TRAGACIONISTAS
Hace apenas unas semanas, unas declaraciones de la actriz Victoria Abril sobre la plaga coronavírica y los remedios que se han arbitrado para contenerla provocaban gran escándalo entre los biempensantes que babean de fascinación idolátrica cuando cualquier actor famoso pontifica sobre el cambio climático, o sobre el fascismo, o sobre cualquier otro asunto del que no tiene ni puñetera idea, ensartando topicazos sistémicos. Que es, por cierto, lo que hacen casi siempre los actores famosos: vomitar como loritos las paparruchas y lugares comunes que interesan a los que mandan, para obtener a cambio mejores contratos y el aplauso gregario de las masas cretinizadas.
Habría que empezar diciendo que la opinión de la actriz Victoria Abril sobre la plaga coronavírica tiene el mismo valor que –pongamos por caso– la opinión del actor Javier Bardem sobre el cambio climático. Sin embargo, las paridas y lugares comunes sobre el cambio climático que el actor Javier Bardem repite como un lorito desde las tribunas más encumbradas son consideradas dogma de fe por los biempensantes. Puede que la actriz Victoria Abril soltase también algunas paridas sobre la plaga coronavírica; pero, al menos, no prodigó los lugares comunes pestíferos que suelen soltar sus compañeros de profesión (más pestíferos cuanto más famosos son). Y, junto con algunas paridas y observaciones dudosas, Victoria Abril soltó también algunas verdades como templos que merecen nuestra consideración; y, en algunos casos, nuestro aplauso ante su valentía, pues por atreverse a pronunciarlas firmará en los próximos años menos contratos (que se repartirán las actrices que ensarten con mayor entusiasmo las paparruchas sistémicas que interesan a los que mandan). Por lo demás, las paridas y observaciones dudosas que Victoria Abril deslizó en sus declaraciones se pueden refutar tranquilamente, sin necesidad de desprestigiarla, como hacen los jenízaros del discurso oficial que pretenden convertirnos en ‘tragacionistas’; o sea, en botarates que se tragan las versiones oficiales y las repiten como loritos o actores comprometidos (con su bolsillo y con la bazofia sistémica circulante).
Sólo los tragacionistas se niegan a aceptar, por ejemplo, que China ha ocultado deliberadamente (con la ayuda impagable de los mamporreros de la OMS) los orígenes del virus. Sólo los tragacionistas se niegan a reconocer que la plaga coronavírica ha propiciado los más variopintos experimentos de biopolítica e introducido prácticas de disciplina social completamente arbitrarias e irracionales (empezando, por cierto, por el uso de mascarillas en espacios abiertos) que se ciscan en los tan cacareados ‘derechos’ y ‘libertades’ de las antaño opíparas y hogaño escuálidas democracias. Sólo los tragacionistas se niegan a asumir que la plaga ha sido utilizada como excusa por gobernantes psicopáticos para devastar las economías locales, provocando la ruina de infinidad de pequeños negocios, condenando al paro a millones de personas y favoreciendo la hegemonía de las grandes corporaciones transnacionales. Sólo los tragacionistas se niegan a discernir las burdas manipulaciones, medias verdades y orgullosas mentiras que han propagado nuestros gobernantes y sus voceros mediáticos durante el último año. Sólo los tragacionistas se niegan a discutir la eficacia de medidas restrictivas caprichosas y confinamientos desproporcionados que, además, han tenido altísimos costes sociales y económicos. Sólo los tragacionistas se niegan a admitir que las vacunas son una terapia experimental que se está administrando sin cumplir los plazos y los protocolos de seguridad establecidos y cuyos efectos secundarios no se han explorado suficientemente (aunque, desde luego, sus efectos bursátiles sean de sobra conocidos). Sólo los tragacionistas, en fin, se niegan a examinar todas estas evidencias, tal vez porque si lo hicieran tendrían que confrontarse con su estupidez gregaria y su sometimiento lacayuno a las consignas sistémicas.
Son estos tragacionistas, pues, los auténticos negacionistas, que con tal de sentirse abrigaditos en el rebaño renuncian a la ‘nefasta manía de pensar’. Pues el ‘negacionismo’, aparte de un empeño desquiciado en prescindir de la realidad, es también un anhelo gregario, una penosa necesidad de buscar protección y falsa seguridad en conductas tribales. Y no hay conducta más tribal que tragarse las versiones oficiales sin someterlas a juicio crítico, señalando además como réprobos a quienes osan ponerlas en entredicho. Tal vez esos réprobos suelten de vez en cuando alguna parida; pero al menos no regurgitan el pienso que se reparte a los borregos.
