EL Rincón de Yanka: JesúsLaínz

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lunes, 6 de noviembre de 2017

LAS 10 MENTIRAS SOBRE ESPAÑA DEL INDEPENDENTISMO NAZIONALISTA CATALÁN


Las diez mentiras sobre España 
del independentismo catalán
El escritor Jesús Laínz desenmaraña en su último libro «España contra Cataluña» (Encuentro Editorial) las mentiras históricas sobre las que se asienta el nacionalismo catalán:
1).- Cataluña fue un Estado en el pasado, luego tiene el derecho a serlo en el futuro
En primer lugar, no es cierto que haber sido un Estado en el pasado legitime secesiones futuras. Todos los países de Europa, sin excepción, son el agregado de múltiples territorios que fueron reinos, principados, repúblicas, ducados, cantones, condados y señoríos. Y algunos de ellos hasta tiempos tan recientes como el siglo XIX: por ejemplo, Alemania e Italia.
Y, en segundo, los condados catalanes nunca conformaron un reino independiente, sino que pasaron en el siglo XIII de la soberanía de los reyes francos a la de la Corona de Aragón. Por el contrario, otras regiones españolas actuales (Asturias, León, Castilla) sí fueron reinos y, sin embargo, no se deduce de ello derecho alguno a la secesión.

2).- Cataluña no participó de la historia de España
La primera capital de la Hispania romana fue Tarragona. Y la primera de la Hispania visigoda, Barcelona. Durante la Edad Media, los catalanes participaron, al igual que los demás españoles, en la reconquista. Jaime I de Aragón, por ejemplo, conquistó el reino de Murcia en nombre y por cuenta de su yerno Alfonso X de Castilla.

Asimismo participaron en el proceso repoblador, pero no sólo de Valencia y Baleares, sino también de territorios castellanos como Valladolid o Sevilla. La sevillana Coria del Río, por ejemplo, fue otorgada por Alfonso X a «150 omes de Catalunna».
Y los catalanes participaron durante siglos en todos los hechos de armas de la historia de España: la conquista de Granada, la de Navarra, la de Nápoles, la de América, los Tercios de Flandes, la batalla de Lepanto, etc.

3).- Los catalanes medievales no se consideraban españoles
Todos los testimonios de aquella época demuestran lo contrario. En su «Llibre dels feits», escrito por él mismo, Jaime I explicó sobre la colaboración de los soldados catalanoaragoneses en beneficio del reino de Castilla: «Porque lo hemos hecho en primer lugar por Dios, en segundo por salvar a España, y en tercero para que tengamos el gran honor de que gracias a nosotros se haya salvado España». Y al salir en Lyon del concilio en el que se había ofrecido para ir en cruzada a Oriente, declaró: «Barones, ya podemos irnos, que hoy ha sido honrada toda España».
Y de Ramón Muntaner nos ha llegado la mejor explicación de la solidaridad política que, por encima de ambiciones y enfrentamientos, informó a todos los monarcas medievales españoles, cuando reclamó una política conjunta de todos los reyes «de España, que son una carne y una sangre».

4).- Los catalanes fueron excluidos de América
En primer lugar, todo el victimismo queda anulado de raíz pues, aun en el caso de que hubiese sido cierta la exclusión, sus destinatarios no habrían sido los catalanes, sino los súbditos de los territorios de la Corona de Aragón.
La confusión inicial nació de que los derechos sobre las tierras recién descubiertas derivaban del Tratado de Alcaçovas que puso fin a la guerra lusocastellana por el trono de Enrique IV y que otorgaba a Castilla las tierras que se descubrieran hacia el oeste. Aragón no era parte en este acuerdo, tanto por no participar en la pugna por el trono como por no tener litoral atlántico. Por lo tanto, del hecho de que sólo la Corona de Castilla tuviera derechos en el Atlántico se derivó la incorporación a ella de las tierras descubiertas por Colón.

A pesar de alguna confusión jurídica inicial y de muy corta duración, la orden dada por Isabel y Fernando en 1501 a Ovando sobre que «no haya extranjeros de nuestros reinos y señoríos» se refería a los flamencos de la corte de Felipe el Hermoso y estaba destinada a prohibir el comercio de las Indias con y desde puertos de Flandes. La realidad fue, además, que los aragoneses y los catalanes participaron desde el principio en la empresa americana, monopolizada, eso sí, desde los puertos castellanos hasta su liberalización por Carlos III. Por ejemplo, el jefe militar del segundo viaje de Colón fue el ampurdanés Pedro de Margarit al frente de doscientos soldados catalanes. El primer vicario apostólico en las nuevas tierras fue Bernardo Boil, benedictino de Montserrat. Jaime Rasqui fue uno de los conquistadores del Río de la Plata. Juan Orpí fundó Nueva Barcelona en Venezuela. Juan de Grau y Ribó, compañero de Hernán Cortés, se esposó con Xipaguazin, hija de Moctezuma. Y el leridano Gaspar de Portolá conquistó California.

