EL Rincón de Yanka: 📗 MARCIAL LAFUENTE ESTEFANÍA: LA ÚLTIMA LEYENDA DEL OESTE 🌵

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miércoles, 10 de julio de 2019

📗 MARCIAL LAFUENTE ESTEFANÍA: LA ÚLTIMA LEYENDA DEL OESTE 🌵

La última leyenda del Oeste
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Los libros de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía siguen vivos gracias al trabajo de su hijo, que continúa escribiéndolos, y a los lectores que aún los devoran  


Mi difunto amado padre era un fanático de las novelas vaqueras de Marcial Lafuente Estefanía. Tenía centenares de novelas...





Almuzara recupera las mejores novelas del Oeste, de Marcial Lafuente Estefanía: 'La hora de las hogueras' y 'Los visitantes de la madrugada' son los dos primeros títulos con los que se ha estrenado Almuzara, dos novelas al más puro estilo de Marcial Lafuente Estefanía, un autor que desde el principio buscó la amenidad, prescindió de las largas descripciones y trabajó sobre todo los diálogos, con unos modismos muy característicos y una acción disparada. Para componerlas a veces se inspiró en el teatro clásico español del Siglo de Oro, sustituyendo los personajes del XVII por los arquetipos representativos del salvaje Oeste americano.

Sus primeras novelas las firmó bajo los pseudónimos de "Tony Spring" o "Arizona", pero luego publicó ya siempre con su nombre verdadero o las siglas M. L. Estefanía, que algunos confundieron con María Luisa Estefanía. Durante la Guerra Civil, Enrique Jardiel Poncela le dio un consejo: "Escribe para que la gente se divierta, es la única forma de ganar dinero con esto".

Marcial Lafuente Estefanía sabía que sus novelas se leían y tenían éxito en los Estados Unidos, por ello cuidaba mucho la verosimilitud histórica, la geográfica y la botánica del Oeste norteamericano, para lo cual recurría a tres libros en particular: una obra muy completa de historia de Estados Unidos, un atlas muy antiguo de este país, donde aparecían los pueblos de la época de la conquista del Oeste, y una guía telefónica estadounidense en la que encontraba los nombres de sus personajes


MÁS DE 3.000 TÍTULOS

Actualmente existen más de 3.000 títulos, algunos de ellos escritos en cautividad, ya que fue oficial de Artillería del Ejército Republicano en el frente de Toledo y tras la guerra decidió no exiliarse, por lo que padeció cárcel en España varias veces. En prisión comenzó a escribir de forma más concienzuda, aprovechando trozos de papel que conseguía aquí y allá: "Empecé a escribir prácticamente en un rollo de papel higiénico. No tenía cuartillas, no tenía pluma; entonces decidí utilizar el lápiz y el papel de retrete. Estaba en una sala de uno de los hoteles en los que me recluyó el Gobierno", afirmaba el autor.

Marcial Antonio Lafuente Estefanía (Toledo, 1903 - Madrid, 1984), es autor de populares novelas del Oeste, hijo del periodista y del escritor Federico Lafuente, quien le enseñó a amar el teatro clásico del Siglo de Oro. Se hizo ingeniero industrial y ejerció en España, América y África y entre 1928 y 1931 recorrió gran parte de los Estados Unidos, lo que le sirvió luego para ambientar sus historias. Escribió su primera novela del oeste en 1943, con el título de 'La mascota de la pradera'.
En los años sesenta, sólo Corín Tellado rivalizaba en éxito con Lafuente Estefanía

Miles de lectores recordarán tardes enteras entregadas a los libros de Marcial Lafuente Estefanía, cambiados en las tiendas de chucherías y llenos de tipos duros del Oeste, de 'sheriffs' impasibles que recibían su 'ración de plomo' de algún desalmado forajido.

Aquel mundo que ocupó tantas horas de ocio en los años cincuenta y sesenta aún vive en lectores como Casto de Castro, que devora veinte libros de vaqueros a la semana; en escritores como el hijo de Lafuente Estefanía, Federico, que continúa escribiendo en su Olivetti historias inspiradas en la obra de su padre; o de amigos del legendario autor como Manuel Cerdán, que organizó una muestra y unas conferencias para recordar su figura hace dos años.