BAZOFIAS TRAGACIONISTAS
Hace unos días, un fantoche con chiringuito en Andalucía, chupóptero de todas las tetas partitocráticas, afirmaba que «el 72 por ciento de los pacientes andaluces en UCI» por coronavirus eran «negacionistas de la vacuna». Sus mismos cofrades de chiringuito tuvieron que salir a corregir la burda intoxicación (inmediatamente divulgada por la prensa sistémica), en la que no había respetado ni los porcentajes. Resulta que el 37% de los andaluces en UCI han recibido la pauta completa de lo que el fantoche sistémico llama «vacuna», mientras el 63% restante lo componen en gran medida sesentones a los que ya habían administrado la primera dosis de Astrágala y estaban esperando tan pichis la segunda, así como jovenzuelos a los que todavía no habían convocado.
La cruda realidad es que cada vez son más los vacunaditos y vacunaditas que terminan contagiados de coronavirus; la cruda realidad es que muchas de las personas que están muriendo en las UCIS de los hospitales españoles se habían sometido previamente a las terapias génicas experimentales. Si las personas que cada día fallecen por coronavirus fuesen «negacionistas de la vacuna» la propaganda oficial no haría sino repetirlo machacona e intimidatoriamente. No dicen ni pío sobre esta espinosa cuestión (con la complicidad servil de la prensa sistémica) porque saben perfectamente lo que está sucediendo; y se han juramentado en el silencio.
Cada vez son más los médicos y auxiliares sanitarios sometidos a la terapia génica experimental que contraen el coronavirus, algunos de forma virulenta Por lo demás, los datos procedentes de países donde la 'vacunación' está mucho más avanza da son descorazonadores. Mientras tanto, los 'expertos' sistémicos urden defensas cada vez más rocambolescas de las terapias génicas experimentales, con acompañamiento de gráficos cuquis, para concluir (con una palabrería digna de Feliciano de Silva) que, cuanta más gen te haya «vacunada>>, más porcentaje de «vacunados» habrá entre los contagiados; y que, cuando las cifras de «vacunación» se acerquen al 100%, los contagiados «vacunados» serán también casi el 100%. ¡Con un par de cojones! Sólo un pueblo por completo genuflexo y temblón puede transigir con tales bazofias.
Mientras la prensa sistémica se dedica a divulgar los sermones diarios del doctor Simón, un 'experto' como la copa de un pino, se silencia el debate sobre los peligros de las terapias elaboradas a partir de una fracción activa del ácido ribonucleico del virus. Y se silencia también el debate sobre los efectos que una 'vacunación' masiva en una población expuesta al virus pueda tener en el surgimiento de nuevas variantes más virulentas o contagiosas. Y, mientras se silencian los debates importantes, nos entretienen con las mismas bazofias tragacionistas: que si los jóvenes son irresponsables, que si hay que ponerse la mascarilla que si patatín y que si papatán. Que el invierno nos pille bien confesadicos y comulgadicos y con un detente en el bolsillo de la camisa.
Histerias tragacionistas
Las terapias génicas experimentales
que nos han inoculado no son vacunas
La nueva histeria tragacionista consiste en reclamar la inoculación obligatoria de terapias génicas experimentales a toda la población, así como en exigir certificados que acrediten tal inoculación para poder acceder a transportes públicos, lugares de ocio e incluso al puesto de trabajo.
En este rincón de papel y tinta siempre hemos defendido que el bien común debe anteponerse a cualquier interés sectario o personal, mucho más cuando tal interés es crudamente crematístico o de control disciplinar. En este sentido, las vacunas constituyen un excelente instrumento en pro del bien común, pues protegen al vacunado, generando en él inmunidad frente a posibles contagios. No ocurre lo mismo con las terapias génicas experimentales, como demuestra un estudio que acaba de publicar la prestigiosa revista médica ‘The Lancet’ («Community transmission and viral load kinetics of the SARS-CoV-2 delta variant in vaccinated and unvaccinated individuals in the UK: a prospective, longitudinal, cohort study»), donde se reconoce sin ambages que el coronavirus se extiende también en «poblaciones con altas tasas de vacunación», incluso entre «personas totalmente vacunadas», quienes, además, cuando se contagian de nuevo, tienen una carga viral similar a la de las personas no vacunadas. Se agradece que una revista tan prestigiosa como ‘The Lancet’ reconozca paladinamente esta evidencia, que muchos hemos probado en nuestras propias carnes.
