Joaquín Echeverría homenajea al 'héroe del monopatín' en el libro 'Así era mi hijo Ignacio'
Ignacio, ha dicho su padre, fue "una persona que está dispuesta a hacer un esfuerzo todos los días para perfeccionar su persona, su profesión, para no caer en la tentación de las modas y el éxito fácil, y pone su dignidad por delante de todo lo demás". "Todos podemos ser Ignacio, y Dios nos libre de encontrar una ocasión como la que tuvo él para demostrarlo".
La noche en que quiso parar a los yihadistas con su patinete no fue su primera batalla contra el fanatismo. Combatía el terrorismo desde el banco donde trabajaba persiguiendo el blanqueo de dinero de organizaciones mafiosas y terroristas
Llevaba en los genes la solidaridad: un tío abuelo misionero, su madre defensora de mujeres maltratadas...
Era abogado de sus amigos 'skater', los que le llamaban 'Abo'. Su truco estrella era 'el imposible'
Intentó salvar "a una chica rubia", según un testigo. Coincide, en descripción y posición, con la australiana Sara Zeleniak, víctima también... Ignacio luchó hasta morir por una puñalada por la espalda
Las paletas separadas de Ignacio equilibraban una sonrisa plena, contagiosa, suya. Pelo alborotado. Cuerpo fuerte, 175 centímetros de estatura, 85 kilogramos de peso, de valentía inconmensurable. Ignacio, como los superhéroes, era de aquellos que tenía dos vidas. De lunes a viernes, en horario de oficina, corbata y traje impecables. "Elegante", a decir de los que le conocieron como oficinista. Pero no era un empleado de banca convencional. Era experto en lucha contra el blanqueo de capitales y financiación del terrorismo. Debajo de su mesa, como quien esconde su arma secreta, deslizándolo, su skateboard desgastado. Su patinete estaba allí esperando que el horario se cumpla. Que salga de su letargo para cambiarse él de ropa, enfundarse unos vaqueros resistentes Carhartt y zapatillas Vans comidas por el asfalto. Y practicar su movimiento favorito, denominado imposible. El hombretón de 39 años, cumplidos el 25 de mayo, que luchaba contra el terror financiero en uno de los bancos más grandes del mundo, y el niño eterno que vibraba con su skate, juntó sus dos mundos el pasado sábado 3 de junio.
Eran las 22:11. Vio a una mujer rubia siendo atacada por tres yihadistas en pleno Londres. Cuchilladas, puñaladas. Nadie la defendía. Saltó de la bicicleta, dejó a sus amigos atrás. Cogió su patinete por donde pudo. Para no perder el control y que la tabla no se deslizara, la sostuvo también con las ruedas. Dio un golpe, otro. Con todas sus fuerzas. Luchó solo. Primero contra uno. Después fueron contra él dos. Khuram Butt, Rachid Redouane y Youssef Zaghba, lobos Daesh, se ensañaron. Los aterrados viandantes ganaron, gracias a él, un tiempo valioso, segundos que salvaron vidas... Él luchó hasta el estertor. Incluso desde el suelo siguió dando golpes a los terroristas. Hasta que quedó inmóvil en el suelo. Abrazado a su skate. Una puñalada mortal por la espalda, cobarde, le fulminó. Así murió el "héroe del patinete", como le bautizó la BBC. Así nació su heroicidad.
Ignacio nació en Galicia porque su padre, Joaquín, ingeniero, fue destinado a la central térmica de Endesa en As Pontes. Allí residieron hasta que el tercero de los Echeverría-Miralles de Imperial cumplió ocho años. Eran cinco en total: "Joaquín, el mayor; Enrique; Ignacio; Ana; Isabel...", los enumera el que fuera otro hermano para Ignacio. Su amigo Guillermo González-Arnao Beneyto, quien desde infante veranea en Comillas. En la playa cántabra, con 12 años, Abo conoció a su quinto brother. Guille ha escrito una carta para Ignacio: "Quisiera que pudieras ver todo lo que se dice de ti: The skateboard hero, "El gran financiero", "El experto en blanqueo"... Todo el mundo te admira, te quiere, te has convertido en el ejemplo a seguir, una luz en toda esta oscuridad, un orgullo para el mundo entero". Dice que Ignacio se divertiría con tanto homenaje. "Él se comportaba como le salía del corazón. Era un tío auténtico. Era noble de sangre y noble de corazón... Siempre intermediaba en las peleas. Siempre se ponía del lado del mas débil. No entendía la injusticia... Por eso entiendo lo que hizo". No había sido su primer acto de valentía extrema. Salvó a su hermano Enrique de perecer entre las olas. Y casi se ahoga el propio Abo.
