vínculo corporal, emocional y espiritual, definido por su omnicomprensividad y por su difusividad: como todo amor, tiende a expandirse [hacia otras personas] en la vida familiar compartida [hijos], y hacia delante en el tiempo, en la fidelidad vitalicia. […] La segunda es la concepción revisionista, que ha informado la política matrimonial de las últimas décadas. Es una visión del matrimonio como, en esencia, un vínculo de amor emocional, caracterizado por su intensidad; un vínculo que no necesita apuntar más allá de sus participantes [no tiene por qué haber hijos], y en el que la fidelidad dependerá en última instancia de lo que decidan éstos. En el matrimonio así entendido, los participantes buscan sólo su satisfacción emocional, y permanecen en él sólo mientras encuentren dicha satisfacción» (Sherif Girgis — Ryan T. Anderson — Robert P. George, What Is Marriage? Man and Woman: A Defense, Encounter Books, Londres—Nueva York, 2012, pp. 1-2)
11«[Les debemos a estos niños [hijos de padres separados] el reconocimiento de que sufren por la separación, a veces enormemente, incluyendo a menudo un sentimiento de culpabilidad. Para la gran mayoría (88%) de los niños entrevistados en la encuesta publicada en 2011 por la Unión de Familias de Europa, la separación tuvo efectos de largo plazo en su personalidad. Y el 63% afirman haber padecido un sufrimiento «entre fuerte y enorme» en el momento de la separación de sus padres. A fuerza de repetir que el divorcio es inocuo, que «no hay que dramatizarlo», hemos llegado a negar el dolor de los niños cuyos padres se separan y la profundidad de su traumatismo. […] No basta con añadir una «s» a la palabra «familia» para consolar a los numerosos niños que sufren por carecer del padre, de la madre, de referencias y de estabilidad afectiva» (Tugdual Derville, Le temps de l’homme: Pour une révolution de l’écologie humaine, Plon, París, 2016, pp. 60-62).
12 Sostuve un debate en prensa digital al respecto con Juan Ramón Rallo y Santiago Navajas: Juan Ramón Rallo, «En defensa de la gestación subrogada» y «Vientres de alquiler: Réplica a Francisco José Contreras». Francisco J. Contreras, «Una respuesta a Juan Ramón Rallo sobre la gestación subrogada» , «Maternidad subrogada, modelos de familia y la coherencia del liberalismo conservador», y «Contra la gestación subrogada». Santiago Navajas, «Felices y libres vientres de alquiler», y «Gestación subrogada liberal y progresista».
13 Raymond Kurzweil, The Singularity is Near: When Humans Transcend Biology, Viking, Nueva York, 2006. Para una visión crítica del transhumanismo, vid. Tugdual Derville, Le temps de l’homme: Pour une révolution de l’écologie humaine, Plon, París, 2016, p. 205 ss.; cf. Elena Postigo, «Transumanesimo e postumano: Principi teorici e implicazioni bioetiche», Medicina e morale, 2009/2, pp. 267-282.
14 Por ejemplo, Santiago Navajas se burla del obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, por haber llamado «aquelarre químico» a la fecundación in vitro con selección embrionaria y destrucción de los embriones sobrantes: «Es comprensible, desde su ideología religiosa, el rechazo visceral del señor Fernández a la fecundación in vitro porque en dicho proceso son «desechados» multitudes de embriones, que bajo su punto de vista están dotados de una cosa que denomina «alma». Por otra parte, aquellos que son transferidos al útero han sido seleccionados por su «calidad» […]. Se sitúa así el clérigo católico, nacido en un lugar que debemos mencionar: ¡El Puente del Arzobispo!, en una larga e ilustre tradición de enemigos de la ciencia y la tecnología». Tras haber dado su merecido al oscurantismo, concluye brindando por el Übermensch transhumano: «Cyborgs o «mutantes», o una combinación de ambos, el futuro de la especie humana pasará seguramente por una superación de la misma gracias a la ingeniería genética y a la inteligencia artificial. Francis Fukuyama ha descrito este proyecto transhumanista como «la idea más peligrosa de la humanidad». Sin duda. Pero como decía Hölderlin, «allí donde crece el peligro crece también la salvación»» (Santiago Navajas, «El obispo químico».