Y esto ocurre, pura y simplemente, porque las terapias génicas experimentales que nos han inoculado no son vacunas. De ahí que no inmunicen a los inoculados, de ahí que no eviten que los inoculados contagien; en todo caso, tal vez aminoren los efectos del contagio (lo que convierte a los inoculados en personas más peligrosas, pues al no enfermar prosiguen en sus hábitos normales y contagian más abundantemente). Por el momento, ignoramos si estas terapias génicas experimentales están provocando mutaciones en el virus. Sabemos con certeza, en cambio, que están provocando multitud de reacciones adversas, desde infartos fulminantes hasta miocarditis, trombosis, culebrilla, desarreglos menstruales, etcétera. Nadie, sin embargo, se hace cargo de estas numerosas reacciones adversas de las terapias génicas experimentales, ni los laboratorios que las fabrican, ni los estados que fuerzan su inoculación, ni los médicos que las administran, que sin embargo no las prescriben, para no incurrir en responsabilidades. Si todavía restase prensa libre en el mundo, se estarían denunciando tales prácticas, así como la ineficacia de las terapias génicas experimentales (¡sobre la que nos ha advertido el inventor de la técnica del ARN mensajero!); y se estaría investigando la proliferación de reacciones adversas.
Pero la prensa sistémica se halla al servicio de una estrategia biopolítica de control social. Por eso se dedica a azuzar las histerias tragacionistas y a enviscar a las sociedades, demonizando a quienes no están dispuestos a dimitir de la racionalidad.
PSICÓPATAS TRAGACIONISTAS
Cuando hayan acabado con los no inoculados, se dirigirán contra los que se resisten a la tercera dosis.
El otro día contemplé con mis propios ojos cómo un exministrillo con cara de bálano (chuchurrío, no rozagante) reconocía sin ambages en la tele: «No vas a frenar el contagio por el hecho de que pidas el pasaporte Covid, porque el que está vacunado también puede transmitirlo. La idea del pasaporte Covid es hacerles la vida imposible a los que no se quieren vacunar».
Hace falta ser una auténtica gusanera purulenta para proclamar que tu anhelo es «hacer la vida imposible» al prójimo. Este regodeo en el mal ajeno era calificado por Schopenhauer como la más abyecta de las pasiones humanas: «Sentir envidia es humano, desear la desgracia de otros es directamente demoníaco». Estos psicópatas que azuzan el odio contra sus paisanos, exhortando a hacerles ‘la vida imposible’, están infiernando la vida social, se están aprovechando de la inseguridad de sus paisanos para instilar en sus cerebros reptilianos conductas pánicas y gregarias, hasta convertirlos en una canalla temblona y genuflexa ante sus consignas que, sin embargo, se revuelve furiosa contra el disidente, deseosa de lincharlo.
Debemos rebelarnos contra estos psicópatas miserables; no sólo las personas que no están inoculadas, sino todos los que conservamos un ápice de dignidad humana. No podemos permitir que nos conviertan en los gusanos que anhelan para alimentar su gusanera.
Si estuvieran convencidos de las propiedades benéficas de las terapias génicas experimentales se limitarían a persuadir a los reticentes con estímulos luminosos; si los amenazan con confinamientos domiciliarios, con obligarlos a pagar los costes de la enfermedad o, en general, con hacerles ‘la vida imposible’ (a sabiendas de que tales medidas generan más rechazo que acatamiento, amén de una desconfianza creciente en las instituciones) es porque carecen de argumentos persuasivos. Y, ciertamente, es difícil encontrarlos en unas terapias que no inmunizan ni evitan el contagio, y cuya presunta eficacia empieza a declinar a los cuatro meses (como ya se reconoce). Diríase que con sus amenazas pretendieran anular el grupo de comparación que permitiría establecer la eficacia del presunto remedio en que se han gastado billones, saqueando las economías nacionales.
A estos psicópatas sólo los mueve la concupiscencia del mal ajeno y el afán de excitar los deseos culpabilizadores de las masas, para dar rienda suelta al punitivismo más tiránico y estigmatizador. Cuando hayan acabado con los no inoculados, se dirigirán contra los que se resisten a la tercera dosis; luego lo harán contra los que se nieguen a dejar de fumar o de consumir carne; luego contra los que propaguen ideas que juzguen perniciosas; hasta finalmente lanzarse contra quienes simplemente confíen en la Providencia divina, a quienes juzgarán perversos herejes. Y si ahora no paramos los pies a esta chusma, aunque estemos inoculados, llegará muy pronto el día -como en el poema de Niëmoller- en que, cuando vengan a buscarnos, no habrá nadie que pueda protestar por nosotros.
En manos de psicópatas
Ahora que han pasado años de aquel atropello ya podemos decirlo sin ambages. Todas aquellas medidas alucinantemente vejatorias que nos impusieron durante la plaga coronavírica, con enloquecedores arrestos domiciliarios, toques de queda arbitrarios, utilización demente de mascarillas en espacios abiertos, distancias de seguridad arbitrarias, imposición de pasaportes para asegurar el rastreo de la población dócil y estigmatizar a la rebelde y demás prohibiciones desquiciadas fueron un experimento biopolítico. Todas aquellas consignas aberrantes que impusieron los gobiernos y propalaron los loritos sistémicos no tenían otro objeto sino convertirnos en papilla humana genuflexa y temblona.
