EL Rincón de Yanka: PROFUNDIDAD

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lunes, 18 de noviembre de 2019

EL RETRATO DE JENNIE (The portrait of Jennie, William Dieterle, 1948). EL AMAR EN CUALQUIER DIMENSIÓN 💕

EL RETRATO DE JENNIE 

(The portrait of Jennie, William Dieterle, 1948): 
sobre el amor en cualquier dimensión

"Es difícil pensar que este mundo tan rico fuese demasiado pobre como para no poder ofrecer un objeto al amor de una persona. Ofrece espacio infinito para cada uno. Antes bien es la incapacidad de amar la que roba al hombre sus posibilidades. Este mundo solamente es vacío para aquel que no sabe dirigir su libido a las cosas y personas para hacérselas vivas y bellas". (C. G. Jung), Sobre el amor. Minima Trotta
Pero lo que hace de esta película una obra única en la historia del cine es la forma en que está filmada, pues se trata de una de las ocasiones en que el arte cinematográfico más se ha acercado al ambiente de los cuentos (otro momento sería con "En compañía de lobos" de Neil Jordan). La acción tiene lugar en un Nueva York fantasmal, donde todo parece posible, el tiempo y el espacio parecen meros conceptos sin importancia.

Esa capacidad para crear unos ambientes irreales y fantásticos está sustentada principalmente en la fotografia, obra de Joseph H. August, y en la música de Dimitri Tiomkin, pero que usa recurrentemente, el Arabesque No.1 de Claude Debussy.

Una obra maestra de la época dorada de Hollywood para redescubrir, que injustamente ha quedado relegada a un olvido incomprensible, debido tal vez, a su inclasificablidad (al no tratarse de cine negro, comedia, drama al uso, ni ningún otro de los géneros clásicos).

"El retrato de Jennie" (The portrait of Jennie, 1948) es considerada una obra maestra del cine producida por el gran David O. Selznick y dirigida por uno de los directores más originales y profundos de la década de los 40, el judío-alemán William Dieterle.
Luis Buñuel la consideraba una de las diez películas más bellas de la historia y no nos sorprenderá que Hitchcock se inspirara en ella para su gran película Vértigo. 


Es sorprendente que, en referencia a este director, tanto él como su obra siguen siendo, en general, desconocidos por el gran público. Autor de otras grandes películas como la obra con la que debutó "The last flight" (1930), o toda una serie de películas como "La tragedia del doctor Pasteur" (1936), "La vida de Emile Zola" (1937), Juárez (1939), "Esmeralda, la zíngara" (1939), "Cartas a mi amada" (1945) o la película que aquí nos trae, se caracteriza su cine por temáticas complejas y reflexiones profundas, si bien quizá sea una de sus grandes características la utilización de la imagen. Influenciado por Max Reinhardt, F. W. Murnau o Paul Leni, este tratamiento de la imagen alcanzará con "El retrato de Jennie" su culminación. Con la colaboración de Joseph H. August (fotografía) 

"Juntos proceden a largos experimentos a fin de acentuar la delicada poesía de lo fantástico, con pinturas sobre cristal, efectos de filtro y contraluz, así como con la luz del norte. Desarrollan un estilo de iluminación "impresionista" que mantiene pequeñas manchas de luz junto a zonas de penumbra en un mismo plano. Y usan también blancos y grises velados, creando así una atmósfera de extrañeza, que acaban de completar unos encuadres extremadamente estudiados y las tonalidades fascinantes de la música de Debussy".


La película, y a modo de introducción de la historia que se nos va a exponer, ya empieza con la siguiente reflexión: 
"Desde el principio de los tiempos el hombre ha sido consciente de su pequeñez, su insignificancia ante el tiempo y el espacio, el infinito y la eternidad, y se ha estremecido ante el misterio de lo que el hombre llama vida y llama muerte. Porque... ¿quién sabe si morir no será vivir, y lo que los mortales llaman vida no será la muerte?". 
Hay algo en estas palabras que nos indican algunos elementos fundamentales de la película: lo eterno en relación a la pequeñez, a lo ínfimo y la vida en relación a la muerte o viceversa. A la última frase, correspondiente a Eurípides (¿quién sabe si morir no será vivir, y lo que los mortales llaman vida no será la muerte?) sigue la del poeta romántico de corta vida (veintiséis años) John Keats: "Belleza es verdad, verdad es belleza, es todo cuanto sabemos en la tierra, y todo cuanto necesitamos saber", a la que quiero relacionar con la de otro gran poeta, Rainer Maria Rilke, quien dijo: "Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar". Frase que nos dirige hacia las reflexiones de Freud (partiendo de los trabajos de Kant) acerca de lo bello y lo siniestro. Y todo ello, como veremos, reflexionado a través de la importancia del amor.

La película acaba con la imagen en color del retrato de Jennie ya en el museo. Como ella le dijo tras contemplar su propio retrato: "quiero que pintes todas las cosas bonitas que hay en el mundo".




VER+:
Fue llamado el pintor perfecto. Y su obra, diseminada por los museos del mundo entero, sigue desconcertando por la precisión del detalle, el colorido y la humanidad que se desprende de cada imagen. Más allá aun, la espiritualidad de sus figuras sagradas no dejan de conmovernos. Sin embargo, en los siglos recientes Andrea del Sarto (1486-1530) fue dejado de lado. Los historiadores y estudiosos se abocaron a Leonardo, Miguel Ángel y Rafael, prefiriéndolos sobre otros nombres del arte italiano de entonces. Del Sarto quedó oculto, a la espera de despertar el interés que tuvo en vida e incluso después, como cuando el poeta Robert Browning compuso el magnífico poema “Andrea del Sarto” (1855), un monólogo donde el artista reflexiona sobre su poder creador y las miserias de este mundo.

La primera vez que presté atención al nombre de Andrea del Sarto no fue en los museos ni en los libros de arte. Fue más bien en una de mis películas favoritas, “El retrato de Jennie” (1948), de William Dieterle. En ella se discute el genio creativo de un pintor, y una vieja galerista interpretada por Ethel Barrymore lo menciona: “Andrea del Sarto, el pintor perfecto… Proporción, anatomía, color. Él lo tenía todo y a la vez nada. Pintó una mano perfecta, mientras que Rafael dibujó una garra amorfa. Pero Rafael amaba su trabajo. ¡Pobre Andrea!”.

