EL Rincón de Yanka: LIBRO "QUERIDO ALUMNO, TE ESTAMOS ENGAÑANDO": UN SINCERO Y NECESARIO ANÁLISIS DEL SISTEMA EDUCATIVO Y DE LA UNIVERSIDAD 🏫 por DANIEL ARIAS ARANDA

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Es mas fácil amar a la humanidad en general que al vecino.



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martes, 18 de marzo de 2025

LIBRO "QUERIDO ALUMNO, TE ESTAMOS ENGAÑANDO": UN SINCERO Y NECESARIO ANÁLISIS DEL SISTEMA EDUCATIVO Y DE LA UNIVERSIDAD 🏫 por DANIEL ARIAS ARANDA


QUERIDO ALUMNO,
TE ESTAMOS 
ENGAÑANDO
🏫
UN SINCERO Y NECESARIO ANÁLISIS 
DEL SISTEMA EDUCATIVO Y DE LA UNIVERSIDAD

Una propuesta para enfrentar los problemas del sistema educativo.

«Hoy me dedico a engañar más que a enseñar». Así rezaba la carta con la que Daniel Arias encendió en las redes un gran debate sobre nuestros jóvenes y nuestro sistema educativo. Este libro, en cambio, no engaña a nadie. Tras veinte años de experiencia docente, el catedrático madrileño es claro, aunque inquietante: la actitud antiuniversitaria de muchos estudiantes, apresados por las redes sociales, los móviles inteligentes y demás herramientas digitales, hace que sea «el ciber» quien rige sus vidas y no al revés. El problema es grave porque estos alumnos no solo terminan por no poseer conocimientos dignos de su calidad de universitarios, sino que han perdido el interés en alcanzarlos; este se ha desplazado hacia el entretenimiento y la evasión crónicas. Y mientras tanto, «la sociedad disimula y mira para otro lado».

Con un mensaje sencillo, directo y práctico, capaz de conectar toda la comunidad educativa ?estudiantes incluidos?, el autor nos da las claves que nos han hecho llegar a este punto y nos acerca a la realidad en las aulas a día de hoy. Además, nos propone acciones «incómodas» para solventarlo y romper el paradigma actual. ¿Seremos lo bastante valientes como para llevarlas a cabo?

PRÓLOGO

Daniel es la razón por la que la libertad de expresión existe. Una libertad de expresión que de­ biera ser el mascarón de proa de todo el sistema universitario español, máxime viniendo este de una dictadura en la que fue despiadadamente aplastada. Una libertad de expresión conce­bida para permitir que otros disientan, sin consecuencias para su vida, integridad o libertad, como era costumbre en los antiguos regímenes, no para respaldar solo las opiniones concor­dantes con cada coyuntural poder. Nació para defender la verdad, una de cuyas características principales es que, en ocasiones, duele hacerle frente.

La verdad es a menudo el elemento incómodo de la vida. El reflejo imborrable de lo que no queremos afrontar. La modesta némesis de lo que ansiamos deseable. Pero, a la vez, también es la cara oculta de la conciencia, el único augur de los futuros posibles, el mecanismo de alarma necesario para no sucumbir a las pasiones más destructivas.

Por ello este no es un libro cómodo, pero sí necesario. Porque la alternativa a la existencia de una cura -por agresiva que pueda ser- es que triunfe el mal que desde hace tiempo viene acuciando a una sociedad que, como los avestruces, solo sabe reaccionar escondiendo la ca­beza ante una bestia próxima, que no desaparecerá porque se la deje de mirar a los ojos. Este mal, extendido por toda la civilización occidental y ya denunciado hace siglos por Erasmo, es la ignorancia, en este caso la deliberada y elegida, erigida en motivo de orgullo, camiseta de moda y eslogan de precampaña, y que se autolegitima disfrazándose de derecho de opción. 

La ignorancia orgullosa de serlo, pacata, vaga y justificada por un sistema burocratizado ad nau­ seam, en que se iguala por abajo, se premia la pasividad y se atacan tanto la cultura del es­ fuerzo como el rigor, tachando dichas virtudes de reaccionarias y lesivas de derechos de re­ ciente creación e imposible garantía. Porque, en una sociedad globalizada en que los datos más íntimos se mercadean en paraísos informáticos, lo que al final se impone es la realidad de un mundo sin límites en que las empresas buscan a los profesionales entre candidatos de hasta 195 países distintos en un sistema de libre competencia. Y, la verdad sea dicha, no preparar a nuestros alumnos para un mundo así y contarles que todo está bien, que no va a pasar nada, es un engaño que constituye el núcleo de esta obra.