Pero nada de esto hubiese sido posible sin un eclipse de la conciencia moral, sin un desvanecimiento del sentido común. Nuestros gobernantes instauraron un reino del absurdo, una suerte de distopía grotesca; pero ellos no son absurdos ni grotescos, son malignos. Y el mal actúa siempre a impulsos de una oscura lógica. Con aquellas medidas anhelaban crear en nosotros un ‘shock’ que nos hiciera extraviar toda certidumbre y desactivara nuestro pensamiento racional. Los manipuladores sociales saben perfectamente que basta aislar al ser humano para convertirlo en un gurruño de plastilina maleable. Estas técnicas de manipulación y aislamiento mental, tan típicas de las sectas, son las que entonces emplearon con nosotros. Y les funcionaron maravillosamente.
Muchos ilusos piensan que estas técnicas de manipulación mental son propias de las antañonas ideologías totalitarias. Pero lo cierto es que ningún régimen político las ha implantado tan eficazmente como la democracia. Nuestra sensibilidad cobarde se estremece ante las torturas físicas que molturan los cuerpos; pero es mucho más cruel y nefanda la tortura de los espíritus, que nos vuelve insensibles y rígidos (o sea, fanáticos). El miedo nos priva de toda capacidad de reacción racional, porque pensar se vuelve de repente peligroso. Y así, se logra ese estado de estupor o ‘coma moral’ en el que las personas se convierten en marionetas; un estado más contagioso que cualquier virus.
Aquel experimento fue un rotundo éxito, que se coronó con la aceptación gustosa de las terapias génicas, una nueva y aséptica versión del derecho de pernada, que permitía al señor invadir los orificios de sus siervas, desflorándolas. Entonces nos invadieron los genes, provocándonos ictus y trombosis, infartos y turbocánceres; de este modo el «pacto social» del malvado Rousseau se convirtió en plena donación corporal. Y así se alcanzó el último finisterre de la biopolítica: la conversión del ciudadano en paciente, objetivo prioritario de los psicópatas, tal como intuyó genialmente Philip K. Dick: «No puede haber nada potencialmente más peligroso que una sociedad en la que los psicópatas dominan, definen los valores, controlan los medios de comunicación… Van a convertirnos otra vez en pacientes».
INFIERNO TRAGACIONISTA
Durante las últimas semanas, las cifras diarias de fallecidos por coronavirus han resultado llamativamente abultadas; sobre todo si consideramos que las últimas variantes de la plaga cursan leves o inocuas en la mayoría de los casos. Tan abultadas que finalmente los mayorales del rebaño han reconocido que están computando como fallecidos por coronavirus a los ingresados en los hospitales por las más variopintas razones que dan un resultado positivo en una prueba de PCR.
Se trata, en verdad, de un ‘protocolo’ médico por completo desquiciado. Fallecidos por cáncer o víctimas de accidentes de tráfico están engordando absurdamente las estadísticas de fallecidos por coronavirus, que luego los mayorales del rebaño utilizan como excusa para imponer restricciones dementes o justificar la imposición del llamado ‘pasaporte Covid’ (en realidad una licencia para contagiar). Del mismo modo que, alprincipio de la plaga, las cifras de fallecidos se minimizaban porque los políticos querían ocultar su fracaso, después se han exorbitado para impulsar campañas de inoculación indiscriminada y favorecer así los designios de la industria farmacéutica. Pero en las cifras infladas de las últimas semanas podría ocultarse una realidad todavía más pavorosa.
Diversos médicos han acudido a nosotros duran te las últimas semanas. Son personas invadidas por el temor que nos hablan de un crecimiento innegable de ictus, infartos y otras afecciones cardiovasculares graves, también de neumonías, en personas completamente inoculadas. ¿Están provocando las terapias génicas experimentales reacciones adver sas de desenlace funesto que se camuflan en las es tadísticas como fallecimientos por coronavirus? Estos médicos que acuden a nosotros así nos lo aseguran; pero cuando los exhortamos a proclamarlo desde los terrados se escaquean, alegando que si hicieran tal cosa serían de inmediato represaliados. Entre tanto, empiezan a publicarse noticias que reconocen que las terapias génicas experimentales aumentan el riesgo de sufrir diversos efectos adversos.
Algunos optimistas auguran un inminente derrumbe del 'relato' oficial. Se equivocan. Muchas sociedades europeas se han convertido en infiernos distópicos, en donde la estigmatización de las personas no inoculadas ha alcanzado cotas monstruosas. Los políticos que han propiciado tales infiernos -pienso en gentuza proterva como Macron o Draghi-. y destruido las vidas de los no inoculados (dejándolos incluso sin trabajo) saben que si ahora diesen marcha atrás tendrían que enfrentarse a denuncias que podrían llevarlos incluso a la cárcel. Así que no van a dar marcha atrás. Saben que cuentan con el respaldo de unas masas tragacionistas que, en medio de su tribulación, han hallado un consuelo abyecto en la persecución de sus compatriotas no inoculados; y van a seguir persiguiéndolos sin descanso, para que no haya población de control, para que no quede constancia de sus crímenes, para salir indemnes del infierno que ellos mismos han creado.