Retrato de Jennie (obra maestra) película completa

Qué grande es el cine - Jennie

José Luis Garci modera el debate en torno a la película 'Jennie', de William Dieterle (1948). Participan Andrés Amorós, Juan Tebar y Antonio Giménez Rico.


lunes, 29 de enero de 2018

TÓCAME POR SEGUNDA VEZ PARA VER CON TUS OJOS DE RESUCITADO

EL SEGUNDO TOQUE PARA VER COMO TÚ
«Vino luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que le tocase. Entonces, tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea; y escupiendo en sus ojos, le puso las manos encima, y le preguntó si veía algo. Él, mirando, dijo: Veo los hombres como árboles, pero los veo que andan. Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos. Y lo envió a su casa, diciendo: No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea.» S. Marcos 8:22-26 

Es hermosa esta historia de uno de los milagros de Jesús. Necesitamos tener este acercamiento a Jesús. Tenemos que preguntarnos en qué lugar está JesuCristo en nuestras vidas. 
  • ¿Quién es Jesús para ti? 
  • ¿Necesitamos un segundo toque del Espíritu Santo para "VER" con claridad?

Este tema lo quiero hablar a aquellas personas que necesitan más de Dios y en cada uno de nosotros hay procesos, procesos que necesitan ser dirigidos por Dios. Nunca va a ser suficiente, necesitamos más de Dios, Dios actúa en los corazones humildes. 

Y me impacta este milagro creativo de Dios, por qué pasan muchas cosas en estos versículos. 

Primero a este hombre lo traen a Jesus, dice la Biblia que lo saco fuera y escupió en sus ojos y luego le puso las manos encima y le pregunto si veía y dice la palabra de Dios que le puso las manos de nuevo y le pregunto si veía y de esa manera recobró la vista. 

Este pasaje me lleva a reflexionar muchísimo, por qué Jesus hubiera podido sanar inmediatamente pero hizo tantas cosas a este hombre solo en ese momento que demostró aún que necesitaba más que un simple toque. 

Este hombre necesito un segundo toque en su vida y sabe esto me lleva a pensar que hay personas que les cuesta más que otras recibir de Jesús, no se trata de Jesús se trata de nosotros. 

Por qué eso quiero hablarles de que personas necesitamos ese segundo toque, necesitamos de nuevo que Dios toque nuestro corazón definitivamente para que haya un cambio radical en nosotros. Yo le quiero hablar a los que recientemente conocen de Jesús, a los que llevan años conociéndolo, a los que han tenido ministerio o no, quiero hablarles a todos en general, los que anhelan más de Jesús. 

Necesitan ese segundo toque de Jesús 

1. Aquellos que el primer encuentro fue forzado e involuntario, cuando el primer encuentro con Jesús fue por cumplir. En el versículo 22 dice que le llevaron a un ciego y le rogaron que lo tocara. A muchos nos pudieron haber traído así, muchos tal vez están hoy aquí por qué alguien les rogó o por compromiso por quedar bien con la persona que lo invitaron, por no pelear o para cobrarles después esta invitación. 

2. Cuando el toque es más importante que la persona. Cuando las personas solo vienen a Jesús solo por el milagro pero no se comprometen. Aquellas personas que buscan su sanidad, o que les cumpla sus peticiones pero nunca sirven a Jesús, solo hay interés de por medio, solo en momentos de necesidad le buscan pero su corazón no está lleno de ese amor como para servirle con su propia vida. 

3. Aquellas personas que necesitamos intimidad con El. 
Entonces, tomando la mano del ciego, le sacó fuera de la aldea. Jesús quería intimidad, no tenemos ese toque de Jesús por qué no queremos intimidad, necesitamos estar a solas con Jesús, tener ese acercamiento a Jesús. Para Dios es más importante la intimidad que el milagro. 

4. Cuando mi modelo no coincide con el de Jesús. Jesús actúa como él quiere, el quebranta paradigmas. Cuando venimos con religiosidad y creemos que solo las cosas pueden ser de esta manera. 

Tienes que estar abierto a lo que Dios quiera hacer en tu vida y como lo quiera hacer. Este ciego creyó que tal vez Jesús le iba a tocar y ya pero Jesús trabajo de una manera diferente que le cambio la vida para siempre. Hace poco recibí una visita de una persona que Dios le hablo, para hablarle a mi vida, fue la persona que menos imaginaba pero Dios la uso. 
5. Cuando no he aprendido a diferenciar en el entorno en el que estoy, cuando lo malo y lo bueno me parecen igual, cuando no disciernes. 

Cuando hacer lo bueno y malo té parece igual, cuando no sientes nada al pecar, cuando vas a un lugar donde no deberías estar como hijo de Dios, es ahí que necesitamos que Dios haga algo en nuestros corazones, haga cambios, nos limpie de toda maldad, nos transforme por completo, todavía hay personas que tienen maldad en su corazón, que no actúan como Dios quiere que actúen, su carácter, su concupiscencias, cuando llega el segundo toque de Dios debe haber cambios en nuestra vida se requiere la suficiente humildad para reconocer que necesitamos ser tocados por Dios por segunda vez. 

Cuando nos toca Jesús por segunda vez se restablece nuestra visión, empezamos a ver las cosas como las ve Dios, te permite ver de lejos, empezamos a percibir el mañana de una forma diferente. 
Pondrá discernimiento en nosotros y veremos las cosas de una forma diferente.

Lo envió a su casa, los de nuestra casa son los primeros que deben disfrutar de nuestra sanidad, y ellos serán impactados con nuestro cambio, y Dios hará cambios en ellos también... 
Que empiece la restauración no en otro lugar sino en tu propia casa.



UN SEGUNDO TOQUE - Pr. Randy Roberts


DAME TUS OJOS - MARCELA GÁNDARA

miércoles, 13 de diciembre de 2017

SALMO "DE PROFUNDIS": DESDE LO HONDO A TI GRITO, SEÑOR

SALMO 129 (130)
Desde lo hondo a ti grito, Señor
1 Desde lo hondo a Ti grito, Señor;
2 Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.

3 Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
4 Pero de Ti procede el perdón,
y así infundes respeto.

5 Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
6 mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.

7 Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
8 y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.


Salmo 129: 

El ser humano lleva dentro la oscuridad, pero puede ser vencida por la confianza. Dios no interrumpe su relación con nosotros en la noche, por eso ésta puede ser llamada noche de salvación. “Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios y regaládose mi alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he visto claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por ruines e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía. Aun en los ojos de quien los ha visto permite Su Majestad se cieguen y los quita de su memoria. Dora las culpas; hace que resplandezca una virtud que el mismo Señor pone en mí, casi haciéndome fuerza para que la tenga” (Santa Teresa).

1. UN GRITO EN LA NOCHE

A este salmo se le conoce como “De profundis”, primeras palabras de la versión latina, y es, junto con el Miserere (Sal 50), uno de los preferidos por la piedad popular. Tiene toda la apariencia de ser un salmo penitencial y lo es, pero, por dentro, lo recorren músicas de esperanza. Más que por la confesión de la propia culpa, destaca por la plena confianza en la misericordia de Dios; la petición por el perdón de los pecados y el canto de esperanza se hermanan. Más que poner los ojos en la dramática situación del ser humano, el salmo invita a poner los ojos en el Dios que perdona, que redime, que levanta, que cuida la vida.

