POPULISMO
Hoy se acusa de populista a todo el que defiende el sentido común. Quieren velar con ese descalificativo que en las democracias occidentales se ha consumado la ley de hierro de la oligarquía, de modo que cualquier descripción de ese grupo oligarca como élite o casta o similar se califica de populista. Una oposición ad hominen para que no se repare en la verdad: que realmente la democracia ha dejado de serlo y todo lo deciden los miembros de esas élites, agrupados en partidos políticos, sindicatos y grupos empresariales afines al poder. Los demás no somos nadie.
Para descalificar la descripción utilizan criterios anticuados, como si las cosas no hubieran cambiado en cincuenta años. Hoy, Trump no es populista, o no lo es más que Von der Leyen, Macron, Scholz o Sánchez o cualquier otro de los que podamos pensar como ejemplo del político europeo perfectamente implicado en el sistema. Pero es más, éstos, además de igual de populistas son, para colmo, autoritarios, como demuestran sus hechos, por más que se les llene la boca de la palabra democracia. Tal vez hace años no hubiéramos pensado lo mismo de Willie Brandt o Helmut Khol, pero a los actuales dirigentes no hay que juzgarlos por sus palabras, sino por sus hechos, y éstos no mienten.
Han practicado una división maniquea de la sociedad (islamófobos, negacionistas del cambio climático...), utilizan liderazgos carismáticos (aunque sus líderes sean ridículos), propagan demagogia y promesas simples, desafían la división de poderes, atacan la libertad de expresión de todo lo que se sale del marco institucional que han violentado, invaden todas las instituciones, buscan un intervencionismo estatal desaforado (como se demostró durante la pandemia sin que se haya retrocedido realmente en la pérdida de derechos), utilizan la maquinaria estatal para imponerse, reforzando así su control sobre la sociedad, acuden a subvenciones y subsidios para cautivar masas de votos, atacan y vulneran cada día la propiedad privada, hasta el punto de que hoy, en Europa, no existe realmente; atacan el capitalismo y los escasos mercados desregulados que quedan, predican un igualitarismo empobrecedor y alientan la invasión migratoria de millones de personas de cultura incompatible con nuestra civilización; provocan incrementos insoportables de violencia que tiene que soportar la población, y esconden sus ataques bajo la excusa de la justicia social, que ni es justicia ni es social para justificar la exacción y la pérdida de libertades y se incrementa el autoritarismo. ¿En qué se diferencian hoy, en lo esencial, de los programas bolivarianos de Hugo Chávez de hace veinte años?
Nos dicen que la democracia es incompatible con el populismo, pero es otra mentira. La demagogia es la consecuencia ineludible de la democracia y la demagogia siempre y en todo caso acaba en el populismo. Se nos intenta convencer de lo contrario, diciéndonos a través de sus medios propagandísticos que la esencia de la democracia es el pluralismo, pero ocultan que fomentan un estrechamiento del pluralismo que lleva a que hoy sean indistinguibles, en la práctica, las políticas de la socialdemocracia y de la "derecha" europea. Incluso presumen de votar lo mismo el noventa por ciento de las veces.
La democracia es sólo partitocracia. Y las élites que conforman los partidos creen que sólo desde políticas populistas mantendrán el poder (inspirados por unas sociedades que a fuerza de promesas y sustento estatal han asumido el discurso). Intentan desviar el foco acusando de populista a un liberal extremo como Milei, cuando tanto su discurso como sus políticas son justo lo contrario del populismo: recortes, negación de subvenciones y subsidios, libertad de mercados, ausencia de regulaciones...
Por supuesto, cuando se está contra la inmigración masiva se es populista de derechas en el caso de Alternativa por Alemania, pero se es progresista cuando el mismo discurso lo hace Otegui.
Una política populista es aquélla que proporciona a la población un mensaje sin una explicación analítica, destinado a que la deje emocionalmente satisfecha. Un ejemplo perfecto es el discurso del gobierno español sobre el problema de la vivienda. Sánchez ha defendido el impresentable modelo de zonas "tensionadas" de Cataluña como política a seguir en todo el país, cuando lo cierto es que los propios datos del Ministerio del ramo indican que ha sido un fracaso (como no podía ser de otra manera). No importa la verdad, sólo que grandes masas se sientan satisfechas con el mensaje, aunque éste sea irreal, falso o directamente contraproducente.
Si en Europa nadie puede discutir que quien gobierna es una élite ajena por completo a las necesidades y deseos de la población, protegidos por el poder y la impunidad que les otorgan los mandatos representativos, que no les vinculan a lo que prometen si no les interesa, también en España nos gobierna el populismo.
Se dice que los partidos populistas son únicamente Podemos (y Sumar) o Vox, pero no es cierto. Podemos y Sumar son comunistas y Vox ahora es falangista. El PSOE es el partido más populista de España, como prueban sus discursos y sus políticas. De un populismo bolivariano cada vez más acentuado. Pero también el PP ha caída en la trampa, en su confusa y estúpida carrera de no quedarse atrás ante al PSOE, y asume actualmente grandes conjuntos de soluciones populistas inspiradas en su día por el PSOE: vivienda, políticas de subvenciones, de "justicia social", etc.
El populismo siempre es socialista. Habrá quien lo niegue, pensando en partidos como Alianza Nacional de Francia o Alternativa por Alemania, que son, supuestamente, de derechas, pero son partidos que defienden el estatismo a rajatabla y las medidas "sociales" y la exacción estatal con la excusa del reparto de la riqueza, que no consiste sino en concentrar el poder. Cierto que se oponen a la inmigración masiva, pero esto es legítima defensa frente a los ataques que las élites han venido perpetrando contra nuestra civilización y nuestra cultura. Y todos son profundamente anticapitalistas, tanto los populistas de izquierdas como los de derechas, diferenciándose sólo en el grado de dirigismo estatal de la economía y del resto de ámbitos de monopolio estatal: educación, sanidad, política industrial, de energía, políticas ambientales...
Por supuesto, todo populismo, como todo socialismo, tiende al totalitarismo. Los ejemplos son innegables: la élite política europea no se corta ya en pedir limitaciones severas a la libertad de expresión y a la libertad de emprendimiento empresarial, por poner sólo unos ejemplos. Starmer en Reino Unido es un autoritario de manual y el ejemplo más palmario es Hugo Sánchez, el populista bolivariano que sufrimos en España, que está llevando al país a la bancarrota moral, política y económica. Pronto España no será sino una ruina. Si Europa hoy no pinta nada en el mundo, España es una auténtica boñiga en el panorama internacional, despreciada por cualquier país serio.
De la ilusión de democracia, en tan sólo cuarenta años hemos pasado a recuperar lo peor de nuestra historia: el fanatismo, la corrupción como medio de ejercicio de lo público, el autoritarismo más extremo y zafio. La historia se repite como farsa, como pantomima, grotesca y triste como la máscara de un mimo. Estamos replicando la historia reciente de Venezuela y lo estamos permitiendo. Nadie podrá decir muy pronto que no lo merecimos.
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