Vivir con miedo
Durante el último año, habré publicado cuatro o cinco artículos sobre las llamadas ‘vacunas’ contra el coronavirus (muy pocos, considerando que anualmente escribo casi doscientos), que yo prefiero llamar ‘terapias génicas experimentales’; pues desde luego no han sido elaboradas como las vacunas al uso. (El otro día, por cierto, mi admirado César Nombela me reprochó que utilizase la expresión ‘terapia génica’, que en el lenguaje científico tiene un significado específico diverso. Pero, por ejemplo, la expresión ‘falacia patética’ tiene en preceptiva literaria un significado específico diverso al que enuncian las palabras que la componen; lo cual no invalida que uno puede decir ‘falacia patética’ ateniéndose al significado común de cada palabra, sin entrar en discusiones de preceptiva literaria, del mismo modo que yo escribo ‘terapia génica experimental’ sin entrar en tecnicismos científicos).
Pero me pierdo por las ramas. Como decía, durante el año último habré publicado cuatro o cinco artículos sobre este espinoso asunto, todos muy prudentes y cautelosos, en los que hablo sobre estas terapias desde la experiencia personal, complementada por la observación y el estudio. En el último que publiqué, por ejemplo, me permitía señalar algo tan evidente como que, misteriosamente, nadie se responsabiliza de los posibles efectos adversos de estos sedicentes remedios: ni las compañías que los fabrican, ni los Estados que los adquieren y distribuyen, ni tampoco los sanitarios que los inoculan (evitando prescribirlos, precisamente para evitar responsabilidades). También me permití citar en aquel artículo un estudio aparecido en la revista médica The Lancet, con resultados poco halagüeños sobre la eficacia de estos sedicentes remedios. Pues bien, para mi sorpresa, la publicación de este artículo nada desaforado ni tremendista, nada fantasioso ni ‘conspiranoico’, causó un revuelo inesperado entre todas las personas que frecuento, algunas de las cuales me consideraron un héroe por haberme atrevido a escribir tales cosas, mientras otras me juzgaron un temerario o un terrorista de la pluma. Estas reacciones me dejaron por completo perplejo, pues casi todos los artículos que publico son infinitamente más arriesgados, por contravenir las ideas aceptadas o impuestas en nuestra época. En aquel artículo, en cambio, apenas hacía algunas modestas observaciones muy fácilmente constatables y sin afán polemista alguno.
Nuestro cerebro reptiliano,
que controla el instinto de supervivencia (y de medro),
nos aconseja, para evitarnos disgustos, el gregarismo
Pero el caso es que a todos mis amigos y conocidos este artículo sobre las terapias génicas experimentales se les antojó aterradoramente osado. Y, pasado el estupor, he tratado de explicarme las razones de su reacción. Casi todos mis amigos y conocidos son personas inteligentes; y los que no lo son del todo desde luego tampoco son estúpidos. Y, puesto que no son débiles mentales, infiero que las razones por las que mis observaciones les provocaron tanto pasmo o admiración o susto son de debilidad emocional. Sospecho que mis amigos y conocidos, como en general la mayor parte de la gente en nuestra época, no tienen la entereza suficiente para escuchar o leer cosas que no constituyen la ‘verdad oficial’, aunque presenten visos verídicos.
Todos hemos sido adiestrados en mayor o menor medida, a regañadientes o complacidamente, en la sumisión a la ‘autoridad’, aunque se trate de una autoridad en absoluto autorizada (como, por lo general, ocurre en nuestra época); y atrevernos a discutir lo que esa ‘autoridad’ nos dice (aunque sea un petardo o petarda televisiva) se nos antoja abrumador. Nuestro cerebro reptiliano, que controla el instinto de supervivencia (y de medro), nos aconseja, para evitarnos disgustos, el gregarismo, la aceptación de las ‘verdades oficiales’ y los discursos establecidos en aquellas cuestiones que la ‘autoridad’ declara no opinables, respaldada por esos ‘autorizados’ métodos intimidatorios y disciplinares que Foucualt denominaba ‘microfísica del poder’. Así, gentes que no son estúpidas ‘tragan’ (convirtiéndose en ‘tragacionistas’), por miedo cerval al señalamiento, el desprestigio, el escarnio público, etcétera. Por miedo, en definitiva, a convertirse en herejes contra los que se decreta la persecución o la expulsión a las tinieblas. Y ese mismo miedo los empuja a señalar, a desprestigiar, a escarnecer a quienes se atreven a hacer lo que a ellos los atemoriza.
