- La Florida: 114 misiones (Florida: 69, Georgia: 40, Carolina del Norte: 2, Carolina del Sur: 2, Virginia:1)
- Texas: 40 misiones (Texas: 39, Louisiana: 1)
- Nuevo México: 32 misiones
- California: 21 misiones
- Arizona: 14 misiones
España fue uno de los mayores imperios mundiales de su tiempo, allá por los siglos XV, XVI y XVII, cuando era dueño y señor de vastos territorios en Europa, América y Asia bajo la batuta de los reyes Carlos V, Felipe II y Felipe III. En el nuevo continente que descubrió Cristóbal Colón a finales del siglo XV,los españoles llegaron y colonizaron las tierras a las que llamarían Nueva España, que abarcaban gran parte de los actuales territorios de México, las islas del Caribe, América Central y el sudoeste de los Estados Unidos, así como también áreas geográficas de América del Sur.
Los actuales estados americanos de California, Florida, Nuevo México y Texas deben su origen a la llegada de los españoles, quienes se asentaron y fundaron las Misiones, asentamientos donde los misioneros de diferentes órdenes religiosas vivían y trabajaban en granjas, ranchos, huertos y talleres con el fin de convertir al catolicismo a los indígenas americanos.
Una vez reforzados los muros para repeler las acometidas de las tribus indias (apaches, comanches,…) y de las potencias europeas (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Rusia), los misioneros se centraron en la evangelización católica de la población local. Y, con la cruz, trajeron el idioma, los cultivos europeos y el ganado.
El primer asentamiento español fundado en el actual Estados Unidos fue la ciudad de San Agustín, en el año 1565, en lo que ahora es Florida. La fundó el español Pedro Menéndez de Avilés. Las primeras misiones españolas llevaron el sello de la Compañía de Jesús. Sin embargo, la hostilidad de los indígenas y el asesinato de varios misioneros motivaron el abandono paulatino de la zona a partir de 1572. Durante todo ese periodo se asentaron en la zona al menos 124 misiones españolas.
Alrededor de la actual ciudad de San Antonio los españoles establecieron los primeros asentamientos de 1680 a 1690 en el actual estado sureño de Texas. Aunque fue el conquistador español Álvaro Nuñez Cabeza de Vaca el primer europeo que pisó territorio texano el 6 de noviembre de 1528. En busca los últimos rescoldos del mito de El Dorado, los españoles del virreinato de Nueva España atravesaron la frontera del norte. Tras la barrera de polvo y piedra del desierto no encontraron el oro, pero sí unos indios por cristianizar y una tierra fértil para la agricultura y el ganado.
Y ENTONCES LOS ESPAÑOLES LEVANTARON LAS MISIONES. FRAY ANTONIO DE OLIVARES FUNDÓ EN 1718 LA PRIMERA, SAN ANTONIO DE VALERO, MÁS TARDE REBAUTIZADA COMO EL ÁLAMO. LE SIGUIERON, POCOS AÑOS DESPUÉS, LAS DE CONCEPCIÓN, SAN JUAN DE CAPISTRANO, SAN FRANCISCO DE LA ESPADA Y SAN JOSÉ. DE LA EXPANSIÓN DEL CONJUNTO SURGIRÍA LA ACTUAL CIUDAD DE SAN ANTONIO. PERO LA FALTA DE APOYO MILITAR, LAS ENFERMEDADES Y LOS CONTINUOS ENFRENTAMIENTOS CON LOS APACHES Y COMANCHES COMENZARON CON EL DECLIVE DE LAS MISIONES.
La más popular de todas las misiones españolas en Texas fue la de El Álamo. Cuando tuvo lugar la célebre batalla que enfrentó al ejército mexicano contra una milicia de secesionistas texanos, acaecida en el año 1836, la misión española ya tenía 100 años de existencia. Tras la épica contienda, Texas proclamó su independencia y, nueve años después, en 1845, se incorporó a Estados Unidos como estado federado.
La impronta española sigue patente si el viajero apasionado por la historia pasea por el resto de las misiones. La Misión Trail, una ruta de unos 20 kilómetros entre las calles de la ciudad, las conecta todas. A diferencia de El Álamo, estas cuatro misiones siguen funcionando como parroquias católicas. Comparten el estilo sobrio del colonialismo español, con pinceladas barrocas y mudéjares que conviven con la aportación de los indios autóctonos. Pero cada una ofrece un matiz diferente.
La mayoría del más centenar de asentamientos españoles fundados en el territorio de Nuevo México fueron misiones. En el año 1598 Juan de Oñate,un noble español nacido en México, fundó San Gabriel, en la confluencia de los ríos Grande y Chama. Cuando los colonos la abandonaron en 1609 fundaron un asentamiento al que llamaron Santa Fe y la nombraron capital de Nuevo México.