Porque las verdades son como las gotas de lluvia: caen del cielo y pueden molestar, pero nutren los cimientos de la creación, limpiando y reparando la tierra donde debieran crecer los frutos del futuro. Porque verdad es que todos morimos. Que odio y amor comparten idéntico grado de pasión. 
Que todo déspota sufrió una vez algún tipo de abuso. 
Que el fin de algo no conlleva que lo que preexistió antes fuera malo. Y verdad es, también, que nada se regala. 
Que toda meta que vale la pena requiere un esfuerzo previo. 
Que solo la cultura alberga la posibili­dad de que cada uno tenga su propio espíritu crítico. 
Que una persona que piensa es el arma más poderosa. Todas verdades como puños, de esas que, en realidad, no necesitan puño alguno para triunfar porque, con el tiempo, triunfan solas. La verdad, igual que la cultura, es la única arma que puede derrotar al Leviatán. La única aliada del tiempo, la que camina de la mano de Cronos y no teme a Término.

Este libro habla de una verdad concreta, no por evidente menos discutida. Una verdad que ha de ser expuesta, como la de ese emperador del cuento, cuya desnudez solo gritó un niño que tuvo la inocencia de verbalizar lo que todos veían pero que el miedo impedía compartir.

La verdad es que el emperador lleva tiempo caminando desnudo por la avenida principal. No temamos aunar nuestras voces para proclamarlo. No miremos hacia otro lado, porque la peor ignorancia es la que se enorgullece de serlo, amparada por poderes que la fomentan porque sa­ ben que una persona con espíritu crítico y capacidad para expresar sus disensiones es más peli­grosa que un batallón de guerrilleros. Y, por eso, los guerrilleros que este libro intenta reclutar son los que luchan con las únicas armas que nunca se encasquillan ni quedan sin municiones, las más peligrosas para los déspotas: el conocimiento y la razón. Armas que solo se pueden ad­quirir en centros de conocimiento comprometidos con convertir a sus alumnos en personas ca­ paces de interactuar en un mundo hostil, merced a una formación exhaustiva, rigurosa y ba­sada en el esfuerzo, la constancia y, sobre todo, la experiencia de que cada vez que nos cae­mos, nos levantamos más fuertes.

Somos los guardianes de nuestros hijos, de las generaciones futuras. Siempre lo seremos, hasta el último día. Y eso conlleva una obligación, básica hasta el punto de encontrarse positi­vada en el artículo 154 de nuestro Código Civil. Respecto a sus hijos, los padres están obliga­ dos a «educarlos y procurarles una formación integral». No es una posibilidad, ni una elección de los padres. Es una obligación para con sus hijos. Y el nivel de sendas educación y forma­ ción (que, además, han de ser integrales) lo marca cada época desde un matiz teleológico. El nivel de educación ha de ser aquel que permita a los hijos desenvolverse autónomamente, ser capaces de subvenir a sus propias necesidades sin la intervención de terceros. Por eso es un concepto que depende de cada época y que debe adaptarse a las características -y exigencias- de la misma.

Sin embargo, el mundo en que nuestros hijos serán mayores no va a ser un mundo fácil en el ámbito laboral. Un mundo sin fronteras. Con movilidad universal. Con los datos más ínti­ mos sobre salud, convicciones y gustos expuestos en las redes, a veces merced al afán de lo­ grar un like más en la enésima red asocial. Y, como se viene incluyendo desde hace relativa­ mente poco tiempo, con el más cmel, impostergable y despiadado de los competidores: la inte­ligencia artificial. Una inteligencia artificial que, en un giro diabólico, es utilizada por el alum­nado para hacer más livianas sus tareas escolares y universitarias -mediante el ChatGPT, por ejemplo, o los diversos programas para crear textos, arte o música-, lastrando así el desarro­llo de las capacidades intelectuales indispensables. De tal modo, el uso indebido de la inteli­ gencia artificial impedirá, en la fase formativa, el desarrollo pleno de las capacidades intelecti­ vas, creando aspirantes mal preparados que, cuando intenten acceder al mercado de trabajo, se volverán a encontrar con esa herramienta que en apariencia les ayudó en su día, pero que esta vez es un competidor laboral imbatible. Por eso es imperativo prestar una especial atención a la calidad de la educación. Porque en el mundo que espera a nuestros hijos, solo aquellos que cuenten con autonomía de pensamiento, reflexión, resolución y respuesta podrán operar en él.