Una vez que se ha logrado instilar el miedo en las personas, se puede hacer con ellas lo que se quiera, no importan cuán inteligentes o cultivadas sean. Como nos enseñaba el personaje de Blade Runner: «Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? En eso consiste ser un esclavo».
Rabietas tragacionistas
En cualquier sociedad sana, la intervención
del profesor Laporte habría suscitado rendida gratitud
Resulta muy instructiva la rabieta que le ha entrado al tragacionismo patrio con la comparecencia en comisión parlamentaria del profesor Joan Ramón Laporte Roselló. Su intervención, excelentemente expuesta y razonada, fue además muy respetuosa de la institución que lo albergaba y de las escasas ‘señorías’ presentes (a la comisión no asistían los diputados derechosos, que andarían haciendo un cursillo intensivo de voto telemático). Calificó la campaña de ‘vacunación’ de ‘experimento global sin precedentes en la historia de la humanidad’. Y puso en duda los apresurados ensayos clínicos que las compañías farmacéuticas realizaron en su día; también los controles de calidad de las ‘vacunas’, sobre todo en la catalogación de los efectos adversos. Denunció el secretismo de la industria farmacéutica y afirmó que la eficacia protectora de las ‘vacunas’ es más que discutible, aunque se mostró partidario de la inoculación de una, o incluso dos dosis, especialmente en personas vulnerables. Asimismo, calificó el pasaporte covid de instrumento por completo inútil, incluso perjudicial (por fomentar el contagio). Y denunció el consumo innecesario de diversos fármacos que podría haber favorecido la mortandad pavorosa de los ancianos; así como los conflictos de intereses de muchas sociedades médicas.
“EL FRAUDE ES HABITUAL EN LOS ENSAYOS CLÍNICOS,
SOBRE TODO EN LOS EFECTOS ADVERSOS"
“Las vacunas de Pfizer y Moderna (las más utilizadas en España) son fármacos basados en una nueva tecnología nunca usada antes y menos en campañas masivas"
"Las vacunas tradicionales son gérmenes atenuados o porciones de ellos que estimulan el sistema inmunitario. Las vacunas de ARN mensajero introducen un ácido nucleico que da instrucciones a las células de las personas vacunadas para que fabriquen esta proteína del virus, la llamada spike protein, que a su vez estimulará el sistema inmunitario”
“LA VACUNACIÓN MASIVA SUPONE UN EXPERIMENTO GLOBAL SIN PRECEDENTES EN LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD”
En cualquier sociedad sana, la intervención del profesor Laporte habría suscitado rendida gratitud; pues no es habitual que un científico autorizado comprometa su prestigio, atreviéndose a contradecir el 'relato' oficial. Y la prensa se habría convertido en palestra fértil donde otros científicos de categoría probada hubiesen podido complementar, corregir o refutar las afirmaciones del profesor Laporte. Pero en este pudridero donde la idolatría cientifista y el cerrilismo rampante caminan juntitos de la mano, el profesor Laporte ha sido tildado ignominiosamente de 'antivacunas' y 'negacionista'; y los mayorales del rebaño se han permitido incluso censurar el vídeo de su intervención y movilizar a sus agencias 'verificadoras': donde becarios ignaros estigmatizan alegremente a los disidentes más doctos, encomendándose a San Google. Por supuesto, fantoches con palco en las tertulietas y en las letrinas tuiteras han injuriado al profesor Laporte de las formas más burdas.
Así, mediante los gorilescos resortes de la cancelación woke, se denigra al profesor Laporte, que ha demostrado ser un hombre honrado y un científico probo, más allá de que algunas de sus afirmaciones puedan resultar discutibles; y por ello mismo merezcan ser discutidas con respeto, tanto en la palestra científica como en las tribunas de la prensa. Pero en este trozo de planeta por el que vaga errante la sombra de Caín ya no quedan científicos ni publicistas decentes, tan sólo mayorales del rebaño tragacionista que azuzan sórdidamente sus rabietas. Nos repugna pertenecer a esta generación cretinizada. Y sólo nos podemos consolar con el consejo evangélico: «Dejadlos: son ciegos que guían a otros ciegos».
Monólogo del tragacionista
Dije que no pensaba compartir mesa estas Navidades con nadie que no tuviese la pauta completa y lo he cumplido a rajatabla. El cabrón de mi cuñado no se ha puesto la tercera porque no quiere mezclar. Pero los expertos de la tele aseguran que mezclar marcas las hace más efectivas y tienen razón, porque yo me chuté primero Astrazéneca y luego Pfizer y me quedé tan a gustito como los días que me meto un sol y sombra entre pecho y espalda. Los expertos de la tele dijeron también que cenásemos en Nochebuena con las ventanas abiertas y que no cantásemos villancicos, para no rociar de saliva a los otros comensales. Pero el cabrón de mi cuñado dijo que él pensaba cantar como todos los años, y que no permitiría que abriésemos las ventanas, porque su niño está un poco delicado de las anginas. ¡Y una mierda las anginas! Ese niño asqueroso es una bomba de racimo coronavírica.