15 «Coincidimos con Izquierda Unida en algunas de sus posiciones más beligerantes en cuanto a los derechos y libertades de la persona, y también en la exigencia de un Estado plenamente laico. […] Coincidimos también con el Partido Socialista en algunas cuestiones de derechos y libertades, y apoyamos los logros de su acción de gobierno en esta materia [aborto, matrimonio gay, divorcio exprés, etc.]. […] Nos separa del PP su profundo nacionalismo centrípeto y su arraigado intervencionismo moral de inspiración conservadora y tradicionalista, no ajeno a la enorme y perniciosa influencia de algunos grupos de presión religiosos en ese partido» (Web del Partido Libertario, «Diferencias entre el P-LIB y otros partidos».
16 La demonización exagerada y simplista del Estado es otra de las diferencias entre libertarianismo y liberalismo conservador: este último sabe que, aunque limitado y «ligero», el Estado tiene algunas funciones esenciales que cumplir. Así lo indica Alan Ryan (aunque él llama «liberalismo clásico» a lo que aquí llamamos «liberalismo conservador»): «La línea de separación [entre libertarios y liberales clásicos] tiene que ver con la convicción libertaria de que el gobierno no es «un mal necesario», sino un mal en gran parte (o totalmente, para los anarco-capitalistas) innecesario, que contrasta con la tesis liberal clásica de que el poder gubernamental debe ser manejado con precaución pero, como cualquier otro instrumento, puede ser usado para fines buenos» (Alan Ryan, The Making of Modern Liberalism, Princeton University Press, Princeton-Oxford, 2012, p. 27).
17 Russell Kirk, «Valoración desapasionada de los libertarios», en Qué significa ser conservador, Ciudadela, Madrid, 2009, p. 140. Kirk llamaba a los libertarios «doctrinarios radicales que desprecian el legado que hemos recibido de manos de nuestros ancestros» (op.cit., p. 134).
18 Russell Kirk, op.cit., p. 134.
19 Recordemos que los libertarios defienden los «vientres de alquiler», con fecundación in vitro. La lógica comercial incluye la soberanía del consumidor y el «control de calidad». Los compradores esperan un producto que satisfaga sus expectativas, que se corresponda con las características deseadas. El deslizamiento hacia el «bebé a la carta» es innegable; el California Center for Reproductive Medicine ofrece ya la selección del sexo de la criatura, además de garantizar un «conocimiento de las cualidades especiales de nuestras madres subrogadas […] que garantiza que podremos ofrecerle la mejor gestante, que cumplirá sin dilaciones su sueño familiar». Otras empresas como CT Fertility o Extraordinary Conception ofrecen servicios similares.
20 Roger Scruton, «Hayek and Conservatism», en Edward Feser, The Cambridge Companion to Hayek, Cambridge University Press, 2006, p. 220. Cf. Roger Scruton, How To Be A Conservative, Bloomsbury, Londres, 2015, p. 57.
21 Roger Scruton, How To Be A Conservative, cit., p. 63.
22 «En esta historia [La rebelión de Atlas] «todos los caballeros se casan con la princesa», aunque sin pasar por la vicaría. Sin embargo, los improvisados y sorprendentemente gimnásticos apareamientos de la heroína con tres de los héroes curiosamente no producen hijos. La posibilidad nunca es tomada en consideración. Y, en verdad, el mundo agotadoramente estéril de La rebelión de Atlas no es un lugar propicio para los niños. Uno especula que, en la vida real, los niños probablemente fastidian a la autora. […] Tras toda una vida de lectura, no puedo recordar ningún otro libro que mantenga tan implacablemente un tono de aplastante arrogancia. Su estridencia es indesmayable. Su dogmatismo es inflexible» (Whittaker Chambers, «Big Sister Is Watching You».
23 En La rebelión de Atlas, como en otras obras, Ayn Rand defiende a ultranza el egoísmo como principio moral supremo; y no sólo en las relaciones de producción, sino también en las humanas. En La rebelión… hay varias liaisons amorosas (las de Dagny Taggart con Francisco d’Anconia, Hank Rearden y John Galt), pero los personajes se aman endilgándose interminables sermones «objetivistas» en los que enfatizan que su relación no implica entrega o renuncia, sino intercambio de placer y transacción de valor. La única familia tradicional descrita con algún detalle en la novela (la formada por Rearden, su esposa, su madre y su hermano) nos es presentada como un albañal de podredumbre. Vid. Ayn Rand, Atlas Shrugged [1957], Signet, Nueva York, 1992.