El auge de la evangelización española por los Estados Unidos llevó a su expansión por toda California. Gracias a expediciones de militares, como Anza o Gaspar de Portolá, y religiosos, los españoles fundaron misiones que hoy son grandes ciudades Los Ángeles o San Francisco. La expansión incluso abarcó territorios más al norte de California, con el objetivo de bloquear el avance ruso, e incluso se llegó hasta Alaska.
En California, la primera misión fundada por los españoles fue la de San Diego, a cargo del misionero Fray Junípero Sierra en 1769. En el año 1823 había un total de 21 misiones en este estado, que se extendían desde el norte hasta la actual San Francisco. Fueron primero jesuitas y luego franciscanos, los que con su presencia fueron ampliando los dominios españoles por toda la zona oeste de Estados Unidos.
Los jesuitas también expandieron su influencia allende de los Estados Unidos. A lo largo y ancho de todo el continente sudamericano, misioneros de esta orden religiosa llegaron hasta Argentina para proseguir su finalidad evangelizadora entre los nativos indígenas y llegaron hasta San Ignacio, en la provincia de Misiones, para establecer la Misión San Ignacio Miní, cuyas ruinas están declaradas Patrimonio de la Humanidad.
El viajero aficionado a la historia tiene una buena oportunidad de ampliar sus conocimientos sobre las misiones españolas en territorio americano. Uno de los mejores ensayos que trata sobre este periodo es Historia De Las Misiones De La Campañía De Jesús En El Marañón Español. Si se prefiere la novela, tiene a su alcance uno de los recientes éxitos de las letras patrias, Misión Olvido, de María Dueñas.
La huella hispana en Estados Unidos es evidente. Para conocer un poco mejor el poso dejado en aquellas tierras, Ágora Historia entrevista a Borja Cardelús, un experto en la materia y que merece la pena escuchar:
Alta California:
el 'otro' Camino de Santiago
Con varios puntos en común con la Ruta Jacobea, fue la columna vertebral que mantuvo la presencia española en el Nuevo Mundo aún sin explorar
Desconocido por muchos, este Camino está ligado íntimamente a la Historia de España y tiene puntos en común con el Camino compostelano. No fue lugar de peregrinación, pero sí fue la columna vertebral que mantuvo la presencia española en territorios del Nuevo Mundo sin explorar, al tiempo que llevaba la fe cristiana a los nativos del territorio. Si el Camino de Santiago se pobló a partir de núcleos en torno a templos, el Camino Real se forjó mediante la construcción de sencillas misiones franciscanas.
Nació debido a razones de índole política y religiosa. La zona de la Baja California ya estaba colonizada y la evangelización había corrido a cargo de los jesuitas, como en otras muchas zonas del Nuevo Continente. La Alta California permanecía teóricamente bajo dominio español, pero no había aún presencia española.
Dos acontecimientos ocurridos en la segunda mitad del siglo XVIII cambiaron dicha situación. Uno de ellos, poco conocido, pero de gran importancia para el nacimiento del Camino Real, fueron los esfuerzos de exploración rusa en la colonización de Alaska. Felipe V, Rey de España, ya vio la necesidad de establecer asentamientos en los inexplorados territorios americanos del norte, pero fue durante el reinado de su hijo Carlos III cuando tuvo lugar un segundo acontecimiento, la expulsión de los jesuitas de España, en 1767. La Compañía de Jesús tuvo que abandonar su proyecto educativo, tanto en España como en Ultramar, lo que supuso un duro golpe para la formación de la juventud en la América Hispana y sus misiones.
El Camino Real surgió así como una aventura en la que intervinieron militares y religiosos, con la intención de colonizar la Alta California. Será la orden de los franciscanos la encargada de fundar nuevas misiones en los territorios inexplorados; el padre Gálvez nombró al comandante militar Gaspar de Portolá y al padre franciscano fray Junípero Serra protagonistas de la colonización.
La ocupación comenzó con la fundación de la misión de San Diego de Alcalá por fray Junípero Serra, en 1769, para culminar, 64 años después, con la fundación por el fraile José de Altimira, de la misión de San Francisco de Solano, en 1823, ya en el periodo mexicano.
Bajo la presidencia de fray Junípero Serra se construyeron nueve misiones, dedicadas a San Diego de Alcalá, San Carlos Borromeo, San Antonio de Padua, San Gabriel Arcángel, San Luis Obispo de Tolosa, San Francisco de Asís, San Juan Capistrano, Santa Clara de Asís y San Buenaventura. El padre Fermín de Lasuén, que sustituyó a Serra en la presidencia, se implicaría en otras nueve, Santa Bárbara, La Purísima Concepción, Santa Cruz, Nuestra Señora de la Soledad, San José, San Juan Bautista, San Miguel Arcángel, San Fernando, Rey de España, y San Luis, Rey de Francia. Entre ambos fundaron 18 de las 21 misiones de las que consta el Camino Real.
