EL Rincón de Yanka: LIBRO "PRESIDIO: LA HISTORIA DOCUMENTADA DE 300 AÑOS EN LA FRONTERA NORTE" por JORGE LUIS GARCÍA RUIZ

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Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos.



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sábado, 22 de marzo de 2025

LIBRO "PRESIDIO: LA HISTORIA DOCUMENTADA DE 300 AÑOS EN LA FRONTERA NORTE" por JORGE LUIS GARCÍA RUIZ

 PRESIDIO

La historia documentada de 300 años
en la Frontera Norte

Jorge Luis García Ruiz

La presencia española en el territorio de lo que ahora son los Estados Unidos de Norteamérica se mantuvo trescientos años. El binomio presidio-misiones fue la piedra angular de su conquista, cristianización y defensa, tanto de la amenaza interior representada por los indios, como de la exterior a cargo de otras potencias. Al principio, los presidios se establecieron cercanos a las misiones, para poder auxiliar en caso de necesidad, pese a que los frailes nunca aceptaron la interferencia militar en sus establecimientos. Esta política de misiones y presidios fue un éxito en la consolidación de los territorios próximos a la Ciudad de México pero, al extenderse al norte y entrar en contacto con poblaciones indias menos civilizadas y más agresivas, este avance se ralentizó hasta detenerse totalmente al norte del río Grande por la presencia de los apaches. La Corona española trató de integrar a las poblaciones indígenas en la hispanidad como sus súbditos, lo que requirió de la promulgación de un gran número de leyes, reglamentos y ordenanzas que generaron un gran volumen de correspondencia burocrática. En la realización de esta obra se ha contado con los documentos originales procedentes principalmente del Archivo General de la Nación en Ciudad de México, el Archivo General de Indias en Sevilla, y los no menos importantes Archivo Franciscano y el Jesuita. Se han recuperado documentos prácticamente desconocidos, o inéditos, sobre los inicios del sistema presidial, que diversificarán el conocimiento que se tiene sobre él y su importancia en la hispanización y cristianización de Norteamérica.
PRÓLOGO

Los momentos trascendentales de la historia universal tuvieron cronistas, escritores que recopilaron hechos dignos de ser recor­dados. Bemal Díaz del Castillo relató la conquista de México, ha­ciéndonos sentir parte de las huestes de Cortés en aquella fascinante aventura humana en la que el mundo, tal como se conocía, cambió para siempre. Otros acontecimientos, quizá no tan relevantes en un primer momento, tuvieron también sus cronistas, narradores que incluso participaron en los hechos y que bien fueron soldados, geógrafos, legistas o religiosos, mestizos o indios, que transmitieron, con más o menos arte, la difícil conquista que siguió a La Conquista. La relevancia de esta eclipsó totalmente a la que vino después. Pero fue solo gracias a un es­fuerzo épico, continuado y sostenido a lo largo de varios siglos que Es­paña logró avanzar en la conquista, la colonización, la pacificación y la cristianización delos pueblos nativos al norte de la ciudad de México.

En este esfuerzo, titánico y ambicioso, muchos hombres y mujeres fueron protagonistas anónimos a quienes les tocó vivir momentos en lu­ gares difíciles en los que cualquier actividad, por peregrina que fuera y que hoy realizamos casi de manera inconsciente, supuso para ellos un sacrificio trascendental. La ciudad de Santa Fe, hoy capital del estado de Nuevo México, se encontraba a casi 2.500 kilómetros de la capital de la Nueva España, una distancia similar a la que existe hoy entre Madrid y Berlín, trayecto en el que se empleaban no menos de cinco meses, a lo­mos de una mula o caminando por los territorios más peligrosos que se conocían, pudiendo perder la vida en cualquier momento, ya fuera por el ataque de los indios o por cualquier enfermedad o accidente. A veces, dormían confortablemente, si se puede hoy describir como tal, en los ca­mastros de una misión o en un puesto de soldados presidiales, pero, las más de las veces, lo hacían a la intemperie, expuestos e indefensos frente a los más variados peligros.

Aquellas hazañas anónimas e históricamente silenciosas supusieron un coste incalculable en vidas humanas. Vidas que los cronistas contri­buyeron a recordar con mayor o menor éxito pero que, en muchas oca­siones, quedaron opacadas por la comparativa irrelevancia de sus actos frente a los grandes eventos trascendentales de la historia del conti­nente. Así, decenas de crónicas, llenas de vida y de muerte, de fe y de ambición, de alegrías y de tristezas, quedaron olvidadas en inmensos y dispersos archivos, perdidas entre la ingente cantidad de documentación y lo hace de manera disciplinada y rigurosa, sin separarse un centímetro de lo escrito por los cronistas. Pero al mismo tiempo que re­ fleja su contenido, desea dejar constancia de los términos, expresiones o palabras que los autores eligieron en su momento porque, como bien dice, muchos de ellos son insustituibles.