El diálogo orante, propio de la alianza entre Dios y el pueblo, tierno y amistoso muchas veces, se convierte aquí en un grito: “A ti grito”. La pequeñez del ser humano se abre a la grandeza de Dios, la fragilidad a la ternura entrañable, la voz humana al derroche de misericordia. Cuando no parece quedar casi nada, aparece la voz, se hace presente el grito de la fe; una voz para el Dios que se hace presente en la hondura y suscita confianza.

El salmo arranca de una situación desesperada. El grito nace en el hondón; “hondo”, aquí, no tiene las connotaciones positivas que le vemos nosotros, sino que es metáfora de un abismo sin salida, lleno de inquietudes y pesares, de sufrimiento radical, de muerte.¿Cómo levantarse desde lo profundo hasta lo excelso? Solo la voz puede salir y elevarse. La angustiosa pregunta de Pablo: “¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?”, tiene una respuesta: “¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo, nuestro Señor!” (Rm 7,24-25).

No solo las palabras amables y gozosas pueden ser oración, también lo es el grito, porque desvela una experiencia de Dios, como gracia y perdón. Precisamente el grito más desgarrador y más significativo de toda nuestra historia fue aquel que Jesús, moribundo, lanzó en la cruz (cf Mc 15,34). En su grito estaban todos los gritos. Su grito revelaba la inmensa confianza que Jesús depositaba en el Padre: “Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica… De ti procede el perdón”. El Dios de la alianza es un Dios de perdón; así queda expresado en el salmo por medio de tres términos: misericordia, perdón, redención.

La persona se ha escondido en la nada, pero un grito rasga la noche y se levanta hacia el cielo con la certeza de que Dios escucha el clamor del pueblo; la humildad de quien reconoce su pobreza más absoluta se abre a la certeza de que solo Dios puede perdonar. Esta convicción de fe recorre la Biblia, de principio a fin: Dios oye nuestros gritos en la noche.

La ideología dominante de la época llegó a poner en duda esta certeza central de la fe y alejó de Dios, su única esperanza, a los pobres, a los enfermos, a los marginados, considerándolos como rechazados de Dios y, por tanto, justificando el rechazo de la sociedad; todo sufrimiento era un castigo: “Si sufrís es porque habéis pecado”. Al falsificar la imagen de Dios, presentándola como castigo y amenaza, falsificaron también la imagen del ser humano, metiendo en su corazón el miedo a Dios y la desconfianza hacia todo lo humano. ¡Qué terrible cuando una nefasta manera de pensar lo religioso lleva a las personas a tener malas experiencias de Dios e ideas falsas acerca de la propia vida humana!

El salmista, anticipando la tarea purificadora de la imagen de Dios y, por tanto, de todo ser humano, que realizará Jesús, presenta la imagen de un Dios que no rompe el diálogo en las noches del ser humano, que no sabe hacer otra cosa que perdonar, que desea relacionarse con la persona en un clima de amor. Un Dios así, que perdona, genera respeto profundo, despierta admiración, hace nacer el asombro agradecido en el ser humano, provoca amor. El respeto no minimiza la realidad de nuestro pecado, sino que exalta la magnitud de la misericordia de Dios, que nunca mira con pesimismo al ser humano. Dios no excluye a nadie de su perdón ni de su amor; siempre está dispuesto a levantar la vida.

Esta experiencia de la ternura entrañable de Dios, manifestada en Jesús, que no ha venido a condenar sino a abrir caminos de compasión, anima a la confianza: “Acerquémonos por tanto confiadamente al tribunal de la gracia para alcanzar misericordia y obtener la gracia de un auxilio oportuno” (Heb 4,16).

2. A LA ESPERA DE LA AURORA

Una vez expuesto su grito, el salmista asume la actitud de una humilde expectación ante la misericordia: “Mi alma espera en el Señor”. Al ser humano le toca aguardar el perdón, que es siempre una experiencia de gratuidad. Al saber que no está solo, puede avanzar en una espera contemplativa. A esta expectación, mantenida como rescoldo en el corazón humano, responde Juan el Bautista al señalar a Jesús como “el Cordero que quita el pecado” (Jn 1,36).

El hondón oscuro del ser humano se convierte ahora, por la esperanza, en lugar iluminado. A medida que avanza el salmo se nota cómo la luz va venciendo a la oscuridad. El resultado del grito orante es una nueva actitud ante la vida, que se traduce en esperanza y paz, tanto para el salmista o la salmista, como para todo el pueblo.

Nadie espera la aurora tan ansiosamente como el centinela, que aguarda que venga la luz para que un compañero lo releve. Pues mucho más espera el orante el perdón del Señor. La mañana, símbolo de la gracia, será espléndida, porque Dios es grande en perdonar: “Animo, hijo, tus pecados son perdonados” (Mt 9,2).

No se trata de una vigilancia de Dios sobre el ser humano, sino de una vigilancia del ser humano a la espera del perdón. Job no soporta ver a Dios como centinela del hombre: “¿Por qué no apartas de mí la vista y por qué no me dejas ni tragar saliva? Si he pecado, ¿qué te he hecho?, centinela del hombre…” (Jb 7,19-20); “vigilas todos mis pasos y examinar mis huellas” (Jb 13,27). Por el contrario, la vigilancia del hombre consiste en espiar la llegada de un Dios liberador, como se vela esperando la aurora.

3. CON EL CORAZÓN ENSANCHADO

El salmista expresa su firmísima esperanza, no solo para sí sino también para el pueblo. La nueva experiencia de Dios no le lleva a replegarse sobre sí mismo; al contrario, hace que se abra a la situación del pueblo, de la humanidad. Lo que él vive, lo pueden también vivir los demás. “Aguarde Israel al Señor”, “tenemos un Señor bueno, que quiere perdonar a todos” (San Ambrosio). La persona, que no era capaz de casi nada, es ahora capaz de acoger y de invitar a los demás. Es el milagro de la confianza, que el perdón de Dios ha sembrado en el corazón.

El orante, que ha sintonizado con los gritos de la humanidad dolorida, manifiesta una certeza en la actuación de Dios a favor del pueblo: “El redimirá”. En cada creyente, en cada pueblo, Dios preparará la esposa santa e intachable que pueda presentar, engalanada como una novia, para su Esposo (cf Ap 21,2).

Jesús envió a comprobar y completar la intuición de fe que aquí se refleja: “Id a aprender qué significa aquello de misericordia quiero y no sacrificio” (Mt 9,13). Y san Pablo canta la alegría del nuevo descubrimiento del rostro de Dios: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rm 8,35).