Y encima tengo que tragarme a la retrasada mental de mi hermana, que me viene siempre con que si un premio Nobel gagá ha dicho no sé qué, con que si el inventor magufo del ARN mensajero ha dicho no sé cuál… Pero, vamos a ver, ¿quién necesita atender a esos carcamales, pudiendo seguir los consejos de los expertos de la tele, que son portavoces del consenso científico? Aquí lo que hace falta es vacunarse, vacunarse y vacunarse; y, por supuesto, mascarilla hasta para ir a mear (sobre todo si antes ha ido al baño a ventosear el cabrón insolidario de tu cuñado).
Así que mientras ellos cenaban en el comedor, cantando unos villancicos que retumbaban en las paredes, yo me encerré en mi cuarto, con las ventanas abiertas de par en par y embutido en el plumas. Por la mañana me levanté un poco perjudicado por la resaca del tetrabrick de vino Don Simón que me bebí a solas, en homenaje a mi ídolo máximo. Pero entonces recordé que los expertos de la tele aseguran que los síntomas de la variante Ómicron son parecidos a los de una resaca. Así que me hice una docena de tests de antígenos y salió positivo por mayoría de siete a cinco. Sin duda, el cabrón de mi cuñado y su hijito supercontagiador, al cantar los villancicos, exhalaron una montonera de virus que se deslizaron por debajo de la puerta. De momento sólo tengo síntomas leves, pero además me ha salido un juanete, que no recuerdo si cuenta como síntoma de la Coviz. Está claro que necesito cuanto antes otra dosis de refuerzo; o tal vez tres, porque las vacunas, como ‘Star Wars’, funcionan mucho mejor por trilogías.
Pero, hasta que me pongan una nueva trilogía vacunal, voy a ser solidario y extender el virus, porque de esta pandemia sólo saldremos todos unidos, todos vacunados, todos infectados. Así que he cogido mi pasaporte Coviz, que me da licencia para contagiar, y voy a hacer una ronda por los bares más petados de la ciudad, donde me quitaré la mascarilla y me pondré a cantar villancicos hasta desgañitarme, para rociar de virus a la clientela. Ya que no he podido participar en las cenas de Navidad, me consuelo repartiendo regalos de Reyes.
HEROÍSMO TRAGACIONISTA
Cuando la guerra de Ucrania esté más vista que el tebeo, azuzarán una nueva histeria colectiva que os resarza
Sucumbisteis heroicamente al miedo y a la propaganda que os exhortaba a inocularos el mejunje, sin atender a sus posibles efectos secundarios, sin reparar en la obscena colusión de vuestros ‘representantes políticos’ y la industria farmacéutica, lanzados al saqueo. Contribuisteis heroicamente a la difamación de los disidentes, obedeciendo las consignas de los loritos sistémicos que exigían que se les hiciera la vida imposible. Os tragasteis heroicamente las paparruchas más irracionales sobre el origen del coronavirus, sobre la ‘inmunidad’ de la ‘vacuna’, sobre la eficacia del pasaporte covid. Pero gracias a vuestra heroica sumisión y heroica vileza los planes sistémicos pudieron ejecutarse, según la denominada ‘doctrina del shock’, que se aprovecha del impacto causado por una calamidad en la psicología de las masas para ejecutar los designios de la plutocracia.
Así, gracias a vuestro heroico apoyo, han empezado a modelar una humanidad de hombres programados que se enorgullezcan de vivir en un cuchitril inmundo, de tener mascotas en lugar de hijos, de poner la lavadora en el conticinio y pasar los inviernos sin calefacción.
Habéis sido una vanguardia heroica en estos planes de sometimiento colectivo; y merecéis que os regalen un patinete eléctrico, para que podáis ir al trabajo sin contaminar. Pero la ‘doctrina del shock’ exige ir cambiando a cada poco de calamidad, para mantener en vilo a las masas cretinizadas. Ahora los planes sistémicos se logran a través de la guerra de Ucrania, que servirá para justificar inflaciones, exacciones, carestías y hambrunas. Y, para más inri, ahora ya se sabe que el mejunje que os inocularon es, en el mejor de los casos, un placebo; aunque hay indicios (como que el presidente de una empresa farmacéutica que cotiza en el Ibex-35 se agenciara un pasaporte covid falso) que permiten deducciones mucho más amedrentadoras. Ahora ya se sabe que habéis participado en una tómbola siniestra que a miles de personas ha dejado hechas una piltrafa. Aunque, por supuesto, vuestro heroísmo puede atribuir su desgracia al cambio climático.