A lo largo de un eje paralelo a la costa de la Alta California de casi 1.000 km, se desarrolló el Camino Real, jalonado por 21 misiones, separadas por 48 km de distancia, que era lo que equivalía a una jornada a caballo, facilitándose de este modo las relaciones entre ellas.
La realización de esta impresionante aventura de fundaciones sólo pudo tener lugar con un apoyo económico y militar de la Corona. Las misiones nacieron de la asociación de la Iglesia y del Estado, y plantearon numerosas diferencias que se resolvían a nivel local del virreinato o, a veces, en la capital del Imperio, Madrid.
La vida y la obra de los diferentes presidentes de las misiones, en su gran mayoría catalanes, mallorquines y vascos, así como la de muchos sencillos frailes misioneros, nos da una idea de quiénes fueron estos sufridos hombres. El artífice de esta aventura, el beato Junípero Serra, filósofo y teólogo, no esperaba alcanzar una utopía, cuando dijo: "Al principio será necesario sufrir muchas privaciones. Sin embargo, para un amante todas las cosas son dulces". Su sucesor en el cargo, Fermín de Lasuén, fue a su vez un gran diplomático y buen negociador, conocido por su apacible carácter y sus buenas maneras con los indígenas. Otros frailes como Juan Crespi, describió el paisaje de su entorno con gran precisión como gran observador que era, destacando la belleza de aves, flores, valles y montañas, hasta el punto de ser el primero que citó todas y cada una de las plantas de la Alta California, en 1769, mientras Francisco Paloy es considerado el mejor y primer historiador y biógrafo de California. En el campo de la música hay que señalar a fray Estevan Tapis, y ya en el periodo de emancipación del virreinato de Nueva España, a Narciso Durán, muy dotado como director de coros y orquestas. También hubo entre los misioneros franciscanos expertos pioneros en descubrimientos, como Francisco Garcés, que fue el primero que vio el Gran Cañón del Colorado y el primero en iniciar un sendero desde California a Nuevo México.
A lo largo del Camino, habitaban diversos pueblos indígenas, que se han estimado en unos 100.000 indios de múltiples tribus, con lenguas y dialectos diversos. La mayoría de los pobladores, a diferencia de los de México, constituían sociedades rudimentarias, con enormes problemas de subsistencia. Su alimentación se reducía a raíces y frutos salvajes, aunque algunas tribus también practicaban la pesca y una cierta agricultura, pero no habían desarrollado un sistema propio de escritura. Los frailes realizaban la tarea de atraerlos a las misiones con la idea de instruirlos y, finalmente, bautizarlos. De esta manera, se lograba al mismo tiempo la integración en el modo de vida de los colonizadores.
La vida de los indios, que debían de vivir en las viviendas anejas a la misión, era regulada por los religiosos que establecían una rutina en la que destacaban la oración, la instrucción, el trabajo y el ocio. En ella, la importancia del lenguaje de las campanas era imprescindible. Cada tañido marcaba la llegada del alba, la misa, el ángelus y la campanada De Profundis, a las ocho en punto de la noche, también llamada de las ánimas. Además del aprendizaje de los usos constructivos españoles, a base de adobe y teja, se desarrolló con preferencia la agricultura, la gabadería y la artesanía.
Las misiones constituyeron el alma máter, el hilo conductor que mantenía unido el Camino Real, y, aunque se comportaban como unidades autosuficientes, existía una interdependencia en cuanto a ayudas o resolución de problemas. La estructura de casi todas las misiones fue similar; se caracterizaron por la construcción de la iglesia, normalmente orientada al este, adosada a un gran claustro rodeado por dependencias que podríamos calificar de monásticas. Solían disponer de una fuente y estaban porticados con vanos adintelados o en forma de medio punto. Junto a esta estructura básica existen también recintos cerrados para la realización de las labores de la misión, y cementerios.
La escasez de medios, la falta de conocimientos en labores constructivas complejas y las dificultades económicas determinaron la sencillez de la arquitectura de las misiones. Inicialmente se utilizaron los materiales más asequibles, madera y paja; posteriormente se empleó el método español del adobe, a base de piezas de barro amasadas con paja y guano y secadas al sol. Estos materiales determinarían la sencillez de formas, buscándose la funcionalidad y revistiéndose los muros exteriores de cal y los interiores de decoraciones que pretendían rememorar elementos arquitectónicos de piedra; de ahí la profusión de falsas pilastras y entablamentos, sugerencias de arcos, ménsulas, etc. Todo ello pintado en colores vivos y con un carácter de gran ingenuidad. Más adelante, se emplearía el ladrillo y la piedra. Especial interés tienen las espadañas de las que penden las campanas, y las torres-campanario de mayor envergadura.