4. ORACIÓN SÁLMICA

Nuestra alma te aguarda, como centinela a la aurora; la presencia de tu Hijo, Padre, abrió en el mundo un amanecer de perdón y misericordia, que llegó a su culmen cuando en la mañana de Pascua restauraste el universo; recibe nuestro agradecimiento y alabanza. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


"DESDE LO HONDO" 



lunes, 30 de octubre de 2017

💀🎃 FRANCISCO ABUÍN FERREIRO: El sepulturero que lo sabe y lo escribe todo de los muertos

FRANCISCO ABUÍN FERREIRO: 
El sepulturero que lo sabe  
y lo escribe todo de los difuntos
💀🎃

Aprende cada día de quienes están enterrados; investiga los logros de las personas más ilustres y redacta sus historias.




«Aquí hai vida por todas partes». Lo dice así, Francisco Abuín Ferreiro, sepulturero de Pontevedra, Galicia, en medio del cementerio de San Mauro, en una mañana de sol a rabiar en la que la cercanía del día de Difuntos convierte el camposanto en un ir y venir de vecinos armados de cepillo y escoba para adecentar tumbas. Lo dice así y uno cree que se refiere a ese zafarrancho de limpieza que está presenciando. Pero no. Francisco Abuín es más profundo. Él ve vida en San Mauro aunque no haya nadie caminando por la necrópolis; ve vida cuando, en un día cualquiera del año, trabaja con las tumbas como únicas compañeras. 

La rica y heterogénea iconografía funeraria del cementerio de San Mauro. Un gato republicano, San Borondón y una iglesia abierta a todas las religiones destacan en la necrópolis municipal, contruida en 1879, así como los mausoleos construidos con mármol de Carrara.

¿Cómo puede ser eso? 
Lo explica citando a un autor al que nunca se cansa de leer:
«Gabriel García Márquez dicía que se ves a vida dende a morte descobres moitas cousas. E iso pásame a min. Estou aquí e aprendo cada día. Aprendo das persoas que son enterradas, moitas delas con vidas fascinantes, e aprendo a gozar do momento, a non perder o tempo xamais. A gozar de cousas tan sinxelas como o feito de que brille o sol cada día. ¿Paréceche que iso non é vida?», dice. Así, con Gabo como guía, empieza la visita al cementerio con Francisco. Él no es capaz de hablar estándose quieto. Necesita enseñar lo que hay detrás de cada panteón. Se para casi, casi en cada uno, sobre todo en la zona más antigua. Como un guía que enseña una ciudad al visitante, define arquitectónicamente cada tumba. Y, como un filántropo, trae al recuerdo a cada difunto.
«Aquí, no panteón dos Durán, está un home que veu embalsamado dende Cuba e doou no seu día o mármore de Carrara que ten a Virxe da Peregrina», cuenta. 

Sus ficheros
Es entonces cuando, para cerciorarse de la fecha de la muerte del señor Durán, uno se fija que coge su móvil, teclea, rebusca y enseguida encuentra el dato. No consultó Google. Resulta que Francisco lleva seis años compilando la historia de los muertos más ilustres de Pontevedra, buceando entre datos y haciéndoles homenajes de su puño y letra, que luego digitaliza. Así que ahora tiene un auténtico fichero.«Aprendín tanto deles...», dice con emoción.Ahí cuenta las vicisitudes de la vida de personajes pontevedreses como Alexandre Bóveda, cómo el entierro de Indalecio Armesto -que fuera presidente de la Diputación-, en la parte civil del cementerio se convirtió en una multitudinaria concentración de vecinos o rescata versos de Daría González. Pero también descubre a muchos anónimos.

«Escribín a historia dun home brasileiro que aínda segue vindo a visitar moi a miúdo a tumba da súa muller. Eles encontraron o amor no Amazonas, e tivéronse un ao outro para sempre», explica. El componedor de historias que es Francisco no deja fácilmente que uno componga la suya. Le cuesta dar datos. Pero acaba mirando en sí mismo. Nació en Ribadavia, en el barrio judío. Era hijo de un cantero y en sus genes venía el amor por la cultura del vino que define a su tierra ourensana. Él, que se enamoró de una maestra pontevedresa, trabajó desde bien joven en contacto con la muerte. Lo hizo, primero, en una fábrica de ataúdes. Luego, ya en Pontevedra, tuvo oficios dispares, pero todos con cierto aire distinto. Trabajó un tiempo en el campo de golf de A Toxa. Y, virtuoso de la carpintería y la pintura en madera como es, incluso dio clase de ebanistería en la cárcel de A Lama. Le quedó bien claro lo que vale «a liberdade».

Profesor en la cárcel
Acostumbrado a empaparse de historias, de la prisión se llevó algunas con él: 
«Recordo a un rapaz que levaba atracando bancos dende que era un adolescente... A esas persoas non podes ir alí contándolles unha milonga. O único que podía facer era demostrarlles que non era mal tipo e que podiamos pasar un rato agradable». Hace ocho años, salieron unas plazas de sepulturero y ni se lo pensó. Dice que no encontró un puesto de trabajo, que es mucho más que eso: 

«Isto é un oficio. 
A min cambioume a forma de entender a vida. É un orgullo enterrar aos teus veciños», señala con rotundidad. 
Seguimos recorriendo el cementerio. Continúa hablando de personajes ilustres. Cita ahora a Riestra, «gran benefactor». Y, fiel a su estilo, departe sobre la generosidad. Es citar esa palabra y que se le venga a la cabeza su personaje favorito:

«Eu non entendo o mundo sen Don Quijote.
Se por algo me sinto español é por el. Estou convencido de que se alguén ao que lle gustan as letras chega ao ceo sen ler a principal obra de Cervantes mándano de volta para abaixo, iso está claro. Eu necesito lelo a cada paso», cuenta. 
Uno le escucha, constata su entusiasmo y locuacidad, y hasta cree reconocer en él algún parecido con el hidalgo de la Mancha. Él no ve gigantes por molinos. Pero sí mucha vida donde otros solo observarían muerte. Todo un logro, desde luego. 

Su faceta poética 
Lo habitual es que Francisco compile en prosa datos curiosos sobre los personajes ilustres enterrados en San Mauro. Pero a veces también escribe poesía. Tiene una que habla sobre el cementerio civil, donde de cuando en vez un gato se empeña en colarse.

También escribió otra sobre una historia de amor que le llevó al alma. E incluso tiene versos cuyos protagonistas son la capilla que hay en el camposanto. 
«Non escribo moito, pero de vez en cando sáeme de dentro», dice sosteniendo uno de sus poemas.
Entre los visitantes que frecuentan a diario el camposanto de San Mauro se encuentra uno que no es humano. Es un gato, que ha encontrado en la zona del cementerio civil (que está plenamente integrada en el conjunto) un lugar que le resulta propicio para ponerse a la sombra o tomar el sol con la plena seguridad de que no habrá nadie que le moleste. 