Y así, de este modo, desde las fuentes y a través del estudio de los do­cumentos originales, nuestra lectura, a lo largo de sus páginas, nos con­vierte en testigos de los más diversos avatares de la enorme empresa que fue la conquista del territorio norteamericano. Una aventura casi quijo­tesca en la que los soldados de las compañías presidiales ejercieron un papel determinante.
Sin ellos no hubiera habido conquista ni colonización ni tampoco pa­cificación, condición previa y necesaria para la posterior cristianización. Sin duda, nada de esta última se hubiera logrado sin el trabajo pacifica­dor, negociador y conciliador en muchos casos, de los presidiales frente a las múltiples tribus indias, indómitos habitantes de las Indias occidentales.

De esta manera, y a través de esos documentos perdidos, el autor consigue hilvanar una narrativa cronológica y lo hace con un lenguaje sencillo, asequible, cercano y a veces llano, como el que utilizaban las gentes de la época. Desea, y es de admirar, mantener el mismo tono de los que nos cuentan su historia y, al mismo tiempo, alcanzar a todos los públicos, no solo a una élite erudita a la que parece ir destinada gran parte de la producción historiográfica. En definitiva, estamos ante una narrativa rica en anécdotas, retratos,incidentes y conclusiones agudas y oportunas que cambiará, seguramente, la perspectiva de los lectores so­bre muchos aspectos de nuestra historia, aspectos estos que, lamenta­blemente; han sido tergiversados en demasiados casos en el imaginario colectivo que la industria de Hollywood ha venido imponiendo.
El cine que nos ha llenado de estereotipos, de superhéroes y de su­pervillanos, que nos ha mostrado un mundo en el que todo es blanco o negro, bueno o malo, no contempla la realidad como fuente de inspira­ ción ni a la realidad humana, con sus heroicidades y con sus miserias.
No obstante, estoy segura de que con la lectura de esta obra no ten­dremos que recurrir a la inventiva fantástica. En Presidio están todos los personajes representados. Unos personajes que, además, fueron seres reales, de carne y hueso, que muy bien podrían ser protagonistas estela­res en la más taquillera de las obras cinematográficas.
Dicen que entre prologuista y autor puede o debe existir una rela­ ción, al menos, de cierta complicidad. En esta ocasión me ha correspon­ dido escribir estas líneas,pero además, estoy convencida como lectora y amante de la historia, de que la obra de Jorge Luis García Ruiz, a la que "Presidio" viene a sumarse desde estas páginas, contribuirá, sin duda, a un mejor y más amplio conocimiento de la historia de España en este conti­nente y servirá para poner un significativo grano de arena en la preser­vación de nuestro legado histórico y cultural, una herencia que no solo enriquece nuestro pasado y nuestro presente como nación sino que también ilumina la comprensión del complejo mundo en el que vivimos.

Julia Olmo, 
Cónsul General de España en Houston.





INTRODUCCIÓN

Solo unos pocos académicos norteamericanos conocen el in­menso volumen de la documentación que el Imperio español ge­neró a lo largo de su historia. La realidad es que son pocos porque la tónica siempre ha sido la de ignorar su existencia, a veces de forma consciente y otras también inconsciente, apoyando con ello la política de no reconocer la presencia hispana en la zona, lo que justificaría el «destino manifiesto» de expansión hacia el oeste por parte de los Esta­dos Unidos de América en territorios vírgenes de posesión europea, siempre según la narrativa por ellos creada.

En aquellos momentos de expansión, en lo que ellos denominan «la conquista del oeste», la existencia de indios era ignorada, siendo consi­derados como una parte más de la animalia del continente, sin derechos ni títulos de propiedad, una especie invasora que debía ser erradicada. El gran problema para consumar tal aniquilación era que, casi desde el mo­mento de la conquista española a principios del XVI, pero sobre todo en las décadas siguientes, la legislación española otorgaba derechos a los indios y, aunque algún conquistador con nombres y apellidos incumplió las leyes, siempre fue perseguido, enjuiciado y encarcelado. La aplica­ción de las leyes produjo una enorme cantidad de documentos y escri­tos, digna dela más alta burocracia que los tiempos hayan visto.

Al inicio de la población de la frontera norte, los presidios se estable­ cían en un punto cercano a las misiones, un lugar próximo desde el que poder auxiliar rápidamente en caso de necesidad. Aunque los frailes nunca aceptaron la interferencia militar en sus establecimientos, redu­ciéndose a un soldado o a lo sumo dos, que vivían dentro de los muros de la misión y a los que se llamaba mayordomos. Su misión era la de servir de enlace entre el presidio y la misión, inspeccionar las defensas del re­cinto, e instruir a los residentes en el manejo de las armas y la defensa de la posición.