24 «La burguesía [el orden capitalista] […] no ha dejado otro vínculo entre hombre y hombre que el desnudo autointerés, el sobrio ‘pago en efectivo’» (Karl Marx-Friedrich Engels, Manifiesto Comunista, 1848).
25 John Rawls, A Theory of Justice [1971], Oxford University Press, Oxford, 1973, p. 73.
26 Sobre Rawls, vid., por ejemplo: Miguel Angel Rodilla, Leyendo a Rawls, Ediciones de la Universidad de Salamanca, Salamanca, 2006. Cf. Francisco J. Contreras, «Notas sobre la teoría de la justicia de Rawls», en F.J. Contreras, La filosofía del Derecho en la historia, 2ª ed., Tecnos, Madrid, 2016, p. 331 ss.
27 En realidad, como acertadamente indica Roger Scruton, la teoría de la justicia de Rawls se encuentra más cerca del socialismo que del liberalismo clásico. Asume la premisa básica de aquél: la atención exclusiva a la distribución de los bienes, olvidando que los bienes no caen del cielo, sino que son producidos y poseídos por alguien antes de que el Estado los redistribuya: «Esta concepción, según la cual los productos del trabajo humano carecen esencialmente de dueño hasta que el Estado los distribuya, no es sólo la posición por defecto del pensamiento de izquierdas. También ha sido incorporada a la filosofía política académica [sobre todo a través de la obra de Rawls]. […] Rawls, sintetizando el celebrado «principio de la diferencia», escribe que «todos los bienes sociales primarios —libertad y oportunidades, ingresos y riqueza, y las bases del respeto hacia sí mismo— deben ser distribuidos igualitariamente a menos que una distribución desigual de cualquiera de estos bienes sea ventajosa para los menos favorecidos». Planteen la pregunta «¿distribuidos por quién?», y buscarán en vano la respuesta en su libro [Una teoría de la justicia]. [En la teoría rawlsiana] El Estado es omnipresente, propietario de todo, todopoderoso en la organización y distribución del producto social, pero nunca mencionado por su nombre. La idea según la cual la riqueza viene al mundo ya sellada por títulos de propiedad cuya cancelación implica la violación de derechos individuales no ha lugar en la visión del mundo de este liberalismo de izquierdas [left-liberal]» (Roger Scruton, How To Be A Conservative, Bloomsbury, Londres-Nueva York, 2015, p. 45). Lo característico del socialismo, según Scruton, es «ver a la sociedad como un mecanismo para la distribución de recursos entre los que tienen aspiración [claim] a ellos, como si los recursos existieran antes de las actividades que los crean, y como si hubiera una forma de determinar exactamente quién tiene derecho a qué» (R. Scruton, op.cit., p. 54).
28 Se trata, además, de una neutralidad engañosa. Para una exposición y crítica de la doctrina rawlsiana de las «razones públicas» y el pluralismo cosmovisional, vid. el capítulo «Laicidad, razón pública y ley natural» en Francisco J. Contreras, Liberalismo, catolicismo y ley natural, Encuentro, Madrid, 2013.
El liberalismo es la doctrina jurídico-política de la modernidad: triunfante en 1945 sobre su rival fascista y en 1989 sobre el comunista, parecía consolidarse a finales del siglo XX como la filosofía final, incuestionable e inevitable. Sin embargo, el liberalismo está evolucionando en un sentido que puede considerarse inquietante, incluso suicida a medio plazo. "Liberalismo" es hoy para muchos sinónimo de relativismo moral, individualismo atomista, culto a la libertad como un fin en sí mismo, "progresismo" social y cultural, desprecio arrogante de toda institución tradicional como represiva y oscurantista. Este libro critica la deriva relativista del liberalismo desde el interior de la propia tradición liberal. Muestra que el libertarianismo actual traiciona al liberalismo clásico, por ejemplo, en materia bioética y de modelo de familia. Examina el pensamiento de algunos grandes referentes del liberalismo clásico Locke, Montesquieu, Smith- identificando en él elementos que hoy pasarían por -(ultra)conservadores-.