No se puede hablar de un estilo arquitectónico homogéneo, aunque sí de estructuras similares. Dependiendo de la época y el gusto de los constructores, se advierten simples formas cúbicas, destacando las portadas con pilastras, arcos de medio punto, o incluso columnas adosadas, rematadas por frontones con molduras de recuerdos barrocos. No obstante, las sucesivas reconstrucciones debidas a seísmos asociados a la gran falla de San Andrés, o el abandono tras la secularización, han modificado su aspecto en no pocos casos.
A la sombra del Camino, se desarrolló al mismo tiempo el llamado Caminito Real, constituido por cinco asistencias, cuatro presidios militares y diez estancias o ranchos. Las asistencias eran una especie de sucursales o extensiones de las misiones ya establecidas, que proporcionaban servicios litúrgicos. Destaca la de Nuestra Señora de los Ángeles, germen de la actual ciudad californiana de Los Ángeles. Los presidios o fuertes militares suministraban guardias para proteger a las misiones, aunque su objetivo no era religioso, encargándose de proteger los intereses generales del Gobierno español.
Los pueblos, estancias o ranchos nacieron como tierras de una extensión de cuatro leguas, situadas a una buena distancia de las misiones, con el fin de que no se perjudicara a los indios. Eran mantenidas en común o a cargo de las misiones, e inicialmente estaban al servicio del mantenimiento de los nativos.
Hoy, lo mismo que en el Camino de Santiago, merece la pena recorrer El Camino Real, porque, como todos los viejos caminos cargados de historia, no se trata tan sólo de transitarlo sino de vivirlo. Es un camino para reflexionar sobre las repercusiones del encuentro de las más variadas culturas y niveles de civilización, lo que generó inevitables dramas.
Como dice David Rex Galindo: "... los escritos de los misioneros nos han dejado una rica variedad de actitudes y percepciones frente al nativo, que reflejan, por una parte, las contingencias y el dinamismo del encuentro de dos mundos y, por otra, las múltiples actitudes de los franciscanos". En definitiva, posturas más recalcitrantes por parte de los elementos más intransigentes de la orden mendicante coexistieron con posiciones más condescendientes de la heterodoxia franciscana.
Los mayores daños a los que fue sometida la población nativa se dieron a raíz de la secularización de las misiones, que no reconoció las propiedades indígenas, y, sobre todo, a la llamada fiebre del oro, que desató un verdadero genocidio.
Con todo, la importancia que para los habitantes actuales de la Alta California tiene el Camino Real es enorme. Desde finales del XIX y principios del XX se convirtió en una de las primeras carreteras del estado de California. Como distintivo del King´s Highway, se colocaron marcadores o campanas colgadas de soportes en forma de cayado de pastor, denominados bastón franciscano, de casi 3,5 m de alto, al igual que las célebres vieiras en el Camino de Santiago.
El Camino Real, resultado de la necesidad política de controlar un territorio, del celo evangelizador de los franciscanos que lo hicieron posible, forma parte de la Historia de la colonización española en el Nuevo Mundo pero también de los indígenas afectados y del nacimiento de la actual California (EEUU).
(*) Almudena García-Orea es catedrática de Historia
MISIONES. El Camino Real consta de 21 misiones, separadas cada una de ellas por 48 kilómetros, que era lo que equivalía a una jornada a caballo, facilitando así las relaciones entre ellas.
El Camino Real de Tierra Adentro era la ruta que llevaba desde la ciudad de México hasta la de Santa Fe de Nuevo México, actualmente capital del Estado homónimo integrado en los Estados Unidos; y durante más de dos siglos fue el cordón umbilical que mantuvo ligada a esta remota provincia del septentrión de la Nueva España. Cada tres años partía la llamara ‘conducta', una caravana que trasladaba ganados, aperos y gentes, para mantener la colonización española en aquellas tierras. A través del Camino Real de Tierra Adentro penetró la cultura hispana en el Suroeste de Estados Unidos, ejerciendo aquí un papel semejante al del Camino de Santiago en España.
Cuando la corona española decide no abandonar la provincia de Nuevo México, ruinosa en todos los sentidos, sino mantenerla por razones de no desamparar a los indios ya cristianizados, el virreinato de Nueva España organiza un sistema para abastecer regularmente las misiones, presidios y ranchos del norte. Es la llamada conducta, caravana de carretas que parte cada tres años de la ciudad de México con destino a la tierra de frontera. Iniciaba el largo y dificultoso recorrido de seis meses tras la época de lluvias.