Despertemos y luchemos con estas armas en un mundo de bloques, corporaciones e inteli­gencia artificial que no recordará a quienes no fueron formados para sobrevivir en él.

LUIS FERNÁNDEZ ANTELO
MAGISTRADO ESPECIALISTA DEL ORDEN 
 CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVO
EX LETRADO DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL
DOCTOR EN DERECHO


PREFACIO

Cuando publiqué el artículo «Querido alumno universitario de grado: te estamos engañando» en Linkedln jamás me imaginé la difusión que tendría. En él, ponía de manifiesto algunas de las debilidades del sistema universitario y exponía algunas medidas para mitigarlas. El revuelo mediático fue tal que durante semanas se habló ya no solo de los problemas de la universidad, sino del bajo nivel de la primaria y la secundaria en nuestro país. Recibí (y aún sigo reci­biendo) cientos de comentarios con reflexiones profundas de las que he aprendido muchísimo, la inmensa mayoría con ánimo constructivo, incluso aquellas que disentían de mi opinión. A todos los que me leísteis: gracias de corazón.

La acogida de mi artículo, que podéis encontrar al final del libro, en la página 247, me des­pertó varios sentimientos. El primero, de satisfacción al darme cuenta de que la educación uni­versitaria preocupa a tantas personas. El segundo, de asombro, pues ni por asomo pensaba que este tema se pudiera viralizar. Y, el tercero, de perplejidad al leer algunos comentarios ofensivos.

Aunque, como he comentado antes, la gran mayoría de las interacciones fueron respetuo­ sas, no pude librarme de la virulencia de algunos. No es mi intención dedicar espacio a los ha­ters, a aquellas personas que buscan hacer daño desde la trinchera del anonimato. Sin em­bargo, recibir en primera persona su odio me ha servido para reafirmarme en mi visión. Si a mí, que tengo la piel curtida de cinco décadas en estos lares, no llegaron a ofenderme pero lo­graron inquietarme, ¿cómo pueden afectar a una persona vulnerable o a alguien más joven? Recibir mensajes de este pelaje es una de las cosas más horribles que le puede suceder a un chaval que aún esté formando su personalidad. La intención es hundir el cuchillo donde más puede doler, eso sí, a ciegas.

Las redes sociales mal utilizadas nos pueden hacer caer en su visión sesgada y errónea de la realidad. No descubro nada nuevo si afirmo que su negocio se basa en atrapar nuestra aten­ ción y mantenernos inmersos en su mundo artificial. En ellas, la falacia del hombre de paja está a la orden del día. Se trata de escoger un objetivo, ridiculizar su imagen reduciendo su esencia al estereotipo que se quiera atacar y, poco a poco, una jauría se unirá al acoso y derribo por el mero placer de clavar el diente, sin preguntarse nada sobre la víctima. Son los instintos más primarios llevados al extremo en la era de la tecnología. El problema es que esto no se queda en las redes y que no es anecdótico. 

¿Qué haces cuando sabes que tu opinión puede ha­cer peligrar tu integridad? ¿Por qué hay tantos estudiantes brillantes que se autocensuran? 
En teoría de juegos, diríamos que la estrategia de «callar y pasar desapercibido» es la única que tiene esperanza positiva en estos casos, y me entristece que sea así. Ciertamente, hay que ser muy valiente para destacar entre la mediocridad y sacar la cabeza sabiendo que te arriesgas a la vejación en el ciberespacio y, por extensión, fuera de él. A pesar de todo, no me cansaré de defender la importancia de poder expresar opiniones bien argumentadas, sobre todo en etapas formativas. Lo hablaré en profundidad a lo largo de este libro, pero ya te lo avanzo aquí: una de las lacras de nuestro sistema universitario es que los estudiantes no saben comunicarse (solo falta que, cuando lo hacen, sus opiniones sean blanco de insultos).

Traté de dar respuesta a todos los comentarios que recibió mi artículo, pero la avalancha me superó. Por eso era necesaria una reflexión mucho más amplia, que es la que da sentido a este libro. Por ejemplo, en el artículo comentaba que si un alumno va a una exposición en chándal o leggins no «sabe estar» y no respeta la institución universitaria. Sabía de antemano que esta opinión iba a generar polémica. El argumento en contra es facilón: «¿Quién es usted para decirme a mí cómo tengo que vestir?». Aquí va mi defensa.