5).- En 1714 Cataluña perdió su independencia al ser conquistada por España
No es cierto que Cataluña fuese un estado soberano en 1714, sino un territorio con algunas instituciones propias, como en cualquier otro lugar de la Europa del Antiguo Régimen, y parte constituyente de la Corona de Aragón, es decir, de España. No es cierto que se tratase de una guerra entre castellanos y catalanes, sino entre partidarios de dos candidatos al trono de España. No es cierto que lo que moviese a los catalanes fuera la castellanofobia, sino la francofobia. No es cierto que Felipe V suprimiera la soberanía nacional representada en las Cortes catalanas, pues eran estamentales y no representaban a soberanía nacional alguna. No es cierto que Felipe V incorporara Cataluña a Castilla, sino que uniformizó legislaciones y centralizó el gobierno, fenómeno general en toda la Europa de aquel tiempo, lo que también conllevó grandes cambios en la vieja planta castellana, detalle que no suele recordarse.

No es cierto que los catalanes fuesen austracistas y los castellanos, borbónicos: muchos de los más importantes gobernantes castellanos fueron austracistas y en Cataluña hubo comarcas enteras que se destacaron por su borbonismo. No es cierto que Cataluña fuese austracista desde el primer momento, pues las cortes catalanas juraron por rey a Felipe V en 1702, tres años antes de hacer lo propio con el Archiduque Carlos tras el desembarco angloholandés en Barcelona. No es cierto que en el famoso 11 de septiembre combatieran catalanes contra castellanos, pues hubo castellanos defendiendo Barcelona del mismo modo que el ejército de Felipe V contó con miles de voluntarios catalanes. Y no es cierto que los catalanes austracistas fueran separatistas, sino que presumieron de ser los más españoles de todos.

6).- Cataluña es otra nación por tener otra lengua
Carod Rovira y el conseller balear, Albert Moragues, en París para participar en la inauguración de Expolangues, febrero de 2010
Una lengua no equivale a una nación. Si en la ONU hay 193 naciones y en el mundo varios miles de lenguas, ¿faltan miles de naciones en la ONU o sobran miles de lenguas en el mundo? Todos los países europeos son multilingües, con la única excepción de Islandia. Y España no es precisamente el más multilingüe de todos: más variedad de lenguas hay en Francia o en Italia. Además, si una lengua es igual a una nación, ¿pertenecerían los araneses a la nación catalana? Finalmente, ¿por qué de la existencia de una lengua han de deducirse consecuencias políticas?

7).- La castellana es una lengua impuesta a los catalanes por la fuerza
La extensión del castellano sobre tierras catalanas comenzó en la Edad Media, cuando fue consolidándose como la lengua franca, la lengua en la que era más fácil entenderse dada su mayor extensión territorial, su mayor número de hablantes y su posición geográfica central. Los lingüistas lo han explicado mil veces. Un solo ejemplo: Jaime II de Aragón, siglo XIII, escribía sus cartas a los reyes musulmanes de Granada en castellano, sin que el rey de Castilla tuviese participación, influencia, autoridad ni culpa alguna en ello.

Por otro lado, el cultivo literario de la lengua castellana, que no alcanzó ninguna otra lengua española, su prestigio y su peso económico provocaron el abandono paulatino de las lenguas de alcance regional, como ha sucedido siempre en todo el mundo. Fueron los propios catalanohablantes, empezando por las elites sociales e intelectuales, los que fueron pasándose a la lengua castellana y abandonando la lengua catalana. Así lo hicieron Despuig, Martí de Viciana, Viñoles, Boscán y Timoneda en los siglos XV y XVI. Muchos catalanes incluso recomendaron el abandono de la lengua catalana, como Antonio Capmany, que la consideró «un idioma antiguo y provincial, muerto hoy para la república de las letras»; o nada menos que Aribau, que animó al gobierno español a que «generalizase en todos sus dominios una misma lengua».

Las medidas de extensión de la lengua común de la monarquía (que no es lo mismo que la extirpación de las regionales, lo que sí se hizo, por ejemplo, en la Francia republicana), tomadas desde el comienzo del siglo XVIII, palidecen en comparación con el abandono por parte de los hablantes. Así lo reconocieron todos los ideólogos nacionalistas. Cambó, por ejemplo, declaró en 1916 que «quienes más han trabajado para la destrucción de la personalidad catalana han sido los propios catalanes».

El periódico de su partido, «La Veu de Catalunya», escribió en 1910 que «el castellano no se ha impuesto por decreto en Cataluña, sino por adopción voluntaria, lenta, de nuestro pueblo, efecto del gran prestigio adquirido por la lengua castellana. Éramos libres, teníamos completa autonomía política, con Cortes más soberanas que las propuestas por las Bases de Manresa, y ya se hablaba y escribía en castellano».