Castro de Castro, portero de una conocida marisquería de Bilbao, acude cada semana a un estrecho establecimiento de su barrio de Santutxu en el que se venden golosinas y revistas, y en el que se cambian novelas de Estefanía a diez céntimos el ejemplar. Cogió la afición en los catorce meses que pasó de mili en Burgos. «Para matar el rato empecé a leer estas novelas y a jugar al mus. Ya no lo dejé. Hoy leo dos o tres al día y cada una me dura entre treinta o cuarenta minutos», relata De Castro, de 57 años.

Cuando él estaba en el servicio militar, en 1973, Marcial Lafuente Estefanía ya se había convertido ya en una marca o factoría en la que trabajaban sus dos hijos, Francisco y Federico. «Yo no soy médico porque en segundo lo dejé y me dediqué a escribir novelas. Empecé por una apuesta con uno de los amigos de mi padre, que me retó a que le copiara. Mi padre leyó lo que había escrito. Pasaban los días y no me decía nada, hasta que me la dio ya en forma de libro con el título de 'Diez muertos por un rancho'», recuerda Federico, el único de los hermanos que aún sigue escribiendo y editando las novelas con el nombre de Marcial Lafuente Estefanía.

El más famoso de los escritores a destajo hizo de las aventuras del Oeste «el modo de ganarse la vida», recuerda su hijo, en parte porque su pasado le cerró muchas puertas y le dejó aquella que estaba abierta para todos, la de la 'pulp fiction', la literatura de kiosco. Su participación en la Guerra Civil como coronel artillero en el Ejército republicano, y su posterior encarcelamiento, le marcaron como un apestado que no podía ejercer su profesión de ingeniero industrial. En una situación parecida se hallaba Silver Kane, seudónimo de Francisco González Ledesma, hoy un escritor de éxito, que al empezar en los años cuarenta con las novelas de vaqueros arrastraba el peso de pertenecer a una familia republicana.

Estefanía se convirtió en el autor más popular de la España franquista. Sólo Corín Tellado le hacía sombra. En los años sesenta, la edición de cada uno de sus títulos, de cáracter semanal, llegaba a los cien mil ejemplares. En total, el autor vendió más de 50 millones de libros. 

La editorial Bruguera ganó mucho dinero con mi padre. 

Nosotros vivíamos bien y pudimos tener más ingresos, pero entonces no se conocía lo que eran los derechos de autor y te daban cuatro duros como si fuera una limosna. Cuando hablo de eso me pongo malo», recalca Federico Lafuente.


Sin alardes

Estefanía no sólo escribía por dinero. «Se sentía orgulloso por haber enseñado a leer a mucha gente», apunta Manuel Cerdán, de 77 años, que conoció al escritor en los años setenta, cuando ambos coincidían en la localidad abulense de Arenas de San Pedro. «Pensaba que estaba haciendo un tipo de literatura para el que no tuviera mucha formación, pero también para los más cultos con ganas de evadirse».
Los lectores querían a Estefanía, aunque hubiera una parte de la intelectualidad que entonces despreciaba las novelas baratas. Su amigo Cerdán le ayudaba con las pequeñas gestiones en el pueblo de Ávila, e iba a diario a cogerle la correspondencia a Correos. El autor recibía de quince a veinte cartas cada día. «No hacía alardes, pero sí estuvo volcado en su literatura, y además decía con mucha naturalidad que las novelas le habían llevado a la fama y le habían dado de comer, así que tenía que seguir haciéndolas aunque hubiera gente que le criticara», recuerda.

Para Casto de Castro, la lectura de estas novelas trasciende la pura diversión, pero reconoce que el entretenimiento es el atractivo básico de estos libros. «No es que sean muy instructivas aunque siempre se aprende algo. Te ayuda a no cometer faltas de ortografía, a saber si vaca es con 'v' o con 'b'. Leer siempre enseña. Si en el libro se nombra un pueblo que no conoces, vas a la enciclopedia y buscas dónde está».
Federico Lafuente sostiene que su padre careció de pretensiones literarias, aunque no se privó de dar cierto «colorido» a sus narraciones. Su fuerte fue la facilidad en la escritura, que su hijo ha heredado, como muestra los «tres o cuatro días» que emplea en escribir un libro.