En el convoy viajaban frailes, colonos y soldados de escolta, así como múltiples artículos: plantones, semillas, muebles, instrumentos musicales, vestuario, papel, tinta, etc. A la retaguardia seguían ovejas, caballos, vacas, cerdos, cabras y el resto de muestrario de la ganadería española lista para ser trasplantada en el septentrión hispano. A la vuelta, los carros cargaban vino, productos agrícolas, pieles de bisonte, mantas y otras mercancías de Nuevo México, que eran vendidas en la famosa feria anual de Chihuahua, y más adelante acopiaban plata procedente de las minas del Paral, Guanajuato y Zacatecas.
Todo este surtido humano y material viajaba a bordo de treinta y dos sólidos carretones de cuatro ruedas tirados por bueyes, con toldos arqueados y capaces de transportar dos toneladas de carga. Los bueyes, aunque menos espantadizos que las mulas, eran más lentos y se desenvolvían peor en terrenos lodosos y en fuertes pendientes, lo que hizo que paulatinamente los trenes de carros fueran reemplazados por recuas de mulas manejadas por arrieros que redujeron el tiempo de viaje a cuatro meses.
Muchas eran las incertidumbres que enfrentaban los viajeros. Las crecidas de los ríos, como las del Nazas, podían forzar semanas de espera en las orillas hasta poder vadearlos. En el otro extremo aparecían las sequías prolongadas, que hacían sufrir lo indecible a hombres y animales.
Lo más temido era la travesía de la llamada Jornada del Muerto, más allá de El Paso, cien kilómetros sin un solo ojo de agua donde aprovisionarse. También se sentían amedrentados ante las dunas de Samalayuca, arenas móviles que obligaban a dar un gran rodeo a la caravana. Eran tantos los inconvenientes como los temores, y tantas las presentes decepciones como las supuestas riquezas que esperaban allá lejos.
Con todo, confrontando los deseos con los recelos, el mayor de los peligros era el de los asaltos. Había bandas especializadas que desde México a Querétaro acechaban la caravana, repleta de valiosos artículos. Y, sobre todo, a partir de Zacatecas, la mayor amenaza fueron los ataques indios, más frecuentes a medida que se progresaba hacia el Norte. Su objetivo principal eran los caballos, pero no desdeñaban otras rapiñas e incluso mujeres y niños. Las tropas de los presidios hacían relevos para dotar al convoy de una protección adicional, y cuando la caravana se adentraba en las áreas más comprometidas, para pasar la noche los carros formaban un círculo con las personas y los animales dentro.
* * *
El Camino Real de los Tejas, como su nombre indica, fue el camino de penetración de los españoles en Texas. Fue el primer camino establecido por España en lo que ahora es el territorio de Tejas hace ya más de 300 años. El Camino Real de los Tejas unía las misiones y los fuertes españoles desde Los Adaes, primera capital de la Texas Española ( actual Luisiana) hasta Monclova (México).
Era una derivación del camino Real de Tierra Adentro hacia Tejas; y tenía dos ramales llamados Camino de Arriba y Camino de Abajo
Tiene un recorrido en USA de unos 4.000 km y pasa por ciudades como San Agustín , Austin, El Álamo, San Antonio, Laredo y Guerrero ( Méjico) y terminaba en Ciudad de México. Durante el período colonial español, fue la principal ruta terrestre desde Rio Grande a La Luisiana. El recorrido sigue caminos y veredas inicialmente marcadas por los animales y después por los indios americanos durante sus cacerías.
El Camino Real de los Tejas constituyó un proyecto del imperio español en el Nuevo Mundo para frenar el expansionismo de Francia.
En 2004, la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó una ley para designar al Camino Real de los Tejas, como un "camino histórico nacional"."
Siguiendo los estudios históricos de los investigadores Fernando Martínez Láinez, Carlos Canales Torres y Borja Cardelús, para completar en tiempo y circunstancias la historia del acontecimiento hay que remontarse al año 1550, cuando el rey emperador Carlos I dicta instrucciones para que no se realizase ninguna conquista o exploración hasta que un organismo especial instituido en cada Audiencia examinase si las conquistas se podían hacer "sin injusticias a los indígenas que viviesen en esas tierras". Ante tal imposición, el virrey de Nueva España, Álvaro de Zúñiga, marqués de Villamanrique, ordenó que se explorase y colonizase Nuevo México de acuerdo a estos principios, mantenidos también por el rey Felipe II.
El primer proyecto serio para colonizar las tierras al norte de Chihuahua fue el de Gaspar Castaño de Sousa (o Sosa), en 1580 y el segundo el de Cristóbal Martín, en 1583. Hubo otras propuestas de expedición como la de Hernán Gallegos, la de Francisco Díaz de Vargas, y solicitudes colonizadoras como la de Francisco de Urdiñola, conquistador de Nueva Vizcaya, y la de Juan Bautista de Lomas y Colmenares.