Y le corrige la plana al mismo Hayek, demostrando que su epílogo "Por qué no soy conservador" parte de una caracterización sesgada y anacrónica del conservadurismo: Hayek, que se reclamaba de Burke y de los "old whigs", fue en realidad uno de los grandes liberal-conservadores del siglo XX. El liberal-conservadurismo encuentra su plasmación histórica en el ideario original de Estados Unidos. Los principios de los Padres Fundadores son una equilibrada síntesis de liberalismo, cristianismo y republicanismo. El liberalismo conservador quedó en cierto modo incorporado al ADN norteamericano. Y los representantes más potentes del liberalismo conservador actual se encuentran precisamente en el mundo anglosajón:
Robert P. George, Roger Scruton, Samuel Gregg, Robert Sirico, el recientemente fallecido Michael Novak. El capítulo final analiza una posible clave metafísica de la tendencia del liberalismo a degenerar en libertarianismo. El liberalismo conservador se apoyaba en la "concepción clásica del mundo": una visión teleológica y teísta del cosmos, madurada en la Antigüedad y culminada en el cristianismo. Una visión que incluía como ingrediente esencial una antropología hilemórfica -el hombre está compuesto de materia y forma, cuerpo y alma- y creía en el libre albedrío, la libertad interior. Pero esa concepción ha ido siendo desplazada- primero entre ciertas élites, ahora también en las masas- por el materialismo ateo, y por una antropología que concibe al hombre como un animal más, producto fortuito de la evolución, y sometido al mismo determinismo causal que el resto del cosmos. La obsesión del libertarianismo por la libertad absoluta resulta, así, paradójica: la mayor parte de los libertarios son materialistas que creen que, en realidad, no somos sino autómatas muy complejos. La humilde libertad en la que puede creer un materialista no es sino la espinoziana "conciencia de la necesidad".
Una de las misiones tradicionalmente de la Educación era adiestrar al joven en el uso correcto de la libertad con moral y ética.
Urge abrir caminos que en la relación ética que se establezca en el acto de enseñar, prevalezca el amor como valor, como suceso, como acontecimiento que acompañe la reflexión que lo que somos, de lo que podemos ser, en el mundo y con los otros. En palabras de Hanna Arendt: "Si educamos es porque amamos bastante nuestro mundo, para querer transmitirlo a nuestros hijos, pero esto supone que el mundo tenga un sentido, y que la vida es portadora de una promesa. Para poder así, asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes, sería inevitable".
Nuestra sociedad occidental postmoderna se basa en desmitificar a nuestros héroes y forjadores de la libertad. Y hasta renegar de nuestra cultura europea. Pura barbarie autodestructor de civilización.
Patrick Deneen y La crisis de las humanidades
"No sabemos responder a las preguntas metafísicas más profundas porque Europa (Occidente) ha perdido su metarelato, porque no ha podido continuar con el gran patrimonio legado por nuestros ancestros, su gran historia benefactora de civilización y de Humanidad. Porque su gran relato era un nazareno que pasaba por el calvario y la tumba vacía".
Las humanidades se basaban en los grandes libros del canon occidental, consistían en relatos ejemplarizantes. El relato fundacional de occidente es la historia del Génesis, y uno que es el más antiguo de la humanidad: el poema Gilgamesh (3000 a/C), (La búsqueda infructuosa de la inmortalidad, los límites estructurales de la condición humana). También las grandes tragedias griegas. Por eso no interesa nuestros grandes relatos, porque limitan nuestra condición libertaria, por estar condicionada, por eso las humanidades están en declive. También está en declive el libro, cualquier libro porque exige sometimiento a la autoridad del autor.
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"¡Olvida la muerte y busca la vida!" son las palabras de ánimo con las que Gilgamesh, la estrella de la epopeya de 4000 mil años de antigüedad, se marca el primer eslogan heroico de la historia.
Al mismo tiempo, este joven rey resume las reflexiones sobre mortalidad y humanidad que residen en el corazón del poema épico más antiguo del mundo. Si bien han cambiado muchas cosas desde entonces, los temas de esta epopeya siguen siendo muy relevantes para los lectores modernos.
Dependiendo de cómo la quieras entender, la historia de Gilgamesh se puede considerar como una biografía basada en el mito de un rey legendario, una historia de amor, una comedia, una tragedia, una aventura emocionante o incluso una antología de historias sobre el origen de la civilización.
Todos estos elementos están presentes en la narración y la diversidad textual solamente se ve superada por su refinamiento literario. Si tenemos en cuenta la antigüedad de la obra, sorprende ver cómo este poema épico consigue mezclar de forma magistral complejas dudas existenciales, imágenes vivas y personajes dinámicos.