El "gato republicano", como lo ha bautizado Francisco Abuín Ferreiro, no falta nunca a la visita diaria que efectúa a las tumbas de ilustres personajes de las familias Poza, Bóveda o Armesto. 
El propio supulturero le ha dedicado un verso al felino: 
"O gato do civil é republicano, na dos Poza toma o sol, ao fresco con Armesto, con Bóveda fai a cama e despois escapa pola porta republicana", señala en la composición poética, en la que se refiere a que el minino, después de la visita diaria, regresa a su hogar, situado en las inmediaciones del camposanto.

VER+:

Vivir aquí
é un dos máis simbólicos de Galicia



LUAR NA LUBRE - MEMORIA DA NOITE


Black Country Communion  

"Last Song For My Resting Place"

"La última canción para mi lugar de descanso"



LUAR NA LUBRE- ROMEIRO AO LONXE


viernes, 11 de agosto de 2017

LA PROFUNDIDAD RECUPERADA: ANTONIO PORCHIA


Cuando lo superficial me cansa, 
me cansa tanto, 
que para descansar necesito un abismo.
Antonio Porchia

ANTONIO PORCHIA 
O LA PROFUNDIDAD RECUPERADA 

Lo profundo de mí es todo. 
Pero es todo sin yo.
Es que todo lo que es profundo 
solamente es todo.
Antonio Porchia

Estas palabras no pretenden ser una introducción, un análisis, una crítica o un comentario, sino tan sólo una reflexión sobre la profundidad, al borde de una obra que es la profundidad. Tal vez se afirmen sobre una línea de esa obra: Lo hondo, visto con hondura, es superficie.

Ante el abismo únicamente se puede retroceder, petrificarse o abismarse. Y no hay más comprensión del abismo que el abismo.

Recordé hace años, en otra nota sobre Antonio Porchia, este pensamiento de un prólogo de Montherlant: Hay lo real lo irreal. Más allá de lo real y más allá de lo irreal hay lo profundo. O dicho de otro modo: la profundidad es la dimensión donde cesan las categorías y las oposiciones de la mente binaria, cediendo el paso a las correspondencias y a la función totalizadora. Así, más que el “ser o no ser” de Hamlet, la cuestión profunda parece para el hombre la simultaneidad y no la alternativa: ser y no ser al mismo tiempo.

Profundizar algo es renunciar a poseerlo, porque es hallar que no tiene fondo y eso implica dos cosas: que no tiene límites y que a través suyo se desemboca en todo lo demás. La identidad se confirma y adquiere validez como vía de acceso a la totalidad. Pero hay muchas posibilidades de no tener fondo. Una de ellas consiste en no tener forma. ¿De qué se sostendría entonces el fondo? Otra es la evidencia de que toda forma está abierta en el extremo. Y otra más todavía es la calidad transitoria e ilusoria de cualquier forma, que sólo es un rito de pasaje hacia otras formas y no un triste depósito para detener o fijar la incontenible danza que puebla y es el universo.

Poseía el raro arte de la atención inusitada y creciente, de una atención que parecía una presencia casi física. Quienes estábamos con él sentíamos al hablar que cada palabra se volvía profunda por su atención ilimitada. Su forma de escuchar parecía crear la profundidad en sus acompañantes. Y cuando él hablaba, teníamos la sensación de que lo hacía ya “desde el otro lado”, que por otra parte se volvía entonces infinitamente próximo, mucho más que este lado.

A medida que avanzaban sin darnos cuenta las horas de las frías madrugadas de Buenos Aires, sus pequeños ojos eran como dos focos cada vez más despiertos y brillantes. Quizás allí nació mi sospecha de que la eternidad podría consistir en quedarse detenido o fijado en un gran pensamiento, pensándolo para siempre, y que morir no sería más que el último esfuerzo de la atención, el abandono de los otros pensamientos, para concentrarse en uno solo, ya definitivo.

Y pienso que tal vez naciera también allí aquella sensación, recogida en algunos de mis libros, de que pensar en un hombre se parece a salvarlo.

La profundidad pone en crisis los principios de la lógica y las convenciones o soportes habituales de la razón. La antítesis, la oposición, la contradicción y la paradoja llevan entonces a la renuncia a cualquier posible explicación de fondo y a la convicción de que el absurdo es otra forma del sentido, tal vez la única válida. Por eso, la máxima profundidad se opone al discurso.

Como en Heráclito o en Nietzsche, brota generalmente en breves visiones o contemplaciones y se concreta en fragmentos o aforismos, cuando no en poemas. La profundidad no es elástica y le resulta aplicable la revelación de Saint Exupéry: La vida del espíritu es intermitente. Y hasta el tiempo es distinto. La duración auténtica es la del instante creador o poético. O como diría Bachelard: El tiempo no dura sino mientras uno inventa.

Su padre había sido sacerdote y dejado luego los hábitos. El recuerdo dominante de su niñez era su trashumancia, al no poder su familia permanecer mucho tiempo en ningún lugar, ante las reacciones provocadas por aquella situación. Repetía a menudo una línea de su libro: Mi padre, al irse, regaló medio siglo a mi niñez. No recuerdo que hablara mucho de su madre. Después de venir de Italia (había nacido en Cálabria en 1886), fue apuntador en el puerto de Buenos Aires. Trabajó luego en una imprenta. Nunca le oí una palabra de resentimiento o frustración. Murió en 1968, en la misma ciudad donde había vivido casi toda su vida. Poco después de su muerte, escribí un poema donde le decía: Hemos vivido juntos tanto abismo / que sin ti todo parece superficie. Hoy podría agregar. Hemos vivido juntos tanto abismo / que contigo todo es profundidad.

La profundidad no es hacia abajo o arriba o el costado, sino hacia todas partes, pero por una parte o por cualquier parte. Es el oculto camino que no acaba porque lleva hacia todo. Y es a la par un camino sin regreso y el camino de regreso, tal vez lo primero por lo segundo, porque hay una sola partida, que es el pretexto para el reencuentro del origen.

La profundidad es el vacío afirmativo, la negación que se transfigura en sí. El signo de la profundidad es conjunción del menos y el más: el menosmás o masmenos. ¿Existe acaso alguna afirmación que no se base en una negación? ¿Existe alguna creación que no se funde en una destrucción? La profundidad es la fusión de ambas cosas: creación por la negación. Porchia dice: Como me hice, no volvería a hacerme. Tal vez volvería a hacerme como me deshago.