La Corona española, resuelta a la colonización de Nuevo México, en el septentrión del continente americano, apenas un siglo antes descubierto, y a que se hiciera conforme a las ordenanzas de 1573, abrió la oferta de candidatos con la condición de que el peso financiero habría de ser asumido por ellos; lo que limitaba la posibilidad a los hombres más ricos de Nueva España.
Hubo varios aspirantes, pero la elección recayó en Juan de Oñate, hijo de Cristóbal de Oñate, uno de los descubridores de las minas de Zacatecas, casado con Isabel Tolosa Cortés Moctezuma, nieta del conquistador de México y bisnieta del emperador azteca.
Recibió el permiso real en septiembre de 1595, pero a partir de ahí comenzó un martirio burocrático causado por los envidiosos funcionarios del virreinato, celosos de que Oñate pudiera unir la gloria a su enorme fortuna. El contrato estipulaba que Oñate debía financiar una expedición colonizadora, para descubrir y poblar "con toda paz, amistad y cristiandad", compuesta de 200 hombres bien armados y equipados, con sus familias, cinco sacerdotes y un lego; 1.000 reses (cabezas de vacuno), 3.000 ovejas churras, 1.000 carneros, 150 potros y 150 yeguas, además de caballos para los expedicionarios; equipos, aperos, mobiliario, herramientas y material de repuesto para las carretas, los vehículos de ruedas y las cabalgaduras; a lo que se sumaba un transporte de harina de trigo, maíz, carne en salazón, galletas, aves de corral, frutos secos, útiles corrientes para la administración de la comitiva: papel, tinta; y un surtido de medicinas. A cambio de ello recibía el título de Gobernador, Adelantado y Capitán General de Nuevo México, por dos generaciones, con derecho a otorgar encomiendas y repartimientos de indios. Algo muy importante para convencer a los indecisos: los nuevos colonos tendrían la condición de hidalgos.
Correspondía al virrey el suministro de las municiones, tres mil libras de pólvora, y los cañones, más de diez mil proyectiles de arcabuz.
Cuando parecía que todo estaba listo, el virrey Luis de Velasco, mentor de Oñate, fue nombrado virrey del Perú, sustituyéndole Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, que impuso un retraso considerable a la partida. El nuevo virrey tenía un candidato propio, y le contrariaban los lógicos deseos de Oñate de prescindir de la Administración del virreinato y entenderse directamente con el rey.
El propio Felipe II tuvo que despachar la orden de salida de la expedición, pero los funcionarios virreinales forzaron una nueva inspección, para desesperación de Oñate, varado en Santa Bárbara, en Chihuahua, con su gente, y que veía como mermaban sus fondos y desertaban los hombres. Esta última inspección fue hostil, y los mezquinos burócratas a punto estuvieron de conseguir su propósito de desbaratar la partida. Pero el corajudo Oñate al fin pudo dar la orden de marcha el 26 de enero de 1598, más de dos años después de obtener el permiso.
La larga caravana de hombres, animales y carretas (83 carros tirados por bueyes) ocupaba una legua, y en ella viajaban sus dos sobrinos, los Zaldívar y Gaspar de Villagrá, que cantaría la épica del viaje en un largo poema de pocas cualidades literarias pero de enorme interés histórico.
Con el fin de evitar errores, Vicente de Zaldívar, sobrino de Oñate, partió en vanguardia con 17 hombres para abrir camino y destruir obstáculos que pudieran perjudicar a la expedición.
En febrero, fray Diego Márquez, el franciscano que acompañaba a la expedición, había decidido regresar a México, y el capitán Farfán, que le acompañó en su retorno, se incorporó de nuevo a la expedición acompañado de dos padres y ocho hermanos franciscanos que se unieron al grupo principal el 3 de marzo y serían los responsables de la evangelización de Nuevo México.
Avanzando hacia el Norte, pararon junto a un río al que llamaron Jueves Santo y donde acamparon en Semana Santa.
Cuando Oñate salió de Santa Barbara (actual Chihuahua), esta localidad era hasta entonces la más septentrional de Nueva España, y final de uno de los cuatro caminos del virreinato. Todos los caminos nacían en México: el primero iba hasta Veracruz, al Sureste, el segundo llegaba a Acapulco, al Suroeste, el tercero a Guatemala, al Sur y el cuarto, el de Durango, era el citado que finalizaba en Santa Bárbara. Más allá se perfilaba el Río Grande y un territorio por descubrir.
La partida del Adelantado Oñate, con sus 83 carros y 7.000 cabezas de ganado, al fin tuvo efecto.