A pesar de los elementos fantásticos de la historia y de su protagonista, Gilgamesh no deja de ser un personaje muy humano que experimenta los mismos desamores, limitaciones y pequeños placeres que confirman las características universales de la condición humana.
Gilgamesh explora la naturaleza y el significado de ser humano y se pregunta muchas cosas que siguen siendo motivo de debate hoy en día: ¿Cuál es el significado de la vida y del amor? ¿Qué es realmente la vida y si la estoy viviendo de forma correcta? ¿Cómo podemos asumir la brevedad y la incertidumbre de la vida y cómo podemos afrontar las pérdidas?
El texto proporciona muchas respuestas, permitiendo al lector reflexionar sobre las mismas junto con el héroe. Uno de los mejores consejos viene de parte de Siduri, la diosa de la cerveza (sí, una diosa de la cerveza), que le sugiere a Gilgamesh que se centre menos en prolongar su vida y que le aconseja que disfrute de los pequeños placeres de la vida, como pueden ser la compañía de los seres queridos, la buena comida y la ropa limpia. Puede que lo que en realidad esté haciendo sea darle consejos de un tipo de mindfulness mesopotámico.
El Poema de Gilgamesh era extremadamente famoso en la antigüedad y su impacto se puede ver en muchas narraciones literarias posteriores como en los poemas homéricos y en la biblia hebrea. Sin embargo, en nuestros días hasta los lectores más eruditos de la literatura antigua tendrían problemas para resumir su contenido o incluso para nombrar a sus protagonistas.
¿A qué se puede deber esta amnesia en la cultura moderna alrededor de una de las obras más importantes de la literatura antigua?
La respuesta está en cómo se ha recibido la historia a lo largo del tiempo. Mientras que muchas de las grandes obras de la antigua Grecia y de la antigua Roma han sido estudiadas de forma continua a lo largo del desarrollo de la cultura occidental, el Poema de Gilgamesh procede de una época en el olvido.
La historia tiene su origen en Mesopotamia, una zona de la antiguedad situada en el Oriente Próximo que se corresponde aproximadamente a los países modernos de Irak y Kuwait, así como a partes de Siria, Irán y Turquía. A Mesopotamia se la conoce como "la cuna de la civilización" por su sistema de agricultura y sus ciudades tempranas.
La historia de Gilgamesh se escribió en escritura cuneiforme, el sistema de escritura más antiguo que se conoce. Los fragmentos más antiguos de la historia de Gilgamesh proceden de cinco poemas sumerios y existen otras versiones de textos escritos en elamita, hitita y hurrita. La versión más conocida es la versión babilonia estándar, escrita en acadio (un idioma que utilizaba la escritura cuneiforme y que funcionaba como el lenguaje diplomático durante el segundo milenio a. C.).
La desaparición del sistema de escritura cuneiforme hacia el primer siglo d. C. aceleró la caída de Gilgamesh hacia el anonimato.
Durante casi dos milenios las tablillas de arcilla que contenían las historias de Gilgamesh y sus compañeros estaban perdidas y enterradas junto a otros miles de textos en escritura cuneiforme bajo las ruinas de la gran Biblioteca de Asurbanipal.
En Gilgamesh, la naturaleza es un lugar de belleza y pureza, así como el hogar para una fauna y una flora abundantes. El esplendor y la grandeza del bosque de los cedros se describe de forma poética en la tablilla V:
(Gilgamesh y Enkidu) se maravillaban ante el bosque,
Observando la altura de los cedros …
Contemplaban la Montaña de los Cedros,
la morada de los dioses,
la tarima del trono de las diosas …
Dulce era su sombra, llena de placeres.
Cuando los héroes hacen una pausa para admirar la belleza del bosque, su interés no es puramente estético. Gilgamesh y Enkidu son conscientes del valor económico de los cedros y el texto proporciona una imagen clara del conflicto entre intereses comerciales y ecológicos.
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Uno de los mantras de la pedagogía ideológica oficial imperante es el metodologismo, el formalismo y el constructivismo individualista, una obsesión con el método sin importarle el contenido ni la tradición enriquecedora. El resultado de toda esta pedagogía "chachi" como dice Alberto Royo, es el desplazamiento de la responsabilidad desde los alumnos a los profesores (por no saber motivar al alumno).