8).- España ha sido tradicionalmente reaccionaria, a diferencia de Cataluña
Barcelona. Febrero de 1936. En el Teatro Olymppia, mitin de la Liga Catalana bajo la presidencia de Cambó.

Olvidando el hecho de que las primeras cortes europeas fueron las leonesas, y viniendo a tiempos más cercanos, la Cataluña del siglo XIX se caracterizó por ser una abundante fuente de pensamiento conservador y el principal reducto, junto a las provincias vasconavarras, del absolutismo y el carlismo. Cataluña fue la única región española que se alzó en armas cinco veces en defensa de los sagrados derechos del trono y el altar, además del especial entusiasmo con el que los catalanes lucharon contra la Francia revolucionaria en 1793 y la napoleónica en 1808: durante el trienio liberal (1820-23), en defensa de la Regencia de Urgell contra la Constitución de Cádiz; en 1827, la Guerra dels Agraviats o dels Malcontents, que reivindicaron el apartamiento de los ministros liberales y el restablecimiento de la Inquisición; y en 1833-40, 1846-49 y 1872-76, las tres guerras carlistas. Mientras tanto, gran parte de la España castellana se distinguía por su apoyo al liberalismo.
Por otro lado, Cataluña fue la fortaleza del proteccionismo frente al librecambismo, Prat de la Riba y otros liguistas fueron partidarios del sufragio censitario, y Cambó y la Lliga apoyaron a Primo de Rivera y a Franco.

9).- España ha sido tradicionalmente imperialista y belicista, a diferencia de Cataluña
Detalle del cuadro de Ramon Padró i Pijoan «Embarcamiento de los voluntarios catalanes en el puerto de Barcelona»

¿Habrá que olvidarse, pues, de los almogávares, que dejaron imborrable recuerdo en el Mediterráneo a golpe de espada? ¿Y de los reyes catalanoaragoneses que expulsaron a los moros de España y a continuación se dedicaron a conquistar Cerdeña, Sicilia e Italia?
En tiempos más cercanos, Cataluña fue la región española que más encarnizadamente se alzó contra la invasión napoleónica, según palabras del mariscal Berthier. Los gerundenses prefirieron morir antes que entregarse. Y la primera batalla ganada a los franceses fue la del Bruch.
Durante todo el siglo XIX; Cataluña fue la región más patriota, belicista, islamófoba, esclavista, colonialista e imperialista de España. Durante la Guerra de Marruecos de 1859-60 Cataluña se llenó de versos, canciones, zarzuelas, himnos y obras de teatro incitando a los jóvenes catalanes a alistarse para borrar la Media Luna de la faz de la tierra. Respecto a la esclavitud, de todas las ligas antiabolicionistas de España, la más activa fue la de Barcelona.

La prensa catalana, de todas las tendencias, incluida la de la extrema izquierda republicana y anticlerical, fue extraordinariamente agresiva y patriotera tanto contra los alemanes en la crisis de las Carolinas en 1885, como contra los marroquíes en la de Melilla de 1893, como contra mabises y yanquis en las guerras de Cuba y Filipinas. Cataluña fue la primera región en levantar tercios de voluntarios para todas esas guerras, como ha quedado inmortalizado en incontables versos, cuadros y periódicos de la época.

10).- La de 1936 fue una guerra entre España y Cataluña
Habrá que olvidarse, por lo tanto, de los dos principales apoyos eclesiásticos de Franco, los cardenales Gomá y Pla. Y de un Cambó que, tras medio siglo de liderazgo catalanista, puso su fortuna a disposición de Franco y organizó en París, junto con Llonc, Ventosa, Estelrich y otros huidos de la Cataluña republicana, la Oficina de Propaganda y Prensa para defender el bando franquista ante la opinión pública europea y organizar su servicio de espionaje. Cambó también fue el responsable del manifiesto que secundaron cientos de personalidades catalanas de la política, la empresa y la cultura en el que proclamaron que «como catalanes, afirmamos que nuestra tierra quiere seguir unida a los otros pueblos de España por el amor fraternal y por el sentimiento de la comunidad de destino, que nos obliga a todos a contribuir con el máximo sacrificio a la obra común de liberación de la tiranía roja y de reparación de la grandeza futura de España». Otros catalanes que se distinguieron por su apoyo a Franco fueron, entre otros muchos, Josep Pla, Eugenio d’Ors, Agustí Calvet, Federico Mompou y Salvador Dalí.

Por otro lado, Xavier de Salas, Josep Maria Fontana, Josep Vergés, Ignasi Agustí y Juan Ramón Masoliver fundaron en Burgos la influyente revista Destino, y tres de los principales dibujantes y guionistas de las revistas juveniles Pelayos y Flecha fueron Valentí Castanys, Josep Serra y Josep Maria Canellas.
Por no hablar de los miles de alcaldes, gobernadores, procuradores, diplomáticos y ministros catalanes del régimen franquista. Entre estos últimos estuvieron Joaquín Bau y Nolla, Francisco Serrat y Bonastre, Eduardo Aunós, Joaquín Planell y Riera, Pedro Gual Villalbí, etc.

