POEMA DEL CORPUS
CORPUS CHRISTI
Mucha gente se agolpa llamando a mi Iglesia;
lisiados, desencantados,
sedientos de esperanza.
Me vuelvo ante Jesús como
pasmado y escucho su grito:
¡DADLES VOSOTROS DE COMER!
Miro mis manos casi vacías;
sólo dos panes y cinco peces;
panes amasados con miedo
y peces capturados sin confianza y a desgana.
¿Qué es eso para alimentar
tanta ansia de justicia y libertad?
Pero su voz resuena terca e inquebrantable:
¡DADLES VOSOTROS DE COMER!
Vuelvo la mirada a un pueblo:
entretenidos unos con sus hostias
encerradas en custodias,
rodeadas de boato, puntillas e incienso rancio;
indiferentes otros,
agresivos como chiquillos vengativos
hipnotizados por el humo de los sueños ancestrales.
De nuevo la voz resuena, serena y firme:
¡DADLES VOSOTROS DE COMER!
Extendiendo sus manos desangradas
para poner en las mías un pan de vida y esperanza
y peces con los que llenar de vida
el océano de nuestra indignación.
Sólo en el compromiso por la vida hay verdad;
no en las palabras desnudas de sudor y sangre
ni en los dogmas amasados en cátedras
donde nunca se oye el clamor del pueblo.
¡DADLES VOSOTROS DE COMER!
Probemos a abrir la Iglesia,
como una nueva montaña de bienaventuranzas,
como una casa vestida de fiesta y acogida,
como un inmenso pan tornado en vida
y una inmensa copa de vino alegre,
donde embriagar nuestra sed de eternidad.
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