Pero no debéis desanimaros. Cuando la guerra de Ucrania esté más vista que el tebeo, azuzarán una nueva histeria colectiva que os resarza, al estilo de esa viruela del mono con la que ahora amagan (pero que no os estigmatice si queréis fluir de género o daros por retambufa). Aunque ya nada encaje, no debéis recular, porque hacerlo sería como dar la razón a esos negacionistas cabrones que no pillan el bicho ni a tiros. Tenéis que mostrar vuestro heroísmo una vez más, inoculándoos la cuarta dosis, y la quinta si hace falta; y, debéis haceros una foto mientras os pinchan, poniendo una sonrisita forzada y haciendo como panolis el signo de la victoria, y colgarla en Instagram, con guarnición de emoticonos memos. Y debéis exigir un Día del Orgullo Tragacionista, para desfilar en carroza, luciendo la tirita del pinchazo, pero sin menearos mucho, no sea que el cambio climático os provoque una repentinitis.
El rodillo tragacionista:
la sociedad se ha convertido en un rebaño sojuzgado y genuflexo.
El gregarismo ha aplastado a un pueblo que antaño fue levantisco.
Un estudio demoscópico reciente revela que la sociedad española se ha convertido en un rebaño sojuzgado y genuflexo, dispuesto a tragar con lo que echen. Ocho de cada diez encuestados reconoce sin ambages que «prefiere seguir a la mayoría, aunque no esté de acuerdo, por temor a ser marginado». Sobrecoge que el gregarismo haya aplastado de un modo tan apabullante a un pueblo que antaño fue levantisco y refractario a cualquier tipo de dominación, hasta reducirlo a papilla infrahumana que tiene miedo a mostrarse disidente «por las repercusiones que pueda tener en su vida».
Pero el estudio demoscópico que citamos contiene revelaciones todavía más demoledoras. Así, por ejemplo, cuando les preguntan cuál sería su reacción si «pudieran» actuar libremente, casi la mitad de los encuestados responden que «comerían lo que quisieran» sin restricciones, que era la fantasía recurrente de Carpanta, el personaje antañón de los tebeos (sólo que Carpanta tenía las tripas horras, mientras que esta papilla sojuzgada simplemente es esclava de las dietas y de los mandatos alimentarios de la Agenda 2030). Otro sueño liberatorio mayoritario de la papilla tragacionista española es ‘acostarse con distintas personas’; lo que sirve para entender cuán sometidos estamos, pues ‘acostarse con distintas personas’ es, precisamente, lo que los mayorales del rebaño pretenden que hagamos. Pero los españoles estamos tan abyectamente sometidos, que hemos llegado a asimilar las directrices sistémicas como anhelos personales. La encuesta incluye una serie de especificaciones que contribuyen a bosquejar un paisaje humano de escombrera: siete de cada diez españoles reconocen que las redes sociales «condicionan su forma de actuar y pensar»; más de la mitad se someten a dietas o «retoques estéticos» para «no ser rechazados»; uno de cada tres ve las series que están de moda… Un panorama, en fin, que describe lo que nosotros, más expeditivamente, denominamos ‘masas cretinizadas’.
Por supuesto, estas masas cretinizadas consideran –’risum teneatis’– que «la familia es una barrera importante para nuestra independencia». Es decir, el rodillo tragacionista sistémico no sólo ha logrado modelar una papilla infrahumana que acata robóticamente todas sus consignas, sino que además ha logrado que reniegue de las únicas instituciones que podrían salvarla. Una papilla que se deja inocular venenos que la diezman (aunque, por supuesto, está tan cretinizada que se cree sin empacho que tal mortandad la causa el cambio climático) y que entrega a sus hijos a depredadores que los hacen fluir de género afirma que la familia es la barrera que reprime su independencia.
Escribía Lewis que llegaría un tiempo en que los manipuladores encargados de la abolición del hombre, «armados con los poderes de un estado omnímodo y una irresistible tecnología científica», lograrían modelar por completo a una generación. Ese momento ha llegado ya. La fruta está madura para el advenimiento del Reinado del Anticristo.
VER+:
EL QUE LLEVA PARAGUAS SE QUEJA DEL QUE LO LLEVA
Rescatamos esta recopilación como dedicatoria a todos los hijos de satanás que en el día de hoy han alzado la voz contra “la cultura del odio y las cacerías inhumanas”.
Con el pasar del tiempo, vuestro terrorismo informativo está quedando todavía más en evidencia.
Que grandes momentos nos dio la "siensia".
¿Os imagináis estas fotos en un futuro en los libros de historia?
MURIÓ REPENTINAMENTE.
"La mayor mortandad orquestada en la historia del mundo".
Trailer del documental "Died Suddenly", de Stew Peters con subtítulos en español.
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