OLGA CASANOVAS
*
"Del hombre aquel que fui
cuando callaba".
Blas de Otero
LIBRO PLANTEA NECESIDAD DEL SILENCIO PARA APRENDER A HABLAR, A PENSAR, A SER...
"Es necesario ejercer el silencio para recuperar el deseo de decir cosas conseguir que las palabras vuelvan a tener significado. Es preciso recuperar el silencio porque de él depende la capacidad de escuchar, y que las preguntas son hoy únicamente excusas para "soltar un discurso".
================================
"Hay que reivindicar el valor de la palabra -y del silencio-,
poderosa herramienta que puede cambiar nuestro mundo". William Golding
"Cuando las palabras pierden su significado,
la gente pierde su libertad".
Confucio
=================================
Hace unas semanas, leyendo las pintadas que ilustraban parte del monográfico que El País Semanal dedicaba al Mayo del 68, pensé en cuáles serían las palabras capaces de nombrar algunas de las rebeldías necesarias en este fin de siglo. Y tuve la sensación y la urgencia de que silencio y escucha estuviesen entre ellas. Que llenasen de inquietud y misterio, de deseo por lo desconocido y posible, este exceso de información hueca y mediocre, repetitiva, vuelta simple ruido en la que hemos convertido la palabra y traducido la complejidad de la realidad.
La pasión por recuperar el significado y el compromiso que expresa el lenguaje nace de la compañía y el desasosiego con los que la literatura dota de contornos a nuestra vida. Los libros, al igual que el cine, tienen la extraña capacidad de permitirnos entender y reconocer lo que vivimos y hemos vivido. Educan la mirada, enseñan los otros lados de la realidad que no suelen señalarse por miedo o por abandono. Y, al mismo tiempo, también nos obligan a despegarnos de lo experimentado, de lo tangible, para aspirar a lo aún desconocido. Nos hacen desear la vida posible, la soñada o leída, la que puede y debe crearse. A veces nos hacen añorarla con la suficiente intensidad como para comprometernos apasionadamente en su construcción.
Sin embargo, el lenguaje que llena hoy los medios de comunicación, y fundamentalmente la televisión, atiende muy poco a la capacidad del idioma para hacernos comprender o soñar. No deja escuchar la utopía, la risa y el descaro que la palabra posee. Su riesgo. Se ha vaciado de sentido para convertirse en un instrumento hueco y repetitivo. Es difícil encontrar, en la mayoría de las entrevistas, frases e ideas que rompan esa visión del mundo y de lo humano -simple, mediocre y superficial- con las que muchos de los personajes que llenan espacios y portadas muestran ejemplos de vida que no son criticables sino por la extensión y las dimensiones que van adquiriendo en la vida y en el espacio de otros; todo ello en un tiempo en el que se hacen exigibles la imaginación, el rigor, propuestas y gestos que generen la esperanza en un nuevo siglo.
Frente a este deseo, el mundo se nos presenta como un acto terminado, que esconde su riqueza en una mediocre y aparente homogeneidad. Un mundo en el que la única elección consiste en saber adaptarse correctamente a costa de abandonar algunos de los rasgos que nos hacen llamarnos humanos: la razón, la creatividad y la solidaridad.
Vivimos un lenguaje aprendido y quisiéramos vivir un lenguaje creado. Pero, ¿cómo devolverle a la palabra su valor y su significado, su capacidad para crear y creer, para la risa y la memoria?
A finales del siglo XX, en la que hemos llamado era de la comunicación, la información viaja a una velocidad que nos niega el derecho al tiempo, a la distancia y al análisis que procuran la cercanía y el compromiso. En su vértigo produce el efecto contrario, es decir, pasividad, inhibición y olvido. El libro de Bradbury, Farenheit 451, lo presenta de forma directa cuando dice: "Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos hechos que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse".
Porque la mentira no tiene silencios...
Mientras que la palabra siempre tiene dentro la posibilidad de expresar la inquietud, la duda, el afán de búsqueda. No sucede lo mismo con la imagen y su exceso, como subraya Giovanni Sartori en su Homo videns, ya que nos vuelve cada vez más ciegos al presentarnos como verdad absoluta lo que sólo es un instante y un ángulo de la realidad. De esta manera la ignorancia se va haciendo cada vez más profunda, plagada de estereotipos y flases que se superponen hasta convertirnos en simples espectadores de la realidad que construyen su conocimiento sin salir de casa.
Creo que Silencio, Palabra y Escucha
son hoy gestos de rebeldía.
Es en el silencio donde la palabra se convierte en elección y no en inercia. En él habla la utopía del lenguaje. En él reside su capacidad para alterar las estructuras del corazón y de la vida, para romper esta cáscara lingüística y visual donde imaginación es sinónimo de evasión y no de construcción; esa apariencia verbal e icónica por las que hemos abandonado y olvidado ese instrumento magnífico y misterioso que poseemos:
la inteligencia. El único capaz de quebrar la inercia y crear, transformar, hacer de la vida un espacio habitable y apasionado.
¿Por qué proponer una ética del silencio? Por la necesidad de recuperar la palabra y porque en el silencio podemos recuperar lo que nos habita dentro, podemos escuchar la vida que está fuera. El silencio y la escucha nos recuerdan la complejidad y el misterio de la realidad. La imposibilidad de construirlo todo únicamente desde nuestro pensamiento. Silencio y escucha impiden el dogmatismo, la intolerancia, la pasividad, ya que nos permiten comprender en lugar de defendernos.
Edmond Jabès, en El libro de las preguntas, afirma: "La lengua de los poetas/ la lengua de los pozos y los siglos/ está seca,/ está áspera y seca,/ ha ayudado y desayudado tanto,/ ha estado tanto tiempo expuesta al aire,/ al ruido, a su propia palabra/ que se ha endurecido".
Recuperar su flexibilidad, su inquietud, pasa tal vez por recuperar la conversación cotidiana, por poner de nuevo palabra al sentimiento y a la idea que vivimos o queremos vivir; saber lo que ocurre y nos ocurre porque somos capaces de detenernos, analizarlo y nombrarlo. Pero reconquistar el lenguaje pasa también por reivindicar el derecho a escuchar voces que permanecen ocultas, que apenas tienen espacio en los medios y que nos recuerdan la materia de la que estamos hechos. Algo más que la suma de las tecnologías, la prisa, los hipermercados y los objetos. Ese ser complejo, misterioso, que llamamos humano y que lleva también nuestro nombre.
Olga Casanova es profesora de Lengua y Literatura
y autora del libro "Ética del silencio".
0 comments :
Publicar un comentario