-¿Primero el título?
-Siempre. De ahí nace la novela, y es lo que más cuesta porque después de tantos libros la pelea está en no repetirse.
Según el hijo del escritor, «Bruguera quiso hacer todo lo posible por encumbrar a Silver Kane, pero tiró la toalla». De Castro explica el porqué: «Silver Kane es más pesado que Estefanía, que va directo tema, mientras que el otro te cuenta la vida del padre, del hijo y del abuelo, y te aburre. Es verdad que Estefanía se repite y que el caballo del bueno siempre llega primero. Pero es más ágil que los otros».
La vida continúa en el planeta Estefanía. Su hijo sigue escribiendo novelas del Oeste en un máquina antigua, porque le inspira el «ruidito» de las teclas. «Escribo unas ocho horas diarias, siempre de madrugada. Me levanto a las tres y trabajo hasta las once o las doce. La tarde la dedico a la lectura y a otras cosas».
Como en los últimos 35 años, De Castro prefiere acudir a la tienda de chucherías, y cambiar las novelas a diez céntimos el ejemplar, que comprarlas nuevas. De vez en cuando, lleva unas cuantas al hogar del jubilado próximo a su casa, donde vuelven a pasar de mano en mano.
En Internet se mueven los coleccionistas y los que aún están enganchados a las novelas del Oeste, no sólo de Estefanía, sino también de Zane Grey, El Coyote y Silver Kane. Algunos se acercan hasta la casa de Federico Lafuente para pedirle más. «Hoy precisamente he recibido a una persona de Murcia que venía a por los títulos que le faltaban, y que me dijo: 'Mire usted, yo no leo otra cosa. Si no tengo, no leo'».
La saga de los forajidos y de los hombres justos continúa.


El mejor escritor del Oeste era español 

Detrás de la firma M. L. Estefanía hay una historia familiar de creadores dedicados a las novelas de vaqueros. No fue sólo uno, Marcial Lafuente, el fundador, quien las escribió, sino también sus hijos. Hoy, uno de ellos, Federico, y su nieto siguen creando y publicando «westerns» bajo este seudónimo, con el que se han vendido más de 50 millones de ejemplares. 

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que de la portería de una finca, de la guantera de un taxi o del bolsillo de un mono de trabajo asomaba una novelita, no un reproductor de música o una consola portátil. Marcial Lafuente Estefanía fue el rey de un grupo de obreros de la imaginación capaces de escribir una novela a la semana, creando un legado poco conocido para el público literario, pero aún venerado por miles de seguidores.

Federico Lafuente, el hijo de Marcial, mantiene algo más que vivo el legado de su padre. Al fin y al cabo, desde 1958, las novelas firmadas por Estefanía eran escritas indistintamente por Marcial o por alguno de sus dos hijos, Federico y Francisco. Tras el fallecimiento de este último, su hijo, también llamado Francisco, se unió al equipo familiar. De esta forma, tras 64 años de historia, bajo el seudónimo Estefanía se han publicado más de 3.000 títulos, con picos de tiradas de 100.000 ejemplares en las primeras ediciones de su época de gloria (entre finales de los 50 y los 60), para elevar más allá de los 50 millones de ejemplares el total de «novelitas de a duro» vendidas por este autor.

¿Por qué Estefanía triunfó por encima de Silver Kane, de Lou Carrigan o de Alf Regaldie, algunos de los seudónimos más conocidos en el western de la novela popular española? 

Para Federico Lafuente –que a los 75 años sigue escribiendo de dos a tres obras mensuales– hay un «estilo Estefanía» reconocible. «Durante la guerra, mi padre coincidió con Enrique Jardiel Poncela, que le dio un consejo: escribe para que la gente se divierta, es la única forma de ganar dinero con esto. Y así lo hizo. Desde el principio, buscó que sus novelas fueran lo más amenas posible, haciendo hincapié en los diálogos, y con unos modismos muy característicos». Frases llenas de desafíos... de gatillos fáciles, Colts y Winchesters disparados a quemarropa, mujeres de vida alegre y pendencieros que provocan al sheriff. «A mi hermano, al principio, le atraía más probar con descripciones y ese tipo de cosas. Pero la gente lo notaba; decían ‘esto no es Estefanía’. Y Francisco, siguiendo las pautas de mi padre, terminó asimilando el estilo. Ahora, yo aconsejo a su hijo para que siga el mismo camino».