El filósofo J. Maritain aclaró que la educación no puede escapar de los problemas y embrollos de la filosofía porque presupone, por su propia naturaleza, una concepción de la persona. Y, desde el principio, está obligada a responder a la pregunta primera que se hace todo pensamiento: ¿qué es el hombre? La concepción completa e integral de la persona, que es un prerrequisito de la educación, solo puede tener una respuesta filosófico y/o religiosa.
François-Xavier Bellamy:
LOS DESHEREDADOS
LOS DESHEREDADOS
«Hemos decretado que la lengua era fascista, la literatura sexista, la historia chovinista, la geografía etnocentrista y las ciencias dogmáticas y ahora no comprendemos por qué los niños terminan por no saber nada. Y al final, sin saberes, sin cultura, ¿qué quedará del hombre? Cuando ya se haya destruido toda la cultura sólo quedará la barbarie».
La propia cultura francesa engendró
el instrumento de su destrucción.
el instrumento de su destrucción.
Para Bellamy la crisis que atraviesa la enseñanza francesa es fruto de una opción deliberada según la cual la escuela debe dejar de transmitir el legado cultural de nuestros antepasados. "La crisis de la cultura, de la educación, de la familia, de las autoridades tradicionalmente investidas de la responsabilidad social de la transmisión, no es un fracaso. Al contrario, es el resultado de un trabajo reflexionado". Bellamy señala a Descartes, Rousseau y al citado Pierre Bourdieu como responsables intelectuales de las políticas que han llevado a ese desprecio oficial de la transmisión de saberes.
El Discurso del método (1637) de René Descartes fue "el primer acontecimiento de una revolución (…) cuyas consecuencias serán inmensas". Descartes, que había sido un extraordinario alumno del colegio real regentado por los jesuitas, La Flèche, y que gozaba ya entonces de una gran reputación intelectual en toda Europa, en El discurso del método pone en cuestión todo lo que había aprendido a lo largo de su educación. Había sido el mejor alumno del mejor colegio de Francia en el siglo más avanzado y, sin embrago, sentía que una creciente inseguridad se apoderaba de sí mismo. Era tanta la información que tenía, había leído tanto lo que otros habían escrito que temía que otros hablaran por su boca y que ninguno de sus pensamientos fuera propiamente suyo. No soy yo el que piensa, otros lo hacen por mí. Llega así a la conclusión de que la transmisión de los saberes y de la cultura ofusca la razón y dificulta la creatividad. Para Descartes, la educación debe poner buen cuidado en preservar la inteligencia natural del hombre, "no buscar otra ciencia que aquella que se puede encontrar en uno mismo", preservar "la luz natural de la razón".
Cien años después, Rousseau, en el Discurso sobre las ciencias y las artes (1750), cuestiona el valor de los saberes transmitidos con el argumento de que "cuanto más perfeccionado está el hombre por la cultura, más se aleja de la naturaleza". Más tarde en Emilio (1762), el libro que más influencia ha tenido en la pedagogía moderna, explicará cómo educar a ese hombre para que no se aleje de la naturaleza, cómo mantenerle en la feliz ignorancia. Emilio deberá crecer lejos de la influencia de padres y preceptores, sin amigos, sin libros, sin estudios. El educador no debe enseñarle nada más que aquello que precise para sobrevivir. Pues para Rousseau "más vale la pureza de la ignorancia que la alienación de la transmisión".
El tercer paso de esta revolución anticultural lo dará dos siglos más tarde Bourdieu con el citado Les héritiers (1964), un libro que fue leído por los estudiantes del 68 como si fuera el evangelio. Bourdieu aporta todo tipo de datos estadísticos para demostrar que los hijos de la clase dominante tienen más posibilidades de triunfar en la escuela que los hijos de familias desfavorecidas. El conocimiento, la cultura, es un capital que se lega de padres a hijos y, por tanto, ser una persona culta es un privilegio de la clase dominante.
En 1979 se publicó un nuevo libro de Bourdieu sobre la escuela titulado "La distinction". Aquí se sirve de la estadística para demostrar que la transmisión de conocimientos impide la movilidad social. La cultura entendida como el conjunto de saberes, costumbres y formas de comportarse en el mundo viene impuesta por la clase dominante y se utiliza para hacer distinciones entre los hombres. Aquellos que pertenecen a la clase burguesa aspiran a adquirir la cultura de las élites, mientras que la clase obrera se tiene que conformar con aprender lo necesario para sobrevivir.