Oñate desechó el itinerario seguido por sus predecesores y eligió un atajo a través de las dunas de Samalayuca, arenas móviles que obligaba a dar un gran rodeo para evitar su peligro, que no obstante llevó a la caravana por una ruta más directa hasta El Paso, señalando el trazado de lo que sería el Camino Real de Tierra Adentro.
Antes de llegar al Río Grande hubo que atravesar el río de las Conchas, para lo que fue preciso construir un puente disponiendo 24 ruedas de las carretas atadas con amarras, remontando a continuación hasta el Río Grande, alcanzado el 20 de abril y cruzado el día de la Ascensión. En la orilla norte, actual ciudad de El Paso, levantaron una capilla que a las tres semanas ya estaba lista para la celebración de la primera misa. El 8 de septiembre de 1598 fue el día señalado para dar gracias por la suerte que hasta el momento acompañaba a los expedicionarios. El superior de los franciscanos, fray Alonso Martínez, ofició la misa y fray Cristóbal de Salazar dio el sermón. Al cabo, Juan de Oñate celebró una ceremonia con carácter oficial en la que tomó posesión de Nuevo México en nombre de España y de su rey Felipe II. Ese fue el primer Día de Acción de Gracias de la historia de los Estados Unidos, que antecede en 23 años al de los Padres Peregrinos de Plymouth. Hubo banquete, baile, juegos y se representó una obra de teatro compuesta por Marcos Farfán, con tema evangelizador; probablemente fue la primera representación teatral, propiamente dicha, de la historia de los Estados Unidos.
Reemprendida la marcha hacia el Norte, siguiendo el curso del Río Grande, la caravana atravesó la Jornada del muerto, una extensión desértica sin un ojo de agua en más de cien kilómetros donde aprovisionarse los humanos y abrevar los animales. Superada la terrible prueba, la caravana arribó atravesó la terrible jornada del muerto y arribó a los valles de Nuevo México, como oasis anclados en el desierto, y llegó fatigosamente al poblado indio de Teipana, donde recibió ayuda en alimento y hospitalidad de los indígenas, por lo que Oñate bautizó el lugar con el nombre de Socorro; las millas recorridas desde El Paso eran ochenta, ciento veinte kilómetros. En las cercanías de esta población se localiza el Museo del Camino Real de Tierra Adentro.
Repuestos en parte de las penalidades pasadas, la ruta siguió camino septentrional hasta Santo Domingo Pueblo, desde donde Oñate decidió enviar mensajeros a las poblaciones vecinas anunciando su llegada, quiénes eran y la ocasión del encuentro. La toma de contacto con los indígenas fue amistosa y de común acuerdo exploradores y autóctonos quedó fundada, al norte de Santo Domingo, la población de San Juan de los Caballeros, tanto por la condición de hidalgos ganada por todos los colonos como por la hospitalidad indígena. Pronto el núcleo de la colonia se trasladaría a un valle próximo pero más amplio, en la confluencia de los ríos Chana y Grande, fundándose San Gabriel, el 18 de agosto de 1598 (la segunda ciudad fundada en los actuales Estados Unidos, tras San Agustín de la Florida), capital durante diez años hasta la fundación de Santa Fe en entre 1607 y 1610 (Villa Real de la Santa Fe de San Francisco de Asís); desde entonces capital de Nuevo México.
En las proximidades de San Gabriel estableció la caravana su campamento de invierno hasta decidir por dónde proseguir la ruta; el invierno de 1598-99.
Era obvio que la pobreza de San Gabriel no podía ser el destino de una expedición tan amplia y costosa. Hubo conatos de revuelta, sofocados enérgicamente por Oñate y sus fieles, así como una deserción de cuatro soldados. Oñate designó a Gaspar Pérez de Villagrá, soldado y poeta, héroe de la historia de Nuevo México al cabo, para dar con ellos y traerlos de vuelta para ser juzgados. Tras una persecución épica por kilómetros de territorio indómito y desconocido, detuvo a dos que fueron condenados a muerte y ejecutados en San Gabriel.
Pero el malestar persistía y también las dudas sobre la conveniencia del proyecto. Por lo que Oñate, a imitación de su predecesor Pedro Castañeda de Nájera, quien refería maravillas a descubrir en aquellos lugares nuevos, se animó a buscar el atractivo de nuevas y mejores tierras, metales preciosos y perlas, para el asentamiento y la colonización.