El escritor Jesús Laínz desenmaraña las patrañas en su libro «España contra Cataluña».




VER+:

💣 ADIÓS, ESPAÑA: LIBRO DE JESÚS LAÍNZ (AÑO 2004)

LOS PRIVILEGIOS CATALANES: DE ANTES Y AHORA

💣 HISPANOFOBIA, ENDOFOBIA Y RACISMO NAZIONALISTA


martes, 10 de octubre de 2017

💣 ADIÓS, ESPAÑA: LIBRO DE JESÚS LAÍNZ (AÑO 2004)


ADIÓS, ESPAÑA


PRÓLOGO DE 
Stanley G. Payne

Jesús Laínz y el problema 
de la "deconstrucción" de España

En la década de los 90, a medida que las demandas de autodeterminación en Cataluña y el País Vasco se hacían más estridentes y los problemas de identidad y autonomía se multiplicaban en España, se empezó a desarrollar una amplia literatura didáctica, y frecuentemente polémica, sobre la problemática de la identidad española, por un lado, y los denominados nacionalismos periféricos, por otro. Con el paso de los años esta producción literaria ha continuado incrementándose abarcando diversas categorías. Entre éstas se incluyen estudios académicos de profesionales sobre las regiones y los movimientos nacionalistas, una extensa producción apologética por parte de los nacionalistas, una copiosa literatura crítica (principalmente de periodistas y políticos, aunque a veces también de estudiosos) destinada a denunciar los peores abusos de los nacionalistas (especialmente de los vascos), y una literatura apologética en defensa de la existencia de una historia y una identidad española común, a la que la propia Real Academia Española de la Historia ha contribuido con dos volúmenes.

El libro de Jesús Laínz, publicado en su primera edición a principios de este año 2004, es una de las contribuciones a este género más extensas y mejor informadas. Sus más de 800 páginas, escritas con gran claridad y rigor conceptual, tratan cuatro temas principales. El primero es el de la identidad y la unidad española tal como se desarrolló durante los reinos medievales y la posterior Monarquía española. El segundo, que recibe la atención más detenida, es el análisis de las leyendas y mitos históricos vascos desde el siglo XVI hasta nuestros días. Los capítulos dedicados a los nacionalismos catalán y gallego son, en comparación, más breves, mientras que la última parte del trabajo trata las reclamaciones, controversias y contradicciones que se han desarrollado durante las últimas décadas bajo el actual Estado de las Autonomías.

El resultado es el más completo compendio crítico o guía sobre la mayoría de estos problemas que haya aparecido nunca en un solo libro.

Laínz no es un historiador profesional y en los últimos años se ha propagado mucho en España la absurda idea de que la historia es una ciencia tan arcana que sólo puede ser tratada adecuadamente por profesores universitarios. En otros países occidentales una concepción tan estrecha y corporativista simplemente causaría risa. Lo que requieren los buenos estudios históricos no es un título de licenciatura sino inteligencia, precisión, rigor y trabajo duro en las fuentes adecuadas. Y en lo que se refiere a estos requisitos, el libro de Laínz los cumple más que sobradamente. Analiza a conciencia y con precisión las más importantes fuentes publicadas y ejerce sobre las aberraciones e invenciones históricas e historiográficas de los nacionalistas extremados un sonrojante escrutinio.

El carácter de una identidad española común, tal como se reveló en los primeros siglos de historia española, es explicado con claridad, mientras que una amplia parte del libro está dedicada a las invenciones y manipulaciones del nacionalismo vasco. Mucho de ello ha sido estudiado por otros autores, pero ningún otro título realiza un análisis tan completo en un solo libro.

Los cambios en el contexto histórico que causaron el desarrollo de las ideas prenacionalistas y posteriormente nacionalistas son explicados detalladamente, junto con el origen de la mayoría de estas ideas y su relación –o ausencia de ella– con los hechos históricos.

Formulaciones clásicas como la hidalguía universal vascongada, la cuestión racial, el territorio o la lengua son tratados en su contexto histórico original.

Un aspecto que habría merecido un examen más extenso es la definición original y la institucionalización de los fueros vascongados. Éstos fueron producto de los siglos XV y XVI, aunque aspectos concretos se enraizaban a veces en tiempos anteriores. Lo que Laínz realiza, en cualquier caso, es una lúcida y precisa explicación de la evolución de la controversia sobre los fueros desde el siglo XVIII hasta el presente.

La última sección del libro se ocupa de los asuntos más importantes de la actualidad, como la autodeterminación, los derechos constitucionales, la política del Partido Nacionalista Vasco y la postura de los nacionalismos ante la globalización. Esta sección es inevitablemente más política y polémica, pero ha sido igualmente estudiada con atención y puede ser leída con aprovechamiento.