No recuerdo otro ser a la vez tan sencillo y tan pulcro. No usaba camisa casi nunca. En verano se ponía un saco pijama y en invierno se colocaba una bufanda debajo de un saco más grueso, ajustándola con un alfiler de gancho. Al rato de estar con él, ponía sobre su humilde mesa una botella de vino y un poco de queso, salame y pan. Todo eso lo iba a comprar con una pequeña bolsa al mercado. La amistad sencilla era su arte. La rodeaba de una inmensa atención y una delicada ternura, tan naturales como tomar una escoba y barrer su casa o cavar un hoyo para poner una planta en su jardín. Y tenía además el don de las pequeñas excepciones, como esa manzana que solía reservar para Laura, mi mujer. Don Antonio, como le llamábamos, era también una prueba viva de la profundidad de lo elemental, en el luminoso contrapunto de sus palabras hondas y sus gestos raramente limpios.

La profundidad es riesgo. ¿De qué? De no encontrar nada. Por eso Porchia dice: No descubras, que puede no haber nada. Y nada no se vuelve a cubrir. O riesgo de multiplicar la nada, el misterio, el límite o lo ¡limitado: Se me abre una puerta, entro y me hallo con cien puertas cerradas. O también otro riesgo mayor: encontrar algo. Y el miedo: A veces, de noche, enciendo una luz, para no ver. Y la soledad:

Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.

Siempre tuvimos la sensación de estar ante alguien elegido por la soledad. Pero lo inverso era igualmente verdadero: él había elegido la soledad. Confluencia de destino, aceptación y entrega. Soledad de su vida y soledad de su obra, como base insobornable para su calidad de maestro profundo y su costoso aprendizaje de sí mismo: He sido para mí, discípulo y maestro. Y he sido un buen discípulo, pero un mal maestro. Amaba Y sufría su soledad. Un hombre solo es mucho para un hombre solo. Conocía sus peligros: Quien se queda mucho consigo mismo, se envilece. No la compensaba con la literatura o con la compañía fácil de otros seres, sino con su vida profunda. Su soledad le permitía llegar más plenamente a los demás, como si ya los conociera desde abajo. Y también ser la presencia a la que acudíamos casi en peregrinaje, quizá para curarnos o consolarnos de tanta exhibición de ausencias. Con él aprendimos cómo la soledad puede ser lo contrario del aislamiento y también la condición vertebral de una obra.

Profundizar es romper los límites. Pero ir hasta los extremos y traspasarlos no tiene nada que ver con el exceso. Su signo está hecho de contención y despojamiento: En mi silencio sólo falta mi voz. Y de humildad: Hablo pensando que no debiera hablar: así hablo. Y también de necesidad: Cuando digo lo que digo es porque me ha vencido lo que digo. El estilo de la profundidad tiene siempre un tono solitario, no porque hable de la soledad, sino porque se parece a la soledad. Y llama particularmente la atención su acentuado realismo, pero el de la realidad en el abismo, que es su verdad. Tal vez por eso el razonar de la verdad es demencia. De allí también la rotunda afirmación: Nadie puede no ir más allá. Y más allá hay un abismo.

A menudo nos repetía: Tengan paciencia, sepan esperar. Era una de sus lecciones mayores. Nunca lo vi impaciente o inquieto por los apremios económicos, la incomprensión o las interesadas reticencias que trataban de silenciar el valor de su obra. No tenía apuro por llegar a nada. Sus pensamientos crecían “sin prisa y sin pausa, con todo el detenimiento de aquello que tiene la certeza de su vigencia. Es probable que sólo le haya visto algún conato de impaciencia ante la pesadez de la tontería.

La profundidad no es inhumanidad, aunque sí más que humanidad. Porchia dijo que la bondad no es vida. En la misma línea, quizá podríamos sospechar que la profundidad no es sólo vida.

El pensar profundo pasa por el antiguo sentido de la inteligencia: leer en el interior de las cosas. Es penetración, aventura y arrojo, abandono de las garantías, descubrimiento y creación, lo “nuevo” de Baudelaire, lo “abierto” de Bergson, la desinstitucionalización de la búsqueda, la abolición de las seguridades. Por eso Heidegger ha podido afirmar que la ciencia no piensa y arriesgar que tampoco la filosofía piensa.

Durante la conversación, recordaba a menudo algunas de sus “voces”. No resultaba insólito o artificial: sentíamos que las seguía viviendo. Pero cierta vez me dijo que no había tenido el valor necesario para decir una de ellas ante alguien que pasaba por un momento de angustia. Esa “voz” afirmaba: Todo juguete tiene derecho a romperse. Y al decírmelo miraba hacia abajo, como avergonzado. Pero no de su silencio, sino del hombre.

El quehacer de profundización, el ejercicio o la captación profunda, no tiene nada que ver con la astucia, la perspicacia o el malabarismo intelectual que llenan los libros y revistas. Es como un instinto de buceo, una inconformidad con respecto a todas las zonas intermedias, una coherencia de integridad, una decisión de ir hasta el final, aunque no haya final. Y eso exige toda la vida detrás, sin juegos a medias, sin retroceder ante el abismo. Profundizar es la forma más radical y generosa del heroísmo. Y es también quedarse sin referencias. La escala de relación es ya lo infinito y el encuentro con la muerte, como experiencia anticipada y parámetro constante de la posibilidad.

Un día me contó que siendo muy niño y teniendo hambre se puso a jugar a la pelota, y al rato, luego de un salto, cayó desmayado. Deducía de aquello que el hambre no fue obstáculo para la alegría Se puede tener hambre y ser feliz: Quien hace un paraíso de su pan, de su hambre hace un infierno.

Profundizar es ir siempre más allá. Cualquier fragmento de Porchia puede servir de ejemplo: Si me dijeran que he muerto o que no he nacido, no dejaría de pensarlo. El pensar superficial dejaría de pensarlo.

A él le debo, entre muchas otras cosas, la más bella dedicatoria que he recibido. Llevo a todas partes, de lugar en lugar, el ejemplar de sus Voces donde escribiera para mí estas palabras: Al amigo que me falta siempre cuando no está.

La palabra de la profundidad puede ser o parecer cruel a veces: Te ayudaré a venir si vienes y a no venir si no vienes. Pero, si ahondamos, ¿esta aparente crueldad no es o podría ser un perfeccionamiento del amor?

Cuando algunos miembros de la institución artística donde había depositado casi íntegra la tirada de su primer libro se quejaron por el espacio que ocupaba, la obsequió tranquilamente a las bibliotecas populares.

Cuando en una famosa revista literaria de Buenos Aires pretendieron corregir, por razones de gramática, algunos textos que le habían pedido luego de la sorprendente declaración de un escritor europeo de que cambiaría toda su obra por haber escrito esos fragmentos, no dudó en retirarlos de inmediato, sin decir absolutamente nada. Su humildad ejemplar y su admirable desprendimiento no se confundieron nunca con la debilidad. La fuerza del hombre profundo se afirma sobre una intensidad interior y sobre coordenadas que ni siquiera sospechan los frágiles apóstoles de la violencia.