Así fue cómo, según Bellamy, la propia cultura francesa engendró el instrumento de su destrucción. Descartes soñaba con un hombre que hubiera nacido con la plenitud de su inteligencia y que nunca hubiera sido niño, Rousseau puso como modelo un hombre que siempre permanecería niño, contribuyendo así a la creación de la emblemática figura del buen salvaje. Finalmente, Bourdieu llevó a la escuela la lucha de clases.
El hombre sin cultura no es un hombre. Un país que se niega a transmitir su herencia cultural está abocado a caer en la barbarie. Eso es lo que Riccardo Muti quiso decir aquella noche en la Ópera de Roma y eso es lo que quiere mostrar Bellamy con este libro. Los saberes, los conocimientos que adquiere un niño a lo largo de su educación configuran su personalidad. Sin ellos no es nada.
Bellamy critica a los pedagogos posmodernos que han encontrado en las tecnologías la coartada perfecta para enterrar definitivamente la enseñanza tradicional. El profesor Google puede facilitar toda la información que el alumno precise en un tiempo récord. ¿Para qué entonces malgastar el tiempo y el esfuerzo en transmitir conocimientos? Hoy los niños lo que tienen que hacer en la escuela es aprender a aprender. La tecnología viene así a completar la revolución anticultural iniciada por Descartes hace cuatrocientos años.
La cultura que uno adquiere a lo largo de su vida, dice Bellamy, no es como una maleta que se va llenando de contenidos, uno es lo que sabe, lo que ha aprendido a lo largo de su vida. Sin civilización el hombre sería el más desvalido de los animales, sin cultura carecería de humanidad. El esfuerzo por aprender, por recordar, por leer, por escribir, construye al individuo como ser humano. Y para aprender, para construirse a sí mismo el niño necesita maestros, necesita libros y necesita condiscípulos.
"El silencio de los intelectuales
se llama traición al país.”
· El hombre es, por naturaleza, un ser necesitado; y, en la primera línea de las necesidades que le afligen, se encuentra la cultura.
· Es necesario un léxico desarrollado para aprender a sentir en las emociones las sutiles distinciones entre “amar”, “estimar”, “apreciar”, “admirar”, “agradar”, “adorar”, “querer”, “adular”… La puesta en juego del léxico no es sólo la precisión de la palabra: sin la diversidad de las palabras no sólo no podríamos comunicar de manera adecuada, sino que seríamos incapaces de reconocer en nosotros la singularidad de nuestros propios sentimientos.
· La única aventura verdadera de la existencia: la que consiste en llegar a ser uno mismo.
· Hemos decretado que la lengua era fascista, la literatura sexista, la historia nacionalista, la geografía etnocentrista y las ciencias dogmáticas, y no comprendemos por qué nuestros alumnos terminan por no conocer nada.
· La cultura, por desgracia, no siempre impide que el hombre sea inhumano; pero la incultura sí que le impide ser humano.
· Queremos entrar en nuestras vidas como consumidores en un supermercado: así de indeterminados, así de indiferentes, para mantener abiertas todas las opciones y dejarnos guiar solo por nuestros únicos apetitos.
· [La idealización de la juventud] Genera una gran ansiedad a los propios jóvenes, cuyo futuro solo puede ser vivido como una lenta degradación hacia los complejos de la edad adulta.
· El concepto de “género” inaugura un nuevo campo de batalla en la guerra contra la cultura, esa herencia de alienación y aprisionamiento que debe, según sus promotores, caducar definitivamente.
· Cuando hayamos terminado de condenar a la cultura como una fuente de estereotipos alienantes, ya no seremos capaces de percibir siquiera la naturaleza misma.
· Este mundo de incultura e indiferencia, promesa del cumplimiento de una libertad absoluta, podrá ser el de un salvajismo todavía inédito e, incluso, más amenazante, ya que, por esta misma incultura, seremos incapaces de percibirlo a medida que nos vaya atrapando.
· Hacen falta muchos conocimientos para sorprenderse.
· Aprender es recibir en herencia lo que nos hace sensibles a la infinita belleza de la realidad más ordinaria.