Este libro será extremadamente útil sobre todo para los estudiantes y, en general, para el lector interesado y preocupado por las controversias sobre identidad nacional y por las estridentes, ahistóricas reclamaciones del nacionalismo vasco en especial. Pone en manos del lector una guía certera y sólidamente construida sobre muchos de estos problemas y en particular sobre la naturaleza y el origen de las numerosas leyendas y ahistóricas pretensiones del nacionalismo vasco.
Adiós, España merece ser ampliamente leído si se quiere comprender el trasfondo histórico y la construcción de algunos de los temas que tanta controversia han causado en los últimos años.

ADIÓS, ESPAÑA




Jesús Laínz ha escrito una obra monumental y no es extraño que haya invertido en su redacción siete años de continuo trabajo. Al levantar la vista de la última línea de las ochocientas treinta páginas de este esfuerzo notabilísimo de erudición desbordante y de análisis implacable y riguroso, el lector se ve invadido por la certeza de que no ha dedicado su atención a un libro más de los muchos que han abundado a lo largo del último cuarto de siglo sobre el problema nacionalista en España. Lo que Jesús Laínz ha conseguido en Adiós, España va más allá del habitual estudio histórico o de la conocida crítica política a los particularismos divisivos que corroen la médula de la nación desde hace más de cien años, para ofrecernos un auténtico volumen de referencia. Los numerosos autores que se han enfrentado a la cuestión nacionalista en nuestro país desde que recuperamos la democracia a finales de los setenta han tratado con acierto desigual y desde distintas perspectivas ideológicas los más diversos aspectos de este trascendental asunto, y en la extensa bibliografía generada por tema tan acuciante destacan nombres como Andrés de Blas, Antonio Elorza, Jordi Solé Tura, Jon Juaristi, Juan Aranzadi, Mikel Azurmendi, José Álvarez Junco, Enrique Ucelay-Da Cal, Juan Pablo Fusi, Joan Lluis Marfany, Javier Tusell, Jaime Ignacio del Burgo y César Alonso de los Ríos, en una larga lista de estudiosos, periodistas, juristas y políticos que se han afanado en entender, describir, apoyar o denostar a nuestros profesionales de la centrifugación. Ahora bien, Jesús Laínz ha intentado y llevado a buen término una empresa que era tan necesaria como inaplazable: la redacción de un completo y sistematizado compendio de las mentiras, fantasías y falsedades en las que los nacionalistas se han basado a partir de los impulsos seminales de Sabino Arana, Enric Prat de la Riba y Manuel Murguía para construir ese artefacto irracional, destructivo y delirante que amenaza nuestro futuro y nos ha costado ya demasiada sangre inocente.


La aportación impagable de Jesús Laínz a la comprensión y evaluación del fenómeno nacionalista en el País Vasco, Cataluña y Galicia consiste en la disección minuciosa y despiadada de todos y cada uno de los mitos, leyendas, deformaciones, inexactitudes o puros y simples engaños que los forjadores de esa doctrina han ido elaborando con paciencia de araña, astucia de serpiente y crueldad de hiena hasta tejer una malla tupida y asfixiante en la que tantas gentes de buena fe han quedado aprisionadas en el convencimiento patológico de que pertenecen a pueblos oprimidos que requieren ser liberados, cuando la realidad es que disfrutan de la ciudadanía de uno de los Estados más impecablemente democráticos, descentralizados y socialmente avanzados del planeta.

El recorrido en el tiempo al que nos invita Adiós España comienza en la Edad Antigua y se detiene en la actualidad más candente en el momento en que el libro fue entregado a la imprenta el año pasado. Es tal la precisión de los datos y la solvencia de las fuentes utilizadas por Jesús Laínz que hay pasajes que se transforman involuntariamente en un ejercicio de humor, tal es el contraste hilarante entre determinadas afirmaciones de los nacionalistas y la realidad probada por la evidencia historiográfica.

Los eficacísimos resultados que pueden obtener los nacionalistas gracias a su absoluta carencia de escrúpulos intelectuales y morales por una parte y la ignorancia y credulidad de sus víctimas por otra, despierta, tras leer Adiós España, una mezcla incontenible de indignación y alarma en cualquier persona sensata que se acerque a su contenido.

El invento de la indomabilidad de los vascones, jamás conquistados por romanos, visigodos o musulmanes, la auténtica naturaleza de los Fueros, que nunca tuvieron el carácter de pacto entre iguales que los nacionalistas y su esbirro académico Miguel Herrero pretenden, la aparición de una conciencia común de España desde los albores de la Baja Edad Media, la imaginaria batalla de Arrigorriaga, el esperpento del duende Culebro, la supuesta hidalguía universal, la sonrojante tontería del tubalismo, el papel de enorme relevancia que los vascos desempeñaron siempre en la Monarquía hispana, la falta de fundamento de la reivindicación de Navarra como parte de un imaginario solar vasco, la clamorosa desconexión entre el carlismo y el nacionalismo, la personalidad psicopática, racista y fanática de Sabino Arana, la inconsistencia del paralelismo irlandés, el origen partidista de la simbología actualmente atribuida a ese ente llamado Euskadi y la actitud cobarde y traicionera del PNV durante la Guerra Civil, son otros tantos puntos magistralmente tratados en Adiós España, demostrando de forma irrebatible que todo el edificio nacionalista es un castillo de naipes que se viene abajo en cuanto se le contrasta con las pruebas proporcionadas por la historia objetivamente considerada.