Echeverría padre es consciente de que a todos «no se nos puede pedir que nos sacrifiquemos hasta unos límites que únicamente pueden alcanzar algunos». Por eso, el libro no solo relata la heroica muerte de su hijo, sino, sobre todo, cómo vivió. «Estoy convencido de que Dios te ha usado para presentar un ejemplo de vida de una persona que, viviendo en un ambiente normal en la calle, resististe las tentaciones de los espejismo que ofrece en ocasiones la vida», le escribe el padre al hijo al comienzo de la obra. «Dios supo darnos una muestra de ti con esa acción que era necesaria para que nos fijáramos en tu día a día, que fue si cabe más notable que la acción de valor que asombró a muchos».
En su vida cotidiana, según su padre, Echeve era muy normal y corriente, bondadoso, más bien tímido y no destacaba ni en los estudios ni en lo social. «No tenía una genética que le predispusiera para ser un héroe o para sobresalir. Todo lo que consiguió, se lo trabajó con esfuerzo y eso es algo que puede hacer todo el mundo», asegura Joaquín.
Pero si Ignacio terminó muriendo de la forma heroica que lo hizo, es porque había entrenado su corazón para preocuparse de forma desmedida por los demás. Como ejemplo, Joaquín se vuelve a remontar a la misma noche de la muerte de su hijo: «Ignacio llevaba en su bicicleta una pizarra de grandes dimensiones que había recogido por la calle y que pensaba regalársela a su sobrina Lucía. Esa noche iba a cenar con sus amigos y estaba dispuesto a aguantar toda la noche por ahí con la pizarra solo porque pensaba que le podría gustar».
Luego pasó lo que pasó, y en el tanatorio la familia fue testigo de otro retazo de la bondad de Ignacio. Allí apareció un legionario que colocó sobre el féretro una de sus condecoraciones en reconocimiento a la ayuda que el joven había prestado a su hijo en un mal momento. «Se pasó muchas tardes en casa de estos señores, charlando con su hijo, y también se lo llevaba de paseo a los ambientes de skate con sus amigos para que se divirtiera».
Entre otros muchos, Ignacio también consiguió sacar del pozo a un joven marroquí que, al igual que el legionario, se presentó en el tanatorio de Las Rozas. «Había conocido a mi hijo patinando en Londres. Nos contó que, durante una larga temporada, tuvo que estar solo en el hospital pues no tenía a nadie que se preocupara por él. Ignacio se pasó muchas tardes después de salir del trabajo haciéndole compañía y quitando tiempo a su ocio. Creo que esa buena obra de mi hijo no nace exclusivamente de su bondad innata, sino también de un deseo de perfeccionar su espíritu, de alcanzar la bondad». «Pienso que aquello que le caracterizaba –concluye Joaquín– es que deseaba ser bueno».
Puente de Londres, 3 de junio de 2017. Un atentado yihadista conmovió el mundo. Ignacio Echeverría, un ciudadano español, salió en defensa de una mujer empuñan-do como arma un monopatín, una de sus afi ciones. En el intento de defenderla, quedó tumbado en el suelo herido de muerte; en la confusión se le dio por desaparecido hasta que, después de días de incertidumbre, se confirmó su fallecimiento.
Han pasado más de dos años y Joaquín Echeverría, padre de Ignacio, el héroe del mo-nopatín –como ha sido llamado–, decide escribir un libro y relatar aquellos momentos de angustia; pero también cómo era Ignacio, por qué actuó de aquel modo y el día a día tras aquel terrible episodio tratando de superar la pérdida de un hijo. Esta es su historia que dejamos en tus manos.
Es, además, otro reconocimiento que se suma a los numerosos que ha recibido por aquel acto de valor y generosidad.El prólogo ha sido escrito por Pedro Piqueras, a quien agradecemos su participación.
El autor cederá sus derechos a causas benéficas.
Libro “Así era mi hijo Ignacio, el héroe del monopatín” - Joaquín Echeverría
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