Esta política de misiones y presidios fue un éxito en la consolidación de los territorios próximos a la ciudad de México, pero cuando el sistema expandió su red hacia el norte, se inició el contacto con naciones indias menos civilizadas, mucho más agresivas y activas, que causaron enor­mes problemas al crecimiento de la Nueva España. Problemas que alcan­zarían su máximo al norte del río Grande con los apaches, quienes frena­ ron totalmente la expansión. Los primeros años de contacto se saldaron con infinitos escarceos y enfrentamientos. Durante la segunda mitad del siglo XVIII el único progreso territorial se produjo en la Alta California, precisamente donde los apaches no tenían presencia.

Los apaches estaban en guerra con todas las demás naciones indias, aunque su máximo enemigo fue la nación Comanche. Tras sufrir una sangrienta derrota frente a estos, no tuvieron más remedio que buscar otros territorios más al sur, adentrándose en la Nueva España, aumen­tando el contacto y el conflicto con los españoles. Para mediados del si­glo XVIII la situación era insostenible. La política de conversión de los apaches había fracasado completamente y todos los territorios al norte del río Grande estuvieron a punto de perderse. Los indios campaban a sus anchas y los soldados presidiales poco podían hacer frente a esto, mal equipados, peor pagados y siempre en escaso número, no podían ha­cer más que defender poblaciones y ranchos, haciendas y misiones. Para colmo de males, todo esto sucedía en un momento en el que otras poten­ cias europeas comenzaban a expandirse por América dando lugar, a fi­nales de siglo, a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, lo que vendría a modificar la geopolítica de la zona.

La presencia española en Norteamérica se mantuvo durante tres­ cientos años, y durante gran parte de ese tiempo el presidio fue la piedra angular dela defensa del territorio, no solo de la amenaza interior repre­sentada por los indios hostiles, sino de la exterior, de las potencias que ansiaban los territorios españoles de ultramar. Tres siglos en los que la institución presidía pasó, de una primera fase en la que la milicia popu­lar era el elemento dominante, a una segunda de ejército profesional, y a una tercera dominada por los diferentes reglamentos impulsados por la dinastía borbónica, que intentaban equiparar a los soldados de la Nueva España con el resto de los ejércitos españoles en Europa. El primer regla­mento impulsado por el brigadier general Rivera en 1729 fue un desas­tre, y causó más problemas de los que solucionó. Habría de esperarse a los últimos años de ese siglo, con diferente situación geopolítica, para que el último reglamento tuviera un efecto mayor.

La evolución del presidio se muestra a lo largo de esta obra, estructu­rada de forma cronológica en los documentos que relacionan, tanto la hispanización del territorio entre la Ciudad de México y la actual fron­tera internacional, como el paso al actual territorio de los Estados Uni­dos de Norteamérica en los tres ejes principales que se siguieron. El pri­mero en el Nuevo México a finales del siglo XVI, el segundo en Tejas, con inicio cien años después y consolidación a principios del XVIII, y el último en la Alta California como continuación natural de lo hecho en Sonora, Arizona y la Baja California.

En la realización de esta obra se ha contado con los documentos ori­ginales existentes en los archivos más grandes como el Archivo General de la Nación en Ciudad de México, el Archivo General de Indias en Sevi­lla, y otros no menos importantes como el Archivo Franciscano y el Je­suita. La mayoría de los documentos han sido extractados, teniendo en cuenta la verborrea formal y legal que caracterizó siempre a los docu­ mentos españoles de época, y que es de poco uso e interés para el lector. En otros casos han sido resumidos, cuando la claridad expresiva del es­ cribano no era una de sus cualidades, no hay que olvidar que la forma­ ción de quienes escribían estos documentos no siempre era la mejor.

En cuanto a la bibliografía, son varias las obras que tratan este parti­ cular capítulo de la historia española, si bien es cierto que la mayoría ahonda en unos pocos documentos, principalmente del siglo XVIII ya co­nocidos por todos. En este libro, se muestran otros documentos menos conocidos sobre los inicios del sistema presidial en América, que aporta­rán diversidad al conocimiento que se tiene sobre él y sobre la importan­cia que tuvo para la hispanización y cristianización de Norteamérica.

Por lo que respecta a la parte técnica, la transcripción literal de los documentos originales se representa con el uso de cursiva. La necesidad de espacio ha requerido el extractado de dichos documentos y la elimi­nación de algunas partes de ningún valor histórico o narrativo, sustitu­yéndolas por puntos suspensivos. En los documentos de difícil lectura por su gramática, ortografía o coherencia, se ha optado por hacer un re­sumen actualizando al español moderno, con el fin de hacerlos comprensibles.

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LA EPOPEYA EVANGELIZADORA EN NORTEAMÉRICA

Pasado y presente. Indios e indigenismo en U.S.A. Con Jorge Luis García