Asentados provisionalmente en el lugar los nuevos residentes, Oñate envió comisionados a México en busca de refuerzos colonizadores y, a la vez, despachaba a sus oficiales para reconocer los confines y las posibilidades de la provincia. Vicente Zaldívar exploraba hacia el Este, teniendo el encuentro con los indios de Acoma, y él, al igual que otros predecesores, se dejó seducir por los cantos de sirena de la Gran Quivira (asentamiento indígena mencionado por Francisco Vázquez de Coronado del que no se ha vuelto a tener noticia, desde el que inició travesía descubridora hacia el Gran Cañón del Colorado García López de Cárdenas, primer europeo en documentar el paraje). Atravesó las montañas Manzano y, bajo la guía de José, el indio superviviente de la desgraciada expedición de Leyva de Bonilla, se internó a través de Oklahoma en las llanuras de los cíbolos, los búfalos de las praderas, dirigiéndose hacia el Sur después para alcanzar la actual Texas sin hallar cosa que se pareciese a la deslumbrante ciudad de los sueños de tantos conquistadores, la que inútilmente persiguieran Coronado, Castaño o Chamuscado.
Era el turno aventurero de Oñate, dirección al Oeste, con la idea de llegar al océano Pacífico. Cruzó el territorio de Arizona, encontró el río Colorado y siguió su curso, llegando hasta su desembocadura en el extremo del Mar de Cortés, lo que consideró un hallazgo geográfico prometedor como posible puerto para el abastecimiento de Nuevo México. A la vuelta, en el lugar llamado El Morro, en el occidente de Nuevo México, dejó impresa en una piedra una famosa inscripción: "Por aquí pasó el Adelantado don Juan de Oñate, al descubrimiento del Mar del Sur, a 16 de abril de 1605". Cuando regresó a San Gabriel no traía plata ni perlas en las alforjas, pero sí un montón de narraciones fabulosas, contadas por los indios de aquellos páramos: gentes que caminaban sobre un solo pie; otros que se alimentaban con el solo olor del alimento, sin dejar excrementos; tribus cuyos miembros tenían una enorme oreja con la que se envolvían al dormir. Una buena colección de fantasías con las que esperaba ganar el apoyo de las autoridades virreinales. Pero después de seis años de asentamiento de la colonia, no eran precisamente leyendas fantásticas lo que el virrey deseaba oír.
Cinco meses duró la ausencia de Oñate de la base de San Gabriel, tiempo suficiente como para que los colonizadores, desalentados por no hallar las riquezas que esperaban, abandonaran en gran medida el poblado y regresaran a la seguridad de México. Oñate se había dado cuenta de la magnitud de las distancias, imposibles de afrontar con medios precarios y aún menos con urgencias. Desistió de llegar al océano de poniente en aquella ocasión, coincidiendo en el camino de regreso con su sobrino Juan Zaldívar, conviniendo ambos en intentarlo de nuevo en breve. Pero no sería posible a causa de un acontecimiento que la historia conoce como La Guerra de la Roca.
La vía que abrió Juan de Oñate, colonizador de gran valor y talento, constituye una de las principales vías culturales de los Estados Unidos, pues en la práctica las comunicaciones entre El Paso y Santa Fe trazan aquel primer Camino Real de tierra adentro. Durante siglos, este camino supuso la mayor vía de intercambio cultural y de mercancías, gracias a la cual las comunidades indígenas del Suroeste de los Estados Unidos de América mantuvieron sus tradiciones, consiguiendo una mejora sustancial en sus condiciones de vida que ha permitido su supervivencia hasta el presente.
Los Caminos de los Españoles
Todas las civilizaciones suelen tener buenas comunicaciones para poder desarrollarse. El Imperio Romano fue muy consciente de esto y los españoles en su ímpetu de desarrollar sus reinos tomaron nota y empezaron a comunicar estos territorios por mar y tierra, tanto en Europa como América o Asia. Por eso localizamos «Camino de los Españoles» en tres continentes.
Es importante señalar que fue un trabajo muy dificultoso el comunicar poblaciones distantes separadas por selvas, montañas o desiertos, sin conocer nada de la zona, sin mapas y, como podemos asegurar, de la nada (hablamos del siglo XVI…). Las rutas que crearon aquellos españoles en éstas tierras para generar comercio y comunicaciones eran llamadas por éstos Caminos Reales. Los lugareños les llamaban El Camino de los Españoles. Se podía comerciar con la misma moneda (El Real Español), con el mismo idioma y con la misma cultura, desde Santa Fe de Nuevo México hasta Chiloé en Chile, y hay Caminos Reales por Europa, América y Asia.
En América, 20 años después de las independencias, estos Caminos Reales ya no se utilizaban y por consiguiente todo el comercio y las comunicaciones (entre esos el correo que era mucho más veloz que el de Europa) dejaron de existir y muchos de los caminos desaparecieron entre la maleza o quedaron en ruinas, solo en algunas de sus secciones se suele conservar y observar hoy en día.
La cultura hispana en Estados Unidos: 3.
Las misiones, asentamientos hispánicos de costa a costa
VER+:
Los exploradores recorrieron unas rutas que sirvieron a la nación estadounidense para la invasión de su vecino del sur
Españoles, Apaches y Comanches.
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