A los profesores se nos repite continuamente que hemos de impartir una formación inte­gral. Se llaman competencias y las hay de varios tipos, que no voy a extenderme a desarrollar aquí. Una de ellas establece que el alumno ha de «conocer y aplicar las herramientas para la búsqueda activa de empleo y el desarrollo de proyectos de emprendimiento». Cuando una prueba de evaluación consiste en realizar una presentación, se trata de simular una situación real que los alumnos se pueden encontrar en su carrera profesional. Yo estoy ahí, como profesor de management, para guiarles y explicarles que las empresas tienen un código de vesti­menta, y que no puedes presentar tus resultados o ir a una entrevista de trabajo enseñando el ombligo o vestido como un cantante de trap. Podría callarme y dejarlo pasar. A nivel personal, me importa un bledo cómo vista cada uno. Sin embargo, si estudias dirección de empresa y as­piras a ser un ejecutivo en el futuro, tienes que empezar a pensar y a vestirte como tal. Es parte del proceso de aprendizaje. En tu casa puedes ir en bata y pantuflas, pero en una presentación en la universidad y en una entrevista de trabajo, no.

¿Pero qué ocurre si el alumno que venía en chándal a hacer la presentación se queja al de­ fensor universitario? 
Que le darán la razón porque yo no tengo ningún tipo de autoridad a ese respecto. Mis exigencias, entonces, quedarán desparramadas sobre la tarima de la clase, y otros se encargarán de pisotearlas. Me sentiré un defraudador y le diré al alumno en cuestión: «Tienes razón, no tengo derecho a decirte cómo tienes que vestir. Mañana, si quieres, vente de Rosalía».

Muchos de los lectores me preguntaron cómo se puede revertir esta situación generalizada de desdén. El gobierno de la universidad se encuentra en una encrucijada complicada. La reali­dad es que, si quieres ganar unas elecciones a rector, desmarcarte del sistema actual es muy arriesgado. Cualquier programa electoral que incluya una sola de las medidas descritas en el artículo (que van desde dar más competencias al profesorado hasta limitar el uso de la tecnolo­gía en el aula) se convertirá en papel higiénico. Las huestes de según qué asociaciones de estu­ diantes se te echarán encima, al igual que los sindicatos. El profesorado, aun estando de acuerdo con tu programa, no te apoyará porque te verá como un perdedor y tendrá miedo a represalias.

Las empresas prosperan porque llevan a cabo una selección de su equipo directivo y, si los resultados no son los esperados, se renueva y se busca a los mejores. La universidad no. Si quieres ganar unas elecciones, has de contentar a todos. A fin de cuentas, la masa mayoritaria de tu electorado desea la quietud. Los profesores no quieren problemas, los alumnos quieren aprobar de forma fácil, los sindicatos quieren manejar su corral y el Personal de Administra­ción y Servicios (PAS) quiere trabajar de ocho a tres sin demasiadas complicaciones. Prométe­les eso y serás alzado a los cielos.

Si queremos devolver a la institución su brillo y salir de este ciclo infinito de mediocridad, con la nueva ley de universidades en la mano, necesitamos rectores valientes que tomen deci­ siones necesarias siendo conscientes de que van a tener que lidiar con la resistencia al cambio. Con su esfuerzo, dejarán un legado libre de engaños, pero también alisarán el terreno del can­ didato populista de turno que se presente a las siguientes elecciones... y vuelta al engaño. No soy catastrofista, soy realista.

Para revertir la situación de decadencia de la universidad no basta con un rector motivado. Solo podremos avanzar cuando haya un alumnado comprometido con su formación, un profe­ sorado con vocación docente y que disponga de los mecanismos necesarios para tomar deci­ siones y asumir riesgos, y un personal ágil y formado que comprenda que su trabajo vertebra la universidad.

No son mis frnstraciones laborales las que motivan que escriba estas páginas, sino la enorme cantidad de personas que se conmovieron con mis palabras y que me pidieron más: más respuestas, más soluciones, más verdad. Somos muchos los que queremos una educación mejor. Mi objetivo es que este libro invite a la reflexión y al análisis, pero también a la bús­queda de alternativas. Para nada trato de resolver todos los problemas, que son muchos, del sistema educativo en nuestro país. Para eso, hace falta mucho más que un libro.

Pero por algo hay que empezar.