Aunque la parte dedicada a Cataluña y Galicia es de mucha menor extensión que la que centra su atención en el País Vasco, los respectivos capítulos cubren muy satisfactoriamente los principales hitos del imaginario nacionalista en aquellas Comunidades. Así, Jesús Laínz liquida con unas cuantas pinceladas diestramente trazadas la absurda evocación de un medieval Estado catalán independiente que por supuesto jamás vio la luz, la trola del origen catalán de la enseña cuatribarrada, el ridículo planteamiento de que la lengua castellana ha sido en Cataluña y Galicia un idioma ajeno impuesto por la fuerza, el insostenible mito céltico de los galleguistas, la interpretación de la Guerra dels Segadors como una lucha por la independencia del Principado, la transformación milagrosa de la Guerra de Sucesión en otro combate entre España y Cataluña, la deliberada omisión por parte de la historiografía nacionalista del entusiasmo patriótico español de los catalanes durante la sublevación contra el invasor napoleónico y del heroísmo de los voluntarios de Prim al servicio de la Corona española en las operaciones militares en Marruecos en 1859, la presentación de la Cataluña del cambio de siglo tras el Desastre del 98 como la avanzadilla modernizadora, europea e industrial del régimen de la Restauración dentro de una España caciquil, agraria y retrógrada y el clamoroso pucherazo del referendo sobre el Estatuto de Autonomía de Galicia en 1936.

Pero donde Adiós España alcanza mayores niveles de lúcida y valiente denuncia es en la parte en la que expone la estrategia conjunta de los movimientos secesionistas vasco, catalán y gallego en el intenso período que va desde la transición hasta 2004. Es en estos capítulos finales cuando la pluma de Jesús Laínz se transforma en un escalpelo afilado que pone al descubierto la podredumbre ética de los cultivadores de una doctrina que vive de alimentar la separación frente a la unidad, el rencor frente a la fraternidad y el conflicto frente a la armonía. 
La miseria axiológica del nacionalismo y su perversidad intrínseca emergen inocultables de los diáfanos y sólidos argumentos con los que el autor de esta valiosísima contribución al que es por desgracia nuestro principal motivo de angustia y de debate en el inicio del siglo XXI, nos demuestra resueltamente que únicamente la verdad, por dolorosa e incómoda que resulte, es la medicina invencible contra los enemigos de la libertad.

"España es un país raro. Nos repele el vecino y nos molesta la idea de compartir solar patrio con él; habla mal el valenciano del catalán y el catalán del valenciano, habla mal el vizcaíno del riojano y el riojano del navarro, habla mal el berciano del gallego y el gallego del maragato, llama el asturiano cazurro al leonés y éste tiene al de Oviedo por súbdito de su gloriosa corona, aborrece el granadino al sevillano y el sevillano considera la Alhambra un remedo provinciano de la gloria hispalense; y todos hablan mal del castellano, quien aguanta la afrenta y mira con rencor a esos todos.

Pero si alguno levanta la mano contra la suma de cuanto no apreciamos, eso que llaman España, entonces hierve no sé qué instinto sepultado en el moho de los siglos, no sé qué furor atávico, no sé qué derecho de la sangre y ley de los pretéritos, no sé qué grito de la tierra sagrada...


Y lo fulminamos". Jose Vicente Pascual

La izquierda es separatista, es antiespañola


Antonio García-Trevijano y el parricidio catalanista

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lunes, 9 de octubre de 2017

LOS PRIVILEGIOS CATALANES: DE ANTES Y AHORA


Los privilegios catalanes: 

de antes y ahora

La burguesía catalana es un ente que lleva esquilmando a los españoles más de tres siglos.

El privilegio catalán: 300 años de negocio de la burguesía catalana es un libro que nace con vocación de dar una respuesta -ya desde mismo título- al ‘España nos roba’ que es el eje central de los últimos 6-7 años del separatismo catalán. En este libro, Jesús Laínz muestra justo lo contrario: que España paga, y no solamente ahora... sino desde hace muchos siglos.
¿Qué es exactamente la burguesía catalana? 
Es un ente curioso y variable, que lo mismo nos impone a todos los españoles una dictadura, como la de Primo de Rivera, como que se apunta al bando republicano si eso le puede traer beneficios. La burguesía catalana es ésa que luego recibe a Franco en volandas en Barcelona, como en pocos sitios se le recibía. Llegados a la transición, la burguesía catalana es ésa que se hace nacionalista para seguir sacando tajada del sistema de autonomías… El caso es que -de una manera o de otra- la burguesía catalana es la que se encarga esquilmar a todos los españoles, como señala el propio Laínz:

La definición más adecuada para la burguesía catalana es la de ‘el dinero no tiene patria’. Y en este caso es evidente porque fue la que financió y trajo en volandas a la dictadura de Primo de Rivera. Sin ir más lejos, Cambó fue uno de los principales aportadores de dinero, medios y personas para el 18 de julio. Y si nos vamos al siglo XIX nos encontramos con que las mismas entidades y las mismas personas (me estoy refiriendo sobre todo al Instituto Agrícola San Isidro de Barcelona, el Ateneo de Barcelona, a todas las asociaciones y entidades empresariales catalanas del siglo XIX que tan potentes eran) fueron los más belicistas, más imperialistas, más colonialistas, y que más empujaban a los españoles a mandar soldados a Cuba y Filipinas. Y luego curiosamente esas mismas personas, esas mismas entidades, son las que en el 98, con días de distancia, pasan del discurso españolista acérrimo, cuartelero, belicista e imperialista al separatismo. Esto es uno de los episodios más vergonzosos de este país y que mejor explican la España de hoy.

Quizá sorprenda a quienes están acostumbrados al discurso secesionista catalán saber que en el siglo XX la burguesía catalana, separatista cuando le convino, fue el principal apoyo a la dictadura de Primo de Rivera y protagonista esencial del alzamiento del 18 de julio. Y Cataluña fue la región más beneficiada por la política económica del régimen franquista. Porque de lo que habla este libro es de dinero.

El negocio de la burguesía catalana: la industria
El literato francés Stendhal en 1837, en una visita al norte de España, tras estar unos meses en Cataluña, escribió en su libro de viajes la sorpresa que le producía ver que todos los españoles del resto de las provincias estaban obligados a comprar los paños catalanes (que eran más caros y peores que los ingleses) para poder hacer que la industria textil catalana sobreviviera. Hablamos del arancel del sobreprecio que todos los españoles se han visto obligados a pagar durante más de dos siglos a la industria catalana, simplemente por ser la más pujante. Evidentemente en el siglo XIX está caracterizado en España por la debilidad de la industria, dado que la política proteccionista quería tener el mercado cautivo (tanto el peninsular como el colonial y el de ultramar).

Cataluña fue la metrópoli imperial española del siglo XIX, así como la principal beneficiaria del tráfico y tenencia de esclavos. La intransigencia de los industriales catalanes ante las reivindicaciones autonomistas y librecambistas de los cubanos fue la chispa que prendió la guerra independentista. Y, tras el 98, pasaron en un instante del más exaltado patriotismo español al separatismo. Por ello, Jesús Laínz se atreve a poner fecha al nacimiento de la burguesía catalana, tal y como la conocemos ahora, en torno a 1898. Hasta ese momento era un grupo reducido de nacionalistas catalanes que revindicaban la lengua (y no les hacía caso nadie como ellos mismos reconocieron). Por eso, y haciendo caso a la historia, podemos pensar que la gran culpable de la rebelión cubana fue la burguesía catalana, dice Laínz:

El factor más importante, aunque no único, fue la negativa por parte de los catalanes a conceder a los cubanos la menor autonomía administrativa y política, y la posibilidad de comerciar con quién le diera la gana. Ellos no podían vender todo el azúcar que producían a la península, porque no lo podíamos consumir los peninsulares, y se lo querían vender a los yanquis, como es lógico, que era un comercio enorme que tenían al lado. No lo podían hacer por la política arancelaria del gobierno español. La entidad que se opuso más férreamente a la concesión de autonomía política, de autonomía administrativa y de libertad de cambio a los cubanos fue el Fomento del Trabajo nacional, y la razón por la que estalla la guerra de Cuba finalmente en el 95 fue por eso, porque sencillamente se le estranguló económicamente a los cubanos para favorecer, por supuesto, no solo a la industria catalana sino la de toda la toda la península, pero los abanderados fueron siempre el Fomento del Trabajo nacional y demás entidades empresariales catalanas.

La política proteccionista benefició durante dos siglos a una industria catalana que gozó privilegiadamente tanto del mercado nacional como del colonial. Lo curioso es que según la elaboración histórica catalanista 1714 significó el final de la soberanía catalana y el comienzo de la opresión española. Sin embargo, fue precisamente entonces cuando comenzó la prosperidad de Cataluña, que pronto se destacaría como la región más industrializada de España. Desde entonces, hasta ahora, han pasado 300 años de privilegio catalán. Momento para preguntarse quién es realmente el que roba.