· ¡Qué extraña sociedad es aquella que encierra a los adolescentes en la caricatura de su propia adolescencia, de la que se ha hecho un ideal!
· No hay acto de amor más grande que el acto de autoridad.
· Exigimos a nuestros enseñantes todos esos resultados privándoles de su trabajo específico: la transmisión de una cultura. Les pedimos que susciten cualidades que no pueden nacer más que de esa herencia que les impedimos ofrecer.
· [La cultura desactivaría la violencia de género mejor que cualquier eslogan ad hoc] ¿Cómo es posible que, en el país del amor cortés, de las novelas de caballería, de la tragedia clásica y del poema romántico, se pueda hablar mal de una mujer?
· [Nosotros no nos hemos hecho] Por nuestra lengua, por nuestra historia, por los saberes que hemos recibido, hemos sido conducidos hasta nosotros mismos, hasta nuestro propio pensamiento y a la libertad que hemos conquistado.
· La ingratitud: he aquí de lo que muere una cultura.
LA EXTRAÑA MUERTE DE EUROPA:
IDENTIDAD, INMIGRACION, ISLAM
El libro de Murray es un relato profundamente personal sobre un continente y una cultura atrapados en el acto del suicidio. La caída libre de las tasas de natalidad, la inmigración masiva y el auto-odio se han unido para conseguir que los europeos no puedan defenderse, siendo incapaces de resistir a la transformación fundamental de su propia sociedad. Este libro no es sólo un análisis de las realidades demográficas y políticas, sino también un testimonio de un continente en modo de autodestrucción. Incluye reportajes de toda Europa, desde las zonas donde los migrantes cruzan por primera vez las fronteras del -literalmente- viejo continente hasta los países donde finalmente se establecen, e imágenes de los pueblos que les dan la bienvenida y también de las sociedades menos acogedoras.
Con una visión aguda y bien documentada, Douglas Murray viaja por toda Europa para examinar de primeramano la inmigración masiva, la desconfi anza y desilusión que han contribuido a la propia desaparición de un continenteque se enfrenta a su propia desaparición. Desde las costas de Lampedusa a los campos emigrantes de Grecia, y desde Coloniaa Londres, estudia de forma crítica los factores que se han unido para incapacitar a los Europeos a resistir a su alteracióncomo sociedad. En este libro trata los lamentables fallos del multiculturalismo, de la política de Angela Merkel sobre la emigración, de los fallos de la repatriación y del sentimiento de culpa occidental, descubriendo el malestar existente en elpropio corazón de la cultura Europea y escuchando los relatos de aquellos que han llegado desde tierras lejanas.
Douglas Murray estudia a fondo las causas de este fenómeno, tan vigente y tan dramático, su realidad presente, los problemas que tal situación conlleva y sus posibles consecuencias,dejando que sea el lector el que extraiga sus propias conclusiones de un fenómeno social tan candente.
«Douglas S. Murray ha pintado en The Strange Death of Europe un cuadro dolorosamente lúcido sobre una Europa resignada a su desaparición».
VER+:
Libertad e igualdad
Vivimos sumergidos en la escucha recurrente de la falsedad “La generación mejor preparada de la historia”. Todos sabemos que eso es falso si hablamos de lengua, humanidades y otras materias, pero soportamos que los políticos nos lo repitan a diario para fingir que el esquema de igualdad ha servido para construir un buen sistema educativo. Aceptar mentiras también reduce nuestra libertad y nos hace parecer imbéciles.
Tenemos un conflicto con la inteligencia. La prueba está en que lo primero que escuchan los papás de un niño extraordinario que hace un test aquí (un altas capacidades, eufemismo del término que nos da miedo: superdotado) es la mismísima síntesis del saber popular: “Estas inteligencias tan altas causan muchos problemas”. Sí: aquí, en la tierra de los hombres de gris de Momo. Para Michael Ende, los caballeros de gris querían estafar a los humanos: vivían de su tiempo.
EDUCACIÓN Y ENCRUCIJADA ESPIRITUAL EUROPEA
POR FRANCISCO JOSÉ CONTRERAS PELÁEZ"Hay que volver a poner en el centro de la pedagogía, la transmisión del conocimiento. La quiebra de civilización es una quiebra de transmisión de conocimientos. Si educamos es porque amamos nuestro mundo para querer transmitirlo. La vida es portadora de una promesa y de una herencia o legado".
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