La profundidad es lo opuesto a la política. No es extraño que esta palabra no aparezca en toda la obra de Porchia. La política maneja a los hombres, los instrumentaliza, los mediatiza, les impone prioridades, los subordina al poder y la ambición, los somete a causas e ideologías, los despersonaliza, los convierte en rebaño. Lo profundo es la conjugación del hombre en su totalidad y la visión de cada cosa en relación con todas las cosas, sin cálculos, sin artimañas, sin estrategias, sin planificaciones. Un hombre, cada hombre, no los hombres: Cien hombres, juntos, son la centésima parte de un hombre. La política es traición o impotencia ante la profundidad, una trágica tramoya sin relación con el ser, un tinglado concentracionario donde los hombres se transforman en muñecos o en víctimas. La vida profunda es el reconocimiento del ser y la valoración esencial de la existencia o la inexistencia de cada cosa: Y si nada se repite igual, todas las cosas son últimas cosas. La vida profunda es además la vigencia del ser por encima del hacer, la búsqueda de la consistencia, la prueba del mito engañoso de la acción. Porque sólo el ser hace: el otro “hacer” es una farsa, una fantasmagoría, la desastrosa confusión en que estamos perdidos. Por eso Porchia puede afirmar que el hacer no hace nada. O también: El no saber hacer supo hacer a Dios. O entrando en la dimensión de sus más inefables relatívizaciones: Lo que hice o no hice, creo que pasó. Y lo que haré o no haré creo que también pasó.

Sólo a él le he escuchado la singular frase con que siempre nos despedía Traten de estar bien. Era casi un pedido, algo así como una apelación infinitamente tierna y delicada: un llamado a nuestra posibilidad de ser a pesar de todo. Era como si nos recomendase. Hagan también lo posible, aunque persigan lo imposible. Y a veces agregaba una exhortación conmovedora, que sintetizaba de algún modo su mejor deseo y una recóndita nostalgia: Acompáñense.

Escribí alguna vez que la obra de Porchia es una aproximación al lenguaje total. Hoy me pregunto qué es la profundidad en el uso del lenguaje. Y recuerdo un pensamiento de Hebbel: Hay también una profundidad de la forma. Llega un momento en que el lenguaje abandona su papel operativo e instrumental y pasa a ser prueba o caución de lo indecible. Y más todavía: pasa simplemente a ser. Es la culminación del lenguaje, que se convierte entonces en el hombre mismo y adquiere su mayor dimensión de realidad, exigencia y desnudez, terriblemente próximo al pensar y al silencio. Por lo general, no tiene nada que ver con la vanguardia. Y aunque no es necesariamente un lenguaje para iniciados, requiere una suprema atención y una total entrega, quizá porque cada giro está respaldado por toda la posibilidad expresiva del hombre y también por toda su imposibilidad. Emerson escribió alguna vez: El hombre es sólo la mitad de sí mismo: la otra mitad es su expresión.

Hay, sin embargo, casos como el de Porchia, ante los cuales sospechamos que todo el hombre puede llegar a convertirse en su expresión.

Recuerdo unas palabras que me dijera cierta tarde, mientras caminábamos por una calle de La Boca. Era aquel su barrio predilecto, uno de los más humildes de Buenos Aires, con sus pequeñas casas multicolores, su atmósfera de inmigrantes, la cercanía de esa oscura corriente de agua que es el Riachuelo, las sirenas de los barcos, los viejos bares en donde los marineros o los trabajadores del puerto se reúnen para olvidar o recordar quién sabe qué cosas, bebiendo y escuchando tangos. Él volvía de visitar en el hospital a una mujer que había querido mucho y que ahora yacía vieja, abandonada y enferma. Me repitió la frase con que había intentado alentarla: Estar en compañía no es estar con alguien, sino estar en alguien. Sentí de pronto, como muchas otras veces a su lado, que la sabiduría no había muerto del todo y que en aquella olvidada calle de Buenos Aires quedaba algo de la fuerza oculta que sostiene todavía al mundo.

La potente precisión de la profundidad desemboca en una desconcertante alquimia de la exactitud, donde no existen ya los sinónimos y donde cada palabra se convierte en ella misma, ligeramente traspuesta, con una leve flexión o un casi imperceptible cambio de situación en la frase. Sorprenden entonces las aparentes repeticiones, que por supuesto no son tales, sino una última exigencia del lenguaje, que a veces casi acaba balbuceando una sola palabra: Y si no hay nada que es igual al pensamiento y no hay nada sin el pensamiento, o el pensamiento es sólo pensamiento o el pensamiento es todo. Y hasta me atrevo a sospechar que en estas zonas liminares del lenguaje, hasta las imperfecciones gramaticales o sintácticas adquieren una inexplicable función que las justifica.

Había amado mucho. Su extrema discreción no le impidió, sin embargo, confiarnos en alguna ocasión el hondo sentimiento que lo había unido a una mujer de vida ligera, con quien estuvo dispuesto a casarse. Así supimos cómo ella fue amenazada por quienes la explotaban, para que cortase esa relación. Y también cómo él se apartó, no por su propia seguridad que poco o nada le importaba, sino por la de ella. Allí tiene su origen una de sus “voces” Hallé lo más bello de las flores en las flores caídas. La asociación del amor y las flores representa sin duda una de las claves para comprenderlo: El amor, cuando cabe en una sola flor, es infinito. Otra clave fundamental es la constante relación entre el amor y el dolor. El amor que no es todo dolor, no es todo amor. impidió, sin embargo, confiarnos en alguna ocasión el hondo sentimiento que lo había unido a una mujer de vida ligera, con quien estuvo dispuesto a casarse. Así supimos cómo ella fue amenazada por quienes la explotaban, para que cortase esa relación. Y también cómo él se apartó, no por su propia seguridad que poco o nada le importaba, sino por la de ella. Allí tiene su origen una de sus “voces” Hallé lo más bello de las flores en las flores caídas. La asociación del amor y las flores representa sin duda una de las claves para comprenderlo: El amor, cuando cabe en una sola flor, es infinito. Otra clave fundamental es la constante relación entre el amor y el dolor. El amor que no es todo dolor, no es todo amor.

Paul Tillich ha afirmado que la profundidad es la dimensión perdida de nuestro tiempo. ¿Qué mejor síntesis para un diagnóstico de la inconsistencia? No en vano señaló Oppenheimer que nuestra tentación mayor es ser superficiales. Podríamos sospechar que allí reside la fuerza negativa o la pesadez por excelencia de nuestra época y también de su literatura. ¿Acaso no ha afirmado Robbe-Grillet, por ejemplo, que es preciso ahuyentar de la novela los viejos mitos de la profundidad?