A diferencia de otros grandes nombres de la literatura popular, Marcial Lafuente sí conocía el lugar sobre el que escribía. Hijo de un periodista y escritor, estudió Ingeniería industrial, y su trabajo le llevó a visitar Estados Unidos a finales de los años 20. Su actividad profesional se vio interrumpida por la Guerra Civil, en la que fue general republicano en el frente de Toledo. Tuvo la posibilidad de huir, pero prefirió quedarse en España e ir a la cárcel, lo que de hecho estuvo a punto de costarle la vida. Fue en prisión donde comenzó a escribir más continuadamente, aprovechando trozos de papel que conseguía aquí y allá. Ya en la calle, comenzó a publicar en una pequeña editorial de Vigo, Cíes, inicialmente obras policiacas o románticas. La primera del oeste publicada, La mascota de la pradera (1943), le permitió encontrar una temática propia, con una voz reconocible.

Relaciones «informales». La fortuna, pero también el encasillamiento en un tipo de obra concreta, le llegó al entrar en Editorial Bruguera. Esta casa, desaparecida en los años 80 tras un notorio escándalo financiero, construyó un imperio literalmente transatlántico de las letras, cimentado en dos éxitos indudables: las novelas de a duro y los tebeos, con Francisco Ibáñez (creador de Mortadelo y Filemón) y Estefanía como principales, aunque mal pagados, paladines. «La relación era totalmente informal», recuerda Federico. «Entonces no había derechos de autor, se cobraba por novela entregada y no había forma de saber lo que ganaban con nuestro trabajo. Ni siquiera nos informaban de las traducciones, sólo sé que sacaron algunas en Brasil. A cambio, había también una relación familiar. Cuando necesitabas dinero para la entrada de un piso o para un coche se lo pedías y luego te lo iban descontando en las sucesivas novelas que publicaban».

Dentro de esos parámetros, la productividad de Marcial Lafuente y el éxito de venta de sus novelas le permitían llevar una vida desahogada, incluyendo la compra de una casa en el lugar que más amó, Arenas de San Pedro, en la falda de la sierra de Gredos abulense. Marcial se levantaba a eso de las cuatro de la mañana y escribía hasta la hora del aperitivo. Después de comer, aún trabajaba un rato. La incorporación de los hijos al negocio familiar tuvo un origen casual. En unas vacaciones, unos amigos apostaron con Federico, cuando tenía poco más de 20 años, que no sería capaz de escribir una novela como las de su padre. El chaval se puso a la labor y le entregó la novela luego a Marcial para que la juzgara. El padre no respondió durante semanas, hasta que un buen día le entregó a Federico la novela, ya publicada y firmada por Estefanía. «No lo interpreté negativamente. Entonces, nadie sabía quién era Estefanía; las novelas se firmaban M. L. Estefanía. Mi padre me dijo: ‘¿Para qué hacernos la competencia, si podemos ganar más dinero juntos?’. Y así comenzó nuestra colaboración».