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viernes, 30 de octubre de 2009

EL PROGRESISMO: ENTRE LA ESTUPIDEZ Y LA BARBARIE


"Es muy difícil que una persona abandone mediante la razón un convencimiento al que no llegó mediante la razón". Jonathan Swift


    ¿Por qué no andarán sin el sillín?    
No confundamos los términos. Una cosa es el progreso y otra muy distinta el progresismo. Progreso es el avance, el perfeccionamiento, la acción de ir hacia adelante.
Por lo tanto, progreso es que hoy la medicina nos libre de muchas enfermedades que no hace mucho eran mortales. O que hoy el dentista nos intervenga con anestesia en vez de en vivo. O que hoy recorramos en unas horas las mismas distancias para las que nuestros abuelos necesitaban días. O abrir un grifo y que salga agua potable o enviar mensajes a la otra esquina del planeta pulsando una tecla.

Todos somos partidarios del progreso. Nadie hay que prefiera la enfermedad a la salud, la suciedad a la higiene, la ignorancia al conocimiento.

Pero es importante no confundirlo con el progresismo, esa religión laica creada por quienes pretenden hacer del progreso su patrimonio privado, condenando a los demás a la categoría de enemigos del avance y amigos de lo antiguo. Su enunciado podría resumirse en que todo cambio en la sociedad es bueno por el mero hecho de ser un cambio. No admite razonamiento en contra. Se trata, por lo tanto, de una superstición como otra cualquiera, y como tal comparte todas sus características: es una creencia, es contraria a la razón, entraña una fe desmedida en sus postulados, es inatacable bajo pena de excomunión y legitima a sus fieles para descalificar a sus críticos directamente con el insulto, sin necesidad de argumentación.

¿Cómo diagnosticar la superstición progresista? Es fácil: sus postulados siempre acaban o en estupidez o en barbarie.

Veamos algunos de los cambios sociales propuestos por la superstición progresista:

Hay que acabar con la desigualdad de los sexos en los cargos políticos. Ha de establecerse por ley que los ministros, candidatos electorales y otros cargos se repartan al 50% entre hombres y mujeres independientemente de la valía de cada persona. Esto obliga a meter con calzador a incapaces de uno u otro sexo desplazando a capaces de uno u otro sexo con el fin de ser artificial e injustamente equitativos. Diagnóstico: estupidez.

Hay que acabar con la discriminación que sufren los homosexuales por no poder casarse, aunque ello entrañe la mojigata cursilada de poner en pie de igualdad con el matrimonio, que por naturaleza está destinado a perpetuar el género humano y por función social a crear el núcleo familiar base de toda sociedad, a las parejas incapaces de procreación por imperativo biológico -aunque luego, incoherentemente, pretendan que la imposibilidad reproductiva voluntariamente elegida se solucione mediante la equiparación también a efectos de adopción-. Que triunfe el amor. Cualquier otra consideración sobra. Diagnóstico: barbarie.

Las categorías de padre y madre han sido heredadas de épocas pasadas y por lo tanto son reaccionarias. Además, ya no tienen sentido en una sociedad en la que las familias pueden articularse de muchas formas aunque para ello sea necesario dar la espalda a la naturaleza. Por ello hay que inventar nuevos conceptos asépticamente asexuados como progenitor A y progenitor B. Diagnóstico: estupidez.

La sacrosanta libertad de cada individuo para hacer lo que quiera con su cuerpo no puede verse limitada por consideraciones morales. Por lo tanto, esa ilimitada libertad exige que sea legítimo asesinar al hijo no nacido. Diagnóstico: barbarie.

Hay que acabar con el sexismo en el lenguaje. Es inadmisible que en esta época de igualdad entre los sexos y las sexas sigan utilizándose palabras y palabros masculinas y masculinos que engloban a ambos y a ambas. Por ello hay que dictar normas y normos para sustituir en los juzgados y juzgadas, ministerios y ministerias y demás organismos y organismas, los términos y términas masculinos y masculinas por equivalentes y equivalentas en neutro y neutra. Así nadie se sentirá ofendido y ofendida y todos y todas se darán por incluidos e incluidas. Diagnóstico: estupidez.

Hay que eliminar el esfuerzo, la valía, la inteligencia, la diferencia personal entre los alumnos, para conseguir una sociedad más igualitaria, es decir, un igualadísimo rebaño de incapaces. Para conseguirlo, se exigirá lo mínimo y se aprobará a todo el mundo. Además, como la historia, la lengua, la literatura, la religión, la filosofía y las humanidades en general no sirven para nada, se valorará sobre todo saber multiplicar y dividir, apretar tornillos y tener soltura con ordenadores y videojuegos. Así estarán preparados para el mundo de las nuevas tecnologías, que es lo que cuenta.
Diagnóstico: barbarie.

Siga poniendo ejemplos usted mismo, progresista lector. Es exacto e infalible como una regla matemática.



Jesús Laínz





“Un centenar de millones de seres humanos pagaron con su vida esta obsesión de la izquierda por crear el 'Hombre Nuevo', despreciando al hombre real": VER EN:
http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/opinion/tentacion-totalitaria-20110122?page=5#comment-838250

"No hay nada más español que decir que no lo eres y preferir ser cabeza de ratón que cola de león"