¿Puede haber profundidad sin dimensión religiosa? Creo que no, ya que no concibo lo profundo sin un sentimiento de vinculación con la totalidad, que puede asumir, como en Porchia, la forma de una nostalgia ante una pérdida: Hace mucho que no pido nada al cielo y aún no han bajado mis brazos. O también de una amorosa proyección hacia lo imposible: Dios mío, casi no he creído nunca en ti, pero siempre te he amado. Otras veces es la sensación de ser conducido por fuerzas extrañas: Y si el hombre es un hacer con él y no un hacerse él, quién sabe quien hace con él, y quien hace con él, quién sabe qué hace con él. Se trata siempre de una referencia a lo infinito, pero un infinito del que participa misteriosamente el hombre. Eres un fantoche, pero en las manos de lo infinito, que tal vez son tus manos. Lejos de todo dogma u ortodoxia, la necesidad de trascendencia aparece en toda su desnudez, como algo inseparable del pensar profundo y la poesía. Más que fe o sentimiento de lo sagrado, una mística inserción en el misterio que nos envuelve:

Si pienso qué es la vida, creo que la vida es un milagro y si pienso qué es un milagro, no creo en él.

Ibamos a visitarlo en casas cada vez más pequeñas, desde que debió vender la heredada de su hermano y comprar otra más barata y distante del centro, para poder así sobrevivir un tiempo con la diferencia. Pero siempre estaban todos los cuadros que le habían ido obsequiando sus autores, entre ellos algunos de los más cotizados de la pintura argentina de este siglo (Petorutti, Victorica, Quinquela Martín, Castagnino, Soldi, Butler, Forner etcétera). jamás se desprendió de ninguno, ni siquiera en momentos de extrema pobreza, cuando algunos familiares o amigos trataron de persuadirlo de que vendiera uno o dos. Decía que él vivía solo y no necesitaba casi nada. Lo cierto es que no podía vender un don. No en vano había escrito: No tienes nada y me darías un mundo. Te debo un mundo. Y recuerdo otro detalle iluminador: su cuadro favorito era un pequeño óleo de Fortunato Lacámera, que representaba el solitario ángulo de un jardín, con una breve y desnuda mata junto a un muro. El pintor más humilde y la imagen más humilde: lo casi inexistente.

El pensar profundo transforma, como el amor profundo. Transforma y crea, porque encara la imposibilidad, la muerte, la nada. Esto se les olvidó a todos los gesticulantes revolucionarios de superficie. Pero no a la poesía, que es el pensar integrador y último, el pensar que siente, el pensar que crea, el verbo transfigurador, la abertura del fondo. ¿Es Porchia un poeta? En él se da la fundación del ser por la palabra, la palabra como ser, la existencia como creación a través del lenguaje, el lenguaje como salto hacia otra cosa. Sí, Porchia es un poeta. Pero a veces uno siente que es también algo más o distinto, algo que no sabemos decir. En pocos casos he sentido tanto como ante Porchia y su obra la fatal estrechez o ambigüedad de cualquier designación. Aquí se rompen los rótulos, por privilegiados o sublimes que sean. Y no es suficiente ni siquiera evocar algunas fórmulas más o menos felices, como por ejemplo aquella de la poesía del pensar, de Macedonio Fernández. Creo que Porchia está en la línea fundamental donde se juntan el pensamiento y la imagen, la poesía y la filosofía, cuya artificial separación tal vez constituya uno de nuestros lastres mayores.

No pude estar a su lado cuando murió. Poco tiempo antes, había sufrido una caída, con un golpe en la cabeza del que probablemente no llegó a reponerse. El accidente ocurrió durante un fin de semana, en una quinta cercana a Buenos Aires, adonde lo llevaba una familia que lo había descubierto no hacía mucho y creía que necesitaba distracción. Tal vez olvidaron sus palabras: Cuando lo superficial me cansa, me cansa tanto, que para descansar necesito un abismo. Pero él no quería resistir ante la insistencia de algo parecido a la amistad o el afecto. Había rechazado, por humildad, las invitaciones que le hicieron para visitar Europa, pero su calidez humana lo condujo hasta el punto exacto donde debía resbalar Quizá no haya sentido ninguna sorpresa: Cuando yo muera, no me veré morir, por primera vez. Cuando lo superficial me cansa, me cansa tanto, que para descansar necesito un abismo. Pero él no quería resistir ante la insistencia de algo parecido a la amistad o el afecto. Había rechazado, por humildad, las invitaciones que le hicieron para visitar Europa, pero su calidez humana lo condujo hasta el punto exacto donde debía resbalar Quizá no haya sentido ninguna sorpresa: Cuando yo muera, no me veré morir, por primera vez.

¿Cómo entrar en una obra que es profundidad? Un camino es el indicado por Porchia: verla con hondura, para que se vuelva superficie. Otro camino podría estar dado por la paradójica respuesta de un maestro a la pregunta sobre cómo hacer para entrar en la filosofía: Estar adentro. Otro estaría en ser o volverse profundidad, como quería Plotino en relación con lo divino o lo bello. Y otro más podría ser crear en uno el vacío necesario para la inundación de la profundidad, parafraseando a Eckhart. Y otro más todavía, levantar una flor y sonreírle, como lo haría un maestro Zen, sin buscar ni decir otra cosa. Creo que si Porchia hubiera tenido que escoger, habría elegido la última alternativa.

Su voz lenta y entrañablemente modulada, con cierto acento extranjero, fue registrada en disco poco antes de su muerte y utilizada durante algún tiempo por una emisora de Buenos Aires, para cerrar a medianoche su transmisión, como un broche raro y abismal. Su voz no vulneraba el silencio. No puedo hoy leer sus textos sin volver a escucharla. Y ahora tampoco lo vulnera.

¿He hablado de Porchia o he hablado de mí? Creo que la profundidad no admite estas diferencias. Simplemente he hablado porque, como a él, me ha vencido lo que he dicho.

Roberto Juarroz* 
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* Publicado en la revista Plural, vol. IV, núm. 11, México, agosto de 1975, como complemento de una selección de textos de Antonio Porchia. La versión francesa de este trabajo, realizada por Roger Munier, apareció corno postfacio de la traducción integral de la obra de Porchia (aunque no contiene las Voces abandonadas): Voix, Fayard, Coll. Documents Spirituels, Paris, 1979. Más tarde fue incluido en los anexos del libro Poesía y creación. Diálogos con Guillermo Boido, Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1980.


Y la paz de Dios, que es mayor de lo que se puede imaginar, les guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. FIL 4, 7-8
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