Todo queda en casa. Los hijos se integraron por completo en la labor emprendida por su padre. La mímesis llegó a ser tan estrecha que, años después, los propios protagonistas no conseguían ponerse de acuerdo sobre quién había escrito cada novela. «Buscábamos en la libreta de personajes en las que íbamos añadiendo las historias que le ocurrían a nuestras creaciones, para ver quién había añadido qué». La confusión ante tantos libritos se hacía especialmente delicada en lo referente a los títulos. «Casi, casi, lo más difícil era encontrar un buen título, y que no lo hubiéramos usado ya». El asunto de los títulos dio incluso lugar a algunas anécdotas tan curiosas como la que se produjo un verano, cuando toda la familia veraneaba en Galicia. «Nos llegó una carta urgente de Bruguera. Era una portada, con su ilustración y un título, que habían impreso ya. Nos pedían con urgencia el texto para rellenar las tripas. Mi padre me dijo que ésa me tocaba a mí. Me la escribí en 24 horas sin parar, sin dormir. Jamás repetiría algo así», recuerda Federico.
En los años 70, el misterio se desveló: a pesar de los rumores de que M. L. Estefanía era María Luisa Estefanía, un ama de casa asturiana con gusto por los vaqueros, la realidad resultó ser más prosaica. En ese periodo, la «novela de a duro» era aún un mercado floreciente. Estefanía tuvo ofertas para trabajar con otra editorial, creada por un empresario venezolano, pero Bruguera intervino y logró recuperar a su autor estrella con 50 millones de pesetas –de la época– trasvasados entre editoriales para resolver el asunto. Sin embargo, ésa era fue el fin del bolsilibro, devorado por otras formas de cultura popular, como la televisión o los transistores de radio. Aunque las novelas de Estefanía nunca desaparecieron del mercado, las ventas cayeron poco a poco por debajo de los 10.000 ejemplares.

Resulta difícil saber si esa vida de artesano, jamás reconocido, le era totalmente satisfactoria. Su familia asegura que nunca dio la sensación de importarle el menosprecio hacia su trabajo por parte del mundillo literario, la falta total de reconocimientos incluso a nivel popular. Pero lo cierto es que intentó publicar sin éxito una novela seria, El maleficio de Toledo, fruto de sus notables conocimientos históricos sobre su ciudad natal. Y se dice –aunque entre tantas novelitas sea complicado demostrarlo– que tomó algunos de los argumentos de sus westerns de las obras del Siglo de Oro español, que conocía bien; su padre, por ejemplo, había escrito un Romancero del Quijote. Marcial falleció en 1984, a los 81 años, dejando recuerdo entre cuantos le conocieron de persona entrañable y querida.
Federico, con todo, mantuvo en activo el sobrenombre familiar. Primero en Ediciones B y luego, cuando consiguió desvincularse de esta gran editorial, con la creación de una empresa propia, Ediciones Cíes (recuperando el nombre de la primera en la que publicó su padre). En ella, reeditan clásicos de Estefanía padre o nuevas novelas de su hijo y su nieto, al ritmo de una decena de títulos al mes, con 6.000 ejemplares de tirada y precio de 1,75 euros. «Nuestro gran problema es la distribución. Nos llegan cartas de gente que no encuentra las novelas, aunque saben que existen», explica Federico. Además, mantienen pleitos con otra editorial, Brainsco, que publica por su cuenta reediciones en Estados Unidos, apoyándose en un permiso que posteriormente anularon.
Entre los proyectos de Cíes está la entrada en Internet, en busca de un nuevo público que pueda acceder a versiones digitalizadas de las novelas de Estefanía. El hecho puede ser más relevante de lo que parece, puesto que en la Red se han ido reuniendo los seguidores de otros autores relevantes de las «novelas de a duro», que están siendo reivindicadas por aficionados de diferentes edades, algunos mucho más jóvenes que los que en los años 50 intercambiaban los títulos ya leídos en los quioscos por unos céntimos. El fenómeno tiene en parte su origen en el mayor respeto que las literaturas populares generan en otros países. En Estados Unidos, por ejemplo, han sido reivindicadas por Quentin Tarantino; el cartel de su película Pulp Fiction es el remedo de una de las revistas pulp (llamadas así por el papel de ínfima calidad que empleaban) que ofrecían material sensacionalista a los lectores de los años 30 y 40. Muchos de los personajes que hoy son iconos de la cultura popular –Tarzán, El Zorro, La Sombra, Doc Savage…– surgieron de aquel fermento, al igual que el cómic.

De esas revistas salieron escritores hoy tan reconocidos como Dashiell Hammett y Raymond Chandler (clásicos de la novela negra), o como Bradbury y Philip K. Dick (referentes en la ciencia ficción). Mientras, en España esta literatura popular caía en el descrédito hasta desaparecer.



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Las novelitas del Oeste de los 60 viven una nueva época de oro y venden en España dos millones y medio de ejemplares al año